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Arte Joven




ArribaAbajoNúmero 1

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ArribaAbajoCrónica de arte

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Decía hace unos días un actor muy conocido, que en España carecemos de críticos...

¡Oh! Sí, mi querido amigo, tenéis razón ¡vive Dios!... En España no hay críticos; pero ¿creéis, acaso, que en España hay actores?...

Hay muchos cómicos, muchos cómicos malos, esto es indudable. Muchos cómicos que ni se toman el trabajo de estudiarse el papel, y si alguna vez por una casualidad lo saben, parece que recitan una lección aprendida en la escuela. Hay muchos cómicos á quienes los brazos les sirven de estorbo, que no aciertan á moverlos ó los mueven demasiado; muchos cómicos que tienen la desgracia inmensa de parecerse á un carpintero disfrazado cuando van de frac ó de levita, y que cuando visten la blusa tienen aires de gran señor.

El orgullo ha cegado hasta tal punto á los cómicos, que hoy se creen superiores á todo. Ellos imponen su voluntad á las empresas, á los actores y hasta tratan ahora de imponerse á los críticos. Tratan de amordazar á todo el que diga que el teatro moderno español es una vergüenza nacional (¡hay tantas vergüenzas en España!) y que los cómicos españoles no tienen nada, absolutamente nada, de artistas.

Las obras en muchas compañías pasan por las manos de los cómicos antes de ser admitidas; si ponen su veto, las obras no se estrenan. Algunas veces la primera actriz ó el primer actor u otro de menos categoría, obligan al autor á reformar tal ó cual escena, y el autor -¡pobre mártir!- transige, pues su obra no se estrenaría seguramente si no se amoldaba á estas exigencias.

Antes -y no hace de esto mucho tiempo- los cómicos parecían pordioseros; poco cuidaban de su indumentaria; hoy gastan tanto en el vestir como el aristócrata más acaudalado. Ser cómico ahora y no vestir de levita y de chistera es imperdonable.

Han aprendido de aquel noble actor que anda ahora recorriendo las costas de Levante; han aprendido de aquel caballero tan fino, tan distinguido, tan noble y... ¡tan poco artista!

Era lo único que podían aprender de él; sólo podía enseñarles á vestir bien, con chic. Y lo que es esto lo han aprendido á la perfección; declaro sinceramente que los actores españoles son los que más dinero gastan para vestirse.

Ahora al que pretende entrar á formar parte de una compañía ya no le hace el primer actor recitar versos de Rodríguez Rubí, de Echegaray ó de Zorrilla; sólo le pregunta: ¿Tiene usted buenas levitas? Y el frac, ¿está en buen estado? ¿Cuántos trajes de americana tiene usted?...

Se obliga á los actores á vestir bien, no sólo en la escena, sino fuera de ella; siempre y á todas horas.

De ahí viene que nosotros los críticos seamos declarados incompetentes para juzgar á los elegantes cómicos españoles.

Vestimos con demasiada modestia, y muchas veces pobremente. Vosotros, los cómicos, vais subiendo cada día; nosotros, los críticos, bajamos, bajamos rápidamente. Hay que confesar que ha venido muy á menos la clase de los críticos.

No nos darán la alternativa hasta que nos decidamos á cambiar nuestra pobre americana por la aristocrática levita, y el prosaico sombrero hongo por la reluciente chistera.

Compañeros, ya lo sabéis; si queréis que os escuchen y os hagan un poco de caso, elegantizaos.

¡No quieren críticos los cómicos españoles!... En España no hay críticos que puedan guiarnos -decía uno muy convencido-. Nada pueden enseñarnos los que así se llaman.

Nada pueden enseñaros los críticos, absolutamente nada; no estáis en condiciones para aprender, pues empezáis por no estudiar.

¡Huelgan los críticos, sí, señor!... En España sobra la crítica...

Una buena escoba es lo que hace falta para barrer, para barrer mucho, aunque levantemos nubes de polvo.

Francisco de A. Soler.




ArribaAbajoTres sonetos


ArribaAbajoAl destino


En inquietud ahógame el sosiego
tu secreto velándome, Destino;
no me dejes parar en mi camino;
sin inquirirte, te obedezco ciego.
    Ni hora me des á queja, ni hora á ruego;
aquéjeme tu pica de contino,
y que en el mundo, insomne peregrino,
a cuestas lleve de mi hogar el fuego.
   Quiero mi paz ganarme con la guerra;
conquistar quiero el sueño venturoso;
no me des ocio el que tu entraña encierra
de esclarecer, enigma pavoroso,
y cuando tome al seno de la tierra
haz que merezca el eternal reposo.




ArribaAbajoMuerte


To die... to sleep... to sleep... perchance to dream


(Hamlet, acto tercero, escena IV)                



Eres sueño de un dios, cuando despierte
al seno tornarás de que surgiste;
serás al cabo lo que un día fuiste;
parto de desnacer será tu muerte.
   ¿El sueño yace en la vigilia inerte?
Por dicha aquí el misterio nos asiste;
para consuelo de la vida triste
secreto inquebrantable es nuestra muerte.
   Deja en la niebla hundido tu futuro
y ve tranquilo á dar tu último paso,
que cuanto menos luz vas más seguro.
¿Aurora de otro mundo es nuestro ocaso?
Sueña, alma mí en tu sendero obscuro:
¡Morir... dormir... dormir... soñar acaso!




ArribaAbajoNiñez


Vuelvo á ti, mi niñez, como volvía
a tierra á recobrar fuerzas Anteo;
cuando en tus brazos yazgo en mí me veo;
es mi asilo mejor tu compañía.
   De mi vida en la senda eres la guía
que me aparta de torpe devaneo;
purificas en mí todo deseo;
eres el manantial de mi alegría.
   Siempre que voy á ti á buscarme, nido
de mi niñez, Bilbao, rincón querido
en que ensayé con ansia el primer vuelo,
súbame de alma á flor mi primera
cantándome recuerdos, agorera,
preñados de esperanza y de consuelo.

Miguel de Unamuno.






ArribaAbajoOrgía macabra1

La cena, al principio, fuese porque los comensales no se conocían, ó por la malhadada influencia de los que se sentaron á la mesa, fué triste; apenas si se hablaba, y las gracias eran acogidas con un silencio lúgubre.

El relojero alemán sonreía alegremente con su cara de conejo, llena de barbas rubias, y trataba de grabar en su memoria las frases de un discurso que pensaba pronunciar, y que lo tenía en un papel escrito con lápiz, al lado del plato. Los demás iban comiendo y bebiendo sin hablar.

Al llegar á los postres, de repente, sin transición alguna, comenzaron todos á hablar alto y levantaron el diapasón normal de la voz. Pidieron unánimemente que el alemán pronunciara su discurso, y el hombre confesó con modestia que no se lo había podido aprender. Entonces se exigió que lo leyera.

El pobre relojero, que hacía poco tiempo que estaba en España, se trabucaba á cada momento, y en medio de la chacota de unos y de otros, conservaba su serenidad y seguía sonriendo con su sonrisa de conejo.

Después del discurso del alemán, aplaudido estrepitosamente, empezaron á brindar uno á uno, y luego dos y tres á la vez.

Silvestre y Avelino, que de las vigilias y abstinencias de los días anteriores habían pasado á aquel hartazgo, estaban locos. Brindaron al mismo tiempo:

-Por la amistad que les uniría toda la vida, por el Infinito, que aquella noche se había impuesto á su alma, en el rincón de la iglesia... -dijo Silvestre. Pero Avelino no quiso hablar de Infinito, ni de Absoluto, y brindó por la Ciencia, por la sagrada Ciencia, la religión nueva, por la Humanidad, por la Mecánica...

Felizmente para ellos, nadie les hacia caso; mujeres y hombres bailaban agarrados en el fondo del cuarto. Labarta, el médico, tocaba en el piano un vals vertiginoso con las manos y con la nariz al mismo tiempo.

Los bailarines volvieron á la mesa fatigados. Labarta dejó de tocar el piano y comenzó á contar á Silvestre el argumento de un poema que había escrito, un poema en prosa, tremendo, lleno de frases terribles.

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-¡Hombre! Yo creo que debía usted leerlo -dijo Silvestre.

-Si, sí, que lo lea -dijeron todos.

Labarta salió á buscar el manuscrito, y comenzó á leer sin hacerse rogar.

El contraste de lo que leía con su aspecto jovial de hombre satisfecho de la vida, era curioso. Calvo como si tuviera cerquillo, la cara ancha, la nariz apatatada y rojiza, los ojos entornados, bondadosos y sonrientes, la boca de labios gruesos, el bigote caído, las barbas lacias, largas y amarillentas, tenia el tipo de un fraile espiritual y glotón al mismo tiempo; de hombre pesimista y epicúreo, socarrón y romántico.

El argumento de su poema era tremebundo. El pianista creyó que lo debía de acompañar haciendo acordes en el piano. El médico comenzó la lectura:

«La religión está dando las últimas boqueadas. Una noche, en la catedral de Toledo, en la capilla mayor, donde descansan los restos de los reyes viejos, hablan el arzobispo y dos canónigos de los que aun quedan fieles al catolicismo, y se están preparando los tres para decir, á las primeras horas de la mañana, el santo sacrificio de la misa.»

El pianista con este motivo comenzó á tocar el Introito.

«Se sabe desde hace tiempo que los revolucionarios de Roma han entrado en el Vaticano, y el Vicario de Cristo se ha visto en la necesidad de apelar á la fuga, y disfrazado, va por los caminos buscando un asilo en la tierra que los poderosos no le conceden. Y todos los días se reza en Toledo por él.»

«Aquella noche se oyen unos golpes en la puerta del Perdón de la catedral. Se abre la puerta y aparece un anciano mendigo. Los dos canónigos y el arzobispo le reconocen y se arrodillan ante él. Es el Papa.»

«Pero he aquí que las turbas alborotadoras de Toledo, en donde reina la anarquía, han reconocido al Papa por un nimbo de luz que emana de su cabeza, y al verle han dicho: -Ese es el Pontífice-, y han penetrado en la catedral, capitaneados por un hombre alto y hermoso, cubierto con una capa negra que le llega hasta los pies.»

«Y el hombre vestido de negro ha abierto la soberbia reja de Villalpando, que cierra la entrada de la capilla mayor, y ha subido al retablo y ha tirado al suelo las santas imágenes talladas por los maestros del siglo XVI, y sobre el altar se ha sentado y en su frente se ha leído con brillo de fuego el número 666.»

Después se ha visto entrar la Muerte con una corona de hoja de lata, montada en bicicleta, seguida de una turba de esqueletos de médicos y farmacéuticos, con sombreros de copa encima de sus calaveras, y tras ellos una jauría de perros flacos y sarnosos... Las sepulturas se han abierto, y por las puertas han entrado una legión de esqueletos carcomidos, pedaleando sobre bicicletas, y en los ciclistas se han visto insignias de obispos y de Papas, de beatos místicos, abadesas y doctoras, de reinas y princesas, frailes, caballeros y mercaderes. Y todos los esqueletos han comenzado á dar vueltas vertiginosas alrededor del templo, y una mano diabólica ha hecho sonar los órganos de la santa iglesia catedral, y el coro ha cantado:


«Dies irae, Dies illa,
Salve: seculum in favilla
Teste David cum sibilla

Pero paulatinamente la música se ha animado, y los esqueletos en su carrera han ido perdiendo, el uno la falange de una mano, el otro el calcañal, el otro la mandíbula, y la algarabía de los órganos ha sido cada vez más loca, más vertiginosa, y los esqueletos y las bicicletas se han ido deshaciendo á pedazos, hasta que ha sonado una campana y el silencio. Se ha abierto un foso en el suelo, y han desaparecido todos sepultados.

Y el hombre negro ha bajado del altar y se ha hundido en la tierra, diciendo:

Mors melior vita.»

-Es verdad, es verdad. La muerte mejor que la vida -gritó Silvestre-. Avelino, ¡viva la Muerte! ¡Hip! ¡Hip! ¡Hip! ¡Hurra!

-¡Viva la Muerte! -gritaron unos cuantos en broma, y el pianista comenzó á tocar la Marsellesa...

Pío Baroja.




ArribaAbajoDe mis «Fiestas de alma»

23 Marzo.

Esta mañana, en el Retiro, he visto los árboles de almendro cargados de albas flores, nevados, blancos. á través del ramaje, el cielo está radiante y espléndido. Toda la Naturaleza torna á la vida, rejuvenece; parece que el alma de las cosas vuelve á revelarse. Los pájaros cantan; los arroyos pasan, deslizándose, copiando el sol de fuego y el cielo azul, y entonando su mágica melopea soñoliento. De mis labios brotaban palabras de entusiasmo; nacían en mi mente en confuso tropel ideas y canciones, y de mi corazón surgía un puro sentimiento, un ansia deliciosa de vivir y gozar. La imaginación desplegaba el vuelo de sus alas vigorosas.

Todo era alegría en mi alma juvenil; todo era entusiasmo en mi alma. Mis ojos seguían el vuelo de los pájaros, y tendían la mirada en torno. Todo era alegría en mi joven alma; todo eran esperanzas en mi corazón.

Aquí un árbol de almendro ostentaba su copa desbordante de flores, y soñé con una hermosa virgen -alma de mujer y cuerpo de ángel-; soñé con caricias lánguidas y versos musicales, como aquellos en que los grandes poetas dicen sus inquietudes y sus anhelos.

Sí, alegre estaba mi alma ante esta visión encantadora y riente. Sí, estaba alegre, gozando del voluptuoso renacimiento, saturándose de dulce poesía.

Allá, en la lejanía, un pobre viejo arrastraba la inútil carga de su vida. Aquella figura negra y encorvada se destacaba con fuerza en el fondo blanco, riente, de renovación.

Bernardo G. de Candamo.

Madrid.

«Aspiraciones»




ArribaAbajoIntroducción



Yo quisiera tener las poderosas
garras del león, la astucia de la hiena,
del águila caudal las recias alas
y la elasticidad de la pantera...
Yo quisiera tener de los Titanes
la hercúlea fuerza,
del Genio la potencia creadora,
y de Luzbel la trágica belleza.

La frente coronada de laureles,
el manto flotante, la lira en la diestra,
sobre la áurea cuadriga, arrastrada
por salvajes leones de hirsutas melenas;
yo quisiera, entre cantos triunfales,
al son de las trompas
épicas,
penetrar por las calles magníficas
de suntuosas ciudades helénicas!...
¡Y cantar... y que fueran mis cantos
supremo deleite del mundo... y que fuera
mi voz armoniosa,
cual del arpa las notas
trémulas...
misteriosa, como los murmullos
de la selva...
resonante, como el viento
cuando zumba en las cavernas...
y ruda, y potente, como es de los mares
la voz sempiterna!...
¡Y arrastrar el alma de las multitudes...
ver postrada á mis plantas la tierra,
y que el mundo mirara en mí unidos
el genio de Homero y el genio de César!

Otras veces
quisiera
pasear á la luz de los astros,
por ciudades quiméricas,
y cruzar muchas calles obscuras
tras alguna beldad encubierta...

¡Acudir á la cita amorosa,
ascender por la escala de seda,
y esperar que cantara la alondra
en los tiernos brazos de ideal Julieta!

Vagar por los bosques...
bailar con los gnomos en la floresta,
y bajar á los antros profundos
en donde sus regios tesoros conservan.

Tendido en mi barca,
escuchar de las sirenas
el coro atrayente, las dulces canciones
pérfidas,
¡y dejarme arrastrar hasta el fondo
del mar, donde yacen
las madre-perlas!

¡Quisiera ser Fausto...
y al sombrío
poder de la magia,
evocar los espíritus...
y después de firmar con mi sangre
el terrible pacto, dejar que Mefisto
me guiase á través de sus reinos
laberínticos...
Cabalgando en corceles fantásticos,
entre brujas y trasgos y grifos,
en noches horrendas
surcar del Walpurgis los negros abismos!

¡Y aspirar de gentil Margarita
el casto perfume, sensual y... purísimo!...

¡Quisiera...!
ser del simoun que arrasa
la cólera funesta,
la luz deslumbradora en el relámpago,
del rayo la corriente que cercena...
la encendida nube
que del sol recoge la llama postrera...
palpitar en la luz del crepúsculo,
mecerme en las redes de tul de la niebla,
deshacerme en los siete colores
del Iris!...
   ¡Quisiera,
murmurar en las ondas del Río,
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Dibujo de Nonell.

susurrar con el Viento en la selva,
siendo el Éter reinar sobre el Éter!
¡siendo la Fuerza, dominar la Fuerza!
¡siendo el Todo inconsciente creado,
ser el Todo pensante que crea!...

¡Sí!... locura... locura... locura...
¡ay!... quisiera... quisiera... quisiera...
¡oh, insaciable ambición!... ¡oh, insaciable
sed del alma, que al alma atormentas!

¡No blasfemo, Armonía sublime!
¿no es ley, que aspire el átomo proscripto
a infundirse de nuevo con tu esencia?
¡Mi rebelde ambición no es un delito!
De tu espíritu el alma siendo un átomo,
volver quiere á infundirse con tu espíritu.
Por eso te desea; á tus altares
viene á ofrecerte el santo sacrificio,
y al cielo eleva, cual sagrada forma,
su ardiente inspiración á Lo Infinito!

Ramón de Godoy y Sola.




