Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

[109]

ArribaAbajo

Número VII

                                  
   Sumite materiam vestris, qui scribitis, quam
viribus, & versate diu quid ferre recusent,
quid valeant humeri...
              Hor. Art. Poet. v. 38
El que a ser escritor con ansia aspire,
a sus fuerzas igual asunto emprenda:
pruebe la carga bien, su peso mire,
hasta ver si sus hombros sin contienda
sufrirla pueden.

     Yo no sé ciertamente cómo entender a nuestros Críticos. Por una parte no parecen sino unos hombres penetrados del más sincero amor a la humanidad y a todo cuanto por cualquier camino puede contribuir a nuestra gloria. Ellos corrigen, censuran, reforman hasta el más leve descuido en los Autores, y sólo al fin, según dicen, de que por este medio logre el público una instrucción sólida, exacta y cual corresponde al grande objeto, que debe prefijarse todo aquel que le consagra sus tareas. No hay quien les haga creer que los elogios del mérito son el mayor y más vivo incitamento de las virtudes y de la aplicación: por más que se les predique no confesarán jamás, que sea harto [110] más glorioso erigir ilustres monumentos a la memoria de los grandes hombres, que pasar el tiempo en la triste y obscura ocupación de reprender lo que otros hacen. Ellos se creen de la misma naturaleza que las leyes, las cuales con ser el cimiento en que estriba la Sociedad, no son de ordinario el panegírico de la virtud, sino el azote del vicio. Ellos piensan, y puede ser que piensen bien, que si a costa de elogios se hubieran de formar los grandes hombres, a estas horas estaría no más que en embrión el primer héroe, por falta de elogios sobre que formarle. Y en fin han dado en la manía de creer que la carabina del Guarda y la denuncia son los mejores medios que ha adoptado nuestro sabio Gobierno para impedir el contrabando.

     Pero sea de esto lo que fuere, quién creerá que por otra parte me parecen estos hombres los más inútiles y perjudiciales del mundo? Pues ello es así por vida mía, y sino vamos a la prueba. Recórranse como se quiera las historias hasta llegar al primer hombre; no se hallará una Nación, una Provincia, una Ciudad, una Aldea, cuyos moradores no hayan reconocido entre sí su recíproca dependencia nacida ciertamente de que, como no son todos para todo, es indispensable que se auxilien los unos a los otros por la variedad de empleos y distinción de ministerios. Una República que obligase a todos sus individuos a ejercer una misma arte u oficio no necesitaba de otra peste, ni de otro ejército enemigo para quedar asolada en breve tiempo. Aún más: no hay [111] arte que pueda subsistir en un mismo grado de perfección en todos los que la practican; y es un desvarío pretender que sepa tanto el aprendiz como el maestro. Pues he aquí que una verdad tan de bulto como ésta, y que pudiera pasar por ley de la misma naturaleza es la que quieren echar por tierra nuestros Críticos ilustrados. En no pensando, en no hablando, y en no escribiendo como ellos, ya no hay indulgencia para nadie: todos han de ser Críticos consumados, so pena de incurrir en la indignación de su tribunal Censorio; y no hay que esperar que se hagan cargo de las circunstancias de un Autor y de los fines porque escribe, para disimularle el más ligero descuido. Una coma mal colocada, una palabra menos decente, una expresión que huela a Maravillas, todo es para ellos un crimen irremisible. Quieren sujetar a los demás a los mismos preceptos que ellos tienen adoptados, y no permitirán que alguno hable en otro tono que aquel a que están hechas sus delicadas orejas. No son como aquellos genios de primer orden que acostumbran abatir su vuelo cuando se acomodan a instruir, y hablar a los que saben menos; por el contrario, en no siendo un escrito exacto, brillante, magnífico y adornado de las más exquisitas flores retóricas, y lo que es más, en no conformándose en todo a la idea que ellos quieren figurarse del Autor o la materia, le desprecian y le insultan con la mayor acrimonía. Y qué es esto sino trastornar el orden de las cosas establecido por la misma naturaleza? No sería la cosa más extravagante [112] y ridícula el despreciar a un excelente Matemático, porque no incluyese en sus obras los principios del Derecho, o criticar a un Autor Médico porque no demostrase los problemas de la trigonometría, del cálculo y de las ecuaciones del cuarto grado? Pues esto ni más ni menos es lo que hacen en el día nuestros Críticos con muchas obras que en mi concepto son sin duda el último esfuerzo de la presente ilustración.

     Y a la verdad quién pudiera persuadirse a que una obra la más exacta en su línea, la más demostrativa, y tanto, que esto mismo es lo que más se la censura, una obra que en mi juicio no tiene igual en nuestra literatura Española, había de ser el blanco de la Crítica más severa? Quién había de sospechar que el célebre Juzgado Casero hallase en nuestros días quien se atreviese a impugnarle, a pesar de las notorias ventajas que debe producir a la población, y de consiguiente al Estado? Pues ello es así; y todos saben que sin embargo de haber yo interpuesto varias veces mi autoridad Apologética en su defensa y elogio, para contener a estos Censores imprudentes, se han publicado muchas sátiras e invectivas para denigrarle y hacerle pasar por inútil y ridículo. Todos saben la vehemencia con que han declamado contra él D. Urbano Severo, Pedro Duro, el Ratón del Parnaso y otros de que no quiero acordarme por no hacer más lastimoso el infeliz estado de nuestro siglo. Mas ya que Vm. Señor Urbano ha sido el principal que ha levantado el estandarte contra el Juzgado Casero, [113] y que ya por tres veces le ha sacado a plaza pública, tenga Vm. a bien que le haga ver los groseros errores y las rotundas inconsecuencias en que le ha hecho incurrir su poco meditada censura; y espero que convencido Vm., y enterado el público de la verdad, cesarán en adelante los injustos clamores de cuantos han tenido hasta ahora la osadía de impugnarle. Vamos por partes.

     Qué es pues lo primero, que Vm. halla digno de censura en el Juzgado? Es acaso el haber tomado este nombre y no habernos dicho hasta ahora quién es el juez distinto del Promotor, del Regidor, del Sacristán, del Médico, y de la viuda del Notario, personas todas ellas sin autoridad para ser Jueces? Es sino por no hacerse memoria en este juicio de otros testigos más abonados que de las cuatro cantarillas de Madrid como cuatro bocas de Infierno que no tienen tacha legal, ni contra resto? Pues a fe que la prueba de estos testigos de vista sería más que suficiente para poner al Factor a cuestión de tormento. Pero éste no es inconveniente; porque aunque todo juez deba tener autoridad pública, cualquiera puede en su casa hacer el papel que se le antoje, y por eso se llama Juzgado, no público, sino Casero; a no ser que por este mismo dictado quiera Vm. mirarle con el género de desprecio que muchos Médicos y Boticarios han mirado a los remedios caseros por la ventaja de ser más simples que todos. Mas llamese como se quiera, me dirá Vm., lo cierto es que yo le contemplo perjudicial y nada digno de nuestro siglo. Terrible fallo por cierto; pero [114] vamos a la prueba. Quiere Vm. persuadirnos desde luego que el estilo del Juzgado no es de los floridos, ni de los sublimes, ni de los humildes, sino diverso de todos estos. Y cuál es? No hay por ventura otro estilo en que pueda escribir un hombre? Veale Vm. en el mismo Juzgado. Nuestros desengaños, dice, van producidos por un estilo tan pedantesco y chabacano. Ahí tiene Vm. un estilo que no sabe: y cuando Vm. sea hombre para hallarme en alguna de sus censuras una expresión, una frase, un periodo que desdiga de este estilo pedantesco y chabacano, le prometo una carga de vino como la que tiene situada el Factor en cada un año por la remesa de noticias. Búsqueme Vm. una palabra que no sea propia de un escritor remendón, como se llama Juan Claro, y entonces diré que es bien fundada su crítica. Peso censurar los patanes Discursos de los Manchegos, soló porque son patanes, es lo mismo que reprehender al zapatero de viejo porque no hace zapatos de seda, cuando no es ésta su profesión ni su ciencia.

     Ha Señor, me dirá Vm., que el tal Autor o Factor es tan ignorante que ni siquiera sabe escribir en Castellano y mucho menos en Latín: es un hombre tan estúpido que en una Corte ilustrada se nos viene con unos términos tan bárbaros como Cornicopias, Baíle y Vaíle, encoloriza, adecán, espótico, y otros más disparatados que da vergüenza el leerlos. Válgame Dios, qué paciencia es menester para tanta impertinencia de estos Críticos! No puedo menos de irritarme al oír semejantes despropósitos y locuras. No sabe el Señor Severo que el escribir [115] bien pertenece a la Ortografía? Y no sabe que las reglas de esta ciencia están al fin del Arte de Nebrija, como lo sabe cualquier niño? Y no sabe, que el Señor Juan Claro aunque empezó el Musa Musæ, se quedó en el puente de los Asnos sin poder pasar de allí; y que sólo sabe leer aunque mal? Pues con qué conciencia se le pide a un hombre atascado en el puente de los Asnos, que sea siquiera él mismo Asno Erudito? Fuera que sí, si Vm. Señor Severo ha estudiado y sabe escribir según su Ortografía, no por eso debe Vm. no sabe una palabra, ni la habrá saludado en su vida.

     Entra Vm. luego sin más ni más a condenar la descripción exacta de las ocurrencias de los baños, y se escandaliza de que en una Sociedad Cristiana se pinten tan al vivo estos pasajes inmundos. Yo no los repito por no molestar a Vm. ya que tanto le disgustan: pero dígame Vm. Señor Crítico extrañaría Vm. este dibujo en Ovidio, en Propercio, ni en Tibulo? Me dirá Vm. que a estos hombres pudiera alguno disculparlos porque al fin no eran Cristianos. Bellamente. Pero si Vm. hubiera reflexionado el carácter de que se reviste (de que se desnuda, quise decir) el Compadre Curro para empezar esta censura, no hubiera incurrido en la flaqueza de impugnarle. Vea Vm. cómo se explica: Yo, Señores, por el cargo que sirvo, prescindiendo de las obligaciones de Cristiano, vengo resuelto a decir con claridad cuanto en ello se halle que corregir, para [116] que el público logre una lícita honesta instrucción de los malos efectos, que pueden producir estas dos perjudiciales Sinagogas. He aquí de un golpe derribado y desecho todo ese argumento escrupuloso. Vea Vm. aquí cómo en prescindiendo de las obligaciones de Cristiano es muy fácil el darnos una lícita honesta instrucción de cuanto a Vm. se le antoje. Sepa Vm., Señor mío, que si Vm. se echa a la espalda las dichas obligaciones, podrá sin el menor escrúpulo hablar en Madrid con tanta honestidad y decencia como la misma Lais y Mesalina, si tiene una persona de religioso carácter que haga Vm. salir por fiador de su escrito.

     Ni son a la verdad menos ridículos, e infundados los melindres que Vm. hace porque reprende los bailes caseros, pintándonos los modos con que se ejecutan, sus pactos, fines, sitios y circunstancias; pero como Vm. no entiende de esto es excusado el repetirlo. Apostaré yo dos cuartos para vino, y he de beber yo primero, a que no sabe Vm. cuál es el baile que se llama la Demanda en nuestro Juzgado Casero, y que se las apuesta a todos los bailes. Amigo mío, ya es mafia vieja en el mundo el meterse los hombres a censurar todo aquello que no es de su gusto, o que no lo entienden. Si Vm. estuviera instruido y práctico en estas cosas, otro sería su dictamen; pero eso de reprobarlas porque las ignora, y no querer siquiera que otros las sepan, ni las enseñen, es en una palabra trastornar el mundo, sólo por antojo. Lástima sería ciertamente [117] que porque a Vm. no le gustasen pepinos, hubiesen de carecer de ellos los demás, y perder las utilidades que proporciona a muchas gentes esta fruta. Deje Vm., Señor mío, a cada uno que viva de su oficio, y que escriba de lo que sabe. Atienda Vm. a las circunstancias de los Autores, y será más prudente y moderado en sus censuras. Para esto nos ponen en sus obras muchas veces sus empleos, dictados, y años que han ejercido la facultad de que escriben, y por aquí juzgamos en cierto modo de su mérito. Reflexione Vm. un poquito sobre el texto de mi Sermón Bioneo, y dará a cada uno lo que es suyo. Vea Vm. como escribe el Compadre Curro al Señor Juan Claro, agradecíendole en nombre de la Junta la remesa de tan exquisitas noticias: No esperábamos menos, dice, de la experimentada curiosidad de Vm. en tantos años de Corsario por Madrid, sin haber perdonado calle, callejuela, fiesta, baile, ni concurso público donde no se hallase el primero, a que no pocos meses acompañé a Vm. siendo por lo mismo más conocidos que la sarna entre toda la gente que ilustra los barrios del cascabel gordo. Vea Vm. también cómo el Bachiller confiesa, que él y otros de la Academia han corrido la tuna por Madrid, París y Londres. Y ahora bien, Señor Urbano, podrá Vm. descalabrarme con un libro de mística hecho por algún Corsario, o por algún Tunante de Londres? Fuera de que yo no encuentro en estas descripciones el menor inconveniente con tal que en contrarresto se descifren también [118] los merecidos castigos que suelen acompañar al vicio. La misma curiosidad con que ha observado los bailes, y el haber visto, y oído varias veces las conversaciones inhonestas del círculo oblicuo (figurita que no habrá Vm. aprendido en el Colegio de Segovia) o ramillete de Berenjenas del Prado, le ha hecho observar también que el pernicioso paradero de estos incrédulos delincuentes es perder su empleo y la libertad, con destino a donde coman pan de munición, y le ganen con sudor y fatiga, como diariamente sucede a otros sus contemporáneos, que es lo mismo que estar enfermo en Madrid y tener en África el remedio.

     Pero lo más gracioso es, que sin embargo de que al primer folio nos dice el Juzgado Casero que va buscando el fallo a tanto taur, como arrastra de malilla, se descabeza Vm. y se da contra las paredes para atinar con el objeto que se propone. Vm. y él confiesan que no es el de evitar el vicio y relajación de costumbres, porque ya sabemos aquello de que

                 Dum vitant stulti vitia, in contraria currunt.

y no quisiera Vm. otra cosa, para poderle decir en sus barbas al juzgado, que

                 In vitium ducit, culpæ fuga, si caret arte.

     Por otra parte tampoco quiere Vm. creer que sea su objeto enseñar el vicio a la juventud sincera. Y que, porque no sea uno ni otro, no puede tener más objetos? Dígame Vm., Señor Crítico, cuál es el objeto de tantos carteles como vemos por esas esquinas, y que nos anuncian que en tal y tal casa se hace pública almoneda de estos, o de aquellos géneros, de [119] tantos y tales muebles? Pues si Vm. no lo sabe, tampoco yo se lo digo.

     Ni me ha causado menor risa el empeño con que Vm. quiere persuadir el modo de reprehender el vicio, valiéndose de S. Pablo, Orígenes, Tertuliano &c. contra el Juzgado Casero, como si esto pudiera hacerle alguna fuerza. Qué bobada! Amigo mío, dígales Vm. a muchos, que en los Templos, en los Teatros, y en mil casas de Madrid pueden oír cada día sonoros y delicados conciertos; que no por eso dejarán de estarse con la boca abierta escuchando a un ciego despilfarrado que cante en una esquina al son de un violín que rechina, o de una guitarra mugrienta, y tan destemplada como su voz. Ahora se va Vm. con consejos de Santos a un hombre que se destetó con satirillas? A un hombre tan escrupuloso, que reprueba una Comedia; porque tiene en su argumento cuantas maldades puede inventar el facineroso más abandonado al Santo temor de Dios? Pues qué diría si el facineroso estuviera abandonado a los vicios? Quiere Vm. que entienda de estas cosas un juzgado, cuyos miembros no son Críticos, Eruditos, Teólogos, ni Licenciados? No piden todos ellos que se les deje con su gramática parda? No dicen que puestos en el burro la mismo les da ocho que ochenta? Pues quién le ha dado a Vm. las facultades de hacerlos caer de su burro? Y no querrá Vm. que se le diga que pide peras al olmo? Sería cosa graciosa que Vm. mandase a su sastre que le hiciese unos zapatos, y al Peluquero que le cortase un vestido; o que fuese a comprar relojes a las librerías [120] de Copin o de Castillo, y libros a las tiendas de Pérez o Geniani: pues a fe mía que no es menos locura buscar erudición, ornato, decencia, estilo y algo de bueno en el Juzgado Casero.

