|
La persecución y el castigo de tan gran número de súbditos, siempre
creciente, fueron considerados, no sólo injustos, sino también impolíticos
por los emperadores; Galerio, en nombre propio y en el de Constantino y
de Licinio, publicó que, no habiéndose podido vencer con rigores y
suplicios la obstinación de los Cristianos, permitíase a estos que
profesasen sus creencias, y se congregasen, mientras respetaran las leyes
y el gobierno. |
311 |
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Entonces se abrieron las cárceles; los ritos salieron de las catacumbas
a la luz; los prófugos volvieron a sus hogares. Constantino mereció el
título de Grande por aceptar tan capital transformación y autorizar el
culto cristiano, sin perseguir por esto a los que seguían abrazados al
antiguo culto; pero obligó a todo el mundo, hasta a los tribunales, a que
respetasen el domingo. Esto afirmaba legalmente la conquista del
mundo, obtenida por el cristianismo. No por esto había cesado la lucha;
largo tiempo duró contra la política en Occidente y contra las doctrinas
en Oriente. Pero los príncipes reinantes encontraban ya en las máximas
cristianas medios con que mejorar las leyes en punto a moral, restringir
el despotismo de los padres y de los esposos, establecer la inviolabilidad
del lazo conyugal y dulcificar la condición de los esclavos, de modo que
la legislación civil adquiría espíritu cristiano, aunque la administración
del imperio continuaba siendo gentil, identificando el soberano con el
Estado. Cuando los Bárbaros derrumbaron todo el edificio romano, no
quedó en pie más que la institución eclesiástica, y ésta proporcionó un
orden legal a los mismos Bárbaros, y consolidó su propia jerarquía,
constituida por un pontífice, varios patriarcas o arzobispos, obispos y
sacerdotes, y otros órdenes inferiores. |
|
Viviendo los Apóstoles, se celebró ya un Concilio, donde los fieles
iban a determinar algunos puntos de fe y disciplina; y los cánones
proclamados en él adquirieron fuerza de ley. Así repudiábanse las
herejías, aclarábanse mejor las creencias reveladas, a medida que se
veían mal interpretadas, y se adaptaba la disciplina a los tiempos y
lugares. |
|
Las doctrinas racionales griegas y las sacerdotales de los Egipcios, de
los Persas y de los Indios, no cesaron jamás. Las escuelas derivadas de
Sócrates conducían a bien diversas consecuencias, hasta al escepticismo
doctrinal de Sexto Empírico, que destruía toda filosofía positiva,
negando hasta la idea de la casualidad. Los neo-pitagóricos seguían un
tipo de virtud, pero con arcanos y milagros. Los neo-platónicos querían
unir al arte de Platón la ciencia de Aristóteles, y mezclar con ello
tradiciones órficas, egipcias, pitagóricas y cristianas; eclecticismo
favorecido por la recolección de libros de Alejandría y por las crecientes
comunicaciones con los diversos pueblos; y de aquel modo llegaron al
idealismo místico y a la magia. Brillaron en esta escuela Plotino, autor
de las Enéadas, a quien el emperador Galieno asignó una ciudad de la
Campania porque estableciese en ella la república de Platón; Porfirio y
Jámblico su discípulo, ardientes adversarios del cristianismo; Proclo,
con quien concluyó la serie de los Herméticos, guardianes de los
misterios, por medio de los cuales él operaba milagros. Estos también
hicieron progresar algo la filosofía, pero este progreso no fue aún eficaz
sobre el pueblo ni consolidado entre los sabios. |
|
El amor a la controversia, natural en los orientales, se manifestó de
pronto en las discusiones a propósito (196) del Cristianismo, y en las
herejías que deducían. Algunas de estas discusiones herían las doctrinas
católicas, otras las formas exteriores, y representan la serie de las ideas
que durante 18 siglos dieron movimiento a la humanidad. Desde
entonces las doctrinas filosóficas pueden distinguirse en dos categorías:
las que marchan con el cristianismo, posponiendo la razón a la fe; y las
que sujetan la fe al raciocinio. |
Herejías |
Las doctrinas hebraicas habían sido alteradas por mezcolanza
extranjera, mayormente en la escuela fundada en Alejandría, como
aparece en Aristóbulo y en Filón, que dan extrañas interpretaciones a la
Biblia; y siguieron la Cábala, la Guemará y el Talmud, ciencia nueva
que tuvo sus doctores (Akiba, José, Judas el Santo) y grande influencia
en las opiniones y en los actos, reducidos a prescripciones cada vez más
minuciosas y a aplicaciones teúrgicas. |
|
Algunos Hebreos adoptaron el cristianismo, pero introduciendo en él
opiniones extrañas y ceremonias diversas. De ellos provienen los
Ebionitas, repudiados por los Hebreos como apóstatas y por los
Cristianos como herejes. Los Gnósticos eran libre-pensadores, que
profesaban una doctrina independiente de revelaciones y superior a los
cultos paganos, a la religión hebraica y a la cristiana. Acumulaban, pues,
las creencias de los Fenicios, de los Egipcios y de los Persas, y creían
poder alcanzar por arcanas vías la verdadera ciencia, la práctica santa y
la explicación de los misterios. Abandonados así a la razón individual,
se descomponían en sectas infinitas, cada una con obispos, doctores,
asambleas, milagros y evangelios; y unos eran panteístas, y otros
dualistas, admitiendo un principio del bien y un principio del mal. La
moral, en uno y otro caso, carecía de base, por lo cual muchos se
abandonaban a los instintos; otros reprobaban todo placer y todo lujo; y
se llamaban Montanistas, Origenistas y Marcionistas. Mayor nombradía
tuvieron los Maniqueos, procedentes de la Persia, que admitían dos
principios, la luz y la materia, origen de la perpetua contradicción entre
el espíritu y la carne; con esta vulgar explicación adquirían crédito entre
el pueblo, al que era inaccesible (197) la ciencia de los Gnósticos; y
asumieron las herejías de Eutiquio y de Sabelio respecto a la naturaleza
de Cristo. |
Gnósticos |
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Maniqueos |
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Filosofía cristiana |
Aclarábase la filosofía cristiana, a medida que los nuestros tenían que
servirse de ella para combatir a los divergentes; Los Santos Padres,
considerando que la filosofía y la religión se derivaban de una misma
fuente, querían conciliarlas con un eclecticismo diferente del
alejandrino, porque querían regular las diversas opiniones con la fe. Por
esto se aplicaron al estudio de Platón, por la unión que encontraban entre
las ideas de este gran filósofo y las cristianas. Admitida después la
revelación, quedaban resueltos los problemas más arduos de la filosofía.