ArribaAbajo«Amores»

Un tomo, por R. Sánchez Díaz

Pidieron una vez á Picón un juicio acerca de la personalidad literaria de Sánchez Díaz, y el eminente académico se excusó de dar su opinión en un artículo muy hermoso, donde había más literatura que buenas razones. Sin duda Picón temía comprometer su autoridad con una profecía que acaso el tiempo desmintiera, y optó por votar en blanco. No negaré que es virtud muy respetable la prudencia en los varones que ocupan una posición considerable; pero yo, que apenas tengo nada que perder, quiero proclamar las excelencias de este escritor singularísimo, que acaba de dar á las librerías un tomo titulado Amores, tomo muy simpático y muy bien presentado en su estructura material. He de decir, de paso, que vamos progresando en el arte de hacer libros. Los autores jóvenes cuidan con amor sus ediciones y nos presentan tomos preciosos.

En este libro, Amores, hay catorce cuentos, No, no son cuentos, nombre un poco banal y manoseado. Son catorce trabajos en los que se relatan cosas muy interesantes, jirones de vida, estados de alma, dolores, pasiones, amores, odios y miseria; ¡pero todo tan vigoroso y tan de primera mano! Porque circula por ahí una literatura canija que es un puro pastiche, cuentos de cuentos, inspiración libresca. Los profesionales de la literatura apenas suelen ver la vida más que á través del papel impreso. Viven en los ateneos, en los cenáculos, en los cafés y en las redacciones, y así incurren en lamentables dislates cuando, por ejemplo, quieren describir el campo, que no conocen más que por otras descripciones literarias, ó por haberle visto desde la ventanilla del tren. En una Revista nueva he visto un trabajo, donde el autor nos dice que había amapolas «entre las ramas», como si fuesen peras. Y otro, señor de muchas campanillas, oyó cantar la alondra en un sitio donde nunca suelen cantar las alondras. Esta sería una alondra literaria. Y en uno de los últimos números del Blanco y Negro apareció un dibujo en colores, representando una mujer que, según la intención del dibujante, estaba aburridísima del invierno, y al sentir los primeros hálitos de la primavera exclama, conforme al rótulo del pie: ¡Ya habrá violetas en el campo! No saben en Blanco y Negro que la «modesta violeta», no aguarda á la estación florida en nuestro país, sino que, en pleno invierno, su aroma la delata oculta entre la hierba. Si se hubiesen enterado á tiempo, no había nada perdido, porque bastaba con suprimir el rótulo impertinente de la escuela inmortal de Orbaneja, substituyéndole con otro cualquiera, por ejemplo: ¡Ya se van los quintos, madre! ó ¡Qué ricas están las uvas! Aunque, bien mirado, lo mejor era suprimir el dibujo, y, mejor todavía, suprimir el Blanco y Negro, esa publicación bella como el envoltorio de una libra de chocolate, compendio perfecto de la vida cursi y asilo de mendicidad literaria.

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Santiago Rusiñol

Sánchez Díaz expresa sensaciones directas, tomadas en los propios manantiales de la vida, y las expresa con una energía inaudita. Es gran engaño pedir á los libros inspiración, cuando tenemos ante los ojos el texto inagotable de la vida, que ofrece impresiones intensas, mientras que las sensaciones librescas obran por repercusión, perdiendo en la trayectoria gran parte de su fuerza, de modo que son meras impresiones de impresiones, pálidos rayos de luna... retórica,

Este literato montañés es toda una personalidad inconfundible, una musa robusta y fresca que trasciende á naturaleza, que trae aromas sanos de bosque y vibraciones de un corazón que parecen martillazos.

Acorralados, La sangría, Pasión y muerte y La noche triste, son cuatro narraciones trágicas, con expresiones é imágenes llenas de vigor y novedad; La leyenda del cantar recuerda á Pereda en su más bella manera; Enamorada es un drama exquisito contra los detractores del corazón de la mujer; La despedida, El cantero, Ensueño interrumpido y El violín mágico, son cuatro trabajos de la más delicada contextura, y cierra el tomo Alma revuelta, ensayo de fina psicología.

En resumen, este libro revela muchas cosas: un temperamento literario, una personalidad neta, una pluma nerviosa y enérgica, que contrasta con el linfatismo de que adolece una buena parte de la literatura. Revela además, que Sánchez Díaz no es un alma impasible, que el hielo del escepticismo no ha matado la fe de su corazón, su gran fondo de piedad y ternura, ese manantial que tanto jugo presta á las obras literarias. Se revuelve á veces en hermosos accesos de pasión contra la injusticia individual y colectiva, y aun contra la naturaleza, que es la injusticia misma, según Renan, como en La noche triste, cuando el airazo helado bramaba «el himno odioso contra los humildes».

El arte de Sánchez Díaz es todo lo contrario del frío arte académico que suprime las emociones; es un arte libre é impetuoso, sincero, vibrante, por donde corre la sangre caliente y se oyen los latidos de un corazón generoso puesto al servicio de una mentalidad muy bien dotada.

T. Orbe.




ArribaAbajoCarreteros inmortales

Mi amigo Soler, director de Arte Joven, me dispensa el honor de solicitar mi colaboración para su independiente semanario, que no le ha gustado á Carretero...

Coincide con este juicio del Sr. Carretero la designación de los Sres. Menéndez Pidal y conde de Reparaz para ocupar los sillones vacantes en la Academia Española. De donde resulta que hay más Carreteros en el mundo de las letras.

Y pase que el Arte se halle en declarada disidencia con el Sr. Arre, digo, Carretero, porque esto debe suponerse, como el valor del soldado; lo que no puede pasar sin protesta, sin un grito de mi más sincera indignación, es el olvido que envuelve la candidatura académica puesta en circulación, de otros Carreteros de nuestra alta crítica.

La combinación resulta coja, no hace clase. En la Academia hay ya poetas, á pesar de Ferrari. Hay filólogos, aunque Commelerán sea una parodia de lo mismo; hay autores dramáticos, no obstante el escultural Sellés; hay novelistas, hay historiadores, hay machos, en fin. Todos son machos.

Señoras no hay ninguna. Las corrientes van por ahí y los académicos no abren la mano en estas elecciones de inmortales. No introducen damas en el augusto recinto del idioma acicalado, tal vez porque hacen cosas malas.

Pero respecto á este particular ya estamos en el secreto los pocos españoles que leemos. La misma Pardo Bazán, á la cual quiero aludir y aludo delicadamente, no se asustaría en aquella casa; está curada de espanto. Conoce el diccionario, ha hojeado la gramática, y los disparates lingüísticos no le pueden ruborizar en modo alguno. Debemos, pues, sentar á la señora Pardo como representante ilustre del feminismo en auge.

También hay que sentar á Clarín, ese comendador de la docta casa. Sus aldabonazos nos tienen inquietos y escandalizados. Con los bombos que él ha dado á Menéndez y Pelayo á Galdós y á Valera hay materiales para hacer otra Correspondencia de España arrancando desde los tiempos de su fundación. Es el Mestre de las eminencias más ó menos auténticas. Es la Pardo con pantalones. Es la más gallarda representación de la crítica feminista, que carece de delegados en la Academia.

¡La Pardo Bazán! ¡Clarín! ¿No opinan ustedes que llenan un vacío. Mi candidatura debe triunfar; es modernista por los cuatro costados.

Falta un tercer candidato para completar las tres vacantes por defunción. Pues bien; yo no quiero decirlo todo. Busquen ustedes por ahí. Yo no diré el nombre. Me limitaré á señalar una orientación... Sienten ustedes al primer Carretero que les salga al paso.

Un Carretero inmortal es otra novedad de tomo y lomo.

Dionisio de las Heras.

Nota. Impreso este artículo, leo que Menéndez Pidal y el conde de Reparaz son ya inmortales de necesidad. He llegado tarde. Pero ¡ahí queda eso!




ArribaAbajoCartas de Barcelona

Ramón Reventós


A los

Intelectuales madrileños, para decirles:

Que nunca le hubiera pasado por mientes, avezado á usar en los mil y quinientos actos de la vida su lengua catalana, el dirigirse directamente á los españoles en castellano y sin previa traducción; pero amigos como Soler y Picasso me lo pidieron, y esto, con un vago deseo de probar cómo iban saliendo mis pensamientos bajo un traje nuevo, es lo que me mueve á escribiros lo que pasa en Barcelona en cuanto á Artes, creyendo que las apreciaciones, lo mismo que los manjares, podrán, conforme sea el guiso, ser más ó menos apetitosas, pero no más nutritivas, que después de mucho vestir trajes dorados se acomoda uno con placer en traje de hilo, y que artículos incorrectos no serán cosas nuevas para los que lean crónicas y cartas periodísticas, pues Luis Bonafoux, si algunas veces piensa, no sabe qué cosa es escribir con corrección, y en cuanto á Gómez Carrillo, el hombre de los chalecos, ni piensa ni escribe (y perdón por lo del hombre), y así:

Queridos intelectuales madrileños: Yo estoy bueno, y me alegro, pensando que también vosotros estáis bien, y empecemos por lo más importante después de la salud de que ya hablamos.

Indudablemente Ricardo Strauss es hoy el más notable y atrevido de los grandes músicos europeos, y esta notabilidad indiscutible se ha enamorado de nuestra ciudad, mandando al Orfeó Català un notable coro del que hablaré después, por considerar á la cita da sociedad como la única apta para ejecutarlo, y viniendo él en persona á dirigir este coro descriptivo y á darnos á conocer dos de sus grandes concepciones.

Las mil y una granujadas de un pillastrón llamado Till Tulenspiegel constituyen el argumento del primero de los poemas musicales, con alma de poema literario bien notable, también con el carácter del protagonista magníficamente dibujado y lleno de incidentes encantadores por la verdad, por el acierto en ser colocados donde están. Para lograr esto, Strauss llega hasta inventar instrumentos grotescos, no se para ante las disonancias más atroces y arma cada zipizape que parece que estallan las cuerdas de violines y violones y que han de echar los bofes por necesidad los pobres sopladores del metal. ¡Parece mentira que el bombo y los platillos puedan tornar parte tan activa en una pieza de concierto!

El carácter del personaje se presenta con unos pocos compases que forman el motivo, que se repite constantemente después de cada travesura, y este motivo no puede dar una idea más exacta de despreocupación descarada, llena del houmour que encanta al pueblo, de vena de bufón de la canalla, y así veríais cómo la orquesta trina delicada una pasión amorosa que se rompe de súbito con un estruendo de platillos para dejar sonar el maldito motivo que escupe en la cara del amor; el pueblo se divierte, suena el baile lleno de alegría, y de repente una explosión terrible (pero terrible horrorosamente, expresado por la orquesta), viene á interrumpir el regocijo y se sigue el huir atemorizado del gentío, que se aleja dando gritos y chillidos, pero verdaderos gritos y chillidos humanos con las trompas y violines y persiguiéndolos vuelve á sonar el motivo con que se ríe Till de los suyos, espantados por tan triste jugarreta; y luego muchos más incidentes del mismo cómico grosero, característico del personaje; sus bodas, acompañadas por una marcha nupcial que tocan soplando dentro unos pitos y rascando huesos con hierro y á compás, y finalmente suena la orquesta llena de grandeza; estamos en plenos funerales del rey que rabió, y cuando con más solemnidad se escucha el rezo, Till empieza á echar basura por la boca sobre el regio cadáver, y en aquellas frases de la orquesta se ven maravillosamente retratadas la injuria verdad, la calumnia grosera, la reticencia maliciosa, y vuelve á sonar la voz del pueblo lleno de indignación contra aquel cínico, y otra vez, dominándole por medio de la risa, el motivo procaz desvergonzado. Para en la horca, el pueblo le contempla horrorizado, el clarinete canta su postrer discurso, la orquesta lanza la exclamación de horror del populacho, los violines dan idea de su postrer contorsión, y luego el pueblo se retira, y la orquesta, dividida en dos bandos, nos da la idea del cadáver balanceándose, suum... á la derecha, suum... á la izquierda, y al llegar al medio un grito salvaje, y esto dura, dura mucho, como una agonía, hasta que al fin el bombo y los platillos ponen fin, y vuelve á sonar el primer motivo mofándose del público.

Y cuando quedábamos atónitos artísticamente enamorados de aquella obra grotescamente sublime que nos atraía con su belleza, pero que laceraba nuestra sensibilidad, con el espectáculo de lo gracioso burdo, del chiste grosero, dominándolo todo con la risa y rompiendo con el estruendo de sus carcajadas los purísimos cristales de la bondad, de la admiración y la belleza, el gran Strauss, como si no quisiera dejarnos admirados tristemente, ejecutó ante nosotros otra obra que es más que bella, puesto que es generosa.

Que es generosa, que llena el corazón de esperanza á los que luchan, es quizá el mejor elogio de una «Vida de héroe».

Contaros cómo Strauss cuenta esto, es imposible; mostraros la dulzura del canto de amor á la amada, de lo hermoso de la respuesta de ella, explicar lo definido del carácter de los antagonistas, dar una idea solamente de la grandiosidad del combate con el estruendo de clarines y atabales, con el choque del metal contra las cuerdas y los instrumentos de madera que parece van á hacerse cisco, oh no, inútil, completamente inútil; hay que oírlo.

Tenía que hablar del coro al Anochecer, pero no tengo espacio, queridos intelectuales, y como en la carta próxima voy á hablar de literatura, contentaros con saber que es grande, llena de paz, de serenidad, la primera condición de toda obra bella.

Adiós, amigos.

Ramón Reventós.

Barcelona 11 Marzo 1901.




ArribaAbajoOración de Eliezer

(De la Adoración de los pastores.)

No, esta noche no podría cerrar los ojos. Por la parte lejana de Betlehem se oyen murmullos de gozo; en los árboles de los campos de Ruth se perciben palpitaciones de alegría; diríase que el arpa del pastor David se desvela y suspira. Dentro de mí me parece oír una voz que bajo, muy bajo, me dice: ¡Vela y espera! Sí, yo velaré hasta que á Dios le plazca. La noche no ha sido hecha para dormir, como dicen los que mucho duermen en el mundo; la noche es para velar y para contemplar á quien la hizo. Oh, noche, hermosa noche, ¿qué es lo que tienes envuelto entre tu azul sereno? ¿De qué es signo la estrella que en Betlehem resplandece? ¿De qué nuevo astro proceden estas nuevas luces que atraviesan el cielo?...

Jacinto Verdaguer.

(Traducido del catalán expresamente para Arte Joven.)




ArribaAbajoNuestra estética

Ideas de Goethe

El verdadero poeta recibe de la Naturaleza el conocimiento del mundo, y para pintarlo no tiene necesidad ni de mucha experiencia ni de una gran práctica.

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Un hombre de talento no viene al mundo para aprenderlo todo por sí propio, sino para volverse del lado del arte de los buenos maestros, susceptibles de hacerle apto para algo. He leído estos últimos días una carta de Mozart en la que responde aproximadamente en estos términos á un barón que le había enviado composiciones suyas: «Los señores dilettanti merecéis un doble reproche; he aquí la alternativa en que os encontráis habitualmente: ó no tenéis ideas propias y tomáis las de los otros, ó si tenéis ideas no sabéis sacar partido de ellas.» ¿No es esto hablar como un Dios? Y este oráculo, escapado de la boca de Mozart, á propósito de la música, ¿no es aplicable á todas las artes?

«Si vuestro hijo, decía Leonardo de Vinci, no tiende á dar relieve á lo que dibuja por sombras bastantes vigorosas para que haya el deseo de coger los objetos con la mano, no tiene talento.» Y más tarde, Leonardo de Vinci añade: «Cuando vuestro hijo posea plenamente la perspectiva y la anatomía, ponedle con un buen maestro.»

Pero hoy nuestros jóvenes artistas apenas comprenden estas dos cosas cuando abandonan sus maestros. Carecen de alma y de talento; sus invenciones son insignificantes y sin efecto.

He visto en mi viaje á Italia un cuadro de Correggio que representa la infancia de Jesús; el niño está sobre las rodillas de María; se le ve dudar entre el seno maternal y una manzana, no sabiendo como fijar su elección. En ese cuadro hay talento, sencillez, sentimiento. Esta composición sagrada se ha hecho interesante para toda la humanidad; se diría el símbolo de un período por el que todos pasamos. Es ésta una imagen imperecedera, porque se adapta á los tiempos más antiguos de la humanidad, como á su más lejano porvenir. Si, por el contrario, se quisiera pintar al Cristo haciendo venir á él á los niños, se tendría un cuadro cuyo sentido sería nulo en absoluto, ó al menos poco importante.

Hace ya más de cincuenta años que observo la pintura alemana, y no solamente la observo sino que procuro influir en ella. Lo que puedo decir en este momento es que en el estado actual no hay mucho que esperar. Es necesario que surja un gran talento que acapare en un momento cuanto la época tiene de bueno y lo sobrepase todo. Los recursos están reunidos, los caminos indicados. (1826.)

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Los progresos de la teoría y del mecanismo conducen á los compositores modernos á resultados asombrosos. Sus trabajos ya no son musicales; se elevan sobre el nivel de las sensaciones humanas; el espíritu y el corazón son igualmente importantes para interpretar sus producciones.

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A nosotros los escritores nos sucede como á las mujeres. Durante el parto protestan de tener más relaciones con sus maridos; pero al poco tiempo están nuevamente en cinta.

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Sólo se triunfa de una grosería con otra mayor.

Goethe.




ArribaAbajoDe la muerte de Don Juan



Es corona en tu frente la inocencia
que sonríe en tu boca inmaculada,
y de un místico amor enamorada
buscas el cielo, cual divina esencia.
Mas yo veo, en la blanca transparencia
de tu rostro, en tu lánguida mirada
y en tu actitud sumisa y desmayada,
los secretos que vela tu existencia.

