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ArribaAbajoGeorge Borrow y el Realismo costumbrista español

Jesús FERRER SOLÀ


Universitat de Barcelona

«La razón y la experiencia enseñan, que para formar cabal concepto de una pequeña comarca, y poderla describir tal como es, bajo el aspecto material y moral, es necesario estar familiarizado con la lengua, pasar allí larga temporada, abundar de relaciones, estar en trato continuo, sin cansarse de preguntar y observar.»


Jaime Balmes: El Criterio (1843)                


Miguel de Unamuno, con En torno al casticismo (1895, en La España Moderna), parece identificar con acierto un abstracto concepto persistentemente instalado en el siglo XIX y que, próximo al costumbrismo, oscila entre lo folklórico y lo paródico, entre el tópico social y la antropología psicológica, participando un poco de todo ello, sin llegar a concretarse en algo específico. El ensayo unamuniano pretende esclarecer, a la luz de su época -los prolegómenos del 98- la presencia de unos factores esenciales, constantes y, por así decir, eternos, que configuran la idiosincrasia de una determinada sociedad; aquí el carácter español queda fijado en la noción de «lo castizo», bajo una óptica decididamente crítica: se menosprecia el trabajo riguroso en detrimento del simple voluntarismo ingenioso, se impone una aparatosa presunción social que no responde a una auténtica vertebración de lo colectivo, no se ha acabado con la marcada disociación entre ciencia y arte, un irresponsable arbitrismo de tertulia ociosa sustituye frecuentemente al razonamiento lógico o universitario, el más cerril individualismo se impone sobre cualquier empresa comunitaria y un excesivo ensimismamiento social ahoga la tan necesaria europeización. Aparecen de este modo categorías ideológicas que, aplicadas a la realidad de la primera mitad del siglo XIX, pueden esclarecer importantes aspectos de la obra de Borrow. Vista esta como una expresión estética de acentuado costumbrismo, aunque muy matizada por impresiones de indudable realismo crítico, incidirá con frecuencia en conceptos como caciquismo, Inquisición, censura, luchas fratricidas, atavismo tribal, heroico idealismo o ancestrales prejuicios heredados.

Repasando brevemente la biobibliografía de George Borrow, cabría recordar que este escritor inglés (East Dereham, 1803-Oulton Broad, 1881) ingresa en 1833 en la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera y, comisionado por esta, iniciará una intensa campaña de difusión proselitista de la Biblia protestante por Rusia, Portugal y España. Registrando sus andanzas por nuestro país, publicará en 1842 La Biblia en España -libro significativamente subtitulado «Viajes, aventuras y prisiones de un inglés en su intento de difundir las Escrituras por la Península»-. Se trata de una obra de singular interés documental y humano, sin ninguna pretensión erudito-libresca y en la que se alterna la realidad autobiográfica con sucesos novelescos de una clara intencionalidad pintoresca y folklórica. Poco antes, su libro sobre los gitanos españoles -The Zincali, 1841-, había dado sobrada prueba de su obsesión antropológica por las formas rituales de la más primitiva expresión popular; de regreso a Gran Bretaña, publicará las curiosas -aunque menores- novelas Lavengro (1851) y The Romany Rye (El caballero gitano, 1857) -de signo autobiográfico-. Autor en lengua inglesa, si bien perfectamente incorporado a nuestra cultura a través de las traducciones de sus obras a cargo de Manuel Azaña, George Borrow -ampliamente conocido en su época como «Don Jorgito el inglés», en un claro ejemplo de indudable asimilación popular- representa un eslabón clave en la clásica dialéctica «realismo/costumbrismo», puesto que su obra participa de ambos conceptos, enjuiciados aquí bajo esa noción «moderna» que hemos aproximado al casticismo unamuniano posterior, y que sirve para probar la voluntad tipificadora de Borrow respecto a la sociedad española de su tiempo. José F. Montesinos, en Costumbrismo y novela, señala: «El costumbrismo tipifica casos y personas, mientras que la ficción (realista, se entiende) los singulariza.»579 El caso que nos ocupa oscila entre la tipificación y la singularización, entre la descripción costumbrista y el realismo crítico; en suma, entre el documento y la novelización que hacen de, sobre todo La Biblia en España, una muestra inmejorable de una particular «literatura de viajes» en la que lo importante no son las vicisitudes del recorrido aventurero, ni la descripción de monumentos artísticos, ni el tratamiento lúdico de acciones o personajes, sino la ideología -progresista, ilustrada, positivista, como veremos- que impregna ese itinerario.

