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ArribaAbajo2. Tradición poética del tema «sueño» en España

El título Primero sueño, ha hecho pensar, desde luego, en la Soledad primera de Góngora, y esta evidente relación ha sido reforzada por el epígrafe de la primera edición, «que así intituló y compuso la Madre Juana Inés de la Cruz, imitando a Góngora». Es, además, innegable la presencia estilística de Góngora por todo el poema. Así es que los estudiosos anteriores se han fijado casi exclusivamente en lo gongorino: Eunice Joiner Gates en su citado artículo (1939), Emilio Carilla en su libro El gongorismo en América (Buenos Aires, 1946), Alfonso Méndez Plancarte en su edición (1951).

Pero en su Respuesta a Sor Filotea, la autora se refiere sencillamente a «un papelillo que llaman el Sueño». Vamos a fijarnos nosotros ahora en la palabra y concepto «sueño» como tema poético. Y antes de entrar a analizar el tema, recordemos al lector la ambigüedad existente en la lengua española con respecto a la palabra «sueño», la cual tiene doble significado. En efecto, con este sustantivo no se distinguen entre el dormir («sleep») y el soñar («dream»). El que duerme puede tener sueños, soñar con algo; pero ya antes de dormirse tenía sueño, en el singular, es decir, tenía ganas de dormir. En español, cuando se dice «guardar el sueño» de una persona, se quiere decir que se evita el que esa persona sea despertada mientras duerme. De igual manera se dice «no dormir sueño» para expresar la imposibilidad de conseguir el dormirse. Así el título del poema de Sor Juana podría traducirse al inglés como «dream», «sleep» o incluso «sleepiness». Esta ambigüedad se explica por la doble etimología de la palabra «sueño», que según Corominas combina las dos palabras latinas «somnus» («sleep») y «somnium» («dream»): ambigüedad rara entre las lenguas románicas. (Otra ambigüedad de la lengua española es el hecho de que antiguamente, y aún en nuestros días en ciertas zonas donde se conserva un español arcaico, se diga «recordar» por «despertar»; es decir, que a la persona que despierta le vuelve el corazón, o la memoria, la conciencia en suma).

Con la llegada del Renacimiento y la imitación de los temas clásicos, el del sueño aparece insistentemente a través de todo el llamado Siglo de Oro de la literatura española. Hagamos un recorrido para saber lo que la   —34→   idea del sueño en sí implicaba en los poetas del Renacimiento y del Barroco, hasta llegar a la interpretación personal de Sor Juana. (Debemos advertir que no pretendemos haber agotado lo que se ha dicho con respecto al tema del sueño, ni con relación a los otros tópicos que veremos después y que aparecen en el Sueño, sino sólo comentar lo que en nuestras lecturas hemos ido encontrando con referencia a estos temas). Se le dedican, y así se titulan «Al sueño», composiciones enteras, como la canción de Fernando de Herrera y la silva de Quevedo (ya señaladas por Emilio Carilla en su artículo «Sor Juana: ciencia y poesía...»). El tema del sueño es componente importante o clave de otras composiciones: sonetos, églogas, octavas, liras, romances, tercetos.

Encontramos en Boscán el Soneto XCV («Dulce soñar y dulce congoxarme») enteramente dedicado al sueño de amor17. Es el «dulce soñar» que se repetirá más tarde, el sueño que convierte en realidad nuestros más íntimos deseos, amorosos en este caso:


Dulce no star en mí, que figurarme
podía quanto bien yo desseava [...]



Sueño que lo que tiene de malo es hacer que nos demos cuenta del engaño cuando despertamos a la realidad:


[...] y es justo en la mentira ser dichoso
quien siempre en la verdad fue desdichado.



Pero también el sueño puede representar una verdad insospechada. En los versos 113-115 de la Égloga I de Garcilaso de la Vega, encontramos una referencia al sueño que nos previene de males que nos aguardan18:


¡Quántas vezes, durmiendo en la floresta,
reputándolo yo por desvarío,
vi mi mal entre sueños, desdichado



En su Égloga II encontramos referencias al sueño amoroso y reparador, con el mismo marco de la naturaleza alrededor (vv. 64-69, 75-76):


    Conbida a un dulce sueño
aquel manso rüido
del agua que la clara fuente embía,
y las aves sin dueño,
con canto no aprendido,
hinchen el ayre de dulce armonía.
[...]
Los árboles, el viento
al sueño ayudan con su movimiento.



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En los tercetos siguientes esta idea del sueño se aclara: el sueño es relajador, «aflojados» de los males de amor (vv. 78-79):


¡Dichoso tú, que afloxas
la cuerda al pensamiento o al deseo!



Está también aquí la idea del sueño como descanso que hace posible el redescubrimiento de la vida (vv. 83-88):



    el sueño diste al coraçón humano
para que, al despertar, más s'alegrasse
del estado gozoso, alegre o sano,

   que como si de nuevo le hallasse,
haze aquel intervalo que á passado
que'l nuevo gusto nunca al bien se passe.



El sueño amoroso, al relajarnos, nos da nuevos alientos para, al despertar, seguir viviendo nuestro amor desdichado (vv. 89-94):



   y al que de pensamiento fatigado
el sueño baña con licor piadoso,
curando el coraçón despedaçado,

   aquel breve descanso, aquel reposo
basta para cobrar de nuevo aliento
con que se passe el curso trabajoso.



Pero el sueño también nos burla, nos hace creer lo que no es en la realidad (vv. 113-118):



    ¿Es esto sueño, o ciertamente toco
la blanca mano? ¡Ha, sueño, estás burlando!
Yo estávate creyendo como loco.

   ¡O cuytado de mí! Tú vas volando
con prestas alas por la ebúrnea puerta;
yo quédome tendido aquí llorando.



Más adelante la idea sueño-muerte se expresa claramente. Es el «archisabido y citado tópico de somnium imago mortis», según dice José Manuel Blecua en nota de su edición de Quevedo (Barcelona, 1963, p. 480). Volvamos a la Égloga II de Garcilaso (vv. 778, 794-795):


    Camila es ésta que está aquí dormida;
[...]
¿Qué me puede hazer? Quiero llegarme;
en fin, ella está ahora como muerta.



