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65.- Paz y constitución de la iglesia

       La persecución y el castigo de tan gran número de súbditos, siempre creciente, fueron considerados, no sólo injustos, sino también impolíticos por los emperadores; Galerio, en nombre propio y en el de Constantino y de Licinio, publicó que, no habiéndose podido vencer con rigores y suplicios la obstinación de los Cristianos, permitíase a estos que profesasen sus creencias, y se congregasen, mientras respetaran las leyes y el gobierno.
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     Entonces se abrieron las cárceles; los ritos salieron de las catacumbas a la luz; los prófugos volvieron a sus hogares. Constantino mereció el título de Grande por aceptar tan capital transformación y autorizar el culto cristiano, sin perseguir por esto a los que seguían abrazados al antiguo culto; pero obligó a todo el mundo, hasta a los tribunales, a que respetasen el domingo. Esto afirmaba legalmente la conquista del mundo, obtenida por el cristianismo. No por esto había cesado la lucha; largo tiempo duró contra la política en Occidente y contra las doctrinas en Oriente. Pero los príncipes reinantes encontraban ya en las máximas cristianas medios con que mejorar las leyes en punto a moral, restringir el despotismo de los padres y de los esposos, establecer la inviolabilidad del lazo conyugal y dulcificar la condición de los esclavos, de modo que la legislación civil adquiría espíritu cristiano, aunque la administración del imperio continuaba siendo gentil, identificando el soberano con el Estado. Cuando los Bárbaros derrumbaron todo el edificio romano, no quedó en pie más que la institución eclesiástica, y ésta proporcionó un orden legal a los mismos Bárbaros, y consolidó su propia jerarquía, constituida por un pontífice, varios patriarcas o arzobispos, obispos y sacerdotes, y otros órdenes inferiores.
     Viviendo los Apóstoles, se celebró ya un Concilio, donde los fieles iban a determinar algunos puntos de fe y disciplina; y los cánones proclamados en él adquirieron fuerza de ley. Así repudiábanse las herejías, aclarábanse mejor las creencias reveladas, a medida que se veían mal interpretadas, y se adaptaba la disciplina a los tiempos y lugares.




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66.- Filosofía profana y religiosa

     Las doctrinas racionales griegas y las sacerdotales de los Egipcios, de los Persas y de los Indios, no cesaron jamás. Las escuelas derivadas de Sócrates conducían a bien diversas consecuencias, hasta al escepticismo doctrinal de Sexto Empírico, que destruía toda filosofía positiva, negando hasta la idea de la casualidad. Los neo-pitagóricos seguían un tipo de virtud, pero con arcanos y milagros. Los neo-platónicos querían unir al arte de Platón la ciencia de Aristóteles, y mezclar con ello tradiciones órficas, egipcias, pitagóricas y cristianas; eclecticismo favorecido por la recolección de libros de Alejandría y por las crecientes comunicaciones con los diversos pueblos; y de aquel modo llegaron al idealismo místico y a la magia. Brillaron en esta escuela Plotino, autor de las Enéadas, a quien el emperador Galieno asignó una ciudad de la Campania porque estableciese en ella la república de Platón; Porfirio y Jámblico su discípulo, ardientes adversarios del cristianismo; Proclo, con quien concluyó la serie de los Herméticos, guardianes de los misterios, por medio de los cuales él operaba milagros. Estos también hicieron progresar algo la filosofía, pero este progreso no fue aún eficaz sobre el pueblo ni consolidado entre los sabios.
     El amor a la controversia, natural en los orientales, se manifestó de pronto en las discusiones a propósito (196) del Cristianismo, y en las herejías que deducían. Algunas de estas discusiones herían las doctrinas católicas, otras las formas exteriores, y representan la serie de las ideas que durante 18 siglos dieron movimiento a la humanidad. Desde entonces las doctrinas filosóficas pueden distinguirse en dos categorías: las que marchan con el cristianismo, posponiendo la razón a la fe; y las que sujetan la fe al raciocinio.
Herejías      Las doctrinas hebraicas habían sido alteradas por mezcolanza extranjera, mayormente en la escuela fundada en Alejandría, como aparece en Aristóbulo y en Filón, que dan extrañas interpretaciones a la Biblia; y siguieron la Cábala, la Guemará y el Talmud, ciencia nueva que tuvo sus doctores (Akiba, José, Judas el Santo) y grande influencia en las opiniones y en los actos, reducidos a prescripciones cada vez más minuciosas y a aplicaciones teúrgicas.
       Algunos Hebreos adoptaron el cristianismo, pero introduciendo en él opiniones extrañas y ceremonias diversas. De ellos provienen los Ebionitas, repudiados por los Hebreos como apóstatas y por los Cristianos como herejes. Los Gnósticos eran libre-pensadores, que profesaban una doctrina independiente de revelaciones y superior a los cultos paganos, a la religión hebraica y a la cristiana. Acumulaban, pues, las creencias de los Fenicios, de los Egipcios y de los Persas, y creían poder alcanzar por arcanas vías la verdadera ciencia, la práctica santa y la explicación de los misterios. Abandonados así a la razón individual, se descomponían en sectas infinitas, cada una con obispos, doctores, asambleas, milagros y evangelios; y unos eran panteístas, y otros dualistas, admitiendo un principio del bien y un principio del mal. La moral, en uno y otro caso, carecía de base, por lo cual muchos se abandonaban a los instintos; otros reprobaban todo placer y todo lujo; y se llamaban Montanistas, Origenistas y Marcionistas. Mayor nombradía tuvieron los Maniqueos, procedentes de la Persia, que admitían dos principios, la luz y la materia, origen de la perpetua contradicción entre el espíritu y la carne; con esta vulgar explicación adquirían crédito entre el pueblo, al que era inaccesible (197) la ciencia de los Gnósticos; y asumieron las herejías de Eutiquio y de Sabelio respecto a la naturaleza de Cristo.
Gnósticos
 
