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Anales de Literatura Española

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ArribaAbajoDimensión humanística de una obra menor de Alfonso de Palencia: El tratado de la perfección del triunfo militar (1459)

Rafael Alemany


Universidad de Alicante

Alrededor de 1490 la imprenta sevillana de los Cuatro Compañeros Alemanes edita un opúsculo de cuarenta y siete folios y cuarto, bajo el título de Tratado de la perfección del triunfo familiar1, del que es autor   —8→   el cronista, lexicógrafo y relevante burócrata de la curia y cancillería de Enrique IV y los Reyes Católicos Alfonso de Palencia (Palencia, 1423-Sevilla, 1492)2. La obrita finaliza con un colofón que reza haber sido redactada «en el anno de nuestro salvador Ihesu Christo de mill e quatrocientos e cincuenta e nueve annos»3 aunque, habida cuenta de que se trata de una traducción al castellano efectuada por el propio Palencia a partir de una también suya originaria versión latina que no ofrece datación alguna4, es lícito suponer que el año 1459 sea sólo el de la redacción castellana y no el del primitivo texto en latín. En cualquier caso este último no puede ser anterior al 6 de septiembre de 1456, fecha exacta en que Palencia es nombrado secretario de cartas latinas y cronista oficial de Enrique IV, en sustitución del ya fallecido Juan de Mena5, puesto que en el prólogo con que se abre el original latino, dirigido al arzobispo de Toledo don Alfonso Carrillo, el autor ya se refiere a sí mismo como en ejercicio de tal cargo, tanto en el título que lo encabeza («alphonsi palentini regie maiestatis historiographi de perfectione militaris triumphi prefacio incipit»)6, como en el contenido que desarrolla, cuando, a guisa de captatio benevolentiae, pide a su destinatario disculpas por haberle dedicado un relato de ficción siendo así que «no es dado a los historiadores escrivir fablillas» (pág. 346).

Si de cuanto antecede se sigue ineludiblemente que el De perfectione militaris triumphi hubo de escribirse entre 1456 y 1459, convendrá ya, de entrada, ponerlo en relación con otras dos obras menores del mismo autor, la elegía latina por la muerte del obispo abulense Alfonso de   —9→   Madrigal (ca. 1455)7 y la Batalla campal de los perros contra los lobos (ca. 1455)8junto con las cuales viene a constituir el tríptico alegórico, de clara intención política y cívica de corte humanístico, con que se inaugura la carrera literaria del cronista de Enrique IV. En efecto, el estrecho parentesco que poseen estos opúsculos se pone de manifiesto si consideramos, sin ir más lejos, detalles tales como: que los tres se escriben originariamente en latín en fechas muy cercanas, no antes de 1455 y no después de 1459 -justo, por cierto, al poco tiempo del regreso de Palencia a España tras diez años de permanencia en Italia-9; que los tres ofrecen un entramado alegórico de características sustancialmente análogas; y, por último, que en todos ellos sublate un perceptible sentimiento de frustración derivado, sin duda, del desajuste que se produce en el ánimo del escritor al entrar en pugna los paradigmas de su universo intelectual, que se había forjado en el decenio juvenil vivido en   —10→   la sugestiva atmósfera de la Italia del quattrocento, y la decepcionante realidad social, política y cultural que presenta la corona castellana a su retorno a la península. Quizá la ingente y diversa actividad intelectual y política que Alfonso de Palencia despliega desde su regreso a España en 1453 hasta los últimos días de su vida -muere en 1492- permita no sólo explicarse sino también justificarse en clave de superación positiva esta dialéctica de opuestos apuntada y, quizá también, La perfección del triunfo militar sea una buena maestra esclarecedora de cuanto acabo de apuntar. Veámoslo.

La obra, en la forma en que actualmente la conocemos consta de los siguientes elementos: un prólogo a la versión romance dirigido al Comendador de Calatrava don Fernando de Guzmán (págs. 345-346); un segundo prólogo -aunque primero en redactarse-, traducción del original latino que encabezaba la versión primitiva del opúsculo, dirigido al arzobispo de Toledo don Alfonso Carrillo (págs. 346-347); una introducción que sirve de planteamiento de la trama argumental, al tiempo que de punto de arranque de la acción propiamente dicha; treinta y un capítulos que vienen a constituir el núcleo de la obrilla, a lo largo de los cuales se desarrolla un relato alegórico; y, finalmente, una despedida dirigida al mismo arzobispo Carrillo a quien, como se ha señalado, se dedicó la primitiva versión latina de la obra (págs. 391-392).

