Reportaos todos, amigos, |
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del susto que el verme os causa. |
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Hoy entrando en el cabildo, |
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envió desde la sala |
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del rey Felipe segundo |
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el presidente una carta, |
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para que la ejecución |
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de lo que por ella manda, |
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de la ciudad quede a cuenta. |
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Abrióse, empezó en voz alta |
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a leerla el secretario |
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del cabildo; y todas cuantas |
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instrucciones contenía, |
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todas eran ordenadas |
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en vuestro agravio. ¡Qué bien |
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pareja del tiempo llaman |
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a la fortuna, pues ambos |
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sobre una rueda y dos alas, |
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para el bien o para el mal |
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corren siempre y nunca paran! |
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Las condiciones, pues, eran |
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algunas de las pasadas |
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y otras nuevas que venían |
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escritas con más instancia, |
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en razón de que ninguno |
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de la nación africana, |
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que hoy es caduca ceniza |
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de aquella invencible llama |
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en que ardió España, pudiese |
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tener fiestas, hacer zambras, |
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vestir sedas, verse en baños, |
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ni oírse en alguna casa |
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hablar en su algarabía, |
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sino en lengua castellana. |
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Yo, que por el más antiguo, |
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el primero me tocaba |
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hablar, dije que aunque era |
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ley justa y prevención santa |
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ir haciendo poco a poco |
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de la costumbre africana |
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olvido, no era razón |
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que fuese con furia tanta; |
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y así, que se procediese |
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en el caso con templanza, |
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porque la violencia sobra |
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donde la costumbre falta. |
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Don Juan, don Juan de Mendoza, |
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deudo de la ilustre casa |
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del gran marqués de Mondéjar, |
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dijo entonces: «Don Juan habla |
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apasionado, porque |
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naturaleza le llama |
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a que mire por los suyos, |
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y así, remite y dilata |
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el castigo a los moriscos, |
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gente vil, humilde y baja.- |
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Señor don Juan de Mendoza |
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(dije) cuando estuvo España |
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en la opresión de los moros |
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cautiva en su propia patria, |
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los cristianos, que mezclados |
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con los árabes estaban, |
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que hoy mozárabes se dicen, |
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no se ofenden, ni se infaman |
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de haberlo estado, porque |
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más engrandece y ensalza |
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la fortuna al padecerla |
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a veces, que al dominarla. |
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Y en cuanto a que son humildes, |
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gente abatida y esclava, |
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los que fueron caballeros |
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moros no debieron nada |
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a caballeros cristianos |
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el día que con el agua |
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del bautismo recibieron |
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su fe católica y santa; |
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mayormente los que tienen, |
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como yo, de reyes tanta.- |
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Sí; pero de reyes moros, |
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dijo.- Como si dejara |
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de ser real, le respondí, |
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por mora, siendo cristiana |
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la de Valores, Cegríes, |
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de Venegas y Granadas». |
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De una palabra a otra, en fin, |
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como entramos sin espadas, |
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unos y otros se empeñaron... |
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¡Mal haya ocasión, mal haya, |
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sin espadas y con lenguas, |
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que son las peores armas, |
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pues una herida mejor |
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se cura que una palabra! |
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Alguna acaso le dije |
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que obligase a su arrogancia |
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a que (aquí tiemblo al decirlo) |
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tomándome (¡pena
extraña!) |
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el báculo de las manos, |
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con él... pero hasta esto basta; |
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que hay cosas que cuesta más |
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el decirlas que el pasarlas. |
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Este agravio que en defensa, |
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esta ofensa que en demanda |
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vuestra a mí me ha sucedido, |
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a todos juntos alcanza, |
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pues no tengo un hijo yo |
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que desagravie mis canas, |
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sino una hija, consuelo |
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que aflige más que descansa. |
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Ea, valientes moriscos, |
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noble reliquia africana, |
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los cristianos solamente |
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haceros esclavos tratan; |
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la Alpujarra (aquesa sierra |
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que al sol la cerviz levanta, |
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y que poblada de villas, |
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es mar de peñas y plantas, |
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adonde sus poblaciones |
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ondas navegan de plata, |
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por quien nombres las pusieron |
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de Galera, Berja y Gavia) |
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toda es nuestra: retiremos |
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a ella bastimentos y armas. |
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Elegid una cabeza |
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de la antigua estirpe clara |
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de vuestros Abenhumeyas, |
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pues hay en Castilla tantas, |
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y haceos señores, de esclavos; |
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que yo, a costa de mis ansias, |
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iré persuadiendo a todos |
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que es bajeza, que es infamia |
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que a todos toque mi agravio, |
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y no a todos mi venganza. |
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