 
Maniqueos
Filosofía cristiana      Aclarábase la filosofía cristiana, a medida que los nuestros tenían que servirse de ella para combatir a los divergentes; Los Santos Padres, considerando que la filosofía y la religión se derivaban de una misma fuente, querían conciliarlas con un eclecticismo diferente del alejandrino, porque querían regular las diversas opiniones con la fe. Por esto se aplicaron al estudio de Platón, por la unión que encontraban entre las ideas de este gran filósofo y las cristianas. Admitida después la revelación, quedaban resueltos los problemas más arduos de la filosofía. Si Dios con un acto de libre voluntad había creado el todo de la nada, quedaban excluidos el panteísmo y la emanación; el mal deriva de la libertad que dio Dios al hombre y del abuso que hizo éste de ella por la primera culpa; razón de todas las cosas es el Verbo; la materia es inerte y pasiva, sombra de Dios, del cual es imagen el espíritu, origen de actividad, de movimiento y de inteligencia; es inexplicable el modo como el espíritu operó en la materia; pero desde que el pecado hizo pasajera su unión, la parte más noble sufre, y la más grosera se hace capaz de gustar un día las inefables dulzuras de la contemplación.
     Oprimiendo la antigua sabiduría bajo las primitivas tradiciones del género humano, los Padres hacían concurrir todas las ciencias a probar la verdad, mas no pensaron en coordinarlas en una enciclopedia. Sobre todo atendían a la moral; a hacer preferir el bien sumo al individual, a aumentar las ventajas del próximo, y no supeditar el pensamiento y la conciencia más que a Dios. De Dios solo y de su Verbo derívase el poder; pero el hombre que lo ejerce está subordinado a la ley suprema, de que es intérprete infalible la Iglesia. Así se reconciliaban la ciencia y el deber, la filosofía y la religión, la moral y la política derivadas todas de una misma fuente: Dios, cuya voluntad se manifiesta por la razón y por la revelación.




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67.- Literatura y artes

       Del cristianismo nació una literatura nueva, cuya fuente eran los veintisiete libros del Nuevo Testamento, es decir cuatro Evangelios, las Epístolas canónicas, los Actos de los Apóstoles y el Apocalipsis, donde se halla explicado y completado lo que en el Testamento Antiguo era figura, visión y profecía, y donde una infantil sencillez de expresión cubre la más admirable sublimidad de concepto. Muchos evangelios y epístolas fueron escritos en los primeros tiempos; la devota curiosidad, no saciada con lo poquísimo que en los verdaderos evangelios se dice sobre los personajes cooperadores del Redentor, recogió tradiciones y a veces inventó hechos y propósitos. Estos pseudo-evangelios no se prestan a la fe del creyente, pero son modelos de ingenuidad, muy diferente de la ampulosidad de los escritos contemporáneos; refieren muchos hechos de Cristo, de su Madre, de cada uno de los Apóstoles, de la Magdalena, de Pilatos, de Longino, de José de Arimatea, que tanto figuró en los tiempos de las cruzadas, y del Judío errante.
Pseudo evangelios
 
     Hermas, contemporáneo de los Apóstoles, refirió en el Pastor muchas verdades reveladas.
     Pronto se escribió la vida de los personajes más notables entre los cristianos, mayormente sus martirios y voluntarias penitencias, donde la piedad no siempre discernía lo falso de lo verdadero. Apologías, controversias, moral, elocuencia, historia; tales eran los diversos campos del ingenio cristiano; y la predicación, desconocida de los paganos, era, y sigue siendo todavía una de las más insignes prerrogativas del ministerio eclesiástico.
     Como la literatura, también las artes habían decaído después de Augusto, mayormente cuando al parecer habían de acrecentarlas el lujo y el fausto de los emperadores. Bajo Tiberio fueron reedificadas catorce ciudades del Asia, arruinadas por el terremoto; se sacaron del templo de Delfos 500 estatuas para la casa áurea de Nerón; Vespasiano trajo muchísimas de Grecia y ornamentos del templo de Jerusalén, y fabricó el Coliseo; las columnas de Trajano y de Antonino, los arcos, puentes y templos que sobrevivieron a tantas vicisitudes, muestran a qué altura se encontraba entonces el arte, del mismo modo que las casas y el modo de vivir de la gente han sido revelados por las ruinas de Herculano y de Pompeya, donde faltan todas las comodidades, abundan los ornamentos, y en todas partes se encuentran pinturas y mosaicos.
     Los Cristianos tuvieron que encerrar sus ritos en las catacumbas, donde puede decirse que el arte se regeneró, reproduciendo no ya los Dioses y las historias antiguas para recreo de los poderosos, sino palmas, corazones, triángulos, peces, manos y otras figuras simbólicas, y escenas del Testamento, mayormente de los pseudo-evangelios, y hasta de la mitología a modo de alusión, como Orfeo, la Sibila y las Musas. Lo bello no atendía únicamente a la vida sensual y material, sino más bien a la elevación del hombre a un mundo superior; nutríase de esperanza, amor y fe. Algunos Padres, o por seguir el aborrecimiento hebraico contra las representaciones, o por condenar el abuso de los Paganos, reprobaban las imágenes; pero otros las consideraban eficaces para inspirar sentimientos, ya de ingenua piedad, como en el Niño Jesús y su Madre, ya de compunción, como en el Crucifijo. Luego, cuando salió triunfante la Iglesia, y no tuvo que temer ya semejantes peligros, se apropió las artes, purificándolas como todo lo demás, y las empleó como firmes y elocuentes auxiliares para la divulgación de la fe.




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Libro VII

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68.- Los invasores del Imperio

