El título
Primero sueño, ha
hecho pensar, desde luego, en la Soledad primera de Góngora, y
esta evidente relación ha sido reforzada por el
epígrafe de la primera edición, «que así intituló y compuso la Madre
Juana Inés de la Cruz, imitando a Góngora». Es,
además, innegable la presencia estilística de
Góngora por todo el poema. Así es que los estudiosos
anteriores se han fijado casi exclusivamente en lo gongorino:
Eunice Joiner Gates en su citado
artículo (1939), Emilio Carilla en su libro El gongorismo en América (Buenos
Aires, 1946), Alfonso Méndez Plancarte en su edición
(1951).
Pero en su
Respuesta a Sor Filotea, la
autora se refiere sencillamente a «un papelillo que llaman el
Sueño». Vamos
a fijarnos nosotros ahora en la palabra y concepto
«sueño» como tema poético. Y antes de
entrar a analizar el tema, recordemos al lector la ambigüedad
existente en la lengua española con respecto a la palabra
«sueño», la cual tiene doble significado. En
efecto, con este sustantivo no se distinguen entre el dormir
(«sleep») y el soñar («dream»). El que duerme
puede tener sueños, soñar con algo; pero ya antes de
dormirse tenía sueño, en el singular, es decir,
tenía ganas de dormir. En español, cuando se dice
«guardar el sueño» de una persona, se quiere
decir que se evita el que esa persona sea despertada mientras
duerme. De igual manera se dice «no dormir
sueño» para expresar la imposibilidad de conseguir el
dormirse. Así el título del poema de Sor Juana
podría traducirse al inglés como «dream»,
«sleep» o incluso «sleepiness». Esta
ambigüedad se explica por la doble etimología de la
palabra «sueño», que según Corominas
combina las dos palabras latinas «somnus» («sleep») y
«somnium» («dream»): ambigüedad rara entre las
lenguas románicas. (Otra ambigüedad de la lengua
española es el hecho de que antiguamente, y aún en
nuestros días en ciertas zonas donde se conserva un
español arcaico, se diga «recordar» por
«despertar»; es decir, que a la persona que despierta
le vuelve el corazón, o la memoria, la conciencia en
suma).
Con la llegada del
Renacimiento y la imitación de los temas clásicos, el
del sueño aparece insistentemente a través de todo el
llamado Siglo de Oro de la literatura española. Hagamos un
recorrido para saber lo que la —34→
idea del sueño en sí implicaba en los poetas
del Renacimiento y del Barroco, hasta llegar a la
interpretación personal de Sor Juana. (Debemos advertir que
no pretendemos haber agotado lo que se ha dicho con respecto al
tema del sueño, ni con relación a los otros
tópicos que veremos después y que aparecen en el
Sueño, sino
sólo comentar lo que en nuestras lecturas hemos ido
encontrando con referencia a estos temas). Se le dedican, y
así se titulan «Al sueño», composiciones
enteras, como la canción de Fernando de Herrera y la silva
de Quevedo (ya señaladas por Emilio Carilla en su
artículo «Sor Juana: ciencia y
poesía...»). El tema del sueño es componente
importante o clave de otras composiciones: sonetos, églogas,
octavas, liras, romances, tercetos.
Encontramos en
Boscán el Soneto XCV («Dulce soñar y dulce
congoxarme») enteramente dedicado al sueño de
amor17.
Es el «dulce soñar» que se repetirá
más tarde, el sueño que convierte en realidad
nuestros más íntimos deseos, amorosos en este
caso:
Dulce no star en mí, que
figurarme
podía quanto bien yo
desseava [...]
Sueño que
lo que tiene de malo es hacer que nos demos cuenta del
engaño cuando despertamos a la realidad:
[...] y es justo en la mentira ser
dichoso
quien siempre en la verdad fue
desdichado.
Pero
también el sueño puede representar una verdad
insospechada. En los versos 113-115 de la Égloga I de
Garcilaso de la Vega, encontramos una referencia al sueño
que nos previene de males que nos aguardan18:
¡Quántas vezes,
durmiendo en la floresta,
reputándolo yo por
desvarío,
vi mi mal entre sueños,
desdichado
En su
Égloga II encontramos referencias al sueño amoroso y
reparador, con el mismo marco de la naturaleza alrededor
(vv. 64-69,
75-76):
Conbida a un
dulce sueño
aquel manso rüido
del agua que la clara fuente
embía,
y las aves sin dueño,
con canto no aprendido,
hinchen el ayre de dulce
armonía.
[...]
Los árboles, el viento
al sueño ayudan con su
movimiento.
—35→
En los tercetos
siguientes esta idea del sueño se aclara: el sueño es
relajador, «aflojados» de los males de amor
(vv. 78-79):
¡Dichoso tú, que
afloxas
la cuerda al pensamiento o al
deseo!
Está
también aquí la idea del sueño como descanso
que hace posible el redescubrimiento de la vida (vv. 83-88):
el sueño
diste al coraçón humano
para que, al despertar, más
s'alegrasse
del estado gozoso, alegre o
sano,
que como si de
nuevo le hallasse,
haze aquel intervalo que á
passado
que'l nuevo gusto nunca al bien se
passe.
El sueño
amoroso, al relajarnos, nos da nuevos alientos para, al despertar,
seguir viviendo nuestro amor desdichado (vv. 89-94):
y al que de
pensamiento fatigado
el sueño baña con
licor piadoso,
curando el coraçón
despedaçado,
aquel breve
descanso, aquel reposo
basta para cobrar de nuevo
aliento
con que se passe el curso
trabajoso.
Pero el
sueño también nos burla, nos hace creer lo que no es
en la realidad (vv. 113-118):
¿Es esto
sueño, o ciertamente toco
la blanca mano? ¡Ha,
sueño, estás burlando!
Yo estávate creyendo como
loco.
¡O cuytado
de mí! Tú vas volando
con prestas alas por la
ebúrnea puerta;
yo quédome tendido
aquí llorando.
Más
adelante la idea sueño-muerte se expresa claramente. Es el
«archisabido y citado tópico de
somnium imago
mortis», según dice José Manuel Blecua
en nota de su edición de Quevedo (Barcelona, 1963,
p. 480).
Volvamos a la Égloga II de Garcilaso (vv. 778, 794-795):
Camila es
ésta que está aquí dormida;
[...]
¿Qué me puede hazer?
Quiero llegarme;
en fin, ella está ahora como
muerta.