Estas variantes del tema del sueño se relacionan siempre, en Garcilaso, con el amor. Generalmente estos sueños obedecen a una estructura fija que responde a tres etapas naturales: armonía exterior que invita al sueño, sueño y despertar.

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Fray Luis de León tiene en sus odas varias referencias al sueño. En la Vida retirada19 dice (vv. 26-35):



   Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
[...]

   Despiértenme las aves
con su cantar süave no aprendido;
no los cuidados graves
de que siempre es seguido
quien al ajeno arbitrio está atenido.



El «no rompido sueño» de Fray Luis es un sueño profundo y tranquilo, reparador normal de las fatigas del día, el sueño del justo20. Asimismo interpretado aparece en otra oda, una de las dirigidas A Felipe Ruiz («En vano el mar fatiga», vv. 21-22):


    ¿Qué vale el no tocado
tesoro, si corrompe el dulce sueño?



Aquí ya el «dulce sueño» garcilasiano no se refiere para nada al amor. Al contrario, éste, como inquietud humana, se rechaza junto con otras causas perturbadoras del sueño como descanso pacífico; en este caso se refiere específicamente a la ambición. En Noche serena Fray Luis nos presenta el sueño como imagen de la muerte, pero en forma un poco más complicada que la vista anteriormente (vv. 21-25):


El hombre está entregado
al sueño, de su suerte no cuidando;
y con paso callado
el cielo, vueltas dando,
las horas del vivir le va hurtando.



Mientras el hombre duerme, o vive inconsciente, sigue participando de la vida fisiológicamente, pero no se ocupa entonces de su fin trascendental, «de su suerte no cuidando», mientras las estrellas cuentan las horas que le acercan irremisiblemente a la muerte; así el sueño se identifica con el acercamiento a ella. Perdemos esas horas de inconsciencia que pertenecen a nuestro vivir, sin hacer nada por nuestras almas, sin prepararnos para la eternidad; y cuando llegue la muerte, será ya tarde para hacerlo. Es el   —37→   sueño como irresponsabilidad mortal. Esta idea se aclara en la estrofa siguiente (vv. 26-30):


    ¡Ay, despertad, mortales!
Mirad con atención en vuesto daño.
Las almas inmortales,
hechas a bien tamaño,
¿podrán vivir de sombra o solo engaño?



Este último verso añade la idea de lo mentiroso del sueño, otro aspecto, del sueño-burla encontrado anteriormente, y recalca el tópico sueño-muerte con la palabra «sombra».

El arrebato ascensional que aparece en la oda A Francisco Salinas, logrado a través de la música, tiene las características del sueño que conocemos: reposo, muerte, olvido. «Su estructura fundamental proviene del Sueño de Escipión, de Marco Tulio, que ofrece al siglo XVI la configuración armónica del universo», dice Marasso en la obra citada (p. 71)21. Así como los ruidos armoniosos de la naturaleza (árboles, río, aves) llevaban a los pastores de Garcilaso al sueño, Fray Luis es llevado a su sueño místico a través de la armonía producida por un instrumento que maneja una «sabia mano» humana. Su alma, antes olvidada de la importancia de la gloria eterna, ahora (vv. 8-15):



   torna a cobrar el tino
y memoria perdida,
de su origen primera esclarecida.

   Y como se conoce,
en suerte y pensamientos se mejora;
el oro desconoce,
que el vulgo ciego adora,
la belleza caduca, engañadora.



Teresa Labarta de Chaves, en su artículo «Análisis del lenguaje en la oda a Francisco Salinas» (Hispanófila, núm. 31, 1967), apunta en esta estrofa la aparición de las tres potencias del alma (memoria, entendimiento y voluntad) en las palabras «tino», «memoria» y «como se conoce», potencias de las que se ocupará también Sor Juana en el Sueño.

Boscán y los pastores de Garcilaso soñaban su bien deseado, su amada; Fray Luis llega, por medio de este sueño de armonía universal, a «ver» a Dios: «Ve cómo el gran maestro [...]», en esa ola ascendente y soñadora que sube a las alturas (vv. 31-35):


   Aquí la alma navega
por un mar de dulzura, y finalmente
en él ansí se anega
que ningún accidente
extraño o peregrino oye o siente.



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El alma goza de la unión con Dios, sueña con la eternidad, en ese «mar de dulzura», sin sentir ni oír, los sentidos suspendidos como en nuestros sueños. Y en la estrofa siguiente aplica a su sueño místico las características de otros sueños que hemos visto, aquí quintaesenciado (vv. 36-40):


    ¡Oh desmayo dichoso!
¡Oh muerte que das vida! ¡Oh dulce olvido!
¡Durase en tu reposo
sin ser restituido
jamás a aqueste bajo y vil sentido!



Y es aquí donde Fray Luis, seguro conocedor de la tradición del «sueño», recalca el carácter especial de los sustantivos que utiliza. En su sueño superior utiliza las mismas ideas conceptuales de los otros sueños, pero por s u carácter especial pone cuidado en señalar su aspecto paradójico: es muerte, pero que da vida eterna, puesto que lo acerca a Dios; es «dulce olvido», desmayo, el no ser irresponsable, pero este olvido no es «no cuidar de su suerte», sino procurarla. Y hay decepción al volver a la realidad del «bajo y vil sentido», al despertar, completando así el recorrido: armonía que invita al sueño, sueño, despertar. Este sueño es la verdadera vida para el poeta, la gran aspiración de su alma conseguida a través de la música, su «bien», como en amor, aquí divino (vv. 46-50):


    ¡Oh! suene de contino,
Salinas, vuestro son en mis oídos,
por quien al bien divino
despiertan los sentidos,
quedando a lo demás amortecidos.



La autora del artículo que nombramos últimamente prefiere, al contrario del padre Vega, la lectura de «adormecidos» en vez de «amortecidos»; para los fines de este trabajo no tiene importancia el preferir una u otra lectura, pero sí la tiene señalar esa vacilación de Fray Luis, la cual muestra su conocimiento de la tradición que identificaba, el sueño con la muerte. Hay además en el agustino la expresión, por primera vez en la poesía de este período, de la ambigüedad entre lo real y lo soñado. Para Fray Luis su sueño místico es lo real, lo auténtico, la «origen primera esclarecida» del alma humana destinada a la gloria.