     Entonces el mundo conocido se hallaba dividido en tres grandes imperios; el romano, el persa y el chino. Este último no era conocido más que por algunas mercancías traídas de aquellas regiones por los Partos. El persa, bárbaro por el despotismo asiático, y civilizado por el lujo y las artes de la paz, amenazaba al romano con 40 millones de súbditos. Pero mucho más terrible había de resultar la vigorosa barbarie de los pueblos septentrionales.
Germanos      La estirpe germánica, derivada de la India, con la cual el lenguaje atestigua el parentesco, invadió de muy antiguo la Europa por tres partes. Los que procedentes de Francia y Macedonia se fijaron en la Grecia, formaron aquella nación que admiramos floreciente y deploramos decaída. En el resto de la Europa habían sido precedidos por los Iberos, los Fineses y los Celtas. Los primeros se habían concentrado en la España, los Fineses hacia el Báltico, y los Celtas ocupaban el centro de la Europa, donde vencidos acaso por los Germanos, se lanzaron hacia la Italia y hasta la Grecia.
     Extendiéndose los Germanos en tiempo de Augusto, tropezaron con las fronteras romanas, y vencidos se dirigieron contra los Eslavos. Victoriosos a su vez sobre estos, pudieron afirmarse en la Escandinavia, y en las orillas del Elba y del Rin. Allí los conoció y describió Tácito; pero los pertinaces estudios de los sabios modernos no acertaron a poner en claro la identidad y las diferencias de diversas estirpes, que fueron a menudo confundidas con los Dacios, con los Vándalos y con los Escitas, o indicadas con el nombre de alguna tribu o confederación particular.
     En el siglo II parece que prevalecieron ocho cuerpos de nación: los Vándalos, los Borgoñones, los Longobardos, los Godos, los Suevos, los Alemanes, los Sajones y los Francos. Además de éstos se contaban los Sármatas, originarios de los Escitas, y entre los cuales figuraban como más formidables los Roxolanos y los Yazigios, contra quienes alzaron los Romanos un fuerte entre el Theis y el Danubio.
     Rígido era el clima de la Germania, ocupada en gran parte por, pantanos y bosques, como la selva Hercinia y la Carbonaria. Los habitantes vivían en casas aisladas, sin orden político. Ningún historiador propio tuvieron; los Griegos y los Latinos hablaron de ellos sin entender una sociedad demasiado discordante de la suya; su idioma y sus leyes primitivas se dedujeron después de sus tradiciones y del idioma y las leyes posteriores a la gran emigración. El Edda, que recogió las tradiciones nacionales cuando la religión carecía de vida, nos revela una mitología toda guerrera, con un solo Dios (Gott Alfader), descompuesto después en muchos otros, siendo los principales aquellos que aún denominaban los días de la semana en alemán y en inglés, además de estos dioses tenía cada raza los suyos propios y adoraba las fuerzas de la naturaleza, o los héroes divinizados, el principal de los cuales fue Odín, que debió vivir poco antes de Cristo, y que introdujo nuevas creencias como poeta y guerrero. La idea moral aparecía en los premios y castigos atribuidos en el Valhala (198) o en el Nifleim. Los sacerdotes no formaban una casta distinta; eran magistrados públicos, que conservaban en canciones los dogmas y las empresas de los héroes, pronunciaban y ejecutaban las sentencias, custodiaban las armas, distribuyéndolas solamente cuando se acercaba el enemigo; y para dominar a las gentes recurrían a ciencias misteriosas, adivinaciones y encantamientos.
     De los tres hijos de Odín se originaron tres condiciones de personas: siervos, libres y nobles. Solo el jefe era libre absoluto, y de él dependían los demás; únicamente los propietarios tenían voto en las asambleas, y entre ellos se elegía el rey; los otros, o servían en la guerra (leute), o cultivaban los campos. Tácito exageró sus virtudes por zaherir a los Romanos, y las exageraron también los Santos Padres, porque no tenían aquellos bárbaros la refinada corrupción de los de Roma. Estaban celosos de la independencia personal y eran aficionados a ejercitar sus fuerzas; por lo cual eran frecuentes las guerras y las emigraciones de las tribus. No estaban en uso entre ellos las artes liberales, ni tenían otro metal más que el hierro. Poseyeron un alfabeto rúnico usado solamente en inscripciones; la mujer no era humillada como entre los orientales, e inspiraba afecto y consideración por sus costumbres, por sus cuidados caseros y por sus excitaciones al valor.
     Ya vimos el efecto de sus emigraciones en las irrupciones de ellos mismos y de los pueblos por ellos empujados. Para contenerlos asentáronse fortalezas y campamentos en las márgenes del Rin y del Danubio, aquende los ríos. Cuando las empresas de Arminio y Marobodo, y la derrota de Varo demostraron que era imposible un cambio de costumbres, de gobierno y de lengua, se trató de fomentar las discordias de los Germanos o de tomarlos a su servicio, con lo cual los Romanos pudieron obtener algunos aliados, como los Cheruscos y los Bátavos, y algunos tributarios como los Frisones y los Caninefatos. Trajano redujo la Dacia a provincia y estableció en ella muchas colonias que mezcladas con los naturales, formaron el pueblo valaco, cuya lengua atestigua el origen latino. En tiempo de Marco Aurelio los Marcomanos se adelantaron hasta Aquilea.
     En tanto continuaban estas emigraciones, y cuando se vio que los Romanos aflojaban la resistencia, se envalentonaron más los invasores, ufanos de humillar a la nación que los llamaba Bárbaros. Los primeros invasores fueron, según parece, los más apartados; los Hunos del Volga; los Alanos del Tanais (199) y del Borístenes (200); los Vándalos de la Panonia; los Godos de la Germania Septentrional; los Hérulos y Turingios de la Central, y los Francos de las regiones meridionales.
Los Godos      Los más señalados fueron los Godos, que procedentes del Asia se habían establecido en la península escandinava, divididos en Ostrogodos u orientales, y Visigodos u occidentales. Los Gépidos son los que se quedaron en su país, cuando lo abandonaron los otros. Los Ostrogodos tenían al frente la dinastía de los Amales, y los Visigodos la de Balt, de la progenie de los Ansos, sus semi-dioses. Rechazando a los Hérulos, Burgundios, Longobardos, Bastarnos, Yazigios y Roxolanos, ocuparon la Ucrania, invadieron la Dacia, derrotaron a Decio, emperador, cuyo sucesor les prometió un tributo. Era un medio de alentarlos, y Valeriano, Galieno y Claudio tuvieron que resistirles con todo su valor. Enseñoreados de la costa septentrional del Euxino, miraban codiciosos las ricas provincias del Asia Menor; fueron llamados por el reino del Bósforo para resistir a los Sármatas; recorrieron libremente el Ponto y llegaron hasta el estrecho donde el Asia da frente a la Europa; saquearon las ciudades de Nicomedia, Nicea, Prusa, Apamea y Quíos, y con 500 naves ligeras inundaron el Bósforo Tracio, se apoderaron de Atenas, desolaron la Grecia, y se dirigían contra Italia, cuando los contuvo Galieno mediante un cuerpo de Hérulos. Los Godos devastaron el país en que estuvo Troya; más tarde concluyeron una paz con Aureliano, dando rehenes e hijos de los principales y dos mil jinetes para el ejército.
332      Entre los Ostrogodos se distinguió Hermanrico, quien habiéndose hecho soberano de las tribus independientes y de los reyes Visigodos, subyugó a los Hérulos, a los Vendos (201), a los Roxolanos y a los Estones.
Francos      Al Noroeste de la Germania se había formado la liga de los Francos, divididos en Salios y Ripuarios, que en tiempo de Galieno pasaron el Rin, invadieron las Galias y la Iberia, sirvieron a menudo a los usurpadores del imperio, y aparecieron terribles tanto en el Bósforo Tracio como en el Asia Menor y en Siracusa; ocuparon la isla de los Bátavos; y vencidos por Constancio Cloro, reaparecieron formidables contra Constantino, quien, en memoria de las victorias sobre ellos alcanzadas, instituyó los juegos Francos.
Alemanes      La liga de los Alemanes, formada por pueblos vencidos y enemigos de Roma, aparece primeramente en las márgenes del Main (202) en tiempo de Caracalla; más tarde bajaron por los Alpes Retios; sitiaron a Milán y a Rávena, y fueron vencidos por Aureliano en Fano. Pero su poderío hizo que su nombre prevaleciese sobre el de los Germanos; solo fueron contenidos por los Burgundiones, los últimos que abandonaron la vida errante. Contra estos pueblos colocó Diocleciano a uno de los emperadores colegas suyos, al mismo tiempo que dio a otros el permiso de establecerse en las provincias deshabitadas.
     También por otras partes los Bárbaros amenazaban al Imperio. Este extendía en África sus colonias hasta el borde del desierto; renovó a Cartago, donde se reunieron 19 Concilios, y dos en Constantina. Fue célebre Hipona por San Agustín. Al debilitarse el poderío romano, reaparecieron los Moros y los Getulos, más bien para conquistar que por asegurar su salvaje independencia.
     Otros Bárbaros rodeaban el Egipto, tales como los Nubios, los Blemios, los Abisinios y los Nasamones. De los Árabes se valieron los Romanos para traficar con la India. Palmira había caído. La Armenia, ya ocupada por los Partos, recobró la independencia y se unió a los Romanos con los vínculos de la religión. Los Sasánidas extendían su imperio hasta confinar con los Indios, con los Escitas y con los Árabes, y amenazaba al romano.