     Pero lo que no tiene duda es, que aunque Vm. no crea la utilidad que han causado sus escritos entre mujeres y maridos, madres e hijas, por lo menos han producido un desengaño. Ya sabe Vm. la reseñas que da el juzgado para conocer a las mujercillas, y que no las distingue de las Grandes: pasaba pues el otro día por la Puerta Sol una Señora de honor, pero grandemente vestida; un cierto Chispero movido de la pintura del Juzgado, creyó que era otra cosa, y la dijo ciertas palabritas al paso, que sin duda no la gustaron mucho, porque la hembra sin responderle nada le disparó tan resonante sopapo, que creyeron los Oficiales del Correo, haber oído el latigazo de alguna Posta extraordinaria que llegaba, y se dispusieron todos para recibirla. Y ahora me ocurre otra cosita, que se la debemos al Señor Juan Claro, y se me iba ya olvidando: a pesar de los decantados adelantamientos que vamos haciendo en las Artes, nos faltaba todavía uno tan interesante, qua es el Arte de escribir sin arte; descubrimiento que hará tan inmortal al Juzgado Casero, cuanto es útil a la propagación de las Ciencias, y más fácil que las machaquerías de Palomares y Anduaga.

     Tampoco es de olvidar, Señor Severo, el grande elogio que Vm. hace en su Manifiesto [121] de la exacta policía de la Corte, y del sin número de centinelas que aseguran la libertad del Ciudadano: pero diga Vm. lo que quisiere, yo siempre he de creer, que no hay buena policía en un pueblo, mientras en él se permitan tantos matuteros vagos de profesión, y varias cuadrillas de pisaverdes, por no decir vagos y mal entretenidos, como nos lo dice el Juzgado Casero; y en verdad que si se le confiriese a Juan Claro la Superintendencia de este ramo de policía, no habría uno que se escapase de sus garras, pues los conoce a la legua. Pero aquí de Dios, exclama Vm. que en esto mismo ofende notablemente a tanto honrado Ciudadano que a vista y paciencia del Gobierno ejerce su profesión en medio de la Corte: que infama indistintamente a muchas clases de personas, y en especial a todas las Señoras que frecuentan el paseo público del Prado, y concurren a los Baños: Lástima le tengo a Vm. Señor Urbano, porque no entiende siquiera un poquito de distinciones, como el Compadre Curro. Por qué levanta Vm. al juzgado ese falso testimonio? No sabe Vm. que dice el Señor Juan Claro: Lo que yo desde luego ofrezco, siempre que escriba sin soñar, es no tocar directamente a la estimación de persona alguna? Debía pues Vm. averiguar primero si había escrito sin soñar esas injurias que Vm. dice: fuera de que también debiera Vm. advertir que a todas esas gentes sólo las llama cernícalas, abechuchos, aves de rapiña, animalitos, &c. y estos ya ve Vm. que no son personas, [122] ni pierden estimación: y lo mismo haría Vm. en una guerra, tirando sólo a matar al enemigo, y dejando ilesa la persona. Con que, Amigo, deponga Vm. ese juicio, y no piense tan mal de quien ha juzgado tan bien.

     Mas en fin yo disimularía con gusto al Señor Severo todas las inconsecuencias en que ha caído hasta aquí, sino incurriese de nuevo en otra más disparatada y tremenda. Censura Vm., Señor mío, la falta de crítica en un hombre que hace profesión de no ser Crítico; y se irrita cuando ve censuradas las Comedias por el Médico en el Juzgado Casero, creyendo que esto no pertenece al Farmacéutico. Qué Lógica o qué farándula es ésta? Pues póngase Vm. a censurar una sola Comedia a ver si lo hace con tanto magisterio y espotismo. Cuando menos la leería Vm. muy despacio, para ir apuntando los defectos, examinaría su historia, advertiría sus episodios, la locución, el desenlace, el decoro &c. y al cabo saldría Vm. con alguna pampringada. Pues vea Vm. como nada de esto es necesario, y se engaña Vm. de cabo a rabo. Vea Vm. al Señor Médico que para dar su chafarrinazo a todas las Comedias modernas no las examina tan por puntos, y partes como pide una fundada censura, porque sólo tiene una corta tintura de algunas de ellas que ha visto representar una sola vez; bajo cuyo seguro principio (mire Vm. que principio!) entra a exponer lo que pudo coger al vuelo en su estéril memoria; y desde luego no le deja hueso sano a la pobre Hirza en medio de sus desgracias. Toma luego por su cuenta unos cuantos sainetes y [123] les censura el notabilísimo defecto de que usando de ironía no digan con toda claridad que aquello es irónico, y en verdad que tiene razón, pues esto era muy fácil, haciendo que por medio de un aparte nos advirtiese otra Actriz, esto es ironía. Pero a bien que, según dicen, está vivo el Autor de los tales Sainetes, y podrá enmendarlos de esta suerte o disculparse con el Médico. Por el mismo vicio de las ironías condena el Compadre Curro todas las Comedias antiguas, sin perdonar alguna aun de los más famosos Poetas: Alto ahí me dirá Vm. muy encolerizado(16): Pues que: Hemos de cerrar nuestros Teatros, porque usen de ironías los Poetas? No Señor Severo; todo está compuesto fácilmente. Pondremos al Compadre Curro a la Puerta de uno de los Coliseos y al Médico a la del otro, para que vayan preguntando cuántos entren sí entienden de ironías, y al que no entienda, o no le permitan la entrada, o le cobren dos cuartos para premio de las Piezas que Juan Claro tiene dadas al Teatro. He aquí un arbitrio que si llega a practicarse, nos ilustrará Juan Claro con Comedias que serán ciertamente una Comedia.

     No quiero extenderme más; pues ya queda convencida la petulancia y temeridad de Vm. contra el Juzgado Casero. Y ahora por lo que a mí toca, y para que Vm., ni otro alguno tenga el atrevimiento de impugnar a mis Clientes, en vista de lo alegado por una y otra parte, y del mérito de la causa; FALLO: Que al Juzgado Casero se le deje en la pacífica posesión de su estilo pedantesco y chabacano, y no [124] puedan ser obligados sus individuos a ser Críticos, Eruditos, ni Teólogos. Ítem que no se les despoje del brillante título de Academia o Calabaza que han usado hasta el presente. Ítem que no se les impida su Corso por Madrid, sus calles, callejuelas, bailes y concursos públicos, a fin de que nos instruyan de cuanto en ellos suceda. Ítem que todos los que lean y retengan el Juzgado Casero, puedan y deban titularse los Sabios del Cascabel gordo, y poner este dictado en su relación de méritos, escritos &c. Ítem debo condenar y condeno al Señor D. Urbano Severo en la multa de 53 mrs. de vn. para la compostura del puente de los Asnos, casi arruinado por la continua residencia de Juan Claro. Ítem condeno al mismo D. Urbano, a que todos los días deba dar una lección del Juzgado Casero con su Jefe inmediato, hasta que le sepa de corrido, o hasta que halle otra obra que se le parezca. Ítem mando, que en todos los Colegios y Escuelas de primeras letras del Reino lean los niños y niñas las Censuras del Juzgado para adelantar la malicia sin proponerles el modo de evitar el vicio. Y esta mi sentencia se lleve a debido efecto en el término perentorio de 3 horas, y se publique con las ceremonias y formalidades correspondientes a la importancia del objeto, y a la utilidad que de las Censuras Caseras debe esperar la Nación, pues ésta será feliz siendo lo los Individuos que la componen, &c. [125]



ArribaAbajo

Número VIII

                El Poeta debe ser como el Padre de familia del Evangelio, que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas.

Valderrab. Angelomaq. pág. 78.

          

     Uno de los arbitrios de que suelo valerme para hacer con mayor conocimiento la defensa de mis Clientes, e indagar el juicio que hacen los Críticos de sus obras, es irme algunos ratos a cualquiera de las Librerías más acreditadas de la Corte, donde también ellos concurren a saber las que se publican de nuevo, y leerlas y criticarlas muchas veces sin costarles un ochavo. No es fácil explicar la complacencia que me causa la viveza y prontitud con que algunos cortan y rajan sin piedad al que tiene la desgracia de no ser de su gusto. No obstante aunque pudieran notarse de poco reflexionadas estas críticas, como que se hacen sobre la marcha, y al mismo paso que se lee rápidamente la obra, con todo las tengo yo por las más justas e imparciales; porque seguramente no nacen de un espíritu de [126] contradicción, de odio, de rencor, de mala intención, de venganza, ni de una meditada y formal malevolencia contra el Autor, que no saben las más veces quién es, ni tampoco lo preguntan; por el contrario estas censuras son un efecto natural de la disonancia que algunas cosas hacen desde luego a la razón, sin que ésta necesite indagar antes el cómo y por qué aquello no la acomoda; así como a cualquiera debe disonarle una cuarta tritono, o una séptima por sí sola, aunque no sepa, ni advierta el número, e improporción de vibraciones que producen este efecto.

     Con esta intención, pues, me entré una de estas tardes en la Librería de Castillo a tiempo que unos tres Críticos militares comenzaban a leer un papelillo que se había publicado en el día y según me dijeron era una Disertación sobre la Platina, cosa de que yo no había oído hablar en mi vida. Estúveme escuchando con mi santa paciencia, y muy divertido en ver los gestos, las palmadas y la admiración conque celebraban el papelillo, diciendo todos que era una cosa utilísima, y bien escrita; que el Autor debía ser sin duda un excelente Físico, un Químico consumado, y un Matemático y Político profundo: que si se adoptase el proyecto que proponía sobre la Platina, serían innumerables las ventajas que lograría la Nación por este nuevo ramo de comercio y a este paso decían tales cosas, [127] que yo no pudiendo más sufrirlas, les dije no poco irritado: Vaya que no lo creyera; que unos hombres como Vms. hayan de apreciar esas bagatelas y porquerías indignas de la gravedad y profesión soldadesca! Ahí han leído Vms. un conjunto de disparates tan sin orden y sustancia, que o yo no entiendo palabra, o el tal papel es el mejor retrato del Infierno que se haya visto jamás. Ahí han hablado Vms. del mismo tartaro, de los hornos, de la cal, del azufre, carbón, humo, fuego, y otras mil diabluras de arte mágica; ahí dice no sé qué cosas de un tal Micros Cómico, que yo no le he visto en las tablas hasta ahora; ahí se habla de unos animales venenosos que llaman vorax, flogisto, bismut, vitriólico, muriático, Chabaneau, Baume, cerusa, y otros tan malditos; y por remate de fiesta se trata también claramente de una cosa tan sucia como la orina corrompida. Es vergüenza ciertamente, que unos hombres cultos e ilustrados, como Vms. me lo parecen, hayan de leer siquiera unas materias tan inútiles como asquerosas. Lástima sería que no fuesen Vms. esta noche a una tertulia o sarao a dar una leccioncita a las Damas y Petimetres sobre un asunto tan interesante como ese; yo les aseguro que cuando no los azotasen a la francesa, por lo menos los tendrán a Vms. por unos hombres mecánicos, groseros, y nada civilizados. Y:

     Oh, Señor Chinchilla, exclamó entonces [128] el Oficialito más joven, se conoce que aún no se han acabado en España aquellos hombres tétricos y de calzas atacadas como Vm. Estas materias sólo las aprecian los que conocen su importancia, y no se hace ya caso de esos bachilleres sin grado, que con cuatro párrafos mal digeridos se meten a censurar todo aquello de que menos entienden por no haberlo saludado en su vida. Estas obras son para muy pocos, y por eso no es extraño que no sean de la aprobación de todo el vulgo, ni aun de la del Señor Chinchilla. Ya se ve: a Vm. sólo le gustarán aquellos Libros que llevan tras sí la aprobación de todo el público como las que Vm. ha defendido hasta ahora; y Amigo, mío, esto es el entenderlo, y asentar bien el pie para que nadie le coja en descubierto. Apostaré yo a que está Vm. fuertemente apasionado por la Angelomaquia de Valderrabano;(17) porque como ha sido universalmente aplaudida, y estimada del público; y tiene además a favor suyo un voto tan decisivo como el de la Real Academia [129] Española, que la premió entre otras infinitas que se la presentaron, está Vm. seguro de su acierto, y no es mucho que se atreva a defender lo mismo que todos han elogiado y aplaudido. Sonriéronse algún tanto al oír esto los otros dos compañeros, y les dije: Poco a poco, Señores míos, con esas risitas falsas y no hablen con ironías en mi presencia porque están ya desterradas por el Juzgado Casero. Bien sé, que no se confirió el premio prometido por la Real Academia al excelente Poema de mi Señor Valderrabano: y qué? Piensan Vms. que por eso pierde algo de su mérito? Hasta ahora no sabemos si fue el Correo fiel, ni si llegó el Poema a manos de la Academia; pero aun cuando ésta le hubiese recibido, y examinado muy despacio, no creo yo que se hubiera determinado a premiarle. Porque vamos claros, Señores, y hablando aquí en confianza, cómo había de estimar la Academia un Poema que toda ella junta, no era capaz de hacer cosa que se le pareciese? Qué voto puede tener en la Poesía moderna una Academia, que en medio de un siglo tan ilustrado como el nuestro, no ha sabido desprenderse de las rancias vejeces de un Aristóteles, y un Horacio que no entendieron una palabra, ni tuvieron la menor noticia de una Angelomaquia? Sí Señores: esa Academia tan celebrada podrá saber cuándo más, hacer algún Diccionario muy grande de la Lengua Castellana, alguna Ortografía exacta, [130] y algún arte completo de hablar también en Castellano, y otras bagatelas para los chiquillos de la Escuela, porque los demás, con haber nacido en España, sabemos hablar como el mejor papagayo, y no necesitamos de reglas; pero querrían Vms. que no mirase con la mayor envidia un poema que corrige, que añade, y que avergüenza todas esas obras Académicas? Por ahí nos dicen que la Academia trabajó tanto y cuanto, que revolvió una infinidad de libros, que gastó miles de doblones, para hacer no más que su ponderado Diccionario, y después de tanto empeño, he aquí que no tiene siquiera la mitad de los nombres que usa en su Poema mi Amigo Valderrabano. Y si Vms. no quieren creerme, diviértanse un poquito como yo me he divertido en buscar los nuevos nombres de Sansonelo, Lotarelo, Isaaquio, Abraamio, Luctactor, Exodio, Crueldadio, Blasfemio, Calumnio, Vengancio, Iracundio, Discordio, e Hypocresio: registren cuanto quieran, no sólo el Diccionario, sino todas sus añadiduras suplementos, y compendios, y vean si pueden hallar en él a Josephio, proveedor del pan celeste, a un Ángel, Ingeniero de Áurea caña con otro Ángel trompa, y otros nombres propios ciertamente de la edad de oro, como Homagio, Genios reptiles, Ventriloquios, Proto-desobediente, Policornias &c, extremos a que no ha podido llegar todavía el inimitable Colector de nuestro Theatro Hespañol. [131] Y siendo todas estas cosas otras tantas eruditas correcciones del Diccionario de la lengua, querrían Vms. que las premiase la Academia? Quién ha de tener valor en adelante para comprar su Diccionario, mientras no le añada y corrija con los nuevos descubrimientos de nuestro Valderrabano?

     Con que ello es Señor Chinchilla, me dijo entonces el relamido Oficialito, que Vm. se empeña seriamente en defender la Angelomaquia? No ve Vm. si es que entiende algo de la farándula poética, que ese es un Poema Épico, sin arte, sin invocación, sin Héroe, sin acción, inverosímil, e imposible? No ve Vm: Poco a poco, Señor mío, le repliqué yo al instante, que según va Vm. ensartando nulidades, se conoce que nada entiende de la poética del día, a no ser que esté Vm. también apasionado por las antiguallas de Aristoles. Verdad es que cuando este Vejestorio dictaba sus preceptos era costumbre entre los Poetas de antaño, el invocar ya a las Musas, ya a Apolo, ya a Júpiter, o cualquiera otro de la turba multa de los Dioses, como aun ahora lo estamos viendo en Homero, Virgilio, y otros miserables Poetastros: y ha de saber Vm. que esto lo hacían no por virtud, sino porque eran incapaces de hacer por sí solos cuatro coplas medianas, y necesitaban para ello de ayuda de vecino. Esto era manifestar miedo desde el principio de la obra, para poder disculparse con las Musas o los Dioses. No [132] así mi incomparable Valderrabano: él solo entra en batalla, y se presenta en el campo (aunque desierto) sin necesitar de auxilio ajeno, para que a nadie se le pudiese atribuir la victoria. Verdad es que para su idea buscaba algún pequeño auxilio entre las Gigantomachias, Psicomachias, y otras piezas del mismo jaez, pero apenas halló cosa que con cien leguas se acomodase a su intento; y aun esto no puede llamarse invocación, como cualquiera conoce. Dice Vm. que este Poema está sin Héroe, y si yo le saco a Vm. tres o cuatro Héroes por lo menos, no se avergonzará de haberlo dicho? Desde luego tiene Vm. por Héroe a Santo Toribio de Liébana, y no como quiera, sino que hace el primer papel en la Comedia. Allí vemos su vida, sus virtudes, sus milagros; y sobre todo él es el Poeta, que refiere la caída de Luzbel, a quien acaso Vm. habrá tenido hasta ahora por el Héroe verdadero del Poema. Por otra parte el mismo Luzbel es el Héroe del Sermón que predicó Santo Toribio, y de esta suerte podemos también llamarle el Héroe de la Epopeya. S. Miguel es el que triunfa y el que vence a Luzbel, por lo que algún escrupuloso pudiera tenerle también por Héroe. El Abad del Monasterio que se vistió la estola, y con la diestra el aspersorio empuña, para conjurar el nublado, contribuye también por su parte a la victoria, y lo que es más, que es el principal agente para que Toribio sea el Poeta narrador [133] de la fábula: con que por buena cuenta tiene Vm. a lo menos cuatro Héroes en la acción, sin contar los energúmenos que había en el auditorio.

