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Día 26

Al salir el sol, me fui con el bote a reconocer el río que entra en el principal por la parte del S, llevando conmigo al carpintero: entré en él, y lo navegué una legua aguas arriba en su orilla por la parte del oriente; hallé 5 fogones viejos y los pellejos de 2 caballos bayos llenos de paja, puestos cada uno sobre cuatro estacas, señal de haber enterrado allí algún cacique. Por esta misma parte se halló un freno, y hay mucha cantidad de maderas de las que conducen las avenidas; estas, pareciéndome de diversas calidades, como también al carpintero, y reconociéndolas de superior calidad para cuanto se intente   —71→   hacer de ellas, e ignorando sus nombres, hice conducir algunas a donde están las otras embarcaciones, a fin de llevar un pedazo de cada calidad al establecimiento del Río Negro. Estas maderas están ya de mucho tiempo amontonadas por las crecientes, pero sin embargo de ser tan viejas y podridas de las aguas y soles, se conoce su solidez, hermosura, fragancia de algunas, y lo dócil y fáciles de trabajar y su duración.

Este río viene del SO con mucha rapidez, por un canal profundo y angosto, tiene algunas islas con muy pocos y ruines sauces; la tierra de sus márgenes es infelicísima, pues no es más que arena y guijarros, y están tan áridos y secos estos campos que causan tristeza, sin caza ni especie alguna de frutos.

En el confluente de estos dos ríos hay una chica isla, que es adonde me acampé, y la circunda la mayor parte del río principal, junto con el que viene del S.

Este río es del tamaño del Diamante: su agua clara y muy fina: la calidad del fondo es la misma que la del río principal, que son piedras redondas y lisas, siendo las mayores del peso de una arroba poco más o menos.

La separación de este río me hace más dificultosa la navegación del río principal.

Aunque los indios dicen que en la separación de estos ríos hay manzanas, yo no las hallo, ni me parecen las tierras capaces de producirlas, pero puede que más arriba las haya: lo que si se evidencia es el haber maderas buenas en él, por las que tienen las crecientes acopiadas por sus orillas y algunas derribadas con hacha, y que pasan de media vara de diámetro, y es cierto que me parecen estas maderas muy buenas para obras, edificios, embarcaciones y arboladuras.

Este río tiene en su desagüe 200 varas de ancho, 5 pies de profundidad, y su velocidad es de 8 millas marítimas por hora, pero así este río como todos aumentan o disminuyen su profundidad, según la mayor o menor rapidez de su corriente. Volví a bordo de las chalupas, para seguir el reconocimiento del principal río.




Día 27

Al salir el sol proseguí por el río principal mi reconocimiento,   —72→   y en la boca del río del S, se halló a la orilla una manzana venida por dicho río: era de buena calidad, gustosa y dulce. Asimismo se halló otra a la orilla del río principal por la parte del N, en la isla que este forma al juntarse con el del S. En esta isla hallé tres manzanos, uno de ellos tenía dos manzanas, otro una, y el otro nada. Esta isla tiene 11 millas de largo por el río principal, compuesta de chinos y arena, y me admiré de haber hallado manzanos en tierra tan infeliz. Navegué este día al O ¼ NO 3 millas de distancia.




Día 28

Esta mañana proseguí a la espía y sirga todo el día por despeñadero de corriente; se rompieron muchas veces los cabos, y estuvieron las chalupas bien cerca de deshacerse y estrellarse contra los peñascos que hay en el río, llevadas de la violentísima corriente cuando faltan los cabos. Se trabajó sin cesar hasta las 8½ de la noche, sin salir la gente del agua por llevar las embarcaciones a paraje proporcionado para orillar a tierra, y a dicha hora se acabaron de asegurar para pasar la noche. En este sitio se separan las barrancas del río, y entre ellas hay alguna llanura baja e islas, que cuando el río esté algo crecido las baña, pero de infeliz tierra, o más bien de arena y piedras y poco pasto. Las barrancas y cerros ya no son tan altos como los pasados, y por encima parece llano todo hasta la cordillera, que está cubierta de nieve, la cual dista de este sitio al O corregido 3½ leguas de distancia. Navegué este día al ONO corregido una milla de distancia.




Día 29

Seguí este día desde el amanecer hasta las 7½ de la noche, y conseguí navegar 2 millas de distancia al NNO 5º N.

Esta mañana salió el carpintero a descubrir por sobre los cerros, y volvió a la tarde con la noticia de dos ríos, uno que se entraba inmediatamente en la cordillera, y el otro que venía del N. Estos me presumo, según las noticias de los indios, que el primero es el Río Negro, y el segundo el que viene de Huechum-lauquen. Hoy se vieron dos perros a la parte del S, uno por la mañana, y otro por la tarde. Desde la una de la tarde hasta la noche hizo la chalupa San Juan 30 canecas de agua.



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Día 30

Al salir, el sol proseguí mi navegación a la sirga, remolcando con toda la gente una embarcación algún trecho, y volviendo en busca de la otra, y hasta el botecillo necesita de 10, 12 y 15, y a veces 20 hombres para arrancarlo de la corriente. A mediodía se halló una manzana a la orilla del río, ya mordida de boca humana: a la parte del S por una llanura corta, pasa un camino ancho y muy trillado, por el cual poco tiempo há que pasó bastante caballada.

Al ponerse el sol llegué a la boca del río, que viene del SO faldeando la Cordillera: pasé a reconocerle, pero por ser muy tarde no pude informarme bien de sus circunstancias, por lo que dejo su descripción para mañana que pienso examinarlo. Navegué este día al NNO 5º N 2½ millas de distancia: hoy se hallaron en las playas abundancia de cáscaras de piñas traídas de las aguas.




Día 31

Pasé a reconocer el río, que viene del SO, y mandé 8 hombres armados a reconocer la campaña. Este río viene de adentro de la Cordillera con rápida corriente: tiene muchas chicas islas pobladas de pequeños árboles de sauces y chacay, y por ellas es dividido el río en diversos arroyuelos de poco caudal. Desagua por ocho bocas, por lo que se hace imposible su navegación, aunque sea con la embarcación más chica: por la parte del S le entra una legua distante de su desagüe, un arroyo chiquito, pobladas sus orillas de algunos arbolitos de chacay, y es de tan poco caudal que en diversas partes se corta.

El fondo del río, adonde entra este chico, es de piedras redondas, y a sus orillas, tocando en el agua peñascos bien grandes: las tierras de sus márgenes son infelicísimas, o más bien diremos que no es tierra, sino altísimos cerros de piedra viva, y en algunos cortos rincones llanos, arena y piedras redondas, y sólo en el rincón que hace este río con el de Huechum, se halla un pedacito de buena tierra, que puede llevar hasta 8 fanegas de trigo de sembradura.

Entre las piedras y arena se crían algunos navos, y hay en estas infelices llanadas pasto, crecido, pero seco y raro.

Por dicho río arriba dista la eminencia nevada de la Cordillera, de su desagüe en el de Huechum dos leguas, y lo mismo dista de las embarcaciones, pues están en su boca fondeadas.

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A mediodía vinieron los descubridores, y entre ellos el patrón Francisco Urristi y el calafate Entacio Domínguez, sin más noticia que la de ser el terreno, desde lo alto de la sierra que cae a la orilla del río hasta el cerro de la Imperial, todo llano, y que dicho cerro en línea recta distaría a lo sumo de nosotros 7 leguas: que lo vieron muy claro, (porque suele estar cubierta de nieve) y todo blanco cubierto de nieve.

Este cerro en mi juicio es el que dicen los indios que tiene a su falda muchas manzanas, por que yo no hallo otro, y en el Cerro de la Imperial, por el río que baja de dicho cerro por el nombrado Biobio, y otros que se juntan con él y desaguan en la Concepción de Penco, es cierto que hay muchísima de dicha fruta, como asimismo por el río de Valdivia. Estos indios me han dicho diversas veces en el establecimiento del Río Negro, que en el paraje de las manzanas está la mar; y esta es otra razón que me fuerza a creer, que el paraje que ellos dicen que hay tanta abundancia de dicha fruta, es del otro lado de la Cordillera; y esto conviene y se ajusta bien a la razón, porque desde lo alto de la Cordillera se ve bien la mar del S, que por partes mediarán 8 leguas entre una y otra, y cayendo a los llanos de Valdivia mejor la verán.

A las 2 de la tarde seguí por el Río de Huechum, y aun la chalupa San Juan hacía bastante agua: era mi intención seguir hasta la Laguna del Límite, y en cuanto registraba a aquellos campos, y el camino de Valdivia, frutos y maderas de una y otra parte de la Cordillera, ponerla en carena por no perder tiempo, pues los víveres no me dan lugar a detenciones: pero ya a puestas del sol, pasando una fuerte corriente adonde había poco fondo, aumentó de tal suerte el agua, que está haciendo 90 baldes por hora, cuyo acaecimiento me forzó a poner continuamente dos hombres achicando, que se mudan de hora en hora, y me fuerza a buscar mañana paraje proporcionado para carenarla, que me sirve de bastante sentimiento. Navegué esta tarde al N corregido 1½ millas de distancia.




Día 1.º de abril

Al amanecer me puse en camino, (y siempre dos hombres achicando agua de la chalupa, que apenas podían dar abasto a echar afuera la que entraba), a buscar paraje proporcionado, para carenarla. En el espacio de 1.000 varas al NO, pasé dos despeñaderos de corriente y poca agua, y en uno de ellos fue preciso ponerle 15 hombres al bote vacío para poder pasarlo. Se me presentó otro paso que   —75→   no me es posible pasarlo en la conformidad que está la chalupa, y por esto arrimé a una playa, que aunque no es muy suficiente, la varé en ella. A la tina de la tarde ya la tenía toda en tierra, pero me faltó el motón del amante, y varias veces las tiras de los aparejos. Se reconoció por los maestros carpinteros y calafate, y se halló por cuatro partes la quilla rompida, varios astillazos en las tablas del fondo, la quilla torcida, y por último he visto que necesitaba una carena, que aquí de ningún modo puede hacerse así por la falta de útiles, como por el tiempo que me falta para navegar, por estar ya muy destituido de víveres, y en estas descargas se desperdician sin que pueda remediarse. En esta atención y en la de que tengo intentado llegar a la Laguna de Huechum-lauquen (siendo por mí su nombre propio la Deseada), a tiempo que pueda pasar, o mandar chasque a Valdivia, para que de allí me socorran y auxilien con víveres para finalizar, y examinar hasta lo último el conocimiento de estos ríos y del Diamante; pues emprendiendo su navegación en las crecientes, no tengo duda en llegar a Mendoza, mandé se compusiese lo preciso hasta llegar a la expresada laguna: se trabajó en ella toda la tarde, habiendo puesto toda la carga en tierra 17.

Registramos el terreno lo que pude al pie: hallo que no sólo es incapaz de producir manzanas fuera de la orilla del río, sino que no puede criarse en él planta alguna, como con efecto no se cría; pues la planta de mayor altura, de las muy raras que hay en él, asciende a una cuarta y media, y tal cual mata de pasto que hay, es una especie de fieltro seco, que me parece no comerán los animales; esto es en aquellas grietas de los peñascos, y en lo llano que va desde lo alto de estos cerros, hasta el Cerro de la Imperial, lo que se ve y es perceptible contiene la expresada miseria, siendo la tierra un compuesto de polvo, piedra y arena.




Día 2

Se prosiguió la carena de la chalupa, y se le halló la quilla separada de los maderos, por falta de no estar suficientemente clavada y empernada, que es la única causa por que tengo este atraso:   —76→   pues aunque está la quilla rompida y astillada por diversas partes, por ninguna hacia agua de consideración, ni que mereciese la pena de vararla: pero los carpinteros del Río Negro, como han estado sin ser subordinados de capitán de maestranza, que debía ejercer como tal el facultativo que estuviese allí, a quien correspondiese el mando de la maestranza, interviniendo en los gastos y consumos que se hacen pertenecientes a marina, han hecho las obras a medida de su deseo. Tal es esta chalupa, y otras obras que no han tenido otro director que la misma maestranza: así se consumieron, cuando se armó esta chalupa, muchos jornales inútiles y aun perjudiciales; pues habiendo venido de Buenos Aires hecha y arreglada por aquel maestro mayor, en el Río Negro se le realzó más de un palmo, se le puso cubierta, y por último se echó a perder, y tanto que no me atreví a llevarla al Colorado, y llevé la San Francisco, siendo mucho menor. En esta enmienda que hizo la maestranza del Río Negro, se consumieron jornales, tablazón, clavazón, estopa, brea y lonas, cuyos útiles hicieron después falta, y para venir a esta expedición fue preciso volverla a poner en los mismos términos en que vino de Buenos Aires, perdiéndose toda aquella obra que fabricó la ignorancia del Río Negro, y quedó de las mejores propiedades: de suerte que no conozco otra embarcación de su porte tan buena aquí ni en el Río de la Plata, después que se le quitó lo superfluo18.

Con motivo de la descarga de esta chalupa, se registró todo el bizcocho, que se halló sano y hermoso, habiendo ya 7 meses que está hecho, tal fue el cuidado que tuve con los panaderos en el Río Negro citando lo hicieron: y el que se me remitió al Choelechel en la fortaleza de Villarino, fresco y acabado de hacer, al mes y medio ya estaba podrido considerable porción; y tanto, que hago juicio que se me pudrió más de la tercia parte: tal lo han fabricado en aquel establecimiento a prisa sin liudarse ni repasarse. Esto sirve de tanto perjuicio que atrasa dos meses, porque si hubiese sido bien hecho y se hubiese tratado con aquel celo, eficacia y amor que se requiere,   —77→   tendría víveres ahora la expedición para dos meses más, y nunca en mejor proporción de descubrir, por hallarme en la Cordillera y tan cerca de Valdivia, en las bocas de los tres ríos que nos dicen los indios: y si a esto se añadiese el tener caballos, mucho se podría hacer.

Esta mañana salieron a reconocer el campo Bartolomé de Peña y Miguel Ignacio Salazar: volvieron con la noticia de haber visto la laguna de Huechum, aunque confusamente, la que dicen distará seis leguas de nosotros: el campo por donde fueron que está quemado de fresco, pampa llana, y que hallaron rastro fresquito de dos jinetes.

A las 4¼ eché la chalupa al agua, ya compuesta y estanca. A las 7 de la noche tenía ya a bordo todos los víveres, y mandé deshacer una tienda de campaña inútil para poner por abajo del bizcocho, a plan de la chalupa, y acomodados los víveres, proseguí de noche metiendo la artillería y demás útiles a bordo. A las 8 tuve arbolado y embarcado todo, menos algunas cosas de poca consideración, y mandé la gente a cenar y descansar.




Día 3

Al salir el sol ya tenía embarcado el resto que me quedó de anoche sin embarcar, y seguí mi navegación con viento NNE a la sirga y espías, adonde eran necesarias viendo sólo riscos y peñascos, miseros y estériles campos. A las 12 del día llegué a vista de un cerro, que si no supiera que estas tierras estaban habitadas sólo por salvajes, creería firmísimamente, que en él estaba un castillo con dos baluartes al río con ocho cañones montados. Son varias las figuras que hace esta serranía, pero ninguna más bien representada que esta.

Navegué este día al NNO corregido 3 millas de distancia.




Día 4

Al salir el sol continué mi viaje con los trabajos de siempre. A mediodía llegué a un paraje que se divide el río en tres partes, en el cual hay 4 islas; a la parte del N hay un regular potrero, o llanada que tiene 2½ leguas cuadradas de extensión: en las playas que hace el río se hallaron abundantes cáscaras de piña: en la expresada llanura hallé bastantes fogones, y una manzana ya mordida, que regularmente la habrían arrojado por de mal gusto. Ya cerrada la noche me acampé en una isla, habiendo navegado este día al NNE corregido 3½ millas de distancia.

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Hoy a mediodía se advirtió que San Antonio hacía mucha agua, por lo que lo hice descargar. A la una lo varé en tierra, y se le dio vuelta la quilla al sol, la cual tenía rompida, y todos los fondos maltratados: pero como la estación ni los víveres me dan lugar a detenerme, procuré estancarle el agua con una breve y ligera composición. A las 2½ de la tarde lo eché al agua, y a esta hora seguí río arriba.