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69.- Constantino

       Único señor del imperio, Constantino podía realizar sus designios de reorganizarlo y darle nueva capital. Aunque llena de gente nueva, Roma conservaba el recuerdo de la antigua grandeza; como el pueblo ciertas apariencias de autoridad; y el Aventino, el Foro y el Capitolio recordaban la oposición a la tiranía. Por otra parte, Roma podía considerarse como la metrópoli del politeísmo, por aquella serie de tradiciones a las cuales estaba unida toda su historia, y por las ceremonias religiosas que consagraban todo acto público. Constantino, resuelto a romper con el pasado, trasladó la sede a Bizancio, ciudad perfectamente situada, en los confines del Asia y de la Europa, y le dio el nombre de Constantinopla, entregando 60 mil libras de oro para la construcción de las murallas, acueductos y pórticos, todo en grandiosas proporciones. Y no hallando en el país grandes artistas para embellecerla, recogió de Grecia, Asia e Italia estatuas, bajo-relieves y obeliscos. Regaló a sus favoritos palacios y haciendas en el Ponto y en el Asia; y dedicó la iglesia principal a la sabiduría eterna (Santa Sofía).
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     Aunque Roma se veía privada de los magistrados y de todos los que viven arrimados a las Cortes y a los Gobiernos, no iba perdiendo su primacía, y Constantinopla era considerada como electa hija de Roma.
     Constantino turbó tantos intereses y costumbres, que no es maravilla si viene juzgado de diversas maneras; pero indudablemente debió ser de buen temple cuando se atrevió a realizar tan radical transformación en los estatutos, en la religión, en el espíritu de su nación y de las sucesivas, y cuando supo resistir a las insinuaciones del partido triunfante. Sus leyes habían de resentirse del paganismo de que aún estaba saturada la sociedad, pero tendían a la equidad y a la caridad cristianas. No le faltaban vicios, y su familia fue espectáculo de desgracias y delitos. Tuvo de Minervina, mujer oscura, a Crispo, quien por su valor adquirió tanta popularidad, que Constantino concibió recelos de él y le mandó quitar la vida, quedando incierto si tuvo culpa, o si todo fue intriga de su madrastra Fausta, hija de Maximiano; reconocido después inocente, dícese que Constantino hizo morir a Fausta ahogada en un baño. Había tenido de ella tres hijos: Constantino, Constanzo y Constante, a quienes declaró Césares, asociando a sus primos Dalmacio y Anibaliano, distribuyéndoles diferentes gobiernos, pero teniéndolos siempre bajo su dependencia.
337      Fue llamado fundador de la tranquilidad pública porque permaneció 14 años en paz, interrumpida apenas por las guerras con los Godos, para sostener a los Sármatas. Recibía embajadores de los países más remotos. Después de haber celebrado el año 300 de su imperio, murió, siendo colocado por los Paganos entre los Dioses, por los Cristianos entre los santos, y por la historia al frente de la mayor transformación que los anales de la humanidad recuerdan.




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70.- Constitución del Bajo Imperio