     Jesús! que disparate, exclamaron todos al oír nombrar los energúmenos: quiere Vm. cosa más inverosímil e imposible que suponer energúmenos antes de haber diablos en la tierra? Quién ha de llevar en paciencia una transgresión tan horrenda de los preceptos del arte? Vm. nos saca cuatro Héroes en un solo Poema: Vm. nos supone violada gravemente la unidad de tiempo y mucho más la de acción, y es regular que lo esté también la de lugar, pues esto es casi consiguiente a lo otro. Ah Señores! les respondí condolido de su mucha ignorancia: con verdad dice mi Señor Valderrabano que es lástima gastar el tiempo en esta explicación: pero la experiencia dice cuán pocos son los que entienden sin pararse, cuán poco los que se paran y entienden, y cuán muchos los que ni se paran ni entienden. Quieren Vms. juzgar a sangre fría del furor poético, del entusiasmo, y de los transportes energuménicos del Poeta sin exponerse a errar enormemente? Si la Poesía es casi inteligible para el hombre por ser el lenguaje de los Dioses, como la llamaba el buen Rousseau, escribiendo al gran Racine, cómo podrán Vms. entender el lenguaje de los diablos.? Descífrenme Vms. siquiera una palabra de estos versos.

                         Eco la Prisciliana anima errante; [134]
pseudo-Apôtre, felon, fugge, inde, time:
Y una salta, otra brama, y otra gime.

     Es acaso comparable esta locución, con la mixtura Italo-Española del Divino Figueroa? Pero vamos a esa misteriosa y decantada trinidad de las unidades. Por qué ha de ser preciso que todo Poema Épico no tenga más que un Héroe y por tanto una acción sola? A más moros más ganancia dice el adagio vulgar, y yo siempre extrañaré que no se piense de la Epopeya como se piensa del Banco, donde a más acciones corresponde más interés. La unidad de tiempo dicen Vms. que no puede componerse con la creación, los energúmenos, Sigérico, Santo Toribio, y con los Ángeles que tienen el nombre de los más famosos Patriarcas. Graciosa dificultad por vida mía. Se conoce ciertamente que no han dado Vms. Menos saltos en la lectura del Poema, que los que da el Autor de un tiempo a otro. Por ventura se debe arreglar al tiempo un Poema comenzado antes del tiempo? es bueno que para que no dudásemos de esta verdad nos la pinta en la octava quince por la figura de repetición y similiter cadente, y Vms. se desentienden de todo, sólo por criticar sin fundamento(18)? pues véase cómo comienza la narración del Poema:

                               Antes que hubiese tierra, o Cielo hubiese,
antes de haber materia, y también antes,
que otra mente o espíritu existiese,
antes que tiempo hubiese, hubiese instantes;
allá en la eternidad, fuese cual fuese [135]
este abismo de antes y más antes &c.

     Lo ven Vms. ahora más clarito que el agua, que este Poema no pudo ni debió sujetarse a esa unidad de tiempo que no había? también parece que dudan Vms. de la de lugar por la inmensa(19) distancia que hay desde las montañas de Liébana al Empíreo donde se supone la acción. Pero antes que Vms. se precavió mi Valderrabano contra esta bagatela, y da una solución a ella tan convincente como aguda. El lugar de la acción, dice, es el Cielo; y ciertamente que se pudo haber contraído sobre alguna constelación o signo del Zodiaco; y no que se deja todo el espacio celeste para el sitio de la pelea o la acción. Reconozco la fuerza de esta tacha; y digo que todos nos imaginamos que el Solio de la Santísima Trinidad está perpendicular sobre nuestras cabezas o en nuestro Cenit. También cuando en el Poema se dice que Luzbel se retiró con su gente al polo obscuro, entendemos el polo ártico; y cuando se dijo, que S. Miguel con su ejército salió a buscarle, pero que no avanzaba sino que esperaba, comprendemos ser este sitio del Cielo hacia el trópico de cáncer en la línea de nuestro meridiano: y por consiguiente se coarta lo bastante, y de un modo más perceptible que con una descripción astronómica Y dirán Vms. ahora que unos noventa grados de latitud por lo menos no son el lugar preciso para una acción de los demonios? Pero si todavía no están Vms. contentos diremos, [136] prosigue nuestro Autor que la Poética de Aristóteles es sublunar, y no obliga en los sucesos celestiales, cuyos espectadores tienen mejor vista; y si los hombres somos mirones, la tenemos tan mala que en cualquiera parte del Cielo que se represente una acción, está fuera de nuestros alcances. Vea Vm. ahí Señor Chinchilla, replicó el Oficial más anciano, otra razón poderosa porque la Real Academia no se atrevió a premiar la Angelomaquia; pues como esa es una obra superior a sus alcances, tampoco alcanzaban todos sus premios para ella, Oh! Pues si yo hubiera de decir a Vm. le respondí, todo lo que ha pasado en este asunto, entonces sabría Vm. mejor el mucho mérito de Valderrabano. Yo sé muy bien que cuando se ventiló este punto en la Academia hubo grandes disputas sobre el premio que se debía dar a un Poema de ensayo como le llamaba el Autor; y como la Academia no tenía medallas fundidas para esta especie de Poemas, y no era costumbre darlas de otro metal que de oro o plata, acordaron casi todos, que si se premiaba con otro un Poema que no era más que un ensayo, sería preciso hurtar estrellas al Cielo para coronar un Poema ya perfecto. Además de que ya tendrán Vms. noticia del ruidoso pleito que han tenido la Academia y el Real Gabinete de Historia Natural sobre la pertenencia del Poema. El Gabinete le reclamaba en derecho por ser una Epopeya incrustada en otra, y, pertenecer por esto a los cajones de conchas [137] petrificadas o incrustadas. La Academia alegó que debía conservar eternamente entre sus más preciosos monumentos un fenómeno literario como una Epopeya doble revestida y forrada, que podía llamarse interior y exterior, y como aún no se sabe qué Tribunal deba decidir en este punto se acordó depositarla en el Teatro Anatómico poético para satisfacer la curiosidad de los aficionados.

     También debieran saber Vms. que nuestro Autor emprendió un asunto que nadie había tratado hasta ahora por boca de las Musas. Porque aunque Milton habla bastante de la materia en un Episodio del Paraíso perdido, y el Taso en su Jerusalén tiene otro semejante, éstos eran Extranjeros, y no hablan palabra de nuestro Santo Toribio, ni de las montañas de Liébana, y así eran inútiles para el caso. Nuestro Argensola aunque en una Canción hizo casi un Poema de la caída de Luzbel, está todo él tan desairado que no tiene energúmenos, ni aspersorios, ni cruces, ni calvarios como era menester para una Epopeya incrustada y revestida; y ésta para ponerla en estado de medianía, necesita de atavíos y guarniciones, las que no pudo hallar en todos los Poetas anteriores. El caso es, me replicó el Oficialito, que con todos esos atavíos de nueva moda, no tiene nada de imitación ese Poema, y es original enteramente; por lo que está exento de las reglas que han seguido todos los Épicos hasta ahora; y con esta libertad no digo, Valderrabano, pero aun [138] el Sacristán de Berlinches pudiera convertir en Epopeya su Cornudo imaginario que tampoco se ha premiado. Cómo que no tiene imitación este Poema? Sepa Vm., le dije, que se engaña, y si no vea Vm. como desde luego entra describiendo las montañas y el Valle de Liébana, del mismo modo que lo ejecuta Garcilaso en su Égloga segunda, y otros muchos Poetas en sus Idilios y Bucólicas. Algunos otros han pensado, que le faltaba la proposición, y que no sabía el Lector el objeto del Poema hasta llevarle ya medio leído. Pero ésta, ya ven Vms. que es una superfluidad bien escusada, porque no es otra cosa la proposición que el asunto de que se debe tratar, y éste ya le había dado la Academia mucho antes; y además le estampa también el Autor en la fachada, y no es necesario repetirlo en el cuerpo de la obra.

     Pero crean Vms. que no dejo de extrañar sobre manera, el que unos hombres de juicio y de la profesión de Vms. no sean los más apasionados panegiristas de una Obra que a Vms. mismos les es de la mayor utilidad e instrucción, y además de esto tiene la ventaja de que si se adoptase en nuestro ejército la armadura y municiones que describe, ahorraría por lo menos el Erario más de cincuenta millones cada un año. Y sino figurense Vms. a nuestros Soldados armados como supone nuestro Autor al Ejército que sacó a campaña San Miguel, cuando dice:

                                cómo creerá un ingenio rudo [139]
que hubo almacén de ayunos y oraciones?
quién creerá que por armas haber pudo
aspersorios, y cruces, y rosarios;
por peto y armadura, escapularios?
   Usáronse en el Cielo mucho antes
que a los mortales fuesen reveladas:

     Cuánto más fácil era el coste y conducción de aspersorios cruces y rosarios para un Ejército, que la pesadez de las balas bombas cañones y morteros? Qué dificultad habría en establecer en cada campamento mil almacenes de ayunos en lugar de los que ahora se construyen para harina, pan, carne y demás víveres? Y que donosos no estarían los Angelitos con su escapulario al cuello y su rosario en la mano! Mal haya una y mil veces la Academia que por haber precisado al Poeta a no pasar de cien octavas, no pudo darnos por extenso las divisas de cada Regimiento, y se contentó con decirnos, que había en los afectos uniforme, y yo querría saber cómo era la escarapela, la dragona, el collarín, y las vueltas de cada uno, y las evoluciones militares, que usaban en el ejercicio.

     Según aquella táctica lo enseña.

     Por cierto Señor Chinchilla, respondieron todos que no habíamos advertido hasta ahora tantas gracias y primores en el excelente Valderrabano. Nosotros reconocemos ya su mérito; y seremos eternos admiradores de su talento poético. Sentimos no poder oír a Vm. otras muchas preciosidades que habrá advertido en esa Obra; pero en todo caso Vm. nos reconozca por [140] muy suyos y mande &c.

     Nota: En el Diario Erudito n. 143 se dice, hablando de los Editores del Correo de los Ciegos, que para hacer más poderosa su facción tomaron por tropas auxiliares al Apologista Universal, que dejando ya sus primeras y moderadas ideas, sólo las empleaba en estos últimos días de su existencia en enconar los ánimos contra el Diario: Sepa pues el Público que no conozco, ni aun de vista a los AA. del Correo; que no soy ni el más bisoño Soldado de su tropa auxiliar, ni he pretendido serlo; que jamás he pensado tener imperio sobre los ánimos de los demás, pues sólo la razón es quien tiene el mando sobre los entendimientos. En el Diario n. 162 se dice que algunos hombres no se paran en imprimir papeles sin las licencias necesarias, ni nombre de impresor, ni Imprenta, en contravención de las Leyes según se han echado a volar las saladismas Cartas de Gallardana y Fiox: Más adelante se añade en el mismo Diario que hay hombres que escriben mercenariamente como el reverenciado Apologista universal, alias Don. Josef Antonio Fiox. Sepa también el Público que ni yo he soñado ser el Autor de dicha Carta de Fiox, ni menos hubiera tenido la execrable osadía de imprimirla sin licencia: Sé con evidencia, que se obtuvo para su impresión; y sabe también el Magistrado que la concedió, que yo no soy el Autor de ella; que no soy mercenario, ni lo necesito ser. &c. &,c. &c. [141]



ArribaAbajo

Número IX

                                  
Demitto auriculas, ut iniquæ mentis asellus,
cum gravius dorso subiis onus...
                       Horat. lib. I. Sat. 9. v. 20
Violento agacho mis orejas largas,
como un borrico triste y agobiado
del grave peso de que le han cargado.

     Infinitas veces me he preguntado a mí mismo, y otras tantas he buscado, aunque inútilmente, en varios libros, cuál fuese el verdadero principio por donde debiera el hombre calcular la estimación que se merecen los más de los objetos, que por todas partes le rodean. Los testigos de vista son en sentir de los Jurisconsultos los más fidedignos, e infalibles; pero mis ojos en esta materia están tan reñidos con la razón, que si ésta me persuade, que la utilidad que nos resulta de un objeto es la medida de la estimación, que se merece, aquéllos me presentan cada día tantas experiencias en contrario, que no sé ciertamente qué partido he de abrazar. Siempre he creído, que una cosa, [142] que se estima en razón de la utilidad, que nos proporciona, la debemos mirar con cariño, conservarla con cuidado, y beneficiarla en cuanto nos fuere posible; pero veo cada día que se llevan todas nuestras atenciones aquellos objetos que nos son los más inútiles, y a veces los más perjudiciales. Desde que los Señores Físicos nos han hecho creer que el rubí, el diamante, la esmeralda y demás piedras preciosas no tenían alguna de aquellas virtudes que las concedieron los antiguos, y aún nos han querido persuadir que sólo era aparente todo su brillo y lucimiento, yo no hallo en ellas la menor utilidad, ni sé de qué género de males puedan librarnos en la vida; y con todo eso veo que son apetecidas, buscadas con diligencia, que se las engasta en oro, que se conservan con todo cuidado, y que pasan de generación en generación sin perder nada de su estimación imaginaria. Por el contrario, todo el mundo sabe que el trigo, por ejemplo, con ser de una necesidad absoluta, sufre de parte del hombre un tratamiento muy opuesto: se le arroja de casa para sepultarlo en la tierra, y se deja expuesto a la inclemencia de los hielos y a los rigores del estío: y si a pesar de todas estas calamidades llega a prevalecer y dar fruto, entonces es cuando le esperan las mayores persecuciones; entonces se le da por el pie, se trilla, se muele entre dos piedras hasta convertirle [143] en polvo, se ahoga luego en el agua, se sala y se manosea a satisfacción, se intenta corromperle por medio de la levadura, se le imprime el sello como a esclavo, y para colmo de sus desgracias se le hacen sufrir después los ardores de un horno encendido. No parece sino que el hombre conjura contra él a todos los elementos: la tierra le sepulta, el aire le azota, el agua le sofoca, el fuego le abrasa; y como si todavía no hubiera padecido algún tormento, se pasa después a cuchillo, para devorarle y despedazarle entre los dientes. Esta misma conducta observamos a proporción con el vino y el aceite, que nos son también utilísimos y necesarios. El lino que le estrechamos tanto con nosotros, que nos es más íntimo que todos los que se nos venden por amigos, no pasa menores pruebas para llegar a sernos útil. Los libros, esos deliciosos manjares de los sabios, que los corrigen, los instruyen y hacen toda su ocupación y recreo, cuántos apretones no padecen en las prensas hasta hallarse en estado de servirnos?

     Paréceme haber leído en nuestro sabio Feijoo que no podía ser compasivo con sus semejantes, el hombre que se preciaba de ser cruel y sangriento con los brutos; más yo no veo que esta prudente advertencia haya producido el menor fruto, antes hacemos con ellos lo mismo que con los entes insensibles. Apostaré yo desde luego a que envidian más [144] de cuatro la suerte de un perrito faldero, a quien alaga y hace mil caricias una Dama; le besa, le estrecha entre sus brazos, y no se desdeña de peinarle por sus propias manecitas, siendo así que para su cabeza ocupa un Peluquero y diez Doncellas; y con todo el buen animalito no tiene más habilidad que echar a perder una rica bata o manteleta, o ensuciar una exquisita colgadura; y triste de la criada que tenga la imprudencia de pisarle o de reñirle, y no le ponga la comida en su vajilla de plata. Un caballo frisón o de regalo que acaso quedaría inútil para siempre a la primera carrera, se cuida con todo esmero, se peina, se le hace la crin todos los días, se saca a paseo para que no se opile, y se escoge y se criba la cebada, que se le da siempre en abundancia. Verdad es que otros muchos animales nos son útiles en cuanto nos sirven de alimento; pero esto es nada, menos que a costa de su vida, y de haber de pasar por el agua, por el fuego y por el hierro. Mas aquellos brutos, que no han tenido jamás tan honorífico destino, y que en realidad nos son los más precisos para mil necesidades de la vida, por qué han de sufrir de parte nuestra tan extraño tratamiento? No es esto estimar las cosas sólo por capricho, y no por su mérito real y verdadero?