Estas variantes
del tema del sueño se relacionan siempre, en Garcilaso, con
el amor. Generalmente estos sueños obedecen a una estructura
fija que responde a tres etapas naturales: armonía exterior
que invita al sueño, sueño y despertar.
—36→
Fray Luis de
León tiene en sus odas varias referencias al sueño.
En la Vida
retirada19
dice (vv.
26-35):
Un no rompido
sueño,
un día puro, alegre, libre
quiero;
[...]
Despiértenme las aves
con su cantar süave no
aprendido;
no los cuidados graves
de que siempre es seguido
quien al ajeno arbitrio está
atenido.
El «no
rompido sueño» de Fray Luis es un sueño
profundo y tranquilo, reparador normal de las fatigas del
día, el sueño del justo20.
Asimismo interpretado aparece en otra oda, una de las dirigidas
A Felipe Ruiz («En vano el mar fatiga», vv. 21-22):
¿Qué vale el no tocado
tesoro, si corrompe el dulce
sueño?
Aquí ya el
«dulce sueño» garcilasiano no se refiere para
nada al amor. Al contrario, éste, como inquietud humana, se
rechaza junto con otras causas perturbadoras del sueño como
descanso pacífico; en este caso se refiere
específicamente a la ambición. En Noche serena Fray Luis nos presenta el
sueño como imagen de la muerte, pero en forma un poco
más complicada que la vista anteriormente (vv. 21-25):
El hombre está
entregado
al sueño, de su suerte no
cuidando;
y con paso callado
el cielo, vueltas dando,
las horas del vivir le va
hurtando.
Mientras el hombre
duerme, o vive inconsciente, sigue participando de la vida
fisiológicamente, pero no se ocupa entonces de su fin
trascendental, «de su suerte no cuidando», mientras las
estrellas cuentan las horas que le acercan irremisiblemente a la
muerte; así el sueño se identifica con el
acercamiento a ella. Perdemos esas horas de inconsciencia que
pertenecen a nuestro vivir, sin hacer nada por nuestras almas, sin
prepararnos para la eternidad; y cuando llegue la muerte,
será ya tarde para hacerlo. Es el —37→
sueño como irresponsabilidad mortal. Esta idea se
aclara en la estrofa siguiente (vv. 26-30):
¡Ay,
despertad, mortales!
Mirad con atención en vuesto
daño.
Las almas inmortales,
hechas a bien tamaño,
¿podrán vivir de
sombra o solo engaño?
Este último
verso añade la idea de lo mentiroso del sueño, otro
aspecto, del sueño-burla encontrado anteriormente, y recalca
el tópico sueño-muerte con la palabra
«sombra».
El arrebato
ascensional que aparece en la oda A Francisco Salinas, logrado a
través de la música, tiene las características
del sueño que conocemos: reposo, muerte, olvido. «Su estructura fundamental proviene del
Sueño de
Escipión, de Marco Tulio, que ofrece al siglo XVI la
configuración armónica del universo», dice
Marasso en la obra citada (p. 71)21.
Así como los ruidos armoniosos de la naturaleza
(árboles, río, aves) llevaban a los pastores de
Garcilaso al sueño, Fray Luis es llevado a su sueño
místico a través de la armonía producida por
un instrumento que maneja una «sabia mano» humana. Su
alma, antes olvidada de la importancia de la gloria eterna, ahora
(vv. 8-15):
torna a cobrar el
tino
y memoria perdida,
de su origen primera
esclarecida.
Y como se
conoce,
en suerte y pensamientos se
mejora;
el oro desconoce,
que el vulgo ciego adora,
la belleza caduca,
engañadora.
Teresa Labarta de
Chaves, en su artículo «Análisis del lenguaje
en la oda a Francisco Salinas» (Hispanófila, núm. 31, 1967),
apunta en esta estrofa la aparición de las tres potencias
del alma (memoria, entendimiento y voluntad) en las palabras
«tino», «memoria» y «como se
conoce», potencias de las que se ocupará
también Sor Juana en el Sueño.
Boscán y
los pastores de Garcilaso soñaban su bien deseado, su amada;
Fray Luis llega, por medio de este sueño de armonía
universal, a «ver» a Dios: «Ve
cómo el gran maestro [...]», en esa ola ascendente y
soñadora que sube a las alturas (vv. 31-35):
Aquí la
alma navega
por un mar de dulzura, y
finalmente
en él ansí se
anega
que ningún accidente
extraño o peregrino oye o
siente.
—38→
El alma goza de la
unión con Dios, sueña con la eternidad, en ese
«mar de dulzura», sin sentir ni oír, los
sentidos suspendidos como en nuestros sueños. Y en la
estrofa siguiente aplica a su sueño místico las
características de otros sueños que hemos visto,
aquí quintaesenciado (vv. 36-40):
¡Oh
desmayo dichoso!
¡Oh muerte que das vida!
¡Oh dulce olvido!
¡Durase en tu reposo
sin ser restituido
jamás a aqueste bajo y vil
sentido!
Y es aquí
donde Fray Luis, seguro conocedor de la tradición del
«sueño», recalca el carácter especial de
los sustantivos que utiliza. En su sueño superior utiliza
las mismas ideas conceptuales de los otros sueños, pero por
s u carácter especial pone cuidado en señalar su
aspecto paradójico: es muerte, pero que da vida eterna,
puesto que lo acerca a Dios; es «dulce olvido»,
desmayo, el no ser irresponsable, pero este olvido no es «no
cuidar de su suerte», sino procurarla. Y hay decepción
al volver a la realidad del «bajo y vil sentido», al
despertar, completando así el recorrido: armonía que
invita al sueño, sueño, despertar. Este sueño
es la verdadera vida para el poeta, la gran aspiración de su
alma conseguida a través de la música, su
«bien», como en amor, aquí divino (vv. 46-50):
¡Oh! suene
de contino,
Salinas, vuestro son en mis
oídos,
por quien al bien divino
despiertan los sentidos,
quedando a lo demás
amortecidos.
La autora del
artículo que nombramos últimamente prefiere, al
contrario del padre Vega, la lectura de «adormecidos»
en vez de «amortecidos»; para los fines de este trabajo
no tiene importancia el preferir una u otra lectura, pero sí
la tiene señalar esa vacilación de Fray Luis, la cual
muestra su conocimiento de la tradición que identificaba, el
sueño con la muerte. Hay además en el agustino la
expresión, por primera vez en la poesía de este
período, de la ambigüedad entre lo real y lo
soñado. Para Fray Luis su sueño místico es lo
real, lo auténtico, la «origen
primera esclarecida» del alma humana destinada a la
gloria.