Dignidades      Constantino mejoró y sus sucesores perfeccionaron la nueva constitución civil y militar. Borrada la desigualdad entre plebeyos y patricios, se fundó una nueva nobleza sobre la riqueza, hasta que el despotismo democrático del imperio se asentó únicamente sobre la fuerza y el capital. Diocleciano consolidó la verdadera soberanía reprimiendo el despotismo militar, y después concentrando la administración abolió hasta las antiguas formas. Entonces se dieron al jefe del Estado y a los magistrados ambiciosos títulos de majestad, excelencia, magnífica alteza, y otros, y las nuevas dignidades se denotaban con hábitos, ornamentos y cortejos. Quitose al Senado toda injerencia, y ya no eran elegidos por este, sino por el emperador, los cónsules, reducidos a cierta pompa y a dar nombre al año. Creose una aristocracia jerárquica de carísimos, respetables, ilustres además de los nobilísimos miembros de la familia imperial. Cuatro prefectos del Pretorio debían administrar justicia interpretar los edictos generales, vigilar sobre los gobiernos de las provincias, y fallar en supremo las causas. Roma y Constantinopla dependían de un prefecto de la ciudad.
     Para el gobierno civil, el imperio fue dividido en 13 diócesis, subdivididas en 116 provincias. En las capitales de éstas, eran independientes los ejércitos, confiados a maestres generales, que tenían a sus órdenes 35 comandantes, quienes no debían mezclarse en la administración civil.
Milicia      Senadores, dignatarios y decuriones, fueron obligados a suministrar un determinado número de soldados, o en cambio, de 30 a 36 sueldos de oro por cabeza. Constantino colocó soldados en las fronteras, concediéndoles tierras inalienables a título de propiedad; pero estos limítrofes se consideraban mal tratados en comparación con los palatinos, acuartelados en las provincias. La legión fue reducida de 6000 a 1500 hombres, disminuyendo su robustez y acrecentando su movilidad. Parece que el ejército se componía, entre todo, de 645000 hombres, en el espacio en que hoy se mantienen más de 3 millones de soldados sobre las armas. Godos y Alemanes se alistaban y elevábanse a los grados de la milicia, de los cuales pasaban a los cargos civiles, en cuyo desempeño se mostraban ineptos.
Empleos      Al lado del emperador había 7 ilustres: de un gran chambelán dependían los condes de la mesa y del guarda-ropa. El maestro de oficios dirigía los negocios públicos; y 38 secretarios despachaban los expedientes. Centenares, y aun millares de mensajeros llevaban a las más remotas provincias los edictos, y recogían noticias sobre la conducta de magistrados y ciudadanos.
     Un conde de las sagradas liberalidades manejaba el tesoro, y de él dependían las casas de moneda, las minas, los 29 recaudadores provinciales, el comercio exterior y las manufacturas de lino y de lana; el tesoro particular del emperador estaba administrado por el ministro del fisco.
     Custodiaban la persona del rey 3500 guardias, mandados por dos de los condes domésticos, con gran lujo de insignias. Estas insignias acompañaban a los magistrados hasta fuera de sus funciones, y quedaba una distancia inmensa entre el monarca y los súbditos. Eran ambicionados por grandes señores los empleos destinados al principio solo a los esclavos, o se contentaban aquellos con el simple título.
Personas      Los libertos se dividían en habitantes de las dos metrópolis, de las demás ciudades y del campo. Los primeros, sujetos a los impuestos, gozaban de privilegios y distribuciones de grano; eran corrompidos y turbulentos. En las ciudades provinciales había los senadores, dignidad puramente de nombre; los decuriones, grandes propietarios; y la plebe, formada por los pequeños propietarios, artesanos y mercaderes. En el campo había propietarios libres, colonos y esclavos. Los colonos eran un término medio, unidos al terreno que cultivaban y con el cual eran vendidos, pero libres de sus personas, con matrimonio legítimo. Convenía al Estado conservarlos por no aumentar los terrenos abandonados, pero muchos huían en busca de otras miserias a las ciudades. Con grandes cuidados se atendía al cultivo de los campos, y se introdujo la enfiteusis, por la cual se daba a cultivar una propiedad por cierto tiempo o perpetuamente, mediante un canon establecido.
Municipios      El derecho municipal correspondía a todos los cuerpos de ciudad que eran admitidos a los derechos de ciudadanía. Municipio significó una ciudad habitada por ciudadanos romanos, cualquiera que fuese su origen; de este modo se formó la unidad jurídica. Solamente los decuriones podían emitir sufragio y ejercer las magistraturas. La primera magistratura se componía de los duumviri o quattuorviri jure dicendo, equivalentes a los cónsules de Roma, con jurisdicción hasta ciertos límites, fuera de los cuales juzgaba el pretor, o bien un prefecto comúnmente expedido de Roma. Un curador quinquenal hacía de censor y de cuestor, vigilando los bienes de la ciudad, las rentas y las constituciones. Había muchas corporaciones de artes y oficios.
Provincias      También se dio uniformidad al gobierno de las provincias, y cada una de estas formaba un cuerpo político con asambleas generales, presididas por el prefecto del pretorio; podían dar decretos y expedir emisarios al príncipe.
     A medida que crecía el despotismo, borrábanse hasta las apariencias de la constitución republicana y las exenciones (203) concedidas a la Italia. Además, el emperador podía anular todo acto del municipio o de la provincia y la elección de los magistrados locales, por cuyo motivo adquirían importancia los gobernadores. Los curiones fueron después instrumento del despotismo, debiendo hacer ejecutar las órdenes superiores, exigir los impuestos y responder de ellos; no podían alejarse del municipio sin previa autorización, ni dejar a sus hijos más que la cuarta parte de sus bienes, pasando el resto a la curia, a fin de asegurar el pago de los crecientes tributos; de manera que apelaban a todos los recursos para sustraerse a semejante carga, haciéndose curas o soldados; pero la ley procuraba impedir estos ardides.
     Para proteger a los contribuyentes contra los abusos de la curia, y a ésta contra los dignatarios del imperio, se introdujeron defensores, elegidos por toda la ciudad, quienes acabaron por hacerse jefes del municipio.
Juicios      En los juicios, la autoridad del pretor era suprema, como elegido del pueblo. Pero cuando los magistrados no fueron ya elegidos por éste, partía de ellos una jerarquía judicial que llegaría hasta el emperador. Especialmente en los golpes de Estado, se juzgaba por vías extra-legales, y hasta se aplicaba el tormento.
     El estudio de las leyes era un medio para llegar a las magistraturas civiles, y las ciudades notables tenían todas escuelas de derecho; mas de ello se originó un enjambre de abogados, que desprestigió a la noble jurisprudencia.
Rentas      Los ingresos públicos consistían en dominios imperiales, contribuciones directas e indirectas, y frutos eventuales. El patrimonio de cada ciudadano era descrito exactamente, y cada año un decreto imperial determinaba la calidad y la cantidad de los impuestos, que se repartían bajo la vigilancia del presidente de la provincia y con la intervención de los defensores de las ciudades. Pagábanse parte en oro y parte en géneros, con los cuales se mantenía, a la plebe indigente, al ejército y a los empleados. Cada cinco años se exigía de los traficantes una colación lustral. Pesaban gabelas sobre la entrada, la salida, el tránsito y el consumo de los géneros, y los procedimientos de estas exacciones se han descrito como uno de los peores azotes.
Industria      La agricultura sufría de esto extremadamente. La industria estaba encadenada en maestranzas, que tenían estatutos y propiedades, y magistrados propios, y remuneraban al Estado con ciertos servicios y tributos; para esto los miembros eran solidariamente responsables. Esta esclavitud era una traba para la industria, y como si todo esto no bastase para aniquilarla, los emperadores se hacían manufactureros, fabricando por economía cuanto necesitaban para sí y para el servicio público; tenían, pues, telares, tintorerías, sastrerías, armerías, canteras de mármoles y piedras, donde trabajan esclavos, que no costaban más que el mantenimiento, e imposibilitaban la competencia libre.
     En vez de extender el comercio vendiendo las manufacturas a los Bárbaros, que se acercaban al imperio, se apartaron los mercados de las fronteras, por temor de alentar a aquellos. Y como con las conquistas desapareció la principal fuente de dinero, éste empezó a escasear; se falsificó la moneda; desaparecieron casi por completo las de oro; se acrecentó la usura; y por falta de dinero se asignaban en especies los sueldos de los magistrados.