     Reflexiónese siquiera un momento sobre las infinitas comodidades y placeres que nos [145] proporcionan los burros; esos animales que tanto se desprecian, y que son el objeto de las comparaciones más odiosas; y se verá que son mucho más acreedores a nuestra estimación que todos los demás brutos que nos sirven. Pondérese cuanto se quiera la agilidad y lozanía del caballo, páguese a peso de oro su robustez y gallardía, dígase que es intrépido en la guerra, y acaso mucho más que su jinete; todas estas ventajas serán apreciables para muy pocos, y nunca serán de consecuencia respecto de todo un pueblo. Y por lo que hace a su valor en la pelea, yo no he visto ni leído que alguna vez los caballos hayan triunfado de los burros, ni lo creería fácilmente por más que me lo afirmasen; antes sí me dice el veracísimo Heródoto que los Persas con sus asnos ganaron una batalla a los Scytas, cuyos caballos se espantaron y huyeron amedrentados al oír el rebuzno de los burros, y a fe mía que no podía suceder de otra suerte; y de aquí sin duda nació la costumbre entre los Persas de sacrificar el burro al Dios de las batallas, sin embargo de que los Lampsacenos sacrificaban este animal a Priapo, como más lo dicen Ovidio y Lactancio, y aun los Señores Romanos le coronaban con panes en ciertas fiestas públicas, en memoria del célebre rebuzno del burro de Sileno, al cual debió la gran Vesta su virginal entereza; y qué se yo si alguna de nuestras Vestas deberá igual favor [146] a algunos burros? Pero en fin no es muy extraño que los burros hayan espantado a los caballos y a una doncella dormida y descuidada: lo más admirable es que nos refiera Plutarco que la cosa única que pudo amedrentar todo el valor de un Alejandro fue el haber visto que un burro muy manso mató a coces a un León grandísimo y disforme. Vease ahora si se podrán hallar semejantes prodigios de valor en cualquier otro de los brutos. Dejo aparte lo que se nos dice del burro Nicon que fue el más feliz agüero para Augusto de la victoria Actiaca, y el particularísimo gusto que tenía Apolo en que en algunas regiones se le sacrificase el burro en sus altares con preferencia a todos los otros animales, y otras mil hazañas que nos cuentan de los burros.

     Acaso se me dirá que el mulo nos es mucho más útil por su mayor robustez y corpulencia, y más a propósito para cualquiera género de carga: que la mula nos sirve mucho en las labores del campo, nos es de suma conveniencia en los viajes, y está en pacífica posesión del derecho de arrastrar coche como el mejor mayorazgo; que por esto sin duda es tan estimada que suele costar una sola muchos miles, cuando dos burros se pueden comprar por pocos reales. Convengo desde luego en todas estas ventajas; pero a quien se le deben todas ellas sino al burro? Sean en hora buena el mulo y mula más ágiles y robustos, [147] pero ni esto ni nada serían si no los engendrase el burro o burra: y he aquí una cuestión no poco curiosa para un Físico que quiera divertirse en indagar, cómo pueden ser los hijos más forzudos y valientes que los padres? Y por lo que hace a las mulas, fuera de que suelen ser indómitas, falsas y traidoras, es constante que nuestra sabia policía no está del todo satisfecha de su utilidad y ligereza, cuando repetidas veces se ha visto precisada a contenerla, queriendo que vayan despacio y con juicio por las calles; mandamiento de que hasta ahora no ha necesitado la natural gravedad y modestia continente del burro. No arrastran coche los burros, es verdad, pero se degradarían ciertamente si se empleasen en semejante ministerio. Piensan muy alto de sí mismos desde que uno de ellos mereció llevar sobre sí a la Diosa Isis, y desde que sus hembras fueron tan estimadas de la Emperatriz Poppea que siempre que salía de Roma la acompañaban no menos que cincuenta; con cuya leche y otro cierto ingrediente, que no quiero declarar ahora, a pesar de sus lustros conservaba tersa y juvenil la tez del rostro; a más de que cualquiera de ellas, se creía muy bastante para llevar sobre sí a toda una mujer de Nerón y sintieron mucho el ver que otras Damas de la plebe ocupaban dos burros para salir por las calles, ni más ni menos que hoy día: y así es muy de elogiar la prudencia de los burros [148] en haber renunciado un ministerio que se precian de servirle animales más honrados.

     Dirase, puede ser, que el burro es un animal el más estúpido, y que no tiene siquiera alguna de aquellas gracias que nos hacen muy apreciables otros brutos; que es animal muy feo, y desproporcionado en su figura: que tiene unas orejas muy grandes, respecto de una cabeza tan pequeña: que no sólo las mulas, y caballos, pero aun los toros con ser tan bravos y feroces, se han visto varias veces ricamente enjaezados, honor que jamás se ha dispensado a los burros, pues llevan cuando más una albarda, o enjalma medio despilfarradas y andrajosas. Pero si hemos de hacer justicia a la razón, por qué se ha de llamar estupidez la natural seriedad y compostura del burro? Por qué ha de ser vicio en el burro lo mismo que elogiamos en el hombre? Es estúpido el burro, cuando le debemos no menos que el importantísimo descubrimiento de podar las parras, y no han de serlo mucho más otros entes, a quienes nada se debe? El burro es verdad tiene disformes las orejas, pero como decía Persio

                               Auriculas Asini, quis non habet?

     Qué otra cosa son las orejas del burro, respecto de su cabeza, sino dos naturales abanicos que continuamente le hacen aire sin la necesidad de ocupar las manos para ello? No se enjaezan los burros, es verdad, pero [149] por esto mismo tampoco pueden gastar freno, y si se viera con él un burro, dejaría de serlo desde luego, así como tampoco se usa con ellos de la espuela, no por otra razón, sino porque siempre están bajo el dominio y cuidado de gente que no la gasta. Pero demos el caso de que se enjaezase ricamente un burro, y se pusiese tan galano, como los que hemos visto dar las vueltas el día de S. Antonio Abad, entonces yo no dudo que no faltaría quien le tuviese por un animal más noble y distinguido, porque

                                   Vir bene vestitus, pro vestibus esse peritus
creditur a mille, quamvis idiota sit ille.
Si careas veste, nec sis vestitus honeste
nultius est laudis, quamvis scis omne
quod audis.

     Y no por eso dejaría de ser tan burro como antes era; ni se desvanecería con los adornos, sabiendo que al día siguiente había de volver a su albarda; y yo no sé si acaso por este natural desengaño, o especie de insensibilidad a los honores aseguran los Naturalistas que el burro vive largo tiempo, aunque sólo suele adolecer de cierta enfermedad que le coge la cabeza.

     Pero lo cierto es que nada de esto puede hacer rebajar de su justa estimación las ventajas que hace el burro a los demás animales, y la utilidad que nos proporciona. Y cuando en alguna otra parte del Reino [150] pudiera ser problemático este punto, en Madrid es de una total evidencia, así como tampoco es menor la injusticia con que se le trata. Y desde luego veamos la distinción que en Madrid se hace de todas las bestias de carga. Las Mulas y Caballos tienen señalados sus criados de librea para su cuidado y regazo; los Mulos si vienen a la Corte es, o son remesas de dineros, o con ricas mercaderías, u otros géneros de importancia. Vemos que el pan se conduce por las calles en arrogantes caballos: que la carne nos traen en Machos muy lucidos a los puestos en que se reparte, de suerte que ninguno de los alimentos sólidos y de substancia está destinado para carga de los burros. Tampoco sacan a lucir estos pobres animales esos magníficos Coches y Carrozas, que hacen a la Corte tan brillante y tan lucida. Pero si bien se reflexiona, ni esto es deshonor para los burros, ni por eso dejan de sernos utilísimos y necesarios. Y a la verdad figúrese cualquiera a Madrid sin burro alguno por sólo el espacio de dos meses, no nos veríamos en igual situación a los Salvajes del Asia? Reducidos a la miserable estrechez de haber de ocupar eternamente nuestras casas, se interrumpiría entre nosotros todo el trato social, toda comunicación y comercio. Aun en el día más claro y más sereno nos sería del todo inútil el auxilio de los Coches, Berlinas, Caballos [151] y Sillas de manos. Y de aquí toda esa multitud de gentes de servicio, una infinidad de artesanos, y la mayor parte de los empleados en la Corte, se verían sin duda expuestos a perecer en la mayor indigencia. Los templos, las tiendas, los teatros, las oficinas públicas, todo estaría inútil y sin uso, sino fuera por los burros, a no ser que en lugar suyo nos valiésemos de otros tantos Globos Aerostáticos para mantener por este medio nuestra mutua correspondencia, y aun así estaríamos expuestos a quebrarnos una pierna, o la cabeza cuando menos lo pensásemos. Qué más? El mismo pan y carne que ahora no nos conducen los burros, nos faltaría también entonces, no menos que todo lo demás de que necesitamos para vivir. Nos faltarían también aun aquellos mismos géneros, de segunda necesidad que hoy nos conducen los burros. En una Corte donde apenas hay calle en que no se construya una obra nueva, o se demuela otra antigua, o que amenaza ruina en una Corte donde la mayor parte de los materiales de sus obras está anexa a cargo de los burros, así como está también vindicada a sus costillas la extracción de todo el ripio y escombro de los edificios, no estarían precisamente intransitables, si no fuera por los burros?

     Los burros es verdad no conducen para las obras la piedra, las maderas, la clavazón [152] para unirlas, o empalmarlas, en una palabra no está a cargo de los burros nada de todo aquello que hace sólida, firme y permanente una obra, y sólo contribuyen para ella con arena, cal, yeso y tierra, &c., cosas que sólo sirven para un adorno superficial, aparente y de ninguna consistencia, y aún esto sólo se presenta a la vista en lo exterior de las obras, pues el interior de las grandes y magníficas, nos ofrece ricas tapicerías, o exquisitas colgaduras que no nos dejan ver la cal, ni el yeso. Pero no se puede dudar que la fachada de una obra a no ser de piedra dura, no puede ofrecer a la vista cosa que arrebate y enamore, ni puede ser susceptible de una infinidad de molduras, cornisamentos, perfiles y otros adornos, si los burros no condujesen los materiales para ello.

     Por el contrario: es preciso demoler un edificio suntuoso? Pues entonces se ve que los mismos hombres sin valerse de animales separan la piedra, la clavazón y la madera para emplearla de nuevo en la misma, o en otra obra; pero el yeso, cal, ripio y todo lo que se reputa ya inservible, y que se arroja a la calle, vuelve otra vez a ser carga del burro y va más contento con ella que si llevara sobre sí a toda la España triunfante en el actual siglo filosófico. Jamás saldrá el burro de su paso, ni cederá a nadie la hacera a no ser que el amo o el que [153] le gobierna le haga el honor de azotarle a la francesa: esto es, en semicírculo recto y con seis puntos de apoyo en que estribar su fuerza, que son cuatro pies del burro y los dos suyos; pero aun entonces, sufre, calla y prosigue su camino.

     Es pues evidente que de nada nos serviría el nunca bastante celebrado proyecto de la limpieza de las calles, si el burro no nos las desembarazase de tanto escombro y maleza. Y no es tan sumamente estimable este beneficio, como mal agradecido? Un poco de paja y ésta de la peor, el desecho de las verduras que ellos mismos nos conducen a la plaza, es todo el premio de su continuado trabajo. La cebada ni se les presenta siquiera: esto era bueno allá en aquellos felices tiempos en que cantaba una Cómica:

                        Paja y cebada
sobrará poca,
que hay mucho burro,
que se la coma:

     Pero ahora están los hombres de tal humor, que en vez de dar cebada a los burros, hay muchos que comen burro, y dicen que les hace buen provecho. Sin embargo hay todavía algunos tan escrupulosos que se dejarán morir de hambre, antes que gustar cosa que huela a burro, ni aun de cien leguas. Un amigo mío es tan nimio en esta materia, que pasando el viernes último por la plaza, a tiempo que dos hombres estaban descargando [154] de un burro dos banastas de huevos grandes y frescos, como ellos lo pregonaban, yo le convidé a que tomase algunos para comer aquel día. Yo huevos? me dijo: No amigo, ese es género que viene en burros todos los días, y quien con lobos anda... Pues hombre de Dios, le repliqué yo al instante: Qué tiene que ver que vengan en burro los huevos? Todos los compran y los comen, y hasta de muchos Reyes y Personajes nos cuentan que casi no han comido otra cosa. Buen provecho les haga, a esos Señores si los comen, me respondió; pero ellos vienen en burros: y además de eso yo para comprarlos quisiera que me los dieran a cara como los melones; porque eso de comprar huevos que parecen buenos por la cáscara, y que después hayan de salirme podridos, sin derecho de reclamar otra vez mi dinero, eso es maula, y ya me he llevado bastantes chascos con ellos. Pues según eso, le dije, tampoco deberá Vm. comer pan, porque el trigo se limpia con cribos, que se hacen de pellejo de burro, según me informó un artesano que los fabrica frente a S. Isidro el Real: Oh amigo, me respondió, deme Vm. el burro desollado, y además de eso bien acribillado, que entonces podrá ser útil para algo; pero un burro entero y verdadero, es capaz de llevar a un hombre a la horca como lo vemos cada día. Vease ahora si puede llegar a más la preocupación en Madrid contra los burros. [155]

     Otra injusticia no menos visible he notado que se comete contra ellos en la Corte. Cualquiera sabe lo limpias que están las calles, y que es imposible que críen yerba, o cosa a que pueda el burro echar el diente; y con todo yo no sé por qué se les ha de llevar con su bozal al hocico, lo que no se hace con la mula, ni el caballo que son mucho más golosos. Será acaso para que rebuznen libremente? Y qué daño se nos puede seguir de esto? No despertaría su rebuzno a muchísimos, que lo más del día están durmiendo? Será sino para que no nos asusten con los grandes dientes que enseñan cuando rebuznan? Pero yo no creo que haya en Madrid hombres tan medrosos, que se espanten de ver al burro los dientes, siendo así que mientras rebuznan no pueden morder, ni hacer el menor daño con ellos: Se conoce pues que una conducta tan extravagante con los burros, es hija de la preocupación que domina al bajo pueblo que los gobierna y los conduce; y que si estuvieran entregados a personas de algún discernimiento, los tratarían mucho mejor, y con el aprecio que se merecen.

     Por tanto ordeno y mando, que en adelante no se ponga bozal a burro alguno, y que se les permita a todos rebuznar con entera libertad, con tal que sea en las calles, y plazas públicas, y no en las cuadras, o pocilgas donde residen de noche, y que en [156] el ejercicio de esta facultad natural, y demás cargos borricales no se haga distinción de burros blancos, pardos, cenicientos, negros, ni de otro color alguno. Ítem: que no se puedan emplear en otro oficio, que en recoger, como hasta aquí, todo el ripio y escombro de las obras, que se arruinan por sí mismas, o por injuria de los tiempos, para extraerlo de la Corte, y dejar libre el paso por las calles. Ítem: que a ningún burro de cuantos surten de verduras la plaza mayor y plazuelas, se le impida el comer los despojos del Cardo, reservando siempre sus tronchos, y los de toda hortaliza para el empleo que de ellos deben hacer los muchachos, con aquellos que por sus buenas obras salen al público en burros. Ítem: que si algún burro, como por ejemplo los Manchegos, trajesen vino a la Corte, género de no vulgar estimación en ella, haya de venir con decentes y vistosos aparejos, y sus correspondientes cascabeles y campanillas que los distingan de los demás. Y esta mi sentencia se cumpla y lleve a debido efecto, so pena al contraventor, de que rebuznarán contra él cincuenta burros por la primera vez, hasta no dejarle dormir en dos semanas; y por la segunda, de que se le obligará a dar cien vueltas, peores, y más molestas, que las de San Antón, aunque no sea en su día; reservándome el derecho de aumentar las penas en lo sucesivo a proporción del pelito. [157]



ArribaAbajo

Número X

                                  Le grave Philosophe est par tout révéré:
souvent même à la Cour il se voit honoré.
Son credit peut nous perdre, et sa haine y conspire.
Que peuvent contre nous leurs traits injurieux.
Il falloit nous porter des coups plus serieux.
                              Racin. La Relig. Cant. 4. v. 341
Enteramente se halla respetado
el Filósofo grave; y su alta ciencia
hasta en la Corte logra preeminencia:
su crédito y honor tan encumbrado
perdernos puede; y su enconada ira
a nuestra destrucción allí conspira.
Mas qué nos puede hacer su ardor contrario?
Un golpe superior es necesario.