La escenografía en la que se enmarca La Biblia en España es claramente romántica: un paisaje frecuentemente amenazador -que recuerda las conocidas ilustraciones de Gustave Doré-, gran proliferación de castillos en ruinas -Borrow se confiesa admirador de la paradigmática obra de Volney (Les ruines, 1791)-, lóbregas posadas, solitarios parajes, misteriosos conventos, salteadores de caminos y bandidos diversos. En numerosos momentos hallamos la clásica iconografía del más avanzado romanticismo; comienza el libro, por ejemplo, con el presentimiento trágico de un marinero a bordo del buque que lleva a nuestro protagonista a Lisboa; un tenebroso pasaje este que recuerda la impresionante majestad tétrica del fantasmagórico navío de La narración de Arthur Gordon Pym (1838) de Poe. Pero junto a esta parafernalia más o menos convencional, el lector asiste a la inmediatez de las mínimas necesidades de Borrow, sus preocupaciones «de intendencia», sus gestiones administrativas y aun políticas -será fríamente recibido por Mendizábal y no mucho mejor por sus sucesores en el cargo-, en un relato que alterna la pequeña épica cercana al «episodio nacional» con el intimismo de la voz del protagonista, entusiasmado o abatido a ratos, en su peregrinar misionero por España. Y es que Borrow es, a la vez, autor y personaje principal de su propia acción, en un desdoblamiento falsamente autobiográfico, porque lo pretendido no es tanto la exposición de una serie de acontecimientos personales como la crónica de una realidad novelesca, ficticia, mixtificadora y felizmente deformada. Sentado esto, es evidente que esta literatura se inscribe en la técnica de la construcción del yo, del sí mismo narrador, en un claro ejercicio de egotismo intelectual. A este respecto E. Thomas señala en su libro sobre nuestro viajero -George Borrow, the man and his books-: «El principal estudio de Borrow fue él mismo, y en todos sus mejores libros él es el asunto principal y el objeto principal.»580 Y en parecido tono detalla Manuel Azaña: «Tres son los temas de la obra (La Biblia... ): la difusión del Evangelio, Don Jorgito el inglés y España.»581

Centrándonos en esta última cuestión cabe destacar cómo Borrow identifica al inicio mismo del libro, es decir, en cuanto pisa suelo español, el característico orgullo hidalgo, solemne y aristocrático de sus pobladores:

«A un español podéis sacarle hasta el último cuarto con tal que le otorguéis el título de caballero y de hombre rico, pues la levadura antigua es tan fuerte en él como en los tiempos de Felipe el Hermoso; pero guardaos de insinuar que le tenéis por pobre o que su sangre es inferior a la vuestra.»582


Obsérvese el tono confidencialista, de guía experimentado y cómplice que adopta Borrow para con el lector, no olvidando en ningún momento el fingido carácter funcional, práctico, de su obra. Y recalca la condición honradamente miserabilista de la pobreza, como un hecho incorporado de modo natural a la propia mentalidad social: «España, lo digo en su honor, es uno de los pocos países de Europa donde nunca se insulta a la pobreza ni se la mira con desprecio. A ninguna puerta llamará un pobre donde se le despida con un sofión, aunque sea la puerta de una posada; si no le dan albergue, despídenle al menos con suaves palabras, encomendándole a la misericordia de Dios y de su madre. Así es como debe ser»,583 sentencia Borrow. Este se deja llevar con frecuencia de un radical populismo, partícipe por igual del tópico costumbrista y la estampa romántica; véase esta comparación entre clases sociales: «Un español de la clase baja, sea manolo, labriego o arriero, me parece mucho más interesante que un aristócrata. Es un ser poco común, un hombre extraordinario.»584 Arcádica mitificación que viene a contrastar con la imagen dura, de un destructivo fatalismo, en la mejor línea de la tradicional España negra, cuando Borrow alude a un secular encanallamiento de la vida colectiva: «... muchas gentes de países extranjeros lamentan las tinieblas en que yace España, y las crueldades, robos y muertes que la afean»585 o «Me acordé de que estaba en España, tierra predilecta de estas dos furias: asesinato y robo, y de la facilidad con que dos viajeros fatigados e inermes podían ser víctimas suyas»,586 se inquieta Borrow en la tensa paz del solitario camino.