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71.- Hijos de Constantino. Juliano Apóstata. Cuestiones religiosas

       Sucedieron a Constantino sus tres hijos, quedándose Constancio con el Asia, el Egipto, la Tracia y Constantinopla; Constante con la Italia, la Iliria y el África; y Constantino con las Galias, la España y la Bretaña. Constancio trabó incesantes guerras con la Persia, derrotando varias veces a su rey Sapor. A la muerte de Constantino, Constante ocupó sus dominios; más pronto fue muerto, y el Occidente se pronunció por Magnencio, soldado bárbaro, y por Vetranión. Constancio les llevó la guerra; Vetranión cedió; Magnencio se dio muerte después de larga lucha, y el imperio volvió a caer bajo el dominio de un solo soberano. Pero impotente para el bien, Constancio se dejaba gobernar por eunucos. Tenía dos sobrinos, Galo y Juliano, a quienes hizo enseñar durante largo tiempo el manejo de los negocios públicos. Galo urdió una conjuración; más, descubierto, pagó su hazaña con la muerte. Juliano, con su disimulo, escapó al peligro, y conquistose con sus virtudes el favor de los soldados. Mientras Constancio vencía a los Cuados en la Germania y combatía al indómito Sapor, Juliano arrojaba de las Galias a los Francos y a los Alemanes, que unían a su valor natural la estudiada disciplina. Educado en la filosofía, en la sobriedad y en la continencia, restauró, después de sus victorias, las ciudades destruidas. Celoso de él, Constancio, con el pretexto de la guerra de Oriente, pidió para si las mejores legiones de su sobrino; pero inducido por éstas, Juliano se negó a obedecer y se hizo proclamar augusto. Constancio corría a reprimirlo cuando murió; y Juliano quedó único emperador, bajo el dictado de Apóstata.
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     En aquel entonces, los acontecimientos exteriores de la Iglesia adquirieron tal importancia, que no puede comprender la historia quien no los conozca. El primer siglo del cristianismo se rigió por el milagro, con más acción que controversia. Obtenida la paz por Constantino, los Cristianos salieron de las tinieblas, solemnizando los días memorables y celebrando el recuerdo de los que habían sucumbido como mártires. Constantino no regaló al papa la soberanía de Roma, como algunos suponen, pero sí le entregó cuantiosas riquezas; sin embargo, es probable que los pontífices continuaron en la modestia, desplegando su celo en la propaganda de la verdad.
     Para contrarrestarla, además de los tiranos, surgieron las herejías, que contribuyeron a perturbar la política. Principalmente los Donatistas de África conmovieron durante mucho tiempo al imperio. Más que estos prevalecieron los Arrianos, quienes negando todos la consustancialidad, ponían unos entre el Padre y el Hijo la insuperable distancia que hay entre el Criador y la criatura; otros admitían que la omnipotencia del Padre había podido comunicar a su primogénito sus infinitas perfecciones; y otros creían que eran iguales en sustancia, no en naturaleza. Colocaban al Hijo más bajo que el Espíritu Santo, y Dios permanecía en su incomunicada unidad. Habilísimo en el decir y en el obrar, Arrio se ganó muchísimos partidarios, mayormente entre los recién-convertidos, mal informados de la teología, quienes no tenían en cuenta que según sus principios desaparecían la redención y la gracia, y que adorar a Cristo era renovar el politeísmo.
Atanasio      A esta doctrina opuso su talento y su energía Atanasio, diácono de Alejandría. Hubo grandes disensiones en la Iglesia, y a favor de ella se pronunció la autoridad del Estado, hasta entonces enemigo. Constantino, que al principio había creído que se trataba de una cuestión de palabras, visto el peligro de la fe y sentando que la Iglesia en sus creencias solo debe regirse por sí misma, indicó un Concilio, no parcial como otros que se habían celebrado, sino ecuménico, es decir general; el punto señalado para la reunión fue Nicea, y se invitó a todos los obispos; primera vez en el mundo que representantes de todos países, elegidos por el voto popular sin mas miras que la virtud y el saber, se encontraron reunidos para discutir libremente los mayores intereses de la humanidad: lo que ha de creer y el modo como ha de obrar. Después de largos debates fue declarado que el hijo es consustancial del padre. Se hicieron muchas reformas en la disciplina; se determinó celebrar la pascua el domingo en que cae el plenilunio de marzo, o el que le sigue. Las decisiones fueron comunicadas al emperador, y Constantino multiplicó cartas, recomendaciones, prescripciones y concesiones en bien del cristianismo ortodoxo. Arrio supo evitar la condena hasta que murió. Sus secuaces aumentaban los símbolos, rigiéndose ora con cavilaciones, ora con la fuerza; cuanto más amenazaban las persecuciones, más crecían los prosélitos, y el emperador Constancio los favorecía hostigando a los obispos católicos, principalmente al gran Atanasio.
 
Primer concilio ecuménico
 
 
 
     Muchos Concilios se reunieron para dar fin a la división; en todas partes imperaba la violencia, se combatía en Roma por la palabra consustancial, como en otra época por los derechos del pueblo. Atanasio capitaneaba a los Católicos, aun cuando por largos años tuvo que andar oculto entre las ruinas de ciudades que ya entonces se llamaban antiguas, y entre los anacoretas que él admiraba; defendía la entera aceptación del dogma y de la jerarquía, y el poder de la Iglesia independiente del Estado.
Persecuciones de Juliano      En esto, a Constancio sucedió Juliano, quien hastiado de tales disidencias, para él inexplicables, disgustado de los ejercicios piadosos a que le habían obligado sus maestros de educación, y fascinado por la gloria que había alcanzado el imperio bajo la antigua religión, se propuso restablecer a ésta. En su modo de vestir y de adornarse, quería distinguirse como un sabio; y en los grandes sucesos de su vida decía que le aparecían los Dioses. No había desaparecido el culto de éstos; aún subsistían sacerdotes, vestales y devociones, y celebrábanse solemnemente algunas fiestas. Reanimose el culto de Cibeles, con danzas fanáticas, extraños vestidos, ridículas devociones y prodigios, bajo la dirección de sacerdotes llamados Galos. También adquirió nuevo prestigio el culto de Mitra, con abstinencias, maceraciones, y hasta sacrificios humanos, mezclados con ritos y fórmulas parecidos a los del cristianismo.
     Los fieles de la religión antigua se regocijaron al ver a Juliano dispuesto a restaurarla. Este emperador no renovó las persecuciones, pero ridiculizó al cristianismo; desterró de las escuelas a los Cristianos, introduciendo maestros idólatras, y les obligó a gentiles homenajes; y mientras hubiera podido valerse del Senado y de la aristocracia romana, que aún conservaba la fe nacional, se inclinó con preferencia a los sofistas y a los maestros del helenismo, reanimando la veneración hacia Homero, explicando los dioses con símbolos y alegorías, purgándolos de inmoralidades, e introduciendo abstinencias, oraciones y expiaciones; de tal manera que consolidó la antigua fe, deduciendo prácticas y virtudes de los insensatos Galileos, como el patrocinio de los inocentes y el cuidado de los huérfanos. También dispensó protección a los Hebreos y pensó reedificar a Jerusalén, durante tres siglos convertida en ruinas; pero una terrible explosión del gas acumulado durante tantísimo tiempo en las cavidades subterráneas, derrumbó cuanto se había construido. Aunque se preciaba de no verter sangre cristiana, Juliano dejaba que los Cristianos fuesen perseguidos y muertos por los que sabían que de aquel modo se congraciaban con él.
     Por afectada austeridad, suprimió el lujo de la corte, abolió los empleos dispendiosos, y comunicó al Senado de Constantinopla los mismos privilegios del de Roma. Como había enfrenado a Francos, Alemanes y Godos, pensó en reprimir a los Persas, contra los cuales en 300 años de guerra los Romanos no habían podido conquistar una provincia siquiera. Reuniose un formidable ejército en Antioquía, y una flota de 7100 naves en el Éufrates, contando con la Armenia coaligada con el imperio romano; avanzó Juliano al frente de estas fuerzas, arrollándolo todo, y pasó el Tigris; pero Sapor se retiraba devastando las provincias, de tal modo que el ejército invasor se encontró sin víveres. En la retirada trabose formidable lucha, siendo mortalmente herido el emperador.
26 de junio      Joviano, primicerio de los domésticos, fue llamado a sucederle para resistir a los enemigos; ordenó la retirada, concluyó la paz, en virtud de la cual los Romanos cedían las cinco provincias que poseían más allá del Tigris, y abandonaban al rey de Armenia. En Roma fue inmensa la explosión de alegría de los Cristianos por la muerte de Juliano; el nuevo emperador les aseguró protección, restituyó la inmunidad, aunque sin perseguir a los idólatras; se declaró por los Católicos en contra de los Arrianos, y murió después de un corto reinado de siete meses.