Este bote muchos días há que lo hubiera remitido al establecimiento por inútil al reconocimiento, pero no puedo desprenderme de la gente que lo tripula, si bien que puede que me sirva en la laguna de Huechum, si llego a fondear las chalupas dentro, para arquear con él y tener la marinería segura.




Día 5

Al amanecer continué mi navegación, y seguí con imponderable trabajo hasta las 4 de la tarde, que llegué a paraje que no me fue posible proseguir, por serme preciso descargar las embarcaciones, y talvez abrir canal para pasar: para cuya faena se necesita más tiempo que lo que resta hasta la noche; por este motivo arrimé a tierra, y me acampé, para de mañana emprender la expresada maniobra.

Esta mañana hallé unos árboles parecidos al olivo, el color de esta madera es pajizo, no le he visto fruto ni semilla. A las 2 hallé, un manzano, muy grande y hermoso, en una isla que tiene 3 millas de largo. Este árbol estaba sin manzanas, que ya los indios se habían apoderado de ellas, y aun de las que suelen caerse con los vientos poco sazonadas y secas: no había ninguna debajo del árbol, siendo así que se conoce que cargo este año muchísimo de fruta, tal es el hambre que padecen los indios.

Esta tarde, cuando atraqué a tierra, salió Fernando Mallo a reconocer sobre los cerros del S, y volvió a la noche con la noticia de haber visto tres caballos y una yegua: halló fogones adonde los indios habían estado con toldos, de cuyo sitio, dice, habrán salido ayer, y vio la Laguna del Límite, que dice confina con los cerros de la Cordillera. Navegué este día 2½ millas al NNO.




Día 6

Al amanecer hice la descarga de las embarcaciones, y se empezó la faena de pasarlas: se condujo toda la carga, palos; vergas y demás utensilios por tierra bastante trecho, hasta donde podían estar   —79→   en flote las chalupas: duró esta maniobra hasta mediodía que las tuve en disposición de seguir viaje: pero es fuerte cosa, que a las 2 de la tarde me viese precisado a volver a descargar para pasar las chalupas por palmo y medio de agua, tal es la navegación que sigo. Al anochecer tenía ya cargadas las embarcaciones, y seguí hasta hallar paraje proporcionado para acamparme, que lo ejecuté a las 8. En estos pasos y descarga, es adonde más se rinde la gente, porque ya cansados de ir arrastrando por unas corrientes tan violentas las embarcaciones, llegan a estos parajes, en los cuales además de tener que conducir los utensilios por tierra, se necesita hacer el mayor esfuerzo, porque todos los pasos de poca agua están a donde esta precipitadamente se despeña. Navegué este día al N corregido 1½ millas de distancia, y salió apócrifa la noticia que dio ayer Francisco Mallo.




Día 7

Salí al amanecer, y a la media hora de navegación fue preciso profundar el río para pasar. A mediodía llegó una cuadrilla de indios y chinas por la parte del S, y no obstante estar nosotros de la del N, gritaron por Basilio, diciendo Basilio Chulilaquin. Mandé el bote para que trajese hasta cuatro que fueron los que se embarcaron: dos de estos son hijos de este cacique, y yo, deseando de informarme, los regalé con tabaco, aguardiente algunas bujerías y despaché a uno de estos para que avisase a su padre de como yo me he hallaba en este sitio, y que viniese a verse conmigo, y trajese consigo la lenguaraza María López, a quien le mandé un poco de tabaco, como también a Chulilaquin. El fin que yo llevaba, era el de poder por medio de la lenguaraza informarme de estos terrenos, la distancia a Huechum, o Valdivia, las maderas, frutos y ganados: pasé el paso y seguí mi viaje hasta la noche, en cuyo intermedio pasé otros dos pasos. A esta hora llegó Chulilaquin con una porción de indios: mandé el bote en su busca, y lo condujo con otros tres, que era la orden que llevaba. Uno de estos era el famoso ladrón Jacinto que venía por lenguaraz: me disgustó la venida de este cacique por no haber traído la lenguaraza, pues Jacinto ni me entiende ni lo entiendo; pues no sabe hablar otra cosa que pedir aguardiente, yerba, tabaco y bizcocho. Molieron muchísimo, y al fin pude despacharlos ya tarde con un poco de yerba, aguardiente y tabaco.

Chulilaquin y Jacinto trajeron cada uno una bolsita con docena y media de manzanas en cada una: las de la una bolsa chiquitas y agrias, las de la otra eran grandes y de buen gusto. Pesé   —80→   dos de ellas, y pesaban cerca de 17 onzas, pero todas magulladas de traerlas a caballo, de modo que no se puede guardar ninguna.

Los primeros indios trajeron cuatro bolsas para vender, llenas de esta fruta: yo le compré una por una limeta de aguardiente, a fin de apartar algunas para llevar al establecimiento; pero lo dudo por estar muy maltratadas. Un indio me vendió una bolsa llena por cuatro galletas: yo le daba tres, pero yo deseaba las manzanas, y el pan me hace mucha falta.

Suelen estos indios regalar una manzana por mucha fineza, pero veo que hay abundancia.

Preguntándole a los primeros indios por el paraje llamado Huechuhuchuen, me dijeron que este mismo sitio tenía este nombre.

Esta tarde se hallaron dos árboles, o manzanos chicos a la parte del N, pero sin fruto.

Como es tan fácil engañarse con las noticias de los indios, motivado de no entenderlos, ni ellos bien entenderme, no escribo aquí las noticias que me han dado hasta que pueda hallar lenguaraz, para por este medio escribirlas con más verosimilitud o certeza.

Navegué este día al N corregido una milla de distancia, y se toldaron las embarcaciones por algunas gotas de agua que caen.




Día 8

A las 12½ de la noche vino el indio Jacinto con otro, y un hijo de Chulilaquin pidiendo aguardiente: esto causó bastante alboroto en el campamento, porque estando los indios a la parte del S del río, y nosotros a la parte del N, no se pensaba en que viniesen, y más habiéndoles avisado que de noche no se llegasen a nosotros: pero ellos que continuamente piensan siniestramente, pasaron procurando averiguar el método que llevamos para guardarnos. Pero a poco les sale cara la prueba, que a no venir el hijo de Chulilaquin, de seguro pierden la vida, pero les reñí, les quité la botija y los despaché sin aguardiente.

Al amanecer pase el río Chulilaquin con veinte indios, y me pidió aguardiente, que le di en la botija, y su mujer me trajo unas cuantas manzanas, a quien regalé tabaco y algunas bujerías: luego se bebieron la botija de aguardiente y estuvieron importunísimos pidiendo más, y asimismo   —81→   pedían sombreros, bayetas y otras cosas, a cuyas pesadeces fue preciso armarme de toda paciencia y aguantar, porque tenía las embarcaciones, paradas, y la gente cavando el río para allanar paso para las chalupas. A mediodía pasé este penoso paso, y me fue preciso toldar por algunos chaparrones de agua que cayeron, y a este tiempo llegó María López, y el hermano del capitán Chiquito. Esta me dijo que adonde ellos estaban que habrá 4 leguas de Huechu-huechuen, que las manzanas las traen del pie de la Cordillera en cargueros; que estos indios ni ella pueden dar razón de los cristianos que están de la otra parte del Cerro de la Imperial, por mediar entre aquellos pueblos y el Huechu-huechum los indios Aucaces, enemigos acérrimos suyos: que tampoco estos indios iban a la laguna Huechum por la misma razón, ni tampoco podían ir a los piñones, y sólo si se los compraban a algunos Aucaces, que se los traían a vender por pellejos, y otras cosas de que ellos carecían. Un indio me regaló unos 15 ó 16, que repartí entre las tripulaciones, que les cupo uno a cada tres individuos, y yo comí uno y guardé otro: son de bello gusto y mantenimiento, su tamaño es casi como el dátil de Berbería, el gusto casi como los piñones de España: son blancos, la cáscara delgada, y si tuviese a esta hora abundancia de esta fruta, sin otros víveres pudiera seguir 4 meses más el reconocimiento19. Otro indio trajo en una bolsita como 4 libras de dichos piñones, por los cuales quería dos frascos de aguardiente, y se volvió con ellos: dos indios, de los que vinieron con María López, trajeron dos ovejas muertas de regalo, pero uno de ellos, porque no le di sombrero, bujerías, yerba, tabaco y dos frascos de aguardiente, se la volvió a llevar; el otro la dejo por una botija de aguardiente, cuatro hilos de cuentas y una cuarta de yerba, la cual repartí entre la gente.

El paraje adonde estuvieron establecidos los cristianos, dice María López, que es a la orilla del Río de la Encarnación, dos jornadas aguas arriba desde su desagüe en el río principal. Seguí a pasar otro paso de poca agua que está muy inmediato, en el cual estuve hasta las 8 de la noche, y me acampé a la parte del N. Chulilaquin se fue, y algunos indios; María López con otros se acampó a la del S.

Navegué este día al NNO corregido un cuarto de legua de distancia, y con incesante trabajo.



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Día 9

Amaneció lloviendo una lluvia blanda, de cuyo modo estuvo toda la noche: por este motivo se mantuvieron las embarcaciones toldadas. En este sitio bien de mañana vinieron los indios que estaban a la parte del S, entre ellos María López: supe por ella que se hallaba aquí el cacique Francisco con su gente, y el desertor Miguel Benites, acompañados del cacique Miquiliña, y creo que de Chulilaquin también. A mediodía llegó un indio ladino, el cual habiendo tenido noticia por la gente de Guchumpilqui de nuestra venida, había ido río abajo buscándonos: este trajo, una oveja y unos piñones, le di una botija de aguardiente, yerba y algunas frioleras más. Me dijo que la laguna de Huechum-lauquen distaba de aquí una jornada: que el Cerro de la Imperial quedaba a la parte del N de ella: que el Huechu-huechuen era chico: que la tierra de los cristianos estaba cerca, pero que él no había estado en la plaza; sí solo había estado en una guardia, cuyo comandante se nombraba Manuel, pero que los Aucaces se hallaban poseyendo el intermedio de aquí a Valdivia, a los cuales compraban ellos pellejos de guanaco, trigo, maíz, habas, porotos, piñones y aun las manzanas, pero que llevando diez cristianos que le acompañasen, se determinaba a pasar la Cordillera para Valdivia: le dije que se informase bien de los Aucaces, y hallaríamos en llegando a los toldos conocidos, chinas de las que seguían los toldos del cacique Francisco.

Se fue el indio a las 4 de la tarde, encargado en buscar otros que lo acompañasen a Valdivia, porque no distando aquella plaza más que tres jornadas del sitio en que me hallo, intento despachar a ella chasque por ver si me auxilian con víveres y cabos, para proseguir el reconocimiento de todos estos ríos, principalmente el del Diamante, y el de la Encarnación: y en este es a donde hubo la población de españoles, cuya capilla y casas desmoronadas se hallan a su orilla dos jornadas distantes a la confluencia de dicho río, con el Desaguadero. Dicen estos indios que poco há estuvieron allí cristianos que vinieron con barcos chicos, pero que se les rompieron, y que se han vuelto: por esto dicen que aquel río tiene comunicación con la mar del S, lo que es moralmente imposible: y sí lo que me parece, (siendo cierto lo que los indios dicen) que de Valdivia, o más bien de Chiloe, se intentaría el reconocimiento de este río, habiendo construido las embarcaciones de este lado de la Cordillera; y esto se hace fácil por las infinitas maderas de que abundan las cordilleras de Chiloe.

Asimismo dicen que es tierra fértil de mucha arboleda; que se crían batatas de extraordinario tamaño, y mucha manzana: y más arriba   —83→   que está el campo espeso de pinos y otros árboles. No me parecen apócrifas estas noticias, porque el marido de María López se determina a llevarme a dicho sitio; pero quiere por la diligencia la paga que no tengo para darle. Anocheció lloviendo.




Día 10

Toda la noche se mantuvo lloviendo y tronando, y prosiguió la lluvia hasta las 10 de la mañana, de modo que no fueron bastantes los toldos a que entrase considerable porción de agua en las embarcaciones, que fue preciso estarla continuamente achicando: se mojaron los petates y toda la ropa de los marineros, y luego que aclaró, se pusieron a sacar estos y otros útiles.

A las 5 de la tarde vino un indio con cuatro chinas, de las cuales la una era la Cacica Vieja, y la otra la lenguaraza Teresa. Trajeron dos bolsas de manzanas que repartieron a los marineros: les pregunté a qué venían, y dijeron que a ver, y que las mandaba el cacique Francisco. Les pregunté ¿porqué se habían venido del Choelechel, habiendo quedado conmigo en que me esperarían en aquel sitio, para desde allí mandar chasque al pueblo, y en trayendo la respuesta seguir juntos río arriba? Dijo que el marinero Miguel Benites les había dicho que yo llevaba la determinación de avanzarlos, y que esto lo había dejado de hacer antes con Francisco, y algunos indios, porque los quería prender a todos con los toldos, caballos y toda lo que tuviesen, y que por esto habían huido precipitadamente de miedo, y que asimismo habían venido dos indios del Colorado, a decirles de parte del cacique Negro a Francisco que no se fiase de nosotros, pues traíamos intentado prenderle y matarle. Procuré como pude hacerle conocer lo contrario, y le dije, que respecto a que Miguel Benites estaba en poder de Francisco, que me lo trajese y viniese con él, y que vería como confesaba la mentira, con que los había engañado, solo con el fin de casarse con la hija de Francisco, de quien se hallaba apasionado: y a esto se ríen así estos como los Chulilaquin, y dicen ¡que como le habían de dar a un esclavo la hija de un cacique!

Los agasajé bastante y se quedaron a dormir, por tener los toldos (según dicen), a la parte del N del río, juntos con los del cacique Niquiliña, de donde salieron esta mañana temprano.

Le hice otras preguntas tocantes al reconocimiento, cuyas respuestas dejo de escribir, las unas por poca verosímiles, y las otras porque ya,   —84→   las tengo apuntadas por informes antecedentes. Esta mañana apareció la Cordillera toda blanca de la nieve que cayó de noche.

Anocheció con el viento al NE flojo, y los horizontes achubascados. A las once empezó a llover.




Día 11

Amaneció lloviendo: a las 10 de la mañana cesó un poco el agua, y seguí río arriba. A las 500 varas de distancia descargué parte de la carga de las embarcaciones, para pasar un salto de poca agua; y aquí ayudó un indio de los de Francisco con su caballo, que contribuyó bastante a pasar.

A las cuatro de la tarde hallé dos despeñaderos de corrientes seguidos, y de muy poca agua, y visto que no me llegaba el resto de la tarde para pasarlos, arrimé a tierra a la banda del N, para pasar la noche. A esta hora llegó la china Teresa, la Cacica Vieja, y otra con Benites se había huido anoche con otro desertor de los acerradores, llamado Francisco, que habían robado dos caballos y el sable del cacique, y este indio con otros dos iban siguiendo el rastro en busca suya. Al anochecer llegó el indio, y dijo, que el rastro había llegado cerca de nosotros, y que luego se había vuelto para atrás.

El dicho Benites perdió las pistolas, porque habiéndole hallado una cuadrilla de Tehuelches lo corrieron, le dieron dos puñaladas en una espalda, se le disparó una pistola, y la bala le pasó un muslo, y por escaparse de la muerte se tiró al río, y en él se le quedaron las pistolas.

La navegación de este día fue de cuarto de legua al NO corregido. Anocheció con el viento al SSE flojo, y los horizontes achubascados. A las diez de la noche empezó a garuar.

Parece que Benites intentó sublevar todos los indios, porque así los Guilliches como a los Tehuelches y Aucaces les dijo que nosotros teníamos intentado poner guardias y robar el Choelechel, a fin de que estas naciones no pudiesen tener comunicación con los campos de Buenos Aires, que es de donde se proveen de todos ganados, y esto es lo que más sienten los indios: y verdaderamente si esta comunicación les falta no tienen como vivir, y se verán precisados a domesticarse y reducirse, por esto dicen que están (los Aucaces particularmente), muy mal con nuestro reconocimiento, y por cuantos caminos halla su imaginación, procuran saber a que fin es nuestra venida, y dicen que de ningún modo les puede   —85→   ser a ellos útil. Estas conferencias celebradas entre ellos, las sé por los ladinos y ladinas que suelen venir a hablarnos, de quien procuro informarme, tomando para ello aquellas medidas que me parecen a propósito, según me lo permite la cortedad de mi talento.