En la canción de Fernando de Herrera, Al Sueño22, encontramos algunas ideas que hemos visto anteriormente, y algunas novedades. El sueño es aquí el dios mitológico que con sus «alas perezosas» y «tardo vuelo» esparce por el «sereno y adormido cielo» la armonía que induce al sueño. El poeta se dirige a él rogándole el favor de procurarle el dormir, no conseguido ya muy adelantada la noche y cercana el alba, por tener su pensamiento en la amada. Este poema de Herrera tiene aspectos del Somnus de Estacio que vimos antes. Efectivamente es, como aquél, una invocación al Sueño, pidiéndole el descanso que él da. Y se hallan las notas que tiene el poeta latino   —39→   de queja por haber sido desprovisto de sus dones, y la quietud del cielo, la visión de la llegada de la Aurora «esparciendo el inmortal rocío», los adjetivos y propiedades tranquilizadoras que aplica al dios. Tiene también este poema tópicos que encontramos en Séneca, en la parte coral de la invocación al Sueño del Hercules furens: la mención del oriente y occidente, los adjetivos que significan reposo y quietud, la denominación de su parentesco como personaje mitológico y la propiedad que tiene de igualar al rey y al esclavo. En esta canción de Herrera, Al Sueño, aparece el «licor sagrado» que en Garcilaso era «licor piadoso». El sueño es «descanso alegre al mísero afligido», mísero por causas amorosas; desea el sueño que haga olvidar las penas de amor, recordando y lamentándose de épocas anteriores en que, al no estar enamorado, podía disfrutarlo tranquilamente:


   ¿Cómo sufres que muera
libre de tu poder quien tuyo era?
[...]
Sueño amoroso, ven a quien espera
descansar breve tiempo de sus males.



La nota de sueño-relajador es la más característica de este poema, y por eso lo llama bajo los advocativos de «suave», «divino», «blando», «deleitoso», «sabroso», «manso», «gloria de mortales». Al dormir no sufrirá por los desdenes de la amada, encontrará descanso en su pena; o tal vez sueñe lo que la realidad le niega. Termina con ofrecimientos y buenos deseos al Sueño:


Una corona fresca de tus flores,
Sueño, ofrezco
[...]
Ven ya, Sueño presente,
y acabará el dolor: así te vea
en brazos de tu dulce Pasitea23.



En las anotaciones de Herrera a las obras de Garcilaso de la Vega, a propósito de Albanio, al comienzo de la Égloga II, le dedica más de siete páginas al comentario del sueño. Recoge las ideas sobre el particular de Plinio, Aristóteles, Levino Lenio, Galeno, Temistio, Apolonio Tianeo, Filóstrato, Homero y otros. Nos transmite interpretaciones de las palabras griegas, algunas de las cuales reflejará Sor Juana en su Sueño: «desatador del trabajo, [...] apartamiento [...], porque en él se aparta y retira el sentido del dolor [...] y se levantan los miembros cansados y sentimientos del cuerpo [...]». Y recuerda a propósito del sueño lo que dice Séneca en el Hercules furens, traduciendo sus versos. Sigue con la explicación de la parte fisiopsicológica del sueño (p. 544):

[...] proviene el sueño de la repleción de las venas del cerebro, con los vapores fríos o unidos del mantenimiento, o de la herida, o del fármaco, y esta repleción se hace en torno de aquella admirable trabazón y coligadura de las arterias   —40→   en los panículos del cerebro, o venas de las sienes; y mayormente nace del enfriamiento de los espíritus cerca del corazón y del órgano de los sentidos, y entonces se entorpecen todos los sentidos, y sola la mente, no enlazada con algún órgano, se fatiga y congoja con los sueños que finge, présaga de lo futuro. De esta manera subiendo los humos y vapores unidos a la cabeza, cuando duerme alguno, y cerrando las vías, por las cuales descienden los espíritus, vienen a ligar los sentimientos de suerte que entonces el animal no ejerce alguna obra según su naturaleza, mas sólo se cría y sustenta, y después que son gastados aquellos humores, torna en él la razón perdida, y puede obrar según ella.



En las mismas anotaciones de Herrera de que venimos hablando traduce él un poema de Petronio Arbitro donde aparecen las notas de engaño del sueño al entendimiento humano; la idea aristotélica de repetir en sueños los pensamientos, deseos e imágenes que se produjeron y percibieron estando despierto el hombre; la imagen del cazador en el bosque y la del can, las cuales encontraremos en el Sueño. Pero en la traducción del poema que hace Herrera, el can no se presenta dormido, como encontraremos después en el poema de la monja, sino ladrándole a una liebre imaginada.

Según Oreste Macrí24, Fernando de Herrera es el primero de los poetas renacentistas que hace ese derroche de erudición humanística. Se veía obligado a estudiar textos clásicos para poder no solamente explicar la poesía de otros en todos sus aspectos científicos, sino expresarse él mismo con conocimiento de causa cuando escribía la suya propia. Citemos aquí lo que el crítico italiano nos dice (p. 103):

A través de las Anotaciones se percibe la nueva cultura humanística y renacentista del naturalismo pagano que, por primera vez en España, Herrera asimila sistemáticamente, poniéndola al servicio de una poética orgánica y «filosófica» en el sentido de estética contra-reformista expuesta por Escalígero. Estamos en el período culminante del aristotelismo. Los entes sicológicos surgen de la vida misma y del mundo interno de los «Cancioneros», herederos del decadentismo occitánico, del alegorismo franco-italiano y de la rhétorique francesa, para perfilarse y concretarse sobre el fondo de la ciencia clásica, aristotélica, estoica, epicúrea, a través del naturalismo renacentista italiano. Un estudio exhaustivo de Herrera debería revisar todas las definiciones y ejemplos de los términos de sicología, fisiología, geología, botánica, medicina, meteorología, geografía, retórica, interpretación de mitos, etc., tomados de textos científicos griegos, latinos e italianos.



Tiene Lope de Vega25 un soneto, que aparece en su comedia La batalla de honor, dedicado al sueño. Es el sueño reparador de las penas de amor, donde aparece también la imagen de sueño-muerte y los sentidos suspendidos; y como en Herrera está en forma vocativa:

  —41→  


   Blando sueño amoroso, dulce sueño,
cubre mis ojos porque vaya a verte,
o ya como imagen de la muerte
o porque viva un término pequeño.