   Tú domaste al amor y á los placeres
ciñendo al cuerpo el bárbaro cilicio:
pero aunque santa entre las santas eres
¡cuántas veces tras fiero sacrificio
no envidió tu virtud á esas mujeres
que encenagan sus noches en el vicio!

Guerra Junquero.




ArribaAbajoNotas

Estos días hemos visto por ahí algunos pasteles titulados Electra; entre otros, uno en el escaparate del acreditado paisajista señor Lardhy.

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Cristóbal de Castro falta á la verdad de un modo deplorable. ¿Cómo?... Llamando á Pasteur insigne cirujano, cosa que no fué nunca.

Estudie el Sr. Castro y aprenderá á distinguir la Cirugía de la Veterinaria. No es muy difícil, Sr. Castro.

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Venecia (7 de Octubre de 1786).

Anoche vi, en el teatro de San Crisóstomo, Electra, de Crebillon; traducida, por supuesto. No puedo decir cuán empalagosa parecióme la obra, y lo terriblemente pesada que se me hizo. -Goethe (Viaje á Italia).

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Nuestro querido colaborador R. Godoy y Sola, publicará en breve su libro de poemas, titulado Aspiraciones.

Es este un libro de hondo sentimiento artístico, en el que su autor muestra una marcada tendencia modernista. Sus versos son flexibles y variados, desarrollándose en extraños ritmos musicales.

Aspiraciones es la obra de un gran artista y el prodigio de un artífice exquisito.

El público no leerá con gusto este libro; pero la juventud intelectual que no vive retraída del nuevo movimiento artístico, aplaudirá la obra y admirará al joven maestro.

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En el número próximo publicaremos, entre otros, trabajos de Santiago Rusiñol, Nicolás María López, Antonio Busquets y Punset, Dionisio de las Heras, Bernardo G. de Candamo, Camilo Bargiela y Alberto Lozano.

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Sabemos que á los encandilados gomosos madrileños y á las ilustradas señoritas de la aristocracia, no les ha gustado Arte Joven. Esto, que parece tendría que contrariarnos, nos satisface inmensamente.

No podemos ser simpáticos, de ninguna manera, á los lectores asiduos de Blanco y Negro y á los coleccionistas de cromos de las cajas de cerillas.

¡Ah! y á propósito: les participamos que ya ha salido la serie 18.

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Arte Joven saluda á la prensa en general y particularmente á los periódicos que luchan por el arte, despreciando viejos rutinarismos.

A los redactores de Joventut, de Barcelona, manda un cariñoso abrazo. Arte Joven ha sido acogido allí con entusiasmo; nosotros, que no tenemos compromisos con nadie y poseemos suficientes energías para despreciar á los que, solapadamente, tratan de hacernos fracasar en nuestra obra de regeneración, vemos con admiración un periódico que sustenta ideales similares á los nuestros y que sabe seguir su camino, á pesar de las burlas de los ignorantes y de las zancadillas de los envidiosos.

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Hemos recibido los periódicos siguientes:

Joventut, La Música Ilustrada y Catalunya Artístico, de Barcelona; Idearium, de Granada; el Eco de Sitjes, de Sitjes; á vida Moderna, de Oporto; Le Progres Artistique y Les Temps Nouveaux, de París, y Heraldo de Valladolid, de Valladolid.

Queda establecido el cambio.




ArribaAbajoAviso importante:

La Redacción y Administración de Arte Joven queda establecida, desde este número, en la calle del Olivar, 18.

Imprenta de Antonio Marzo, calle de las Pozas, núm. 12.

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ArribaAbajoNúmero 2

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ArribaAbajo¡¡Toros!!...

El domingo de Pascua se inauguró la temporada taurina. Con pesar inmenso debemos confesar que el público que asistió á este bárbaro espectáculo fue numeroso, tan numeroso, que llenaba la plaza por completo.

La corrida no ofreció todos los atractivos que los buenos aficionados esperaban: no hubo hule, no se derramó sangre humana.

En cambio la corrida del día siguiente fue soberbia, completa. Los toros, superiores; Fuentes y Conejito hechos unos colosos y el pobre Cerrajillas corneado atrozmente por la fiera.

El pueblo soberano, ese pueblo que no lee un libro, pero que no pierde una corrida; ese pueblo que se llama liberal y quiere incendiar conventos y bailar en las iglesias, gozó, gozó mucho el lunes de Pascua.

Somos los españoles incorregibles, no escarmentamos nunca. Hemos perdido las colonias riendo, divirtiéndonos, y ahora, en lugar de procurar regenerarnos, seguimos riendo sin hacer caso de la lección recibida.

No queremos redimirnos: levantamos nuevas plazas de toros en vez de crear escuelas; bromeamos, reímos siempre, nos divertimos á todas horas y no procuramos regenerar á la industria, al comercio y á la agricultura, que están dando las últimas boqueadas.

No hablemos del Arte. El Arte español es una parodia; se ríen de nosotros todas las naciones. En París hemos representado el último papel, hemos actuado de partiquinos, y según el parecer de muchos ni para eso hemos servido.

Vemos á la muerte que se aproxima y que amenaza acabar con nuestra existencia; pero es tal nuestra corrupción, que viendo que vamos á morir no luchamos, esperamos nuestro fin y ni siquiera procuramos acabar gloriosamente.

Sabido es que hoy día se considera más gloriosa la muerte del torero que la del soldado. El que muere de una cornada es inmortal: todos se acuerdan de Espartero. El que muere de un balazo es olvidado: ¿quién se acuerda de Santocildes?...

Sí; es para la mayoría más glorioso morir de una cornada que defendiendo una bandera; es para muchos más hermoso morir en una casa de prostitución abrazado á una meretriz indecente que morir al lado de la esposa y de los hijos.

Lo hemos perdido todo: la dignidad y la vergüenza.

¡Bien, pueblo, bien! Sigue tu camino, ve á los toros y satisface tus instintos crueles viendo correr la sangre. Refocílate, ríe, canta, grita y aúlla, que tarde o temprano tus carcajadas se trocarán en sollozos. Sigue, sigue tu camino, que no siempre serán rosas lo que encuentres á tu paso; se acabarán un día los Tancredos y los Bombitas.

Los periódicos dedican números enteros á la fiesta nacional. Solemnizan con entusiasmo la inauguración de la temporada y llenan sus columnas reseñando los incidentes de la corrida.

¡Oh, la prensa española! Embrutece en vez de enseñar, fomenta la estupidez en vez de procurar inculcar nobles ideales.

Nosotros, que somos españoles, pero que no gustamos de la fiesta nacional; nosotros, que no queremos demoler conventos ni comer carne de fraile, sin duda porque tenemos de la libertad una idea muy elevada, vemos la agonía de la vieja España y, aunque parezca ridículo, tenemos fe en el porvenir.

Tenemos fe en la juventud que trabaja y piensa y quizá por esto no vemos con espanto la catástrofe que se avecina. Confiamos edificar sobre las ruinas de un pueblo caído por sus vicios, un pueblo grande, noble, amante del Trabajo, del Arte y de la Ciencia.

No nos preocupemos, pues. Dejémosles que rían y se diviertan, demos al pueblo lo que pida. Cuando las fieras quieren sangre, dadles sangre, dejadlas que se harten de ella, dejadlas hasta que revienten.

Hoy nuestra misión es esperar. Esperemos arma al brazo, los acontecimientos, limitándonos solamente á protestar de que en España y en el siglo XX siga celebrándose un espectáculo inmoral y bárbaro patrocinado muchas veces por las autoridades.

Francisco de A. Soler.




ArribaAbajoLecturas

Diario de un enfermo, por J. Martínez Ruiz


Martínez Ruiz, el joven escritor, cuya vigorosa crítica tantos enemigos le ha creado, acaba de publicar un libro nuevo, de un arte modernísimo y personal: Diario de un enfermo.

Varias veces he visto á Martínez Ruiz. Lo inexpresivo de su fisonomía, la inmovilidad absoluta de su cuerpo, el reposo de sus gestos, todo me lo ha hecho poco simpático. He sentido verdadera repulsión hacia aquel hombre, á quien sin embargo admiraba intelectualmente y cuyas obras siempre me parecieron hijas de una inteligencia privilegiada, dotada de extraordinario equilibrio.

El seco y duro estilo de este autor, sin floreos ni caireles meridionales, rígido, procede del estilo seco también de nuestros clásicos. á veces vemos aparecer bajo las ideas cristalizadas en ese estilo genuinamente castellano, la evocación poderosa de tal o cual místico, de tal o cual escritor picaresco.

La prosa de este escritor es genuinamente castellana; pero en cultura no se limita á nuestras vetustas y gloriosas letras. Conoce la obra de todos los grandes maestros, cuyo influjo es en él apenas perceptible, por lo poderoso y firme de su personalidad. Martínez Ruiz es uno de los elementos más importantes de lo que un ilustre crítico y poeta catalán -he nombrado á Juan Maragall- llama la nueva escuela castellana.

El Diario de un enfermo es un hermoso poema del deseo, la posesión y el abandono. Es la odisea de un alma de artista que persigue tenazmente el ideal, que se esfuerza por conseguirlo; y cuando lo posee, cuando siente entre sus brazos el cuerpo de la mujer amada, cuando las luchas parecen darle una tregua, la suerte le arrebata su amor tan ansiado; y siente entonces el abandono, la inutilidad de la vida; llora y suspira. Pero una sonrisa frunce sus labios, una amarga é irónica sonrisa.

«Alborea. El Oriente se enciende en pálidas claridades de violeta. Tintinea cristalina una campana. La lámpara, sollozante con imperceptible moscardoneo, se apaga á la luz indecisa del crepúsculo, refleja, niquelado, sobre la mesa.»

Las inquietudes de esta alma de artista, que inquiere, que va en pos de la engañosa felicidad, están admirablemente descritas.

¡Y qué hermosa es la mujer aquella, cómo se siente que vive, que tiene alma y cuerpo, y que no es la virgen misteriosa y pálida, de cuerpo vaporoso como niebla, monstruosamente alejada de la realidad, creada por nuestras imaginaciones enfermizas y demasiado juveniles! ¡Sí, ese amor, es un amor de artista. Y en la cristalización de esos sentimientos, se ve toda la sinceridad de un poeta que sabe idealizar lo real, dándole forma delicadísima en un estilo pobre y rudo, pero vigoroso, sin afectación.

He leído ese libro hermoso y sincero, con todo el recogimiento de mi alma, lo he leído oracionalmente, dejándome penetrar por el dulce sentimiento que de él se exhala.

El ilustre critico español González Serrano, ha calificado al espíritu de Martínez Ruiz de espíritu frío y poco entusiasta. Yo creo ver en él un alma de gran artista, cultivada por el estudio y la reflexión, cosa rara en nuestros escritores jóvenes, que aspiran á hacer un arte espontáneo, sin influencia alguna.

Goethe, el dios de Weimar, el gran pagano, se horrorizaba del desenfado de un joven alemán que decía saberlo todo, tener una gran concepción del mundo y de la vida y que juraba no volver á hojear un solo libro. Así nuestra juventud intelectual, desdeñosa de los maestros, que pretende ser espontánea, y que hace el efecto maravilloso é inusitado de esos prestidigitadores de café, que sacan indefinidamente cintas de la boca, sin que los espectadores puedan darse cuenta de cómo se verifica el prodigio.

Bernado G. de Candamo.




ArribaAbajoInducciones

Ensayos de filosofía y de crítica, con fragmentos del Evangelio de la Vida por Pompeyo Gener


Si no conociera á Pompeyo Gener, declaro que no leería sus Inducciones. Por regla general, en España estos libros filosóficos y críticos no suponen ni talento ni arte; sólo ponen de manifiesto escandalosos atracos á bibliotecas y una pedantería insoportable en el grafómano que pretende venderse por pensador.

Pompeyo Gener es de los que realmente piensan y sienten, y su temperamento de artista le evita el hacerse pesado y mazorral, como la mayoría de los vulgarizadores científicos que nos abruman con sus temibles conocimientos.

Lo que más me seduce en el escritor catalán es el espíritu sano que informa sus lucubraciones y el ambiente de juventud que se respira en sus escritos.

«El intelecto -dice Gener en el prólogo- debe marchar adelante, sin odio alguno, impasible ante lo que derriba y sin curarse de lo que pueda surgir de lo que siembra. Especulando sobre la realidad fenomenal, si algo se hunde es que no estaba bien cimentado. Llevando por guía el superior interés humano, la vida, intensiva, extensiva, ascendente, sólo obras vitales puede producir. Si algo aleja, serán sólo fantasmas del pasado.

No escribo para los timoratos ni para los de mente débil o subyugada por prejuicios. Éstos que no me lean. Escribo para los espíritus fuertes y libres, y, sobre todo, para los jóvenes. Sí, para la juventud, que es la flor de la humanidad, la simiente de la nueva vida, que precontiene en estado latente las energías futuras.»

Y lo que dice Gener en el prólogo lo mantiene en el libro. Es una obra de sinceridad absoluta, y fiel á sus convicciones positivistas induce con entera libertad, sin preocuparse de los fines á que llega.

Gener supone, como Vauvernagues, que la claridad es la buena fe del filósofo, y en la exposición de las cuestiones más abstrusas hace gala de una diafanidad admirable. Léase El barón de Fuerbach y la izquierda hegeliana. No puede explicarse con más nitidez la derecha, centro é izquierda de la escuela de Hegel, que partiendo todos sus adeptos del análisis de la antinomia, llegaron los de la extrema izquierda con Fuerbach al homo sibi Deos (el hombre Dios para sí mismo), y con Max Stirner, el padre intelectual del anarquismo, á los radicalismos del Único, suponiendo absurdas y perjudiciales las ideas de moral, de deber, de humanidad y de justicia.

Esta claridad dimana indudablemente de que el Sr. Gener no es de esos filósofos de refilón -y perdonen la palabra- que patinan sobre las cuestiones sin penetrarlas. Las ideas que analiza el escritor catalán se las asimila, las convierte en carne espiritual antes de explanarlas con nuevos matices y tendencias progresivas; estúdiense si no las disquisiciones filosóficas y sociales contenidas en Inducciones para convencerse de la verdad de lo aseverado.

La nota predominante en las lucubraciones del Sr. Gener no puede ser más consoladora ni más humana: la vida, el amor, no impuesto como dogma o como deber imperativo, sino haciendo constar que es el resultado del crecimiento de la vida, el provocador de la belleza, la más fundamental de las leyes sobre la tierra, lo que ha caracterizado todas las altas civilizaciones humanas...»

Las Inducciones del filósofo, por tan ciertas y serenas vías, llevan su alma á las inefables regiones del poeta, y el pensador que con el Hiperpositivismo dice: «Allí donde el bien en sí y la verdad absoluta han naufragado, el arte se salva y erige sus hermosas construcciones»; y él, que estudiando á Nietzsche, no le satisface el superhombre como tirano del hombre, y opina con Carlyle, Emerson y Ruskin que el héroe, el hombre sobrehumano, debe ir al frente de los demás para conducirlos, pero que no tiene derecho á oprimirlos, ese filósofo que exclama: «Si Nietzsche hubiese tenido el corazón de San Francisco, hubiera sido el más grande profeta que han visto los siglos», ese filósofo tiene que escribir con la inspiración que lo ha hecho Pompeyo Gener las grandilocuentes é intensas páginas del Evangelio de la Vida: Soledad, Silencio y Noche.

Camilo Bargiela.




ArribaAbajoGotas de tinta



He templado las cuerdas de mi lira,
al eco de su voz entrecortada,
cuando sedienta de placer suspira;
asomándome al cielo, en su mirada
he creído ser Dios; ¡y no es mentira,
porque reino en un alma enamorada!

   Soy un pobre, verdad; un ignorante.
   Tú eres sabio y soberbio.
Yo cuando pueda compraré tus libros
y buscaré maestros;
tú, cuando puedas, busca por el mundo
quien te enseñe á sentir como yo siento.

   Me demuestras que no somos iguales
porque haces de la holganza tu elemento;
yo trabajo, y escuchas mi lamento
sin que te muevan á piedad mis males.
   Si defiendo tendencias radicales
del socialismo, con medroso acento,
hablas de religión, de sentimiento,
de la ley, de los lazos fraternales.
   El pecado de Adán, trajo consigo
un castigo de Dios al ser humano.
Si logras evadir este castigo,
¿por qué invocas su nombre soberano?
Yo no tengo que ver nada contigo,
ni eres hijo de Dios ni eres mi hermano.

Alberto Lozano




ArribaAbajoLa vida

En las pasadas elecciones, más que en otras algunas elecciones, el pueblo soberano, el buen pueblo de electores, panurguista, vasallos sumisos de politicastros y cínicos mangoneadores, ha desertado de las redentoras urnas electorales. Las urnas han quedado desiertas, y el censo, íntegro y avasallador, abocado como siempre por rojos ó negros interventores, ha dado el triunfo, igual que ayer, lo mismo que mañana, á monárquicos ó republicanos. ¿Para qué votar? ¿Para qué consolidar con nuestra blanca papeleta cándidamente el Estado? El Estado es el mal; el Estado es la autoridad, y la autoridad es el tributo que esquilma al labrador, la fatiga que mata en la fábrica, la quinta que diezma los pueblos y deja exhaustos los campos, el salario insuficiente, la limosna humillante, la ley, en fin, que lo regula todo y lo tiraniza todo.