En la
canción de Fernando de Herrera, Al Sueño22,
encontramos algunas ideas que hemos visto anteriormente, y algunas
novedades. El sueño es aquí el dios mitológico
que con sus «alas perezosas» y
«tardo vuelo» esparce por el «sereno y adormido cielo» la armonía
que induce al sueño. El poeta se dirige a él
rogándole el favor de procurarle el dormir, no conseguido ya
muy adelantada la noche y cercana el alba, por tener su pensamiento
en la amada. Este poema de Herrera tiene aspectos del Somnus de Estacio que
vimos antes. Efectivamente es, como aquél, una
invocación al Sueño, pidiéndole el descanso
que él da. Y se hallan las notas que tiene el poeta latino
—39→
de queja por haber sido desprovisto de sus dones, y la
quietud del cielo, la visión de la llegada de la Aurora
«esparciendo el inmortal
rocío», los adjetivos y propiedades tranquilizadoras
que aplica al dios. Tiene también este poema tópicos
que encontramos en Séneca, en la parte coral de la
invocación al Sueño del Hercules furens: la mención
del oriente y occidente, los adjetivos que significan reposo y
quietud, la denominación de su parentesco como personaje
mitológico y la propiedad que tiene de igualar al rey y al
esclavo. En esta canción de Herrera, Al Sueño, aparece el «licor sagrado» que en Garcilaso era «licor piadoso». El sueño es «descanso alegre al mísero afligido»,
mísero por causas amorosas; desea el sueño que haga
olvidar las penas de amor, recordando y lamentándose de
épocas anteriores en que, al no estar enamorado,
podía disfrutarlo tranquilamente:
¿Cómo sufres que muera
libre de tu poder quien tuyo
era?
[...]
Sueño amoroso, ven a quien
espera
descansar breve tiempo de sus
males.
La nota de
sueño-relajador es la más característica de
este poema, y por eso lo llama bajo los advocativos de
«suave», «divino», «blando»,
«deleitoso», «sabroso»,
«manso», «gloria de mortales». Al dormir no
sufrirá por los desdenes de la amada, encontrará
descanso en su pena; o tal vez sueñe lo que la realidad le
niega. Termina con ofrecimientos y buenos deseos al
Sueño:
En las anotaciones
de Herrera a las obras de Garcilaso de la Vega, a propósito
de Albanio, al comienzo de la Égloga II, le dedica
más de siete páginas al comentario del sueño.
Recoge las ideas sobre el particular de Plinio, Aristóteles,
Levino Lenio, Galeno, Temistio, Apolonio Tianeo, Filóstrato,
Homero y otros. Nos transmite interpretaciones de las palabras
griegas, algunas de las cuales reflejará Sor Juana en su
Sueño: «desatador del trabajo, [...] apartamiento [...],
porque en él se aparta y retira el sentido del dolor [...] y
se levantan los miembros cansados y sentimientos del cuerpo
[...]». Y recuerda a propósito del sueño lo que
dice Séneca en el Hercules furens, traduciendo sus versos. Sigue con la
explicación de la parte fisiopsicológica del
sueño (p. 544):
[...] proviene el
sueño de la repleción de las venas del cerebro, con
los vapores fríos o unidos del mantenimiento, o de la
herida, o del fármaco, y esta repleción se hace en
torno de aquella admirable trabazón y coligadura de las
arterias —40→
en los panículos del cerebro, o venas de las sienes;
y mayormente nace del enfriamiento de los espíritus cerca
del corazón y del órgano de los sentidos, y entonces
se entorpecen todos los sentidos, y sola la mente, no enlazada con
algún órgano, se fatiga y congoja con los
sueños que finge, présaga de lo futuro. De esta
manera subiendo los humos y vapores unidos a la cabeza, cuando
duerme alguno, y cerrando las vías, por las cuales
descienden los espíritus, vienen a ligar los sentimientos de
suerte que entonces el animal no ejerce alguna obra según su
naturaleza, mas sólo se cría y sustenta, y
después que son gastados aquellos humores, torna en
él la razón perdida, y puede obrar según
ella.
En las mismas
anotaciones de Herrera de que venimos hablando traduce él un
poema de Petronio Arbitro donde aparecen las notas de engaño
del sueño al entendimiento humano; la idea
aristotélica de repetir en sueños los pensamientos,
deseos e imágenes que se produjeron y percibieron estando
despierto el hombre; la imagen del cazador en el bosque y la del
can, las cuales encontraremos en el Sueño. Pero en la
traducción del poema que hace Herrera, el can no se presenta
dormido, como encontraremos después en el poema de la monja,
sino ladrándole a una liebre imaginada.
Según
Oreste Macrí24,
Fernando de Herrera es el primero de los poetas renacentistas que
hace ese derroche de erudición humanística. Se
veía obligado a estudiar textos clásicos para poder
no solamente explicar la poesía de otros en todos sus
aspectos científicos, sino expresarse él mismo con
conocimiento de causa cuando escribía la suya propia.
Citemos aquí lo que el crítico italiano nos dice
(p.
103):
A través de
las Anotaciones se percibe
la nueva cultura humanística y renacentista del naturalismo
pagano que, por primera vez en España, Herrera asimila
sistemáticamente, poniéndola al servicio de una
poética orgánica y «filosófica» en
el sentido de estética contra-reformista expuesta por
Escalígero. Estamos en el período culminante del
aristotelismo. Los entes sicológicos surgen de la vida misma
y del mundo interno de los «Cancioneros», herederos del
decadentismo occitánico, del alegorismo franco-italiano y de
la rhétorique francesa, para perfilarse y
concretarse sobre el fondo de la ciencia clásica,
aristotélica, estoica, epicúrea, a través del
naturalismo renacentista italiano. Un estudio exhaustivo de Herrera
debería revisar todas las definiciones y ejemplos de los
términos de sicología, fisiología,
geología, botánica, medicina, meteorología,
geografía, retórica, interpretación de mitos,
etc.,
tomados de textos científicos griegos, latinos e
italianos.
