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Las bodas del conde Malo1

José María Quadrado

I

   Al pie de fiero monte está un alcázar fiero

que la cerviz no pudo domar de Galatos2:

tendido allá a sus faldas yace, cual escudero

al pie de bravo potro que al freno no cedió.

   Blanquear de un lado vieras al lóbrego castillo

flotando entre las copas de bramador pinar;

del otro envuelto en sombras le vieras amarillo

sobre un parduzco fondo de rocas destacar.

   A solas los vecinos sin voz le maldecían;

sembraba el bosque en torno mas de una triste cruz;

de lejos los viajeros tan solo le veían;

y huían bien de paso al declinar la luz.

   No porque ya consagren su ruina las consejas,

no porque en las almenas entonces aquilón3

las yerbas agitara cual fúnebres madejas,

o remedara llanos silbando en el salón.

   No porque algún fantasma en incansable giro

vagara por los muros con grillos a sus pies:

de vez en cuando oían sólo un nocturno tiro...

de sangre un mudo rastro mostraba el sol después.

   Colonias de otro mundo no son sus habitantes

son hombres sí de acero, de fuerte hueso y pro:

los llaman cazadores, más vistos sus semblantes

cazaran sendas fieras, que liebres y aves no.

   Y a fe que aún no temía el mísero aldeano

de aquel caballo verde el relinchar fatal,

tendida del jinete la descarnada mano,

ni el casco de herradura sellado en pedernal.

   Que aquel jinete aéreo que en sueños hoy le asombra

tenía en sí más vida, y espanto no menor.

iba de un miedo a otro lo que de cuerpo a sombra

al que el mal conde llaman, llamaban su señor.

   ¡Feliz quien no le vido, quien no sintió su abrazo,

ni su furor, ni el golpe de su manopla atroz,

ni de su voz el mando, más dura que su brazo,

ni el brillo de sus ojos fatal más que su voz.

   Ni vido abrirle calle temblando los vasallos,

ni en las nocturnas marchas el brillo del metal,

ni fijos en el patio bullir doce caballos

que aguardan cual los rayos al pie del Inmortal.

   Ni vio curtidos rostros fumar durante el día

sentados a la puerta en su traidora paz:

la casa, cual su dueño, en su interior vacía,

sombría y vigilante de fuera cual su faz.

   Cercóse empero un día de artificial floresta

la casa, y con guirnaldas veló su desnudez,

sonrió por sus ventanas, y se vistió de fiesta,

cual duro pecho que ama por la primera vez.

   De caza los trofeos la pared descuelgan

ondean colgaduras, alfombras huella el pie,

depuestos sus enseres los cazadores huelgan

debajo azul librea que mal les cubre a fe.

   Asoman los retratos del polvo el ceño innoble,

sillones hay más blancos, y flores por do quier,

suceden lindos muebles, a los de bronce y roble,

y todo la llegada anuncia de mujer.

   Y vino al fin de hidalgos brillante cabalgata

y a los villanos luego se dijo vitoread

y apeóse una doncella de azul vestida y plata

de majestuosa frente, de tierna y dulce edad.

   Y al asomar del alba, al resplandor de velas,

a aquella blanca mano la suya el conde unió

y era un crujir de sedas y resonar de espuelas

y alegre bisbiseo que el día prolongó.

   Y en tanto afuera el vulgo en ponderosa barra

y en campesinos juegos ejerce su rigor.

mal resiste el conde a lucha tan bizarra

el pecho se desnuda celoso de su honor.

   Cual paja el tronco agita, y al vencedor agobia —1389—

en sus fornidos brazos, y aun es el dueño allí:

los mozos aplaudieron, se sonrojó la novia,

los deudos murmuraron mirándose entre sí.

   Y en su balcón de noche oyó por las montañas

zampoñas responderse, fogatas vio lucir

y en círculo apiñado que blande verdes cañas

de mozos y zagalas parejas discurrir.

   Y reseñó cual hato sus bellas de una en una

que el mayordomo a todas juntara a diversión

de buen o de mal grado, danzaban, bien que alguna

flechase entre sus vueltas los ojos al balcón.

   Que era galán el Conde, de brío y gracia mucha

en juegos y armas diestro, en fuerza sin igual:

delante las doncellas gozábase en la lucha

en arrojar al polvo al más gentil zagal.