   Con imaginaciones me despeño
a tanta pena y a dolor tan fuerte
que sólo mi descanso es ofrecerte
estos sentidos de quien eres dueño.

   Ven, sueño, ven revuelto en agua mansa
a entretener mi mal, a suspenderme,
pues en tus brazos su rigor amansa.

   Ven, sueño, a remediarme y defenderme,
que un triste, mientras sueña que descansa,
por lo menos descansa mientras duerme.



La imagen de la noche, lógicamente, aparecerá a menudo junto a la del sueño; lo hemos visto en Fray Luis y Herrera. Lope tiene otro soneto, «A la Noche» (ed. cit., tomo 68, p. 141), donde la llama «mecánica, filósofa, alquimista»; en el último terceto aparece el tema del sueño-muerte:


Que vele o duerma, media vida es tuya:
si velo te lo pago con el día,
si duermo no siento lo que vivo26.



La canción de Lope, «¡Oh libertad preciosa!»27, termina con esta estrofa (p. 220):


   Ni temo al poderoso
ni al rico lisonjeo,
ni soy camaleón del que gobierna,
ni me tiene envidioso
la ambición y el deseo
de ajena gloria ni de fama eterna;
carne sabrosa y tierna,
vino aromatizado,
pan blanco de aquel día,
en prado, en fuente fría,
halla un pastor con hambre fatigado
que el grande y el pequeño
somos iguales lo que dura el sueño.



Estos versos llevan implícitos un proceso, resumen y avance de ideas: sueño igual a muerte; la muerte nos mide a todos por igual, grandes y pequeños (como en Manrique lo hace el mar, imagen de la muerte); luego todos somos iguales «lo que dura el sueño», y este sueño es la vida real, la que vivimos despiertos, como se ve por todos los versos anteriores que se refieren a cosas   —42→   tan del vivir diario (comer, beber); luego la vida es sueño. Así, paradójicamente, el sueño se identifica tanto con la vida como con la muerte.

En la antología de Pedro Espinosa, Flores de poetas ilustres, publicada en 160528, encontramos algunos poemas con el tema del sueño. El primero son dos octavas de Luis de Soto, sueño amoroso en el que el amante enumera, a la manera renacentista las bellezas de la amada justo antes de que el sol, al brillar sobre sus ojos, le despierte, desvaneciéndose todo con la desilusión consiguiente: sueño-burla que hemos visto antes. Los últimos versos son (pp. 23-24):


Deslizose el sueño, y luego
al vivo de mi vista quedé ciego.



Implica esto la idea de que la realidad anterior soñada, la deseada, constituye la verdadera vida para él, no la que le trae la luz del día, que al iluminar el mundo a su alrededor lo deja en sombras: «quedé ciego». Hay una oposición entre el sueño como realidad y la realidad exterior, que expresa esa ambigüedad entre la vida y el sueño. El último verso servía de epígrafe y de verso que se glosaba29.

Luis Martín de la Plaza tiene una canción donde repite las notas encontradas en Herrera: el dolor solitario en medio de la noche, todo en calma, sin conseguir el sueño a causa de sus preocupaciones amorosas, el sueño imagen de la muerte, y la referencia al «licor sagrado», aquí «sabroso» (página 49):


Y si el sueño piadoso
a vencerme viniere, de cansado,
en su licor sabroso
olvido hallaré de mi cuidado.
¡Oh venturosa suerte
que el bien hallo en la imagen de la muerte!



El «licor» del sueño es la misma agua del Leteo. Este poeta tiene también un soneto donde aparecen juntos los temas de la noche y el sueño (p. 15):



   Cuando a su dulce olvido me convida
la noche, y en sus faldas me adormece,
entre el sueño la imagen me aparece
de aquella que fue sueño en esta vida.

   Yo sin temor que su desdén lo impida,
los brazos tiendo al gusto que me ofrece:
mas ella, sombra al fin, se desvanesce,
y abrazo el aire donde está escondida.
   Así burlado, digo: «¡Ah falso engaño [...]».



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Además del sueño-burla, nos expresa la posibilidad del sueño dentro de otro sueño. Su amada es, por sus cualidades superiores o por la imposibilidad de alcanzarla, un sueño dentro de la realidad vivida, soñada en el sueño de la noche, y siempre inalcanzable. Son así los tercetos:



    Así burlado, digo: «¡Ah falso engaño
de aquella ingrata, que aún mi mal procura!
Tente, aguarda, lisonja del tormento».

   Mas ella en tanto por la noche oscura
huye; corro tras ella. ¡Oh caso extraño!
¿Qué pretendo alcanzar, pues sigo al viento?



Hay un soneto de autor incierto, donde encontramos la imagen del sueño-burla y del sueño-muerte (p. 88):



   Amor quiere que viva de esta suerte,
engañado del sueño y su locura,
dormido más dichoso que despierto.

   Y así, pues éste es sombra de la muerte,
y en él tengo más gloria y más ventura,
démela ya mayor estando muerto.



Se aceptan aquí las ideas del sueño como engaño (y locura) y como imagen de la muerte; al ser más feliz durante este sueño, se desea hacer esa felicidad eterna y se pide la muerte real.

Recordemos de Lupercio Leonardo de Argensola su conocido soneto «Al sueño», que repite las notas sabidas del sueño-muerte y el ruego del disfrute, por lo menos en sueños, de su amor30:



    Imagen espantosa de la muerte,
sueño cruel, no turbes más mi pecho,
mostrándome cortado el nudo estrecho,
consuelo solo de mi adversa suerte.

   Busca de algún tirano el muro fuerte,
de jaspe las paredes, de oro el techo;
o el rico avaro en el angosto lecho
haz que temblando con sudor despierte.

   El uno vea el popular tumulto
romper con furia las herradas puertas,
o al sobornado siervo el hierro oculto;

   el otro, sus riquezas descubiertas
con llave falsa o con violento insulto:
y déjale al amor sus glorias ciertas.



El poeta parte del hecho conocido del sueño imago mortis, pero como el sueño puede ser feliz o desgraciado, al dirigirse a éste le pide que le procure, si quiere, esas crueles imágenes de pesadilla a otros que lo merecen: el tirano y el avaro, pero que le deje disfrutar a él de las únicas «glorias   —44→   ciertas» que puede tener un poeta de «adversa suerte», es decir, de las delicias del amor en sueños.