Tiene Lope de
Vega25
un soneto, que aparece en su comedia La batalla de honor, dedicado al
sueño. Es el sueño reparador de las penas de amor,
donde aparece también la imagen de sueño-muerte y los
sentidos suspendidos; y como en Herrera está en forma
vocativa:
—41→
Blando
sueño amoroso, dulce sueño,
cubre mis ojos porque vaya a
verte,
o ya como imagen de la muerte
o porque viva un término
pequeño.
Con imaginaciones
me despeño
a tanta pena y a dolor tan
fuerte
que sólo mi descanso es
ofrecerte
estos sentidos de quien eres
dueño.
Ven,
sueño, ven revuelto en agua mansa
a entretener mi mal, a
suspenderme,
pues en tus brazos su rigor
amansa.
Ven,
sueño, a remediarme y defenderme,
que un triste, mientras
sueña que descansa,
por lo menos descansa mientras
duerme.
La imagen de la
noche, lógicamente, aparecerá a menudo junto a la del
sueño; lo hemos visto en Fray Luis y Herrera. Lope tiene
otro soneto, «A la Noche» (ed. cit., tomo
68, p.
141), donde la llama «mecánica,
filósofa, alquimista»; en el último terceto
aparece el tema del sueño-muerte:
La canción
de Lope, «¡Oh libertad preciosa!»27,
termina con esta estrofa (p. 220):
Ni temo al
poderoso
ni al rico lisonjeo,
ni soy camaleón del que
gobierna,
ni me tiene envidioso
la ambición y el deseo
de ajena gloria ni de fama
eterna;
carne sabrosa y tierna,
vino aromatizado,
pan blanco de aquel
día,
en prado, en fuente
fría,
halla un pastor con hambre
fatigado
que el grande y el pequeño
somos iguales lo que dura el
sueño.
Estos versos
llevan implícitos un proceso, resumen y avance de ideas:
sueño igual a muerte; la muerte nos mide a todos por igual,
grandes y pequeños (como en Manrique lo hace el mar, imagen
de la muerte); luego todos somos iguales «lo que dura el sueño», y este
sueño es la vida real, la que vivimos despiertos, como se ve
por todos los versos anteriores que se refieren a cosas
—42→
tan del vivir diario (comer, beber); luego la vida es
sueño. Así, paradójicamente, el sueño
se identifica tanto con la vida como con la muerte.
En la
antología de Pedro Espinosa, Flores de poetas ilustres, publicada en
160528,
encontramos algunos poemas con el tema del sueño. El primero
son dos octavas de Luis de Soto, sueño amoroso en el que el
amante enumera, a la manera renacentista las bellezas de la amada
justo antes de que el sol, al brillar sobre sus ojos, le despierte,
desvaneciéndose todo con la desilusión consiguiente:
sueño-burla que hemos visto antes. Los últimos versos
son (pp.
23-24):
Deslizose el sueño, y
luego
al vivo de mi vista quedé
ciego.
Implica esto la
idea de que la realidad anterior soñada, la deseada,
constituye la verdadera vida para él, no la que le trae la
luz del día, que al iluminar el mundo a su alrededor lo deja
en sombras: «quedé ciego». Hay
una oposición entre el sueño como realidad y la
realidad exterior, que expresa esa ambigüedad entre la vida y
el sueño. El último verso servía de
epígrafe y de verso que se glosaba29.
Luis Martín
de la Plaza tiene una canción donde repite las notas
encontradas en Herrera: el dolor solitario en medio de la noche,
todo en calma, sin conseguir el sueño a causa de sus
preocupaciones amorosas, el sueño imagen de la muerte, y la
referencia al «licor sagrado»,
aquí «sabroso» (página
49):
Y si el sueño piadoso
a vencerme viniere, de
cansado,
en su licor sabroso
olvido hallaré de mi
cuidado.
¡Oh venturosa suerte
que el bien hallo en la imagen de
la muerte!
El
«licor» del sueño es la misma agua del Leteo.
Este poeta tiene también un soneto donde aparecen juntos los
temas de la noche y el sueño (p. 15):
Cuando a su dulce
olvido me convida
la noche, y en sus faldas me
adormece,
entre el sueño la imagen me
aparece
de aquella que fue sueño en
esta vida.
Yo sin temor que
su desdén lo impida,
los brazos tiendo al gusto que me
ofrece:
mas ella, sombra al fin, se
desvanesce,
y abrazo el aire donde está
escondida.
Así
burlado, digo: «¡Ah falso engaño
[...]».
—43→
Además del
sueño-burla, nos expresa la posibilidad del sueño
dentro de otro sueño. Su amada es, por sus cualidades
superiores o por la imposibilidad de alcanzarla, un sueño
dentro de la realidad vivida, soñada en el sueño de
la noche, y siempre inalcanzable. Son así los tercetos:
Así
burlado, digo: «¡Ah falso engaño
de aquella ingrata, que aún
mi mal procura!
Tente, aguarda, lisonja del
tormento».
Mas ella en tanto
por la noche oscura
huye; corro tras ella. ¡Oh
caso extraño!
¿Qué pretendo
alcanzar, pues sigo al viento?
Hay un soneto de
autor incierto, donde encontramos la imagen del sueño-burla
y del sueño-muerte (p. 88):
Amor quiere que
viva de esta suerte,
engañado del sueño y
su locura,
dormido más dichoso que
despierto.
Y así,
pues éste es sombra de la muerte,
y en él tengo más
gloria y más ventura,
démela ya mayor estando
muerto.
Se aceptan
aquí las ideas del sueño como engaño (y
locura) y como imagen de la muerte; al ser más feliz durante
este sueño, se desea hacer esa felicidad eterna y se pide la
muerte real.
Recordemos de
Lupercio Leonardo de Argensola su conocido soneto «Al
sueño», que repite las notas sabidas del
sueño-muerte y el ruego del disfrute, por lo menos en
sueños, de su amor30:
Imagen espantosa
de la muerte,
sueño cruel, no turbes
más mi pecho,
mostrándome cortado el nudo
estrecho,
consuelo solo de mi adversa
suerte.
Busca de
algún tirano el muro fuerte,
de jaspe las paredes, de oro el
techo;
o el rico avaro en el angosto
lecho
haz que temblando con sudor
despierte.
El uno vea el
popular tumulto
romper con furia las herradas
puertas,
o al sobornado siervo el hierro
oculto;
el otro, sus
riquezas descubiertas
con llave falsa o con violento
insulto:
y déjale al amor sus glorias
ciertas.