Si Dios con un acto de libre voluntad había creado el todo de la nada,
quedaban excluidos el panteísmo y la emanación; el mal deriva de la
libertad que dio Dios al hombre y del abuso que hizo éste de ella por la
primera culpa; razón de todas las cosas es el Verbo; la materia es inerte
y pasiva, sombra de Dios, del cual es imagen el espíritu, origen de
actividad, de movimiento y de inteligencia; es inexplicable el modo
como el espíritu operó en la materia; pero desde que el pecado hizo
pasajera su unión, la parte más noble sufre, y la más grosera se hace
capaz de gustar un día las inefables dulzuras de la contemplación. |
|
Oprimiendo la antigua sabiduría bajo las primitivas tradiciones del
género humano, los Padres hacían concurrir todas las ciencias a probar
la verdad, mas no pensaron en coordinarlas en una enciclopedia. Sobre
todo atendían a la moral; a hacer preferir el bien sumo al individual, a
aumentar las ventajas del próximo, y no supeditar el pensamiento y la
conciencia más que a Dios. De Dios solo y de su Verbo derívase el
poder; pero el hombre que lo ejerce está subordinado a la ley suprema,
de que es intérprete infalible la Iglesia. Así se reconciliaban la ciencia y
el deber, la filosofía y la religión, la moral y la política derivadas todas
de una misma fuente: Dios, cuya voluntad se manifiesta por la razón y
por la revelación. |
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Del cristianismo nació una literatura nueva, cuya fuente eran los
veintisiete libros del Nuevo Testamento, es decir cuatro Evangelios, las
Epístolas canónicas, los Actos de los Apóstoles y el Apocalipsis, donde
se halla explicado y completado lo que en el Testamento Antiguo era
figura, visión y profecía, y donde una infantil sencillez de expresión
cubre la más admirable sublimidad de concepto. Muchos evangelios y
epístolas fueron escritos en los primeros tiempos; la devota curiosidad,
no saciada con lo poquísimo que en los verdaderos evangelios se dice
sobre los personajes cooperadores del Redentor, recogió tradiciones y a
veces inventó hechos y propósitos. Estos pseudo-evangelios no se
prestan a la fe del creyente, pero son modelos de ingenuidad, muy
diferente de la ampulosidad de los escritos contemporáneos; refieren
muchos hechos de Cristo, de su Madre, de cada uno de los Apóstoles, de
la Magdalena, de Pilatos, de Longino, de José de Arimatea, que tanto
figuró en los tiempos de las cruzadas, y del Judío errante. |
Pseudo evangelios |
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Hermas, contemporáneo de los Apóstoles, refirió en el Pastor muchas
verdades reveladas. |
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Pronto se escribió la vida de los personajes más notables entre los
cristianos, mayormente sus martirios y voluntarias penitencias, donde la
piedad no siempre discernía lo falso de lo verdadero. Apologías,
controversias, moral, elocuencia, historia; tales eran los diversos campos
del ingenio cristiano; y la predicación, desconocida de los paganos, era, y
sigue siendo todavía una de las más insignes prerrogativas del ministerio
eclesiástico. |
|
Como la literatura, también las artes habían decaído después de
Augusto, mayormente cuando al parecer habían de acrecentarlas el lujo y
el fausto de los emperadores. Bajo Tiberio fueron reedificadas catorce
ciudades del Asia, arruinadas por el terremoto; se sacaron del templo de
Delfos 500 estatuas para la casa áurea de Nerón; Vespasiano trajo
muchísimas de Grecia y ornamentos del templo de Jerusalén, y fabricó el
Coliseo; las columnas de Trajano y de Antonino, los arcos, puentes y
templos que sobrevivieron a tantas vicisitudes, muestran a qué altura se
encontraba entonces el arte, del mismo modo que las casas y el modo de
vivir de la gente han sido revelados por las ruinas de Herculano y de
Pompeya, donde faltan todas las comodidades, abundan los ornamentos,
y en todas partes se encuentran pinturas y mosaicos. |
|
Los Cristianos tuvieron que encerrar sus ritos en las catacumbas,
donde puede decirse que el arte se regeneró, reproduciendo no ya los
Dioses y las historias antiguas para recreo de los poderosos, sino palmas,
corazones, triángulos, peces, manos y otras figuras simbólicas, y escenas
del Testamento, mayormente de los pseudo-evangelios, y hasta de la
mitología a modo de alusión, como Orfeo, la Sibila y las Musas. Lo bello
no atendía únicamente a la vida sensual y material, sino más bien a la
elevación del hombre a un mundo superior; nutríase de esperanza, amor
y fe. Algunos Padres, o por seguir el aborrecimiento hebraico contra las
representaciones, o por condenar el abuso de los Paganos, reprobaban las
imágenes; pero otros las consideraban eficaces para inspirar
sentimientos, ya de ingenua piedad, como en el Niño Jesús y su Madre,
ya de compunción, como en el Crucifijo. Luego, cuando salió triunfante
la Iglesia, y no tuvo que temer ya semejantes peligros, se apropió las
artes, purificándolas como todo lo demás, y las empleó como firmes y
elocuentes auxiliares para la divulgación de la fe. |
|
Entonces el mundo conocido se hallaba dividido en tres grandes
imperios; el romano, el persa y el chino. Este último no era conocido más
que por algunas mercancías traídas de aquellas regiones por los Partos. El
persa, bárbaro por el despotismo asiático, y civilizado por el lujo y las
artes de la paz, amenazaba al romano con 40 millones de súbditos. Pero
mucho más terrible había de resultar la vigorosa barbarie de los pueblos
septentrionales. |
Germanos |
La estirpe germánica, derivada de la India, con la cual el lenguaje
atestigua el parentesco, invadió de muy antiguo la Europa por tres partes.
Los que procedentes de Francia y Macedonia se fijaron en la Grecia,
formaron aquella nación que admiramos floreciente y deploramos
decaída. En el resto de la Europa habían sido precedidos por los Iberos,
los Fineses y los Celtas. Los primeros se habían concentrado en la
España, los Fineses hacia el Báltico, y los Celtas ocupaban el centro de la
Europa, donde vencidos acaso por los Germanos, se lanzaron hacia la
Italia y hasta la Grecia. |
|
Extendiéndose los Germanos en tiempo de Augusto, tropezaron con
las fronteras romanas, y vencidos se dirigieron contra los Eslavos.