Examinemos ahora la silva de Quevedo titulada «Al Sueño»31. Es aquí el personaje mitológico (o abstracción personificada), «cortés mancebo»; el estilo es vocativo, como en Herrera, y como en éste también encontramos las mismas lamentaciones de abandono de parte del sueño, la súplica de remediar sus males de amor, cuyo pensamiento no lo deja dormir a pesar de la quietud y silencio de la noche. El tópico sueño-muerte tampoco falta aquí:


¿Con qué culpa tan grave,
sueño blando y suave,
pude en largo destierro merecerte
que se aparte de mí tu olvido manso?
Pues no te busco yo por ser descanso,
sino por muda imagen de la muerte.
Cuidados veladores
han hecho inobedientes a mis ojos
a la ley de las horas [...]



Los adjetivos aplicados al sueño son los mismos que ya hemos encontrado: blando, suave, manso. Al final hay promesas de alabanza por si lo consigue:


y te prometo, mientras viere el cielo,
de desvelarme sólo en celebrarte.



Así que básicamente, y en cuanto al tema del sueño en sí, no hay en Quevedo nada nuevo; sigue el mismo patrón de Herrera. Tiene, sin embargo, algunos tópicos que no tiene éste, los del reposo y quietud universal de la noche, que encontraremos luego en el Sueño de Sor Juana. Méndez Plancarte32 tiene una nota que se refiere a este «sueño universal» de la monja, relacionándolo con el himno latino de Estacio «Al Sueño», que ha inspirado también partes de este poema de Quevedo; reproduce los siguientes versos:


Los mares y las olas [...], entre sueños [...]
y a su modo también se duerme el río [...]
Yace la vida envuelta en alto olvido;
tan sólo mi gemido
pierde el respeto a tu silencio santo [...]



Quevedo tiene otra silva, «Sermón estoico de censura moral»33, en la cual dedica un verso al sueño y repite una idea que aparece en la silva   —45→   anterior. No solamente son los «cuidados» de amor los que desvelan, sino las preocupaciones nacidas de la avaricia, la codicia. Recordemos que vimos esta idea en Fray Luis, en la oda «A Felipe Ruiz». Y se repetirá con insistencia, como tópico que es muy de la época y preocupación especial del poeta que ahora nos interesa. Dice Quevedo en su silva «Al Sueño»:


[...] dame siquiera
lo que de ti desprecia tanto avaro,
por el oro en que alegre considera,
hasta que da la vuelta el tiempo claro.



Y en el «Sermón estoico de censura moral», hablando del oro (p. 133):


Sacas al sueño, a la quietud, desvelo.



En un famoso soneto de Quevedo encontramos estos versos (p. 363):


   ¡Ay Floralba! Soñé que te... ¿Direlo?
Sí, pues que sueño fue: que te gozaba.



Aparece en ellos la idea del sueño como ilusión de amor, con el cual se consigue lo que la realidad niega, y además el sueño-burla y el sueño-muerte (p. 364):


    Mas desperté del dulce desconcierto,
y vi que estuve vivo con la muerte
y vi que con la vida estaba muerto.



A los cuales aspectos podemos añadir el ambiguo que hemos señalado, de cuál sea la vida real, si el sueño o la vida que creemos como tal. En otro soneto de Quevedo hallamos estos versos (p. 378):



    Lloraré siempre mi mayor provecho;
penas serán y hiel cualquier bocado;
la noche afán, y la quietud cuidado,
y duro campo de batalla el lecho.

   El sueño, que es imagen de la muerte,
en mí a la muerte vence en aspereza,
pues que me estorba el sumo bien de verte:

   que es tanto tu donaire y tu belleza
que, pues naturaleza pudo hacerte,
milagros puede hacer naturaleza.



Aparte de la ya conocida imagen del sueño-muerte, parece sugerir Quevedo la idea de que durante el tiempo que duerme no puede ver a su amada, pues no sueña con ella («El sueño [...] que me estorba el sumo bien de verte»), así que es peor el sueño que la muerte, después de la cual sí espera verla y que ella lo quiera, como «milagros [que] puede hacer Naturaleza». Otra vez el tópico sueño-muerte-vida, con toda su ambigüedad: vivirá en la muerte, pues así podrá verla y amarla. Esta idea se repite, en tono jocoso, en un romance (p. 480):

  —46→  

Dicen que el sueño es hermano
de la muerte; mas yo creo
que con la muerte y la vida
tiene el vuestro parentesco.



Y volviendo al sueño como reposo de fatigas, también lo tiene Quevedo en su Largo Poema heroico de las necedades y locuras de Orlando el Enamorado (p. 1359):


El hermanillo de la muerte luego
se apoderó de todos sus sentidos,
y soñoliento y plácido sosiego
los dejó sepultados y tendidos
[...]



Lo de «la vida es sueño» lo declara Quevedo en forma dramática y casi plástica en sus sonetos a la fugacidad de la vida, pues por la rapidez que pasa se evapora como los sueños (p. 5):


Fue sueño ayer
[...]



Y son sueño todos los bienes que deseamos o de los que disfrutamos cuando vivimos:


[...] la muerte me libró del sueño
de bienes de la tierra.



Semejante desengaño moralista encontramos en la Epístola moral a Fabio, de Fernández de Andrada, en la que hay unos tercetos que nos hablan a de la brevedad de la vida y del sueño (p. 320)34:


   ¿Qué es nuestra vida más que un breve día?
[...]
¿Será que de este sueño se recuerde?
[...]


   ¿Será que pueda ser que me desvío
de la vida viviendo, y que esté unida
la cauta muerte al simple vivir mío?


   Como los ríos que en veloz corrida
se llevan a la mar, tal soy llevado
al último suspiro de mi vida.



Vida-sueño-muerte, el círculo que ya conocemos, y en los últimos versos de nuevo el recuerdo de las coplas manriqueñas. Hay en el terceto siguiente una nueva variante del sueño:


    ¡Oh si acabase, viendo como muero,
de aprender a morir, antes que llegue
aquel forzoso término postrero!