   Tal vez las deslumbraba con oro el prepotente

tal vez por entre el bosque las perseguía audaz,

tal vez a sus amores, más tierno o más paciente,

buscaba, nuevo Jove4, multíplice disfraz.

   Ora soldado fuera que con su canto y gala

dejara eternos rastros en pecho femenil;

o pescador que a virgen en apartada cala

al pie de instables olas jurara amores mil;

   Ora pastor que amante gimiera con la flauta;

y a pastor de otros montes llevara blanca grey;

y alguna ¡ay! inocente, al cebo vino incauta,

y al fiel pastor un día, señor halló sin ley.

   Y sobre el pecho en donde prendió de amor la rosa

entonces vio del Conde brillar la rica cruz,

y vaciló en la danza, y se sentó la hermosa,

y por dar rienda al llanto huyóse de la luz.

   Y alguna vista acaso clavada en las ventanas

al expirar las teas, al dar el baile fin,

miraba en las cortinas pasar sombras livianas,

gimiendo ante las luces y risas del festín.

II

   Mas ya las copas del festín risueño

circulaban más llenas, más frecuentes;

y en extraños manjares y presentes

los caprichos mostrábanse del dueño.

   De luces larga hilera en torno ardían

o en arañas pendían de los arcos;

al festín de los nietos en sus marcos

generación difunta presidía.

   Igual blasón se viera en la vajilla —1890—

en libreas, tapices y sitiales,

reflejándolo todos, cual cristales,

do un mismo sol sobre mil puntos brilla.

   Veinte en torno se sientan a la mesa

veinte brindis dirígense al estrado

do está la dama del esposo al lado,

y un suspiro su pena a nadie expresa.

   Suspiro que a su madre acuso envía

o a sus hermanas, o celosas dueñas

a aquellas horas de placer risueñas

o a la ciudad que en fiestas la mecía.

   O halla la mano de su esposo fría.

o de sus ojos el ardor le asusta

o no ve rasgos en su faz adusta

cual los que en danzas vio pasar un día.

   -Y al desviar los ojos taciturnos

siniestras caras a su espalda amagan,

y hallase en soledad, y en su alma vagan

de castillos mil fábulas nocturnas.

   Ni de viejos atiende a las historias

ni a sus elogios de mejores días,

ni de mozos a apuestas y porfías,

que en su yegua y lebrel cifran sus glorias.

   Ni del buen capellán al numen sabio

de oyentes más latinos quizá digno,

ni a los aplausos al juglar maligno

que hiel y coplas vierte de su labio.

   Una voz de repente la despierta

que anuncia a trovador desconocido;

el rumor por asombro suspendido,

clavan todos sus ojos en la puerta

de tiernos años y gentil figura.

   Entra, la faz cubierta, un lindo paje,

la mano sin laúd, bizarro el traje

saludo humilde tímido murmura:

«Pláceme la aventura», dijo el Conde,

   «Digna es del hora y sitio, y de la dama».

y viendo antifaz. «¿Es voto?», clama

doblando al cabeza. Aquel responde:

«Trovador sin laúd», y el noble ríe.

   «Es Conde sin blasón», audaz contesta

bufón al mozo: «Tu vihuela presta

hay quien laúd, y no quien timbres fíe».

   Mas del cantor los sones argentinos

fatal recuerdo son que al Conde agita,

profético cantar que ella medita

cual si un ángel rasgara sus destinos.

Canto del trovador.

Ea, apagad en copas y en holganza

del corazón recuerdos y pesar:

Ea, apagad las teas de venganza:

teas serán los cirios del altar.

Ea, apagad del vendaval que asoma

con fuertes cantos la silvestre voz:

Ea, cantad, gozad, que a la paloma

enlaza amor el águila feroz.

Fuerte es amor cuando en su cuna bella

cada astro es sol, concierto cada son:

Fuerte e amor que tímida doncella

postra a los pies de protector varón.

Fuerte es amor que coge por trofeo

las rosas todas que a su paso halló

Viven no más las rosas de himeneo5,

las otras ¡ay! Un viento las secó.

Bueno es, oh Conde, hacer de todas lecho

para formar el tálamo nupcial:

Bueno es triunfar del brazo cual del pecho,

ser en amor más que en poder fatal:

Bueno es verter de los ojos centella,

del soplo fuego, de los labios miel,

Y entre tus flores una hallar tan bella

que de tu sien será corona fiel.