Victoriosos a su vez sobre estos, pudieron afirmarse en la Escandinavia, y
en las orillas del Elba y del Rin. Allí los conoció y describió Tácito; pero
los pertinaces estudios de los sabios modernos no acertaron a poner en
claro la identidad y las diferencias de diversas estirpes, que fueron a
menudo confundidas con los Dacios, con los Vándalos y con los Escitas,
o indicadas con el nombre de alguna tribu o confederación particular. |
|
En el siglo II parece que prevalecieron ocho cuerpos de nación: los
Vándalos, los Borgoñones, los Longobardos, los Godos, los Suevos, los
Alemanes, los Sajones y los Francos. Además de éstos se contaban los
Sármatas, originarios de los Escitas, y entre los cuales figuraban como
más formidables los Roxolanos y los Yazigios, contra quienes alzaron los
Romanos un fuerte entre el Theis y el Danubio. |
|
Rígido era el clima de la Germania, ocupada en gran parte por,
pantanos y bosques, como la selva Hercinia y la Carbonaria. Los
habitantes vivían en casas aisladas, sin orden político. Ningún historiador
propio tuvieron; los Griegos y los Latinos hablaron de ellos sin entender
una sociedad demasiado discordante de la suya; su idioma y sus leyes
primitivas se dedujeron después de sus tradiciones y del idioma y las
leyes posteriores a la gran emigración. El Edda, que recogió las
tradiciones nacionales cuando la religión carecía de vida, nos revela una
mitología toda guerrera, con un solo Dios (Gott Alfader), descompuesto
después en muchos otros, siendo los principales aquellos que aún
denominaban los días de la semana en alemán y en inglés, además de
estos dioses tenía cada raza los suyos propios y adoraba las fuerzas de la
naturaleza, o los héroes divinizados, el principal de los cuales fue Odín,
que debió vivir poco antes de Cristo, y que introdujo nuevas creencias
como poeta y guerrero. La idea moral aparecía en los premios y castigos
atribuidos en el Valhala (198) o en el Nifleim. Los sacerdotes no formaban
una casta distinta; eran magistrados públicos, que conservaban en
canciones los dogmas y las empresas de los héroes, pronunciaban y
ejecutaban las sentencias, custodiaban las armas, distribuyéndolas
solamente cuando se acercaba el enemigo; y para dominar a las gentes
recurrían a ciencias misteriosas, adivinaciones y encantamientos. |
|
De los tres hijos de Odín se originaron tres condiciones de personas:
siervos, libres y nobles. Solo el jefe era libre absoluto, y de él dependían
los demás; únicamente los propietarios tenían voto en las asambleas, y
entre ellos se elegía el rey; los otros, o servían en la guerra (leute), o
cultivaban los campos. Tácito exageró sus virtudes por zaherir a los
Romanos, y las exageraron también los Santos Padres, porque no tenían
aquellos bárbaros la refinada corrupción de los de Roma. Estaban celosos
de la independencia personal y eran aficionados a ejercitar sus fuerzas;
por lo cual eran frecuentes las guerras y las emigraciones de las tribus. No
estaban en uso entre ellos las artes liberales, ni tenían otro metal más que
el hierro. Poseyeron un alfabeto rúnico usado solamente en inscripciones;
la mujer no era humillada como entre los orientales, e inspiraba afecto y
consideración por sus costumbres, por sus cuidados caseros y por sus
excitaciones al valor. |
|
Ya vimos el efecto de sus emigraciones en las irrupciones de ellos
mismos y de los pueblos por ellos empujados. Para contenerlos
asentáronse fortalezas y campamentos en las márgenes del Rin y del
Danubio, aquende los ríos. Cuando las empresas de Arminio y Marobodo,
y la derrota de Varo demostraron que era imposible un cambio de
costumbres, de gobierno y de lengua, se trató de fomentar las discordias
de los Germanos o de tomarlos a su servicio, con lo cual los Romanos
pudieron obtener algunos aliados, como los Cheruscos y los Bátavos, y
algunos tributarios como los Frisones y los Caninefatos. Trajano redujo la
Dacia a provincia y estableció en ella muchas colonias que mezcladas con
los naturales, formaron el pueblo valaco, cuya lengua atestigua el origen
latino. En tiempo de Marco Aurelio los Marcomanos se adelantaron hasta
Aquilea. |
|
En tanto continuaban estas emigraciones, y cuando se vio que los
Romanos aflojaban la resistencia, se envalentonaron más los invasores,
ufanos de humillar a la nación que los llamaba Bárbaros. Los primeros
invasores fueron, según parece, los más apartados; los Hunos del Volga;
los Alanos del Tanais (199) y del Borístenes (200); los Vándalos de la Panonia;
los Godos de la Germania Septentrional; los Hérulos y Turingios de la
Central, y los Francos de las regiones meridionales. |
Los Godos |
Los más señalados fueron los Godos, que procedentes del Asia se
habían establecido en la península escandinava, divididos en Ostrogodos
u orientales, y Visigodos u occidentales. Los Gépidos son los que se
quedaron en su país, cuando lo abandonaron los otros. Los Ostrogodos
tenían al frente la dinastía de los Amales, y los Visigodos la de Balt, de la
progenie de los Ansos, sus semi-dioses. Rechazando a los Hérulos,
Burgundios, Longobardos, Bastarnos, Yazigios y Roxolanos, ocuparon la
Ucrania, invadieron la Dacia, derrotaron a Decio, emperador, cuyo
sucesor les prometió un tributo. Era un medio de alentarlos, y Valeriano,
Galieno y Claudio tuvieron que resistirles con todo su valor.
Enseñoreados de la costa septentrional del Euxino, miraban codiciosos
las ricas provincias del Asia Menor; fueron llamados por el reino del
Bósforo para resistir a los Sármatas; recorrieron libremente el Ponto y
llegaron hasta el estrecho donde el Asia da frente a la Europa; saquearon
las ciudades de Nicomedia, Nicea, Prusa, Apamea y Quíos, y con 500
naves ligeras inundaron el Bósforo Tracio, se apoderaron de Atenas,
desolaron la Grecia, y se dirigían contra Italia, cuando los contuvo
Galieno mediante un cuerpo de Hérulos. Los Godos devastaron el país en
que estuvo Troya; más tarde concluyeron una paz con Aureliano, dando
rehenes e hijos de los principales y dos mil jinetes para el ejército. |
332 |
Entre los Ostrogodos se distinguió Hermanrico, quien habiéndose
hecho soberano de las tribus independientes y de los reyes Visigodos,
subyugó a los Hérulos, a los Vendos (201), a los Roxolanos y a los Estones. |
Francos |
Al Noroeste de la Germania se había formado la liga de los Francos,
divididos en Salios y Ripuarios, que en tiempo de Galieno pasaron el Rin,
invadieron las Galias y la Iberia, sirvieron a menudo a los usurpadores del
imperio, y aparecieron terribles tanto en el Bósforo Tracio como en el
Asia Menor y en Siracusa; ocuparon la isla de los Bátavos; y vencidos por
Constancio Cloro, reaparecieron formidables contra Constantino, quien,