  —47→  

Es lo que podríamos llamar el magisterio del sueño, la misma idea que se utiliza con la rosa: la rosa tiene vida breve, y como símbolo de la fugacidad de la vida (y de la belleza femenina), debe prepararnos a bien vivir esta vida breve para conseguir la gloria. Siendo el sueño imagen de la muerte, sin ser realmente ésta, nos prepara a aceptarla y a llevar una vida acorde con ese fin; por eso se le llama a la muerte el sueño eterno, del cual sí ya nunca despertamos.

Calderón tiene unos ovillejos en su comedia El médico de su honra (jornada II, escena XVIII), que comienzan35:


   En el mudo silencio
de la noche, que adoro y reverencio,
por sombra aborrecida,
como sepulcro de la humana vida
[...]



Hay una nota al verso tercero, del comentador Juan E. Hartzenbusch, que dice, «Querrá decir "aunque aborrecida de otros", porque si Gutierre "la adora y reverencia", no cabe que la aborrezca también. Acaso esté errado el verso, y deba leerse "puesto que aborrecida"». Nos parece que estos tópicos de la noche portadora de sombras y de sueños, imagen de la muerte, eran ya tan conocidos de todos que se pasaba de uno a otro sin transición. Gutierre aborrece la noche porque durante ella se duerme, y el sueño es muerte: «sepulcro de la humana vida», aborrece la muerte como cualquier humano puede hacerlo; al mismo tiempo le acuerda el carácter religioso que la muerte tiene y por eso la adora y reverencia.

Huelga recordar al lector la importancia del sueño en la comedia más famosa de Calderón, La vida es sueño, y la ambigüedad que hay entre lo que se vive y lo que se sueña, y cuál sea la verdadera vida. Se encuentra en ella, además, el sueño como maestro, con una adición o complicación. La lección que Segismundo nos da es no sólo la incapacidad humana para distinguir claramente la realidad de lo engañoso dentro de nuestra vida, sino también que ella nos enseña que aun en sueños debemos actuar rectamente, ya que ni en sueños el bien pierde su valor, pues nos asegura la vida futura, única en la que podemos confiar. Segismundo es ante todo un agente moral; le importa distinguir entre la verdad y la ilusión para poder actuar luego de un modo responsable. El protagonista anónimo de Sor Juana, que como en un auto sacramental es el alma humana en general, es un agente exclusivamente cognoscitivo: como científico «puro», es decir no «aplicado», sólo quiere saber la verdad para poder contemplarla. Ambos protagonistas sufren un fuerte desengaño inicial, y en su segunda prueba se comportan de una manera más cuidadosa, más racional. Pero si en su lucha por la verdad Segismundo gana una victoria clara e indiscutible, el protagonista más romántico de Sor Juana termina zozobrando (vv. 827-828).

Cosme Gómez Tejada de los Reyes, «ingenioso autor del siglo XVII, poeta y filósofo moral, de muy buen gusto literario y de mucha ciencia»36 tiene una canción titulada «A la muerte», donde leemos:

  —48→  


    Al sueño llaman de la muerte imagen,
si la muerte no es imagen suya,
original y copia así conforman;
duerman los hombres, sueñen y trabajen
hasta que salga el sol, la noche huya,
y si especies más gratas los informan,
en reyes se transforman;
hártase su ambición, mas no es probable
aun por sueños la sed que es insaciable.
[...]
Gozan su vanidad, y a la mañana
trabajo y gusto es sueño, es sombra vana.

   Siendo una misma cosa muerte y vida,
bien concierta que mar también lo sea
[...]



Tenemos aquí la conocida imagen del sueño-muerte; los sueños como realización vana de las ilusiones; las penas («trabajos») o gustos del hombre, todo es «sombra vana», lo mismo si los experimenta en sueños o en la vida real. He aquí que Gómez Tejada de los Reyes nos presenta las mismas ideas de Calderón en La vida es sueño al año de su publicación, aunque si hemos de creerle37, tenía escritas estas composiciones hacía muchos años. Como Calderón, no sólo expresa esa ambigüedad entre lo real y lo soñado, sino que también transforma a sus hombres en reyes y hace la advertencia de que cuando la sed es insaciable, ni aun en sueños puede calmarse, que es, pudiéramos decir, la contraparte del obrar bien aun en sueños de Calderón. Y notemos que cuando dice, «siendo una misma cosa muerte y vida», es porque las dos se parecen al sueño. En los versos que siguen a los copiados, pasa el poeta a reflexiones sobre la vida humana, barca en mar tempestuoso, hasta llegar a la imagen del arroyo que va a morir al mar, que es la muerte. Es decir, que nuevamente hallamos aquí la imagen de Manrique.

La idea del magisterio del sueño la encontramos en un soneto laudatorio que se halla entre las obras de Salvador Jacinto Polo de Medina38, soneto escrito para el libro Vigilias del sueño (Madrid, 1644) de Pedro Álvarez de Lugo y Usodemar (p. 237):



    ¿No te basta viviendo lo entendido?
¿Aun del sueño en la muerte has de hallar vida?
Sólo en ti lo que en todos homicida
inhábil no se ve ni suspendido.

   Maestro de la muerte es siempre el sueño,
y tú a vivir con sueños persuades
doctrinas vivas de lición tan muerta.
—49→

   ¿Qué deidad te dispuso tanto empeño?
Hoy, sin duda, te adquiere eternidades,
pues tu dormir a todos los despierta.



El sueño es «homicida» porque nos procura la muerte, y la lección que se desprende de esa muerte provisional debe prepararnos a un mejor vivir (aceptado como realidad efectiva) en vistas a la muerte definitiva. Vemos, pues, que el tema sueño-muerte es tratado aquí sin la ambigüedad, con respecto a la vida humana, que hemos visto antes.

Gabriel, Bocángel y Unzueta39, en El cortesano discreto, escrito en romances, entre los consejos que le da a un futuro cortesano le recomienda cuatro cosas importantes para «hazer al hombre felice» (t. II, p. 367):


La tercera, que de noche
bastante se goze el sueño,
que si es de la muerte imagen,
no ha de batallar un muerto.



Aquí, dentro de la conocida imagen sueño-muerte, volvemos a encontrar nuestro casi olvidado sueño-descanso, reposo de las normales fatigas diarias, sin otras complicaciones. Si el sueño es como un morir, bien está que nos dejemos descansar en la tranquilidad de esa muerte provisional.