No votemos. Tratadistas de derecho político, ateneístas hueros, catedráticos tartufos, truenan en libros y discursos contra la indiferencia política. No, no; la indiferencia es la vida. ¡Que se gobiernen á sí propios los que quieran gobernarnos; que sean ellos obreros y soldados, y llenen con sus arcas las áreas del Tesoro, y se apliquen las leyes que ellos votan y promulgan! La indiferencia es la vida. No queremos imponer leyes ni que nos impongan leyes; no queremos ser gobernantes ni que nos gobiernen. Monárquicos o republicanos, reaccionarios ó progresistas, todos son en el fondo autoritarios. Seamos inertes ante la invitación á la política. La democracia es una mentira inicua. Votar es fortalecer la secular injusticia del Estado. El Estado -decía Bastiat- es la eterna mentira, por medio de la cual todos viven á costa de todos. Á través de los siglos, la prepotencia del Estado y su minuciosa intervención en la vida del ciudadano, va aminorándose y acabará por desaparecer en absoluto. He ahí el fin del progreso: amenguar la autoridad, eliminar el empleo de la fuerza, matar la ley, en suma. Y así hoy la patria potestad, ni el poder marital, ni el derecho de propiedad son lo que en la autoritaria Roma eran; y así mañana, no serán todas estas instituciones tradicionales lo que son al presente, y así andando los siglos, en venideras y felices edades, serán los códigos que hoy respetamos y tememos, signos de incultura y de barbarie.

Aceleremos este término; trabajemos por esta aurora de paz y de derecho. El arte es libre y espontáneo. Hagamos que la vida sea artística. Propulsores y generadores de la vida, los artistas no queremos ni leyes ni fronteras. Nuestra bohemia libre, aspiramos á que sea la bohemia de la humanidad toda. Amemos, gocemos de la vida; trabajemos todos y seamos felices todos. Ni señores ni esclavos, ni electores ni elegidos, ni siervos ni legisladores. Rompamos las urnas electorales, y escribamos en las encarecidas candidaturas endechas á nuestras amadas y felicitaciones irónicas á cuantos crean ingenuamente en la redención del pueblo por el Parlamento y por la democracia.

J. Martínez Ruiz.

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ArribaAbajoPaisaje

Desde el horizonte nebuloso, cerrado por montañas de azul pálido, viene el río desarrollando su curso en grandes curvas. En la ribera alzan los chopos su follaje rumoroso, y los sauces inclinan las ramas hasta el agua roja y turbulenta.

Los caminos de herradura se esparcen por la vega cuadriculada en eras de mieses, y frondosos huertos bordean el río, tuercen hacia los caseríos y concluyen en el camino real, sombreado por olmos negruzcos y acacias de copa verde esmeralda. Á lo largo de las acequias, las cañas, rectas como lanzas, cimbrean su penacho plateado; las espadañas bailan agitadas por el viento, y bajo su toldo verde suena el canto agudo de las lavanderas, y el chapoteo de sus manos en el agua se confunde con el murmullo del raudal que corre presuroso á extenderse sobre los surcos de tierra labrantía, polvorienta y reseca por el sol. En el campo ajedrezado se distinguen las eras por su distinto color; algunas medio maduras comienzan á dorarse; los tablares de cáñamo se destacan como teselas de malaquita sobre el verde más suave de las mieses tardías. Las casas de los hortelanos, edificadas con adobe y revestidas de yeso rojo, se agrupan alrededor del convento, severa construcción de rodeno, que parece protegerlas, y la torre se eleva como una cabeza vigilante sobre el lomo enarcado de la iglesia. Otras casas más separadas se desprenden de esa tutela, y algunas, emancipadas, miran desde lejos hacia el pueblo, con sus ventanas pintadas de añil, orgullosas de su independencia solitaria.

Cuando el sol se oculta en los estratos alargados del crepúsculo y traspone la cordillera lejana, la neblina del río se levanta, invade poco á poco la llanura, la brisa del anochecer la empuja y quedan copos blancos de niebla alrededor de los grupos de árboles, tejido tenue como el de los capullos que las orugas tejen en la maleza. Largas cintas de bruma van uniéndose, formando un inmenso mar inmóvil en que las copas negras de los árboles sobresalen como rocas aisladas.

El río murmura invisible.

Oacute;yese la canción de los labradores que vuelven del trabajo, el cencerro del ganado, y las notas melancólicas de los sapos se responden desde lejos.

Las campanas tañen el Ángelus, y aquellos sonidos ruedan solemnes, taciturnos, sobre la niebla hasta perderse en las montañas perfiladas con negro sobre el cielo estrellado.

Juan Gualberto Nessi.




ArribaAbajoPsicología de la guitarra

Cuando una mano inteligente roza sus cuerdas brillantes, la guitarra no es un instrumento; es una orquesta íntima, que murmura las misteriosas armonías del corazón. Es algo que sufre, que siente, que llora y que canta; sus cuerdas luminosas lanzan chispas de pasión, de locas alegrías sin nombre, de penas hondísimas, desfallecedoras é ilegibles.

La psicología de la guitarra es la psicología del alma popular. De esas almas toscas que cruzan la vida en la penumbra; que ríen y lloran sin discernir bien por qué ríen ni por qué lloran; que sienten el amor de la patria como una turbación deliciosa, que incita á verter la sangre por algo indefinible; que odian y aman con la fiereza del instinto; que lloran á sus madres con una queja inacabable, con pena candente y resignada, que nunca se disipa... Almas en que el sentimiento se desarrolla espontáneamente, con colores deslumbrantes, con formas brutales, en tanto que la inteligencia, como electricidad estática, circula adormecida. Almas que no ven del mundo ideal más que las altas cumbres; pero las más hermosas, las ideas madres, que en los obscuros senos, en las trayectorias misteriosas del corazón al cerebro se desfiguran, adquiriendo contornos caprichosos y desproporcionados...

La guitarra es un símbolo del alma popular y un símbolo del sentimiento. Tal vez por eso tiene la figura de una mujer. La guitarra es femenina, gramatical y psicológicamente.

Su clavijero es la cabeza, como la de la mujer adornada con lazos azules ó rojos, que, sueltos y ondulantes, semejan los rubios ú obscuros cabellos de ilusionadoras guedejas; su mástil es el erguido cuello, rectilíneo como el de la Venus de Milo; los trastes son collares de perlas y aljófar (porque es morisca), y la caja tiene la curva arrogante de los hombros, la mágica de las caderas...

Sus seis cuerdas no debían llamarse prima, segunda, tercera, etc. Son seis registros que expresan sentimientos del alma. Esos seis registros podrían ser:

Risa.

Súplica amorosa.

Besos.

Suspiros.

Odio y celos.

Llanto.

Como la mujer, la guitarra también se prostituye con facilidad. Cae en manos del vicio y acompaña loca los sucios cantares de la orgía; se embriaga, y sus notas, roncas y desafinadas, suenan con la pesadez de la borrachera.

A veces, en medio de la depravación de sus falsetas rufianescas, vibra en sus cuerdas un quejido sincero, una nostalgia delicada, un ¡ay! desgarrador, ó una explosión de llanto, como si lamentara la triste suerte que la llevó á corear los amargos deleites de la carne.

Como la mujer, es caprichosa y difícil. Se rebela al principio y luego se somete como esclava, y es pródiga en arrullos. Resiste jugando, desafina con frecuencia para interesar más, y cuando ya desespera, salta al cuello del que la pulsa y le abraza con raudales de armonía.

Es fiel y cariñosa con el constante; se hace olvidar pronto, y tiene todas las ingratitudes y perfidias del corazón femenino.

Siente todas las ternuras, y cuando ya está vieja, cuando no puede cantar alegrías, ni suspirar amores, va á las manos del pobre ciego y pide limosna por él...

Nicolás María López.

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ArribaAbajoÁ la niña ciega Ángeles Sánchez Plaza


Luminosa la mente,
    ciegos los ojos;
sol en la inteligencia,
    sombra en el rostro.
Mas eso no te apene,
    niña querida.
¡Todo en el mundo es noche!
    ¡Sombra es la vida!

Pedro Barrantes.




ArribaAbajoImpresiones de arte

La torre de marfil y el arte por el arte.


I

Goethe y Eckermann, hojeaban juntos un álbum, y como se detuvieran á admirar un soberbio paisaje de Rubens, preguntó el primero: -¿Qué veis ahí? -Veo -contestó el segundo- un paisaje muy bello, un cielo... árboles... -¿Nada más? -insistió el gran poeta. Eckermann entonces, reconcentró su pensamiento, y después de unos minutos de atención exclamó gozoso: -¡Ah, veo, veo dos luces distintas! ¡Aquel paisaje estaba alumbrado por dos soles! ¡El divino espíritu de Rubens había creado una nueva luz!

Esto nos prueba que, en contra de la opinión más vulgarmente extendida, el arte es esencialmente aristocrático. Y si sentirlo, que no es lo mismo que comprenderlo, si el expresarlo constituye una prerrogativa concedida á unos pocos, ¡muy pocos! estos pocos constituyen indudablemente una aristocracia,.

Llevad si no á un Museo, no ya á un rústico aldeano, á un conspicuo burgués, y mostradle los cuadros de mayor mérito, las esculturas más geniales, y estoy seguro de que, como no posea el sentimiento del arte, por mucha inteligencia que tenga será incapaz de comprender el verdadero valor, la belleza, el sentido de lo que ve. Y si esto le sucede al de mediana cultura, ¿qué no le sucederá al hombre del pueblo familiarizado sólo en la rudeza de un existir mediocre, con las más simples formas de la vida, é incapaz, así y todo, de interpretar esa misma simplicidad de formas? Sólo ha habido un pueblo en la Historia que haya sentido verdaderamente el arte: el pueblo heleno. Mas ¿creéis vosotros, los severos defensores del arte por la idea, que la noble intuición del pueblo griego, su gran sentido de la belleza, nació porque tuviera grandes maestros? ¡No! ¡La Grecia tuvo grandes maestros porque era un pueblo que poseía en alto grado el sentido del arte! Pero ¿acaso sucede esto en lo que llamamos las modernas civilizaciones? ¿Qué pueblo existe en la actualidad del cual pueda decirse que siente la idea egregia del arte, la intuición de lo bello, como la poseyó aquel pueblo, sin rival en el mundo? Ninguno.

De los modernos pueblos dícese que Italia es el que tiene más sentido artístico y... patente es su estado actual de atraso y decadencia.

La Grecia pudo tener un arte colectivo; pero en la actualidad, dentro del mercantilismo imperante, no puede florecer más arte que el puramente personal. Y hoy, el artista, disgustado, cansado, hastiado de la uniformidad de esta vida moderna tan decantada, donde todo aliento vivificador, toda generosa iniciativa naufraga en la indiferencia de un egoísmo torpe, calculador é imbécil, que no ve para el mundo más Dios que uno: ¡el Dinero! ni más fin en la vida que uno: ¡el Dinero!... De un mundo, donde todos visten igual, andan igual, piensan igual, en cuyas ciudades son las calles tiradas á cordel y las conciencias tiradas á cordel... el artista, repito, que no puede sentir ni querer nada de esto, tiene que abroquelarse contra esta invasión insípida y triunfante, de la estultez de una vida que no persigue ideal ninguno, ni tiene siquiera una forma definida y que es incapaz, por lo tanto, de inspirar nada grande, y allí, encerrado en su torre de marfil, que bien puede ser para el templo sagrado, oficiar ante el ara desierta, ante el infinito mudo y elevar la sagrada hostia de su transido corazón hacia la eterna forma de la eterna belleza!

II

¡Como la fuente que mana entre peñascos el purificado caudal, absorbido lentamente á los Océanos inmensos, y que, primero arroyo, río después, corre fertilizando y embelleciendo á su paso la tierra, á devolverle á los mares su vivificante caudal, así es el artista que, escucha atento y recoge las palpitaciones de la vida, y purificadas por el arte, en el irte las cristaliza y á la vida las devuelve, transformadas, en sus hermosas creaciones!

Porque ese es su destino: crear la belleza, eternizando el momento fugitivo, y sin más fines ulteriores, lo mismo que el fresco manantial, que no brota, precisamente, para servir de pasto á los sedientos labios ni á las secas tierras... De la labor del artista, como del agua pura del arroyuelo, podrán los hombres aprovecharse después, y esto es lo que sucede; pero el arte es algo superior á que el hombre aspira y se ama por él, y sobre todo, como debe amarse á Dios, si Dios existe, por él, por él solo, no por pueril temor de sus castigos, ni por afán de su gloria, que esto sería lo mismo que pretender el amor de una dama por conseguir la dote ó evitar el pago de una deuda. Lo más honrado y puro es amar lo amado, por amor... ¡sólo por amor!

Dios ha hecho la vida; mas sería ridículo suponer que la hizo con el fin último de que el elefante ó la hormiga gozasen de ella. El hombre se aprovecha de la exquisita miel que la abejas elaboran... ¡y no para que él se la coma, ciertamente!

¿Qué es lo que se pretende sintetizar en eso del arte por la idea? ¿Que el artista debe predicar una revolución del 68 ó provocar una guerra franco-prusiana? ¡Para eso es la política!... ¿Que debe disertar sobre si el alma existe o no existe y sobre los derechos del hombre? ¡Para eso está la filosofía! Homero, cantó la Iliada: pero después que los griegos la habían escrito con su sangre. Anacreonte cantó el amor y la alegría, divinizados antes por sus compatriotas.

La misión del arte, si es que el arte tiene alguna misión, es reflejar la vida. Bernardo Candamo dice en una de sus más bellas composiciones, que el genio es como un lago, que copia en su cristal todo lo que le rodea, embelleciéndolo. Lo mismo puede decirse del arte. ¿Idea? ¿Qué ideas políticas ó sociales defiende la Venus clásica? ¿Qué pensamientos filosóficos transcendentales nos vienen á predicar los soberbios retratos de Velázquez ó los paisajes de Häes? ¿Qué teológica afirmación encierran las sinfonías de Beethoven? Bien mirado, para el hombre todo es idea. Cada palabra es un símbolo viviente de algo consubstancial; y el que tuviere el sentido despierto, podrá percibir en toda obra de arte la misteriosa armonía que rige lo creado. En la fórmula tan combatida: del arte por el arte, halla mi espíritu la idea de más plácida serenidad: es, como la mística exaltación del amor de Dios... ¡por Dios solo!

Ramón de Godoy y Sola.

***


¡Oh venerables rumes dells vells temples
perdudes en les calmes solitaries!...


Nocturna.                



   La soñolienta calma vespertina
desciende lentamente sobre el valle...
el eco fiel de la canción lejana
se pierde lentamente en el vacío.
   La niebla cubre la ciudad obscura
como dulce mortaja transparente...
La ciudad negra se divisa inmóvil,
velada por la niebla en lontananza.
   Los discretos rumores otoñales
vuelan ligeramente en torno mío...
Los últimos perfumes balancean
coma nubes diáfanas de incienso...
Y mis pasos se pierden silenciosos
en la alta calma dominante.
Solo,
perdido en la paz santa de estas horas,
envuelto por las tenues melodías
que en los sacudimientos del Otoño
vibran en cada mata despojada;
tiemblan en cada rama temblorosa,
haz florecer tus sueños ignorados...
como las santas é ignoradas matas
florecen en la paz de las ruinas.
   El áspero rugido que ensordece
de la lucha maldita, sólo llegue
hasta tu soledad como plegaria...
semejando al rumor del bosque sacro
que palpita en sus ramas más piadoso
al paso de los vientos montañeses.
   Huye de la inquietud batalladora
para que tus latidos no profane.
Sé ante Natura semejante á un canto
que flota del paisaje en la armonía.
   En las sublimes horas soñadoras
yo adoro mis paseos prolongados
por mi alma hasta los puntos invisibles.
Yo adoro el beso de las nieblas frías,
en las llanuras que del muerto Estío
pueden guardar alguna nota incierta.
   Quiero perderme en el perfume santo
que lleva en sí el Otoño... en el perfume
que guarda, intensamente lo más bello
de las últimas flores deshojadas!...
   Y quiero ser como inefable sombra
en el silencio místico que impera,
para juntar mi canto más sublime
al cántico sublime que se eleva.

Xavier Viura.




ArribaAbajoEl Arte y la Fortuna

No suelen andar juntos por el mundo el Arte y la Fortuna; al contrario, viven casi siempre divorciados. El escritor, el artista, postrándose ante el Ideal, persiguiendo sus ensueños ó sus quimeras, recreándose en la contemplación de las bellezas de su propio espíritu, carece por lo común de aquellas facultades eminentemente prácticas, con las cuales se adquieren los bienes positivos. No está organizado para la cacería del oro. Cuando lo atrapa, pronto lo deja escapar.

Si sabe adquirirlo, no sabe conservarlo. Lo arroja al cesto sin fondo, al tonel de las Danaides. Tal parece ser la ley continua que rige en la región de los genios el orden de los negocios temporales, el desarrollo de los intereses groseros de la realidad. Il vil metale, como dicen los que por no poseerlo lo menosprecian, huye de las cimas para esconderse en las profundidades; tiene envidia de la gloria, que brilla más que él. Con pocas excepciones, los grandes escritores de las distintas épocas históricas han sido pobres de solemnidad.

Homero, ciego y miserable, surge en los limbos de la Historia como un símbolo gigantesco del destino de los poetas. Representa toda la poesía, toda la lira, y representando esta excelsitud, sus ojos vacíos persiguen vanamente en el espacio los contornos de la belleza formal, mientras sus manos se tienden en supremo ademán de imploración. Está casado con la Noche. Grecia, que todavía es un sueño, comienza á amanecer en las páginas de la Iliada; pero Homero, que la crea y que la canta, lucha como Prometeo y sufre como Tántalo. El gran Arquitecto de la poesía no tiene más compañero que su pensamiento, devorador como el buitre prometeano. Abandonado y triste, canta para todos y por todos llora.