     No espero que os escandalicéis, Clientes míos, si por ventura habéis visto en la Gaceta o en algún Cartel, que vuestro infatigable Patrono va a hacer hoy la Apología [158] de los Sabios, como si vosotros que ya lo sois, y consumados, no fueseis suficientes para defenderos de todo el mundo, y más si os valéis como hasta aquí de los Cánones que para ello os tengo comunicados. Tampoco creáis, que esté yo poco satisfecho de vuestra exactitud y celo en observarlos con la escrupulosidad más religiosa; antes bien (permitidme explicar mi complacencia en obsequio de la verdad), puedo con razón lisonjearme de que no habrá Maestro en toda España, que en tan corto tiempo pueda presentar al público tantos y tan aventajados discípulos, cuyo aprovechamiento sea tan notorio y tan palpable, que hasta los mismos Ciegos(20) le conozcan, le apostillen y le noten. Ah! yo sé muy bien toda la extensión de vuestro mérito, y no dudo que, con exponerle brevemente, hiciera de vosotros la más completa Apología. Vosotros habéis ilustrado a la Nación con las más doctas y eruditas producciones; el público está ya más que suficientemente convencido de vuestras notorias prendas y talento; la España tiene bien impresas las glorias de que la ha llenado vuestro celo, y las que nunca sabrá agradeceros dignamente: los extranjeros os [159] deben tantas y tan exquisitas noticias, que podrán muy bien con ellas completar su famosa Enciclopedia; de suerte que hablándoos con la ingenuidad misma que acostumbro, cualquiera que tenga la menor noticia de vuestras apreciables obras, podrá creer desde luego que es inútil y perdido el trabajo, que se emplee en defenderos, cuando no puede haber quién no os aplauda y os celebre.

     Sin embargo, a fuer de Sabios, espero que convengáis conmigo en que no lo sois vosotros solos, ni por consiguiente los únicos acreedores a mi protección apologética, aunque hasta aquí la hayáis merecido toda entera. Por una parte el santo tiempo en que estamos, y por otra ese diantre de Censor que nos anda ahora con sus pedimentos pensadores, os confieso que me han traído a la memoria una de las obligaciones esenciales de mi cargo, como Patrono y Abogado de vuestras causas literarias, y de la que vivía yo muy olvidado por no haber pensado en ella. Tengo entendido que todos los Letrados, o Abogados, que es lo mismo para el caso, hacen en su recepción un solemne juramento de defender graciosamente a los pobres desvalidos, que por serlo, no son menos acreedores a la caridad que a la justicia, y esta práctica tan santa y tan loable me hizo creer que debía, aun con abandono de otra causa en que estaba trabajando [160] hacer muy luego la defensa de todos aquellos Sabios, que no por falta de caudal de luces y sublimes conocimientos, sino o por un efecto de su natural modestia, o por otras causas más ocultas que yo no llego a penetrar, tienen la desgracia de que o se sepulten en el olvido sus obras, o que sólo las lean manuscritas algunos pocos e ilustrados confidentes; y ya se ve, que habiendo puesto de su parte toda la diligencia posible para que no careciese el público de sus luces, no es culpa suya que un aire contrario las apague; ni puedo yo como Apologista Universal negarme justamente a su defensa. Pero aún hizo más esta manía de quererme meter a pensador: extendió de tal suerte mis ideas que me representó con la mayor viveza que no debía llamarme Universal, no sabiendo todas las Ciencias, o no siendo capaz de apologizar a todo Sabio que se le antojase tomar la pluma en cualquier asunto que fuese. No dejaba tampoco de ofrecérseme que para una empresa tan vasta necesitaba de un estómago de tanto buque por lo menos como el del Vizcaíno de quien habla el Diarista Pinciano(21) so pena de exponerme a alguna [161] mortal apoplejía. Di también en pensar lo indecoroso que me era la infame deserción que este año ha hecho de mi gremio aquel Autor que mereció ser el primero de mis Clientes; y aunque debo presumir que este mal ejemplo no hará impresión alguna en la fidelidad inviolable que los demás me profesáis, os mando que le tengáis en adelante por indigno de mi protección y de vuestra compañía; que no le deis auxilio favor o recomendación, para que pueda ser otra vez reintegrado en su honor de Cliente; que le declaréis y publiquéis excomulgado de vuestro gremio para escarmiento de todos, y desahogo de mi justa indignación.

     Ya iban a acabar conmigo todos estos sentimientos; cuando quiso mi fortuna darme a conocer el principio de donde dimanaban, y el remedio que me había de sanar de todos ellos. Dejé de pensar por un rato, y ve aquí que de repente se deshacen todas [162] mis dificultades y temores. Qué importa, decía yo, que me haya abandonado un Cliente, si militan bajo mis banderas una infinidad de Sabios, que es supuesto que lo son, y que exigen de justicia mi poderoso patrocinio? Por qué no he de salir a la defensa de todos aquellos Doctos sólidos y macizos que se ven despreciados malamente por cuatro charlatanes critiquillos? Y dirán todavía que no debo llamarme Universal, habiendo hecho ya la Apología de los Burros, y haciéndola ahora de los Sabios? Hay alguna Lógica que enseñe divisiones más exactas? Es constante que yo no sé todas las Ciencias, pero también es cierto y me dice la experiencia, que no es esto necesario para juzgar y decidir magistralmente sobre todas, con sólo estudiar alguna con la formalidad que corresponde. Mis Sabios, lo confieso, son los únicos poseedores de este maravilloso secreto, que causa tanta envidia a los Críticos ignorantes; por eso declaman agriamente contra todos sus estudios, y no quisieran que tuviera España tan riquísimos tesoros. Ello es cierto, Sabios míos, que si no fuera por vosotros hubiera sido tal en estos tiempos el trastorno que habría padecido nuestra Ciencia, que ya no la conocerían nuestros mayores, y estaríamos al presente sumergidos en esa maldita ignorancia que se va esparciendo en la Península por no querer estudiar y saber como vosotros y seguir [163] en un todo vuestros pasos. Y no deberé yo justificar vuestra conducta, y hacer patente al mundo vuestro mérito?

     Vosotros que desde la niñez habéis aprendido sin Maestro, sin arte y sin estudio mucha parte del idioma de la Patria: vosotros que como por juguete llegasteis a saber que hubo en otro tiempo hombres que hablaron otra lengua, y tenéis particular noticia de muchas de sus voces por haberlas leído en algunos de sus libros, y que habéis formado de ellas otro género de lenguaje tan puro y tan sublime, que no os entendería hoy el mismo Tulio; que con este auxilio tenéis todo lo necesario para pasaros libremente por todo el reino de las Ciencias, pudiendo decir con el Poeta narigudo:

                           Plus satis est linguas jam didicisse duas.

     Vosotros que habéis empleado después por el largo espacio de tres años todo vuestro talento y estudio en sondear los arcanos de la naturaleza con una aplicación tan intensa a la filosofía de vuestros mayores, que no os permitía la menor distracción a cualquiera otra facultad o ciencia, y hubierais tenido por un crimen inexpiable el leer otros libros que los vuestros, y el no defenderlos aun a costa del honor y de la vida: vosotros que deslindarais en un momento todo el árbol genealógico del ilustre Caballero el Señor Ente de razón, de su padre el Señor Ficto & imposibili, de sus hermanas y cuñadas las Señoras [164] Segundas intenciones y prioridades de naturaleza; que habéis visto y registrado muy despacio los más ocultos pliegues de la Materia primera y de su suegra la Privación, y que en fin, en virtud del aprovechamiento que habéis manifestado todos en esta maravillosa Ciencia, tenéis y conserváis de ella las certificaciones más auténticas, a fin de que nadie os pueda impedir el paso por los vastos países de la Jurisprudencia, de la Teología o Medicina, en las que os entráis a pie llano con el auxilio de aquella llave maestra de las ciencias, haciendo en ellas los rápidos progresos que se deben suponer de la instrucción con que ya llegáis a profesarlas: que sabéis, por ejemplo, disponer un Testamento a la Romana, para el que quiere hacerle en Aravaca; que haréis una anatomía silogística de la misma Divina Esencia y atributos inefables; que mataréis a un enfermo a lo Galénico, y os disculparéis de ello a lo Árabe; que... pero dónde voy yo con querer dar noticia de toda vuestra ciencia? Hay por ventura algún caso, algún pleito, alguna dificultad que no ceda a vuestra penetración y agudeza, cuando habéis empleado muchos años en aguzar vuestros ingenios? No tenéis el mérito de haber enseñado o enseñar actualmente cualquiera de estas ciencias, para alegarle en derecho en las vacantes de Mitras, Prebendas, Cátedras y Togas? Y nos querrán decir esos hombrecillos quienes vosotros habéis conocido tamañitos [165] jugando al trompo con sus iguales, que nada valen todas vuestras Ciencias y sutilísimos Discursos? Llamarán inútil todavía al tiempo que habéis gastado en resolver esas inmensas obras que nos dejaron vuestros mayores?

     Pues así sucede en nuestros tiempos infelices, Sabios míos. Así sucede en el día, y no hay lágrimas que basten a llorar el abandono y la desgracia en que va a precipitarse nuestra España, desde que cuatro mozalbetes lampiños se atreven a subirse a las barbas, llamándoos preocupados e ignorantes, porque no queréis entrar en los estudios de moda, que ellos tanto nos ponderan, y que no sirven sino para hacerlos charlatanes y viciosos. Oh si pudiera yo levantar aquí la voz y hacerme oír de quien pudiese corregir tanta insolencia! Y lo peor e que va cundiendo de tal suerte este contagio, que sólo vuestra constancia inalterable, será la que conserve entre nosotros la memoria de lo que fuimos en tiempos más venturosos. Si no temiera escandalizaros gravemente, o que la fuerza del dolor os hiciese reventar de sentimiento, os haría brevemente una pintura lastimosa de la ignorancia, de los disparates, de la falta de método y solidez, que esa caterva de bachilleres ha pensado introducir en nuestras Aulas. Sólo sí os diré algo de lo que con harto dolor mío, he podido observar en medio de la Corte que debiera ser el centro de las Ciencias, para[166] que por ello conozcáis lo mucho que debéis esforzaros para arruinar y combatir tan perjudiciales novedades, declamando siempre contra ellas, aunque sea sólo en secreto, para no perder alguno de aquellos muchos prosélitos que deben a vuestro celo toda su ciencia y su fortuna. Y a la verdad, Sabios míos yo no extrañaría que uno u otro entre vosotros, por capricho o por manía, se apartase del método recibido y practicado hasta el presente, porque en una Nación entera no pueden faltar genios díscolos y extravagantes, que no aprecien, como deben, la leche saludable que bebieron de sus hábiles Maestros, ni esto perjudica en realidad al concepto de sabio que justamente se merezca; pero lo que, no se puede sufrir en paciencia es que se intente trastornar el orden y plan que adoptaron nuestros Padres, y se quiera introducir alguna novedad en los estudios públicos, que deben ser la norma de los demás, y para hablar como estos innovadores, el Termómetro infalible del estado de nuestras Ciencias; así como nadie dice que esté hoy rica la Inglaterra, sin embargo de que tiene algunos Lores y Comerciantes poderosos.

     Hablando pues por casualidad hace algunos meses con un Oficial de Reales Guardias, sobre este particular, y lamentándome del atraso en que, según decían algunos celosos de nuestra gloria, se hallaban los estudios [167] de la Corte, el buen Señor, se me echó a reír a carcajada de mis quejas y lamentos; disimulé cuanto pude, suponiendo que aquella burla en un Militar petimetre y muy peinado nacía de una grosera ignorancia en toda suerte de letras, pues ya se sabe, que un Militar cuando más podrá saber alguna relación amorosa, o cuatro retazos de Comedias, para lucir entre las Damas. Con todo hizo tal empeño en persuadirme, que se ofreció a acompañarme aquellos días a ciertos exámenes públicos que se hacían en S. Isidro el Real, para que yo mismo me desengañase por mis ojos. En efecto, el día siguiente, aun antes de la hora señalada, ya estábamos los dos en aquella Real Casa: Entramos en un salón magnífico, que a primera vista me pareció cosa de Teatro, porque había su tablado muy decente, y en él unos bastidores o telones negros, que no pude por entonces adivinar para qué serían; pero en fin, después de haber entrado un concurso numeroso de toda clase de sujetos, al son de una campanilla, que tocó el Magistrado que presidía la función, se presentó un gallardo joven, y cogiendo yo no sé qué cosa blanca, empezó a tirar sus líneas en el bastidor, de suerte que yo creí que iba a trazar algunos calzones o casaca. Más advertí luego que hacía números y ceros unos sobre otros, mezclando rayas entre ellos y no [168] sabiendo yo lo qué significaban tantos números, quiso mi fortuna que se sentase a mi lado uno de mis Sabios, gran Filósofo y Teólogo, y algo conocido mío; y con esta satisfacción, le pregunté qué venía a ser, o para qué servía aquel entretenimiento, y me dijo: Esto es Arimética, y sirve para los Mercaderes y Tratantes y nada más, y estos chicos serán hijos de Comerciantes, y por eso la estudian aquí: yo la aprendí en dos semanas por la Cartilla, y ya se me ha olvidado la mitad. Salió luego otro Señorito, y comenzó con la misma jerigonza, pero advertí que no escribía números, sino las primeras y las últimas letras del A. B. C. y entre ellas unas rayas de muchos géneros, porque había cruces, sustenidos y otras figuras que parecían cosa de conjuro; y como yo me quedaba en ayunas de todo, recurrí a mi Oráculo y me respondió muy entero: Ah! esa es la Ginebra que sirve para juegos de manos, para títeres y cubiletes, que ya ve Vm. que eso es propio de extranjeros que se vienen acá con sus tutilimundis. Si yo mandara... ay, ay, le interrumpí: Qué raíces son aquellas que dice? tiene allí algunas yerbas o tomillos para esos juegos de manos? No Señor, me dijo, sino que por esas figuras conocen ellos las raíces venenosas y las saludables más o menos, conforme Vm. los oye. Bendita sea la madre que te parió, [169] decía yo entre mí, envidiando la mucha ciencia de mi Sabio.

     Salió luego otro muchacho con su compás en la mano a manera de Astrólogo, y haciendo varios círculos y figuras en el telón, hablaba de rayos, senos y ángulos, tropiezos, cuerdas, y otros nombres tan estrambóticos que por no entenderlos tuve que preguntarlos a mi Sabio; éste me dijo que aquella ciencia era la Simetría, con la que se hacían altares, y se median las cubas y los caminos, &c. Pero que todo ello lo traía Moya en sus cuentas con otras mil curiosidades tan inútiles como aquellas. Acabose en fin el ejercicio, y mi Militar, que en todo él había estado como absorto y sin hablarme palabra, me preguntó qué me había parecido? Malditamente, le respondí; esto ni es saber, ni es estudiar, según lo que he visto, y me ha explicado aquí un hombre Sabio. Éste, me dijo, será uno de esos muchos que dicen mal de todo lo que no entienden, ni lo han saludado en su vida; y eso de juzgar sin conocimiento, ya ve Vm. Cómo qué? le repliqué al instante: si me ha explicado aquí todas las figuras que han hecho de la Ginebra y de la Simetría con los usos a que sirven? Ojalá supiera yo otro tanto. Vendremos otro día, me dijo sonriéndose, y verá Vm. otros ejercicios más gustosos, y que los entienda mejor. Convengo en ello desde [170] luego, y he de deber a Vm. que igualmente me acompañe.

     Hicímoslo así a pocos días, y me quedé absorto al ver lo que no podréis creer, Sabios míos, y lo que sería capaz de escandalizar a toda Italia, al ver digo entrar en aquel circo respetable una Señorita joven, aunque de singular modestia y compostura, y tomar asiento en lugar muy distinguido entre los que al parecer eran los Examinadores y Maestros. Oh Romanos, exclamó entonces uno de mis Clientes, qué diríais de nosotros, cuando no permitíais a vuestras Matronas la entrada en el Senado! Díjome entonces mi Oficial, que no lo extrañase, pues al día siguiente debía concurrir también otra Señora extranjera. Ya no lo admiro, respondí; si las nuestras las dan tal ejemplo, qué mucho que lo imiten las extrañas? Bien decía yo que todo ello iba perdido; pero en fin, veremos en qué para esta maniobra.