El poeta parte del
hecho conocido del sueño imago mortis, pero como el sueño puede
ser feliz o desgraciado, al dirigirse a éste le pide que le
procure, si quiere, esas crueles imágenes de pesadilla a
otros que lo merecen: el tirano y el avaro, pero que le deje
disfrutar a él de las únicas «glorias
—44→
ciertas» que puede tener un poeta de «adversa
suerte», es decir, de las delicias del amor en
sueños.
Examinemos ahora
la silva de Quevedo titulada «Al
Sueño»31.
Es aquí el personaje mitológico (o abstracción
personificada), «cortés mancebo»; el estilo es
vocativo, como en Herrera, y como en éste también
encontramos las mismas lamentaciones de abandono de parte del
sueño, la súplica de remediar sus males de amor, cuyo
pensamiento no lo deja dormir a pesar de la quietud y silencio de
la noche. El tópico sueño-muerte tampoco falta
aquí:
¿Con qué culpa tan
grave,
sueño blando y suave,
pude en largo destierro
merecerte
que se aparte de mí tu
olvido manso?
Pues no te busco yo por ser
descanso,
sino por muda imagen de la
muerte.
Cuidados veladores
han hecho inobedientes a mis
ojos
a la ley de las horas [...]
Los adjetivos
aplicados al sueño son los mismos que ya hemos encontrado:
blando, suave, manso. Al final hay promesas de alabanza por si lo
consigue:
y te prometo, mientras viere el
cielo,
de desvelarme sólo en
celebrarte.
Así que
básicamente, y en cuanto al tema del sueño en
sí, no hay en Quevedo nada nuevo; sigue el mismo
patrón de Herrera. Tiene, sin embargo, algunos
tópicos que no tiene éste, los del reposo y quietud
universal de la noche, que encontraremos luego en el Sueño de Sor Juana.
Méndez Plancarte32
tiene una nota que se refiere a este «sueño
universal» de la monja, relacionándolo con el himno
latino de Estacio «Al Sueño», que ha inspirado
también partes de este poema de Quevedo; reproduce los
siguientes versos:
Los mares y las olas [...], entre
sueños [...]
y a su modo también se
duerme el río [...]
Yace la vida envuelta en alto
olvido;
tan sólo mi gemido
pierde el respeto a tu silencio
santo [...]
Quevedo tiene otra
silva, «Sermón estoico de censura
moral»33,
en la cual dedica un verso al sueño y repite una idea que
aparece en la silva —45→
anterior. No solamente son los «cuidados» de
amor los que desvelan, sino las preocupaciones nacidas de la
avaricia, la codicia. Recordemos que vimos esta idea en Fray Luis,
en la oda «A Felipe Ruiz». Y se repetirá con
insistencia, como tópico que es muy de la época y
preocupación especial del poeta que ahora nos interesa. Dice
Quevedo en su silva «Al Sueño»:
[...] dame siquiera
lo que de ti desprecia tanto
avaro,
por el oro en que alegre
considera,
hasta que da la vuelta el tiempo
claro.
Y en el
«Sermón estoico de censura moral», hablando del
oro (p.
133):
Sacas al sueño, a la
quietud, desvelo.
En un famoso
soneto de Quevedo encontramos estos versos (p. 363):
¡Ay
Floralba! Soñé que te... ¿Direlo?
Sí, pues que sueño
fue: que te gozaba.
Aparece en ellos
la idea del sueño como ilusión de amor, con el cual
se consigue lo que la realidad niega, y además el
sueño-burla y el sueño-muerte (p. 364):
Mas
desperté del dulce desconcierto,
y vi que estuve vivo con la
muerte
y vi que con la vida estaba
muerto.
A los cuales
aspectos podemos añadir el ambiguo que hemos
señalado, de cuál sea la vida real, si el
sueño o la vida que creemos como tal. En otro soneto de
Quevedo hallamos estos versos (p. 378):
Lloraré
siempre mi mayor provecho;
penas serán y hiel cualquier
bocado;
la noche afán, y la quietud
cuidado,
y duro campo de batalla el
lecho.
El sueño,
que es imagen de la muerte,
en mí a la muerte vence en
aspereza,
pues que me estorba el sumo bien de
verte:
que es tanto tu
donaire y tu belleza
que, pues naturaleza pudo
hacerte,
milagros puede hacer
naturaleza.
Aparte de la ya
conocida imagen del sueño-muerte, parece sugerir Quevedo la
idea de que durante el tiempo que duerme no puede ver a su amada,
pues no sueña con ella («El
sueño [...] que me estorba el sumo bien de verte»),
así que es peor el sueño que la muerte,
después de la cual sí espera verla y que ella lo
quiera, como «milagros [que] puede hacer
Naturaleza». Otra vez el tópico
sueño-muerte-vida, con toda su ambigüedad:
vivirá en la muerte, pues así podrá verla y
amarla. Esta idea se repite, en tono jocoso, en un romance
(p.
480):
—46→
Dicen que el sueño es
hermano
de la muerte; mas yo creo
que con la muerte y la vida
tiene el vuestro parentesco.
Y volviendo al
sueño como reposo de fatigas, también lo tiene
Quevedo en su Largo Poema heroico
de las necedades y locuras de Orlando el Enamorado
(p.
1359):
El hermanillo de la muerte
luego
se apoderó de todos sus
sentidos,
y soñoliento y
plácido sosiego
los dejó sepultados y
tendidos
[...]
Lo de «la vida es sueño» lo declara Quevedo
en forma dramática y casi plástica en sus sonetos a
la fugacidad de la vida, pues por la rapidez que pasa se evapora
como los sueños (p. 5):
Fue sueño ayer
[...]
Y son sueño
todos los bienes que deseamos o de los que disfrutamos cuando
vivimos:
[...] la muerte me libró del
sueño
de bienes de la tierra.
Semejante
desengaño moralista encontramos en la Epístola moral a Fabio, de
Fernández de Andrada, en la que hay unos tercetos que nos
hablan a de la brevedad de la vida y del sueño (p. 320)34:
¿Qué es nuestra vida más que
un breve día?
[...]
¿Será que de este
sueño se recuerde?
[...]
¿Será que pueda ser que me
desvío
de la vida viviendo, y que
esté unida
la cauta muerte al simple vivir
mío?
Como los
ríos que en veloz corrida
se llevan a la mar, tal soy
llevado
al último suspiro de mi
vida.