En el prólogo a la redacción romance, dirigido al Comendador de Calatrava, Palencia nos da cuenta de sus reparos iniciales a «romançar la lengua latina», por lo que -según afirma-, antes de tomar la decisión de efectuar la traducción de su propio texto original, se debatió en largas meditaciones acerca de la conveniencia o no de «reprimir la mano e no presumir lo que non pode carecer de reprehensión» (pág. 345). Sin embargo, al fin, guiado por el deseo de hacer la obra accesible a un público más amplio que el que dominaba la lengua latina, resolvió hacerlo «viendo que si no se vulgarizase vendría en conocimiento de pocos, lo cual repugnava a mi deseo, antes cobdiciava que muchos viesen cómo muchos erraban, e lo que trae grandes daños por no se enmendar, pudiese recibir enmienda por se notificar» (pág. 345). De ello se desprende un evidente propósito didáctico sobre el que habremos de volver más adelante, pese a que ya queda anunciado en este mismo pórtico al justificar Palencia su dedicatoria a don Fernando de Guzmán puesto que, afirma, «en ti solo concurren las tres cosas sin las quales juntas no se puede alcançar perfecto triunfo militar, conviene a saber: orden, exercicio e obediencia, en que está cementada la invinción de este mi librillo» (pág. 346), tal y como veremos de inmediato.

A continuación sigue el prólogo primitivo de la versión latina, dirigido al arzobispo don Alfonso Carrillo, que se mantiene aquí, si bien, lógicamente,   —11→   traducido al castellano. En esencia podemos afirmar que nos hallamos ante un intento de justificación de la técnica alegórica -desde luego no la más apropiada para un historiador profesional- elegida para desarrollar el tema y dar cobertura al propósito didáctico que se pretende. De aquí que escriba el autor:

Cuando primeramente ove pensado muy Reverendo Padre e muy noble Señor, de qué enfermedad más veces recibiese trabajo la cosa militar, por donde la gloria del triunfo menos razonablemente decidiese intervenir, delibré escrivir una fábla moral e aún referirla a tu grandeza, que qualesquier negocios, assí santos como militares abraça; pero conmigo tove muy luenga e muy prolongada contienda, si sería lícito reduzir tan extendida materia de digna escriptura so forma de fablas (pág. 346).



Tras puntualizar y reconocer que «no es dado a los historiadores escrivir fablillas, antes seguir derechamente la propiedad de las cosas» (pág. 346), se autojustifica, de algún modo, invocando el uso de la fábula por parte de autoridades tales cual «el muy buen maestro de razonar Demóstenes», por ejemplo, por lo que «con propósito quel presente librillo ponga fin a las fablas e de aquí adelante dé lugar a la historia» (pág. 347) -como, en efecto, iba a suceder-, se lanza a la invención de su relato fabulado con el deseo de que la moraleja que de él se deriva sea de provecho «a todos los principales desta nuestra provincia», lo que viene a añadir un nuevo matiz al ya anteriormente citado propósito didáctico: Palencia pretende dar una lección provechosa a la clase dirigente; escribe, en consecuencia, guiado por una finalidad práctica, ya que, si todo didactismo per se tiende siempre hacia lo pragmático, más aún, si cabe, aquél que pretende incidir sobre quienes rigen y determinan mediante su acción los destinos de un pueblo o comunidad.