¡El destino, el destino! Sea lo que fuere el cantor sublime, mito ó verdad, su ceguera, su miseria, su desdicha, su dolor, constituyen el común lote. Altos y bajos, grandes y chicos, los que van por el áspero sendero que guía á la cumbre del Arte, accesible para muy pocos, van gimiendo, tropezando, maldiciendo, sangrando, delirando. La comunidad del sufrimiento, dentro de la comunidad más alta de la religión artística, hace á Milton hermano del último bohemio que ahoga sus penas en ajenjo; del último coplista hambriento y desastrado que entona su canción báquica en el rincón de una taberna de París.

Caravana infinita que nunca llega, porque delante de ella marcha también y se aleja, y se esconde, el Ideal. Hay rezagados, tránsfugas, vencidos, muertos, en esa columna de asaltantes. Algunos se quedan por la primera encrucijada; los más dichosos son los que más se acercan, sin lograr, empero, poner la planta en la cúspide, polo inconquistable del mundo intelectual. El ave negra del dolor recorre las filas, desde la vanguardia victoriosa á la retaguardia heroica y obscura. Nadie se libra de sus picotazos. En el seno palpitante revuelve su garra buscando el corazón.

Divorcio existe de antiguo entre el Arte y la Fortuna. Los intelectuales, los artistas, cuando bajan á la realidad, se manchan ó se hieren en sus asperezas. Y si por acaso atrapan el oro, como decía al principio, el oro aumenta su desgracia, porque no saben aplicarlo bien ó lo dejan escapar.

Francisco González Díaz.




ArribaAbajoNotas

Aviso á nuestros lectores

Nos amenaza la tradicional Exposición de Bellas Artes.

***

Por dimes y diretes ó rencillas misteriosamente financieras entre empresas editoriales y autores, se dice que algunos maestros (valga el mote) firman las partituras de sus obras teatrales con seudónimos.

Hace ya mucho tiempo que acostumbran á firmar lo que no es suyo. ¡Lo sabíamos!

Mas ¿por qué ponerse una careta sobre otra?

***

El museo de Arte Moderno sigue tan campante.

Es tanto el desprecio que se merece, que ni los anarquistas se acuerdan de él.

***

José Nogales ha publicado otro libro: Mariquita León.

La prensa felicita al ilustre autor de Las tres cosas del tío Juan por su nueva novela.

Nosotros nos guardamos las felicitaciones para cuando sepamos que el Sr. Nogales ha dejado de ser un mal escritor para convertirse en un buen burgués.

***

Participamos á nuestros lectores que Méndez Bringa, el genial dibujante de Blanco y Negro, no colabora en Arte Joven.

***

Se ha constituido en Madrid una Sociedad de compositores españoles con el propósito, según se dice, de fomentar la música nacional y de procurar contrarrestar la influencia musical extranjera.

Es presidente el maestro Chalons. ¡Bravo, Chalons!

¿Conseguirán estos señores algo? ¡Quién lo duda! Conseguirán hacer arte español.

Todos sabemos que este arte está tan desfigurado que no le conoce ni su madre.

¡Adelante, pues!

***

Fueron tantas las erratas que aparecieron en los sonetos de D. Miguel de Unamuno, publicados en el número anterior, que nos creemos obligados á publicarlos de nuevo.




ArribaAbajoTres sonetos


ArribaAbajoAl Destino


En inquietud ahógame el sosiego
tu secreto velándome, Destino;
no me dejes parar en mi camino;
sin inquirirle, te obedezca ciego.
   Ni hora me des á queja, ni hora á ruego;
aguíjeme tu pica de contino,
y que en el mundo, insomne peregrino,
á cuestas lleve de mi hogar el fuego.
   Quiero mi paz ganarme con la guerra;
conquistar quiero el sueño venturoso;
no me des ocio el que tu entraña encierra
   de esclarecer, enigma pavoroso,
y cuando torne al seno de la tierra
haz que merezca el eternal reposo.




ArribaAbajoMuerte


To die... to sleep... to sleep... perchance to dream!


(Hamlet, acto tercero, escena IV.)                



Eres sueño de un dios, cuando despierte
al seno tornarás de que surgiste;
serás al cabo lo que un día fuiste;
parto de desnacer será tu muerte.
   ¿El sueño yace en la vigilia inerte?
Por dicha aquí el misterio nos asiste;
para consuelo de la vida triste
secreto inquebrantable es nuestra suerte.
   Deja en la niebla hundido tu futuro
y ve tranquilo á dar tu último paso,
que cuanta menos luz vas más seguro.
   ¿Aurora de otro mundo es nuestro ocaso?
Sueña, alma mía, en tu sendero oscuro:
¡Morir... dormir... dormir... soñar acaso!




ArribaAbajoNiñez


Vuelvo á ti, mi niñez, como volvía
á tierra á recobrar fuerzas Anteo;
cuando en tus brazos yazgo en mí me veo;
es mi asilo mejor tu compañía.
   De mi vida en la senda eres la guía,
que me aparta de torpe devaneo;
purificas en mí todo deseo;
eres el manantial de mi alegría.
   Siempre que voy en ti á buscarme, nido
de mi niñez, Bilbao, rincón querido
en que ensayé con ansia el primer vuelo,
   súbeme de alma á flor mi edad primera
cantándome recuerdos, agorera,
preñados de esperanza y de consuelo.

Miguel de Unamuno.

Imprenta de Antonio Marzo, calle de las Pozas, núm. 12.

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ArribaAbajoNúmero 3

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ArribaAbajoSr D. Francisco de A. Soler

Muy señor mío: Recibo su carta, que le agradezco, pidiéndome un artículo para Arte Joven, y la contesto en seguida y así:

Esperaba, señor mío, una ocasión como ésta para desahogar mi hígado, y la aprovecho y lo desahogo. Usted no me conoce; yo no tengo el gusto de conocerle; y no es posible creerme con ninguna anterior animosidad contra usted. Se me dirige usted honrándome, porque me supone usted con el talento necesario para colaborar en Arte Joven; y si el pordiosero creado por Janín llamaba Dios al transeúnte, usted emplea mayor elogio, porque nunca llegaría á creerme Dios y llegaré, si usted se lo propone, á creerme un hombre de talento. Por ello, siempre que se me pedía un artículo, lo daba por soberbia; y, además, por cortesía, porque mi alejamiento del trato social me ha conservado con aquellas prácticas de buena educación que hoy hacen reír á cualquier predicador joven y á cualquier señorita de la aristocracia. á juicio mío, aspiran todos á ser autoridades, y las autoridades nunca han tenido educación; el mismo Padre Eterno, lanzando del Paraíso á la señorita Eva, no estuvo ni correcto ni galante.

Pues ya me he cansado de dar artículos, y no doy ninguno. Esperaba una ocasión como ésta, y la aprovecho. Soy tan holgazán y tan ignorante, que no sé nada acerca de usted, y además soy tan insignificante, que usted nada sabe acerca de mí; de modo que mi descortesía para con usted no puede ser atribuida á ninguna causa oculta, sino á que estoy hasta aquí (parte superior de la calva que corona mi cabeza) de los directores de periódicos.

Hace pocas semanas se publicó en una Revista un cuento mío, donde la manía del protagonista pasó á ser mamá, y la mamá pasó á ser manía; conque el cuento, que en buen estado no hubiese sido comprensible para diez españoles, quedó incomprensible para su propio autor. ¡Y para esto piden cuentos!

En una «Hoja literaria» me soltaron lo siguiente: Por insertar la preciosa composición del poeta americano Grosso da Pounta, no publicamos un cuento de Silverio Lanza; lo haremos mañana en el sitio de costumbre. ¡Como los bandos de buen gobierno! Esto no les interesaba á los lectores; ¿a quién podía agradar?, al Sr. Grosso, y se le dio esa satisfacción, que es misérrima, porque el Sr. Grosso las merece mayores; él dijo:


...................................esa
línea curvada ó círculo celeste
que los poetas llaman horizonte.

¡Admirable!

Ni las líneas pueden ser curvadas como las cosas cuando se encorvan, porque las líneas son intersecciones de superficies reales ó imaginadas. Ni una línea curva puede ser confundida con un círculo, que es un plano. Ni los horizontes, racional y sensible, son círculos celestes. Ni la palabra horizonte es exclusiva de la poesía ni la crearon los poetas. Ni el periódico debió darme aquel intempestivo par de coces, que ha descubierto que el Sr. Grosso y el director de la Hoja están en instrucción y en cortesía á esa altura (señalo al fondo de un abismo que se abre á mis pies).

Un rotativo de Madrid publicaba casi á diario unos artículos míos que llamaron la atención, y tuve que suprimirlos porque el director, ni me suscribía al periódico, ni me lo enviaba gratis; conque, de continuo, me ponía en ridículo.

Hay director de gran periódico que le da á usted, ó á mí, ó á cualquier señora mayor, dos bofetás ó tres patás, y se queda tan tranquilo. Yo le vi dar una guantá á un portero; la víctima no pudo gritar, tomó la forma esférica y rodó por el entarimado.

Moya, que es persona correctísima, se va quedando sin tiempo (acaso por lo mucho que lo aprovechan sus amigos), y llegará á no dar gracias cuando le digan: ¡Jesús!; aunque se lo digan con cariño y con razón.

Francos Rodríguez tiene, entre sus extraordinarios méritos, el de haberse educado así mismo, y lo ha hecho muy bien; pero si ahora Sagasta no le hace embajador, tendrá Francos que renunciar á la política, ó quedarse para Ferreras bis, ó hacerse grosero y canalla, siguiendo la conocida


senda por donde han ido
los personajes que en España han sido.

Nakens, con su camisa vieja, su traje sucio, su pantalón desabrochado y sus manos manchadas de tinta, es el periodista más caballero de cuantos han convertido las ideas en proyectiles, sin más plomo que el de las cajas ni más arma que la pluma. Valiente como ninguno, ha atacado sin defenderse y sin abusar del vencido; y cuando, nuevo Sansón, ha sacudido las columnas de los templos dedicados á los dioses, á los reyes, á las instituciones y á los caciques, lo ha hecho siempre con una caballerosa cortesanía que desconoce cualquier critiquillo de menudencias. Sin embargo, no le agradezco á Nakens su corrección, porque la derrocha con todo el mundo. Muchas veces, después de verle despedir cortésmente á cualquier sujeto, le he preguntado á don Pepe:

-¿Quién es ese?

-El íntimo del general N. El que tuvo la falsificación de billetes en la calle de San Onofre. El dueño de la mancebía de la Lola.

¡Democracias de Romero Robledo!

Créame usted, señor Soler, lo que generalmente se llama educación es un arte: el arte de ser agradable. Hallándose olvidado por la gente vieja, debe de formar parte del Arte joven. Inclúyalo usted en el programa de su simpática Revista, y si me asegura usted que como director es usted tan correcto como particular, le enviaré usted un artículo: y si no le gusta á usted, pasaré á recoger las cuartillas, porque eso de


No se devuelven los originales que se nos remitan,

o tiene ni buena sintaxis ni mejor educación.

Y mande usted en otra cosa á su afectísimo seguro servidor, q. b. s. m.,

Silverio Lanza




ArribaAbajoRetablo


No palpitan, no viven las figuras
    que componen el cuadro;
todas van colocadas en hilera
    y sobre el mismo plano.
La simetría rígida preside
    la formación sencilla,
inspirada en el canon de las viejas
    pinturas bizantinas,
y la augusta pátina de los siglos
    amortiguó los tonos,
envolviendo la escena en un ambiente
    obscuro, melancólico.
Nimbados por la luz tenue y dorada
    de apagado reflejo,
los mártires elevan los semblantes,
    demacrados, al cielo.
Las clámides azules de las vírgenes,
    de idéntica manera
veladas, aparecen sobre el fondo
    obscuro de una iglesia,
y el ropaje sombrío de los santos,
    de matiz uniforme,
completa por los lados el conjunto
    sencillo de colores.
Los pliegues paralelos de los hábitos
    se quiebran en el piso,
formando á las hieráticas figuras
    un anguloso plinto.
En el fondo, entreabiertos ajimeces
    perfilan un paisaje
de montañas azules con reflejos
    morados de la tarde.
Dividen el retablo dos columnas
    en oro cinceladas,
suben hasta la clave y se confunden
    en un hierro de lanza,
y en la ojiva flamea y deja paso
    un rosetón inmenso,
por sus vidrios de pálidos colores,
    al resplandor del cielo.

Juan Gualberto Nessi




ArribaAbajoOctavio2

-¡Hola! -me dijo, después de abrir él mismo la puerta.

Entré sin detenerme en cumplidos, con la familiaridad propia de la estrecha amistad que nos ligaba, atravesé el largo pasillo y penetré canturreando en su cuarto de estudio.

Entonces comprendí que había obrado de ligero al llegar hasta allí tan de improviso, aun cuando en realidad no era yo el responsable, sino el dueño de la casa por haberme franqueado la entrada: en su cuarto de estudio se encontraba una mujer, una dama de unos cincuenta años, muy conocida entonces en los círculos madrileños, por sus alardes artísticos; sus cuadros habían llamado la atención en algunas exposiciones, por lo atrevido del asunto y por cierta habilidad de imitación clásico modernista.

Mi amiga -lo era desde hacía ya algunos años- había reconocido sin duda mi voz, al saludar yo en la puerta á Octavio, dándose cuenta de su comprometida situación, á solas en el cuarto de un hombre soltero. Imposibilitada de ocultarse, se había sentado junto al piano, y roja como un ascua, simulaba hojear atentamente unas sonatas, cuando aparecí en la puerta de la habitación.

Me acerqué cortésmente, disimulando mi sorpresa, y saludé con la mayor naturalidad á mi antigua conocida. Octavio entró en pos de mí un tanto perplejo. Pero en vano quisimos ambos romper el hielo con frases amables y obsequiosas: ella, leyendo, á mi pesar, en mi semblante mis maliciosos pensamientos, se levantó á los pocos segundos, saludó con forzada sonrisa y salió descompuesta y avergonzada seguida por mi amigo que la acompañó hasta la puerta.

Una involuntaria imprudencia acababa de descubrir ante mis ojos un jirón de realidad brutal y siniestra: Octavio Farnés era un pianista genial; aquella dama lo había revelado en sus salones al mundo de la moda y del arte; ella era viciosa, dominante, groseramente sensual, con arrestos hombrunos; Octavio era bondadoso, tierno, dócil como un niño, y desde hacía unos meses empezaban á delatarse en él, con sorpresa de los que le queríamos, los primeros síntomas de la tisis...

-Se habrá enojado -le dije con sencillez cuando volvió.

-Sí -repuso contrariado, cayendo inocentemente en el lazo que yo le tendía.

-Debiste detenerme.

-Entraste tan resuelto...

-Pues siento haber sido importuno...

-No -exclamó suspirando-, si me alegré de tu visita... por eso en tus primeros momentos no me di cuenta de que debía cerrarte el paso.

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-Un par de besos lo arreglará todo.

Al oír estas palabras, me miró Octavio abriendo desmesuradamente los ojos:

-¿Qué dices? -exclamó con sorpresa y enojo, comprendiendo que su fraternal confianza le había llevado á cometer otra torpeza.

-La verdad -repuse, resuelto á intentar una buena obra- no hay nada como unos cuantos besos apasionados para poner fin á los denuestos de una querida.

-¡Calla!...

-Sobre todo si la querida ha pasado de los cincuenta.

Mi amigo se acercó á mi convulso y colérico:

-¡Supongo que retirarás esas palabras! -gritó.

-Cálmate -le dije tranquilamente-, nadie nos oye, y por tu parte debes escuchar á un amigo que es para ti un hermano y que tiene más experiencia que tú.

-Pero estás en un error...

-No seas niño.

-Se trata de una señora...

-Que ha abandonado á su marido hace veinte años.

-Para dedicarse á su arte y á la educación de sus hijos...

-Sus artes, si te parece mejor... Por lo demás, sería preciso hacer un viaje de información á París...

-¡Eso es una infamia!

-He conocido á esa mujer mucho antes que tú... Pero ¿á que esforzarme? Puedes enojarte si quieres: tú sabes muy bien que tengo razón y que es ridículo discutir conmigo después de lo que acaba de ocurrir. No es esa dama de las que se sonrojan sin motivo, ni creo que se dedique ahora á estudiar el solfeo en las sonatas de Beethoven.

Octavio se dejó caer en una butaca y quedó ensimismado, sin decir palabra, mientras que yo, un tanto nervioso, paseaba á lo largo del cuarto.

-Amigo Octavio -le dije al fin deteniéndome ante él y poniendo mi mano en su hombro afectuosamente-, escúchame, y escúchame con calma. No puedes decir que soy un difamador: cien veces hemos hablado de esa mujer, á la que debes el feliz comienzo de tu fama de artista, y jamás he pretendido apartarte de ella ni denigrarla á tus ojos. Hoy sí, me creo en el deber de aconsejarte, porque veo que tu protectora cobra demasiado caros sus favores. Ya no digo el amor, ni el placer más torpe puede encadenarte á esa mujer; lo sé porque te conozco... Y la conozco á ella también; por eso adivino en esto algo depravado... La traté cuando aún era joven; siempre fué fea, hasta el extremo de que alguien asegure que en cierta ocasión un célebre artista y académico tuvo que franquearle la puerta de su estudio para tratar de no sé qué asunto de arte, ocurriendo que al terminar la entrevista y retirarse la dama, se cruzó con ésta un colega del inmortal que venía, como de costumbre, á echar un párrafo y fumarse un cigarro en compañía de su amigo. -¿Es posible? -cuentan que exclamó el recién llegado, sonriendo maliciosamente, cuando quedaron solos. -Te diré -contestó el interpelado-; ha habido un momento en que por galantería me creí obligado... pero un pensamiento terrible me heló la sangre: ¿y si no se me...? -Sin embargo, aun con su facha vulgar, es posible que sus amantes de entonces, menos refinados que el académico del cuento, encontrasen en ella atávicos encantos... á estas alturas, ya ni eso es posible; y si no, confiesa la verdad: ¿la has solicitado tú? ¿la has besado con amor alguna vez?...