Vida-sueño-muerte, el círculo que ya conocemos, y en
los últimos versos de nuevo el recuerdo de las coplas
manriqueñas. Hay en el terceto siguiente una nueva variante
del sueño:
¡Oh si
acabase, viendo como muero,
de aprender a morir, antes que
llegue
aquel forzoso término
postrero!
—47→
Es lo que
podríamos llamar el magisterio del sueño, la misma
idea que se utiliza con la rosa: la rosa tiene vida breve, y como
símbolo de la fugacidad de la vida (y de la belleza
femenina), debe prepararnos a bien vivir esta vida breve para
conseguir la gloria. Siendo el sueño imagen de la muerte,
sin ser realmente ésta, nos prepara a aceptarla y a llevar
una vida acorde con ese fin; por eso se le llama a la muerte el
sueño eterno, del cual sí ya nunca despertamos.
Calderón
tiene unos ovillejos en su comedia El médico de su honra (jornada
II, escena XVIII), que comienzan35:
En el mudo
silencio
de la noche, que adoro y
reverencio,
por sombra aborrecida,
como sepulcro de la humana
vida
[...]
Hay una nota al
verso tercero, del comentador Juan E. Hartzenbusch, que dice,
«Querrá decir "aunque aborrecida de
otros", porque si Gutierre "la adora y reverencia", no cabe que la
aborrezca también. Acaso esté errado el verso, y deba
leerse "puesto que aborrecida"». Nos parece que estos
tópicos de la noche portadora de sombras y de sueños,
imagen de la muerte, eran ya tan conocidos de todos que se pasaba
de uno a otro sin transición. Gutierre aborrece la noche
porque durante ella se duerme, y el sueño es muerte:
«sepulcro de la humana vida»,
aborrece la muerte como cualquier humano puede hacerlo; al mismo
tiempo le acuerda el carácter religioso que la muerte tiene
y por eso la adora y reverencia.
Huelga recordar al
lector la importancia del sueño en la comedia más
famosa de Calderón, La vida
es sueño, y la ambigüedad que hay entre lo que
se vive y lo que se sueña, y cuál sea la verdadera
vida. Se encuentra en ella, además, el sueño como
maestro, con una adición o complicación. La
lección que Segismundo nos da es no sólo la
incapacidad humana para distinguir claramente la realidad de lo
engañoso dentro de nuestra vida, sino también que
ella nos enseña que aun en sueños debemos actuar
rectamente, ya que ni en sueños el bien pierde su valor,
pues nos asegura la vida futura, única en la que podemos
confiar. Segismundo es ante todo un agente moral; le importa
distinguir entre la verdad y la ilusión para poder actuar
luego de un modo responsable. El protagonista anónimo de Sor
Juana, que como en un auto sacramental es el alma humana en
general, es un agente exclusivamente cognoscitivo: como
científico «puro», es decir no
«aplicado», sólo quiere saber la verdad para
poder contemplarla. Ambos protagonistas sufren un fuerte
desengaño inicial, y en su segunda prueba se comportan de
una manera más cuidadosa, más racional. Pero si en su
lucha por la verdad Segismundo gana una victoria clara e
indiscutible, el protagonista más romántico de Sor
Juana termina zozobrando (vv. 827-828).
Cosme Gómez
Tejada de los Reyes, «ingenioso autor del
siglo XVII, poeta y filósofo moral, de muy buen gusto
literario y de mucha ciencia»36
tiene una canción titulada «A la muerte», donde
leemos:
—48→
Al sueño
llaman de la muerte imagen,
si la muerte no es imagen
suya,
original y copia así
conforman;
duerman los hombres, sueñen
y trabajen
hasta que salga el sol, la noche
huya,
y si especies más gratas los
informan,
en reyes se transforman;
hártase su ambición,
mas no es probable
aun por sueños la sed que es
insaciable.
[...]
Gozan su vanidad, y a la
mañana
trabajo y gusto es sueño, es
sombra vana.
Siendo una misma
cosa muerte y vida,
bien concierta que mar
también lo sea
[...]
Tenemos
aquí la conocida imagen del sueño-muerte; los
sueños como realización vana de las ilusiones; las
penas («trabajos») o gustos del hombre, todo es
«sombra vana», lo mismo si los experimenta en
sueños o en la vida real. He aquí que Gómez
Tejada de los Reyes nos presenta las mismas ideas de
Calderón en La vida es
sueño al año de su publicación, aunque
si hemos de creerle37,
tenía escritas estas composiciones hacía muchos
años. Como Calderón, no sólo expresa esa
ambigüedad entre lo real y lo soñado, sino que
también transforma a sus hombres en reyes y hace la
advertencia de que cuando la sed es insaciable, ni aun en
sueños puede calmarse, que es, pudiéramos decir, la
contraparte del obrar bien aun en sueños de Calderón.
Y notemos que cuando dice, «siendo una
misma cosa muerte y vida», es porque las dos se parecen al
sueño. En los versos que siguen a los copiados, pasa el
poeta a reflexiones sobre la vida humana, barca en mar tempestuoso,
hasta llegar a la imagen del arroyo que va a morir al mar, que es
la muerte. Es decir, que nuevamente hallamos aquí la imagen
de Manrique.
La idea del
magisterio del sueño la encontramos en un soneto laudatorio
que se halla entre las obras de Salvador Jacinto Polo de
Medina38,
soneto escrito para el libro Vigilias del sueño (Madrid,
1644) de Pedro Álvarez de Lugo y Usodemar (p. 237):
¿No te
basta viviendo lo entendido?
¿Aun del sueño en la
muerte has de hallar vida?
Sólo en ti lo que en todos
homicida
inhábil no se ve ni
suspendido.
Maestro de la
muerte es siempre el sueño,
y tú a vivir con
sueños persuades
doctrinas vivas de lición
tan muerta.
—49→
¿Qué deidad te dispuso tanto
empeño?
Hoy, sin duda, te adquiere
eternidades,
pues tu dormir a todos los
despierta.
El sueño es
«homicida» porque nos procura la muerte, y la
lección que se desprende de esa muerte provisional debe
prepararnos a un mejor vivir (aceptado como realidad efectiva) en
vistas a la muerte definitiva. Vemos, pues, que el tema
sueño-muerte es tratado aquí sin la ambigüedad,
con respecto a la vida humana, que hemos visto antes.
Gabriel,
Bocángel y Unzueta39,
en El cortesano discreto,
escrito en romances, entre los consejos que le da a un futuro
cortesano le recomienda cuatro cosas importantes para «hazer al hombre felice» (t. II, p. 367):
La tercera, que de noche
bastante se goze el
sueño,
que si es de la muerte imagen,
no ha de batallar un muerto.
