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ArribaAbajoCapítulo XXI

Historiografía ecuatoriana



ArribaAbajoPrimeros protagonistas

Para los historicistas la palabra historia tiene dos significados: el relato de los hechos y los hechos mismos. Shotwell ha tratado de descubrir la cualidad que revisten las personas y los hechos para volverse históricos, o más bien, historiables150. Según él el hecho humano se vuelve histórico cuando se lo considera como parte del proceso del desarrollo social. En otros términos, el hecho, deja de ser aislado y se vuelve histórico cuando se lo considera en relación con otros en el espacio y en el tiempo.

Dilthey ha precisado más el carácter del hecho humano, histórico, al destacar el contraste entre la singularidad esencial de todo suceso histórico y la exigencia dialéctica de conexión con los demás hechos que componen la realidad histórico-social. Para Dilthey, «cada acción, cada pensamiento, cada creación comunal, en una palabra, cada parte de un todo histórico, recibe su significación de sus relaciones con el total de su época».

El valor relativo de un suceso o personaje depende del mayor o menor influjo que han ejercido en el proceso de la vida   —518→   social. La misma biografía se torna histórica, en cuanto se considera al individuo dentro del marco de la sociedad en que le ha tocado vivir.

En torno al hecho de la conquista de Quito, fue preocupación de los protagonistas hacer informes legales de su intervención personal, para acreditar su derecho a la recompensa. Esta consistió en blasón de nobleza familiar y en concesión de una encomienda. En el archivo de Indias, sección Patronato, constan las probanzas de los capitanes que intervinieron tanto en las acciones de armas como en la fundación de las primeras ciudades del actual Ecuador.

Presentamos a continuación los nombres de algunos capitanes, que tomaron parte activa en los primeros hechos de nuestra historia y que procuraron dejar constancia en sus respectivas probanzas.

Rodrigo Núñez de Bonilla, compañero de Benalcázar en la conquista y fundación de Quito. Practicó su información ante el escribano, Gómez Mosquero, en Quito el 10 de julio de 1537151 se le concedió escudo de armas el 4 de abril de 1542152.

Gonzalo Díaz de Pineda, capitán con Benalcázar en la conquista de Quito y primer expedicionario al país de la Canela. Hizo su probanza en Quito el 21 de agosto de 1539, ante el escribano Antonio Ruiz153.

Obtuvo escudo de armas mediante cédula firmada en Valladolid el 4 de marzo de 1542154.

Diego de Sandoval, conquistador y fundador de Quito, acudió con indios de su encomienda a defensa de Francisco Pizarro en Lima. Practicó su primera información en Quito el 7 de marzo de 1542, ante el escribano Gonzalo Yánez155.

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Sebastián de Benalcázar, el principal conquistador y fundador de Quito. Mandó practicar la información de sus servicios, ante el escribano Antonio de Oliva, en Cali el 2 de marzo de 1545156.

Baltazar García, fundador de Portoviejo con el capitán Diego de Olmos. Practicó su probanza, ante el escribano Pedro de Álvarez, en Portoviejo o Villanueva, el 21 de abril de 1539157.

Alonso de Bastidas, primer minero en Santa Bárbara, favorecedor al virrey Núñez Vela. Abrió su información en Quito el 6 de noviembre de 1550, ante el escribano Gonzalo Yánez Ortega158.

Juan de Londoño, hijo de Francisco de Londoño, muerto en Iñaquito en defensa de Núñez Vela. Practicó su probanza en Quito el 5 de diciembre de 1558, ante el escribano Antón de Sevilla159.

Rodrigo de Salazar, que asesinó a Pedro de Puelles y levantó bandera para la causa de La Gasca. Hizo informe de sus méritos ante el escribano Antón de Sevilla el 13 de septiembre de 1556160.

Gil Ramírez Dávalos, Gobernador de Quito y fundador de Cuenca y de Baeza. Mandó a practicar probanza de su actuación en Lima, ante el escribano Antón Díaz Villa, el 5 de octubre de 1558161.