Octavio se levantó pálido, convulso, irritado, como yo no le había visto jamás.

-¡Basta! -gritó- ¡Basta!... ¡Yo no he solicitado á esa mujer! ¡Yo no he correspondido jamás á sus caricias!... ¡La he tolerado! ¿Entiendes? ¿La he tolerado?

Dichas estas palabras, se dejó caer con fatiga enfermiza sobre un diván, y guardó silencio.

Me acerqué á él de nuevo.

-Lo sé, infeliz, lo sé -le dije dulcemente-. Eres demasiado bueno, llevas demasiado lejos tu gratitud. No te ofenda nada de lo que te digo; leo en tu alma como he leído en la de esa mujer, que es hembra en todos los poros de su cuerpo, y sé que tú no has correspondido á su afán porque eso sería materialmente imposible; sé que no estás enamorado de ese adefesio viejo y deforme con panzuda deformidad de araña, como diría uno de tus poetas favoritos... y no te pido explicaciones, no las necesito; se me alcanza que si tú hubieras previsto lo que ocurre, no te hubieras acercado á ella jamás, me imagino cómo habrá sido sorprendida tu voluntad... Podría contarte la historia de esta aberración en todos sus detalles... ¿Lo dudas?... Mira -exclamé-, alguien hablará aquí por mí.

Y dirigiéndome al estante de sus libros, abrí uno muy conocido y leí lentamente:

«...la baronne, entièrement me toute rose des flammes qui la cuisaient, était agenouillées»...3

Me arrancó el libro de las manos y lo desgarró con rabia.

-¡Eso! -exclamé- eso es lo que tienes que hacer, romper, pero no las páginas de ese libro, sino toda relación, toda amistad con esa mujer, y de modo que no puedan volver á reanudarse jamás. Ahí tienes tintero y pluma -añadí, haciéndole sentarse ante un pequeño pupitre-, aquí tienes papel: dos líneas solamente y has terminado.

-¿Qué quieres que escriba? -me preguntó vacilando.

-Algo duro y terminante que no deje lugar á dudas y que no tenga arreglo posible: «Señora, doy por saldadas nuestras cuentas y le ruego olvide el camino de esta casa».

-¡Yo no puedo escribir eso! -dijo firmemente, golpeando la mesa.

-Pues entonces estás perdido.

-Le propondré una noble y leal amistad.

-Tu carácter es demasiado débil para eso. Ciérrale tu puerta.

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-No debo hacerlo.

-Entonces la cerrarás muy pronto al mejor de tus amigos.

-¡Estás loco!

-Acuérdate de lo que digo.

Cogí el sombrero, y después de insistir vanamente en mis consejos, le estreché la mano y salí consternado...

Su puerta no volvió á abrirse para mí.

A los pocos meses moría Octavio Farnés, cuando apenas había pisado el umbral de la gloria.

Emilio Fernández Vaamonde.




ArribaAbajoLa emoción de la nada

Esplendente y bravío sol de Marzo, que luce en las blancas paredes en reverberaciones cegadoras y hace brillar los aterciopelados tonos del temprano alcacel, invita á discurrir por las afueras de la ciudad vetusta. Salgo de Yecla: ante mí se extiende el adusto, tétrico, desolador paisaje de yermos páramos y decalvadas lomas. Á espaldas del castillo, la tierra infértil toma amarillentos, pardos, negruzcos tintes que se pierden en la infinita lejanía de la llanura. Á un lado, en primer término, el cerro de las Trancas, rapado y seco, destaca poderoso en el intenso añil del cielo; más lejos, en el fondo, el azul del horizonte se confunde y disuelve en la larga pincelada tenue de la zarca cordillera de Salinas. Un camino ancho y blanco se aleja serpenteando entre plomizos olivos. Al final, por encima de un muro, asoman resaltando en la viva luz solar las agudas copas de cuatro ó seis cipreses.

El sol refulge en los cristales de los nichos y hace brillar las manchas blancas, negras, doradas de las lápidas. Sosegadora calma envuelve el campo todo. De cuando en cuando, dos cuervos cruzan graznando ásperamente sobre las tapias. Blancas y redondas nubes avanzan lentas. á lo lejos se oye el persistente tintineo de una campana...

En la puerta asoma un grupo de labriegos enlutados y mujeres arrebujadas en negras mantellinas. Al andar, mientras cruzan la sagrada tierra, aparece á intervalos entre la negrura de los trajes una mancha de vívida blancura. Hombres y mujeres penetran en la capilla desmantelada y diminuta. Entonces, sudorosos, cuatro mozos depositan sobre el altar una caja de acristalada cubierta y fórmase alrededor de la caja, sobre el cristal, un cerco de anhelantes caras que miran ávidamente el pálido rostro de una niña.

Hablan mujeres y hombres tranquilamente sobre el modo de enterrarla; la niña, cruzadas las finas manos sobre el pecho, parece que va á despertar de un sueño. Uno de los asistentes la contempla y dice sonriendo: «¡El sol la ha puesto coloraíca!» Poco á poco van dejándola sola...

Al final de una calle de nichos, un hombre vestido con un chaquetón pardo, da, arrodillado, fuertes picotazos en la tapa de una terrera tumba. Todos los que han traído la transparente caja de la «mocica», se agrupan en su torno. á cada embate de la piqueta, el humano cerco se condensa y aproxima. El negro agujero se va ensanchando, y nos sentimos atraídos brutalmente hacia el misterio eterno de la nada. Momentos supremos; la débil paredilla cede por fin, y la siniestra oquedad queda completamente al descubierto... Todos miran ávidamente; los niños se arrastran, curiosos, gateando; una vieja apergaminada explica quién fuera allí enterrado años atrás, y el sepulturero mete el busto en el nicho y forcejea. Un labriego exclama festivamente: «¡Arrempujarle pá que se quede dentro!» Y la concurrencia ríe la gracia...

El sepulturero forcejea, y mientras saca podridas tablas y jirones de ropa y negruzcos huesos, yo pienso en este breve término de la vida, fugacísimo punto en la evolución de la materia universal y perenne. Como estos puñados de negra tierra serán dentro de diez, de veinte, de cincuenta años, mis amigos y mis enemigos, mis odios y mis amores... y yo mismo. Así serán las presentes y afanosas generaciones: los obreros que penan en las fábricas, los labriegos que benefician el campo, los gobernantes que nos esquilman y tiranizan, los reyes y los genios, todos, todos en inmensa mortuoria danza caminan á la muerte y en la muerte rematarán sus bienandanzas y desventuras, sus alegrías y amarguras... Y la materia, siempre la misma, igual eternamente, caminará impasible á nuevas formas y renovaciones diversas, en perpetuo y ciego torbellino engendrador de mundos.

Cae la tarde; se inflama en el horizonte lejano de esta campiña yeclana desolada de dorados y rojizos tonos las nubes, y entre la penumbra, ante el montón de negra y humana tierra, medito taciturno en la deleznable y perecedera máquina del hombre, y en el eterno espíritu de los hombres pasados, que flota y vive con nosotros; en el espíritu de los seres amados, que desde el inquietante misterio de la muerte, nos conforta y alienta en esta honda tristeza de la vida...

J. Martínez Ruiz.

Yecla, 3 de Abril.




ArribaAbajoLa última sensación

I

Era yo juez de A... y una noche fría y tempestuosa de invierno interrumpió el criado mi sueño para comunicarme que en un chalet situado á media legua escasa de la población se había suicidado el señor X.

Me vestí de mala gana y encaminé mis pasos hacia el lugar del suceso.

Cuando llegué encontré la casa revuelta; todo era confusión. Los criados, azorados, no daban pie con bola, medrosos de que la justicia, para esclarecer el asunto, les enredara en un proceso.

El señor X. yacía muerto en la cama, boca arriba. Tenía un puñal clavado en el corazón y su mano derecha agarraba fuertemente el mango.

Me dijeron los criados, que á las seis da la tarde se retiró el señor X. á su habitación y que á las nueve próximamente oyeron un gemido ahogado que les puso en sobresalto, y como el gemido se repitiera y estando ciertos dé que había partido del cuarto de su señor, entraron para ver si se le ofrecía algo, y ¡cual sería su sorpresa al encontrarlo muerto del modo descrito!

Era el señor X. un hombre como de cuarenta años de edad, alto, enjuto de carnes, de barba rubia y de ojos azules.

No era conocido en la comarca. Hacía algunos meses que había adquirido el chalet que habitaba. Era muy aficionado á la caza; siempre andaba vagando por el monte al acecho de una liebre ó de una perdiz.

No se trataba con nadie, huía de todo ser humano y debido á esto sin duda adquirió el señor X. en poco tiempo un tinte novelesco, y como siempre se exagera y se inventa, no faltaron desocupados que, pretendiendo estar bien enterados, contaban las más absurdas patrañas y las historias más inverosímiles.

Decían unos que era un príncipe desterrado; otros sostenían que se había retirado del mundo para llorar sus culpas, que eran muchas, y otros afirmaban que era dicho señor un loco de remate.

No tenía familia y si la tenía no era conocida; vivía con sus criados, á los que molestaba muy poco.

Así es, que con todos estos antecedentes poco me asombró el suicidio del buen señor y deseando esclarecer el misterio, registré la habitación para ver si encontraba algo que diera un poco de luz, y encima de una mesa hallé un papel escrito que comenzaba diciendo: Al señor juez de instrucción.

Y como la impaciencia que sentía era muy grande me acerqué á la luz y leí lo que sigue:

II

...Señor juez: No culpen á nadie: me he suicidado.

¿Por qué... pues por el placer de sufrir; ávido de una sensación más.

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He gozado mucho... ¡El amor! ¡qué sensación más dulce!... pero tanto amé, tanto abusé del amor que llegó un día en que la mujer se me hizo insoportable.

No encontrando placer en la mujer, lo busqué en el juego. ¡Qué sensación más grande jugarse cien mil pesetas á una carta!... mas tanto jugué, que al cabo de algún tiempo advertí que el juego me aburría soberanamente.

Para gozar y distraerme, sediento de nuevas sensaciones, emprendí un largo viaje. Recorrí la América, el Asia y el África; cacé leones y panteras, luché cuerpo á cuerpo con los salvajes y un día... me cansé también de cazar y de batirme: noté que me fastidiaba la caza y la lucha del mismo modo que la mujer y las cartas.

Y ávido de sensaciones, ¡asómbrese usted, señor juez! he sido hasta salteador de caminos.

Pero de todo me he cansado, hace algún tiempo que en vano lucho, buscando una sensación nueva, y como la vida sin sensaciones no es vida, quiero suicidarme.

¡La Muerte! ¡qué sensación más grande!

Verla acercarse poco á poco, siniestra, amenazadora... sentir sus labios helados posarse en los vuestros ardientes; sentir el beso fatal que os roba el último hálito de vida...

¡La Muerte! ¡la Muerte, teniendo conciencia de que vais á morir y de que morís porque queréis, porque es vuestro gusto!... ¡qué sensación más inmensa! ¡La última, pero la más grande!...

¡Cómo voy á gozar!... Tengo el puñal preparado; es nuevo, reluciente, tiene el mango de oro, y la hoja es de acero de Toledo. Es una obra de arte.

Lo estoy viendo mientras escribo esta carta. ¡Con qué suavidad su hoja fina y brillante penetrará en mi corazón!...

Qué sensación más dulce y más horrible á la vez debe de ser el apoyar suavemente su punta en la carne... ¡qué cosquilleo!..

Después... ¡apretad un poco!... ¡ay!... ¡sangre! ¡la primera gota!... ¿roja como la amapola!...

Pero la herida es pequeña y pequeño el dolor; ¡apenas hay sensación!...

¿Queréis ver salir la sangre á borbotones y sentir el placer del dolor con toda su extensión?... ¡Apretad, hundid el puñal, más... más aún!...

Ya no es la piel lo que pincháis, ya desgarra su acerada hoja vuestra carne... ¡Ánimo!... ¡no desfallezcáis, que ya llegamos al fin!... ¡Un poco más y penetra en el corazón!... ¡á la una, á las dos, á las!...

................

................

Basta; no puedo más; la Muerte me llama... ¡Ya vengo, ya vengo, querida mía, á desposarme contigo!... ¡aquí tienes mis labios ardientes para que los beses!...

¡La última sensación!... ¡Ven, ven á mí, Muerte; ven, esposa fiel!... ¡Abrázame y llévame contigo, que quiero ver la Eternidad!...

¡Ven, Muerte... bésame!...»

III

Esto leí en aquel papel y me impresionó profundamente. Dirigí una mirada de compasión al pobre loco. Su boca estaba contraída nerviosamente por una mueca siniestra que quería parecerse á una sonrisa.

¡Qué sonrisa más triste y más horrible!...

Francisco de A. Soler




ArribaAbajoLos conciertos


Con el mes que cuaja
las flores de almendro,
en los amplios teatros empiezan
á sonar los alegres conciertos.
La tierra desciñe
sus ropas de duelo,
y se viste de luz y alegría
de su propio vigor renaciendo.
Un himno sin notas,
un canto sin ecos
parece que brota de ramas y luces,
de brotes tempranos y troncos añejos;
oración sublime
de la vida, que estalla de nuevo,
y que llena de leves susurros
la mente y el alma, la tierra y el cielo.
   Dulce olor de violetas azules,
leves rastros de aroma de cuerpos,
esencias suaves de frescos narcisos
y hálitos sutiles de finos cabellos,
en la sala se mezclan y funden,
en la sala en que suena el concierto,
y el sol de la tarde, calando los vidrios,
los átomos de oro remueve en su fuego.
   Sobre el escenario
el teclado sonoro está abierto,
y en atriles las líricas hojas
enseñan sus notas como un hormiguero;
hormiguero ó compacta bandada
de raros insectos,
que al golpe del ritmo las alas alzando,
zumba como enjambre sonoro en el viento.
   Entonces la orquesta,
marcando un crescendo,
á las trompas arranca gemidos,
con las flautas combina arabescos,
del gentil clarinete entrelaza
los sonidos nasales y bellos,
los oboes sus sones extraños
mezclan de los bajos al bárbaro estruendo,
y las hojas metálicas chocan
como en el combate reñidos aceros,
y fingen que cruzan en carros de plata,
llevados en triunfo los héroes de un pueblo.
   Después, una nota como hilo de oro
aislada en el aire transmite su eco,
y el arco en la cuerda se arrastra tan leve
como si la brisa lo fuese moviendo;
y parece la escala cromática
con que acaba el gentil instrumento,
mariposas en raudo desfile
que sobre la cuerda resbalan huyendo...
   ¡Oh, qué gratas las tardes tranquilas
de alegre concierto!
El aire se esponja
de tibios reflejos,
y en la atmósfera hay gérmenes vagos
de algo que despierta y aviva el deseo.
De telas brillantes
las mujeres adornan su cuerpo;
y hay amor tan intenso en la tierra,
y hay amor tan ardiente en el pecho,
que á las ramas se asoman los brote
y á los labios se asoman los besos.

Salvador Rueda.




ArribaAbajoEl triunfo del ideal

Novela por Pedro César Dominici


No tengo noticias exactas de este escritor. Creo que es joven y americano y tal vez rico y que vive en París. Y además que es un converso á la filosofía de Nietzsche que, en verdad, no es ser gran cosa cuando se es rico.

Declaro que el filósofo tudesco, muerto trágicamente poco ha, me encanta, porque su filosofía es un gallardo esfuerzo de arquitectura intelectual. Ha dicho cosas extraordinarias, hermosas monstruosidades, y ha ideado un sistema de vida, una concepción de la existencia que choca enormemente con nuestros hábitos espirituales y con los sentimientos más queridos del alma contemporánea. Ha cogido todo el edificio de nuestras preocupaciones sociales y éticas y lo ha arrancado de cuajo. Esto implica por lo menos una fuerza admirable.

Creo que la filosofía de Nietzsche está llamada á extinguirse por falta de ambiente; pero esto no obsta para que la reconozcamos como una de las más bravas aventuras especulativas que acometió jamás el espíritu humano.

En realidad, ningún filósofo ha gobernado al mundo. Una buena cosecha de trigo influye más en la marcha de la humanidad que un sistema filosófico nuevo. Esta duda de la esterilidad de su obra debió asaltar al mismo Nietzsche y trató de ahuyentarla invocando el caso de la India estacionada filosóficamente en un quietismo secular.

Fructifique ó no su obra, lo cierto es que el maestro fué genial, profundo y tal vez sincero. No así sus discípulos, que son por lo común casos de snobismo mórbido.

Da risa oír á cuatro señoritos aflautados predicar la dureza y la crueldad, pobres corderillos vestidos con piel de lobo, según la última moda intelectual.

En España, el prosélito más considerable que yo conozco es Ramiro de Maeztu, cuyo talento ha evitado el ridículo al maestro. Ninguna filosofía se ha hecho para uso de los tontos y menos la de Nietzsche.