en memoria de las victorias sobre ellos alcanzadas, instituyó los juegos
Francos. |
Alemanes |
La liga de los Alemanes, formada por pueblos vencidos y enemigos de
Roma, aparece primeramente en las márgenes del Main (202) en tiempo de
Caracalla; más tarde bajaron por los Alpes Retios; sitiaron a Milán y a
Rávena, y fueron vencidos por Aureliano en Fano. Pero su poderío hizo
que su nombre prevaleciese sobre el de los Germanos; solo fueron
contenidos por los Burgundiones, los últimos que abandonaron la vida
errante. Contra estos pueblos colocó Diocleciano a uno de los
emperadores colegas suyos, al mismo tiempo que dio a otros el permiso
de establecerse en las provincias deshabitadas. |
|
También por otras partes los Bárbaros amenazaban al Imperio. Este
extendía en África sus colonias hasta el borde del desierto; renovó a
Cartago, donde se reunieron 19 Concilios, y dos en Constantina. Fue
célebre Hipona por San Agustín. Al debilitarse el poderío romano,
reaparecieron los Moros y los Getulos, más bien para conquistar que por
asegurar su salvaje independencia. |
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Otros Bárbaros rodeaban el Egipto, tales como los Nubios, los
Blemios, los Abisinios y los Nasamones. De los Árabes se valieron los
Romanos para traficar con la India. Palmira había caído. La Armenia, ya
ocupada por los Partos, recobró la independencia y se unió a los Romanos
con los vínculos de la religión. Los Sasánidas extendían su imperio hasta
confinar con los Indios, con los Escitas y con los Árabes, y amenazaba al
romano. |
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Único señor del imperio, Constantino podía realizar sus designios de
reorganizarlo y darle nueva capital. Aunque llena de gente nueva, Roma
conservaba el recuerdo de la antigua grandeza; como el pueblo ciertas
apariencias de autoridad; y el Aventino, el Foro y el Capitolio recordaban
la oposición a la tiranía. Por otra parte, Roma podía considerarse como la
metrópoli del politeísmo, por aquella serie de tradiciones a las cuales
estaba unida toda su historia, y por las ceremonias religiosas que
consagraban todo acto público. Constantino, resuelto a romper con el
pasado, trasladó la sede a Bizancio, ciudad perfectamente situada, en los
confines del Asia y de la Europa, y le dio el nombre de Constantinopla,
entregando 60 mil libras de oro para la construcción de las murallas,
acueductos y pórticos, todo en grandiosas proporciones. Y no hallando
en el país grandes artistas para embellecerla, recogió de Grecia, Asia e
Italia estatuas, bajo-relieves y obeliscos. Regaló a sus favoritos palacios y
haciendas en el Ponto y en el Asia; y dedicó la iglesia principal a la
sabiduría eterna (Santa Sofía). |
329 |
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Aunque Roma se veía privada de los magistrados y de todos los que
viven arrimados a las Cortes y a los Gobiernos, no iba perdiendo su
primacía, y Constantinopla era considerada como electa hija de Roma. |
|
Constantino turbó tantos intereses y costumbres, que no es maravilla
si viene juzgado de diversas maneras; pero indudablemente debió ser de
buen temple cuando se atrevió a realizar tan radical transformación en
los estatutos, en la religión, en el espíritu de su nación y de las sucesivas,
y cuando supo resistir a las insinuaciones del partido triunfante. Sus leyes
habían de resentirse del paganismo de que aún estaba saturada la
sociedad, pero tendían a la equidad y a la caridad cristianas. No le
faltaban vicios, y su familia fue espectáculo de desgracias y delitos. Tuvo
de Minervina, mujer oscura, a Crispo, quien por su valor adquirió tanta
popularidad, que Constantino concibió recelos de él y le mandó quitar la
vida, quedando incierto si tuvo culpa, o si todo fue intriga de su
madrastra Fausta, hija de Maximiano; reconocido después inocente,
dícese que Constantino hizo morir a Fausta ahogada en un baño. Había
tenido de ella tres hijos: Constantino, Constanzo y Constante, a quienes
declaró Césares, asociando a sus primos Dalmacio y Anibaliano,
distribuyéndoles diferentes gobiernos, pero teniéndolos siempre bajo su
dependencia. |
337 |
Fue llamado fundador de la tranquilidad pública porque permaneció
14 años en paz, interrumpida apenas por las guerras con los Godos, para
sostener a los Sármatas. Recibía embajadores de los países más remotos.
Después de haber celebrado el año 300 de su imperio, murió, siendo
colocado por los Paganos entre los Dioses, por los Cristianos entre los
santos, y por la historia al frente de la mayor transformación que los
anales de la humanidad recuerdan. |
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Dignidades |
Constantino mejoró y sus sucesores perfeccionaron la nueva
constitución civil y militar. Borrada la desigualdad entre plebeyos y
patricios, se fundó una nueva nobleza sobre la riqueza, hasta que el
despotismo democrático del imperio se asentó únicamente sobre la fuerza
y el capital. Diocleciano consolidó la verdadera soberanía reprimiendo el
despotismo militar, y después concentrando la administración abolió
hasta las antiguas formas. Entonces se dieron al jefe del Estado y a los
magistrados ambiciosos títulos de majestad, excelencia, magnífica alteza,
y otros, y las nuevas dignidades se denotaban con hábitos, ornamentos y
cortejos. Quitose al Senado toda injerencia, y ya no eran elegidos por
este, sino por el emperador, los cónsules, reducidos a cierta pompa y a dar
nombre al año. Creose una aristocracia jerárquica de carísimos,
respetables, ilustres además de los nobilísimos miembros de la familia
imperial. Cuatro prefectos del Pretorio debían administrar justicia
interpretar los edictos generales, vigilar sobre los gobiernos de las
provincias, y fallar en supremo las causas. Roma y Constantinopla
dependían de un prefecto de la ciudad. |
|
Para el gobierno civil, el imperio fue dividido en 13 diócesis,
subdivididas en 116 provincias. En las capitales de éstas, eran
independientes los ejércitos, confiados a maestres generales, que tenían a
sus órdenes 35 comandantes, quienes no debían mezclarse en la
administración civil. |
Milicia |
Senadores, dignatarios y decuriones, fueron obligados a suministrar un
determinado número de soldados, o en cambio, de 30 a 36 sueldos de oro
por cabeza. Constantino colocó soldados en las fronteras, concediéndoles
tierras inalienables a título de propiedad; pero estos limítrofes se
consideraban mal tratados en comparación con los palatinos, acuartelados
en las provincias. La legión fue reducida de 6000 a 1500 hombres,
disminuyendo su robustez y acrecentando su movilidad. Parece que el
ejército se componía, entre todo, de 645000 hombres, en el espacio en
que hoy se mantienen más de 3 millones de soldados sobre las armas.