En la Biblioteca Nacional de Madrid, se encuentra el manuscrito 3985, «Poesías diversas», en cuya página 109 dice: «Francisco de Figueroa, Algunos versos suyos». En la misma página donde se halla el soneto que vamos a copiar inmediatamente se lee también el nombre de Hortensio Félix, así que no está clara la autoría de esta composición:



¡Ay blando sueño, ay dulce pensamiento
   que imagen de la muerte eres nombrado!
   Imagen de la vida te has mostrado
   a mi mal triste, ¡fue solo un momento!

No pasan ligero el presto viento
   ni el rayo por las nubes inflamado
   cuanto pasó la gloria que me has dado,
   que no sufría más tiempo tal contento.

¡Plega Dios!, dije entonces en voz fuerte
   que nunca duerma yo si estoy despierto
   y si durmiendo estoy, que no despierte.

Mas desperté con sueño muy más fuerte
   de modo que vivía con la muerte
   y ahora con la vida estoy más muerto40.



Tenemos aquí, además de la repetidísima imagen del sueño-muerte, el otro aspecto ambiguo entre lo que sea realmente vivido, si lo que se sueña   —50→   o lo que se vive en la vida de todos los días: «de modo que vivía con la muerte / y ahora con la vida estoy más muerto». El sueño es, como ya sabían todos, «imagen de la muerte», pero también «imagen de la vida», es decir, que es «sueño muy más fuerte». Como en Quevedo, aunque no tan vívidas, tenemos también aquí esas imágenes veloces del pasar del tiempo: «el presto viento» y «el rayo por las nubes inflamado».

Agustín de Salazar y Torres41 tiene un soneto amoroso donde aparecen estos aspectos en forma aún más complicada. Dice así (p. 219):



   Soñaba, ¡ay dulce Cintia!, que te vía,
mejor diré que, ciego, te soñaba,
pues si eclipse en tus ojos contemplaba,
miento si digo que tu luz tenía.

   Soñete muerta, y como no podía
aun en sueño vivir, si te admiraba
imagen muerta, el sueño que en mí obraba
de la muerte otra imagen me fingía.

   Resucité del sueño pavoroso,
y hallé que enferma estabas; no es tan fiera
la pena cruel que en mi dolor se funda;

   que en mis desdichas vengo a ser dichoso,
pues teniendo presente la primera,
no pudo darme muerte la segunda.



Analicemos la dificultad de este soneto: aquí el poeta considera la vida vivida durante el sueño, y la relaciona además con la de la realidad diaria. Durante el sueño no «veía» a su dama, sino que se la imaginaba «ciego», pues si le venía la luz de los ojos de ella, estando éstos en «eclipse», todo era oscuridad: un sueño dentro de otro sueño, en el cual murió (a causa de la muerte de ella) a través de una imagen distinta de la de la muerte que conocemos. «Resucité» no se refiere ya al sueño como despertar (sueño-muerte), sino a volver a vivir realmente después de la muerte experimentada en ese sueño soñado. Y es dichoso entonces al comprobar que sólo es enfermedad de su amada lo que había soñado muerte.

Este mismo Salazar y Torres tiene una larga composición poética también en silvas. Está dividida en cuatro «discursos», que corresponden a distintas «estaciones» del día: Estación Primera, de la Aurora; Estación Segunda, del Mediodía; Estación Tercera, de la Tarde, y Estación Cuarta, de la Noche42. Esta composición se parece, en el título, la forma y algunos tópicos, al Sueño. Podría señalarse como obra anterior a la de Sor Juana, influenciada asimismo por Góngora y sus pretendidas cuatro Soledades. (Ya José María de Cossío apuntó la influencia indudable de este poeta en Sor Juana, en el poema de ésta que empieza «Lámina sirva el cielo al retrato». Recordemos también, de paso, lo que nos dice Méndez Plancarte   —51→   sobre un poema inacabado de Salazar y Torres que terminó, o se propuso terminar nuestra poetisa, y que cataloga entre «lo inédito y acaso ya perdido» (Introducción, p. XIV), lo cual demuestra el profundo conocimiento que tenía Sor Juana de la obra de Salazar y Torres). Hay en las silvas citadas de Salazar un verso que se refiere solamente al sueño tranquilo, sin preocupaciones de ninguna clase, que hemos encontrado antes:


[...] cuyos ojos divinos
quizás tiene cerrados
el dulce, blando y apacible sueño.



Terminamos así este largo recorrido dedicado al tema general del sueño en la tradición poética española. Recordemos la estructura triple que muy frecuentemente lo acompaña: dormirse, soñar, despertar. Hemos encontrado, además, los aspectos siguientes: el sueño como descanso, plácido y reparador del cuerpo humano o del trabajo diario, no perturbado por inquietudes algunas; el sueño amoroso, que es descanso porque nos relaja en las penas de amor y da nuevos alientos para seguir sufriéndolas; el sueño como ilusión de amor, a través del cual conseguimos nuestros íntimos deseos y que se convierte en burla cuando despertamos a la realidad; la variante del sueño místico (consecución también de deseos íntimos) como máxima aspiración humana; la imagen del sueño como muerte, y como realidad vivida (sueño dentro de otro sueño), con la consiguiente ambigüedad de lo que sea efectivamente lo real (es decir, el círculo sueño-muerte-vida); y el magisterio del sueño que, preparándonos para la muerte sin retorno, nos consigue la vida eterna. Recordemos, por último, que alguna vez se relaciona este tema con la mitología clásica, y que frecuentemente se le identifica con el tema del río de las coplas de Jorge Manrique.

Veamos ahora lo que encontramos en el Sueño de Sor Juana en cuanto a los distintos aspectos del tema «sueño» que acabamos de ver. Sor Juana es fiel a esta estructura básica: armonía exterior que conduce al silencio y al sueño; sueño, y despertar. Así lo vemos en este abreviadísimo resumen del Sueño: «Siendo de noche me dormí; soñé que de una vez quería comprender todas las cosas de que el universo se compone. No pude ni una divisar por sus categorías, ni aun un solo individuo; desengañada, amaneció y desperté»43.