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ArribaAbajoEscenario - Toponimia - Lengua

Cieza de León fue el primero en advertir la necesidad de destacar el elemento geográfico como escenario de los hechos históricos. Personalmente recorrió todo el territorio de la Audiencia de Quito, a partir de Cali hasta Piura. En su Crónica del Perú trazó la descripción de los sitios en que se ubicaban los pueblos primitivos, con sus costumbres vernáculas, sin omitir la flora ni la fauna. Vino al Nuevo Mundo de edad de trece años y se mantuvo diez y siete, durante los cuales, «ni las asperezas de tierras, montañas y ríos, intolerables hambres y necesidades, nunca bastaron para estombar mis dos oficios de escribir y seguir a mi bandera y capitán sin hacer falta [...] muchas veces cuando los otros soldados descansaban, cansaba yo escribiendo [...] mucho de lo que escribo vi por mis ojos estando presente y anduve muchas tierras y provincias por ver lo mejor, y lo que no vi trabajé de me informar de personas de gran crédito, cristianos e indios»162. Con Cieza de León se volvieron familiares en España, desde 1553, los nombres geográficos de los pueblos del Ecuador. Los Andes se dividen en dos Cordilleras paralelas, llamadas oriental y occidental, según como ven levantarse o ponerse el sol. A trechos se unen por los nudos, que semejan columpios gigantescos y ponen límites a las Hoyas. A cada una de éstas domina, por lo general un monte nevado, que caracteriza a las Provincias. De norte a sur se escalona la avenida de volcanes, el Imbabura y el Cotacachi; el Cayambe, el Antisana y el Pichincha; el Cotopaxi y el Iliniza; el Tungurahua; los Altares y el Chimborazo; el Azuay, el Villonaco. En las Hoyas, cercadas por los montes y a más de 2500 metros sobre el nivel del mar, se ubican las ciudades y pueblos, que por lo general han conservado   —521→   sus nombres autóctonos o quichuas, que evocan un origen, pre o protohistórico.

Son familiares en nuestra geografía los nombres de Tulcán, Caranqui, Atuntaqui, Cotacachi y Otavalo; Cayambe, Quinche, Yaruquí, Quito, Pomasqui, Conocoto; Alaques, Mulahaló, Pujilí, Saquisilí, Latacunga; Ambato, Píllaro, Patate, Pelileo, Mocha; Riobamba, Punín, Yaruquies, Colta; Alausí, Sibambe, Tixán, cañar; Paute, Gualaceo, Sigsig, Cogitambo, Chordeleg y Jima; Saraguro, Paltas, Celca, Cariamanga y Malacatos.

Este índice fragmentario de vocablos señala la toponimia vernácula de montes y de pueblos. Habría que añadir una larga serie de nombres patronímicos, junto con los de la fauna y flora, que persisten en el idioma de nuestra cultura. Los más de ellos son de fonética preincaica. En cuanto a su significado, posible es que la lingüística y etimología deban atribuir al origen de las lenguas, cuando a los seres del Universo se imponían vocablos apropiados a la impresión que causaban en el hombre primitivo.

Caldas ponderaba la iniciativa de los indios en imponer nombres significativos a los objetos que los rodeaban. «Un volcán que arroja de su cima columnas de humo espeso, mezclado con llamas, se le nombra Cotopaxi (masa de fuego); otro lanza de su seno nubes de arena, conmueve los fundamentos de la provincia, y arruina los templos y los edificios: se le llama el Pichincha (el temible, el amenazador); una cima inmensa cubierta de nieve y colocada el otro lado de un río, se nombra Chimborazo (nieve al otro lado); a una población establecida en una garganta estrecha que corta la cordillera, se le impone el nombre de Latacunga (garganta estrecha); y en fin, una planta que fortifica los músculos, que da vigor, que hace andar a un tullido, se llama calpachina yuyu (yerba que hace caminar)»163.

La toponimia ha conservado muchos elementos de cultura, que provienen de los pobladores primitivos y que se han convertido   —522→   en parte sustancial de nuestra historia, constituyendo el patrimonio geográfico.