Preguntándole los indios a algunos individuos de las tripulaciones, a que veníamos, les respondieron que sólo a buscar manzanas y después supe que en sus conferencias decían que no era posible, porque en la tierra de los cristianos había de esta fruta, y que la podíamos conducir al Río Negro en las embarcaciones mayores, sin pasar los trabajos que pasamos por este río arriba. Dejo otras reflexiones que me han dicho que hacen los indios, hasta informarme más bien de ellas; pero es cierto que lo que les hizo más ruido fue la población del Choelechel.

Los campos que medían entre el río a donde me hallo, hasta la falda de la alta Cordillera Nevada, que tirando al OSO habrá dos leguas y media, y tirando al Cerro de la Imperial, ocho, son llanos, crían bastante pasto, sin maleza ni tomillo, y me parece que pueden llevar fruto, pues ya no se ve aquella esterilidad de las tierras antecedentes.




Día 12

Amaneció lloviznando, y así se mantuvo todo el día; y seguí río arriba, que creció un poco con la escasa lluvia de estos días, pero no fue bastante la creciente a franquearnos suficiente agua para que las embarcaciones naveguen sin ir arrastrando por el fondo. Este día se hallaron muchos árboles de manzanas, y particularmente en un potrero, donde llegué a la noche, en el cual hay con abundancia, pero sin siquiera una manzana.

En cualquiera parte a donde se recogen frutas, siempre queda alguna en los árboles por descuido de los cosecheros; pero los indios son cosecheros tan finos, que ni una siquiera dejan por descuido.

Navegué día este al NO 5º N una y media millas de distancia.




Día 13

Al amanecer llegaron a bordo siete indios Peguenches, uno de ellos hablaba regularmente. Daba noticia de Buenos Aires, Montevideo, Maldonado, Santa Teresa, Santa Fe y Valdivia. Desde este sitio a dicha plaza dice que hay tres jornadas: que los pinos están por la Cordillera, a la falda del Cerro de la Imperial: trajo algunos piñones y manzanas.   —86→   Los agasajé todo lo posible, y diciéndole que si me conducía una carta Valdivia lo pagaría bien la diligencia, dijo que la llevaría con mucho gusto, si no fuera porque le parecía que los cristianos estaban mal con los indios; pues hacía poco tiempo que habían hecho una salida, en la cual habían apresado un toldo, y que por esto no se determinaba. Me dijo que tenía vacas, y que entre los indios había bastante de este ganado, caballar y lanar: que en llegando cerca de sus toldos haríamos trato con algunas vacas. Se fue a las ocho, y yo seguí mi viaje: se llama este indio Ignacio Delgado.

A las 2 de la tarde llegó una de las mujeres de Chulilaquin, llamada Guichalachen, con un indio ladino, y otros. Estos indios y chinas trajeron en sus bolsitas piñones y cinco carneros y un macho, muertos: pues habiéndole yo ponderado la necesidad en que me hallaba, a fin de que no me pidiesen, vinieron en dicho socorro, y una vejiga de grasa de vaca que trajo Guichalachen con una bolsa de piñones. A estos igualmente obsequié, gastando toda aquella paciencia que se necesita para tratar con ellos, y aquellas rústicas y groseras políticas que son precisas para hacerse amable entre esta gente salvaje, y pudiera llamarlas finas por lo rústicas y separadas que están de las que se usan entre naciones cultas.

Me ponderaron estos indios su pobreza, y el dolor que tenían en que sus fuerzas no pudiesen contribuir a mi alivio y al de toda la gente: y así estos como los Peguenches, que vinieron esta mañana, viendo los marineros desnudos con frío excesivo metidos en el río, arrastrando las embarcaciones, decían lastimándose: pobres soldados, en su idioma.

Para despacharlos les ponderé el deseo que tenía de llegar a sus toldos, y que esto me precisaba a dejarlos y seguir viaje: con esto, y con haberlos regalado algunas frioleras y bastantes palabras de amistad, se fueron, dejándome dicho que aquellas ovejas y pilones que me habían traído, se las habían comprado a los Peguenches, por caballos, pellejos, etc. El río estuvo tan malo, que todo el día navegué por dos palmos y por menos de agua, arrastrando continuamente las embarcaciones: excesivo trabajo a la verdad para las fuerzas de los marineros, pero poco para el espíritu que los alienta, con la esperanza de llegar a la laguna de Huechum- lauquen, y en ella tener socorro de Valdivia, para continuar con las crecientes de los ríos el reconocimiento del de la Encarnación y el Diamante, en lo cual procuro con la mayor viveza esforzarlos; y ellos esperanzados en que tendremos víveres de Valdivia, no sólo trabajan con vigor, sino que se convidan a pasar a dicha plaza entre 12 hombres armados, aunque sea pasando por entre los indios a fuego y sangre, a fin de tener de ella los socorros necesarios para concluir el todo del reconocimiento;   —87→   y es de admirar esta constancia y firmeza entre marineros, pero no saben las dificultades que median desde aquí hasta conseguir lo que proponen20.

Navegué este día al NO 5º N una milla de distancia.




Día 14

Al amanecer me puse en camino, río arriba: pasaron algunos indios sin llegar a bordo. A mediodía llegaron dos: estos traían algunas piedras de guanaco para vender, y una chiquita bolsa de piñones, lo que no se les compró, así porque esto no es lo más importante, como porque querían mucho por ello; y lo más, porque hallándome ya casi destituido de las bujerías que traje para regalarlos, y de bastantes cosas mías propias, con que obsequié a unos y otros, algún resto que queda le voy resguardando hasta ver si hallo algún indio que quiera ir a Valdivia, en cuyo caso será indispensable regalarle bien. Se fueron luego estos dos indios, y a las 3 de la tarde llegó un muchacho ladino con otro 4 indios y una china vieja: este trajo un cordero; la china y los otros compañeros trajeron algunas manzanas, y cada uno una chiquita bolsa con piñones. Vaciando estas bolsitas advertí una mazorca maíz, y registrando cuidadosamente saqué de entre los piñones maíz muy bueno, trigo superior, chícharos blancos y otros casi negros algo mayores, habas y lentejas; las cuales semillas puse en una bolsa. Preguntándoles a estos indios si estaba lejos la tierra a donde se sembraban y recogían estos frutos, me han dicho que distante de aquí una jornada, pues en las llanuras de Huechum-lauquen sembraban y recogían los indios con mucha abundancia.

Parece que los Peguenches defienden y estorban el que estos indios, que habitan las márgenes de estos ríos y andan vagantes, entren en sus tierras ni pasen a la Cordillera a buscar piñones ni manzanas; porque preguntándole yo, porqué no traían los caballos bien cargados de piñones, ya que los había en tanta abundancia, como me ponderaban, dijeron, que los dueños de los pinares se los vendían a estos, y que valían bastante caros; y que las manzanas que había en estas inmediaciones ya se acababan   —88→   por la mucha indiada que se junta por estos tiempos a la cosecha, y que consumen de esta fruta con exceso, porque hacen de ella (además de la que comen) cidra o chicha: y que para pasar a las faldas de la Cordillera a buscarlas, es menester que se les compren a los dueños de aquellas tierras, y yo presumo que como estos indios Tehueletos, Guilliches, Leubus, Chulilaquines, y otros pasan toda su vida baqueando, cazando y robando, que es de lo que se mantienen, aquellos que siembran y tienen ganados, precisamente están de asiento en paraje fijo: y así, por venderles a los otros los frutos que se crían y los que recogen por medio de la agricultura, como asimismo por estorbar que estos vagamundos les roben sus haciendas, si les permitiesen la entrada a ellas, emplearán todas sus fuerzas, a fin de que no les entren. Contestan muchos indios en que Ignacio Delgado es cacique, y hombre de mucha hacienda: este vive a la orilla del río Catupiliche, un poco más arriba del desagüe de Huechu-huechuen, en dicho Catapuliche.

El río Huechu-huechuen es menos que el Catapuliche: entra en este por la izquierda siguiéndolo aguas arriba.

A estos indios agasajé y regalé, habiéndose ido a sus toldos ya puesto el sol; y yo me acampé en una isla grande que divide el río en iguales proporciones. En esta isla hay cantidad de grandes manzanos, pero sin siquiera una manzana: tan expertos son los indios en el arte de recoger que no se les olvida una siquiera encima, y al pie del árbol.

El Cerro de la Imperial se descubrió esta tarde: hermosísimo, desde alto a bajo cubierto de blanquísima nieve, y asimismo la Cordillera, cuya eminencia dista de nosotros, al rumbo del OSO, dos y media leguas de distancia.

Navegué este día, o más bien, arrastré las embarcaciones este día, al NO 5º N, una milla de distancia.




Día 15

Salí al amanecer continuando río arriba. A mediodía llegó el indio que ha sido amo del negro Ventura: trajo una oveja muerta. Lo regalé con lo que pude por esta fineza, y se fue muy contento. Al irse este vinieron 4, cada uno traía una bolsita con cosa de una libra de Piñones para vender por yerba; pero no se les compraron, porque ya queda muy poca. Al anochecer se fueron, y yo me acampé a la parte del S del río, habiendo arrastrado las embarcaciones una milla de distancia al NO 5º N.

  —89→  

A la orilla del río casi toda la distancia de hoy parece todo campamento de indios, que poco há lo levantaron. Las islas están llenas de manzanos, pero las manzanas ya las recogieron los indios; y es cosa admirable el ver entre poca tierra mezclada con chinos y arena, unos árboles tan grandes, tan poblados de rama y hermosos, que no los vi mejores en ninguna parte. Latitud observada, 39º 33’.




Día 16

Este día navegué con menos trabajo que otros. A mediodía estaba distante de una sierra nevada de la Cordillera tres cuartos de legua, demorándome al OSO corregido. A las 3 de la tarde hallaron los maestros calafate, sangrador y un marinero, un chico manzano, del que recogieron como 100 manzanas: junto a dicho árbol había otros muy grandes, pero ya le habían quitado la fruta los cosecheros de estos países. En toda la distancia que caminé este día, hay un potrero, o llanura de buena tierra, a la parte del N, y a la del S también es buena, pero no es de tanta extensión. Hoy no parecieron los indios, y creo sería por el mucho frío y fuerte viento del O que nos incomodó bastante: este viento viene por las nieves de la Cordillera, y con él se pone el agua del río tan fría, que los marineros que andan precisamente metidos en el río, lo mismo es salir que se les raja la piel, particularmente en las piernas, en las que se les hacen profundas grietas. Navegué este día al NO 5º N dos millas de distancia; y me acampé a la parte del S del río, junto a un salto grande, que se previene para pasar mañana.

Yajaunaujén se llama por los indios el cerro Imperial.




Día 17

Salí al ser de día, y continué por un imponderado despeñadero de corriente; y como ya en estos parajes no gasto otra sirga que un calabrote, por no poder otros cabos resistir al impulso de la corriente, meten a veces las chalupas los castillos debajo del agua. A mediodía llegó María López con su marido, y otro indio con una embajada de Chulilaquin, diciendo que la noche pasada habían muerto de una puñalada en su toldo al cacique Guchumpilqui, porque este con otro indio, que también mataron, habían venido a solicitar de Chulilaquin el que con su gente se juntasen para avanzarnos y destruirnos: y que por esto Chulilaquin le había muerto, y así que temían el que los Aucaces viniesen a tomar venganza de la muerte de su cacique, y que lo esperaban esta noche: por lo cual Chulilaquin me rogaba lo favoreciese con 10 soldados para que le ayudasen, y que para conducirlos mandaría caballos. A   —90→   esto le respondí, que bien veía que me eran necesarios todos los soldados para tirar las embarcaciones, y que por esto no podía mandárselos; pero que yo haría diligencia de llegar con los barcos a los toldos, y que entonces estaría defendido de los Aucaces. Volvió repetidas veces a importunar por los 10 soldados, y yo excusándome suavemente, la regalé, y se fue; pero antes de irse se arrimó cuidadosamente al patrón de la chalupa San Juan, y le preguntó, si sabía si al capitán Chiquito le habían muerto los cristianos, o estaba en Buenos Aires. Yo que enteramente desconfío de estos bárbaros, me hizo esta pregunta mayor la desconfianza, aunque así ella como los dos indios venían con el aspecto asustado.

A las 4 de la tarde llegó un indio ladino, y un esclavo de Chulilaquin con dos caballos de diestro, ponderándome la fineza de Chulilaquin por haber muerto a Guchumpilqui en defensa nuestra, y que aquellos dos caballos los traían para que fuesen en ellos dos soldados, para que esta noche los ayudasen contra los Aucaces. Estos venían como asustados, y con mucho empeño a llevar los dos hombres que pedía su cacique. A éste le dije le dijese, que mi gusto era defenderlo, y que no solamente 2, sino 20 le mandaría: pero que estos soldados no entendían la lengua de los indios, ni tampoco sabían pelear, sino al lado de su capitán; y que si yo llegase a tiempo le socorrería, y sino que trajese su gente y toldos para donde yo estoy, y entonces que no tuviese miedo, aunque viniesen más indios que yerba tiene el campo. Se fueron los indios, y yo me acampé a la banda del S, paraje de los más proporcionados que hay para en caso de haber algún encuentro.

Mandé toldar las embarcaciones, alistar las armas, cargándolas de nuevo; montar los pedreros y esmeriles, y dormir toda la gente a bordo: porque, aunque en los semblantes y expresiones se ve el miedo que tienen estos indios, y a no ser cierto lo que dicen, parece mucha política para estos bárbaros, no obstante son muy diestros en el arte de engañar; y por esto me pusieron esta noche en mayor cuidado, pero lo cierto es, que con los Aucaces, o con nosotros hay alguna revuelta o intento, que sino llega a tener efecto, será porque no hallan hueco si bien, que no dejo de pensar que los Aucaces pueden venir a vengarse de los que mató, robó y cautivó Chulilaquin, y que también ahora habrán muerto alguno. Pero la muerte de Huechumpilqui no la tengo por cierta, por lo que pude comprender y deducir de las respuestas de María López a las preguntas que le hice: pero el querernos hacer creer esta muerte, es sólo por obligarnos y vendernos la fineza.

Aquí se halló en una pequeñita isla un manzano chico, a quien   —91→   quitaron los marineros hasta 200 manzanas. Navegué este dia al NO 5º N un cuarto de legua de distancia.




Día 18

Toda la noche se llevaron los teruteros en continuo alboroto, por la orilla del río a la parte del N. Amaneció con el viento al O fuerte con algunos aguaceros, por lo que no fue posible el continuar río arriba, ni aun examinar un paso que está inmediato, a ver si tenía paso para las embarcaciones.

A las 3 de la tarde vi venir una nube de indios a toda prisa, a distancia de una legua: llegaron a burdo primeramente 4, que fueron los dos hijos del Cacique Viejo, Manuel y Julián, la Cacica Vieja, y Teresa. Ésta trajo una oveja de regalo, y la cacica otra: fue llegando la indiada, y a las 4½ de la tarde llegó Chulilaquin con el vestido de galones y su bastón. Me hizo, por medio de la lenguaraza, un razonamiento digno de oírse. Primeramente, ponderó su voluntad hacia nosotros: después ponderó la siniestra intención y alevosos hechos de los Aucaces, con los cristianos, como andaban solícitos, buscando ayuda para matarnos, a cuyo fin había venido el cacique Guchumpilqui, solicitando su ayuda y la de su gente; y que para empeñarlo en el asunto, le decía que yo venía de mala fe a matar los indios con capa de amistad. Pero que no pudiendo sufrir esto, lo mató inmediatamente en desagravio nuestro; y que por este motivo se habían juntado todos los Aucaces contra él, y que sin duda alguna venían a darle esta noche el avance. Y así, que habían salido huyendo a refugiarse a la sombra de sus leales amigos, porque sabía que perderían la vida sus amigos los cristianos, antes que permitir su ruina: y así, que aquí tenían un fugitivo que buscaba mi amparo y patrocinio, y que fiaba de mi amistad saldría con mis soldados en defensa suya cuando llegase el lance. Lo obsequié bastante, y le ofrecí firme amistad; y que estando él y su gente junto a nosotros, nadie le ofendería. Toda la indiada estaba a caballo a la orilla, y yo con todas las armas prevenidas, las chalupas a son de combate y las mechas encendidas. Procuré animarlo mucho, y hacerle ver la poca gente que eran todos los Aucaces para nosotros. Disparé un cañonazo a su solicitud, para que los indios lo viesen y oyesen el estruendo; todo lo cual hacia el entender a los indios, ponderando, la fuerza de nuestras armas. Y yo se la encarecía bastante, y que diesen gracias a Pepichel, por haberle en este aprieto socorrido con tan buenos amigos. Me dijo que tenía noticia que el Cacique Negro había dicho en el establecimiento del Río Negro, que el bastón que le habían regalado lo había cortado para rebenque, pero que allí estaba el bastón para que se viese la mentira, y que era prenda   —92→   que él estimaba más que otra alguna. Con una hora de noche se retiró a sus toldos, que distan como tiro y medio de fusil de nosotros, dejándome encargado por repetidas veces el socorro de nuestras armas.