     Presentose un Señorito, que parecía la misma lindeza y comenzó a relatar una oración latina que él mismo había compuesto, según me dijo mi amigo; pero en un latín tan rancio y tan añejo, como allá por los años de Cristo; yo no le oí una palabra de aquellas finas, cultas y sonoras de nuestras Aulas, que pudiese acreditar su invención y travesura de ingenio en la latinidad. Ya quiso Dios que acabase su Oración, y cuando [171] yo esperaba que le examinasen por las Platiquillas de Lara, o las de Aurelio, veo que sin más, ni más comienza a leer en Castellano por un tal Tito Livio que le señaló para ello la buena Señorita. Estaba junto a mí uno de mis Sabios, a quien causé no poca novedad la expedición con que leía, y dijo: Vaya, que para el tiempo que tiene el Señorito no traduce mal el francés. Saben Vms. si ha estado en algún Colegio de Francia? Qué Francia, ni qué alforjas, respondió mi Militar con unos humos, como quien tiene al Rey en el cuerpo. No es menester ir fuera del Reino para saber estas cosas, como se quiera estudiar, y se dé a los jóvenes la educación que corresponde. Este ilustre Duquecito ha cursado estos Estudios, y en ellos ha aprendido todo eso y mucho más que aún Vms. no han visto: aquí ha estudiado la Gramática, la Retórica, la Poética, la... Pues qué, dije luego a mi Oficial, van en Madrid los Duques al Estudio, como los chicos de mi Lugar? Pues para aprender a firmar, que es lo único que necesita un Señor, por lo que pueda ocurrir, no era mejor tener en su casa un par de Tunos pobres por Ayos del Señorito? Y en caso de que quisiese saber algo de Gramática, por ser el segundo o tercero de la casa, ha de ganar la vida a predicar, o a hacer coplas como Poeta mendicante para venderlas a los Ciegos? Apostaré yo desde luego a que [172] no sabe todavía nombrar una por una, y deslindar la casta de las mulas y caballos de su servidumbre, y a que no sabe llamar a los criados, sino por su nombre de bautismo: a qué no ha aprendido de boca de una Actriz alguna Tirana de las que se cantan en los Coliseos de esta Corte. Esto era lo que debía saber por si el día de mañana se le confiase una Embajada extraordinaria, o el mando de un Ejército, pero esas historias de los Romanos, que ya no viven en el mundo, esas novelas de los Poetas más viejos, de qué pueden servir a un Personaje? Válgame Dios, y cuanto hemos degenerado de la gravedad Española!

     Nada quiso responderme mi amigo, acaso porque le hicieron fuerza mis razones: sólo me dijo que atendiese como hacían lo mismo otros varios jóvenes; pero yo sin esperar más razones tomé la puerta, sentido de haber perdido aquel tiempo, y llorando amargamente la ignorancia en que nos vamos a ver sin remedio, si dejamos extender tan perjudiciales principios. Lloradla también vosotros, Sabios míos, que no tengo alientos por ahora para proseguir la narración de tantos males: pedid a Apolo me los comunique, y os diré en mi segunda parte otras lástimas mayores, y el único modo que me ocurre para remediarlas. [173]



ArribaAbajo

Número XI

                                                                          Artes subiere repente
indignæ, atque opibus cuncti incubuere parandis.
               Hyeron. Vid. Poeticor. Lib. 1. v. 130.
El trono de las Ciencias ocuparon
artes indignas, y con viles modos
al torpe lucro se entregaron todos.

     Por más que he trabajado, Sabios míos, para alejar de mi memoria los tristes sentimientos que me causó el infeliz estado de los estudios de la Corte, y la gran lástima que me hizo la miserable perdición de aquellos jóvenes, que si se educasen como vosotros serían unas Águilas en la carrera de las letras, no parece sino que a porfía se me presentaban cada instante otros nuevos y más graves motivos de dolor, que me harían desesperar enteramente del remedio, si no tuviera la mayor confianza en vuestro celo y en la adhesión inviolable que manifestáis a los principios sólidos de vuestras Ciencias. Reflexionando yo sobre que podía haber su poco de [174] farándula y apariencia en aquellos exámenes, que tanto me disgustaron, como os dije en la parte primera de esta Apología, quise saber si era mejor la enseñanza que se daba a aquellos chicos en sus Aulas respectivas, persuadiéndome a que acaso el miedo de verse en público los habría hecho decir y hacer tamaños despropósitos.

     Metime, pues, de rondón varios días en aquellas Aulas, y la primera que visité fue donde enseñaban la Lógica, pero qué Lógica, Sabios míos! Creeréis que a aquellos niños les metían ya en el cuerpo los Maestros esa maldita crítica, que ha hecho más estragos en las letras que las bombas en las guerras? Si vierais el descaro con que un rapaz se atrevía a decir: tal Autor no merece crédito en este punto porque escribió en tal o tal tiempo: el otro mintió, aquél fue un plagiario, éste fue un adulador, &c. de suerte que casi no decía bien de nadie sino de un tal Syncrono, que ya sabéis vosotros lo mucho que escribió; y de una, que si mal no me acuerdo, llamaba la hermenéutica, que será quizá el arte de menearse o cosa que lo valga. Allí no se hablaba de aquellas im portantes cuestiones que adelgazan el ingenio, ni más ni menos que el hambre, ni se sabía si la Lógica utente se distingue de la docente; si el ente de razón tiene fundamento a parte rei; si Dios le puede hacer o no; si los Ángeles se distinguen en especie, &c. [175] y sin saber esto qué han de adelantar después en la Filosofía y demás Ciencias? Cómo han de saber argüir a silogismo pelado en un concurso, por media hora, o más, si es necesario, para llenar el tiempo? Pero qué más? si no sabían decir distinguo, subdistinguo, formaliter, intrarsitive, ut quo, intentionaliter, reduplicative, secundum quid; antes bien los vi en ánimo de reírse de cualquiera que quisiese persuadirles su importancia.

     Ya conoceréis, que sin estos principios es imposible saber Física como vosotros; pera creyendo yo lo mismo, pasé otra día a la Aula de esta Facultad, más por divertirme, que por esperar algún adelantamiento en aquellos Escolares. En mi vida he visto cocina más bien surtida de tantas y tan relumbrantes baratijas: cazos, pucheros, redomas, botellas, jeringas de mil géneros, vasos, globos de vidrio, anteojos, licores, piedras, mil drogas; en fin hasta pulgas, piojos, ranas, y moscas vi allí guardados en unos vidrios muy curiosos, y con todo ello jugaban los Discípulos haciendo no sé que experiencias, o entretenimientos tan propios de muchachos, como indignos de los barbados; que se dedican a estudios graves. En vez de examinar si la materia primera apetece las formas sicut femina mas, si tiene o no propia existencia, si el compuesto se distingue de sus partes, si la causa final tiene movimiento [176] físico, &c. veo no sin mucha risa, que se pone un muchacho a explicar muy seriamente los Novilunios, las Epactas, la Indicción, y el Áureo número, como si estudiara para Maestro de Ceremonias, o Compositor de Burrillos: otro comienza a pasearse por el mundo, haciéndole todo añicos, Reino por Reino, y Provincia por Provincia, y más ligero que una posta corre y sabe los caminos de unas Ciudades a otras, sus distancias, situación, clima, gobierno, religión y costumbres. No os parece, Sabios míos, que estas bagatelas son del todo impertinentes?

     Pues qué diríais si hubierais visto a otro que para decir que se veía en un espejo, echó mano del compás y regla para hacer creer a los demás que aquello sucedía por ciertos ángulos y líneas que allá él se figuraba? Si vierais que uno se encaramaba por esos Cielos diciendo con la mayor satisfacción: allí está Venus, acullá Marte, aquí Júpiter con sus correspondientes Alguaciles, que por hacer de culto, los llamaba Satélites; en fin si le vierais echar leguas a millones, hablar de las estrellas con unas voces tan enrevesadas que sin duda las habría estudiado para que no le entendieran ni aun los Sabios; decir el horrendo disparate de que los Cometas no amenazaban guerras, hambres, o pestilencias, cosa que está mil veces comprobada en vuestros libros, y acreditada con otras tantas experiencias; y que los Ángeles [177] no querían ya andar a vuelcos con los Cielos, como Sysipho con su peñón en el Infierno, siendo así que los han visto trabajar en esta maniobra más de quinientos Filósofos, y Teólogos de tanto peso por lo menos como cualquiera de aquellos azules globos?; no le hubierais unido por impío, por sospechoso e ignorante? Pues esto se tolera y se enseña en Madrid públicamente, Sabios míos. A tanto como esto y aún a mucho más que yo me sé, llega nuestra preocupación, y la aversión que muestran aun los niños a los estudios sólidos y provechosos de la Filosofía de nuestros padres. Al ver este trastorno general de ideas, que acaso nacerá de leer esos malditos Filósofos del Norte, no pude menos de exclamar con uno de nuestros Escritores modernos:

                               O Hispani, Hispani! quæ vos locura moderna,
quæ furibunda mania novos studiare libretes
incaprichavit! Sic vestras Francia testas
offuscat miserabiliter, soplatque dineros!(22)

     En esto dio la hora, y me alegré sobre manera de no presenciar más ejercicios tan pueriles y superfluos; pero quiso mi desgracia [178] que al salir advirtiese mi disgusto uno de aquellos Estudiantes y me preguntase con la mayor cortesía, si gustaba yo de hacer alguna experiencia, o proponer alguna duda contra las operaciones practicadas. Yo, Señor mío, le respondí, no necesito otra experiencia que la de ver cómo pierden Vms. el tiempo en estos juguetes, ni tengo duda en que jamás sabrán Vms. ciencia alguna con fundamento, y con la solidez que se aprenden en las Escuelas. Ah, Amigo mío, me dijo, cogiéndome de la mano; tenga Vm. a bien le desengañe, pues me parece hombre de algún juicio, y que manifiesta bastante inclinación a las letras. Sepa Vm. que, así como a muchos no hacen mella los Gritos del Purgatorio, tampoco la hacen en nosotros los gritos de la ignorancia. Cuántos hay todavía en nuestra España, muy revestidos de Doctores, que no se desprenderán de sus errados sistemas, aunque se les ponga a los ojos la evidencia? Cuántos que preciados de Maestros en las Ciencias no saben todavía sus principios? Hallará Vm. una infinidad de hombres que se llaman de carrera, y que sin haber visto otros libros que el Goudin, el Palanco, Losada, o el Aguilera para su Filosofía, y el Gonet o Godoy para su Teología, se atreven a declamar contra los Filósofos modernos en común, y sin haberlos leído, ni saber siquiera sus nombres, los tratan a todos de Ateístas y vitandos, sólo porque [179] han oído decir que Voltaire, Rousseau, Hobbes, d'Argens, y otros pocos se han fiado sobradamente de sus luces, o han abusado de ellas contra la Religión o la moral; y no dudarían en incluir en el catálogo a los Polignac, Cassinis, Pascales, Chatelards, y La Cailles, que fueron muy virtuosos.

     Pero tengan razón en esto si así se quiere; la Geometría, Cronología, la Hidrostática, la Dinámica, las Matemáticas, la Álgebra, el conocimiento de las lenguas sabias, son también Ateístas y vitandos? Cuando en su vida han empuñado un compás, cuando no darán razón del más sencillo efecto natural que se les pregunte, cuando no saben explicar siquiera por qué sube el chocolate cuando se hace para tomarlo, y acaso lo sabrá mi cocinera, pretenden que se les llame Filósofos naturales? Tienen estos hombres idea de lo que es naturaleza, y saben la extensión y límites de la Física? Esos inmensos globos que giran sobre nuestras cabezas, los habrá hecho el Criador para que los admiren las Lechuzas y los Topos? Ah Señor, dicen Vms. que esas filosofías son vanas y peligrosas a la Religión; y nosotros estudiamos la que únicamente se conforma con nuestros dogmas, y es la más propia para la Teología. Pero quién sino la más crasa ignorancia puede dictar estas razones? Por eso he visto yo en la Corte que un Teólogo reverendo, disputando sobre la fe, dijo [180] que los errores de Calvino se habían condenado en un Concilio de Oriente, celebrado en la Ciudad de Letrán. Por eso hice yo creer a otro que el Rey de Francia se había embarcado en Versalles, para ir a Cherburgo en pocas horas: por eso creyó él mismo que según las dimensiones que refiere la Escritura del Templo de Salomón, era éste más largo que todo el paseo del Prado, y un poco más ancho que la Plaza mayor de Madrid, si es cierto que ésta tiene como 350 pies Castellanos. Desengáñese Vm., Amigo mío que ya hace muchos años que se estampó aquello de que quæcumque ignorant, blasphemant, y nunca podrá ser falso. Deme Vm. uno tan solo que instruido en estas Ciencias las desprecie como inútiles, y entonces se llevará la palma; pero de lo contrario no merecerán de ningún cuerdo otra respuesta que la risa.

     Yo no sé como tuve paciencia para aguantar esta descarga. Ved ahora, Sabios míos, el concepto que merecéis a estos ilustrados Bachilleres. Si yo no supiera que la constancia es el carácter de los Sabios, acaso me hubieran hecho alguna fuerza sus razones; pero le dejé con la palabra en la boca, y me retiré lastimado de su ceguedad y fanatismo, despreciándole solemnemente en mis adentros. Demos que mis Sabios, decía yo, no supieran estas frioleras de Geometría, Matemáticas, y lenguas; pero sería por conocer [181] con evidencia que eran del todo inútiles para sus adelantamientos, pues de otra suerte era regular las estudiasen. Fuera de que júntense todos esos Matemáticos que tanto se precian de demostradores, a ver si con todos sus instrumentos, máquinas, y compases son suficientes para convencer aun al más ínfimo de mis Sabios, y hacerle que se desdiga? Acuérdome muy bien que porfiando uno de estos Charlatanes, sobre que morían los animales en el recipiente de la máquina Pneumática luego que se la extraía el aire, un aprendiz de Sabio sostenía que era mentira, y que no se lo harían creer todos los maquineros del mundo. El Charlatán, sin más ni más, armó una red, y cogiendo en ella un gorrión, le metió en el recipiente, y comenzó a trabajar hasta que el pobre animalillo tuvo que tenderse panza arriba como muerto. Lo ve Vm.? decía el maquinista. Amigo, le respondió mi aprendiz: desde luego lo creyera si Goudin no me dijera lo contrario.

     Añádase a esta constancia e inmutabilidad de entendimiento, la universal virtud que tienen las precisiones objetivas y formales, las cualidades ocultas, y sobre todo el incomparable arte silogística, para resolver cualquiera dificultad que se proponga: supóngase un mozo de bastante robustez de pulmones, que al primer sic argumentor haga pedazos la tarima, y que vaya haciendo [182] creer progresivamente la fuerza del argumento en razón directa de los gritos, e inversa del cubo de la distancia de la verdad, qué caso debe hacer del mismo Euclides? A Newton que se le pusiera delante, armatus de cuspide in albo, como dice un Sabio, le respondería con el mismo: ejus argumentum non valet unam festucam. Qué importa, pues, que esos Críticos declamen contra mis Sabios, y que pierdan miserablemente su tiempo en bagatelas y fruslerías, si las Ciencias sólidas, las de provecho y honor están como vinculadas a su profesión, a su talento, y a su método de estudios?