El eje en torno al cual se sustancia el argumento del tratado es el viaje a Italia que se ve impelido a realizar un personaje alegórico que se nos presenta bajo la denominación de Ejercicio. Viene a ser éste la personificación simbólica de las excelencias del militar español de la época, «de alta estatura, fermoso en todos sus miembros, no covarde, antes principal en fuerte manera de guerrear, de ánimo despierto, valiente e no perezoso, e muy sofridor de qualquier trabajo» (pág. 347). Precisamente por ello, concurriendo en él como concurren tan espléndidas cualidades y virtudes, no alcanza a comprender cómo, aun así, es incapaz de lograr que su provincia, España, sea visitada por el Triunfo -símbolo de la victoria plena-, a pesar de que ése sería su ferviente deseo «por cuanto oviera oído ninguna cosa ser en este siglo más gloriosa que conseguir su loable conversación, alcançar su familiaridad, e, si ser pudiese, cerca   —12→   dél morar perpetuamente» (pág. 347). Tal hecho es el que conduce al Ejercicio a «escudriñar y perquerir con mayor diligencia por qué causa el Triunfo juzgase por bien fecho menospreciar el suelo muy abondoso de España» (pág. 347), tarea que decide iniciar consultando a «una vejezuela que nunca feneciendo por muerte, después de la fábrica del mundo, andando por todas partes, curava visitar las moradas de todos», la Experiencia, que «de cualesquier cosa da testimonio» (pág. 347). Ésta, a su vez, excusándose de no poder ofrecerle satisfactoria respuesta por estar ocupada en diversos menesteres, le remite a su hija, la Discreción, la cual «aunque por el mundo toviese algunas pequeñas moradas [...] el deleite de la antigua casa la costreñía permanecer con los italianos» (págs. 347-348), es decir, tenía su vivienda habitual en Italia.

Al objeto de entrevistarse con ella, nuestro alegórico personaje decide emprender viaje a Italia. De esta suerte se abre el primer capítulo, que recoge el primero de los muchos sucesos que le acaecerán a lo largo de su peregrinaje: el encuentro con unos labradores con quienes entabla una discusión acerca de la pertinencia o no del arte de la cetrería para según qué clases sociales. Llega luego a Cataluña, donde, concretamente en Barcelona, dialoga con uno de sus ciudadanos, a la vez que se le presenta la ocasión de comprobar y ponderar las excelencias de aquellas tierras y de sus hombres, a quienes Palencia, por cierto, elogia en otro lugar calificándolos como «los más sobrios de los españoles»10. Prosiguiendo el trayecto, penetra en Francia, en cuyo suelo, altamente sorprendido por la contemplación de «corros de moças con mezcla de mancebos, que dançaban e cantavan» (pág. 346) por doquier, inquiere si, acaso, «se celebra alguna grand fiesta por religión», pregunta a partir de la cual su interlocutor francés deduce que quien se la formula ha de ser de origen español, puesto que, según le responde, «esta tal pregunta acostumbrada son de fazerla los españoles que primeramente entran en Francia: porque la común tristeza atormenta la España, assí como el muy limpio sangre alegra la Francia» (pág. 346). Tras unos cuantos episodios acaecidos al Ejercicio durante su estancia en territorio francés, en todos y cada uno de los cuales tiene ocasión de poner de manifiesto su destreza física ante las miradas de los extranjeros (capítulos 5-9), llega, por fin, a su objetivo: Italia (capítulo 10).

Allí, ciertamente, como le había asegurado la Experiencia, encuentra a la Discreción en su morada de la Toscana, muy cerca de Florencia. Con ella tiene la oportunidad de convivir por un breve lapso de tiempo, el suficiente para quedar maravillado tanto de la magnificencia de la   —13→   mansión en que habita como de las sabias costumbres de sus moradores. La Discreción da cumplida respuesta al tema planteado por el Ejercicio y que, no hay que olvidarlo, ha motivado su viaje a Italia; lo que ésta viene a responderle, en síntesis, es que la razón por la que el Triunfo no visita España radica en que el valeroso y esforzado Ejercicio no goza allí de la compañía del Orden y de la Obediencia. Precisamente, con el fin de que el personaje español pueda conocer a estos dos últimos, la propia Discreción le remite al capitán Gloridoneo, prestigioso soldado italiano junto al que suelen morar habitualmente Orden y Obediencia posibilitando, así, frecuentes consecuciones del Triunfo.