Lo que me enoja sobre todo en la turbamulta moutonnière que sigue al lobo tudesco, ese rebaño donde suenan más las esquilas que los aullidos, es el desdén que muestran hacia la democracia. Menosprecian el régimen y gozan de él. Son como los reaccionarios que abominan de la libertad... de los demás. No son enemigos de la libertad, como se cree, sino sus amantes más apasionados: la quieren toda para ellos.

Si no fuese una gran simpleza, sería una gran ingratitud el desdeñar á la democracia, la obra de generaciones heroicas que dieron su vida para establecer un régimen donde al individuo le fuese permitido moverse libremente. Sienten estos señoritos mansos la nostalgia del tirano: merecían ser lanzados á un régimen despótico para que los látigos de los cosacos les enseñasen á amar la democracia, á comprender que un régimen de libertad no deprime ni establece necesariamente la mediocridad, sino que rompe trabas y abre horizontes al desenvolvimiento de las individualidades.

Los pobres de espíritu no pueden florecer bajo ningún régimen, y se desquitan de su impotencia culpando á la democracia. La libre competencia es un enérgico impulsor de vida, no el régimen del privilegio, el monopolio letal de una aristocracia enervada y enervante.

En una democracia que permite el libre juego de todas las energías individuales, los mediocres no pueden distinguirse como en un régimen aristocrático donde son pocos los llamados y se creen mejores, no porque hayan ascendido, sino por lo baja que está la masa. No se trata de elevarse, sino de que los demás desciendan. En la sierra sólo sobresalen las montañas de gran altura; en la planicie terrosa cualquier montículo se da aires de eminencia; el tuerto es rey en la tierra de los ciegos. Una florecilla modesta se yergue orgullosa en la estepa con pujos aristocráticos, pero en medio de un vergel vive avergonzada, y si supiese algo de esta filosofía nueva, diría que el vergel es deprimente y que lo bueno es la estepa.

Se me ocurren muchas cosas contra los cursis de la filosofía tudesca; pero quédense para cuando haya tiempo, que mimbres no han de faltar. Al talento le es permitido todo. Diógenes dijo á Alejandro: Quítate de mi sol, y Alejandro rió y respetó el sol de Diógenes, porque el gran cínico era una institución original de Grecia, con talento y con gracia; ¡pero estos señoritos!...

El Sr. D. Pedro César Dominici es un nietzschiano con moderación; no se complace en ciertas brutalidades impías que sólo son tolerables en la pluma de un hombre de genio. Ha tomado de la doctrina del maestro la parte más inofensiva, la pasión por la belleza, lo cual no ofende á nadie. Sin embargo, hay algo de inconsistente y falso en esta exaltación outrancière de la belleza.

La vida es una cosa sumamente compleja y animada para reducirla á un puro fenómeno estético; es empobrecerla y afearla con una concepción lamida. Por lo demás, el libro del Sr. Dominici revela talento, buen gusto, un exquisito sentimiento de arte y cierta habilidad técnica, si bien las dificultades no son numerosas en una obra donde apenas hay acción externa, sino una psicología muy poco complicada, puesto que el conde de Cipria no es más que una ficción literaria, un maniquí relleno con los pensamientos é ideales del autor, esa concepción excesiva de la vida como fenómeno estético que conduce á aberraciones tan repugnantes como aquel amor incestuoso de la Città morta de Gabriel d'Annunzio.

El Sr. Dominici no ama la estética nauseabunda, y hace bien; es delicado y limpio; en su libro hay cuadros llenos de exquisita poesía. Posee un lenguaje rico de color, pero hay alguna monotonía en su estilo que encadena los períodos á la manera de los versículos bíblicos. Y además hay exceso de americanadas, mucho galicismo y giros exóticos que repugnan al genio de nuestra lengua y á nuestro genio individual, y no por preocupaciones casticistas, sino por un sentimiento de integridad patriótica que los americanos no saben respetar. La prosa americana suena desagradablemente en nuestros oídos y crispa nuestra nerviosidad nacional.

En medio de tantos vencimientos, sálvese al menos la independencia del idioma. Los americanos no tienen patria en este sentido; nosotros sí, y no queremos que nuestra lengua sea también colonia extranjera.

T. Orbe.




ArribaAbajoNotas de la exposición

Los artistas catalanes


Hay que confesar, y nadie puede demostrarnos lo contrario, que Cataluña representa un papel importantísimo en la Exposición de Bellas Artes de Madrid.

Santiago Rusiñol, el pintor poeta, presenta una colección de jardines que han llamado poderosamente la atención de los inteligentes. El artista catalán ha triunfado en toda la línea.

Los más enemigos de Rusiñol confiesan pesarosos que su triunfo es indiscutible. Su talento se impone, y sus jardines saturados de poesía se destacan brillantemente y dan una nota artística del tal fuerza, que le colocan sin duda ninguna á la vanguardia del arte español.

Se objetará quizá que Rusiñol es demasiado literato cuando pinta. Esto es verdad, como lo es también que es demasiado pintor escribiendo; pero eso, lejos de perjudicarle, en nuestro conceptos avalora sus obras y les da una fuerza y una intensidad tan grande, que difícilmente encontraríamos en nadie.

Se destacan sus jardines vibrantes entre aquel fárrago de tonterías sin pies ni cabeza que han presentado artistas reputados á quienes conoce todo el mundo, pero que dan muy pobre idea del arte Español.

Mir alcanza un triunfo inmenso. Es el primer paisajista; pinta como nadie, es un colorista intenso, y ha conquistado, á pesar de su juventud, el puesto de honor.

Nosotros, jurado, no vacilaríamos. En la sección de pinturas dan la nota Mir y Rusiñol.

¿Qué le parece á usted, Sr. Saint-Aubin?... Usted y sus compañeros de jurado tienen la palabra.

---

Llimona presenta una escultura en mármol delicadísima con el título de «La comunión».

La presenta fuera de concurso; no quiere ir á la lucha, pues comprende que una segunda medalla á su obra no le dejaría satisfecho.

En Cataluña ha conquistado un nombre, su reputación es envidiable y todos sabemos que es un artista de talento que ha llegado con su propio esfuerzo muy adelante, y de quien el arte espera muchísimo.

No necesita hacer como Benlliure las cosas grandes para que se vean. Los que tengan el gusto un poco refinado, con seguridad se fijaran en la obra de Llimona, y estarán conformes con lo expuesto en estas líneas.

Otro escultor de mucho talento, premiado con primera medalla en la Exposición Universal de París, da otra de las notas vibrantes.

Enrique Clarasó viene ya consagrado del extranjero, y aquí en Madrid, con seguridad obtendrá otro triunfo.

Es el trabajo que presenta con el lema «Ganarás el pan»... un desnudo de hombre perfectamente hecho, de una intensidad tan grande y de tanta fuerza, que es indudablemente un estudio acabadísimo del natural.

Como no podía menos de suceder, ha llamado la atención el trabajo de Clarasó y Daudi, y ha venido á demostrarnos que es un artista de cuerpo entero que llegará allí donde quiera.

Se ve que el artista, después de rudos esfuerzos, ha triunfado de las mil y una dificultades con que se tropieza cuando se pretende poner en ejecución una obra de tal importancia. Su triunfo es debido á su gran temperamento de artista en primer lugar, y á estudios y trabajos previos que muy pocos son capaces de hacer.

Hemos visto también algunos cuadros y esculturas de jóvenes que prometen y de los cuales esperamos mucho.

De los viejos, poco podemos decir; lo hacen tan mal como en sus buenos tiempos.

Sorolla sigue siendo un gran pintor, pero un mal artista.

Es indiscutible, según muchos; pero á nosotros no nos parecen bien los trabajos del pintor valenciano, y en el número próximo le dedicaremos todo un artículo y hablaremos de él extensamente.

Luis Altada.

Imprenta de Antonio Marzo, calle de las Pozas, núm. 12.

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ArribaAbajoNúmero 4

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ArribaAbajoParadox

Silvestre Paradox ha salido esta mañana en el tren mixto para Valencia, Arte Joven siente viva simpatía por Paradox. La Redacción en masa ha bajado á la estación de Atocha a despedir al grande hombre.

Al grande hombre... o al pobre hombre. Paradox lo es todo: genial é inepto, audaz é irresoluto, creyente y escéptico, procaz é ingenuo, símbolo de todas las bienandanzas y compendio de todas las desdichas. Hastiado de la eterna monotonía del eterno Madrid, Paradox acaba de marcharse. Con Paradox sale de Madrid modestamente en un coche de tercera, el último de los caballeros andantes de esta manchega tierra. Atormentado por el ansia de la verdad, infatigable perseguidor del supremo misterio, el buen Silvestre se aleja de nosotros, sus amigos queridos, en busca de nuevas y pasmosas aventuras. Paradox ha pasado por todos los medios y ha vivido todos los estados psicológicos. Ha sido bohemio literario, ha escrito una obra de filosofía trascendental, ha inventado un barco submarino y ha construido una ratonera eléctrica. Filósofo y artista, su espíritu irresoluto y ávido, grande en sus miserias y pequeño en sus triunfos, es reflejo del espíritu ávido é irresoluto del siglo. Placentera y dolorosa ironía se escapa de su vida extraordinaria y nos impele á amarlo...

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J. Martínez Ruiz
Literato.
(Retrato por R. Baroja.)

Y porque lo amamos, la Redacción de Arte Joven le ha despedido férvidamente; y porque le amamos, uno de nuestros redactores, Pío Baroja, ha puesto en cuartillas punto por punto su vida y obras, cuartillas que un editor inteligente, Rodríguez Serra, ha publicado con este título: Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox.

J. Martínez Ruiz.




ArribaAbajoMonstruos

-¿Qué sabes tú, vieja? ¿Crees que toda la gente es tan mala como tú? -dijo el viejo ciego a su querida, una mujer repugnante, con la cara larga y los ojos ribeteados; cubierta de harapos.

-¿Qué se yo? Más que tú, asqueroso, que al fin y al cabo veo a todas horas y tú sólo de noche, cuando no te pueden ver, ladrón, y entonces parece que tienes telarañas en los ojos.

-Calla, arrastrada, que estamos en la calle y nos van á oír.

Era el ciego repulsivo y sucio, con la barba naciente, gris, los ojos como dos cicatrices y andaba con inseguro paso, golpeando con el bastón la acera.

Llegaron los dos a su calle, la de la Sombrerería, y no bien hubo de penetrar la vieja en el angosto portal de la casa, encarándose con su hombre, murmuró:

-Lo que yo te digo a ti, hermoso, es que a la gente tanto se le da que estés tú ciego de veras, como que no lo estés, ¿sabes?

-Calla, calla, condenada. Eres más venenosa que un sapo. No insultes á esas almas caritativas á las que estamos explotando con nuestras patrañas.

-Ja, ja... que gili eres. Si la gente no da dinero más que cuando alguno les ve, para darse pisto. Si no fuera por eso, ¡buena vida echaríamos los mangantes!

-Y la niña también, ¿verdad?

-También, como los demás.

-Porque lo has dicho tú.

-Me Parece. ¿Quieres hacer una apuesta? Mañana, que es domingo, cuando toquen a misa de doce, te vas a la otra puerta de la iglesia; salen la niña y su madre de misa y montan en su coche; corro yo detrás y cuando vayan á meterse en su casa, las digo:

-Una limosna por Dios para mi pobre marido que está muy malo y no tenemos para medicinas. Si sueltan la mosca has ganado la apuesta, si no, la has perdido.

-¿Cuánto apostamos? -dijo el viejo.

-Dos reales.

-Bueno, pero tú me vas a decir que no, aunque te den dinero. A mí no me la das.

-Te pones en la taberna frente a la casa de la niña.

-Bien.

Al otro día el mendigo miraba por el cristal de la taberna impaciente. ¿Qué? La niña que él conocía desde que la bautizaron, aquella rubita ideal, no había de auxiliarle creyéndole enfermo. Vaya.

Volvió el coche, bajaron la señora y la niña. La vieja, la compañera del mendigo, entró en el portal; pero al poco rato salió empujada por el portero.

-¿Qué habrá pasado? -se preguntó el ciego. Salió á la calle y se reunió con la vieja.

-Ves, ves -gritó ella-. Nada. Cuando empezaba a endilgarles el discurso, le han llamado al portero y le han dicho que me eche a la calle. ¡Ah perras! Pero yo he sido más lista y le he cogido á una el pañuelo.

-Es castigo, es castigo del cielo -murmuró el viejo.

-Sí, sí. ¡Perdidas! ¡Ah si yo pudiera! Ves bobo, cómo nosotros siempre tenemos derecho para odiar.

-No mujer, no. Si ellos tienen falsa caridad, también yo tengo falsa ceguera. Y después de todo, ellos y nosotros, tal para cual.

Pío Baroja.




ArribaAbajoGotas de tinta

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Alberto Lozano
Poeta y literato.
(Retrato por R. Baroja.)


Empiezas bien: anoche tus mejores
amigos comentaban con franqueza
   vicios tuyos y errores;
provocaste calumnias y rencores,
y eso casi es vencer; ¡así se empieza!
   Dijo el mejor un chiste muy sangriento,
que premiaron con risas los testigos,
   y yo escuché contento;
su envidia demostraba tu talento;
si no, ¿para qué sirven los amigos?


No erat ille lux, sed ut testimonium perhiber et de lumine


Ev. San Juan                



   «Arte» puse por lema en mi bandera,
y me lancé al combate decidido;
mi espíritu y mi cuerpo se han curtido
en esta lucha vil y traicionera.
   Solo, voy persiguiendo una quimera,
y pobre moriré, como he vivido;
bohemio sin hogar, ave sin nido...
Ni aun tendré quien me rece cuando muera.
   ¿Mas á mí qué me importa el mundo entero?
   ...............
No soy la luz; yo soy un enviado
para dar testimonio verdadero
   de todo lo ideal y lo increado.
Luz es amor, belleza y poesía,
y en esa luz se abrasa el alma mía.


   Lo mismo que miramos por la noche
lucir en el espacio las estrellas,
mira Dios con deleite desde el cielo
en el mundo brillar las almas buenas.
   Junto a la mía Dios busca la tuya;
busca la tuya... pero no la encuentra.


   De juez inexorable y competente
la sociedad estúpida blasona;
perdona Dios, pero ella no perdona
si es pobre aquel que juzga delincuente.
   Si es rico, poderoso é influyente,
con su dinero su honradez abona,
porque siendo distinta la persona
considera la falta diferente.
   Lo que resulta en uno denigrante,
no censura en el otro ni lo afea.
El vicio es como prenda que al instante
   toma su condición de quien la emplea:
si viste un rico el frac, es elegante;
si se lo pone un pobre... ya es librea.


   Lo que es igual á mi, yo lo combato;
lo que a mí es superior, yo lo venero;
yo tengo un manantial de amor divino
para el débil y el pobre y el pequeño.
   Soy orgulloso, acaso no me entiendes,
ni hace falta, mujer; porque te quiero,
volverás á engañarme y... te perdono.
   De tu ofensa no queda ni el recuerdo;
ven á mí sin temor; siempre te aguardo
como me aguarda Cristo en el madero,
las poderosas manos enclavadas
y el generoso corazón abierto.

Alberto Lozano.




ArribaAbajoEl propagandista

I

-Creo ridículos los rodeos; cuanto más claro hable, más pronto nos entenderemos.

-Diga usted...

-En primer lugar, debo advertirle que podía haberme valido de cualquier otro compañero para llevar á la práctica mi proyecto; de modo que, hablando con sinceridad, no me es absolutamente indispensable su cooperación. Voy á valerme de usted como podría valerme de Pablo Gómez, de Manuel Hijar, de...

-Bien, bien... al grano, al grano.

-Al grano, pues. Yo soy fabricante, como usted no ignora, y desgraciadamente los negocios no marchan lo bien que uno desearía. Los señores Hernández hacen una competencia encarnizada á mis artículos y... hay que confesarlo: en la lucha entablada soy yo hasta la fecha el que sale perdiendo. Hay que buscar un medio que obligue á los señores Hernández á cerrar sus fábricas durante una temporadita de tres o cuatro meses. Usted puede hacer que mis deseos se vean pronto realizados.

-No comprendo...

-Usted puede hacer que antes de ocho días se cierren las fábricas de los señores Hernández.

-¿Yo?

-Organiza usted un mitin con cualquier pretexto, y aconseja á los obreros de la localidad la conveniencia de una huelga si los fabricantes no aumentan los jornales. Es cuestión de un poco de elocuencia, de la que usted no carece; es cosa de caldear un poco aquellas cabezas destornilladas. Nombran después una comisión para que solicite cl aumento acordado; nosotros, los fabricantes, nos mantendremos intransigentes; estallará la huelga y entonces... entonces comienza mi negocio. Los señores Hernández no podrán vender, porque no tienen género de respuesto; yo, en cambio, haré mi agosto porque poseo lo que á ellos les hace falta... ¿Me comprende usted, amigo mío?...

-Sí, demasiado, y debo contestarle que no estoy dispuesto a obrar tan villanamente. Yo soy y he sido un protector del explotado obrero; haciendo lo que usted me propone sería el más infame de los traidores.

-¡Ta, ta, ta!... no se alarme usted, amiguito; no me venga usted con cuentos. Yo le propongo un negocio y usted no cree conveniente aceptarlo; corriente. Otro compañero será más razonable; cinco mil reales no los desprecia todo el mundo.