     Pero en fin, Sabios, si sólo se viesen abandonadas vuestras Ciencias favoritas en San Isidro, y en el Real Seminario de Nobles, que también me dicen ha adoptado los mismos o mayores disparates, no me sería tan sensible este desorden, porque esto pudiera quedarse entre nosotros, sin llegar a noticia de los Extranjeros; pero lo que no se puede sufrir es que haya quien se atreva a clamar públicamente y por escrito contra vosotros, negándoos casi todo vuestro mérito, y llegando a tanto la insolencia, que se diga no merecen ni el nombre de ciencia todos vuestros sutiles y profundos conocimientos. Verdad es que son pocos los que piensan tan infamemente, y que si el pleito se hubiera de decidir a votos, sería mucho mayor vuestro partido; pero como lo escrito [183] se lee, si llegan a manos de nuestros vecinos esos infernales abortos, cómo ponderarán nuestra ignorancia? qué burla no podrán hacer de nuestro atraso? Un tal Juan Pensador, y Consortes, que supongo no los conoceréis, han presentado a ese diantre de Censor, enemigo de todo lo bueno y aun de muchos milagros impresos, un escandaloso pedimento contra vosotros en que pretenden despojaros del título de Sabios, que gozáis desde tiempo inmemorial, queriendo persuadiros, qué locura! que no son ni han sido jamás Ciencias vuestra Medicina, vuestra jurisprudencia, y vuestra Teología. Pero por qué lo dicen? Porque esas Ciencias están llenas de dudas, de disputas, de probabilidades y opiniones. Gran razón, por vida mía! como si vosotros debierais ser como esos fríos e insípidos Matemáticos que no riñen, ni disputan, ni se alteran, y a todo dicen amén. Como si no fuera la mayor ciencia posible el saber disputar en pro y en contra, todo el tiempo que se quiera, sin peligro de ser vencido. Pues a fe, que una Nación que pudiese estar segura de no ser vencida, siempre sería la más temible del mundo. Querrán también negar esos alumbrados o alumbrantes que son verdaderos oficios los de Sastre, Zapatero, Carbonero, Albañil, Arriero, y demás a que ganan la vida muchos hombres? Pues por qué no han de ser Ciencias las que igualmente os mantienen vosotros? [184]

     Pero demos que el Censor pudiera tener voto en Medicina, o en Jurisprudencia, porque según me han dicho parece que es un Caballero, y puede haberlas estudiado, pero quién le mete ahora a dar su voto en Teología, sin presentarnos primero su título de Doctor borlado, o de Bachiller en ella? Debiera saber que la Teología viene de lo alto, y es una Señora más delicada y melindrosa que todas las Damas de la Corte; que huirá cien leguas de toda cabeza encasquetada de peluca empolvada y olorosa; y que es necesario tener bien rapada por lo menos la coronilla, para que pueda entrar su Señoría. Y se nos viene a decir que para ser Teólogo es necesaria la Historia, la Crítica, las Lenguas, y otras mil zarandajas; como si vosotros no lo fuerais sin ninguno de estos adminículos. Porque la Historia no os puede decir sino las cosas pasadas que ya no hacen ni padecen, y por consiguiente son inútiles para el caso: la Crítica es impía y peligrosa, y os puede hacer dudar de las cosas que tenéis por más ciertas y constantes: las Lenguas son superfluas, porque lo tenemos ya todo traducido al Latín, y esto nos sobra. Vease, pues, si puede ser mayor el desvarío! Y sobre todo, hemos de llegar nosotros al zancajo de nuestros Autores, que sin estas niñerías nos han dado tantos y tan macizos Comentarios Teológicos? Qué disparate! Lo mejor es no hacer caso, [185] y dejarlos con sus manías. Bien dice nuestro Sabio flamante el Señor D. Veracio Chacota, que todos estos son Escritores adocenados y de pane quærendo, y es lástima que no se hubiera aguardado un poquito para meter también en lista ese nuevo plan de estudios de la Universidad de Valencia, y los nuevos estatutos del Real Colegio de Cirugía de Madrid, más pésimos que todos los Escritores.

     Ya estoy viendo me diréis que por qué no corrige estos abusos quien puede? por qué se permite publicar tan indignos papeluchos? Por qué no los quema públicamente o los prohíbe in solidum el Gobierno? Ah, Sabios míos, y cuánta razón tenéis! Así debiera ser si estuviéramos en otros tiempos, o vosotros al frente de los negocios. Pero ahora con cuánto dolor lo digo! Hasta el mismo Ministerio, hasta el Trono mismo desprecia vuestras ideas, y admite y da favor a esos que llaman estudios sólidos, haciendo lo posible para que este mortal contagio vaya inficionando poco a poco a toda España, y lo peor es que nadie sino vosotros tiene el único y verdadero específico contra él. Ahora qué trastorno! ninguna esperanza podréis tener de que encuentren allí acogida vuestras exquisitas ciencias, pues no sólo hallan entrada y abrigo los toscos Artesanos y rústicos Labradores, sino que hasta las mismas Reales Personas leen, estiman, [186] y aun premian los libracos que tratan de oficios mecánicos y despreciables, como la Agricultura, los Telares, las Fábricas, los Curtidos, &c. y alaban mucho a los que se entretienen en estas impertinencias, y los admiten a su Real presencia hablando con ellos como si fueran hombres.

     Mas para que acabéis de conocer de una vez cuan lejos está el Ministerio de pensar en vosotros, reflexionad un poco en sus determinaciones: quiere S. M. ver a sus Vasallos ricos, felices y contentos, y aliviarlos en un todo, y los Ministros toman tales medidas para su ejecución, que no reparan en hacer paces hasta con los mismos Turcos, y perros Argelinos, cosa nunca vista entre nosotros, que siempre nos hemos preciado de guerreros. Y quién duda que no habiendo guerras será nuestra Nación la más miserable de Europa? Yo me acuerdo que aun cuando estábamos en guerra viva con ellos, teníamos tanta gente de sobra que había muchos ociosos y desocupados; pero ahora ni uno siquiera que se encuentra. En qué estará empleada esta gente! Yo aseguro que no se hallará estudiando vuestras Ciencias. Qué diferencia de estos tiempos a los pasados! Entonces no vendíamos nuestros géneros, y teníamos a que echar mano en una urgencia, y aunque viniera un año malo teníamos de repuesto las cosechas de dos o tres: entonces podíamos dar limosna al primero [187] que la pedía, y el que no quería trabajar tenía la ración segura por este medio: entonces los Catalanes, Valencianos, y Andaluces no tenían peligro en ahogarse en el Mediterráneo, porque no se apartaban de las costas, y aunque cogieran a algunos los Argelinos, también los mantenían allá, y eso menos nos comían: entonces trabajaban para nosotros todos los Extranjeros, y nos surtían de cuanto necesitábamos, viniendo ellos mismos a traérnoslo todo a nuestras casas, y en esto dábamos a entender que éramos Señores de dos mundos. Con las guerras teníamos Soldados valientes que hacían prodigios de valor: había asuntos para fomentar la Poesía Épica; era un gusto leer en las Gacetas tantos muertos y heridos, y otros muchos prisioneros, un Navío que se incendiaba y otro que se fue a pique: estaban en su auge nuestras Fábricas de pólvora, bombas, cañones, y morteros, cuando ahora por no haber guerras, ni cohetes, tendremos acaso que venderlas o cerrarlas.

     Pues ved aquí que todos estos bienes han desaparecido ya de entre nosotros, y casi no somos sombra de lo que fuimos, desde que el actual Ministerio ha sabido componer que no haya guerras. Y para qué? Para poner en planta unos proyectos, que yo ciertamente no sé cómo entenderlos. Por una parte no piensa sino en que haya muchas Fábricas de todos géneros en el Reino; que haya [188] mucha industria, que trabajen todos para ganar de comer, que se apliquen a las Artes, que comercien y trafiquen por todo el Orbe libremente, lo que nunca habíamos hecho, y todo ello a fin de ponernos en un estado floreciente y respetable; pero por otra nos gasta los caudales en hacer caminos, puentes, calzadas, y canales, queriendo exceder a los mismos Romanos: en dar sueldos y pensiones a todo el que invente una friolera como un torno para hilar mucho más, un arado, un molino, una nueva fábrica de cualquiera cosa; en vestir a las niñas pobres, y regalar a las Maestras que las tengan allí sujetas como madrastras, haciéndolas trabajar, coser, bordar, y aprender el Catecismo, como si hubieran de ser Monjas: en fomentar esas Sociedades Económicas, cuyo nombre de economía es tan contrario a nuestra innata generosidad y largueza: en proteger esas suntuosas Academias, que pretenden obscurecer vuestra erudición, no considerando, como me lo advirtió uno de vosotros, que San Agustín había escrito mucho contra los Académicos, y que así no debía haber Academias en España, como tampoco las había en África desde aquel tiempo. Pero qué más? Baste deciros que viniendo del paseo un Sabio y yo encontramos a un Personaje, de los más principales de la Corte, junto al Prado, y me dijo tu compañero que iba a la casa de la [189] Botánica, que según me explicó, era una Huerta donde los muchachos se divertían en acertar los nombres de algunas hierbas que allí se crían, todas de poca sustancia, pues yo nunca he visto en ella que se haya mandado plantar abundancia de Berzas, y Nabos, para vuestro alimento.

     Pero en fin todo esto sería tolerable, si el Ministerio hiciera caso y apreciase como debía vuestra Ciencia, y os diese el premio justo a que por ella sois acreedores. Pero la lástima es que sólo le gustan esos libretes de Agricultura, de Artes, y Comercio; de Matemáticas, Historias y otras Ciencias; esos que están escritos en Lenguas extranjeras las cuales vosotros aborrecéis por inútiles y superfluas; pero a buen seguro que haya premiado hasta ahora ni con dos cuartos a ninguno de mis Clientes, y, sino, que me desmientan Juan Claro, Redondo, Valderrabano, Chacota, o el Sacristán de Berlinches. Y con todo nos dicen que tiene el amor patriótico más grande. Ah el verdadero amor patriótico está en solos vosotros, Sabios míos! Sí: vosotros no leéis esos libros extranjeros, vosotros no sabéis ni habláis otra lengua que la de la Patria, no tenéis noticia de otros usos, costumbres y gobierno que los nuestros: no daréis los buenos días a un Inglés, Alemán, o Ruso que halléis por esas calles: en una palabra, hablaréis siempre mal, como es debido, de toda cosa extranjera. Y a pesar de todas estas [190] ventajas han de ser estimados y preferidos a vosotros esos Charlatanes eruditos, que no se les entiende lo que hablan, esos Filósofos que hacen demostraciones sin silogismos, y que tienen más traza de titereros que de Sabios, esos que se llaman Teólogos, porque mezclan mil impertinencias extrañas para vosotros en la Teología, esos Médicos, que peores que verdugos han descuartizado mil cuerpos de Cristianos, que horror! que conocen cuatro yerbas, y saben hacer mil conocimientos: toda esta turba de ignorantes, vuelvo a decir, ha de ser preferida a vosotros, y se ha de llevar no sólo la atención del Ministerio, sino las Cátedras, las Prebendas, los honores y los premios? Dónde estamos? Es ésta la España misma en que nacimos? Qué dirían nuestros padres, si se levantasen ahora del sepulcro? Vosotros solos les pudierais decir que erais sus hijos.

     Y qué remedio, me diréis, para atajar este contagio que se va extendiendo de tal suerte que llega ya hasta el otro mundo? Cómo nos hemos de oponer a esa caterva de envidiosos, que nos persigue y nos malquista para llevarse los empleos? Hoc opus, hic labor, Sabios míos. Pero fuera de que debéis contar en todo evento con mi auxilio apologético, y que además estoy firmemente persuadido que sería mucho más fácil demoler en un minuto a Gibraltar, y reducirle [191] a cenizas, que causar la Menor conmoción en los sólidos cimientos en que estriba vuestra ciencia; deba, no obstante, exhortaros seriamente a permanecer constantes y hermanados en todas vuestras ideas, estudios y opiniones, y a que por ningún acontecimiento escuchéis ni leáis alguno de esos libros de Filósofos modernos, que pudieran acaso seduciros como a otros menos cautos o instruidos; que vosotros; y si alguna vez los oyereis nombrar, y especialmente a un tal La Caille, muy estimada de esa gentecilla, diréis, que si no fuera por un Sabio como vosotros, que le convirtió en París, ni se acordarían de él para nada.

     No perdáis ocasión de decir ni escribir contra ellos cuanto se os venga a las mientes, con tal que sea sólo entre vuestros alumnos y Clientes, delante de los que no estudian, y aun delante de casi todas las mujeres, porque importa sobre manera tener a favor vuestro a todo el pueblo, y que éste os venere y os escuche como Oráculos. Despreciaréis igualmente, pero sin leerlos, todos los papeluchos que se publican en el día, sin distinción alguna, y os lastimaréis amargamente del tiempo que se gasta en escribirlos, suponiendo que serán inútiles, porque el mando siempre ha sido el mismo, y nada se ha de remediar con ellos; y si en confirmación de esto alegáis vuestra experiencia, esto es, que a vosotros nada os [192] hace fuerza, tenéis el pleito vencido, y ahí es nada lo que importa! Por lo demás dejad que el Ministerio mande, renueve, reforme, o haga lo que gustare: ya sabéis que no alcanza su jurisdicción al alcázar de vuestras incontrastables cabezas; y si es cierto lo que esos mismos modernos quieren persuadirnos, sobre el orden y modo con que están en el cerebro las especies que tenéis bien estampadas o impresas, según vuestro lenguaje, yo os asegura que el Gobierno no se ha de divertir en trastornar la actual constitución de vuestras fibras; y así como es dije en mi tema, creo firmemente que

                            Un golpe superior es necesario.

     Y cuál es? El de la muerte. [193]



ArribaAbajo

Número XII

                              Tibi soli tacebunt homines? Et cum cæteros
irriseris, a nullo confutaberis?
                                              Job. XI. 3
Habrá quién calle a cuanto tú murmuras,
y no rechace tus sofismas necios,
llenándonos de hipócritas censuras,
calumnias torpes, bárbaros desprecios?

     Bendita sea una y mil veces, Clientes míos, la hora en que me vino el pensamiento de constituirme vuestro Defensor y Apologista. No tengo yo palabras para ponderaros la alegría y la dulce complacencia que siente mi corazón al ver el celo y la noble envidia que hasta aquí habéis mostrado todos por aventajaros mutuamente en contribuir con sabias y eruditas producciones al mayor lustre y gloria de la patria. Y cuando es muy ordinario en los Maestros de las Ciencias el quejarse amargamente del poco estudio y emulación de los Discípulos; yo por el contrario me he viste tan embarazado muchas veces para distinguir [194] los quilates de vuestro mérito, que si hoy me parecía uno el más sobresaliente de todos, mañana se me presentaba otro que la disputaba con razón la preferencia. Qué satisfacción la mía, al ver que el Monarca, el Gobierno, las Academias y Sociedades tienen que expender muy gruesas sumas, señalan premios, acuñan medallas, ofrecen y dispensan mil honores para hacer a sus alumnos aplicados y estudiosos; cuando yo sin ninguno de estos arbitrios, y sin más fondos que unos breves cánones, y la protección que os tengo prometida, veo que hacéis unos progresos en las Ciencias muy superiores a cuantos pueden esperar de su actividad y diligencia todos esos Cuerpos respetables! Una consideración tan lisonjera a mi amor propio, y que en alas de la vanidad más bien fundada debiera remontarme a la cumbre del honor más distinguido, me tenía casi embelesado con la esperanza del premio correspondiente a mis desvelos, y al crédito que me conciliaba vuestra notoria aplicación y lucimiento.

     Pero quiso mi desgracia anegar en el más profundo sentimiento todas mis vastas ideas con la muerte de mi Cliente favorito el Señor Juzgado Casero, de que ya os supongo noticiosos por la esquela de convite que para sus des-honras ha publicado el Correo de los Ciegos: y ya veis que a nadie podía caber tanta parte de dolor como a mí en una pérdida que me parecía enteramente irreparable. El mejor, [195] decía yo, el más benemérito, el más útil, el más sabio de todos mis Clientes falleció? Aquel Astro tan benéfico y luminoso que repartía con igualdad sus brillos a los prados, al teatro, a los ríos, a las tiendas, a las chozas y pocilgas se ha eclipsado? Infeliz España! Quién podrá llenar el hueco que hoy te deja mi Cliente? La elocuencia, el bello gusto, la erudición, el decoro, la urbanidad, el chiste, todo desapareció con el Juzgado y no habrá ya quien se atreva a sucederle dignamente. Pobre de mí, que me falta ya el apoyo de mis mayores esperanzas!

     Anegado en tan melancólicas ideas venía yo una tarde del paseo cuando me encontró un amigo, que conociendo en el semblante lo grave de mi dolor, tuvo la bondad de consolarme dándome mil albricias y parabienes de tener un nuevo Cliente, que me daría más honor que cuantos había tenido hasta entonces. Cómo así, amigo mío, le respondí entre atónito y maravillado? Es posible que Juan Claro pueda tener herederos de su espíritu en España? Amén que, me dijo luego, a la vista está y puede Vm. desengañarse por sí mismo: y diciendo y haciendo echó mano al bolsillo, y puso en las mías un curioso papelito que tenía por epígrafe: Los Censores del Censor. Luego que vi un título tan legítimo de mis Clientes, sin otra ceremonia le dije, agur amigo, y me desfilé la calle abajo tan embelesado en mi lectura que por poco no me hace [196] añicos un coche, que venía detrás más que de paso, y tan inmediato a la hacera, que no tuve más arbitrio que tirar mi papel a los hocicos del Cochero, y decirle con mil rabias: Ah cativa criatura, si tú fueras mi Cliente ya observarías mejor mis Cánones que las leyes del Gobierno. Tomé mi papel del suelo, aunque bastante pisoteado de las mulas; y no pasaré hasta encerrarme en mi cuarto, para ver despacio si me había engañado o no mi amigo.