Huainacapac, para consolidar su dominio, impuso a los pueblos conquistados, el culto al sol y el habla del idioma quichua. La lengua del Inga, observa Garcilaso, alternó en los niños con el uso del seno de las madres y llegó a hablarse presto en el trato social y el desempeño de los cargos públicos164. El idioma quichua fue lengua de relación y de cultura. Aceptada luego por los españoles, se convirtió en el vehículo de instrucción religiosa. Un espíritu tan culto y observador, como el del padre fray Domingo de Santo Tomás, descubrió admirable consonancia del quichua con el castellano y el latín. Este religioso dominico vino al Perú en 1540, aprendió enseguida la lengua del Inga y compuso la primera gramática, que junto con el vocabulario quichua, publicó en Valladolid en 1560. Según él, por la Gramática se puede apreciar «la gran policía de esta lengua, la abundancia de vocablos, la consonancia que tienen las cosas que significan, las maneras diversas y curiosas de hablar, el suave y buen sonido al oído de la pronunciación de ella, la facilidad de escribir con nuestros caracteres y letras: cuán fácil y dulce sea a la pronunciación de nuestra lengua, el estar ordenada y adornada con propiedad del nombre, modos, tiempos y personas del verbo. Y brevemente, en muchas cosas y maneras de hablar, tan conforme a la latina y española y en el arte y artificio de ella, que no parece sino que fue un pronóstico que españoles la habían de poseer»165.

El quichua convivió casi medio siglo con los dialectos vernáculos de los paltas, cañaris, panzaleos, quitos e imbayas. Hubo de aceptar de todos ellos los nombres toponímicos, que estaban consagrados por el uso tradicional. La conquista española facilitó por de pronto la supervivencia dialectal, no obstante la imposición   —523→   oficial del quichua. El Relator anónimo de 1573 anota en su descripción de Quito: «En los términos de la dicha ciudad son muchas y diversas las lenguas que los naturales hablan, sin embargo: que por la general del Inga se entienden todos»166. Reconociendo la realidad de este hecho y ante la necesidad de evangelizar a todos, acordó el excelentísimo señor fray Luis López de Solís, en el Sínodo de 1594, la constitución que sigue: «Por la experiencia nos consta que en nuestro Obispado hay diversidad de lenguas, que no tienen ni hablan las del Cuzco y la Aymará, y para que no carezcan de la doctrina Cristiana es necesario hacer traducir el Cathecismo y Confesonario, en las propias lenguas: por tanto conformándonos por lo dispuesto en el Concilio Provincial último, habiéndonos informado de las mejores lenguas que podrían hacer esto, nos ha parecido cometer este trabajo y cuidado a Alonso Núñez de San Pedro y a Alonso Ruiz, para la lengua de los Llanos y Otallana; y a Gabriel de Minaya, presbítero, para la lengua cañar y puruay; y a Francisco de Jerez y a fray Alonso de Jerez, de la Orden de la Merced, para la lengua de los Pastos; y a Andrés Moreno de Zúñiga y Diego Bermúdez, presbítero, la lengua quilaringa»167.

El siglo XVII asistió a la agonía lenta de estos dialectos primitivos, para ceder definitivamente el puesto al quichua y castellano. Tan sólo han sobrevivido hasta el presente el jívaro entre los indios del oriente y el Colorado en la tribu de las vertientes occidentales del Pichincha.

Don Jacinto Jijón y Caamaño, en los volúmenes de su obra El Ecuador Interandino y Occidental, antes de la conquista Castellana, ha formado el índice de las voces de idiomas vernáculos, que subsisten aún, incorporados a nuestra toponimia168.

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Octavio Cordero Palacios trazó igual elenco de las voces del primitivo cañari169.

El castellano, y quichua han convivido hasta el presente reflejando los azares del mestizaje etnográfico. Son como dos corrientes paralelas, que se entrelazan a trechos, para luego recobrar la prístina pureza de sus aguas. Con hondo sentido social observó este hecho fray Domingo de Santo Tomás, quien asistió al primer contacto espiritual de las dos lenguas.

Los indios, dice, usan de barbarismos que es tomando términos nuestros (españoles) y aprovechándose de ellos corrompiéndolos y usando de ellas, no a nuestro modo sino al suyo. Y este barbarismo no es vituperable sino laudable, porque lo usan por necesidad y falta de términos de las cosas que ellos no tenían y ahora tienen, lo cual hacen los latinos muchas veces, usando de términos griegos y hebraicos, y hacemos los españoles cada día, aprovechándonos de los términos extranjeros para significar sus casas de que carecíamos y al presente usamos. Así los indios usan de muchos términos, para significar nuestras cosas de que ellos carecían.