Se quedó la lenguaraza, porque dijo que tenía que hablarme en secreto, por lo cual supe el lance de Chulilaquin con Guchumpilqui, y fue, que, habiendo este venido con yeguas, ponchos y otras cosas, a rescatar una hija que tenía Chulilaquin que no ha mucho le había cautivado, ya el ajuste hecho y entregado el rescate al cacique Chulilaquin, un hijo de este, porque Guchumpilqui no le había dado nada, sacó la daga y le dio dos puñaladas, estando sentado, y luego mataron a un indio que había traído consigo. Asimismo me dijo, que el cacique Francisco no había querido entregar a Miguel Benites, y que había sublevado a todos los Aucaces contra nosotros; y que no tenía que advertirme, respecto a que ya conocía bien a Francisco, que el mayor sentimiento suyo y de los Aucaces era el que se poblase el Choelechel, y hubiese cristianos en este río. Que tampoco tenía que fiarme del Cacique Viejo, porque este y Francisco eran una misma cosa: que ella ya estaba cansada de andar entre los indios, y que con tal que no la entregase a ellos, se quedaría con una muchachita pequeña: que por ella, a fin de matarla, entregaría Francisco los tres desertores nuestros, pero que podíamos tomar los tres desertores, y ella quedarse. Que de Francisco ya no había que esperar otra cosa que robos de ganado y de cristianos, y de buscar confederados que le ayudasen contra nosotros. Dicho esto se fue, y yo alargué de tierra las embarcaciones cuanto me permite la seguridad posible, lo incómodo del sitio, para que nadie pueda salir ni entrar a bordo; habiendo recogido toda la gente y las chalupas con los toldos puestos, porque la noche se puso cerrada en agua.




Día 19

Toda la noche estuvo lloviendo, y los indios en continua gritería a caballo: amaneció lloviendo, y así anocheció. Están los indios tan llenos de miedo, que ellos mismos confiesan, que los oprime tanto, que aun tienen miedo de llorar; y esto que es número de indios considerable.

Esta mañana se fue la Cacica Vieja, y dejó a la lenguaraza Teresa: esta me pidió que por Dios la llevase a bordo, así porque no la matasen los Aucaces, como porque no quería andar más entre los indios; y porque tiene una niña que dice quiere ser cristiana. Me pareció obra de caridad el admitirla, y también interesante, porque sabiendo ella los designios de los indios, se puede por su medio conseguir el saber alguna cosa que convenga, por lo cual la admití a bordo.

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A las 4 de la tarde llegó un indio de chasque a Chulilaquin, mandado por un cacique amigo, por el que le avisaba que los Aucaces de seguro llegaban mañana a avanzarle, pues ya estaban cerca aguardando a que descansasen los caballos para entrar en la refriega, y que de camino decían que habían logrado la ocasión de llevar bastantes cristianos cautivos.

Es constante que siempre tuve alguna desconfianza, y al principio no quise creer de modo alguno la muerte de un cacique tan principal y respetado por sus robos y atrocidades, como era Guchumpilqui: pero son ya tantos los indicios y señales que he visto, que me fue preciso creerlo. Casi de noche trajeron algunos indios los toldos debajo de la artillería de las chalupas, y no hallar lugar a donde meterse.

La lenguaraza Teresa me dijo que era cierto que los Aucaces tenían determinado sorprendernos, y que para observar nuestros movimientos había mandado Guchumpilqui a Ignacio Delgado, que era de su gente y que tenían penado el regalarnos o vendernos algunas vacas para que saliese la gente a carnearlas a fuera, y entonces que a su salvo nos tenían muertos, y se apoderaban de la carga de las chalupas: y que haciendo esto no poblarían el Choelechel, ni les estorbarían el paso a los campos de Buenos Aires, que es de donde se surten de ganado. Y a la verdad, ellos no lo entienden, porque la mejor ocasión era de día, cuando toda la gente va desnuda, arrastrando por espacio de mediodía una chalupa, dejando la otra sola y precisamente varada, y luego vuelve en busca de esta, dejando la otra en la misma disposición.

Me dijo asimismo, que el número de Aucaces era grandísimo, y que estos indios que paraban junto a nosotros, no eran nada en comparación de los que vendrían a buscarlos.

Me dijo asimismo, que los dos marineros, Mariano González y José Navarro, que estaban muertos, pero no por mano de los indios; pues Guchumpilqui los había entregado a las chinas para que los matasen. Reflexionando en todo esto, y que pasa ya de un mes que no hallé paraje en este río tan defendido como el en que me hallo, porque todo es varadero, y se pasa por donde quiera a caballo sin que se le moje la cincha, tengo pensado detenerme aquí el día de mañana, fortificar el sitio; y en todo caso tengo más de 100 soldados, (digámoslo así) en los indios de Chulilaquin, quienes precisamente han de pelear por defender sus vidas: y así como él viene buscando nuestro socorro, podemos decir que hemos hallado nosotros socorro en él: porque si los Aucaces, sabiendo que estamos juntos y aunados, (como dicen están persuadidos) vienen a avanzarnos,   —94→   ciertamente que mejor lo harán cuando nos hallen solos e indefensos, los marineros con una embarcación a cuestas arrastrando, que ni para abajo ni para arriba se puede navegar dentro de ella, porque en todas partes vara, y la otra sola y varada de la misma suerte21.

El hecho de Guchumpilqui en llevar los expresados dos marineros, después de haberlo yo regalado y obsequiado mucho, y de haber venido embarcado el cacique Román y el indio José, da a conocer su intención, y que de ningún modo apetecen los Aucaces nuestra amistad; y que si pudiesen, hubiera hecho con todos nosotros lo mismo y de mejor gana, pues les interesaba más: y esto se puede esperar tengan pensado aquí, que es lo mismo estar en el río que en tierra, porque su caudal de agua no estorba a pasarlo de un lado a otro, pero ni aun de galoparlo. Aquí estoy en un pocito corto, pero no es menester casi nadar para llegar a las chalupas; y en todo caso más vale esperarlos aquí que no media legua más arriba, (en caso que se puedan subir las chalupas) ni 25 leguas abajo, pues en ellas no hay paraje como este.




Día 20

Se llevó lloviendo toda la noche, y los indios estuvieron sosegados: talvez sería por haberles yo dicho que gritaban de miedo, porque los hombres de valor y de espíritu, y que tenían esperanzas de vencer a su enemigo, lo esperaban callado; y que primero, se debía oír el ruido de las armas y los clamores del contrario, que los gritos, que, sin motivo, estaban dando al aire.

Luego que fue de día, pasé a reconocer el campo inmediato, y héchome cargo de él, pensé el modo de fortificarlo y para esto mandé llamar a Chulilaquin, avisándole que viniese de gala, con el bastón y vestido que se le había dado en nombre del Rey, mi amo, a quien él debía obedecer; y que trajese consigo los indios de más suposición: hízolo así inmediatamente.

Había yo prevenido a los patrones, oficiales de mar y marineros, se aseasen lo mejor que pudiesen; y que dejando hachas y azadas a bordo, prontas a fin de desmontar un pedazo de saucería y barrancas para   —95→   igualar el terreno, bajasen conmigo a tierra la mitad de la gente, y los más aseados y de mejor presencia, armados; y quedándose la otra mitad de guardia en las embarcaciones. Luego que llegó Chulilaquin al puerto que le había señalado, lo recibí con amistad, y por medio de la lenguaraza María López le hice un razonamiento según me dictó en esta ocasión mi corto alcance: diciéndole, que él y sus indios habían venido fugitivos a ampararse de mí, tan asustados y temerosos de que los contrarios les quitasen sus vidas, las que apenas podían respirar. Que yo les había ofrecido favorecerlos: pero que las dos noches antecedentes no había yo tenido cuidado alguno, porque sabía que no habían de venir a avanzarlos, como ya se lo había dicho siempre: que él se me presentaba afligido, pero que ya hoy en el día era otra cosa, porque los Aucaces habían ya tenido bastante tiempo para juntarse y prepararse suficientemente para seguirlos y acabarlos. Que él mismo les había mandado a decir que estaba protegido de nosotros; y que en tal caso, siempre que dichos indios se determinasen a venir a avanzarle, que precisamente vendría un número crecidísimo; y que así estuviese atento y pensase bien en lo que le iba a decir.

Que yo era uno de los más chiquitos criados que tenía el Rey de España, cuyo Señor tenía dominios en todas las cuatro partes del mundo: que se hiciese cargo de que, estando este Señor tan lejos de Buenos Aires, que se tardaba caminando de día y de noche, seis, siete y ocho lunas, atravesando la mar sin ver tierra hasta llegar a donde estaba. Estando nosotros tan lejos de su presencia, todos le obedecíamos; y que primero perderíamos las vidas que dejar de obedecerle, y de cumplir en todo su voluntad, sin faltar en nada al más mínimo precepto suyo.

Que además de las inmensas tierras que poseía este Gran Señor, tenía tantos tesoros y riquezas, cual el no era capaz de comprender; y mandaba tanta multitud de gentes, cual el no era capaz de imaginar. Que reparase en que, siendo yo uno de sus menores esclavos, se venía él a amparar de mí, y que de seguro podía yo solo con aquellos pocos soldados que me acompañaban, defenderlo de cuantas indiadas pudiesen venir, acabando y haciendo pedazos con mis cañones a todos cuantos intentasen ofenderle: y que valía mucho más tenerme a mi por amigo, que tener por amigos a todos cuantos indios y caciques abrigaba el continente. Pues yo solo valía y podía favorecerlo más que todos ellos juntos; y que si así era el esclavo más chico, que se hiciese cargo cuan poderosísimo sería el Señor. Que el vestido que me cubría me lo daba este Gran Señor: que él me daba de comer, me daba riquezas y estimación; que yo gustosísimamente le servía y obedecía; que estas embarcaciones y cuanto venía en ellas era suyo, con gente y todo; y que de su mandado   —96→   veníamos por este río. Que todo aquel que no quisiese obedecerle, perdería la vida; y que era este Señor tan poderoso y de tan buen corazón, que a todos sus criados nos tenía mandado el que favoreciésemos a todos los indios, porque les tenía mucha lástima, sabiendo lo pobres e infelices que eran en todo. Esto es, pobres de hacienda y pobres de saber, pues andaban continuamente entre estos cerros, llenos de sustos, pereciendo de hambre y frío, y viéndose precisados a robar para poder vivir; y que a esto se seguían las muertes, y el andar continuamente por este motivo vagantes, fugitivos, y llenos continuamente de miedo, y que la benignidad de este Señor tan grande nos mandaba que atendiésemos a la pobreza de los indios, socorriéndolos y amparándolos a todos, pero particularmente a los amigos y fugitivos que viniesen a ampararse, como a él le sucedía. Que reparase en que de su mandado lo favorecía yo, y lo había favorecido el Super-Intendente, y todos los cristianos del Río Negro: que aquel vestido y bastón que traía se lo había dado este Gran Señor, y que se hiciese cargo los favores que le debía, y le había hecho y hacía a todos los indios sin conocerlos.

Que yo ahora iba a tomar su defensa por mi cuenta, como este Señor mi amo me lo mandaba; pero que para esto era preciso que él y todos sus indios hiciesen en un todo cuanto les mandase sin faltar un punto en nada, y que no tuviese cuidado ninguno de sus enemigos, estando yo en su defensa: que los haríamos pedazos, aunque se juntasen más indios que yerba tenía el campo, (toda esta relación bacía yo en alta voz, y lo mismo hacia la lenguaraza María López, estando toda la indiada en círculo y ella, Chulilaquin y yo en medio): pero que para esto era indispensable que él y todos los indios me obedeciesen, y fuesen leales vasallos del poderosísimo Rey de España, como yo lo era, que en cualesquiera partes del mundo, donde se arbolase su bandera, debían todos estar obedientes a él. A todo se convino, haciendo de cuando en cuando relación a sus indios de los favores que recibía; y acabado esto le dije que dijese conmigo, él y todos: ¡Viva el Rey! A cuyo tiempo, se largó la bandera y un cañonazo, con mucha aclamación y gritería de todos los indios y cristianos.

Hizo después Chulilaquin un razonamiento a sus indios, en que les ponderaba lo mucho que le debían, pues por la amistad que él tenía con los cristianos se veían libres de la muerte, y de perder sus haciendas, mujeres e hijos; y que diesen gracias a Dios de haber hallado en esta ocasión un tan buen amigo: que debían todos mirarme y respetarme como a un padre, pues tomaba a su cuenta su defensa. Se repitió por los indios la gritería y algazara.

  —97→  

A este tiempo hice señas a las tripulaciones que ya estaban prevenidas, para que con la mayor viveza desmontasen, los sauces, y allanasen el terreno para que los indios se admirasen. Esto se hizo tan a lo vivo y con tanta presteza, que se quedaron los indios admirados. Mandé a todos los indios y chinas conducir todos los sauces cortados a todos los parajes que eran necesarios para la fortificación: de modo que en breve hice una especie de trinchera por medio de una zanja y sauces, poniendo estacas y atravesando palos en unas partes, y en otras cortando el terreno, la cual no pueden romper los caballos en ningún avance, dejando sólo un boquete para entrar y salir a una sola parte de la orilla del río. Esta entrada tiene sólo 18 varas de ancho, y en ella prolongué las chalupas, montando la artillería en los costados que decían hacia aquella parte. Les mandé deshacer todos los toldos y conducirlos adentro: se los mandé hacer allí juntos, y no separados como suelen. Todo lo ejecutaron puntualmente, de modo que a las 2½ de la tarde estaba todo hecho.

Después llamé a Chulilaquin con todos los indios y a la lenguaraza, y les ponderé el favor que me debían. Les dije que ellos ignoraban el arte de pelear, que para que viesen mi buen corazón, que reparasen como los guardaba, metiéndolos a ellos en casa, y poniéndome yo a la puerta a recibir los golpes, porque a ellos no los lastimasen: que ya veían el modo, la disposición y ligereza de mi gente, y el modo como los guardaba. Todo lo cual entendido por Chulilaquin, (que es uno de los hombres más capaces y reflexivos que he tratado) me dio las gracias, abrazándome muchas veces, que Pepechel le había traído su mejor hermano. Hizo relación, y le hizo entender a los indios los motivos porque yo había hecho todo aquel aparato, y como me quedaba a la entrada por guardarlos a ellos. Se repitió la gritería, y al instante mataron una yegua la más gorda que tenían, para regalar a las tripulaciones, y una oveja y dos cabritos para mí, (excesivo regalo para estos indios). A los marineros les regalaron piñones y manzanas, y no sabían que hacerse todos, y cada uno de por sí, con nuestra gente.

Al anochecer mandé que todos los indios ensillasen sus caballos, y estuviesen sosegados hasta que yo les avisase para seguir a los que se escapasen de la artillería, y que se pusiesen cuatro indios en los mejores caballos a trechos de media a media legua, por el camino de los Aucaces, para traer la noticia. Les di la seña, que era, ¡Viva el Rey! Quedaron tan satisfechos tan llenos de valor, que ya parecían otros hombres.