Godos y Alemanes se alistaban y elevábanse a los grados de la milicia, de
los cuales pasaban a los cargos civiles, en cuyo desempeño se mostraban
ineptos. |
Empleos |
Al lado del emperador había 7 ilustres: de un gran chambelán
dependían los condes de la mesa y del guarda-ropa. El maestro de oficios
dirigía los negocios públicos; y 38 secretarios despachaban los
expedientes. Centenares, y aun millares de mensajeros llevaban a las más
remotas provincias los edictos, y recogían noticias sobre la conducta de
magistrados y ciudadanos. |
|
Un conde de las sagradas liberalidades manejaba el tesoro, y de él
dependían las casas de moneda, las minas, los 29 recaudadores
provinciales, el comercio exterior y las manufacturas de lino y de lana; el
tesoro particular del emperador estaba administrado por el ministro del
fisco. |
|
Custodiaban la persona del rey 3500 guardias, mandados por dos de
los condes domésticos, con gran lujo de insignias. Estas insignias
acompañaban a los magistrados hasta fuera de sus funciones, y quedaba
una distancia inmensa entre el monarca y los súbditos. Eran
ambicionados por grandes señores los empleos destinados al principio
solo a los esclavos, o se contentaban aquellos con el simple título. |
Personas |
Los libertos se dividían en habitantes de las dos metrópolis, de las
demás ciudades y del campo. Los primeros, sujetos a los impuestos,
gozaban de privilegios y distribuciones de grano; eran corrompidos y
turbulentos. En las ciudades provinciales había los senadores, dignidad
puramente de nombre; los decuriones, grandes propietarios; y la plebe,
formada por los pequeños propietarios, artesanos y mercaderes. En el
campo había propietarios libres, colonos y esclavos. Los colonos eran un
término medio, unidos al terreno que cultivaban y con el cual eran
vendidos, pero libres de sus personas, con matrimonio legítimo. Convenía
al Estado conservarlos por no aumentar los terrenos abandonados, pero
muchos huían en busca de otras miserias a las ciudades. Con grandes
cuidados se atendía al cultivo de los campos, y se introdujo la enfiteusis,
por la cual se daba a cultivar una propiedad por cierto tiempo o
perpetuamente, mediante un canon establecido. |
Municipios |
El derecho municipal correspondía a todos los cuerpos de ciudad que
eran admitidos a los derechos de ciudadanía. Municipio significó una
ciudad habitada por ciudadanos romanos, cualquiera que fuese su origen;
de este modo se formó la unidad jurídica. Solamente los decuriones
podían emitir sufragio y ejercer las magistraturas. La primera
magistratura se componía de los duumviri o quattuorviri jure dicendo,
equivalentes a los cónsules de Roma, con jurisdicción hasta ciertos
límites, fuera de los cuales juzgaba el pretor, o bien un prefecto
comúnmente expedido de Roma. Un curador quinquenal hacía de censor
y de cuestor, vigilando los bienes de la ciudad, las rentas y las
constituciones. Había muchas corporaciones de artes y oficios. |
Provincias |
También se dio uniformidad al gobierno de las provincias, y cada una
de estas formaba un cuerpo político con asambleas generales, presididas
por el prefecto del pretorio; podían dar decretos y expedir emisarios al
príncipe. |
|
A medida que crecía el despotismo, borrábanse hasta las apariencias
de la constitución republicana y las exenciones (203) concedidas a la Italia.
Además, el emperador podía anular todo acto del municipio o de la
provincia y la elección de los magistrados locales, por cuyo motivo
adquirían importancia los gobernadores. Los curiones fueron después
instrumento del despotismo, debiendo hacer ejecutar las órdenes
superiores, exigir los impuestos y responder de ellos; no podían alejarse
del municipio sin previa autorización, ni dejar a sus hijos más que la
cuarta parte de sus bienes, pasando el resto a la curia, a fin de asegurar el
pago de los crecientes tributos; de manera que apelaban a todos los
recursos para sustraerse a semejante carga, haciéndose curas o soldados;
pero la ley procuraba impedir estos ardides. |
|
Para proteger a los contribuyentes contra los abusos de la curia, y a
ésta contra los dignatarios del imperio, se introdujeron defensores,
elegidos por toda la ciudad, quienes acabaron por hacerse jefes del
municipio. |
Juicios |
En los juicios, la autoridad del pretor era suprema, como elegido del
pueblo. Pero cuando los magistrados no fueron ya elegidos por éste,
partía de ellos una jerarquía judicial que llegaría hasta el emperador.
Especialmente en los golpes de Estado, se juzgaba por vías extra-legales,
y hasta se aplicaba el tormento. |
|
El estudio de las leyes era un medio para llegar a las magistraturas
civiles, y las ciudades notables tenían todas escuelas de derecho; mas de
ello se originó un enjambre de abogados, que desprestigió a la noble
jurisprudencia. |
Rentas |
Los ingresos públicos consistían en dominios imperiales,
contribuciones directas e indirectas, y frutos eventuales. El patrimonio de
cada ciudadano era descrito exactamente, y cada año un decreto imperial
determinaba la calidad y la cantidad de los impuestos, que se repartían
bajo la vigilancia del presidente de la provincia y con la intervención de
los defensores de las ciudades. Pagábanse parte en oro y parte en géneros,
con los cuales se mantenía, a la plebe indigente, al ejército y a los
empleados. Cada cinco años se exigía de los traficantes una colación
lustral. Pesaban gabelas sobre la entrada, la salida, el tránsito y el
consumo de los géneros, y los procedimientos de estas exacciones se han
descrito como uno de los peores azotes. |
Industria |
La agricultura sufría de esto extremadamente. La industria estaba
encadenada en maestranzas, que tenían estatutos y propiedades, y
magistrados propios, y remuneraban al Estado con ciertos servicios y
tributos; para esto los miembros eran solidariamente responsables. Esta
esclavitud era una traba para la industria, y como si todo esto no bastase
para aniquilarla, los emperadores se hacían manufactureros, fabricando
por economía cuanto necesitaban para sí y para el servicio público;
tenían, pues, telares, tintorerías, sastrerías, armerías, canteras de
mármoles y piedras, donde trabajan esclavos, que no costaban más que el
mantenimiento, e imposibilitaban la competencia libre. |
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En vez de extender el comercio vendiendo las manufacturas a los
Bárbaros, que se acercaban al imperio, se apartaron los mercados de las
fronteras, por temor de alentar a aquellos. Y como con las conquistas
desapareció la principal fuente de dinero, éste empezó a escasear; se
falsificó la moneda; desaparecieron casi por completo las de oro; se
acrecentó la usura; y por falta de dinero se asignaban en especies los
sueldos de los magistrados. |
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Sucedieron a Constantino sus tres hijos, quedándose Constancio con
el Asia, el Egipto, la Tracia y Constantinopla; Constante con la Italia, la
Iliria y el África; y Constantino con las Galias, la España y la Bretaña.
Constancio trabó incesantes guerras con la Persia, derrotando varias
veces a su rey Sapor. A la muerte de Constantino, Constante ocupó sus
dominios; más pronto fue muerto, y el Occidente se pronunció por
Magnencio, soldado bárbaro, y por Vetranión. Constancio les llevó la
guerra; Vetranión cedió; Magnencio se dio muerte después de larga
lucha, y el imperio volvió a caer bajo el dominio de un solo soberano.
Pero impotente para el bien, Constancio se dejaba gobernar por eunucos.