Aquí,
dentro de la conocida imagen sueño-muerte, volvemos a
encontrar nuestro casi olvidado sueño-descanso, reposo de
las normales fatigas diarias, sin otras complicaciones. Si el
sueño es como un morir, bien está que nos dejemos
descansar en la tranquilidad de esa muerte provisional.
En la Biblioteca
Nacional de Madrid, se encuentra el manuscrito 3985,
«Poesías diversas», en cuya página 109
dice: «Francisco de Figueroa, Algunos
versos suyos». En la misma página donde se halla el
soneto que vamos a copiar inmediatamente se lee también el
nombre de Hortensio Félix, así que no está
clara la autoría de esta composición:
Tenemos
aquí, además de la repetidísima imagen del
sueño-muerte, el otro aspecto ambiguo entre lo que sea
realmente vivido, si lo que se sueña —50→
o lo que se vive en la vida de todos los días:
«de modo que vivía con la muerte / y
ahora con la vida estoy más muerto». El sueño
es, como ya sabían todos, «imagen de la muerte»,
pero también «imagen de la vida», es decir, que
es «sueño muy más fuerte». Como en
Quevedo, aunque no tan vívidas, tenemos también
aquí esas imágenes veloces del pasar del tiempo:
«el presto viento» y «el rayo por las nubes inflamado».
Agustín de
Salazar y Torres41
tiene un soneto amoroso donde aparecen estos aspectos en forma
aún más complicada. Dice así (p. 219):
Soñaba,
¡ay dulce Cintia!, que te vía,
mejor diré que, ciego, te
soñaba,
pues si eclipse en tus ojos
contemplaba,
miento si digo que tu luz
tenía.
Soñete
muerta, y como no podía
aun en sueño vivir, si te
admiraba
imagen muerta, el sueño que
en mí obraba
de la muerte otra imagen me
fingía.
Resucité
del sueño pavoroso,
y hallé que enferma estabas;
no es tan fiera
la pena cruel que en mi dolor se
funda;
que en mis
desdichas vengo a ser dichoso,
pues teniendo presente la
primera,
no pudo darme muerte la
segunda.
Analicemos la
dificultad de este soneto: aquí el poeta considera la vida
vivida durante el sueño, y la relaciona además con la
de la realidad diaria. Durante el sueño no
«veía» a su dama, sino que se la imaginaba
«ciego», pues si le venía la luz de los ojos de
ella, estando éstos en «eclipse», todo era
oscuridad: un sueño dentro de otro sueño, en el cual
murió (a causa de la muerte de ella) a través de una
imagen distinta de la de la muerte que conocemos.
«Resucité» no se refiere ya al sueño como
despertar (sueño-muerte), sino a volver a vivir realmente
después de la muerte experimentada en ese sueño
soñado. Y es dichoso entonces al comprobar que sólo
es enfermedad de su amada lo que había soñado
muerte.
Este mismo Salazar
y Torres tiene una larga composición poética
también en silvas. Está dividida en cuatro
«discursos», que corresponden a distintas
«estaciones» del día: Estación Primera,
de la Aurora; Estación Segunda, del Mediodía;
Estación Tercera, de la Tarde, y Estación Cuarta, de
la Noche42.
Esta composición se parece, en el título, la forma y
algunos tópicos, al Sueño. Podría
señalarse como obra anterior a la de Sor Juana, influenciada
asimismo por Góngora y sus pretendidas cuatro Soledades. (Ya José María
de Cossío apuntó la influencia indudable de este
poeta en Sor Juana, en el poema de ésta que empieza «Lámina sirva el cielo al retrato».
Recordemos también, de paso, lo que nos dice Méndez
Plancarte —51→
sobre un poema inacabado de Salazar y Torres que
terminó, o se propuso terminar nuestra poetisa, y que
cataloga entre «lo inédito y acaso
ya perdido» (Introducción, p. XIV), lo cual demuestra el profundo
conocimiento que tenía Sor Juana de la obra de Salazar y
Torres). Hay en las silvas citadas de Salazar un verso que se
refiere solamente al sueño tranquilo, sin preocupaciones de
ninguna clase, que hemos encontrado antes:
[...] cuyos ojos divinos
quizás tiene cerrados
el dulce, blando y apacible
sueño.
Terminamos
así este largo recorrido dedicado al tema general del
sueño en la tradición poética española.
Recordemos la estructura triple que muy frecuentemente lo
acompaña: dormirse, soñar, despertar. Hemos
encontrado, además, los aspectos siguientes: el sueño
como descanso, plácido y reparador del cuerpo humano o del
trabajo diario, no perturbado por inquietudes algunas; el
sueño amoroso, que es descanso porque nos relaja en las
penas de amor y da nuevos alientos para seguir sufriéndolas;
el sueño como ilusión de amor, a través del
cual conseguimos nuestros íntimos deseos y que se convierte
en burla cuando despertamos a la realidad; la variante del
sueño místico (consecución también de
deseos íntimos) como máxima aspiración humana;
la imagen del sueño como muerte, y como realidad vivida
(sueño dentro de otro sueño), con la consiguiente
ambigüedad de lo que sea efectivamente lo real (es decir, el
círculo sueño-muerte-vida); y el magisterio del
sueño que, preparándonos para la muerte sin retorno,
nos consigue la vida eterna. Recordemos, por último, que
alguna vez se relaciona este tema con la mitología
clásica, y que frecuentemente se le identifica con el tema
del río de las coplas de Jorge Manrique.
Veamos ahora lo
que encontramos en el Sueño de Sor Juana en cuanto a
los distintos aspectos del tema «sueño» que
acabamos de ver. Sor Juana es fiel a esta estructura básica:
armonía exterior que conduce al silencio y al sueño;
sueño, y despertar. Así lo vemos en este
abreviadísimo resumen del Sueño: «Siendo de noche
me dormí; soñé que de una vez
quería comprender todas las cosas de que el universo se
compone. No pude ni una divisar por sus categorías, ni aun
un solo individuo; desengañada, amaneció y
desperté»43.
En cuanto a la
primera parte (silencio, armonía universal), la expresa Sor
Juana con los siguientes versos (vv. 19-24):
y en la quietud contenta
de imperio silencioso,
sumisas sólo voces
consentía
[...]
que aun el silencio no se
interrumpía.