Todo esto colisiona lógicamente con la mentalidad de Borrow, porque en su configuración ideológica muestra residuos de la Ilustración dieciochesca -se admira, por ejemplo, con fascinación de arbitrista, de un eficaz ingenio hidráulico-, muestra una solidaria tolerancia -es el caso, entre otros muchos, del momento en que se apiada sentidamente del asesinato revolucionario de unos jesuitas o cuando reiteradamente e lamenta del absolutismo papista romano-, hace gala de una abierta mentalidad comunicativa, abominando de los prejuicios idiomáticos y excluyentes de los españoles o se constituye en feliz utopista de una época mejor, donde el tradicional y decimonónico concepto de «lo justo y benéfico» vendrá de la mano de la propagación del texto bíblico no anotado:

«La existencia misma del Evangelio era casi desconocida en España, y (que) necesariamente había de ser empeño difícil inducir a los españoles, gente que lee muy poco, a comprar una obra como el Nuevo Testamento, de primordial importancia para la salud del alma, es cierto, pero que ofrece pocas esperanzas de diversión a los espíritus frívolos y corrompidos. Esperaba yo presenciar los albores de una época mejor y más ilustrada y me regocijaba pensando que en la infeliz y desalumbrada España se vendía ya el Nuevo Testamento, aunque en corta cantidad, desde Madrid hasta las más distantes poblaciones gallegas, en un trayecto de casi cuatrocientas millas.»587


Sorprende este positivismo racionalista al contrastarlo con el enfoque novelesco, aventurero y un tanto atrabiliario con el que Borrow se autorretrata. Fascinado por el atractivo de una existencia de lances pendencieros, duelos y desafíos, valora con esencial vitalismo la calculada dureza de unas inquietantes vivencias; con una clara actitud de decadente dilettantismo concreta así su interés por la marginación y el contratiempo:

«La perspectiva de un encarcelamiento no me atemorizó gran cosa; las aventuras de mi vida y mis inveterados hábitos de vagabundo me habían ya familiarizado con situaciones de todo género, hasta el punto de encontrarme tan a gusto en una prisión como en las doradas salas de un palacio, y aún más, porque en aquel lugar siempre puedo aumentar mi provisión de informaciones útiles, mientras que en el último el aburrimiento se apodera de mí con frecuencia.»588


Quizá la tópica flema británica -acaso otra convencional connotación casticista- contribuya a explicar el atractivo que presenta para Borrow una romántica «mala vida». A pesar de esta engreída arrogancia, nuestro héroe no acostumbra a exponerse gratuitamente y, en este recorrido de aprendizaje personal, en esta especie de itinerario iniciático que es su viaje por España, y que tanto debe a una clara ascendencia picaresca, Borrow se ha percatado de que el auténtico peligro no radica en un bandolerismo que en ocasiones puede llegar a ostentar rasgos de verdadera gentileza y caballerosidad, sino en los asendereados avatares políticos de la época; en curiosa conversación con un contertulio, da muestras de un prudente accidentalismo político:

«-Mire, buen hombre -respondí: yo soy, invariablemente, de la misma opinión política de la gente a cuya mesa me siento o bajo cuyo techo duermo, o, por lo menos, jamás digo cosa alguna que pueda inducirles a sospechar lo contrarío. Gracias a este sistema me he librado más de una vez de reposar en almohadas sangrientas o de que me sazonaran el vino con sublimado.»589


Intrigas partidistas, guerras civiles, conspiraciones de cierto calibre jalonan el recorrido de nuestro viajero, que ha incorporado a su particular sistema de reconocimiento del mundo español la pericia sobrevivencial del relativismo político.