Tenía dos sobrinos, Galo y Juliano, a quienes hizo enseñar durante largo
tiempo el manejo de los negocios públicos. Galo urdió una conjuración;
más, descubierto, pagó su hazaña con la muerte. Juliano, con su
disimulo, escapó al peligro, y conquistose con sus virtudes el favor de
los soldados. Mientras Constancio vencía a los Cuados en la Germania y
combatía al indómito Sapor, Juliano arrojaba de las Galias a los Francos
y a los Alemanes, que unían a su valor natural la estudiada disciplina.
Educado en la filosofía, en la sobriedad y en la continencia, restauró,
después de sus victorias, las ciudades destruidas. Celoso de él,
Constancio, con el pretexto de la guerra de Oriente, pidió para si las
mejores legiones de su sobrino; pero inducido por éstas, Juliano se negó
a obedecer y se hizo proclamar augusto. Constancio corría a reprimirlo
cuando murió; y Juliano quedó único emperador, bajo el dictado de
Apóstata. |
350 |
354 |
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361 |
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En aquel entonces, los acontecimientos exteriores de la Iglesia
adquirieron tal importancia, que no puede comprender la historia quien
no los conozca. El primer siglo del cristianismo se rigió por el milagro,
con más acción que controversia. Obtenida la paz por Constantino, los
Cristianos salieron de las tinieblas, solemnizando los días memorables y
celebrando el recuerdo de los que habían sucumbido como mártires.
Constantino no regaló al papa la soberanía de Roma, como algunos
suponen, pero sí le entregó cuantiosas riquezas; sin embargo, es
probable que los pontífices continuaron en la modestia, desplegando su
celo en la propaganda de la verdad. |
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Para contrarrestarla, además de los tiranos, surgieron las herejías, que
contribuyeron a perturbar la política. Principalmente los Donatistas de
África conmovieron durante mucho tiempo al imperio. Más que estos
prevalecieron los Arrianos, quienes negando todos la consustancialidad,
ponían unos entre el Padre y el Hijo la insuperable distancia que hay
entre el Criador y la criatura; otros admitían que la omnipotencia del
Padre había podido comunicar a su primogénito sus infinitas
perfecciones; y otros creían que eran iguales en sustancia, no en
naturaleza. Colocaban al Hijo más bajo que el Espíritu Santo, y Dios
permanecía en su incomunicada unidad. Habilísimo en el decir y en el
obrar, Arrio se ganó muchísimos partidarios, mayormente entre los
recién-convertidos, mal informados de la teología, quienes no tenían en
cuenta que según sus principios desaparecían la redención y la gracia, y
que adorar a Cristo era renovar el politeísmo. |
Atanasio |
A esta doctrina opuso su talento y su energía Atanasio, diácono de
Alejandría. Hubo grandes disensiones en la Iglesia, y a favor de ella se
pronunció la autoridad del Estado, hasta entonces enemigo. Constantino,
que al principio había creído que se trataba de una cuestión de palabras,
visto el peligro de la fe y sentando que la Iglesia en sus creencias solo
debe regirse por sí misma, indicó un Concilio, no parcial como otros que
se habían celebrado, sino ecuménico, es decir general; el punto señalado
para la reunión fue Nicea, y se invitó a todos los obispos; primera vez en
el mundo que representantes de todos países, elegidos por el voto
popular sin mas miras que la virtud y el saber, se encontraron reunidos
para discutir libremente los mayores intereses de la humanidad: lo que
ha de creer y el modo como ha de obrar. Después de largos debates fue
declarado que el hijo es consustancial del padre. Se hicieron muchas
reformas en la disciplina; se determinó celebrar la pascua el domingo en
que cae el plenilunio de marzo, o el que le sigue. Las decisiones fueron
comunicadas al emperador, y Constantino multiplicó cartas,
recomendaciones, prescripciones y concesiones en bien del cristianismo
ortodoxo. Arrio supo evitar la condena hasta que murió. Sus secuaces
aumentaban los símbolos, rigiéndose ora con cavilaciones, ora con la
fuerza; cuanto más amenazaban las persecuciones, más crecían los
prosélitos, y el emperador Constancio los favorecía hostigando a los
obispos católicos, principalmente al gran Atanasio. |
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Primer concilio
ecuménico |
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Muchos Concilios se reunieron para dar fin a la división; en todas
partes imperaba la violencia, se combatía en Roma por la palabra
consustancial, como en otra época por los derechos del pueblo. Atanasio
capitaneaba a los Católicos, aun cuando por largos años tuvo que andar
oculto entre las ruinas de ciudades que ya entonces se llamaban antiguas,
y entre los anacoretas que él admiraba; defendía la entera aceptación del
dogma y de la jerarquía, y el poder de la Iglesia independiente del
Estado. |
Persecuciones de
Juliano |
En esto, a Constancio sucedió Juliano, quien hastiado de tales
disidencias, para él inexplicables, disgustado de los ejercicios piadosos a
que le habían obligado sus maestros de educación, y fascinado por la
gloria que había alcanzado el imperio bajo la antigua religión, se
propuso restablecer a ésta. En su modo de vestir y de adornarse, quería
distinguirse como un sabio; y en los grandes sucesos de su vida decía
que le aparecían los Dioses. No había desaparecido el culto de éstos; aún
subsistían sacerdotes, vestales y devociones, y celebrábanse
solemnemente algunas fiestas. Reanimose el culto de Cibeles, con
danzas fanáticas, extraños vestidos, ridículas devociones y prodigios,
bajo la dirección de sacerdotes llamados Galos. También adquirió nuevo
prestigio el culto de Mitra, con abstinencias, maceraciones, y hasta
sacrificios humanos, mezclados con ritos y fórmulas parecidos a los del
cristianismo. |
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Los fieles de la religión antigua se regocijaron al ver a Juliano
dispuesto a restaurarla. Este emperador no renovó las persecuciones,
pero ridiculizó al cristianismo; desterró de las escuelas a los Cristianos,
introduciendo maestros idólatras, y les obligó a gentiles homenajes; y
mientras hubiera podido valerse del Senado y de la aristocracia romana,
que aún conservaba la fe nacional, se inclinó con preferencia a los
sofistas y a los maestros del helenismo, reanimando la veneración hacia
Homero, explicando los dioses con símbolos y alegorías, purgándolos de
inmoralidades, e introduciendo abstinencias, oraciones y expiaciones; de
tal manera que consolidó la antigua fe, deduciendo prácticas y virtudes
de los insensatos Galileos, como el patrocinio de los inocentes y el
cuidado de los huérfanos. También dispensó protección a los Hebreos y
pensó reedificar a Jerusalén, durante tres siglos convertida en ruinas;
pero una terrible explosión del gas acumulado durante tantísimo tiempo
en las cavidades subterráneas, derrumbó cuanto se había construido.