Hecho esto, llegó un indio huido de los Aucaces, y dijo, que estos   —98→   ya estaban cerca, que venían a avanzarlos; pero que hallado en el camino a la Cacica Vieja, les dijo que juntasen más gente, o que no viniesen, porque estaban los cristianos con Chulilaquin, y que venían a morir; y así, que fuesen a buscar más gente, y que por esto se volvieron. Esta noche dicen que llegó otro con la noticia de que decían los Aucaces, que los cristianos eran buenos esclavos.




Día 21

Se pasó la noche sin novedad. Amaneció con el viento al O recio, y en exceso frío. Estuvieron los indios muy contentos, y Chulilaquin de vestido y bastón.

Hoy acaeció entre estos salvajes una gran fiesta, y la mayor entre ellos, por haber alcanzado su pubertad la nieta de este cacique.

A las 5 de la tarde vino un indio con la noticia de que los Aucaces habían mandado llamar h los Peguenches de uno y otro lado de la Cordillera, para venir contra nosotros; y estos que habían respondido si habían de venir a buscar balas, y que no quisieron: por lo que los Aucaces estaban enteramente desmayados.




Día 22

Amaneció nublado, y el viento al O friísimo y recio, sin darme lugar a poder hacer ningún reconocimiento, de cuyo modo se mantuvo todo el día. A las 11 de la mañana llegó un indio de entre los Aucaces, y dijo, que estos habían convidado a los Peguenches de la una y otra parte de la Cordillera, para que los ayudasen contra nosotros, y que estos habían respondido que no querían venir a guerrear con los cristianos, porque no sacarían de ellos otro fruto que muchas balas. Que asimismo procuraron ellos solos venir sin el auxilio de los Peguenches, pero no queriendo muchos caciques acompañar a los otros, por quien eran solicitados, llegaron a enojarse los unos con los otros, de modo que se trabó una contienda en la cual murieron muchos.

A las 3 de la tarde vino a bordo la mujer del cacique Francisco, a la que agasajé como siempre.

Al ponerse el sol les di el santo a los indios, y largué las embarcaciones de tierra. A las 9 de la noche se dejó caer un aguacero fuertísimo, con viento OSO duro: cesó este, y cayó nieve hasta las   —99→   2 de la mañana; y prosiguen los indios los bailes, en obsequio de lo acaecido a la nieta de Chulilaquin.




Día 23

Amaneció en calma: las montañas cubiertas de nieve, y los llanos del río de una grande helada. A las 8 de la mañana compré un caballo, y salí con el bote a reconocer el río Catapuliche, sirgando a la cincha; y a este tiempo se fueron Domingo Goytia y José Oyólas, en dos caballos que me prestaron, el uno, Chulilaquin, y el otro, un hijo suyo, a reconocer por tierra el Huechu-huechuen. Al mismo tiempo llevaron una mula que prestó Chulilaquin, para traer cargadas de manzanas: fueron acompañados del marido de María López, hermano de Chulilaquin y de un sobrino suyo, indio ladino. Al mismo tiempo fueron otros indios y chinas a buscar manzanas.

Yo llegué a la boca del Huechu-huechuen, y reconocí su entrada: baja por un despeñadero con rapidísima corriente, por entre espesas peñas, y es de tanto caudal como el Catapuliche. Desde su boca hasta la Cordillera en línea recta hay una legua. Seguí el Catapuliche, y habiéndolo navegado una legua aguas arriba, arrastrando por el fondo del botecillo vacío, llegué donde desplayándose un poco el río, no permitió paso para el bote. Aquí fui por tierra y salieron 5 indios a la furia por un cerro arriba: luego salieron otros 3 a toda prisa, y se repartieron tal vez, dando noticia a otros indios, de que íbamos nosotros. No pudiendo pasar más adelante, volví a las 4 de la tarde. Al anochecer di el santo a los indios, y largué las embarcaciones, y no vinieron todavía los dos marineros ni los indios que los acompañaban, ni otros que al mismo tiempo salieron a buscar manzanas.




Día 24

Amaneció en calma, habiendo caído esta noche una grande helada. A mediodía convidé a Chulilaquin a comer conmigo y a otros 4 indios de su familia, que parece son de los de más cuenta que componen esta bárbara república. Ha estado muy regular y atento, así él como los 4 indios que le acompañaban, sin gastar aquellas pesadeces que acostumbraban en el establecimiento del Río Negro. A las 3 de la tarde vinieron algunos indios y chinas, de los que habían ido ayer a tomar manzanas. Fui inmediatamente a sus toldos a preguntar por los dos marineros que habían ido en su compañía, y me dijeron por medio de la lenguaraza, que habían quedado, porque   —100→   se les habían perdido los caballos. Me impacienté bastante, y les dije, que si en el día no me traían los dos hombres, que no solo convertiría y reduciría todos aquellos toldos, sus indios, chinas y muchachos a ceniza, sino que no quedaría cerro ni montaña en todo aquel distrito que no deshiciese y allanase a cañonazos. Diciendo esto, di una voz a embarcar toda la gente y a prolongar los costa dos de las chalupas con los toldos, con la artillería prevenida, y las mechas en las manos. Se ejecutó esto con tanta prontitud, que se quedaron asombrados todos los indios: y llenos de terror, corrió inmediatamente Chulilaquin a la orilla con sus mujeres y hermanos: con la lenguaraza corrió asimismo su hija, que llamamos la Princesa, con dos hijos y otros indios y mujeres de las de primera clase, todos asustados a donde yo estaba, disponiendo las embarcaciones, suplicando que me sosegase un poco, que mi gente no pasaría daño alguno, y que primero perderían ellos todos sus vidas. Me dijo Chulilaquin que cerca de las manzanas estaba su abuelo, principal cacique de aquella tierra, y que casi todos aquellos indios eran sus parientes: que su hermano, el marido de María López, había ido custodiando los cristianos, y su sobrino, por lo que no tenía recelo alguno, respecto a que estos no habían venido. Al mismo tiempo despachó 6 indios armados a saber de ellos: le hablé con sosiego, y le dije que yo estimaba mucho mi gente, y que se hiciese cargo que el cacique Francisco me tenía un desertor: que los Aucaces me habían muerto dos con capa de amistad; y que esto me bastaba ya para escarmiento. Me dijo que tenía razón, pero que perecería él y todos sus indios en venganza de algún agravio que hubiesen recibido los dos cristianos que habían ido en compañía de su hermano.

A las 5 llegaron dos esclavos de Chulilaquin, que fueron ayer a las manzanas, con la noticia de que nuestros dos marineros venían ya cerca, con el hermano de Chulilaquin. A las 7 de la noche llegaron a bordo con un carguero de manzanas, y dijeron que su detención había sido porque habían ido de 8 a 9 leguas de distancia, y en ella, que se reparte el río de Huechu-huechuen, en siete brazos, que bajan despeñándose de la Cordillera. Que llegaron muy cerca del Cerro de la Imperial, por la parte del S: que por las orillas de estos ríos hay muchos árboles con pocas manzanas, por estar ya tomadas de los indios, pero que desde el paraje a donde llegaron no otra cosa en aquellos dilatados campos, se ve que espeso monte de manzanos, amarillando su fruta encima de los árboles: que el suelo está empedrado o matizado de esta fruta, en tanta abundancia, que los indios no le detienen en sacarla de los árboles, sino que la recogen   —101→   de la que está en el suelo, amontonándola con los pies para meterla en las bolsas, o sacos que llevan para conducirla. Que las tierras son de superior calidad, campos doblados y llenos de arroyuelos que los baña. Que estos manzanos no están sólo a las orillas de los arroyos, sino por toda la campaña: que es la mayor delicia que puede imaginarse el ver aquella tierra tan fértil y fructífera. Que la toldería del abuelo de Chulilaquin ascenderá de 80 a 100 toldos: que la laguna de Huechum-lauquen está detrás de un cerro que un indio les señaló, distante dos leguas de a donde ellos llegaron. Que vieron el paraje a donde está enterrado Guchumpilqui, nombrado por estos indios el cacique alentado: que vieron su sangre; y que el hermano de Chulilaquin quería que le desenterrasen y me trajesen la cabeza, lo que no hicieron por ser ya tarde. Desde el paraje donde estuvieron tomando las manzanas, dicen que se mira una llanura que se pierde de vista, sin que ninguna serranía, se ponga delante, mirando al O: que al N y al S está la Cordillera cubierta de nieve; y que esta se les quedaba más atrás de donde llegaron, y en esta atención que les parece ya no haber serranía a dicho rumbo hasta la mar del S, y esta dista del paraje a donde me hallo, en línea recta, 16 leguas.

Prosiguió esta noche el bárbaro baile en obsequio de la nieta de Chulilaquin.




Día 25

Ayer estuvo en estos toldos un pariente de estos indios, que está casado entre los Peguenches: yo no lo he visto, pero me lo dijeron. Este vino a saber si yo le compraba algunas vacas; y habiéndole dicho el cacique Chulilaquin que las trajese que se le comprarían, se fue diciendo, que el día de hoy las traería. Preguntándole yo esta tarde a Chulilaquin como no venía el indio que había ofrecido traer el ganado; me dijo, que no había que fiar, porque seguramente aquel había venido a ver y a observar en que disposición estábamos, y yo sentí no haberle visto, porque por el interés cualquier indio aucas o peguenche me conduciría una carta a Valdivia, a fin de tener de allí los auxilios necesarios para concluir el todo del reconocimiento, por serme sumamente doloroso que al cabo de haber pasado tanto trabajo, no tenga con que reconocer el Diamante, ni con que subsistir hasta que lleguen las crecientes para poder navegar dicho río; ni el de la Encarnación, que hago juicio pasará muy cerca de Chile: y sólo me detuve hoy aquí, por ver si por algún camino se proporciona mandar chasque a Valdivia. Más arriba por el río no puedo navegar por falta de agua, y más abajo es alejarme de los indios, por   —102→   cuyo medio pudiera ser conducida la carta, y por esto me detuve. Pero ya el pan da pocas treguas, y si en el día de mañana no se proporciona chasque que vaya a Valdivia, tengo ya determinado el regreso al establecimiento del Río Negro.

Hoy regalé a Chulilaquin y su familia con algunas bujerías y tabaco, y a otros de los principales, de lo que quedaron agradecidos, y regalan a los marineros manzanas, piñones, y les ofrecen de sus comidas con bastante agasajo.

Al hijo de Chulilaquin, que mató a Guchumpilqui, le sobrevino una grande calentura. Lo visité muchas veces: le hice poner puchero, y el sangrador le aplica los remedios que le parecen a propósito; y de esto están más agradecidos. Al anochecer le di el santo a Chulilaquin: recogí toda la gente, y largue las embarcaciones afuera.




Día 26

Amaneció con el viento al SO fuerte, y aunque deseo mucho el ver algunos Aucaces o Peguenches, para por su medio dar aviso a Valdivia de mi paradero, a fin de tener de allí los auxilios necesarios para proseguir el reconocimiento con las crecientes, no me dan lugar los víveres a esperar mucho; y porque Chulilaquin está tan indispuesto con ellos por la muerte de Guchumpilqui, y asimismo por los dos marineros que éste con su gente se llevó. No me parece sea fácil el que pueda conseguir el intento, por cuyo motivo le dije a la lenguaraza que le dijese a Chulilaquin, que ya había llegado la hora de mi regreso al establecimiento. Sabido esto por Chulilaquin, vino a bordo apresuradamente, y me dijo, ¿que cómo le quería dejar en manos de sus enemigos, que no tardarían más en quitarle la vida, que lo que yo tardase en salir de junto a ellos con las embarcaciones? A esto le dije, que como tenía tanto miedo, respecto a juntarse entre sus toldos y los de su abuelo, sobre 150, entre los cuales habría más de 600 hombres de guerra; y que los toldos de su abuelo estarían junto con él dentro de dos días, pues ya iban viniendo a incorporarse, y estando juntos ya era suficiente gente para defenderse. A esto me dijo muy lastimado: ¡Ah, hermano! que usted no sabe la indiada que hay entre estas sierras, que son más que yerbas tiene el campo, y me la están jurando para la hora que de mí se aparten los cristianos. ¿Pues qué le parece a usted que ellos por mi gente dejan de venir? No: que ellos mismos lo dicen, y me están mandando a decir, que a mí no me tienen miedo, sino a los cristianos. Yo me vine huyendo para seguir para abajo, o para arriba   —103→   la orilla del río, por ampararme de usted. Y ahora ¿qué haré si usted me desampara? Mi hijo está enfermo, como usted está viendo, sin poder montar a caballo: mi súplica no se extiende a más que dos o tres días que pueda usted parar hasta ver si mejora, para seguirlo a usted, y marchar bajo su protección: pues con que sepan los Aucaces que yo salgo a la par de usted, es bastante para que no me sigan. A esto le respondí, que yo me estaría con mucho gusto, pero que no podía de modo alguno, porque se me acababan los víveres, y no tenía que dar de comer a los soldados, y que sólo podría estarme hasta mañana. Se fue, y mandó chasque con tanta diligencia a una toldería que estaba de aquí 6 leguas, que a las 4 de la tarde ya tenía dos vacas en los toldos, y vino inmediatamente, y me dijo: Hermano, si la causa de apresurar usted su viaje, es la falta de víveres, ya ésta cesó; pues tenemos aquí dos vacas y vendrán más

El dueño no quiere por ellas género de los indios, porque de lo que nosotros gastamos tiene él con abundancia; pues no es pobre, y nuestras riquezas se reducen a cueros. Desea algunas de que acá carecemos, y tienen ustedes; si usted quiere comprarlas por algunas cosas de estas, será de cosa a que estaré agradecido; y sino, las pagaré yo, aunque sea quitándoles a mis mujeres e hijas las mismas alhajas que usted les dio, para comprarlas; a fin de que usted aguarde a que mi hijo se mejore, cuanto pueda llevarlo sobre un caballo22. Le dije que no quería que se destituyese de sus cosas: llamé al dueño de las vacas, y ajusté una por dos frascos de aguardiente, y otra por tres cuchillos viejos, un freno ídem, dos varas de tabaco podrido, dos trompos, y unas pocas de cuentas de vidrio. No me desagradó el estar más aquí dos o tres días, a fin de lograr si puedo el intento referido; y estos indios agradecidos y persuadidos   —104→   a que sólo por ellos es la detención, y yo deseo el que se junten algunos indios de los Aucaces y Peguenches: porque, aunque están contrarios tienen parientes casados unas naciones entre otras, y estos son los que dan los avisos, y puede ser que logre lo que tengo pensado.

Al anochecer le di el santo a Chulilaquin recogí toda la gente, y largué las embarcaciones afuera.

La anta se llama entre los Guilliches haleglique, y el pellejo ysanam.




Día 27

Amaneció con el viento al OSO fresco. A las 8 vino el indio que vendió las vacas, y duró el ajuste de ellas hasta mediodía, habiendo quedado ajustadas de ayer, porque pedía muchas más cosas de las en que fueron ajustadas, alegando él que eran grandes: el trabajo que le habían costado el haber salido de sus toldos con el frío que hace, sólo por traérnoslas. No obstante, no le di siquiera un ápice más de lo ajustado, diciéndole, que las llevase, que yo también me marchaba. A esto vino Chulilaquin y me dijo, que mandase un soldado a escoger las vacas: así se hizo, y despaché al que las había vendido.

Al hijo de Chulilaquin le dio hoy un vomitivo, nuestro sangrador, que lo asiste en su enfermedad desde su principio; y asimismo toma los caldos del puchero que le mandé hacer a mi criado, desde que cayó enfermo. Asimismo asiste a otros enfermos, contribuyendo yo con aquello que tengo para su alivio, pues en la caja de medicina no hay con que curar.