Las referencias literarias explícitas no son frecuentes, exceptuando alguna que otra desnortada mención al conde de Toreno, a Martínez de la Rosa o al duque de Rivas; pero resulta de gran interés lo bien que ha asimilado Borrow el Quijote, hasta el punto de que incorpora comparativamente ciertas escenas de esta novela, como punto de referencia literario y aun humano con el que consolarse de sus vicisitudes; perdido en la noche, trasunto de una desorientación acaso más profunda, podemos leer: «Hórrido maullar de gatos saludaba nuestros oídos desde los tejados y desde los rincones oscuros, y me acordé de la llegada nocturna de Don Quijote y su escudero al Toboso y sus inútiles pesquisas por las desiertas calles en busca del palacio de Dulcinea.»590 En todo esto aparece una evidente identificación mimética con el personaje del hidalgo manchego. En Life, writings and correspondence of George Borrow (1899), de W. Knapp, se reproduce una carta que el caballero danés Hasfeldt, amigo de Borrow, le dirige refiriéndose a esta cuestión en los siguientes términos:

¿No le ha chocado a usted nunca cuánto se parece usted al buen hidalgo Don Quijote de la Mancha? A mi juicio, podría usted pasar fácilmente por hijo suyo.»591


Y es que en La Biblia en España se desarrolla un denso proceso de literaturización, de acomodo estético a la realidad vivida, aplicando su autor los códigos de una lírica retórica a las vivencias cotidianas. En un momento del viaje, en tierras de Badajoz, encuentra unas lavanderas aplicadas a su labor y en una curiosa «metáfora» -por así decir- imaginativa y meditabunda, compara el trabajo de estas mujeres con su propio menester evangelizador:

«Pensé que había cierta semejanza entre mi tarea y la suya; yo estaba en vías de curtir mi tez septentrional exponiéndome al candente sol de España, movido por la modesta esperanza de ser útil en la obra de borrar del alma de los españoles, a quienes conocía apenas, alguna de las impuras manchas dejadas en ella por el papismo, así como las lavanderas se quemaban el rostro en la orilla del río para blanquear las ropas de gentes que desconocían.»592


Rasgos de reflexiva intimidad dotan al relato de un particular lirismo, que lo aleja por momentos de los lances aventureros, los contratiempos habituales y los tonos retóricamente estetizantes.

En el prólogo a la obra el mismo Borrow sintetiza con el acierto de un nostálgico balance, no exento de conmovedora emotividad, una incisiva valoración de su misión en España. Calibra pros y contras de su experiencia y, con la irónica salvedad de sus habitantes, pretende retratar equilibradamente y con toda brevedad la esencia tribal de un país:

«En España pasé cinco años, que, si no los más accidentados, fueron, no vacilo en decirlo, los más felices de mi existencia. Y ahora que la ilusión se ha desvanecido ¡ay! para no volver jamás, siento por España una admiración ardiente: es el país más espléndido del mundo, probablemente el más fértil y con toda seguridad el de clima más hermoso. Si sus hijos son o no dignos de tal madre, es una cuestión distinta que no pretendo resolver; me contento con observar que, entre muchas cosas lamentables y reprensibles, he encontrado también muchas nobles y admirables; muchas virtudes heroicas, austeras, y muchos crímenes de horrible salvajismo; pero muy poco vicio de vulgar bajeza, al menos entre la gran masa de la nación española, a la que concierne mi misión.»593


Borrow, acaso sin pretenderlo, identifica algunos de los más señalados rasgos castizos de la mentalidad romántico-española, a la luz de un costumbrismo que introduce notas de un incisivo realismo crítico; sin llegar al desarrollo novelístico propio de este género, ejemplifica una singular integración entre ambos conceptos, dentro de un proceso tipologizador de ciertas formas sociales.

La figura literaria de George Borrow, cuya revitalización se propone desde la brevedad de este trabajo, genera la imagen de uno de los más importantes viajeros decimonónicos, ineludible por la riqueza de sus planteamientos estéticos, la vivacidad de sus observaciones, el rigor de sus juicios y aun la simpatía de su propia personalidad. Así se autodefine, en explícita, sintética y jacarandosa proclama:

«Yo soy el que los manolos de Madrid llaman Don Jorgito el Inglés. Acabo de salir de la cárcel, donde me encerraron por propagar el evangelio del Señor en este reino de España.»594