Cerca de medio siglo después que el padre Domingo de Santo Tomás publicó su gramática quichua, compuso otra el padre Diego González Holguín, jesuita que estuvo en Quito a fines del siglo XVI. Su propósito principal fue ofrecer en su gramática algunas reglas que se referían al manejo elegante del idioma170.

El español y el quichua se han impuesto definitivamente al pueblo ecuatoriano. No se puede hablar de su cultura sin recurrir a los dos idiomas dominantes, en que se refleja la esencia de su vida. Ni se puede prescindir de los elementos lingüísticos, que anteceden al castellano, y quichua, que provienen de los pueblos primitivos y continúan viviendo en nuestra toponimia. Nuestra   —525→   geografía nos ha familiarizado con nombres vernáculos, incaicos y castellanos, que reflejan la procedencia étnica. Y es digno de notarse el porcentaje. Los más de ellos son primitivos, algunas de fonética quichua y son pocos los hispánicos.

Los conquistadores españoles bautizaron algunas veces, añadiendo el nombre de un Santo, al del pueblo conquistado. Así Santiago y luego San Francisco de Quito, Santiago de Guayaquil. Otras veces, al fundar una ciudad, evocaron el nombre del pueblo español de donde procedían sus fundadores, como Loja, Cuenca, Baeza, Ávila, Zamora, Sevilla de Oro, Macas y Logroño.




ArribaAbajoCrisol de Ecuatorianidad

En el escenario de este factor estático, se realizaron el desarrollo y transformación étnicas del actual Ecuador. La prehistoria nos ofrece un mosaico de pueblos, de raza, cultura e idioma diferentes, que habían hecho ya remanso a las antiguas oleadas migratorias. La gran inmigración incaica verificó, entre otras cosas, la primera reunión política de los componentes heterogéneos, que facilitó muy luego el establecimiento de los españoles.

Somos, étnicamente, un pueblo heterogéneo. Por los elementos dominantes en la mezcla, pertenecemos a la amalgama indoibérica de razas, y dentro de ellas, al grupo hispánico. El proceso evolutivo de mezcla y transformación continúa todavía. Las corrientes etnográficas persisten con características inconfundibles. El crisol de la ecuatorianidad no podrá realizar el milagro de la fusión, sino mediante la educación, a base de la unidad religiosa del realce de la cultura y del goce efectivo de los derechos políticos.

La geografía humana permite adivinar los resultados etnográficos,   —526→   que ha ocasionado la inmigración en el Ecuador. «Quizás la raza española, al fundirse en la americana, ha perdido su índole ancestral, en una curva de degeneración»171. «En todo caso, a la raza española debemos las cualidades principales, que informan nuestro ser colectivo. Desde la fundación de Quito (1534) en adelante, el Ecuador asistió a la inmigración de españoles al suelo de la Patria. Fueron ellos una legión de voluntarios, que viajaron con el propósito deliberado de establecerse definitivamente en el territorio ecuatoriano. Ellos y sus descendientes inmediatos han sido los forjadores de la nueva Patria. Por de pronto, fueron 202 españoles y dos negros los fundadores del Quito hispano o hubo por entonces una sola mujer española. La historia consigna en parte y adivina en otra las primeras alianzas de españoles con indios. Fue ciertamente el choque de dos razas, pero también la mezcla de sangre, el intercambio de cualidades, la creación de un nuevo pueblo.

En el proceso, adinámico de nuestro vivir histórico, la inyección de la sangre española en la linfa americana determina la conciencia del patriotismo. Había el soporte físico de nuestra variada y bella naturaleza. La sangre española informó de principios de individuación a nuestro pueblo. Con la conquista comenzamos a tener tradición e historia. El ayuntamiento de nuestras tierras ecuatoriales y de nuestros hombres indoibéricos, con un patrimonio de historia y miraje al porvenir, constituye el alma de la ecuatorianidad.




ArribaAbajoActas de las Cabildos

Quito celebró el IV Centenario de su fundación hispánica en 1934, con la publicación del Libro Primero de sus Cabildos. Al   —527→   presente son ya veintisiete los editados y constituyen la fuente más auténtica de la vida histórica de la ciudad capital, en el siglo Primero de su existencia Wolfram Schottelius ha comparado los Cabildos de Lima y México con los de Quito y a su parecer los nuestros se llevan la palma por la continuidad y el interés172.