Esta tarde me ofreció el yerno de Chulilaquin, marido de la que llamamos Princesa, que mañana pasaría a ver unos parientes suyos, Aucaces, a fin de negociar chasque a Valdivia, y de camino que iba a traer piñones. Los chinos y chinas no cesan de conducir diariamente cargueros de manzanas: las comen crudas, asadas y en todos los guisados, y hacen chicha y orejones. Con todo, dicen que hay tantas sobre las sierras, que sin embargo de haber tantas indiadas, no es posible darles fin, y que el suelo queda de un año para otro empedrado de manzanas podridas; si bien asimismo dicen, que los Aucaces y Peguenches no gastan muchas, sólo en la chicha, porque tienen mucho que comer, que estos tienen de todos frutos y   —105→   legumbres, mucho ganado lanar, caballar y vacuno, y que por esto gastan poca manzana en la comida; pero en la bebida que gastan muchísima, y que por el tiempo de las manzanas están casi siempre borrachos.

Al anochecer le di el santo a Chulilaquin, y largué las embarcaciones afuera.




Día 28

Al salir el sol me fui al toldo del yerno de Chulilaquin, a fin de que abreviase el viaje, y a encargarle que me trajese dos docenas de piñas con piñones, porque además de que deseo verlas, estimaría que me las trajesen por conducirlas al Río Negro, donde se podían remitir al Excelentísimo Señor Virrey, y aun a la Corte, porque me parecen serían dignas de verse por su extraordinario tamaño, según me dicen: y según la proporción que tienen los piñones de España con las piñas, es preciso que estas sean mayores diez o doce veces que nuestras piñas de España, pues me parece que un piñón de estos excede a uno de aquellos en tamaño, en otras tantas, y aun más. Llegué a dicho toldo, y en él hallé una porción de indios, los cuales, oyendo lo que yo le encargaba al indio, yerno de Chulilaquin, por medio de la lenguaraza, que todo se reducía a que examinase los días de camino que había desde aquí a Valdivia, y viese si podía negociar chasque que me condujese una carta a aquella plaza; si desde el Cerro de la Imperial se veía la mar; que me trajese las piñas. A este tenor formaron dichos indios conversación en el asunto, y dijeron, que desde aquí a Valdivia había tres jornadas en cualquier mancarrón: que un chasque podía con todo descanso ir y venir en siete días, tres de ida, tres de vuelta, y uno para estar allá: que el camino era muy corto, pero que no era bueno, porque por muchos parajes de la Cordillera precisaba caminar despacio, que si esperaba alguna cosa de Valdivia sería preciso conducirla en cargueros porque carretas no podían venir: que al Cerro de la Imperial nadie podía subir, por estar en todos tiempos cubierto de nieve; pero que desde su falda se veía bien la mar, porque estaba cerquita. Que los cristianos de Valdivia tenían muchas embarcaciones, algunas como estas chalupas, y otras de extraordinario tamaño: que allí había muchos fuertes y muchos cañones, muchos mayores que los que traía yo en mi chalupa. Que algunos cristianos de aquella plaza venían todos los años a comerciar con los Aucaces y Peguenches, los cuales, traían géneros, que cambiaban a los indios por ponchos y ganados: y que cuando sucedió la muerte del cacique Guchumpilqui, estaba uno que había venido de Valdivia con algunos peones en los toldos del difunto, que distan de este sitio 5 ó 6 leguas   —106→   y que este le había comprado al expresado cacique todo el ganado que había traído de Buenos Aires; y asimismo había comprado a otros indios y caciques, y que para esto había traído bastantes géneros y algunas espuelas de plata: que ellos mismos le habían visto dos pares, y uno de ellos entró en la compra que le hizo del ganado a Guchumpilqui, y el otro a otro cacique, pero no saben si se habría marchado a su tierra este cristiano, porque ellos, sabiendo la revuelta que había con la muerte de este cacique, se habían huido: pero que era regular que ya se hubiese ido por tener todas las compras hechas, y que estaba para irse cuando ellos se vieron, y que también por la revuelta de los indios era regular que dicho cristiano abreviase su viaje. He sentido bastante el haber llegado a tan mal tiempo, cuando acaeció esta muerte, que, a no ser así, pudiera que nos llegásemos a ver, y a informarnos de dicho Valdivia; y aun poder con él pasar a dicha plaza, y lograr todo cuanto se podía apetecer.

El yerno de Chulilaquin me dijo que en esta luna se caían todos los piñones; que los indios los amontonaban por el suelo; que era mucha la abundancia de esta fruta: pero al mismo tiempo que se caían, los piñones se caía también la hoja o cáscara que los guardaba, quedándose sólo el palo de enmedio. Le volví a encargar supiese bien si había algún cristiano de Valdivia entre aquellos indios, y le diese noticia de nosotros, y de no haberlo, viese si hallaba el expresado chasque: a mediodía se fue.

Anocheció lloviendo le di el santo a Chulilaquin y largué las embarcaciones afuera.

El paraje a donde hace confluencia el Huechum-huechuen con el Catapuliche, está en 39º 40’ de latitud sur. Este pertenece al día 29.




Día 29

Amaneció nublado, con viento O fuerte y muy frío. A las 8 empezó a aclarar, y salí a observar la latitud del desagüe del río Huechum-huechuen: volví a las 4 de la tarde. Hoy condujeron las chinas de 50 a 60 cargueros de manzanas. Salieron a las 8 del día, y volvieron a las 2 de la tarde; otras que salieron ayer a mediodía, volvieron hoy a las 4 de la tarde, y estas dicen fueron al Huechum-huechuen, porque las manzanas de allí son mucho mejor que las de otras partes. Yo bien pudiera a poca costa cargar las chalupas de esta fruta, pero viene la manzana toda lastimada o golpeada, así porque la que recogen del suelo ya lo está del golpe que llevó en la caída, como porque en los cargueros se   —107→   machacan unas con las otras, y con las arreatas y trote de los caballos, de modo que se hallan muy pocas sanas, y que se puedan guardar. Yo embarqué más de 8.000, y registrándolas esta tarde las hallé casi todas podridas: de manera que pienso en registrarlas mañana, y de los pedazos que halle sanos hacer orejones. Son muchas las calidades de manzanas que hay, pero es cierto que en gusto no le exceden las de Galicia, mi patria. Hoy al anochecer me trajeron doce camuezas, que se pudieron escoger entre dos cargas de las menos lastimadas; que es cierto que da gusto el mirarlas, y a esta calidad de manzana le llaman en mi país repiñaldos reales. Yo, a lo menos, no he estado en paraje de todos cuantos tengo andados, a donde hubiese tan buena, tan diversa ni tan abundante manzana como aquí. El yerno de Chulilaquin, que lo esperaba hoy, no ha venido. Al anochecer le di el santo a su suegro, y largué las embarcaciones afuera.




Día 30

Amaneció con viento al SO duro. A mediodía me trajo Chulilaquin una bolsa de manzanas, para que se las llevase de su parte al Super-Intendente. A las 3 de la tarde llegó el yerno de Chulilaquin, el que vino luego que llegó a los toldos, a bordo, y me dijo que no había hallado quien quisiese ir a Valdivia, no sólo por los Aucaces de Guchumpilqui, sino por los del cacique Guchulap, con quien están muy contrarios por los robos que poco há se han hecho unos a otros. Me disgustó bastante esta novedad, por lo cual hice venir a bordo a Chulilaquin, y le dije: que a él y a mi convenía el que abreviase su viaje río abajo, y que si no lo hiciese así, que lo desampararía, y seguiría río arriba (yo nunca le manifesté a Chulilaquin, que la causa de mi detención aquí era por falta de agua, para poder navegar) y me dijo, que ya veía como estaba su hijo, que aunque algo mejorado no se podía poner en pie derecho, y así que me pedía solos dos días de término, y al tercero que levantaría sus toldos y caminaría. Esto lo hice por si saliendo de aquí Chulilaquin, vienen los Aucaces o Peguenches, que acaso tratando con ellos, se podrá acomodar alguna ventaja mayor que la que se logra con estos; pues estos no tienen que dar ni que quitarles en un caso urgentísimo, por su pobreza. Al anochecer largué las embarcaciones afuera, habiéndole dado el santo de Chulilaquin.




Día 1.º de mayo

Amaneció con viento fuertísimo, el que se mantuvo hasta las 4 de la tarde, que empezó a llover. Anocheció lloviendo fuerte; hoy casi todo el día estuvo a bordo Chulilaquin: a la noche le di el santo y se   —108→   fue a su toldo con motivo de haberse mantenido hoy a bordo, y un hermano suyo que está bien impuesto en el río de la Encarnación, les hice diversas preguntas del país por medio de la lenguaraza, y me dijeron que en aquel río había mucha cantidad de maderas, y en tanta abundancia, que en muchas partes no se podía romper a pie ni a caballo, por su espesura; y que eran muy altas y gruesas. Que la casa y capilla que habían hecho los cristianos en la orilla de aquel río, distaba jornada y media a caballo de su desagüe: que en aquel sitio había mucha cantidad de papas o batatas muy grandes: que siguiéndolo aguas arriba, un poco más, y cortando el campo, dejando el río a la izquierda, luego se veía la mar. Que había poco tiempo, que los cristianos habían andado en dicho río con una embarcación, la cual se les hizo pedazos entre las piedras, y que el paraje a donde está dicha capilla y casa se llama Tucamelel, y el río.

En este río se hallaron estos indios con los Tehuelches de San Julián, con los cuales dicen hicieron mucho comercio, porque venían muy ricos con las alhajas que les habían regalado los cristianos de aquel establecimiento.

A las 10 de la noche cesó la lluvia, y volvió a establecerse el viento por el O muy recio, de cuyo modo se mantuvo el resto de la noche.




Día 2

Amaneció nublado, y el viento al O duro. Hoy recogí algunas manzanas, e hice un barril de cidra de diez frascos; y hechas las cuentas de las que consumió la gente desde que estamos aquí, y las que entre unos y otros tienen y existen embarcadas, ascendían al número de treinta mil.

Desde esta mañana hasta la noche creció el río cerca de media vara, cuya creciente me es indispensable aprovechar para mi regreso, pues a no hacerlo así, me será casi imposible poder estorbar que las chalupas se hagan pedazos entre las piedras, de los muchos despeñaderos que se hallan en este río, por su violentísima corriente.

Hoy quedó Chulilaquin en que mañana seguiría su marcha.

Anocheció nublado, y el dicho viento, se llevó la misma formalidad de darte el santo a Chulilaquin, como en las noches antecedentes,   —109→   quedando él en observar como siempre las órdenes que le he dado: recogí toda la gente, y largué las embarcaciones afuera.

A las 10 de la noche estaba la creciente en su mayor incremento, que llegó a cerca de tres pies.




Día 3

Amaneció el viento al O fuerte, y esta noche bajo el río un palmo: continuó bajando todo el día. A las 8 de la mañana le dije a Chulilaquin como no había ya levantado su toldería, y me dijo que la causa era el estar una sobrina suya de parto, y que a lo menos le era forzoso esperarse dos días, para que pudiese montar a caballo. Averigüé el caso, y era cierto. A mediodía le dije que ya no le esperaba más, y que en el día de mañana seguía mi viaje. Me suplicó que no le desamparase, ya que le había hecho tanto favor: que me debía la vida; que no le dejase en manos de sus enemigos, y diciéndole yo: qué miedo podía tener cuando estaba tanta gente junta; me dijo que su vida la tenían comprada los parientes de Guchumpilqui, porque habían regaládole y pagádole fuertemente a todos los caciques inmediatos que habitan esta serranía, para que todos con sus indiadas viniesen incorporados para acabar con él y con sus indios, pero que sólo el respeto de nosotros había sido capaz de contener esta facción; pero que estaba cierto y seguro de que los Aucaces lo seguirían hasta su tierra, por lo cual pensaba en variar camino y retirarse hasta nuestro establecimiento del Río Negro. Me nombró los caciques de la facción, que ascienden a 27, los cuales viven en estas inmediaciones, y son los siguientes: Guchulap, Guchumpilqui, (hijo del muerto), Niquinilla, Pevnaquin, Cuijua1, Pangacal, Chaquelaelna, Chopá, Nangohuel, Cachuachen, Marnaiel, Nengaluldá, Tamoahenta, Naquinavajen, Gulchunchen, Mencon, Cholon, Milaon, Milaoente, Ignacio, Lejep, Mechecaoxque, Quelasquen, Maniloal, Cusjilap, Milelenco, Milahuente; y dice Chulilaquin que las indiadas de estos caciques es tan numerosa, que excede a las arenas que tiene el río en sus orillas23.

  —110→  

No obstante todo esto, le dije que no podía detenerme, pues me faltaba el bizcocho, y que los soldados no sabían comer sin él. Se desconsoló mucho, y yo preparé mis cosas para salir el día de mañana. Hoy mandé exprimir manzanas para completar un barril de carga de zumos y quedó lleno: pero bien se puede hacer aquí bastante cantidad de cidra, y que sea suficiente, y aunque sobre de la que se pueda consumir en todo el virreinato de Buenos Aires.




Día 4

Al amanecer se empezó la faena de acomodar todas las cosas de las chalupas para nuestro regreso. A las 8½ me despedí de Chulilaquin, que poco le faltó para llorar, y me puse en viaje para el establecimiento; pues ya no me dan lugar los víveres a poder subsistir más en este sitio: pero aún no había perdido de vista los toldos, cuando vi que los indios a toda prisa recogían su caballadas. A las 10 hallé unos 3 ó 4 toldos, y pasé sin parar. A la 1 de la tarde descubrió agua la chalupa San Francisco, en tanta cantidad que se iba a pique. Arrimé a tierra y junté toda la gente a su descarga, y se reconoció que una piedra le había abierto un agujero que cabía el puño por él. Este golpe lo recibió en la última varada, que, desde que salí hasta que arrimé a tierra, varamos tres veces; y en todas ellas fue preciso echar toda la gente al agua, y costó bastante trabajo el sacarlas.

Luego que se descargó, la hice varar, se le echó este rumbo, y se volvió a echar al agua. Al anochecer ya la tenía cargada y lista para navegar.

En cuanto se estuvo componiendo la chalupa, hice traer cerca, o más de 200 manzanos chicos, que puse con tierra en un cajón para llevar al establecimiento, y en este intermedio pasé la indiada de Chulilaquin, río abajo: tal es el miedo que tiene a los Aucaces, y la prisa que se dio en levantar los toldos; pero es cierto que si nosotros estuviéramos junto de sus toldos, él no pensaría en moverse de allí. Mandó un esclavo a decir que paraba un poco más abajo: él no llegó, por haber una barranca muy alta y una laguna de por medio. Anocheció claro y en calma.




Día 5

Luego que aclaró el día me puse en camino, navegando aguas abajo el río. Vararon tres veces esta mañana las chalupas; en sacarlas se tardó dos horas: no obstante llegué al río de la Encarnación, o a   —111→   la isla que tiene en su desagüe, a donde dejé las maderas cuando fui para arriba, a las 2 de la tarde, habiendo hecho en las dos mañanas de ayer y hoy, el camino que hice cuando fui para arriba en 21 días, tal es la violencia que trae la corriente de este río; y esto sin velas, con viento, aunque poco, por la proa, ni otros reinos que los necesarios para el gobierno.

A las 8 de la mañana hallé la toldería de Chulilaquin, pero, pasé sin arrimar a tierra ni hablar, más que la gritería de los indios y marineros, que se despedían con algazara.

Luego que llegué a la isla, y habiendo en ella hecho la gente mediodía, hice escoger y cortar un pedacito de madera de todas las calidades que allí había dejado para conducir al establecimiento del Río Negro, escribiendo en cada uno su diámetro.

Las cordilleras están tan cubiertas de la nieve que cayó en ellas en los días que estuvo en el Huechum-huechuen, que ya no se ven aquellos promontorios de piedras que se veían cuando fui para arriba, sino una superficie en cada cerro, blanca y lisa, habiendo tapado o llenado la nieve sus grandes y profundas concavidades.




Día 6

Salí de la isla al salir el sol. Toda la mañana ha estado nevando sobre las sierras inmediatas al río, sin caer ninguna en el valle. Toda la tarde cayó en el valle, aunque no en mucha cantidad, pero derretida. Navegué este día, nueve, de los que fui para arriba, y sin varar, solo si tocó un poco sobre una piedra la chalupa San Juan, por lo cual no fue preciso que este día se echase la gente al agua, único, en siete meses y nueve días que aquí salí del establecimiento del Río Negro, para este reconocimiento.