Reemprendido nuevamente el viaje, después de haber cruzado Florencia, Siena, Perosa y Rímini, llega el Ejercicio a Roma. Allí acude a las tiendas del campamento de Gloridoneo, lugar en que, según apunta con destacado interés Palencia, «no solamente por arreo estavan las armas, mas libros; e ninguna cosa se dezía salvo con sabieza» (pág. 375). Tras tener lugar una conversación entre el Ejercicio y Gloridoneo, se toma el acuerdo de que el personaje español participe con los italianos en un combate contra el enemigo Recenguberio, con el fin de observar los resultados a que puede llevar la colaboración de Ejercicio, Orden y Obediencia. Y, efectivamente, como era de prever, la batalla acaba con la consecuente victoria para las huestes capitaneadas por Gloridoneo, victoria que se materializa en la venida del Triunfo.

Por último, la alegoría concluye con el debate sostenido entre el Ejercicio, Orden y Obediencia para decidir el lugar que ocuparía cada uno de ellos en la pompa final con que se celebraría la victoria. Después de exponer los tres personajes, cada uno en un día, sus puntos de vista, el Triunfo, que ha escuchado los distintos argumentos esgrimidos, resuelve lo que juzga más apropiado:

[...] El Orden, a cavallo, fuese delante del carro, vestido de vestiduras preciosas, teniendo en su mano derecha un cetro.

El Exercicio, varón poderoso en armas, también a cavallo, e resplandeciente con coraça e escudo e capelina, ceñida la espada e su lança en la mano, guardase la diestra parte del carro triunfal, cercado en torno e acompañado de los guerreros veteranos.

La Obediencia fuese a man siniestra del carro, sobre cavallo blanco, guarnida de perlas, e también acompañada de guerreros veteranos (pág. 390).



El capítulo número treintaiuno, en el que se describe «la pompa triunfal e de los juegos», sirve de colofón al núcleo argumental de la obrilla. Se añade, finalmente, una «Expedida de la obra», dirigida también   —14→   -como el prólogo a la versión original latina- a don Alfonso Carrillo, en la que el autor, al margen de los convencionales elogios a la figura del prelado, insiste una vez más en la neta intención didáctica que subyace bajo el discurso alegórico.

Resulta ocioso abundar en que tanto el propósito -didactismo- como el recurso -alegoría- se inscriben en la más genuina tradición literaria culta del Medievo. Pero es llegado este punto cuando conviene hilar más delgado para verificar si el contenido exacto de la «enseñanza» del tratado y los motivos en que se fundamenta la alegoría que la contiene responden asimismo a una perspectiva propiamente medieval o si más bien, al contrario, preconizan nuevos horizontes.

Alfonso de Palencia nos ha plasmado en su obra un verdadero peregrinaje en pos de algo no poseído y deseado. No es difícil, pues, hablar de una insatisfacción inicial como móvil de la historia. La política -y la acción- militar española -más propiamente castellana- no obtienen resultados positivos, aun concurriendo en la milicia los valores «épicos» ancestrales: valentía, vigor físico, riesgo, etc. Según avanza el peregrinaje del protagonista-símbolo, descubrimos las razones del fracaso: tales valores «épicos» son ya insuficientes y se requiere que se incorporen otros de muy diferente signo y de absoluta «modernidad», a saber: planificación racional y puesta en práctica de los recursos del intelecto sujetos a la componente de la disciplina colectiva; un concepto de la acción militar que tiene más de técnica que de arte y, en definitiva, de «burgués» que de «feudal», muy distante, sin duda alguna de los planteamientos bélicos de la Castilla de la época, pero sobre el que se cimienta, en cambio, la victoria final de Gloridoneo.

Y todavía más: el autor nos remata su tesis sobre el feliz éxito de todo planteamiento militar aportando una serie de elementos iluminadores de cara a nuestro propósito. En efecto, si el Triunfo se presenta al caudillo italiano es, entre otras razones, porque la guerra por él emprendida «tovo tan justas causas e se havía lidiado señas tendidas, no ascondidamente por asechanças; e los enemigos no habían sido reprimidos, por les romper pletesía: e no avía sido guerra civil o sediciosa; e se avía aquistado nuevo señorío de provincia para engrandecer el imperio e no lo que antes oviese perdido el vencedor» (págs. 379-380). En suma, valoración del comportamiento ético y de la guerra expansionista frente a las luchas intestinas, modelos mucho más cercanos, desde luego, del paradigma catalano-aragonés del Magnánimo que de los constantes enfrentamientos sectarios de la nobleza castellana de la época de Enrique IV.