Desde luego, los Libros del Cabildo son prueba fehaciente de la capacidad colonizadora del español. Pasado el episodio dramático de la conquista, el soldado hispano se convirtió en fundador de ciudades, único modo práctico y eficaz de afirmar la posesión sobre el suelo conquistado. El Libro Primero de Cabildos nos permite asistir al proceso de la fundación de Quito. Se destaca, ante todo, la verticalidad del derecho. Pizarro, en representación de Carlos V, delega a Diego de Almagro el poder para fundar la ciudad, que se establece definitivamente en el suelo conquistado por Benalcázar. Por de pronto es Almagro quien nombra los funcionarios del Cabildo, que en adelante será provisto por libre erección anual173. Presto el Cabido asume tal autoridad, que aún Vaca de Castro y el licenciado La Gasca, hubieron de presentarle sus credenciales para ser obedecidos174. El Cabildo, en defensa de los derechos del pueblo, se enfrentó a Benalcázar y a Gonzalo Pizarro.

En función organizadora de la vida cívica, el Cabildo trazó el plano, dio la ciudad, repartió los solares y distribuyó las tierras; legisló la convivencia social y religiosa, estableció las costumbres y vigiló el desempeño de los oficios; asistió a la creación de las artes manuales, resolvió los primeros conflictos de los artesanos y señaló el precio mínimo a los víveres, mercancías y artefactos.

Al través dio las Actas, desfilan los personajes que más actuaron en las guerras civiles y los que fueron haciendo la historia   —528→   del país, en los aspectos económico, civil y cultural. Ahí están reflejados en sus propias frases o en sus actuaciones públicas Benalcázar, Díaz de Pineda, Pedro de Puelles, Gonzalo Pizarro, Diego de Sandoval, Alonso de Bastidas, Juan Londoño, Lorenzo de Cepeda, los Suárez de Figueroa, los Cevallos y Villegas.

Los Libros del Cabildo, publicado ya, avanzan hasta el primer cuarto del siglo XVII y son la fuente imprescindible de la Historia General del Ecuador. En la serie los volúmenes XII y XX están consagrados a los Cabildos de la ciudad de San Miguel de Ibarra y el XIII a los de la ciudad de Cuenca.

Schottehus observa con acierto que en España la fundación de ciudades se había realizado según el ideal teórico de Santo Tomás de Aquino. En el siglo XV con Isabel la Católica y luego con Carlos V, las ciudades españolas perdían su importancia frente al absolutismo político, que centralizaba la administración y la economía. Precisamente entonces surgieron las ciudades en América, como una perfecta unidad político-económica, en que la cooperación de las funciones había de satisfacer las necesidades de todos los ciudadanos.

La vida cívica de Cuenca y de Ibarra se realiza y desarrolla bajo la dirección de sus Cabildos, al igual que la de Quito. Solamente que en ella pudo tenerse en cuenta la advertencia sagaz de Santo Tomás de Aquino, quien en el Libro II, capítulo IV de su Política, dice lo siguiente: «Al fundar un pueblo, ha de elegirse sitio cuya amenidad deleite a los habitantes. Porque ni la gente emigra fácilmente de los sitios amenos, ni los feos atraen concurso de habitantes, porque sin recreo no puede alargarse mucho la vida de los hombres». La elección de sitio ameno consta claramente en las fundaciones de Cuenca y de Ibarra.

En el volumen XIII de los Cabildos se relata la fundación de Riobamba como villa, con el nombramiento de funcionarios propios. El volumen XVIII es la trascripción del Libro de Proveimientos de tierras, cuadras, solares y aguas hechos por los Cabildos de la ciudad de Quito. Para la historia de la Cultura   —529→   interesa conocer la forma con que aquí se llevó a cabo el establecimiento de la propiedad y su dominio.




ArribaAbajoRelaciones geográficas

El descubrimiento de América y su colonización plantearon problemas de interés trascendental a la Cultura. La Geografía física del Universo, la náutica, la astronomía, la etnología, hallaron capítulos nuevos que añadir a la Cultura general del Renacimiento. Un escritor tan concienzudo como Humboldt pudo escribir que «uno se asombra de hallar en germen, en los escritores españoles del siglo XVI tantas verdades importantes en el orden físico [...] ya que su acuciosa curiosidad [...] se planteó desde el comienzo la mayor parte de los problemas que aún hoy día nos ocupan»175.