Aunque se preciaba de no verter sangre cristiana, Juliano dejaba que los
Cristianos fuesen perseguidos y muertos por los que sabían que de aquel
modo se congraciaban con él. |
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Por afectada austeridad, suprimió el lujo de la corte, abolió los
empleos dispendiosos, y comunicó al Senado de Constantinopla los
mismos privilegios del de Roma. Como había enfrenado a Francos,
Alemanes y Godos, pensó en reprimir a los Persas, contra los cuales en
300 años de guerra los Romanos no habían podido conquistar una
provincia siquiera. Reuniose un formidable ejército en Antioquía, y una
flota de 7100 naves en el Éufrates, contando con la Armenia coaligada
con el imperio romano; avanzó Juliano al frente de estas fuerzas,
arrollándolo todo, y pasó el Tigris; pero Sapor se retiraba devastando las
provincias, de tal modo que el ejército invasor se encontró sin víveres.
En la retirada trabose formidable lucha, siendo mortalmente herido el
emperador. |
26 de junio |
Joviano, primicerio de los domésticos, fue llamado a sucederle para
resistir a los enemigos; ordenó la retirada, concluyó la paz, en virtud de
la cual los Romanos cedían las cinco provincias que poseían más allá del
Tigris, y abandonaban al rey de Armenia. En Roma fue inmensa la
explosión de alegría de los Cristianos por la muerte de Juliano; el nuevo
emperador les aseguró protección, restituyó la inmunidad, aunque sin
perseguir a los idólatras; se declaró por los Católicos en contra de los
Arrianos, y murió después de un corto reinado de siete meses. |
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Los comandantes del ejército confirieron la púrpura a Valentiniano, de
gran valor y hermosa presencia, que tomó por colega a su hermano
Valente, débil y tímido. Así dividido el imperio, los soberanos fijaron su
residencia, uno en Milán y otro en Constantinopla. Valente, inclinado a
los Arrianos, multiplicó los procesos y los suplicios para asegurarse el
reino; y también Valentiniano, no por miedo como él, sino como necesaria
al imperio, unía la crueldad al valor. Buen católico, tomó sabias
providencias y contuvo las invasiones de los Bárbaros, hasta que murió en
Panonia. Valente tuvo que combatir a los Persas, y rechazó a los Godos
más allá del Danubio; pero éstos, empujados por los Hunos, solicitaron
permiso para estacionarse en la Tracia, donde pronto se coaligaron con
otros compatriotas para devastar y vencer, y habiendo acudido Valente a
enfrenarlos, quedó muerto con la flor de sus generales en Andrinópolis. |
364 |
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Graciano, hijo de Valentiniano, era llamado entonces al solio imperial,
pero sintiéndose incapaz para tanto peso y para hacer frente a tantos
enemigos, eligió por colega a Teodosio, español, que había dado pruebas
de gran valor en las precedentes guerras, y que disgustado entonces
cultivaba sus bienes cerca de Valladolid, con sus tres hijos Arcadio,
Honorio y Pulqueria. Habiéndose quedado con la prefectura de Oriente,
Teodosio reforzó el ejército, de manera que los Godos, o se dispersaron o
se sometieron, y fueron distribuidos en colonias, sobre tierras fértiles pero
desiertas, donde se dedicaron a la agricultura y abrazaron el cristianismo.
Su obispo Ulfila introdujo en su nueva patria el alfabeto griego y tradujo
en su lengua el Evangelio. Los Godos querían a Teodosio, por la próspera
paz que les había dado; pero los Romanos olvidaban los cuidados del
servicio militar, al mismo tiempo que se adiestraban peligrosos enemigos. |
375 |
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Por entonces, los dos valientes emperadores hacían revivir el imperio.
Graciano declaró toleradas todas las creencias cristianas, protegió las
letras y concedió el consulado a su maestro, el poeta Ausonio; perdiose
después en discusiones teológicas, hasta que huyendo de una sublevación
de Magno Máximo, fue muerto. Máximo fue aceptado como colega de
Teodosio, y dominaba la Bretaña y las Galias, donde formó un grueso
ejército; marcho luego contra la Italia, gobernada por Valentiniano II, hijo
de Valentiniano I y de Justina, que dirigía el gobierno en nombre de aquel.
Teodosio le salió al paso con un ejército aguerrido y le dio muerte,
entrando luego triunfante en Roma. |
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Teodosio |
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363 |
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Elogiado por su valor no menos que por su saber, Teodosio no perdió
siquiera un palmo de terreno, pero tuvo que aumentar los impuestos.
Disgustados por esto, los ciudadanos de Antioquía se sublevaron, y él los
amenazó con severas represalias; mas pudieron mitigarlo los monjes y los
obispos Flaviano y Juan Crisóstomo. Sin embargo, Tesalónica, ciudad rica
en comercio, fue devastada por orden de Teodosio, por haber dado muerte
a su gobernador. Cuando se acercó para los sacramentos a la iglesia de
Milán, el obispo Ambrosio no le dejó entrar, hasta que hubo hecho
penitencia por la sangre derramada. Entonces ordenó que no se ejecutasen
sus sentencias hasta después de 30 días de haberlas dictado, y prohibió
que se castigase a los que difamaran al emperador. |
394 |
Dejó que continuase reinando Valentiniano, cuyo gobierno era mejor
desde que había muerto su madre; pero el franco Arbogasto se rebeló
contra éste, dándole muerte, y no atreviéndose a tomar el cetro para sí, lo
dio al rector Eugenio, su secretario. Teodosio fue a combatirlo, y lo venció
en Aquilea, donde Arbogasto se dio la muerte, y fue muerto Eugenio.
Entonces quedó el imperio todo bajo el poder de Teodosio, pero este no
tardó en morir, después de haber publicado sapientísimas leyes inspiradas
por el cristianismo, cuyo triunfo se cumplió entonces. |
Los Santos
Padres |
No solamente en Roma, sí que también en las provincias duraban aún
los restos de la antigua superstición, por cuanto los emperadores habían
creído conveniente para la política el dejarlos subsistir; y eran profesados
hasta por personajes ilustres, como el docto gramático Máximo, Macrobio
autor de las Saturnales, Pretestato, Simmaco (204), prefecto de Roma, el
filósofo Libiano, los historiadores Eunapio y Zósimo, el poeta Ausonio y
otros muchos que secundaron a Juliano. Pero los Cristianos crecían
siempre, hasta en la más alta sociedad; y su fe era aclarada, consolidada y
difundida por los Santos Padres, nuevas glorias de la Iglesia militante. San
Atanasio, a pesar de que le vemos tan atareado, escribió contra los
Arrianos, y en general contra los herejes, demostrando que es una locura
querer salir fuera de la razón con la razón humana. Juan Crisóstomo,
arzobispo de Constantinopla, fue el más elocuente de los Padres griegos, y
digno de ser comparado con Demóstenes. Fue célebre la amistad de
Gregorio de Nacianzo con los hermanos Basilio y Gregorio de Nisa,
quienes habiendo abrazado el sacerdocio combatieron valientemente el
arrianismo, tanto que Teodosio expidió un edicto en que proscribía esta
creencia, señalando a los Arrianos con el infame nombre de herejes, y
atribuyendo a los nuestros el de cristianos católicos. Entonces se reunió el
segundo Concilio ecuménico para definir mejor la fe expresada en el
símbolo de Nicea (205). |
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Crisóstomo |
380 |
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San Jerónimo |
Jerónimo, nacido en los confines de la Dalmacia, fue laboriosísimo, se
formó una biblioteca, y se retiró al desierto, donde mortificó su cuerpo
entre la oración y el estudio. Habiendo salido de aquella soledad, brilló en
Roma por su laboriosidad y su talento; animó el celo religioso de piadosas
matronas, tradujo mucho mejor los Libros Santos, y escribió el Canon de
los autores eclesiásticos; pero a veces perjudica su estilo la aspereza de su
polémica. |
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Paulino de Burdeos, poeta de mérito, abandonó familia y honores, y se
retiró junto a Nola, predicando, escribiendo versos y animando a los
fieles. Flavio de Poitiers combatió vigorosamente a los Arrianos. Dejamos
sin nombrar a otros padres occidentales para citar a Ambrosio, quien
mientras gobernada en Milán fue nombrado obispo de esta ciudad, cargo
que implicaba muy diversos cuidados, tanto religiosos como seculares, y
en cuyo desempeño se hizo amar como padre y respetar como príncipe.