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72.- De Valentiniano hasta Teodosio

       Los comandantes del ejército confirieron la púrpura a Valentiniano, de gran valor y hermosa presencia, que tomó por colega a su hermano Valente, débil y tímido. Así dividido el imperio, los soberanos fijaron su residencia, uno en Milán y otro en Constantinopla. Valente, inclinado a los Arrianos, multiplicó los procesos y los suplicios para asegurarse el reino; y también Valentiniano, no por miedo como él, sino como necesaria al imperio, unía la crueldad al valor. Buen católico, tomó sabias providencias y contuvo las invasiones de los Bárbaros, hasta que murió en Panonia. Valente tuvo que combatir a los Persas, y rechazó a los Godos más allá del Danubio; pero éstos, empujados por los Hunos, solicitaron permiso para estacionarse en la Tracia, donde pronto se coaligaron con otros compatriotas para devastar y vencer, y habiendo acudido Valente a enfrenarlos, quedó muerto con la flor de sus generales en Andrinópolis.
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       Graciano, hijo de Valentiniano, era llamado entonces al solio imperial, pero sintiéndose incapaz para tanto peso y para hacer frente a tantos enemigos, eligió por colega a Teodosio, español, que había dado pruebas de gran valor en las precedentes guerras, y que disgustado entonces cultivaba sus bienes cerca de Valladolid, con sus tres hijos Arcadio, Honorio y Pulqueria. Habiéndose quedado con la prefectura de Oriente, Teodosio reforzó el ejército, de manera que los Godos, o se dispersaron o se sometieron, y fueron distribuidos en colonias, sobre tierras fértiles pero desiertas, donde se dedicaron a la agricultura y abrazaron el cristianismo. Su obispo Ulfila introdujo en su nueva patria el alfabeto griego y tradujo en su lengua el Evangelio. Los Godos querían a Teodosio, por la próspera paz que les había dado; pero los Romanos olvidaban los cuidados del servicio militar, al mismo tiempo que se adiestraban peligrosos enemigos.
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       Por entonces, los dos valientes emperadores hacían revivir el imperio. Graciano declaró toleradas todas las creencias cristianas, protegió las letras y concedió el consulado a su maestro, el poeta Ausonio; perdiose después en discusiones teológicas, hasta que huyendo de una sublevación de Magno Máximo, fue muerto. Máximo fue aceptado como colega de Teodosio, y dominaba la Bretaña y las Galias, donde formó un grueso ejército; marcho luego contra la Italia, gobernada por Valentiniano II, hijo de Valentiniano I y de Justina, que dirigía el gobierno en nombre de aquel. Teodosio le salió al paso con un ejército aguerrido y le dio muerte, entrando luego triunfante en Roma.
 
Teodosio
 
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     Elogiado por su valor no menos que por su saber, Teodosio no perdió siquiera un palmo de terreno, pero tuvo que aumentar los impuestos. Disgustados por esto, los ciudadanos de Antioquía se sublevaron, y él los amenazó con severas represalias; mas pudieron mitigarlo los monjes y los obispos Flaviano y Juan Crisóstomo. Sin embargo, Tesalónica, ciudad rica en comercio, fue devastada por orden de Teodosio, por haber dado muerte a su gobernador. Cuando se acercó para los sacramentos a la iglesia de Milán, el obispo Ambrosio no le dejó entrar, hasta que hubo hecho penitencia por la sangre derramada. Entonces ordenó que no se ejecutasen sus sentencias hasta después de 30 días de haberlas dictado, y prohibió que se castigase a los que difamaran al emperador.
394      Dejó que continuase reinando Valentiniano, cuyo gobierno era mejor desde que había muerto su madre; pero el franco Arbogasto se rebeló contra éste, dándole muerte, y no atreviéndose a tomar el cetro para sí, lo dio al rector Eugenio, su secretario. Teodosio fue a combatirlo, y lo venció en Aquilea, donde Arbogasto se dio la muerte, y fue muerto Eugenio. Entonces quedó el imperio todo bajo el poder de Teodosio, pero este no tardó en morir, después de haber publicado sapientísimas leyes inspiradas por el cristianismo, cuyo triunfo se cumplió entonces.
Los Santos Padres      No solamente en Roma, sí que también en las provincias duraban aún los restos de la antigua superstición, por cuanto los emperadores habían creído conveniente para la política el dejarlos subsistir; y eran profesados hasta por personajes ilustres, como el docto gramático Máximo, Macrobio autor de las Saturnales, Pretestato, Simmaco (204), prefecto de Roma, el filósofo Libiano, los historiadores Eunapio y Zósimo, el poeta Ausonio y otros muchos que secundaron a Juliano. Pero los Cristianos crecían siempre, hasta en la más alta sociedad; y su fe era aclarada, consolidada y difundida por los Santos Padres, nuevas glorias de la Iglesia militante. San Atanasio, a pesar de que le vemos tan atareado, escribió contra los Arrianos, y en general contra los herejes, demostrando que es una locura querer salir fuera de la razón con la razón humana. Juan Crisóstomo, arzobispo de Constantinopla, fue el más elocuente de los Padres griegos, y digno de ser comparado con Demóstenes. Fue célebre la amistad de Gregorio de Nacianzo con los hermanos Basilio y Gregorio de Nisa, quienes habiendo abrazado el sacerdocio combatieron valientemente el arrianismo, tanto que Teodosio expidió un edicto en que proscribía esta creencia, señalando a los Arrianos con el infame nombre de herejes, y atribuyendo a los nuestros el de cristianos católicos. Entonces se reunió el segundo Concilio ecuménico para definir mejor la fe expresada en el símbolo de Nicea (205).
 