El mismo año, dio la fundación de Quito (1534) apareció en Sevilla la Verdadera Relación de la Conquista del Perú, por Francisco de Jerez. Fue sagaz iniciativa de Francisco Pizarro tener consigo un secretario, que escribiese la relación de los hechos, a medida que se iban verificando. Fue Jerez el primero de les cronistas que consignó datas acerca de los pueblos de la Costa ecuatoriana y recogió algunos nombres toponímicos y patronímicos. Quito se recomienda por Patria de Atabalipa, cuyo nombre y el de sus generales se traducen como el primer balbuceo castellano de los patronímicos incaicos.

En 1552 vio la luz pública en la misma Sevilla la Parte Primera de la Crónica del Perú, de Pedro Cieza de León. El autor estuvo ya en Cartagena de Indias en 1535. Militó como soldado en las expediciones de Alonso de Cáceres (1536), del licenciado Vadillo (1538), de Jorge Robledo (1541) y de Benalcázar (1542).   —530→   Más tarde se integró al ejército, de La Gasca, hasta la batalla de Jaquijaguana (1549). Anduvo todo el tiempo con la pluma en la mano. En su Dedicatoria de la Crónica confiesa expresamente: «Me ocurrió muchas veces que mientras los otros soldados mis compañeros dormían, yo descansaba escribiendo». Y también advierte: «Yo he visto lo que digo y he hecho en todo la experiencia»176.

En su Crónica trazó la descripción geográfica de las actuales Provincias del Ecuador y consignó datos de experiencia personal tal cual los observó en 1547. Después con informes facilitados por don Pedro de La Gasca, compuso la historia de la Guerra de Quito, en que comparecen los fundadores de la ciudad, alistados unos en el ejército de Gonzalo Pizarro y otros en el de Núñez Vela, hasta el triunfo definitivo de la causa del Rey. Quito entra a figurar como ciudad de primer orden entre las principales de la América del Sur177.

Hacia 1555 se estableció en Quito Baltazar de Ovando, quien al vestir el hábito dominicano tomó el nombre de fray Reginado de Lizárraga. Tenía entonces quince años y comenzó a cursar Humanidades con el propósito de hacerse sacerdote. Recibió la tonsura de manos del primer Obispo de Quito, ilustrísimo señor Díaz de Arias, cuyo retrato trazó con líneas claras y precisas. De seglar y luego como religioso y más tarde como Obispo recorrió todo el Ecuador, el Perú, Chile y la Argentina y escribió después, reviviendo impresiones, la Descripción breve del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile. Consciente de la exactitud de sus observaciones, previene al lector: «No hablaré de oídas sino muy poco, lo demás he visto con mis propios ojos, y como dicen, palpado con las manos: por lo cual lo visto es verdad y lo oído no menos»178.

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La parte que se refiere al Ecuador corresponde al decenio comprendido entre 1550 y 1560. Las descripciones geográficas son exactas, como lo son también las referencias de carácter biográfico. Consagra un capítulo a cada una de las poblaciones de Portoviejo, Santa Elena, Guayaquil, Quito, Quijos, Tomebamba y Loja y dedica un párrafo, especial a los Obispos de Quito que él llegó a conocer: ilustrísimo señor Díaz Arias, fray Pedro de la Peña, fray Antonio de San Miguel y fray Luis López de Solís179.

A las Relaciones Histórico-Geográficas de iniciativa privada, superó el caudal de noticias oficiales, procuradas par el Consejo de Indias. Ya en la Junta de pilotos, presidida por Fernando el Católico en 1508, se dispuso que los marinos llevasen el diario de sus observaciones náuticas y marítimas. Después, cuando el Consejo de Indios asumió el Gobierno de América, ampliando las atribuciones de la Casa de Contratación (1519)180, se sistematizó la información obligando a los funcionarios públicos de Hispano-América, a dar exacta cuenta de la geografía física y de los hechos administrativos del Nuevo Mundo. Más tarde, bajo el Gobierno de Felipe II y en la Presidencia de don Juan de Ovando, se llevó a cabo una indagación metódica y total de los asuntos relativos a Indias. El Cosmógrafo y cronista mayor, don Juan López de Velasco redactó después un cuestionario de cincuenta preguntas, que contenían los aspectos principales y más variados, para elaborar unas tesis de la descripción e historia de América181. La respuesta de la Audiencia de Quito fue copiosa y detallada y consta y ocupa el tercer tomo de las Relaciones Geográficas de Indias, que publicó Jiménez de la Espada, en 1897.