Sin embargo, con ser importantes las ideas hasta aquí aportadas,   —15→   existe un detalle que, a mi juicio, es fundamental para llegar a una intelección cabal de las tesis que parece defender Alfonso de Palencia. El Ejercicio halla respuesta a su ignorancia y participa del Triunfo no en un lugar cualquiera sino, precisamente, en Italia, morada habitual de la Discreción, el Orden y la Obediencia, y marco en el que acontece el Triunfo de Gloridoneo. El tributo de admiración a lo que fue patria adoptiva del autor durante un decenio decisivo de su vida es palmario, pero no sólo en lo que comporta de sentimiento de gratitud, sino en lo que supone de exaltación paradigmática del modelo cuatrocentista italiano que tanto le había deslumbrado durante su etapa de formación al lado de Jorge de Trebisonda, el cardenal Besarión o el librero Vespasiano da Bisticci, entre otros.

Es sintomático, por cierto, el estrecho paralelismo existente entre la tesis central defendida por Palencia en la obra que nos ocupa y la que Antonio Campano, prestigioso humanista de la corte del Magnánimo, atribuye al propio monarca aragonés en su Vita Brachii. Relata Campano cómo, con ocasión de un banquete en honor del condottiero Braccio por habérsele nombrado condestable de Nápoles, se enzarzó una discusión entre éste y el propio rey Alfonso en torno a las características de los soldados italianos y españoles, defendidos, respectivamente, por el condestable y por el monarca. Por parte del primero se destacaba la mayor organización, cálculo y astucia de los italianos, al tiempo que por el soberano se alegaban las excelentes cualidades físicas y dureza en el combate de los hispanos. El debate se cerró con la necesidad de fusión de las cualidades de las milicias españolas e italianas expresada por el Magnánimo11. El hecho de que Palencia asuma en La perfección del triunfo militar la tesis final del soberano aragonés según el relato de Campano, es de especial valor, ya que evidencia la proclividad del cronista hacia la corona catalano-aragonesa, que fue una de las constantes a lo largo de su vida12 y, en especial, durante el período que antecedió al matrimonio de Isabel y Fernando, del que, justamente, fue él uno de los más dinámicos artífices. Seguramente los rasgos de modernidad que presentaba la confederación, tanto en los planos político, social y económico como en el cultural frente a la caduca estructura feudal de su Castilla originaria, dibujaban un modelo mucho más prometedor y sugestivo de cara a la cristalización de la utopía cívica humanística.

A otro nivel, el soporte alegórico en que se contiene todo este ideario nos ofrece algunas particularidades sobre las que merece la pena fijar la atención, en la medida en que contribuyen a conferir a esta obra de Palencia   —16→   el carácter humanístico que proponemos. Y es que el cronista se desmarca, en buena medida, de los topoi habituales a la hora de seleccionar los soportes de su alegoría, a beneficio de unos motivos que deben más a su propia experiencia personal que a otra fuente de la tradición escrita.

Cierto es que, aunque el concepto de «triunfo» goza de importante raigambre en la antigüedad clásica, buena parte de los elementos que contribuían a prestar cuerpo y forma a tan fastuosos acontecimientos se hallaban también presentes en muchas de las celebraciones festivas típicas de la Baja Edad Media, entre las que llegaron a poseer una especial significación las famosas cabalgatas de matiz alegórico en que se representaban personajes y gestas de la antigüedad o de tradiciones más o menos legendarias. Pero, establecida esta premisa general, conviene hacer notar también que, desde el punto de vista de las fuentes escritas, es más que probable que Palencia conociera obras de tan amplia circulación como -a título de muestra- el De amore de Andrea Capellanus o los Trionfi del Petrarca. En la primera de estas dos obras se representa la corte del dios Amor con mujeres montadas a caballo y ricamente ataviadas, que se le aparece a un caballero que anda tras su caballo extraviado por los montes. En la segunda se perfilan los triunfos del Amor, la Pudicitia, la Fama, el Tiempo y la Eternidad. Mas una cosa es dar por cierta la familiarización de nuestro autor con estas obras y otra bien distinta afirmar que se inspirara de un modo directo en ellas para su Triunfo. No me parece, por el contrario, excesivamente temerario proponer la hipótesis de que Palencia tomara como modelo próximo para su obra un «triunfo» real y del que, quizá, incluso pudo haber sido testigo ocular; me refiero a la fastuosa ceremonia celebrada por Alfonso el Magnánimo cuando entró victorioso en Nápoles en 1443 -Palencia   —17→   estuvo en Italia desde 1442 hasta 145313-, siguiendo las pautas de la más pura ortodoxia clásica: carro áureo tirado por cuatro caballos blancos, gran acompañamiento de instrumentos musicales, representantes de las diversas naciones y, cómo no, personajes alegóricos tales cual las tres virtudes teologales, las cuatro cardinales y las propias del rey, a saber, magnanimidad, constancia, clemencia y liberalidad14. De aceptarse mi hipótesis nos hallaríamos ante un elemento más de constatación de la buena imagen de la confederación catalano-aragonesa ante los ojos del cronista castellano y, así las cosas, el tratado no sólo habría que entenderlo en términos de exaltación de los modelos cívico-culturales italianos, sino también aragoneses, sin olvidar, por supuesto, la interrelación existente entre ambos desde el asentamiento de la corte del Magnánimo en Nápoles. En cualquier caso, el intento de ofrecer alternativas renovadoras a las estructuras de la corona castellana con la mirada puesta en ambos sugestivos panoramas me parece indiscutible.