Obtuvo del emperador Graciano la orden de que el Senado quitase la
estatua de la Victoria y se confiscasen los bienes de los templos paganos.
Opusiéronse a estas medidas los partidarios de la antigua observancia,
pero los confutó Ambrosio; y los monjes y los obispos indujeron a los
Cristianos a demoler los templos y las estatuas gentiles. Justina, madre de
Valentiniano II, favorecía a los Arrianos, hasta el extremo de querer que
Ambrosio les cediese una de las iglesias de Milán. Este se negó a tal
exigencia, y amenazado con la fuerza, reunió a los Católicos, y los
entretuvo con sagrados cánticos. La firmeza de Ambrosio venció la
obstinación de la emperatriz. |
San Ambrosio |
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San Agustín |
Los Maniqueos admitían dos principios, uno del bien y otro del mal, y
en esta doctrina había crecido el númida Agustín; pero siendo éste
profesor de elocuencia en Milán, oyó a Ambrosio, y fue de tal manera
conmovido y llamado a la verdad, que se convirtió en uno de los más
insignes campeones del cristianismo. Además de muchas obras de
controversia, escribió Agustín la Ciudad de Dios, verdadera filosofía de la
historia, donde explica la marcha general de la sociedad y el contraste
entre la humana y la celeste. |
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Teodosio había. dividido el imperio entre sus hijos; a Honorio, de 11
años, le dio el Occidente; a Arcadio, de 18, el Oriente; y todo el mundo
sentía que cayese de las robustas manos de aquel gran hombre, para ir a
parar en manos tan débiles e inexpertas. Cierto es que tenían valientes
tutores, Estilicón y Rufino; pero estos, hallándose en disidencia,
separaron los intereses de los dos imperios. Se supone que Rufino invitó a
los Hunos y a los Godos a invadir el imperio; pero halló la muerte a
manos de los soldados del valeroso vándalo Estilicón. El armenio
Eutropio, que le sucedió en el favor de Arcadio, se puso celoso de las
victorias de Estilicón, e indujo al emperador a hacer la paz con el godo
Alarico y a recibirlo de comandante de las tropas de la Iliria, al mismo
tiempo que invitaba al africano Gildón a sublevarse contra Honorio. El
África era tenida en gran cuenta, porque surtía de grano a la Italia.
Algunos señorones poseían en ella centenares de millas de terreno, y entre
ellos se contaba Gildón, que ejerció durante 12 años un verdadero
señorío, sin depender de Roma más que para pagarle su tributo en grano.
Pero a causa de las quejas que contra él se proferían, Estilicón resolvió
hacerle la guerra; vencido Gildón se dio la muerte. |
Estilicón |
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En tanto, crecían en poderío los Godos, y su rey Alarico, tan valeroso
como prudente, invadió la Grecia, y obtuvo la Iliria, donde había cuatro
arsenales de armas; y vendiendo sus servicios ora al Oriente, ora al
Occidente, hacíase temible para todos. Marchó a Italia por los Alpes
Julianos, pero Estilicón lo derrotó en Pollenza, le cortó la marcha
intentada contra la Etruria y Roma, y le obligó a salir de Italia. |
403 |
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Honorio tuvo los inmerecidos lauros del triunfo, y no hallándose
seguro, se ocultó en Rávena, defendida por la escuadra, por las lagunas y
por las fortalezas. Con razón se preparaba, pues Radagaiso, al frente de
numerosísimas huestes de septentrionales, pasó el Danubio, los Alpes y el
Po, y sitió a Florencia. Pero todavía lo venció y exterminó Estilicón.
Otros Bárbaros devastaban las Galias y la Germania; en la Bretaña,
abandonada por las legiones, se hizo proclamar emperador un tal
Constantino, que pudo subyugar parte de la Germania y la Iberia, y
hacerse reconocer colega por Honorio, quien en contra suya aceptó los
peligrosos servicios de Alarico. Esto pareció indigno al Senado, que
culpando a Estilicón, pidió la muerte de éste. Estilicón sufrió la muerte
con valor y dignidad. El débil Honorio se alegró de aquel sacrificio como
de una victoria. |
405 |
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Alarico |
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402 |
Al caer el ministro guerrero, los Bárbaros hicieron irrupción por todas
partes: Alarico invadió y saqueó Aquilea, Altino, Concordia y Cremona,
y se echó sobre Roma, que no había vuelto a ver ejércitos extranjeros
desde que Aníbal la había sitiado 624 años antes. Apaciguado con
humillaciones y dinero la primera vez, volvió Alarico, y abandonó la gran
ciudad al más horrible saqueo; después dirigiose a la baja Italia, y murió
cerca de Cosenza. Reemplazole su cuñado Ataúlfo, que aspiraba a
constituir un imperio godo con las ruinas del romano, y se contentó con
restaurar el antiguo; aceptó pactos, casose con Gala Placidia, hermana de
Honorio, llevó adelante a los Godos con los cuales recuperó para el
imperio la Galia, mal dominada por aquel Constantino de quien no ha
mucho hemos hablado. |
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411 |
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Ya se rebelaban las provincias; el conde Heracliano conducía del
África una flota sobre el Tíber; Suevos, Alanos y Vándalos, destrozada la
Galia, se estacionaban en la España. Ataúlfo, que iba a combatirlos, fue
muerto con sus hijos por Sigerico; por todas partes se acercaban huestes
de Bárbaros, capitaneados por distintos jefes, y de pérdida en pérdida se
descomponía el imperio, mientras el débil Honorio se dejaba manejar por
parientes y ministros, hasta que murió en 423. |