 
Crisóstomo
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San Jerónimo      Jerónimo, nacido en los confines de la Dalmacia, fue laboriosísimo, se formó una biblioteca, y se retiró al desierto, donde mortificó su cuerpo entre la oración y el estudio. Habiendo salido de aquella soledad, brilló en Roma por su laboriosidad y su talento; animó el celo religioso de piadosas matronas, tradujo mucho mejor los Libros Santos, y escribió el Canon de los autores eclesiásticos; pero a veces perjudica su estilo la aspereza de su polémica.
   
       Paulino de Burdeos, poeta de mérito, abandonó familia y honores, y se retiró junto a Nola, predicando, escribiendo versos y animando a los fieles. Flavio de Poitiers combatió vigorosamente a los Arrianos. Dejamos sin nombrar a otros padres occidentales para citar a Ambrosio, quien mientras gobernada en Milán fue nombrado obispo de esta ciudad, cargo que implicaba muy diversos cuidados, tanto religiosos como seculares, y en cuyo desempeño se hizo amar como padre y respetar como príncipe. Obtuvo del emperador Graciano la orden de que el Senado quitase la estatua de la Victoria y se confiscasen los bienes de los templos paganos. Opusiéronse a estas medidas los partidarios de la antigua observancia, pero los confutó Ambrosio; y los monjes y los obispos indujeron a los Cristianos a demoler los templos y las estatuas gentiles. Justina, madre de Valentiniano II, favorecía a los Arrianos, hasta el extremo de querer que Ambrosio les cediese una de las iglesias de Milán. Este se negó a tal exigencia, y amenazado con la fuerza, reunió a los Católicos, y los entretuvo con sagrados cánticos. La firmeza de Ambrosio venció la obstinación de la emperatriz.
San Ambrosio
 
 
 
San Agustín      Los Maniqueos admitían dos principios, uno del bien y otro del mal, y en esta doctrina había crecido el númida Agustín; pero siendo éste profesor de elocuencia en Milán, oyó a Ambrosio, y fue de tal manera conmovido y llamado a la verdad, que se convirtió en uno de los más insignes campeones del cristianismo. Además de muchas obras de controversia, escribió Agustín la Ciudad de Dios, verdadera filosofía de la historia, donde explica la marcha general de la sociedad y el contraste entre la humana y la celeste.




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73.- División del Imperio. Honorio

       Teodosio había. dividido el imperio entre sus hijos; a Honorio, de 11 años, le dio el Occidente; a Arcadio, de 18, el Oriente; y todo el mundo sentía que cayese de las robustas manos de aquel gran hombre, para ir a parar en manos tan débiles e inexpertas. Cierto es que tenían valientes tutores, Estilicón y Rufino; pero estos, hallándose en disidencia, separaron los intereses de los dos imperios. Se supone que Rufino invitó a los Hunos y a los Godos a invadir el imperio; pero halló la muerte a manos de los soldados del valeroso vándalo Estilicón. El armenio Eutropio, que le sucedió en el favor de Arcadio, se puso celoso de las victorias de Estilicón, e indujo al emperador a hacer la paz con el godo Alarico y a recibirlo de comandante de las tropas de la Iliria, al mismo tiempo que invitaba al africano Gildón a sublevarse contra Honorio. El África era tenida en gran cuenta, porque surtía de grano a la Italia. Algunos señorones poseían en ella centenares de millas de terreno, y entre ellos se contaba Gildón, que ejerció durante 12 años un verdadero señorío, sin depender de Roma más que para pagarle su tributo en grano. Pero a causa de las quejas que contra él se proferían, Estilicón resolvió hacerle la guerra; vencido Gildón se dio la muerte.
Estilicón
 
 
 
 
 
       En tanto, crecían en poderío los Godos, y su rey Alarico, tan valeroso como prudente, invadió la Grecia, y obtuvo la Iliria, donde había cuatro arsenales de armas; y vendiendo sus servicios ora al Oriente, ora al Occidente, hacíase temible para todos. Marchó a Italia por los Alpes Julianos, pero Estilicón lo derrotó en Pollenza, le cortó la marcha intentada contra la Etruria y Roma, y le obligó a salir de Italia.
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       Honorio tuvo los inmerecidos lauros del triunfo, y no hallándose seguro, se ocultó en Rávena, defendida por la escuadra, por las lagunas y por las fortalezas. Con razón se preparaba, pues Radagaiso, al frente de numerosísimas huestes de septentrionales, pasó el Danubio, los Alpes y el Po, y sitió a Florencia. Pero todavía lo venció y exterminó Estilicón. Otros Bárbaros devastaban las Galias y la Germania; en la Bretaña, abandonada por las legiones, se hizo proclamar emperador un tal Constantino, que pudo subyugar parte de la Germania y la Iberia, y hacerse reconocer colega por Honorio, quien en contra suya aceptó los peligrosos servicios de Alarico. Esto pareció indigno al Senado, que culpando a Estilicón, pidió la muerte de éste. Estilicón sufrió la muerte con valor y dignidad. El débil Honorio se alegró de aquel sacrificio como de una victoria.
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Alarico
402      Al caer el ministro guerrero, los Bárbaros hicieron irrupción por todas partes: Alarico invadió y saqueó Aquilea, Altino, Concordia y Cremona, y se echó sobre Roma, que no había vuelto a ver ejércitos extranjeros desde que Aníbal la había sitiado 624 años antes. Apaciguado con humillaciones y dinero la primera vez, volvió Alarico, y abandonó la gran ciudad al más horrible saqueo; después dirigiose a la baja Italia, y murió cerca de Cosenza. Reemplazole su cuñado Ataúlfo, que aspiraba a constituir un imperio godo con las ruinas del romano, y se contentó con restaurar el antiguo; aceptó pactos, casose con Gala Placidia, hermana de Honorio, llevó adelante a los Godos con los cuales recuperó para el imperio la Galia, mal dominada por aquel Constantino de quien no ha mucho hemos hablado.
 
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     Ya se rebelaban las provincias; el conde Heracliano conducía del África una flota sobre el Tíber; Suevos, Alanos y Vándalos, destrozada la Galia, se estacionaban en la España. Ataúlfo, que iba a combatirlos, fue muerto con sus hijos por Sigerico; por todas partes se acercaban huestes de Bárbaros, capitaneados por distintos jefes, y de pérdida en pérdida se descomponía el imperio, mientras el débil Honorio se dejaba manejar por parientes y ministros, hasta que murió en 423.

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