Existe aún otro factor a considerar, sobre todo desde la reciente llamada a la atención de R. B. Tate15: la descripción de la morada de la Discreción en la Toscana (capítulo 11) y de las ocupaciones y modos de vida de sus habitantes (capítulo 15). ¿Nos encontramos ante la reelaboración de un mero tópico literario o, por el contrario, Palencia se ha inspirado, una vez más, en un modelo real y vivo con una bien definida intencionalidad? Lo primero que llama poderosamente la atención, a este propósito, es la abundancia y precisión de detalles arquitectónicos y de localización en los que el autor se recrea. El marco que se nos describe es algo más que un locus amoenus al uso, pues a las ya familiares fontanas que riegan frutales y arbustos, a los ornamentales laureles, mirtos y cipreses, vienen a sumarse elementos que trascienden los recursos del motivo común para entrar de lleno en el campo de una precisa concepción arquitectónica: materiales empleados en la construcción de la villa, distribución exacta de habitaciones y patios, situación de los desagües... Pero hay algo más ¿en qué se ocupan Discreción y cuantos con ella habitan la morada? Palencia dedica el capítulo quince a dar cumplida respuesta:

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Et en un lugar enseñavan los primeros rudimentos de las letras; et en otrase tratava de la congruidat; et en otra se absolvían los argumentos; et en otra avía quien con humanidad enseñase cuánto puede el apuesto fablar. En otro lugar los nobles recebían enseñança de las disciplinas morales; en otra parte de la casa varones principales en gravedad escodriñaban los secretos de la natura. Otros procuravan conoscer las dimensiones para alçar la fábrica; algunos, assí mesmo, se esforçaban alcançar facultad en el contar qual les parescía necessaria para aquistar fazienda; otros muchos vacavan a la suave armonía.

Mas de todos la mesma Discreción enseñaba los más escogidos e más aptos a las armas [...] (pág. 364).