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Francisco de A. Soler
Literato.
(Retrato por P. Ruiz Picasso)

-¿Cinco mil reales?...

-Fíjese usted en que la cantidad no es despreciable... Sus escrúpulos son ridículos, inverosímiles... Conozco detalladamente su historia, y por esto le hablé tan claro.

-¡Cinco mil reales!

-¡Cinco mil, cinco mil, querido compañero!... ¿Acepta usted?

-¡Acepto!

-¡Bravo! Aquí tiene usted dos mil reales á cuenta. Los gastos que ocasione la celebración del mitin los pagaré yo también.

-Pues adiós; y cuente usted que ha triunfado.

-¡De usted depende, amiguito!

Y el propagandista Nicolás Peralta y el fabricante D. Manuel Ruiz se despidieron como buenos amigos, dirigiéndose el primero á preparar el acordado mitin, y quedándose el segundo calculando los beneficios que le reportaría aquel negocio, caso de que el diablo no se metiera á enredarlo.

II

Acababa en aquel instante el mitin y los ánimos estaban excitadísimos. Se acordó la huelga si los fabricantes no aumentaban los jornales.

El compañero Nicolás Peralta, con elocuencia persuasiva, había demostrado la explotación ignominiosa de que eran víctimas los pobres obreros.

¡Doce horas de trabajo y doce reales de jornada!... ¡Era irrisorio!... ¡á real la hora!...

Los más exaltados aplaudían la huelga decididos á llevar las cosas hasta el último extremo.

Pero la mayoría, los que necesitaban de su jornal para dar de comer á sus hijos ó á sus padres, los que sin los doce reales no les era posible encontrar un pedazo de pan que llevar al hogar, éstos no querían la huelga y á las razones de sus compañeros contestaban: -¿No es preferible ganar doce reales á morirse de hambre?...

Pero arrastrados por los exaltados, que á pesar de ser los menos lograron imponerse, tuvieron que conformarse y hacer causa común con ellos.

Abandonaban en grupos el local donde el mitin acababa de celebrarse, y junto á la puerta el compañero Peralta les pedia dinero para sufragar los gastos que su celebración había ocasionado. Unos daban diez céntimos; otros, más generosos ó entusiastas, una peseta...

La comisión nombrada, presidida por el compañero Peralta pasó a visitar á los fabricantes.

Los obreros esperaban ansiosos en la plaza mayor de la población el resultado de las gestiones que la comisión estaba haciendo.

Llegó por fin el compañero Peralta y dijo:

-Compañeros: no quieren transigir los explotadores: no quieren daros un real más, temerosos que les haga luego falta para satisfacer sus vicios. La huelga, si sabéis sostenerla, os dará la victoria. ¡Viva la huelga!....

-¡Vivaaaa!...

Y después de vociferar un rato fuéronse hacia sus respectivas casas, y todo volvió a quedar tranquilo.

La miseria apareció en lontananza, amenazadora y siniestra.

...............

III

-¿Está usted satisfecho? -dijo el propagandista al fabricante.

-Estoy satisfecho; tanto, que he decidido darle á usted seis mil reales en lugar de los cinco mil convenidos.

Y abriendo un cajón dió al compañero Peralta la cantidad ofrecida.

-Y los gastos del mitin...

-Aquí tiene usted mil reales más.

Despidióse nuestro hombre, y acababa apenas de volver la espalda, cuando el fabricante murmuraba frotándose las manos de puro gozo:

-¡Soberbio negocio! Decididamente soy un gran comerciante.

Y el compañero Peralta decía:

-Seis mil y mil para el mitin son siete mil. Con lo que recaudé de mis compañeros pago los gastos.

-¡Decididamente soy un gran propagandista!...

Y por la noche, al presentarse en el casino socialista, fué ovacionado y aclamado como apóstol de las nuevas ideas.

Francisco de A. Soler.




ArribaAbajoPenacho el mentiroso

Había desaparecido la yegua del Sr. Alonso el posadero. Durante tres días recorrió el chico de la posada todos los vericuetos y barrancos del monte sin topar con la yegua.

El cuarto día, al amanecer, salí con el muchacho y con el guarda jurado en busca del animal perdido.

El guarda era mozo listo si se trataba de cosas que a él o á su amo atañían; para asunto ajeno, se convertía en un pazguato. Marchaba á mi lado, la escopeta al hombro; interrumpiendo á cada instante su paso cansino, se detenía á cerrar los zarzos en la entrada de las heredades, me enseñaba las toperas de los prados y quería explicarme sobre el terreno cómo los topos hacen sus galerías subterráneas.

El chico del Sr. Alonso se incomodaba al ver nuestra indolencia, y desahogaba su mal humor agitando los cencerros que llevaba para atraer á la yegua extraviada.

Llegamos á un bosque de pinos y ya íbamos á internamos en él, cuando el chico suspendió un momento la cencerrada, y nos dijo:

-¿Vamos á la casilla del vaquero? Puede que sepa dónde está esa condenada yegua.

-Vamos allá -contestó el guarda.

Torcimos a la izquierda y caminamos buen trecho por el lindero del bosque. Al desembocar en un prado vi una casucha por cuya chimenea salían borbotones de humo.

-¡Cómo cuece el puchero de Penacho! Verá usted que tipo -dijo el guarda.

Llegamos á la puerta de la choza; el vaquero, sentado en un banquillo, componía una abarca agujereada con pedazos de suela vieja.

-Buenos días, Penacho -dijo el guarda.

-Buenos días, Sr. Elías -rectificó el muchacho.

-Buenos días, Sr. Elías -repetí yo, pensando que le sería más agradable al vaquero la salutación del chico que la del guarda.

-A la paz de Dios, señores -respondió Penacho sin moverse del asiento. Luego se agachó para alcanzar un pedazo de cuero que estaba á remojo en una cazuela, sin duda para que adquiriera flexibilidad.

-¿De zapatería? -preguntó el guarda.

-Sí, hombre, sí. Maldito sea el que inventó este calzado, se rompe en seguida... Pero siéntese usted, señorito -me dijo señalándome una cesta volcada. Luego añadió: -Mira tú, guarda, estas abarcas las merqué hace tres meses en el Galapagar para venir al monte: Ya ves cómo están -y nos mostraba un cacho de suela negra carcomida por el uso.

-Y que me costaron ¡pero que mucho dinero!

-¿Como cuánto?

-Pues si mal no recuerdo, diez pelas.

-Pero hombre -exclamó el guarda-; éstas las llevo yo hace un año y las compré por diez ras en el Galapagar también.

-Pues me robaron sin duda, aunque es verdad que tengo el pie más grande que tú -dijo Penacho mirando su pie descalzo envuelto en tiras de lana parda.

-¡Cuatro veces más grande! -dijo el guarda.

-¡Bah! guasón, ¿tiés tabaco?

Me apresuré a darle un pitillo al vaquero y otro al guarda.

Mientras Penacho lo sobaba entre sus callosos dedos, le contemplaba yo con verdadera curiosidad. Era el vaquero mocetón robusto, grueso; su cara redonda parecía un sol sucio; desde las greñas, cubiertas por el enorme y grasiento sombrero merino, bajaban á encuadrar su rostro rollizo unas patillas de boca de hacha ásperas y negras, que le daban aspecto de un José María gordo. Vestía chaquetón de grueso paño pardo remendado en los codos con tela no menos burda, pero de distinto color; pantalones á media pierna, remendados también en la rodillera, sujetos por la faja de color verdoso, y encima de la faja ceñía la honda de correa.

El vaquero encendió el cigarro y empezó a machacar un pedazo de suela con un martillo.

El guarda se tumbó en el suelo, me guiñó un ojo y dijo:

-Y dime Penacho, ¿qué hay de mujeres?

La cara del vaquero irradió satisfacción, abandonó suela, martillo, todo, y con tono confidencial preguntó al guarda:

-¿Sabes tú la Colorá? Pues el otro día estuvo aquí.

-Demonio -exclamó el guarda con fingida sorpresa-. ¡Bueno se pondrá Antonio si lo llega á saber. ¡Si quiere casarse con la Colorá para Adviento!

-Pues sí, galán. ¡Vaya un mico que se lleva ese pelele!

-¡Vamos hombre, que tú siempre has de ser así!

-Pero ¿qué? Si no lo puedo remediar. ¡Que tengo gancho, hombre, que tengo gancho! ¿Porque ya sabrás tú por qué salió, la Pancracia de ca del amo.

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Pablo Ruiz Picasso
Pintor.
(Retrato por él mismo.)

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Juan Gualberto Nessi
Literato.
(Retrato por R. Baroja)

-Algún lío, ¿eh? -dije yo.

-Y gordo. Gracias á que la señora me estima, porque también á ella...

-Pero ahora que recuerdo -dijo el guarda-, ¡si la Colorá se fué hace seis meses a servir á Madrid!

-Calla, hombre, calla -dijo Penacho moviendo la cabeza como quien se equivoca-, vaya una memoria que tengo. Si no fué la Colorá, hombre, si fué la Paca la del tío Ramón.

-Ya decía yo -exclamó el guarda.

El chico del posadero se impacientaba con la charla, y desde la puerta de la choza nos propinaba una cencerrada morrocotuda.

Asomó en esto la cabeza y nos dijo:

-¿Vamos ó no vamos á buscar la yegua?

-¿Qué buscas, la potranca de tu padre?

-Sí, que hace cuatro días que no la vemos por ninguna parte.

-Pues un momento antes de llegar ustedes, estaba la yegua en el barranco con las potras del pueblo.

-Vaya, vamos á buscarla -dije yo.

El guarda se incorporó desperezándose.

-Bueno, Penacho, que siga la obra de zapatería.

-A la paz de Dios, señores -dijo el vaquero, y siguió martillando la suela.

Salimos de la choza y el chico tomó hacia el barranco, pero el guarda le detuvo.

-¿A dónde vas tú?

-Pues al barranco.

-Mira que eres tonto; iremos arriba y puede que encontremos tu yegua.

-Pero si Penacho dice que allá -dijo el chico señalando la hondonada.

-Por lo mismo vamos á ir allí -respondió el guarda, y señaló la dirección contraria.

Comenzamos á subir una loma; el guarda se puso á mi lado.

-Ha visto usted qué demonio de hombre -me dijo-.

Se pasa tres y cuatro meses sin ver á un cristiano, pero en cuanto tropieza con alguno le suelta todo el costal de mentiras que se le han ocurrido.

Caminábamos un gran trecho hablando del vaquero, cuando el chico, que iba delante, comenzó a gritar:

-¡Anda! ¡Los cuervos, los cuervos!

Vimos una inmensa bandada de cuervos que alzaba el vuelo graznando.

-¡Demonio, a que se están comiendo a la yegua! -dijo el guarda echando á correr.

Le seguí, y al llegar detrás de un peñasco vimos que efectivamente la yegua del posadero, a la que reconocieron el chico y el guarda, estaba muerta y medio devorada por los cuervos.

-¿Ve usted? -me dijo el guarda-. Penacho decía que hace un momento había visto á la yegua con las potras del pueblo y lo menos hace dos días que espichó. Lo bueno es que Penacho se ha quedado convencido de que la ha visto esta mañana.

Juan Gualberto Nessi.




ArribaAbajoEn el sueño

Para mi amigo Pedro de Gálvez.


   Por bosques tapizados de verdura
caminamos los tres. Ellas delante:
una, de gloria y de placer radiante,
pictórica de amor y de ternura;
   otra, llena de fúnebre amargura,
la palidez del nardo en el semblante,
el dolor en el alma fulgurante,
el desgaire en la blanca vestidura.
   «¿Quiénes sois?» -gritó con afán vehemente.
La dulce ninfa de sin par belleza:
«Soy -dice- la Esperanza refulgente.»
   Inclinando su pálida cabeza,
la otra responde trabajosamente
con apagada voz: «Soy la Tristeza.»

Pedro Barrantes.

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Evelio Torent
Pintor.
(Retrato por R. Baroja.)




ArribaAbajo¡¡¡Un gran novelista!!! ¡¡¡Una gran novela!!!

Señor director de Arte Joven.

Muy señor mío: No dudo que las columnas de su ilustrada publicación, libre de mezquindades e independiente, así como sabe derribar los pedestales que ostentan falsos ídolos, sabrá erigir alto monumento a los genios desconocidos e ignorados, por la envidia de los que tienen fama superior a la que merecen.

Acabo de leer un libro, libro admirable y grande como pocos se han escrito en España, y ese libro, esa obra genial, es obra de un autor español desconocido entre nosotros.

Aquí le ha ahogado la envidia de los más y las malas pasiones de todos; pero en Francia, nación generosa y grande, ha logrado, no sólo numerosos premios, sino la popularidad verdadera, tan ambicionada por los que emborronan papel.

El novelista egregio de que hablo se llama D. José de Campos; la obra que me inspira estas líneas se titula ¡Ella!

Esa obra... pero ocupémonos antes de su autor. ¡Oh, cuántas fatigas, cuántos calvarios se adivinan tras las lamentaciones, dignas de Jeremías que se traslucen en el brillante prólogo del autor! ¡Lo que habrá sufrido D. José arte la turbamulta de cómicos imbéciles y de editores estúpidos antes de publicar este libro! ¡Oh, la hora ha llegado! ¡La revancha es un hecho!

Este hombre, amigo de Dumas, de Zola, y de todos los grandes escritores franceses, pásmense ustedes, ¡ha sido desdeñado en España!

Este hombre, que en edad juvenil tiene escritas y publicadas, según vemos en las primeras páginas de ¡Ella!, 49 novelas, 17 obras de historia, 25 obras teatrales, 3 en colaboración, 2 arreglos del francés al español y 2 viceversa; este hombre, por vergüenza nuestra, es desconocido en su patria; pues todas esas obras se han publicado y leído con fruición en francés.

Lo que sí nos extraña es que tan alto ingenio se denigre y rebaje hasta emplear su brillante pluma en traducir al francés obras como El padrino de «El nene» y Cariños que matan.

¡Ah, pero lo comprendemos todo; todo! Esas dos obras son de dos cómicos. ¡Dos viles cómicos, con los cuales necesita el gran escritor estar a bien, halagarles, para tenerles propicios para que le estrenen! ¡Ah, el genio no necesita eso! Tarde ó temprano se impondrá, sin necesidad de que el genio baje la cerviz.

No quiero ser pesado, señor director, y no doy la lista de las 98 obras escritas por D. José de Campos, ni de los 41 premios obtenidos por él, desde la Cruz de la Legión de honor hasta la oficialidad de la Orden de Melusine.

Sólo diré que el Sr. Campos sabe ser satírico. Dice de esos que juegan con el vocablo y critican sus galicismos:

«Las frases y los términos retumbantes se quedan para los discursos sofísticos del que aboga por una mala causa y son el recurso de los autores que no pueden recurrir a otros medios.»

¡Duro ahí!; eso va derecho para esos autores de figulinas que sólo saben frasear.

Y luego escribe contra ciertos autores de episodios más ó menos reales y contra otros muchos que ya se darán por aludidos:

«¿Cómo se puede ser juez de lo que no se sabe hacer, y qué crédito puede tener quien se apropia la idea y el trabajo de otros, así como el que se vale de plagios y de transformaciones y da como suyas obras antiguas de otros autores?»

Así, así; desenmascárese á los falsos ídolos.

¡D. José, ya ha llegado la hora de que usted hable alto!

No quiero abusar más de la bondad del señor director.

Mucho y bueno podría decir de la novela, de esta célebre novela ¡Ella!, que ha obtenido el premio Balzac en Francia; pero creo hacer un favor al autor dejando en curiosidad a los lectores.

¡Ella! vale mucho; pero la dan por tres pesetas en las librerías. ¡A comprarla!

Le da las gracias por su hospitalidad, señor director, su afectísimo seguro servidor, q. s. m. b.,

Pedro Robles y Suárez.

Con gusto publicamos esta carta que hemos recibido, y, aunque no conocemos la obra que tanto se elogia, ponemos á disposición del autor de ¡Ella! nuestro periódico.

La Redacción.

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Camilo Bargiela
Literato.
(Caricatura por P. Ruiz Picasso.)




ArribaLos peces...

(Poemática simbólica y sarcástica.)




Era una... era una... era una bella tarde de verano;
en los campos florecidos de la tierra bullidora
suspiraban sus endechas amarillas los claveles,
los jazmines, las violetas y las rosas.
   Era una, era una, era una bella tarde de verano,
la pareja somnolienta y amorosa,
con las manos, con las manos enlazadas
discurría por la senda lacrimosa
que se abría lentamente y seguía y se perdía
en la triste Theoría de la muerte de la Sombra,
en la Selva desgreñada y crepitante
por el beso de las hojas,
que danzaban como brujas del Walpurgis
en la noche abrumadora.

   Dice blando el galán de rostro efébeo:
«Ven conmigo, ven conmigo bajo el palio de los sauces
y en la Sombra... ¡dulce Sombra!
te diré loco de amores mis nostalgias y mis ansias,
que me clavan en el pecho sus espinas punzadoras.
   Ven conmigo, ven conmigo
bajo el palio de los sauces,
y veremos las adelfas, las ninfeas, los nelumbos
y los mirtos seculares.
   Mientras tanto, en el agua misteriosa que sonríe
con sus ondas de cristales,
flotan rosas, flotan rosas, nadan cisnes
y los peces... y los peces... y los peces
y los peces colorados del estanque.

Zenón Porrondo.

Poeta desfalleciente, empleado en la Fábrica del gas.

Por no saber escribir,

Camilo Bargiela.

Imprenta de Antonio Marzo, calle de las Pozas, 12, Madrid.

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