En cuanto a la primera parte (silencio, armonía universal), la expresa Sor Juana con los siguientes versos (vv. 19-24):


y en la quietud contenta
de imperio silencioso,
sumisas sólo voces consentía
[...]
que aun el silencio no se interrumpía.



  —52→  

Y sigue más adelante (vv. 80-88):


El viento sosegado,
[...]
los átomos no mueve,
con el susurro hacer temiendo leve,
aunque poco, sacrílego rüido,
violador del silencio sosegado.
El mar, no ya alterado,
ni aun la instable mecía
cerúlea cuna donde el sol dormía [...]



Hasta que, por fin (vv. 147-150):


El sueño todo, en fin, lo poseía;
todo, en fin, el silencio lo ocupaba:
aun el ladrón dormía;
aun el amante no se desvelaba.



Sor Juana se ocupa luego del sueño en sí, del dormir humano, primero como descanso, sea de fatigas físicas o de «deleite», los sentidos suspendidos; es el «dulce sueño» de Fray Luis (vv. 151-172):


El conticinio casi ya pasando
iba, y la sombra dimidiaba, cuando
de las diurnas tareas fatigados
-y no sólo oprimidos
del afán ponderoso
del corporal trabajo, más cansados
del deleite también (que también cansa
objeto continuado a los sentidos
aun siendo deleitoso)-
[...]
pues de profundo
sueño dulce los miembros ocupados,
quedaron los sentidos
del que ejercicio tienen de ordinario
-trabajo, en fin, pero trabajo amado,
si hay amable trabajo-,
si privados no, al menos suspendidos.



E inmediatamente sigue Sor Juana con el tema del sueño imagen de la muerte (vv. 173-191):


Y cediendo al retrato del contrario
de la vida, que -lentamente armado-
cobarde embiste y vence perezoso
con armas soñolientas,
desde el cayado humilde al cetro altivo,
sin que haya distintivo
que el sayal de la púrpura discierna:
pues su nivel, en todo poderoso,
—53→
gradúa por exentas
a ningunas personas,
desde la de a quien tres forman coronas
soberana tiara,
hasta la que pajiza vive choza;
desde la que el Danubio undoso dora
a la que junco humilde, humilde mora;
y con sin igual vara
(como en efecto imagen poderosa
de la muerte) Morfeo
el sayal mide igual con el brocado.



El «retrato del contrario de la vida» es, por supuesto, el sueño (la «copia» de Gómez Tejada de los Reyes), que nos mide a todos por igual. Así Sor Juana, también, recoge el recuerdo de la danza de la muerte y de las famosas coplas, repitiendo la idea en varias formas: todos son iguales en la muerte como en el sueño, representado por la figura mitológica de Morfeo. Y sigue Sor Juana insistiendo en la suspensión de toda actividad de los sentidos externos durante el sueño, o «muerte temporal» (vv. 192-203):


El alma, pues, suspensa
del exterior gobierno,
solamente dispensa
[...]
remota, si del todo separada
no, a los de muerte temporal opresos
lánguidos miembros, sosegados huesos,
los gajes del calor vegetativo,
el cuerpo siendo, en sosegada calma,
un cadáver con alma,
muerto a la vida y a la muerte vivo.



Sor Juana no se contenta con decirnos que el cuerpo está con sus sentidos suspendidos y «muerto a la vida», sino que va a darnos toda una relación poético-fisiológica de esta «no intervención» de los órganos principales del cuerpo humano en la aventura del sueño; pasa del corazón al pulmón, y de ahí al estómago, hasta llegar al cerebro, único participante activo que, habiendo guardado por medio de la memoria las imágenes recogidas durante el día, dará a la fantasía campo de acción. Notemos que el último verso, «muerto a la vida y a la muerte vivo», expresa perfectamente esa ambigüedad que da origen al círculo sueño-muerte-vida.

La tercera parte de la estructura de que hemos hablado la resume el último verso del poema; como en otros de los pasajes vistos, el sol lo ilumina todo y llama de nuevo a la vida (vv. 974-975):


[...] quedando a luz más cierta
el mundo iluminado, y yo despierta.



Sin embargo, este sueño de Sor Juana es más que un rendirse al descanso diario, y es más que sueño imagen de la muerte, ante la cual todos   —54→   somos iguales; es también un sueño soñado en otro sueño, como nos lo dice José Gaos en su trabajo «El sueño de un sueño»44. Ese sueño que soñamos, puesto que es realización de nuestro deseo íntimo, es presentado como la esencia de nuestra vida, como nuestra vida misma. Así como hemos visto esos sueños de amor por medio de los cuales se alcanzaba lo que la realidad negaba, el sueño de Sor Juana es materialización de su ansia de saber, que ni aun en sueños puede alcanzarse; expresión honda de su fuerza vital, no es ni sueño amoroso ni místico, sino, como se ha dicho, un sueño «intelectual». Puede decirse con respecto al sueño lo que dice Octavio Paz al referirse a la noche: «La noche de Sor Juana no es la noche carnal de los amantes, ni la de los místicos»45. E incluso encontramos en el Sueño el aspecto magisterial del que hemos hablado. Vimos que el sueño, como imagen de la muerte, transitorio y fugaz, debe prepararnos para bien morir. La lección que se desprende del sueño de Sor Juana es lo inverso: el sueño, transitorio y fugaz, imagen de la vida, debe prepararnos para bien vivir, aceptando esa realidad en la cual no podemos conseguir la aspiración máxima del saber, y poniendo en el solo intento todo el valor del acto en sí. Durante el sueño, como en la vida, el hombre es incapaz de comprender, de captar el universo; pero sólo el intentarlo nos salva. La figura mitológica que simboliza en el Sueño este acto incansable y repetitivo, tomada como modelo, es Faetón, según veremos más adelante.

Sor Juana Inés de la Cruz ha resumido las ideas que se desprendían del tema del sueño, tal como se habían utilizado antes de ella, las lleva a sus últimas consecuencias y aún más allá. Pensemos en la identificación del sueño con la vida real, hecho materia poética, de Nerval; en las reflexiones del vivir humano, de Unamuno («¿Es que todo esto no es más que un sueño soñado dentro de otro sueño?»); en la importancia que da el existencialismo al «intento» como explicación de nuestra vida. Nos damos cuenta así del paso gigantesco dado por la figura precursora de Sor Juana hacia nuestro propio tiempo.



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