O más claro aún, si es que no lo estaba lo suficiente: en la casa de la Discreción se enseña, y se aprende, gramática, geometría, dialéctica, retórica, astronomía, música, filosofía natural y moral y técnica militar. A tenor de todo lo cual parece absolutamente correcto afirmar, con Tate, que en La perfección del triunfo militar «la tradición clásica del recogimiento rural y la fuga del negocio se casan con el estudio de las armas y las siete artes liberales bajo la dirección de la Discreción»16. El propio Tate, mediante un depurado análisis de concomitancias, propone la villa mediceana de Careggi -justo a pocos kilómetros de Florencia- como fuente directa de Palencia en su descripción de la casa de Discreción17. Careggi, villa fortificada en sus orígenes, había pasado a ser, en tiempos de Palencia, un lugar de meditación e instrucción en el que Cosimo de Medici -que moriría precisamente allí el 1 de agosto de 1464- había pretendido no «fonder une nouvelle école mais s’assurer, loin des affaires, une retraite philosophique où il méditait les grands textes antiques redécouverts»18. No hay razón para rechazar que nuestro autor hubiera conocido la villa mediceana durante su estancia en Italia, mas bien sí las hay para afirmar lo contrario, no sólo por la evidencia de las estrechísimas analogías existentes entre la vivienda que nos describe en su obra y Careggi, ya estudiadas por Tate, sino también por su posible relación -quizá sólo conocimiento indirecto y admiración - con el propio Cosimo de Medici, según puede deducirse de los elogios que le dedica en una de sus cartas latinas19. Incluso en el supuesto de que Alfonso de Palencia no se inspirara de una forma tan concreta en la villa apuntada, lo que sí se puede sostener, sin ningún género de dudas, es   —19→   que la morada descrita se ajusta totalmente a los gustos arquitectónicos conforme a los cuales se levantaron las más significativas muestras de la arquitectura semiurbana -no se trata de emplazamientos dentro de la ciudad, pero tampoco demasiado alejados de la misma- estimuladas por la burguesía alta del quattrocento italiano. En definitiva, un diseño urbanístico equilibrado y armónico acorde con la actividad de formación y reflexión que había de acoger en sus muros.

Y, antes de concluir, incompleto quedaría el rastreo de motivos en que se fundamenta la alegoría si no incidiéramos en el que me parece capital desde muy diversos puntos de vista. Me estoy refiriendo al propio protagonista de la obra, a ese personaje-símbolo llamado Ejercicio que, más allá del significado inmediato que encarna en el contexto de la tesis de renovación en la técnica militar que sostiene el opúsculo, es susceptible de otra lectura: ¿no existe, acaso, una sintomática afinidad entre él y el propio Alfonso de Palencia? Como el Ejercicio, también Palencia salió de España camino de Italia y permaneció en ella a lo largo de un dilatado decenio para volver a repetir el viaje posteriormente por un tiempo inferior. Como el Ejercicio, tuvo ocasión Palencia de admirar y valorar en más de una ocasión -ahí está su obra historiográfica y su epistolario- la cultura cuatrocentista italiana, en la que se formó, y el paradigma cívico de la corona aragonesa. También, como el alegórico personaje, alcanzó en Italia un cierto género de triunfo: el del prestigio y reputación personal en los más solventes e influyentes círculos de la Florencia y Roma de la época. Quizá la diferencia entre uno y otro estribe en que, frente al final feliz del Ejercicio, con que concluye el tratado, el cronista tuviera que enfrentarse a una realidad política, social y cultural adversa a su llegada de nuevo a suelo español. Quizá, en esta dirección, quepa interpretar la obra como producto de esa frustación a la que ya me refería páginas más atrás, pero frustación, a no dudarlo, esperanzada, de ahí la impronta didáctica, de enseñanza práctica que no oculta -antes bien, reitera- querer transmitir.

El periplo a Italia del Ejercicio español en busca del triunfo; la crítica a la nobleza ociosa que se apunta en el episodio inicial de la obrilla sobre   —20→   el tema de la caza; la admiración por Barcelona, modelo de actividad mercantil y de esplendor urbano más cercano de las urbes italianas que de las de la corona castellana; la adopción de una villa mediceana, en su vertiente arquitectónica y ambiental, como fuente de la residencia de la Discreción -que, no hay que olvidar, es quien «ilumina» al Ejercicio-; la consecución y ulterior celebración del Triunfo final en Italia gracias al empleo de una técnica militar fundamentada en los pilares de la dirección inteligente y la disciplina y no sólo en los valores individuales; el hecho de que esta victoria se celebre bajo los auspicios de un capitán en cuyo campamento, amén de armas, pueden hallarse libros en abundancia y cuya identidad y hábitat presenta perceptibles resonancias de la corte napolitana de Alfonso el Magnánimo; el Ejercicio, en fin, como trasunto del mismo Alfonso de Palencia... son elementos, todos ellos, que contribuyen a perfilar un didactismo y un alegorismo que confluyen en un espécimen genérico sin nítidos precedentes y sin notorios consecuentes en la literatura española, precisamente por corresponder a un momento cronológico bien delimitado, justo el que coincide con la eclosión de la corriente ideológica y cultural que sentó en nuestra península buena parte de las bases de la ulterior conciencia renacentista: el primer humanismo cívico.



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