     Leíle todo entero hasta tres veces, y no acababa de creer lo mismo que estaba viendo por mis ojos. No pudo tener Cervantes tanto gusto al componer su D. Quijote, como el que sentía yo al leer mi papelito; y si alguna vez he creído que una alegría desmedida pudiese matar a un hombre, fue sin duda cuando presentandóseme bajo un punto mismo de vista los progresos de mis Clientes, el honor que daban a la patria, el que a mí me resultaba, el pasmo de los Extranjeros, la admiración de los eruditos, y el copioso material que ofrecen a nuestros Apologistas, sentí en mi pecho una plenitud tan abundante de gozosa complacencia, que estuve a pique de que las costillas falsas se me pegasen al Esternón sin desencajarse del Sacro. Avergonzábame por otra parte de haber tenido unas ideas tan limitadas de la ciencia y erudición de mis Clientes, creyendo que ninguno pudiese exceder ni aún igualar a mi juzgado Casero, cuya muerte tanto había yo llorado: veía claramente, [197] y no podía negar las imponderables ventajas que le hacía este nuevo papelito por todas sus circunstancias; y conociendo que no era yo capaz de graduar exactamente el mérito de mis Clientes, exclamé de esta manera: O cuán cierto es lo que me dice un grande Sabio! Es menester confesarlo: solos Juan Luis Vives y Francisco Bacon de Verulamio han conocido en el mundo el mérito intrínseco, el valor real de la sabiduría y solos ellos eran capaces de desempeñar dignamente el aprecio de la de cada Nación. Ah sublimes ingenios, decía yo, si cayera hoy en vuestras manos esta producción de un siglo más ilustrado que el vuestro, cómo dejaríais de quedaros patitiesos, sin saber como admirarla?

     Resolvime, pues, a ser más cauto en adelante; mas como no me era posible resistir entonces a la fuerza del contento de que me hallaba poseído; sin hacer caso de tan molestos escrúpulos, desahogaba mi pecho con decir: Válgame Dios; y cuánto me alegro de que mis Clientes impugnen, convenzan, ataquen, y aturullen a ese diantre de Censor, a ese Herodes de mis Sabios, a ese coco de las Ciencias! Ahora, ahora verá el mundo si nuestra España tiene Sabios de copete, que se las puedan apostar a los Catones. No sé cuánto diera por tener aquí a esos charlatanes extranjeros que dicen que somos medio bárbaros, para darles en sus barbas con esta dedadita de miel tan deliciosa. Mas no, tate; eso quisieran [198] ellos, pillar una obrita como esta para vestirla y adornarla a su moda como han hecho con nuestros sermones, y vendérnosla después, por suya, y a buen precio. Pues a fe que si yo mandara, haría poner cien ejemplares en el archivo de Simancas con sus testimonios, fe hacientes de ser obra española del siglo XVIII, original, genuina, y no copia extractada ni aprendida su doctrina en libros ni países extranjeros, como lo dicen de los Sénecas, Quintilianos, Feijoos, Canos, &c.

     Pero sobre todo qué dirá nuestro Censor? No estará precisamente abochornado y confundido, sin atreverse a parecer en público viéndose tan solemnemente convencido por mis Clientes? Pero qué Clientes? Se pensará acaso que son algunos Doctores reverendos, algunos hombres llenos de canas y agobiados con el peso de las letras, algunos sutiles y agudos Escolásticos hartos de quebrar cátedras y tarimas? Nada menos que eso. Unos pobres muchachos que aún no han saludado las Aulas, que no se han criado entre los ergos, unos chicos de una Aldea, y hechos acaso de otro barro menos fino que el de Talavera; unos niños, no de Nápoles, de Alcorcón son los que triunfan de todo un Señor Censor. Pero con qué razones! Con qué solidez y nervio! Qué Lógica tan sutil, qué Crítica tan fina, y que Teología tan nueva y tan sublime! Al fin como de la fábrica de Alcorcón. Y en qué materia se atreven a convencerle? Es por [199] ventura en algún asunto de comercio, de lujo, de modas, o de preocupaciones del vulgo? No Señor: en un asunto que choca nada menos que con la misma omnipotencia del Eterno. Con qué evidencia no le prueban al Censor que Dios puede hacer milagros, para cuando pueda llegar el caso de negarlo? Aun desde la primera línea del Prólogo de moda le hacen un argumento tan de moda, que es imposible que se escape.

     Del primer porrazo le encajan encima a Jesús, María, y Joseph con el Demonio, y a breve rato salen también a bailar el diablo pendolista, el diablo de la lujuria, y el diablo de los titereteros. Qué modito este para cogerle entre puertas los muchachos, como pudieran hacerlo con un gato! Pues las coplas? Eso sí que es una maravilla: ni el mismo Pegaso con toda su ciencia cabalina las pudiera hacer mejores. Verdad es que éstas las compuso un vecino del Lugar que sabía mucho; y cuando se leían en la taerna no dejaban de ser tan buenas como las de Cervantes; pero esto no es del caso: contentémonos con saber que el Poeta había leído libros de mejor doctrina que la del Censor; y esto era simpliciter necesario para poner en décimas la conversación de los muchachos. Y qué diremos del que las da a luz ilustradas con sus notas? Por lo menos aventaja en tercio y quinto al Notario del Juzgado Casero, que Dios haya. Qué doctrina! Qué Teología! Qué [200] erudición! Allí nos cita un tal Rosseau y otro Mr. Berg, que yo no los había oído nombrar siquiera en España. Qué destreza para interpretar las Santas Escrituras! Y dirán que nuestra Teología es fútil y descarnada? Ah precipitados Apologistas de la patria, que andáis brincando de siglo en siglo como corzos, para tropezar con un Tajón, un Isidoro, un Arias Montano &c. y probar que hubo Teólogos en España, cuando si os hubierais esperado hasta estos días, los cogeríais a manojos como espárragos, y qué gordos! Aquí teníais y muy cerca dos muchachos y un vecino de Alcorcón con un editor de Madrid, capaces todos cuatro de establecer un Quadrivio en el siglo XVIII más célebre y famoso que el del VII. Y para que en nada le fuese en zaga nuestro siglo a los antiguos, podíais añadir a los dichos al no menos Teólogo aprobante de esta obrita, que lo será sin duda, y de alto bordo. Porque a la verdad, si un solo D. Jorge Juan nos hace excelentes Matemáticos, qué no nos harán cinco Teólogos consumados? Vease ahora si se trata pro dignitate en España la ciencia de la Religión y esto no en estudios privados, ni solamente en las Aulas, sino en obras que para nuestra instrucción se aprueban y se publican con las licencias necesarias, y que por lo tanto son el único e infalible testimonio de nuestro adelantamiento, y un tapaboca, una mordaza cruel para nuestros émulos impugnadores. O virtud más que prodigiosa [201] de mis cánones! Sola tú pudieras dar a España unos héroes que se harán temer y respetar en todo el Orbe.

     Así discurría o deliraba yo enajenado de mí mismo y a impulsos de tan excesivo contento, cuando por mi desgracia llega a visitarme un Estudiantón Extremeño, Opositor a Curatos, a quien yo había conocido años hace en Alicante. No dejó de extrañar mi gozoso sobresalto, y preguntándome la causa de una alegría tan incompatible con lo adusto y sombrío de mi genio, le conté lo que me pasaba, y comencé a exaltar el mérito de los Censores del Censor, creyendo, ya se ve, que sería también de mi dictamen. Pero qué extravagantes son los hombres en sus gustos y aprehensiones! Ah, sí, me dijo, gran papel por vida mía, si en vez de tratar de una cosa tan augusta como los milagros, hablase solamente de las ollas y pucheros de Alcorcón, que es lo que se podía esperar de dos muchachos de aquel Pueblo; pero hacerlos disputar sobre lo más alto de la Santa Teología, es querer que ésta tenga los mismos vicios o impropiedades que nuestras peores Comedias: es hacer con la ciencia de la Religión lo que hace con las malas Tragedias la celebrada del Manolo. Ese papel es el mejor castillo para defensa de la superstición, del error y del fanatismo; y muy poco puede hacer contra estos monstruos toda la vigilancia de nuestros Supremos Tribunales, si cuando se les corta una cabeza se [202] dejan renacer otras. Deje Vm. que éste y semejantes papeluchos anden en manos de todos, y verá Vm. canonizados en el vulgo hasta los delirios de una imaginación, la más deshecha, las visiones y patrañas de toda beata embustera, los milagros del interés y los prodigios que obra el sueño en las personas demasiado escrupulosas en materia de colación. Deje Vm. que se crean tan comunes los milagros como se han creído las endemoniadas hasta ahora, y verá Vm. cómo vivimos a costa de milagritos. No es una vergüenza que en un Reino tan católico como el nuestro se hayan visto precisados los celosos Tribunales de la Fe a proscribir más de mil veces estos excesos de superstición en milagros falsos, en indulgencias apócrifas, en privilegios ridículos, y en devociones fanáticas? Y cuántos libros están llenos todavía de semejantes embustes?

     Poco a poco, Señor mío, le repliqué; que parece no lleva Vm. traza de acabar en esta noche. Con que Vm. tampoco cree esos milagros que nos ha copiado el Censor? Pues no ve Vm. que son posibles y que están en letra de molde en muchos libros, y que los defiende sutilísimamente este mi papelito? Negará Vm. que puede Dios hacer esos y muchos más? Tampoco negaré, me respondió, que Dios puede dar más ciencia y hacer más sabio al Autor que le ha compuesto, pero nisi videro, non credam. Ver y creer es la regla [203] más segura cuando Dios no habla. Dios me dice que habló la Burra de Balaam, y así lo creo; pero he de creer también que habló un carnero, para enseñar la doctrina cristiana a un Indio en el Perú, porque así lo dice e Belarmino de la impresión de Madrid de 1777, y no el original Italiano? (pág. 6) He de creer, yo que habiendo vomitado tres huevos enteros la Venerable Mariana de Jesús, llamada la Azucena de Quito, las cáscaras que tres días antes se habían arrojado detrás de un cancel, corrieron ellas mismas a abrigar en su seno las yemas (no sabemos qué se hizo de las claras) y que hasta la cuchilla con que se habían abierto daba también saltos y voltetas sin cesar, hasta que la Venerable puso al nuevo danzarín sobre sus libritos de devoción, porque así se dice en el compendio histórico de su vida? (pág. 106) Deberé yo creer que con vestir el hábito de la V. O. T. del glorioso S. Francisco, me dispondrá Dios para que acabe en gracia; que no temeré en la muerte las visiones del demonio; que no estaré un año entero en el Purgatorio, y que si soy bueno he de resucitar con las cinco llagas, porque así lo dice el Catecismo Seráfico, impresión del año de 1755? (pág. 98) Creeré yo que pueden ganar indulgencia plenaria los niños, que por defecto de edad suficiente, o de uso de razón no se les permite llegar a la Sagrada Mesa, porque así lo dice el mismo librito? (pág. 107). Era menester ser Alcorconero [204] para ello, o tener por lo menos unas tragaderas capaces de dar paso a huevos de Avestruz, o de...

     Pero, Señor, le interrumpí, quién le mete al Censor en hablar de los milagros no siendo Profesor de Teología? Esas materias son buenas para que las examinen únicamente los Tribunales de la Fe, porque los demás debemos creer a machamartillo todo lo que nos digan los libros piadosos y devotos, como v. gr. Luz de la Fe y de la Ley, que ya ve Vm., como dicen mis muchachos, que está escrito nada menos que con celestial impulso; y en verdad que creemos el Evangelio porque también está escrito con celestial impulso, y lo mismo todos los Libros Sagrados. Con que vea Vm. lo que dice, y sino cuidado con un repentón que nos deje también sin opositor por toda la eternidad. El Censor haría sin duda un servicio muy importante a la piedad y a la República literaria empleándose en reimprimir el nuevo Malbruk a lo divino, o por lo menos las siguientes estrofas:

                                  Al ver de que yo he muerto
por tu vida no más
entre dos Bandoleros
me vieron espirar:
   El uno a mi diestra,
el otro a la siniestra está;
otro me abrió el costado,
otro me niega ya. [205]
   Atención, atención, atención alma mía,
atención, atención, meditar.

     Ajustándolas al original con las notas y variantes correspondientes; y suplicando al mismo tiempo a los Señores Esteve y la Serna que se sirvan ajustar la letra a la música de la contradanza: o podía si no darnos una glosa espiritual de la Lotería de las Ánimas, o de la devotísima Tirana a la Virgen de las Angustias, que a fe mía son dos obritas pasmosas; y no crea Vm. que este pensamiento es mío solamente; así lo dicen también muchos hombres graves y gordos, y que tienen más campanillas que el Órgano de S. Fermín en el Prado.

     Pues en verdad, me dijo algo admirado mi Estudiante, que no me deja de gustar la doctrinita. Mire Vm.: mi buena madre, que era una beata de cuatro suelas, cuando me enseñaba el catecismo, me decía que debía dar la vida por defender en todo evento aquello mismo que aprendía, y que si no me iría al Infierno, y yo así me lo tenía muy creído; pero ahora, según lo que Vm. me dice, si me quieren persuadir una herejía, deberé responder que yo no soy Teólogo, o la creeré ciegamente si me la muestran escrita; y si me aprietan, diré que para eso hay Tribunales de la Fe que la examinen; pues a todo fiel Cristiano ha de ser indiferente la pureza de la Religión y solos los Inquisidores deberán dar la [206] vida en su defensa. De esa suerte los Obispos tampoco deberán administrar la Confirmación sino a los que hayan de ser Inquisidores; pues este Sacramento, aunque, como me decía también mi buena madre, nos daba fuerzas para defender la fe contra los impíos, por esta parte será inútil en los que no nacimos para tan alto ministerio. Pero lo malo es, amigo mío, que aunque hay en España sabios y muy íntegros Tribunales de Justicia, yo veo que Vm. guarda y defiende sus intereses contra cualquiera invasor y no se los deja arrebatar de entre las manos; y sólo acude al Tribunal cuando no puede ya por sí mismo resistir a la violencia o vindicar el agravio; y no sé yo que nos sean de tanta consecuencia todos los intereses del mundo, como el de la Santa Religión que profesamos. Yo veo que cada Soldado por su parte defiende en la guerra su puesto y se sacrifica por la patria; y que si viene contra él una baja enemiga, no aguarda a que el Consejo de Guerra la rechace. He aquí los copiosos frutos que acarrea la ignorancia de la ciencia de la Religión. Por eso hay quien con pretexto de Religión se atreva a aprobar lo mismo que ella condena: por eso se quiere que se crean igualmente los milagros que nos refiere la Escritura, y los que nos cuentan mil Autores más preocupados que verdaderamente piadosos. Si a la luz de una buena Física se aprendiese a distinguir los efectos naturales de los que no son; si se [207] supiese que la imaginación ha hecho pasar por milagros mil patrañas; si se observase que muchas curaciones repentinas han sido enteramente naturales, con tener sus visos de milagrosas y divinas; y en fin si se hiciese un recto uso de la crítica nunca más necesaria que en la materia más importante de todas, como lo han hecho muchos Sabios eminentes, entre ellos un Amort, y más que todos un Benedicto XIV, entonces se silbarían públicamente semejantes producciones abortivas: pero querernos engañar...

     Jesús, Jesús que desatino! le dije a mi Tunante. Esto nos faltaba ahora, que leyéramos nosotros los libros de esos célebres soñadores. Si Vm. y el Censor leyeran, sabrían que acá son muy perjudiciales esos libros transpirenaicos y transalpinos. Dios nos libre de esa peste, y allá se las hayan en Italia y Francia con esa turba de filosofadores, aunque se valga de ellos el mismo Padre Santo, que yo no quiero verlos, ni aun nombrarlos. Más aprecio yo mi papelito, que me enseña la Teología de Alcorcón, que esos librotes grandes de la Sorbona y la Sapiencia, y creo firmemente que si la Congregación de Ritos se gobernara por él no necesitaba del Fiscal del Diablo; y no estarían mal los Escultores si habían de dar abasto a hacer altares para los Santos Alcorconeros; pero a buen seguro que le pille, aunque me ofrezca por él treinta bayocos. Mire Vm.: por esta obrita he corregido [208] yo la ponderada de Melchor Cano, poniendo juntas la autoridad de la Escritura y la de la Historia que estaban muy separadas; y ya ve Vm. que es tan digna de fe una como otra en los principios Teológico Alcorcónicos de mis Clientes. Vaya, me dice mi Estudiante ya casi desesperado, vaya que esto es peor que predicar en desierto, y no hay paciencia para oír tanto desatino. Quédese Vm. con Dios, que desde ahora hago propósito de no hablar jamás de letras delante de Vm. y de otros tales. Pues agur, Amigo, respondí que yo aseguro que el Censor, Vm., y cuantos piensan de esa suerte no merecerán de mis Sabios, (y cuenta que son muchísimos)los elogios y la estimación que se han granjeado ya mis dos muchachos. La lástima es que no se celebren con públicos regocijos, todas las hazañas del ingenio; pero ésta ha sido y será tan memorable, que, según acaba de asegurarme el mismo Autor de las Notas, ha logrado que Madrid tenga, no sé si me dijo por ella o con ella, tres noches de luminarias y que los Carpinteros construyan catorce carros nocturnos de los que hacen más ruido por las calles, para celebrar por Madrid y por el mundo, EL TRIUNFO DE MIS CLIENTES, para honor de nuestra Patria.

Arriba