El licenciado Solazar de Villasante fue el primero en dar respuesta a la investigación geográfica procurada por Ovando y López de Velasco. El informe integral se refiere al Perú y al Ecuador   —532→   de entonces. La parte que mira a Quito está compuesta con acopio de detalles de un testigo ocular de lo que describe y narra y también de un actor directo en los sucesos que refiere182.

Pedro de Valverde y Juan Rodríguez, oficiales de la Real Hacienda, redactaron su informe respectivo en 1576, con el título de Relación de la Provincia de Quito y distrito de su Audiencia. Se concretan en su referencia al aspecto económico183. Sin fecha ni nombre del autor consta luego una Relación de las ciudades y villas que hay en el distrito de la Audiencia Real que reside en la ciudad de San Francisco de Quito y de los oficios de Administración de Justicia, de las vendibles y no vendibles y del valor de cada uno de ellos y de los que se podrían criar y acrecentar. El contenido es de carácter administrativo. Jiménez de la Espada opina que fue escrito después de 1582184.

Firmada por el Maestrescuela de Quito Lope de Atienza y por el Notario Apostólico Francisco de Corcuera, se consigna enseguida una Relación de la Ciudad y Obispado de San Francisco de Quito.- 1583185. Es un informe de la organización del Obispado, con datos estadísticos de las personas que ocupaban los beneficios del Cabildo y servían las parroquias y doctrinas. Este informe se completa con otro de igual carácter que escribió el Arcediano de Quito, licenciado Pedro Rodríguez de Aguayo186.

Sigue, a continuación, una relación anónima intitulada La Ciudad de San Francisco de Quito.- 1573. Es la más interesante y extensa. Responde al interrogatorio de 200 preguntas formulado por Ovando y contiene como apéndice un plano de la   —533→   ciudad de Quito. El número 98 exhibe la estadística de los encomenderos, con el nombre de la encomienda y la cantidad que producía. De esta Relación aprovechó el Real Cronista Herrera, para escribir los capítulos X, XI y XII del Libro X de la Década V187.

Similar a la anterior fue la Relación relativa a la ciudad de Loja, escrita por Juan Salinas de Loyola. Contiene la respuesta cada uno de los 200 números del cuestionario antedicho. La contestación es lacónica y sin ropaje literario. El autor fue uno de los personajes más destacados de la conquista y colonización de la Provincia de Loja. Militó en las filas de Hernán Cortés y vino al Perú en 1535. Fue compañero de Mercadillo en la fundación de la ciudad y realizó a su costa la conquista y población de Yahuarzongo y Bracamoros188.

El informe relativo a Cuenca lleva por título: Relación que envío a mandar su Majestad se hiciese de esta ciudad de Cuenca y de toda su Provincia. La orden del Rey se cumplió distribuyendo, en sujetos capacitados, la relación de cada distrito. Hernando Pablos escribió el informe relativo a la ciudad de Cuenca. El dominico fray Domingo de los Ángeles concretó su relato al pueblo de Pacecha. El franciscano fray Melchor de Pereira se encargó de informar acerca de Paute y Gualaceo. El informe relativo a Azogues corrió a cargo de fray Gaspar de Gallegos de la Orden de San Francisco. Pedro Arias Dávila concretó en 34 números la relación sobre Pacaibamba (Girón). La data de junio de 1582 lleva el informe que sobre Cañaribamba compuso el Vicario de esa doctrina Padre Juan Gómez. El clérigo Martín de Gaviria trazó en ese mismo año en informe sobre Chunchi. Y el Presbítero Hernando Italiano escribió la relación acerca de Alausí189.

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La Audiencia pidió, asimismo, a los Corregidores de Otavalo y Chimbo que redactasen el informe de sus respectivos corregimientos. De la Relación de Otavalo y de sus pueblos se encargó el mismo Corregidor don Sancho de Paz Ponce de León. El mercedario fray Andrés Rodríguez redactó, en noviembre de 1582, el informe acerca de Lita. Fray Jerónimo de Aguilar, también Mercedario, escribió la relación sobre Lita y Caguasquí y el clérigo Antonio Borja redactó el informe sobre Pimampiro. La Relación relativa al Corregimiento de Chimbo se hizo el 12 de setiembre de 1582 ante el Corregidor Miguel de Cantos, actuando como Secretario Pedro de Galarza190.