Bella eres, sí, bastante a dar enojos

dama gentil, la fama no mintió:

Bella eres sí, que azules son tus ojos,

tus labios flor que el hombre no besó.

Bella eres sí..., más guárdate, oh hermosa,

de envidia cruel o de hechizo traidor,

que hay quien sellar tus labios so6 la losa,

cegar quisiera tu mirar de amor.

Feliz de ti que espinas en tu lecho

no sentirás, ni crimen en amar:

Feliz de ti que al dormirte en su pecho

otro en su vez no temerás hallar.

feliz de ti..., en ti, su rostro fijo...,

a ti su voz, ¡¡sin verle desleal!...,

no, que ya el mundo vuestra unión bendijo:

si el pecho no, blasón tenéis igual.

Lustre y blasón que muerto ya el cariño

tiene lugar de corazón tal vez.

Lustre y blasón que unido en cada niño

veréis brillar formando vuestra prez.

Lustre y blasón os cante en fuerte trompa

un paladín o heraldo trovador.

Mas ¿qué se yo de lides y de pompa?

solo probé los campos y el amor.

Supe un cantar, ¡cuán bien le respondía

por los vallados otra amante voz!

Supe un cantar..., más hoy no lo sabría;

dicha y cantar cual sueño huyó veloz.

Supe un cantar..., tú lo sabrás, ¡oh Conde!,

cántalo tú, tú que eres hoy feliz.

No más se canta cuando amor responde

entre la grey, de flores en tapiz.

Pasa el amor; su tumba, bella dama,

mirando estás en cada ser que ves.

Pasa el amor: la antes florida rama

tu fin dirá crujiendo so tus pies

Pasa el amor, que en donde ves abrojos

flores y miel un día vio también;

Y día y noche llorarán tus ojos...,

antes de mí lloraron más de cien.

Guárdala tú, la joya que me tiendes,

que a la mujer siempre es su don fatal.

Guárdala tú, que el duelo no comprendes

de verla ornar el seno de un rival.

Guárdala tú, o conde, esa cadena;

rompiste ya la que te di, Señor

las hojas secas ya de una azucena,

pidiera a ti si fuera, ¡ay!, pastor.

Oh, sea al par durable tu himeneo

cual estos fuegos que en su cuna vio;

Oh, sea al par cordial como el deseo,

como el placer del pueblo que danzó.

Fecundo sea el lecho de tu alcoba

cual hoy mi pecho en esperanzas es,

Fiel como tú, risueño cual mi trova,

cual mi ser dure que acabando ves...

Y era mármol la dama, y fulminante

ardía el Conde alzado del asiento —1393—

expiraron los sones, y el acento

el cantor vino al suelo vacilante.

Y el antifaz voló mientras caía,

desprendióse larguísimo el cabello

mujer, clamaron voces mil al vello7,

la del Conde no más clamó ¡Lucía!

Deslumbra su bello rostro a la Señora

que en su seno la acoge compasiva

y ora fija en la joven semiviva,

ora en su infiel esposo, triste llora.

Y ese llanto de hiel no vio Lucía

ni del Conde el cariño y el cuidado

clamando ¿a qué dejaste tu ganado?

tu pastor, tu Ramón soy todavía.

Corrió largo murmullo por la sala,

la novia desmayó rasgado el pecho;

veinte siervos cuidábanle en su lecho,

y en sus brazos el Conde a la zagala.

Digno de aquel cantar fue el himeneo,

Digna de aquella noche fue su historia.

El allende8 del mar vivió de gloria

buscando en la ambición mayor trofeo;

y ella en su yermo tálamo moría,

Y otra dama ocupó su mismo puesto;

y estéril fue aquel tálamo funesto,

porque vida su amor no producía.


JOSÉ MARÍA QUADRADO.

FUENTE

Quadrado, J. M., «Las bodas del conde Malo», Almacén de frutos literarios. Semanario de Palma, n.º 87, 8 de enero de 1843, pp. 1387-1393, p. 1292. También publicado en Revista de Madrid, 1842, Volumen 3, p. 247 y Folletín del diario de Barcelona de avisos y noticias, 1842.

Edición: Pilar Vega Rodríguez.

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