—52→
Y sigue más
adelante (vv.
80-88):
El viento sosegado,
[...]
los átomos no mueve,
con el susurro hacer temiendo
leve,
aunque poco, sacrílego
rüido,
violador del silencio
sosegado.
El mar, no ya alterado,
ni aun la instable
mecía
cerúlea cuna donde el sol
dormía [...]
Hasta que, por fin
(vv. 147-150):
El sueño todo, en fin, lo
poseía;
todo, en fin, el silencio lo
ocupaba:
aun el ladrón
dormía;
aun el amante no se desvelaba.
Sor Juana se ocupa
luego del sueño en sí, del dormir humano, primero
como descanso, sea de fatigas físicas o de
«deleite», los sentidos suspendidos; es el «dulce
sueño» de Fray Luis (vv. 151-172):
El conticinio casi ya pasando
iba, y la sombra dimidiaba,
cuando
de
las diurnas tareas fatigados
-y no sólo oprimidos
del afán ponderoso
del corporal trabajo, más
cansados
del deleite también (que
también cansa
objeto continuado a los
sentidos
aun siendo deleitoso)-
[...]
pues de profundo
sueño dulce los miembros
ocupados,
quedaron los sentidos
del que ejercicio tienen de
ordinario
-trabajo, en fin, pero trabajo
amado,
si hay amable trabajo-,
si privados no, al menos
suspendidos.
E inmediatamente
sigue Sor Juana con el tema del sueño imagen de la muerte
(vv. 173-191):
Y cediendo al retrato del contrario
de
la vida, que -lentamente armado-
cobarde embiste y vence
perezoso
con armas soñolientas,
desde el cayado humilde al cetro
altivo,
sin que haya distintivo
que el sayal de la púrpura
discierna:
pues su nivel, en todo poderoso,
—53→
gradúa por exentas
a
ningunas personas,
desde la de a quien tres forman
coronas
soberana tiara,
hasta la que pajiza vive
choza;
desde la que el Danubio undoso
dora
a la que junco humilde, humilde
mora;
y con sin igual vara
(como en efecto imagen
poderosa
de la muerte) Morfeo
el sayal mide igual con el
brocado.
El «retrato del contrario de la vida» es, por
supuesto, el sueño (la «copia» de Gómez
Tejada de los Reyes), que nos mide a todos por igual. Así
Sor Juana, también, recoge el recuerdo de la danza de la
muerte y de las famosas coplas, repitiendo la idea en varias
formas: todos son iguales en la muerte como en el sueño,
representado por la figura mitológica de Morfeo. Y sigue Sor
Juana insistiendo en la suspensión de toda actividad de los
sentidos externos durante el sueño, o «muerte
temporal» (vv. 192-203):
El alma, pues, suspensa
del exterior gobierno,
solamente dispensa
[...]
remota, si del todo separada
no, a los de muerte temporal
opresos
lánguidos miembros,
sosegados huesos,
los gajes del calor
vegetativo,
el cuerpo siendo, en sosegada
calma,
un cadáver con alma,
muerto a la vida y a la muerte
vivo.
Sor Juana no se
contenta con decirnos que el cuerpo está con sus sentidos
suspendidos y «muerto a la vida», sino que va a darnos
toda una relación poético-fisiológica de esta
«no intervención» de los órganos
principales del cuerpo humano en la aventura del sueño; pasa
del corazón al pulmón, y de ahí al
estómago, hasta llegar al cerebro, único participante
activo que, habiendo guardado por medio de la memoria las
imágenes recogidas durante el día, dará a la
fantasía campo de acción. Notemos que el
último verso, «muerto a la vida y a
la muerte vivo», expresa perfectamente esa ambigüedad
que da origen al círculo sueño-muerte-vida.
La tercera parte
de la estructura de que hemos hablado la resume el último
verso del poema; como en otros de los pasajes vistos, el sol lo
ilumina todo y llama de nuevo a la vida (vv. 974-975):
[...] quedando a luz más
cierta
el mundo iluminado, y yo
despierta.
Sin embargo, este
sueño de Sor Juana es más que un rendirse al descanso
diario, y es más que sueño imagen de la muerte, ante
la cual todos —54→
somos iguales; es también un sueño
soñado en otro sueño, como nos lo dice José
Gaos en su trabajo «El sueño de un
sueño»44.
Ese sueño que soñamos, puesto que es
realización de nuestro deseo íntimo, es presentado
como la esencia de nuestra vida, como nuestra vida misma.
Así como hemos visto esos sueños de amor por medio de
los cuales se alcanzaba lo que la realidad negaba, el sueño
de Sor Juana es materialización de su ansia de saber, que ni
aun en sueños puede alcanzarse; expresión honda de su
fuerza vital, no es ni sueño amoroso ni místico,
sino, como se ha dicho, un sueño «intelectual».
Puede decirse con respecto al sueño lo que dice Octavio Paz
al referirse a la noche: «La noche de Sor
Juana no es la noche carnal de los amantes, ni la de los
místicos»45.
E incluso encontramos en el Sueño el aspecto magisterial del
que hemos hablado. Vimos que el sueño, como imagen de la
muerte, transitorio y fugaz, debe prepararnos para bien morir. La
lección que se desprende del sueño de Sor Juana es lo
inverso: el sueño, transitorio y fugaz, imagen de la vida,
debe prepararnos para bien vivir, aceptando esa realidad en la cual
no podemos conseguir la aspiración máxima del saber,
y poniendo en el solo intento todo el valor del acto en sí.
Durante el sueño, como en la vida, el hombre es incapaz de
comprender, de captar el universo; pero sólo el intentarlo
nos salva. La figura mitológica que simboliza en el
Sueño este acto
incansable y repetitivo, tomada como modelo, es Faetón,
según veremos más adelante.
Sor Juana
Inés de la Cruz ha resumido las ideas que se
desprendían del tema del sueño, tal como se
habían utilizado antes de ella, las lleva a sus
últimas consecuencias y aún más allá.
Pensemos en la identificación del sueño con la vida
real, hecho materia poética, de Nerval; en las reflexiones
del vivir humano, de Unamuno («¿Es
que todo esto no es más que un sueño soñado
dentro de otro sueño?»); en la importancia que da el
existencialismo al «intento» como explicación de
nuestra vida. Nos damos cuenta así del paso gigantesco dado
por la figura precursora de Sor Juana hacia nuestro propio
tiempo.