A la noche se le sacaron a la chalupa San Juan, 43 baldes de agua; y a no estar el río tan crecido, desde luego a esta hora estarían las chalupas hechas pedazos.

Después que se incorporaron con el río principal el de la Encarnación, y el que Falkner llama Desaguadero, hallé el río tres palmos más crecido que cuando fui para arriba. Todas las cañadas y zanjas que entonces estaban secas, traen porción de agua, de modo que no se ve otra cosa que hermosos arroyuelos que de todas estas sierras bajan al río precipitadamente: con lo poco que ha llovido, se abrieron infinitos manantiales,   —112→   que antes no se conocían por otra cosa que por algún verdor que se hallaba entre las ásperas y áridas serranías.

Anocheció lloviendo, a cuya hora me acampé a la parte del N del río. Duró la lluvia hasta las 10 de la noche, que cesó, y se llamó el viento al SE recio.




Día 7

Amaneció nublado, y con el viento al SE sumamente fuerte y contrario a mi navegación. Al salir el sol proseguí mi viaje, y a las once de la mañana salí de la serranía que forman los albardones de la Cordillera, en la que cayó nieve todo el día, no obstante estar el viento tan fuerte de proa, y el día frío e incómodo, y en una estación en que los días son muy cortos. Navegué ocho, de los que fui para arriba, de manera que sale a cada hora de navegación para arriba, una hora de navegación para abajo, y en ella se descuenta la navegación de un día para arriba.

Al anochecer me acampé en una isla, y a esta hora entré en las Barrancas Coloradas.




Día 8

Salí al amanecer con viento fresco y contrario: vararon cuatro veces las chalupas en el Salto del Mosquito, y después entre las islas vararon cinco veces. Fue preciso echar toda la gente al río, con frío excesivo. Navegué este día la distancia que navegué en 16 cuando fui para arriba, que desde luego asciende a 40 leguas por el río.

Ya cerrada la noche me acampé en una isla. A las once empezó a llover, y duró el agua hasta las 9 de la mañana siguiente.




Día 9

Amaneció lloviendo. A las 9 de la mañana cesó el agua, y seguí mi viaje. A las 11 llegué a la isla a donde había dejado enterrados los barriles, los que desenterré con lo demás que había dejado, y se acomodó todo a bordo de las chalupas; y para ello se descargaron y limpiaron. A las 4½ de la tarde tenía ya las embarcaciones cargadas y prontas: a dicha hora hice toldar, y me quedé en dicha isla por estar lloviznando.



  —113→  
Día 10

Amaneció cerrado de neblina y en calma. A las 7½ empezó a aclarar, y me largué de la isla al remo. A las 3 de la tarde llegué a la Estatua del Indio, habiendo pasado como ocho cuadras más arriba por la boca de un arroyo chico que viene del S, y entra en el río principal por dicha parte. Este viene muy de tierra adentro: la tierra de sus orillas es infeliz.

A las 3½ de la tarde hallé un toldo, como dos cuadras más arriba de la Cabeza del Carnero, y arrimé a tierra para saber qué gente era: pero fue buena esta diligencia, porque a penas nos divisaron los indios, dispararon, llevándose por delante como unas 100 cabezas de ganado caballar. Asimismo dispararon tres chinas a pie, abandonando el toldo y cuanto tenían en él: era fácil el alcanzarlas, pero no quise que las siguiesen. Fui a ver el toldo, de donde me retiré inmediatamente, sin permitir que nadie le tocase cosa alguna de cuanto en él había. Hice embarcar la gente, y seguí mi viaje.

Conocí que estos indios venían del oriente, por haber hallado en el toldo una fruta que produce el chañar, que los indios llaman daal, la que no se cría sino del Choelechel para adelante.

También me hace creer que por aquí cerca se crían manzanos, el haber hallado en dicho toldo una rama que me parece no pasa de uno a dos días que se sacó del árbol, porque todavía no estaban las hojas marchitas.

Otras señas me dieron a conocer que estos indios venían de la parte oriental, como el tener muchos cuentos de zorrillo, yeguas, sal, goma, etc., que no hay por la parte occidental.

Al anochecer me acampé a la parte del S, en el mismo sitio en donde me acampé el día 4 de febrero, cuando fui para arriba.




Día 11

Esta mañana proseguí navegando el río aguas abajo, sin haber habido otra novedad que la de haber varado tres veces las chalupas, pero por ser el fondo de arena gruesa, no se maltrataron. Al anochecer me acampé en una isla, y divisando la punta de la barranca del Diamante.

Con lo que ha llovido desde que fui para arriba, se advierte otro   —114→   verdor en estos campos, pero sólo las márgenes del río, y a donde las crecientes los bañan, pueden fructificar: esto es, en los llanos que hay desde el Diamante hasta la Encarnación del Indio, que son los más dilatados, pues de allí para arriba van muy cortos.




Día 12

Amaneció en calma y cerrado de neblina muy densa. A las 9½ empezó a aclarar, y a esta hora proseguí mi viaje al remo. A las 11½ llegué al Diamante, entré en él, y lo hallé más bajo que cuando fui para arriba. Arrimé a tierra, y reconocí que no me permitía navegarle, aunque tenía dispuesto, si lo hallase crecido, de seguirlo algunos días24. A las 2 de la tarde salí de él, y proseguí mi viaje hasta la noche, que me acampé a la parte del S, habiendo varado esta tarde las chalupas tres veces.

Por las orillas del Diamante me parece que no habitan los indios, porque no se hallan caminos, ni veredas en ellas.

Luego que salí de la serranía, advertí el tiempo más templado, cuya suavidad se experimenta, al paso que se alarga la distancia de ella.




Día 13

Salí esta mañana prosiguiendo el río aguas abajo, el que tiene ahora menos agua que cuando fui para arriba, cansado por la poca que en este tiempo trae el Diamante. Éste en aquel tiempo venía más crecido que ahora, antes de venir a unirse con el otro: entonces los dos incorporados tenían más agua que ahora. Ahora el principal trae más agua que traía en aquel entonces; pero el Diamante, o los dos incorporados juntan ahora menos caudal que en aquel tiempo: luego quien causa esta alteración en el conjunto de todos los ríos, y en la estación presente, es el Diamante.

  —115→  

Desde que se junta este río al principal, no corre el agua la mitad que antes de juntarse.

También a proporción que va alargando la distancia de las nacientes de los ríos y de las serranías de la Cordillera, va minorándose la velocidad de la corriente.

Hoy estuvo el viento al SSE bonancible, y no hubo más que una varada, que costó poco sacar las embarcaciones.

Al anochecer me acampé a la parte del S.




Día 14

Salí a las 9 de la mañana, por estar hasta esta hora cerrado de densa neblina. A la 1 de la tarde pase el sitio a donde se fue, y apartó Guchumpilqui. Al anochecer me acampé media legua distante más arriba, donde hallé los indios Aucaces el día 31 de diciembre del año pasado.

Esta tarde vino el viento por el NNE bonancible, de cuyo modo anocheció.




Día 15

Luego que aclaró el día, seguí viaje en calma hasta la tarde, que vino el viento por el S bonancible. A la noche me acampé, habiendo navegado este día 4½, de los que fui para arriba: anocheció claro y sereno.




Día 16

Salí de mañana, estando el viento al SSE y nublado. A las10 pasé el paraje a donde se desertó Benites. Al anochecer vararon las chalupas: se tardó una hora y cuarto en sacarlas. Arrimé a tierra a la banda del S, y me acampé una legua más arriba de la Fortaleza de Villarino.




Día 17

Salí de mañana y llegué a la Fortaleza de Villarino, en el Choelechel. En este sitio hallé la estacada, ranchos y trinchera, en la misma conformidad que lo deje cuando fui para arriba: en aquel tiempo me   —116→   parecieron estas tierras buenas para el cultivo, pero ahora me parecen mucho más superiores. En los sitios a donde todo había quedado trillado, hay pasto muy alto y vicioso. A las orillas de la estacada, a donde se movió la tierra para hacer la zanja, está el pasto de una vara de alto debajo de la enramada, a donde tenía yo el cuerpo de guardia que se había hecho él solo a pisón: estaba todo cubierto del expresado pasto, de cardos, cerrajas y de navos. Hallé habas, que he recogido ya en el suelo, que se habían caído de maduras; otras hallé verdes, otras en flor todo vicioso, producidas de algunas que, por descuido, se habrán caído en el tiempo que pasó aquí la expedición; y por considerar esta tierra tan fructífera, hice sembrar en ella semilla de manzana.

Es cierto que en todo este río no hay paraje más a propósito para recoger, cultivando las tierras, abundantes frutos, a mi parecer,

Paré aquí el resto del día, para componer velas, toldos y otras cosas, para cuya conclusión hace falta todo el día de mañana.

Esta tarde salí un corto rato por examinar si hallaba vestigios de haber estado indios en este sitio en el tiempo que aquí falto de él, y reconocí que no estuvo nadie, y hallé muchas gamas: pero me admiró la abundancia de perdices; porque con ser muy corto el rato, y estar el día muy malo con un viento fuertísimo al NNE, maté 15, sin apartarme más que dos o tres cuadras de los ranchos: asimismo tiene la isla en frente superiores tierras.




Día 18

Toda la noche estuvo el viento al NNE fuerte, y siguió todo el día. Salí de mañana a registrar las tierras vecinas y el potrero, del cual, saqué 46 perdices: y por haber tiempo que faltan los indios de estos parajes, concurrió a estos llanos y potreros muchísima caza mayor.

Hoy se acabó de componer las velas, toldos, remos y otras cosas, hice hacer cuatro docenas de velas, por habérseme acabado las que hice en este mismo sitio, cuando fui para arriba. Asimismo conocí aquí el árbol, de quien sacan los indios aquella goma o resina, semejante a nuestro incienso, citado por Falkner, del que dice que lo tienen los indios por sagrado: y así en esto como en otras muchas cosas, padece este inglés bastantes equivocaciones, las que puede que yo manifieste al fin de este diario. Y la causa de ellas me parece que es, el no haber el dicho Falkner andado estos parajes, y sí, haber adquirido noticias de ellos por los indios y por el cacique Cacapol, que habitaba en el Choelechel,   —117→   cuando se retiraba, de robar en las pampas de Buenos Aires. Conocí ahora en el Huechum-huechuen una hija suya, y creo que no hay más de su familia, según me dijo ella misma, por medio de la lenguaraza María López.




Día 19

Salí al amanecer, y no me fue posible adelantar mucho, porque, a cada paso varaban las chalupas, por estar el río sumamente bajo. A la noche me acampé a la banda del S.




Día 20

Al amanecer proseguí al remo. A las 4½ de la tarde pasé el paraje a donde hallé, cuando fui para arriba, los primeros toldos. Al anochecer me acampé en la que se dice Tercera Angostura.

Nota. El camino de Chulilaquin se separa del río en la Fortaleza de Villarino, y el del Cacique Viejo se separa a donde hallé los primeros toldos para su tierra, que es cerca del Puerto Deseado. En el intermedio hay un arroyo que corre al S, pero ignoro donde desagua: este nunca se seca ni se corta, saliendo del río por este camino, no se halla agua en un día y una noche, y los indios la llevan del río en pellejos para beber. Estos caminos me los enseñó ahora la lenguaraza, como también los del Choelechel para el Colorado; y el dicho Choelechel tiene varios caminos, en cuya inteligencia no estuvimos hasta ahora, ni tampoco Choelechel se entiende un solo paraje determinado, pues tiene muchas leguas y varios caminos de un río a otro.




Día 21

Al ser de día proseguí navegando al remo. A la una de la tarde vino el viento al NO, y pude dar la vela; y vine a acamparme a la banda del S, distante 6 leguas de la Angostura. Anocheció con el viento al NO fuerte.




Día 22

Al amanecer me hice a la vela y remo, con viento al NO fresco: duró todo el día, y este ha sido el de mayor navegación después que pasé el Diamante. A las 3 de la tarde pasé el paraje a donde puse el palo al Champan. A las 4½ el camino de San Antonio: a las 5, la Angostura, y me acampé al anochecer a la parte del S; al oriente, media   —118→   legua de la Angostura, sin haber varado ayer ni hoy pero desde ante ayer creció el río, a mi parecer, más de 5 pies.




Día 23

Amaneció lloviendo. A las 8½ cesó de llover, y me hice a la vela y al remo con viento NO flojo. A las 2½ de la tarde pasé la última Angostura, y vine a acampar dos leguas y media de ella, a la banda del N del río. Anocheció lloviendo y calma.




Día 24

Al amanecer me puse en marcha al remo por estar calma. Al mediodía llegué al Corte de la Madera: allí supe que José Domingo Gonzalorena había ido con una partida, río arriba. A la media hora de estar allí llegó dicho Gonzalorena, y me dijo había llegado a la Fortaleza de Villarino. De allí salí a las 2 de la tarde, y vine a acampar en la Isla de los Gallegos.




Día 25

A las 6 de la mañana proseguí mi viaje al remo, y a las 8½ anclé en el establecimiento del Río Negro, habiendo saludado a la plaza con 9 cañonazos. Desembarqué, y me presenté con la expedición de mi cargo al caballero Super-Intendente: con lo que concluí este diario, que aunque tiene bastante que enmendar, por no ser posible examinar con propiedad algunas cosas que están en él escritas, cuyos juicios salieron después inciertos, y otras anotaciones, lo dejo para cuando se hagan los planos que pertenecen a este reconocimiento, con cuya presencia se puede más bien demostrar y hacer patente todo, desde lo que más interesa hasta la parte más mínima25.

  —119→  

Acabados de hacer los expresados planos, no hubo tiempo para corregir este diario, así de los errores de los rumbos y distancias calculadas, (para que apareciesen las operaciones claras) como de algunos errados juicios y otras cosas que en él se escribieron y apuntaron, solo para memoria: las cuales no servirán acaso más que para que fastidie su lectura. Pero no son de momento alguno para el fin principal.

Río Negro, y agosto 16 de 1783.

BASILIO VILLARINO







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ArribaOficios


- I -

Del Intendente a Villarino, para que exponga todo lo que juzgue necesario para emprender segundo reconocimiento


Como el reconocimiento que acaba usted de hacer de este río, le presenta distinta inteligencia para comprender en la forma que podrá reconocerse lo mucho que falta por descubrir, me informará usted con toda claridad en que términos podrá lograrse tan importante asunto; exponiendo: ¿Qué número de embarcaciones y marineros se necesitan; qué víveres y efectos han de conducirse; en qué forma y con qué gente; qué puestos se deben tomar para sus acopios; con qué carretas, tropas, peones y caballada se han de convoyar; cuántos soldados, peones y caballos deben seguir la expedición por el río? De modo que no ha de omitir usted lo mas mínimo que conceptúe necesario para la expedición, por la experiencia adquirida, que con la mayor ingenuidad no me lo haga presente, por convenir así al servicio del Rey.

Dios guarde a usted muchos años. - Fuerte del Carmen, Río Negro, 12 de agosto de 1783.

FRANCISCO DE VIEDMA

Señor don Basilio Villarino.



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- II -

Respuesta de Villarino


Muy señor mío:

Recibí la orden que usted se sirve darme, para que le informe de todo cuanto se necesita para concluir el reconocimiento de este río, para cuyo cumplimiento se necesita superior talento al mío.

Desde este establecimiento hasta donde llegue con las embarcaciones, se puede ir en los mismos términos que fue la expedición pasada: y para mayor facilidad, llevando caballos para la sirga, y seis pies de cabo de primera, tres de ellas de tres pulgadas de grueso y las restantes de dos.

Desde dicho sitio para arriba no puedo saber lo que se necesitará; pues no sé los estorbos que puede haber un cuarto de legua más adelante, y por consiguiente, cuanto dijese y propusiese sobre este asunto sería pura conjetura.

Es cuanto puedo decir a usted sobre el asunto,

Dios guarde a usted muchos años. - Río Negro, y agosto 17 de 1783. B. L. de usted, su más atento y rendido servidor.

BASILIO VILLARINO

Señor don Francisco de Viedma.



  —123→  
- III -

Oficio del Intendente al Virrey


Excelentísimo señor:

Muy Señor mío. Llegó, a Dios gracias, la hora de poder conseguir de don Basilio Villarino el plano y diario del reconocimiento que ha hecho en este río, y de lograr yo el poder cumplir las superiores órdenes de V. E., pasándolo a sus manos, como lo ejecuto con la mayor veneración y respeto.

Igualmente acompaño la instrucción que di a este piloto para dicho reconocimiento, y todos los oficios, suyos y míos, concernientes a este importante asunto, con las notas que V. E. verá, para que con mayor facilidad pueda hacerse cargo aun de la misma circunstancia que ha precedido, y de los motivos de no haberse conseguido este reconocimiento, con otros adelantos y ventajas a las intenciones del Rey: y ruego a V. E. se sirva leer con cuidado el oficio que me escribe Villarino, con fecha de 16 de diciembre del año próximo anterior, desde el Choelechel, que es el último que va unido a la instrucción; cuyo estilo me parece no corresponde al decoro con que debe tratarme, aunque le asista la mayor justicia: pues esta se debe hacer presente a los superiores con aquel respeto y moderación que el Rey manda.

También notará V. E. que en su diario se excede en las expresiones con que le parece puede herirme particularmente, sobre la última galleta que se le mandó en el Choelechel, ponderándola de lo peor que podía darse.

Teniendo yo ya alguna experiencia del modo de pensar de este piloto, dispuse que, antes que se cargara dicha galleta, fuese reconocida por cuatro sujetos los más inteligentes que en aquel entonces había en este destino, para separar la que fuese de mala calidad: y a este fin nombré al patrón de la Piedad, Juan Bautista de Acosta; a su contramaestre, Estevan Suárez; al capitán de la zumaca Mercante, don Antonio Rodríguez, y a Juan de Baqueriza; los cuales conformes me informaron,   —124→   que por su construcción y calidad toda ella era para aguantarse bastante tiempo, y por no haberles tomado certificación por escrito de esta diligencia en aquel entonces, visto las expresiones de Villarino que van citadas, les mandé a los tres sujetos que sólo existían en el establecimiento, lo certificasen.

Aunque es constante que esta última galleta no fue como la primera, es la causa que aquella se tardó tres meses en hacerla: se cernieron las harinas, y pusieron de forma, que puede decirse, que era un bizcocho de dieta, exquisito para enfermos: y por no oír a Villarino, (aun teniendo más costos al Rey, que lo que debiera permitirse, pues hecha la tazmía de esta galleta, resultó de mermas un 25 por ciento) di orden se hiciese a su gusto, costara lo que costara. En la que recibió en el Choelechel no hubo tiempo a esta prolijidad, ni las pocas harinas que en aquella ocasión había en el establecimiento, daban arbitrio al más mínimo desperdicio; y puede V. E. creer con toda verdad, que me expuse a no tener pan con que mantener la gente. Esta escasez bien la sabía Villarino, y en lugar de contenerle, le impelía su imposibilidad a pedir mayor número de bizcocho; y por haberle conocido su intención, atropelló por todo para enviarle estos auxilios, y que no tuviese disculpa de volverse.

Aunque da por consumido todo el pan, no había de perecer su gente en dos meses con los que le quedaban, y más de 20 a 25.000 manzanas que desembarcó, para esperar por lo menos en el río Diamante las crecientes, las cuales han sido tan continuadas desde el día 10 de junio, que ha tomado este río tanta agua, y más que cuando emprendió su reconocimiento. Y ciertamente que, cuando reflexiono en estos asuntos, viendo la facilidad de Villarino con que se ofreció a esta comisión: la mofa que hizo a don Juan Pascual Calleja por lo mucho que pedía, y otras circunstancias de que puede informar a V. E. el ingeniero extraordinario, don José Pérez Brito, y el alférez de dragones, don Francisco Javier Piera, con lo que ha hecho, y pudiéramos haber adelantado, salgo fuera de mí, porque soy muy amante de la sinceridad y verdad, particularmente en materias tan graves como estas, que es hacer ridículo el servicio del Rey, y tener muy poco respeto a los superiores.

Por si V. E. encuentra que es conveniente repetir el reconocimiento a descubrir lo mucho que falta, pasé la orden a Villarino, para que me informase por escrito, y con la experiencia adquirida, de lo que juzgase necesario a esta importancia: y me responde con el oficio que remito original; en el cual se echa fuera en los términos que V. E. notará. Y es de admirar que, habiendo experimentado lo que es el rio,   —125→   este piloto con la descubierta que acaba de hacer, se conozca de poco talento para dar el informe que se le pide, habiéndolo tenido tan superior para contrarrestar a Callejas, Zizúr y Bruñel. Pero, como sólo con el diario es bastante a la elevada comprensión de V. E., para determinar los auxilios y disposiciones que deben tomarse, particularmente habiendo en Buenos Aires y Montevideo hombres de inteligencia, juicio y madurez, que con vista de dicho diario y plano podrán exponer su dictamen con otra solidez; y más si media el del capitán de navío, don José Varela, de quien tengo noticias que su talento, instrucción y juicio, es gloria de nuestra nación, no es necesario el de Villarino.

Como no me considero capaz de exponer el mío, por no ser facultativo, cumplo con mi obligación y amor al real servicio, ofreciéndome a ir con la expedición que se destine, que, como tenga los auxilios correspondientes, y esté sostenido para que no se me falte en un punto a la obediencia, puede V. E. creer que la imposibilidad, o la muerte rendirá mi constancia. En este supuesto, si ve V. E. que interesa el que yo vaya mandando la expedición, más que el que permanezca en este establecimiento, espero se sirva enviar sujeto a quien le pueda entregar el puesto, y que ejerza en él todo mis funciones, ínterin mi ausencia, que no la juzgo menos que de dos años, si se ha de desempeñar la comisión perfectamente y sus sabias instrucciones, para que sean cumplidas con toda puntualidad.

Dios guarde la importante vida de V. E. muchos años. - Fuerte de Nuestra Señora del Carmen, en el Río Negro, 19 de agosto de 1783.

Excelentísimo Señor.

B. L. M. de V. E., su más rendido servidor.

FRANCISCO DE VIEDMA

Excelentísimo señor don Juan José de Vertiz



  —126→  
- IV -

Respuesta del capitán de navío D. José Varela, al Virrey, sobre el reconocimiento diario de Villarino


Señor marqués de Sobremonte:

Amigo y Señor. He leído con mucho cuidado el diario de Villarino, que usted me remitió el 19 por la tarde, y para cumplir lo que usted me encarga de parte de S. E., debo decirle lo siguiente.

Resulta del referido diario que la navegación del Río Negro es muy difícil aun para las embarcaciones que calen dos o tres pies de agua, como las que llevaba Villarino. Usted habrá observado como yo, que unas veces era preciso descargarlas para que flotasen, otras abrir canales por donde pudiesen pasar, y casi siempre emplear la fuerza de la marinería o de los caballos para vencer con la sirga la rapidez de las corrientes. Debe agregarse a esto, que desde el paraje que Villarino llama Cabeza del Carnero, hasta la laguna en que podemos considerar el origen o vertientes del río, hay diferentes saltos, o cataratas, que no pueden franquearse sino con un sumo trabajo; y que en sus orillas áridas y secas en muchas partes no se encuentra auxilio ni socorro para las urgencias de la navegación.

Combinando estas noticias con las que tenemos de la entrada del río y de su poco fondo, podemos asegurar que nunca intentarán los enemigos de la Corona de España invadir por esta parte los establecimientos que tenemos en la costa del Sur: pues, además de las dificultades y tropiezos de la navegación, que parecen insuperables para tropas conducidas de Europa, les quedaría aún que vencer el paso de la Cordillera para penetrar hasta Valdivia. Y cuando esto se intentase, ¿de dónde se habían de sacar víveres? ¿Y en dónde se habían de encontrar caballos o mulas para la conducción de los equipajes y pertrechos que necesita un cuerpo de tropas?

  —127→  

Sabemos ya que la dirección del Río Negro, desde el establecimiento hasta su origen, es con corta diferencia al ONO, de lo cual resulta, que la menor distancia que hay de este río a Mendoza es de 120 leguas. Con esto queda desvanecido el temor que tuvo nuestra corte, (fundado sin duda en las noticias de Falkner) de que por el Río Negro se podría navegar hasta las cercanías de aquella plaza.

Es cierto que Villarino habla en su diario de otro río que desagua en el primero por la parte del Norte, al cual llama Diamante: pero tampoco este puede dirigirse a Mendoza, por la razón siguiente: Bien al norte del Río Negro corre atravesando la Pampa el río Colorado, cuya extensión y profundidad me hacen creer que sus vertientes han de estar a la falda de la Cordillera, y en este caso es muy probable que la dirección del Colorado sea en una línea casi paralela a la del río Negro, y que el Diamante corra por el espacio que media entre los dos, hasta su confluencia con aquel. Esta idea, Señor Marqués, es muy arreglada a los principios de la geografía, y por tanto me atrevo a asegurar que el Diamante no puede dirigirse a Mendoza, porque, o ha de ser un brazo del Colorado, o ha de nacer en la Cordillera como los dos ríos principales.

Es falsa la nota que pone Villarino a su plano, de que Mendoza no está lejos del confluente del Diamante con el Río Negro: porque según la latitud indicada por el mismo plano, y la que tiene Mendoza, hay a lo menos 100 leguas contadas por el meridiano, y algunas más a San Luis, que está a la parte del norte de Mendoza. Villarino merece que se le perdone este descuido, porque no tenía delante la carta de Mendoza.

Si el río Tunuyan, que corre por Mendoza, desagua en otro río, debe ser en el Colorado y no en el Diamante, como supone Villarino.

A vista de esto, y de lo que expuse en papel separado acerca de las pocas ventajas que ofrece el Río Negro para el comercio, agricultura, pesca, etc., y a que no hay, ni puede haber un fundado y prudente motivo para temer por aquella parte una invasión de los enemigos de la Corona de España, soy de parecer que el establecimiento del Río Negro es inútil, y que para asegurar la posesión de aquel terreno, basta conservar el Fuerte del Carmen, con una mediana guarnición.

Me alegrara tener más luces y conocimientos sobre estos asuntos, para satisfacer los deseos de S. E., a quien debe usted pedir, que, desentendiéndose de las notas del Super-Intendente, proteja a Villarino que   —128→   ha trabajado mucho y bien: pues el mérito contraído por este piloto es real y efectivo, y en lo demás puede caber alguna duda.

Soy de usted, como siempre, afecto amigo y servidor.

VARELA

En 22 de octubre de 1783.




- V -

Otra sobre el mismo asunto, del Brigadier D. José Custodio de Sá é Faria a S. E.


Señor marqués de Sobremonte:

Muy Señor mío. Yo no puedo con certeza asegurar si el río del Diamante se comunica con la jurisdicción de Mendoza, pues no tengo más inteligencia de aquellos terrenos que la configurada en los mapas impresos, que ponen los orígenes del Diamante a la parte del occidente, vertiendo sus aguas para el oriente, hasta cierta distancia, y después sigue su curso como al SSE, con el cual entra en otra río mayor que trae su dirección de N para S, y viene de las lagunas de Guanacache, llamado en el mapa Miaulu-leubú, o río Sanquel, y por los mendocinos río del Desaguadero: ni me parece natural que dicho Diamante pueda tener sus orígenes en Mendoza, porque entre este río y el llamado de Mendoza, o Tunuya, que corre por el S de aquella ciudad, y desagua en sobre dicha laguna de Guanacache, por el rumbo de NNE. Aun se hallan muchas vertientes que vienen de la Cordillera, que forman el río del Tunuyan; las cuales ocupan los valles Corocorto, de Huco y de Jeruha, cuyo río, forma horqueta, a cosa de 28 leguas más al N de la   —129→   confluencia del Diamante, y para que las vertientes de este se dirigiesen desde Mendoza, sería preciso cortasen las del Tunuyan, o hacer un gran rodeo para el O, por adentro de la Cordillera.

El río Sanquel, o Desaguadero arriba dicho, corre de N para S, entre San Luis de la Punta y Mendoza, a iguales distancias de ambas ciudades, como cosa de 20 leguas de cada una; y este río, a mi entender, debe desaguar en el Río Negro, según la dirección de ambos; y así los coloca el mapa impreso. Y en este supuesto, (a ser ríos que admitiesen navegación) no sería dificultoso el tránsito por ellos hasta Mendoza; porque llegando a la confluencia del Sanquel, o Desaguadero, con el Río Negro, se seguiría por aquel hasta la laguna de Guanacache, y de esta se subiría el río de Mendoza hasta cerca de aquella ciudad. Pero me consta por noticia de prácticos no ser estos ríos navegables, sino en tiempos de aguas; y que en los que no lo son, hasta las lagunas se secan.

Según las conjeturas que formo, deducidas de algunas noticias, me parece que el Río Colorado sale del río Sanquel: no de la laguna inmediata al camino que va de Mendoza a San Luis de la Punta, como lo trae el mapa impreso, mas sí que tendrá su principio más al S de la confluencia del Diamante; por haberme asegurado persona de Mendoza, que estuvo en la horqueta del Diamante, que marchando de allí para el E hasta la Punta del Sauce, o Río Quinto, no encontrara ni pasara río alguno. Luego se debe inferir que el curso del Río Colorado se dirige al S del paralelo de la horqueta que forma el Diamante con el río Sanquel.

A no ser de esta manera, no veo otro arbitrio que el de suponer que el río Sanquel sea el mismo Colorado; y que el primero no viene a introducirse en el Río Negro: en cuyo caso se puede admitir el pensamiento de que el Río Colorado trae su origen de Mendoza. La misma persona que me informó haber estado en la horqueta del Diamante, me expresó que su baqueano, o práctico, le había dicho en aquel paraje, que el río Sanquel, o Desaguadero, descarga sus aguas en una grande laguna, y que esta desagua en un caudaloso río, lo que se conforma con el mapa impreso.

Que don Basilio Villarino llegase a punto muy distante de Mendoza, no puede haber duda, por el grande intervalo que media en los dos paralelos de aquella ciudad y dicho punto: ni tampoco me capacito que el río a que llama del Diamante, lo sea; pues éste queda casi en medio de dichos paralelos, o latitudes; y si él hubiese llegado a su confluencia, no dudaría yo que él pudiese navegar hasta cerca de Mendoza por el   —130→   brazo en que él desagua, que viene del N, (y es conocido) caso de ser navegable.

Es cierto que el Río Negro no ofrece ventajas, ni para el comercio ni para la agricultura: para esta, por la mala calidad del terreno; y para aquel, por las dificultades del su navegación. Pero, aunque la entrada y navegación de este río embarace el poder ser invadido aquel terreno por enemigos, si hubiese empeño de hacer una invasión, la podrían intentar, dando fondo los navíos dentro de la Bahía sin Fondo, y haciendo el desembarco en el puerto de San Antonio, que no queda a mucha distancia del Río Negro.

El transitar con tropas desde el Río Negro hasta Valdivia, o Mendoza, sería aun más que obra de romanos; y aun concediendo que dicho río fuera navegable, lo hallo impracticable, teniendo su curso por unas campañas incógnitas y despobladas. ¿Qué embarcaciones serían precisas para conducir tropas, pertrechos, equipajes y víveres ¿Y de a dónde sacarían maderas de que hacerlas? Para marchar por tierra no son menores las dificultades, sin caballos, ni carretas, ni paraje a donde poder hallar víveres, si no a muy largas distancias. ¿Y qué obstáculos habría que superar para atravesar la Cordillera, y después de ella hasta Valdivia, u otro establecimiento? Sin disputa sería más fácil buscarlos por el mar del S, que por la parte del Río Negro.

Dios guarde a Vuestra Señoría muchos años. - Buenos Aires, 25 de octubre de 1783.

B. L. M. de Vuestra Señoría su fiel y reverente servidor

JOSÉ CUSTODIO DE SAA E FARIA.



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Oficio del Virrey al Intendente


Con la carta de usted, de 19 de agosto, he recibido el plano y diario del reconocimiento de ese río, practicado por don Basilio Villarino, quien se restituirá aquí en primera ocasión.

Dios guarde, etc. - Buenos Aires, 20 de noviembre de 1783.

MARQUÉS DE SOBREMONTE

Al comisario super-intendente, don Francisco Viedma