Las Relaciones Geográficas se completan con un informe detallado acerca del asiento del cerro y minas de Zaruma y una lista de las encomiendas establecidas en la ciudad de Santiago de Guayaquil191. Del año de 1577 data un informe suscrito por los miembros del Cabildo de Quito, en respuesta a una orden de la Real Audiencia. No es de la extensión del relato anónimo de 1573, que respondía al interrogatorio formulado por don Juan de Ovando. Satisface más bien a la encuesta de don Juan López de Velasco. Tiene la ventaja de la precisión de datos, como que fueron escritos sobre fuentes oficiales del Cabildo. Algunas noticias son completamente originales. Se consignan observaciones etnológicas y se dan detalles sobre instrucción pública y costumbres populares. No figura esta Relación en la obra de Jiménez de la Espada. El original firmado por los Cabildantes, se halla en el Archivo de Indias con la signatura de 76-6-10192.



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ArribaAbajoCompendio historial del estado de los indios del Perú

Es un libro que consta de dos partes. En la primera, que contiene XLVI capítulos se describen los ritos y costumbres de los indios del actual Ecuador. La segunda, de XIII capítulos, está dedicada a instrucción de los sacerdotes llamados a trabajar entre los indios. El autor Lope de Atienza, se califica de «Clérigo Presbítero, criado de la serenísima Reina de Portugal, Bachiller en Cánones». Lo cual da entender que compuso su libro cuando regresó de Quito a España para optar grados en Alcalá de Henares. Lope de Atienza había nacido en Talavera de la Reina en 1537. Su juventud pasó en servicio de la Reina Catalina hermana de Carlos V. En 1560 vino con destino al Perú y se estableció en Quito en 1562. El ilustrísimo señor de la Peña le confió algunos curatos, donde adquirió la experiencia de las costumbres de los indios. En 1572 regresó a España para obtener la licenciatura en Cánones. El libro que escribió respondía en parte al afán demostrado por don Juan de Ovando de conocer los asuntos de Indias. Quizá por esto se halla dedicado a este licenciado que ocupaba entonces el cargo de Presidente del Real Consejo de las Indias. El 20 de noviembre de 1575 fue Lope de Atienza favorecido por Felipe II, con el beneficio de la Maestrescolía de la Diócesis de Quito. Ascendió más tarde a Provisor, Vicario General y Administrador de la Diócesis. En 1583 escribió, en cumplimiento de una orden del Rey, la Relación sobre el Obispado de Quito, que figura entre las Relaciones Geográficas de Indias. El Compendio historial se conserva manuscrito en la Colección Muñoz, de la Biblioteca de la Real Academia de la Historia de Madrid. Lo publicó por primera vez el señor Jacinto Jijón y Caamaño, en 1931, como el volumen primero de Apéndices, a La Religión del Imperio de los Incas.



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ArribaAbajoDescripción y Relación del Estado Eclesiástico del Obispado de San Francisco de Quito, por Diego Rodríguez Docampo, clérigo. Año de 1650

El rey Felipe IV mediante cédula de 8 de noviembre de 1648, ordenó a los Arzobispos y Obispos de América, que hiciesen una relación del Estado Eclesiástico de sus respectivas Diócesis, desde los principios de sus ciudades y provincias hasta el tiempo de la expedición de la cédula. El Conde de Salvatierra, Virrey del Perú, remitió la cédula Real al ilustrísimo señor don Agustín de Ugarte Saravia, quien se dio por notificado el 14 de octubre de 1649 y comisionó al presbítero Rodríguez Docampo, Secretario del Cabildo Eclesiástico, que diese cumplimiento a la orden del Rey. De inmediato se puso a la labor el Comisionado, que estaba por entonces escribiendo ya la historia general de estas provincias, que, al decir de don Pablo Herrera, no llegó a publicarse por falta de recursos.

Para la relación que nos ocupa investigó Rodríguez de Ocampo en los Archivos, tanto del Cabildo Eclesiástico como Secular, como también de los Conventos. Después de dar datos generales acerca del aspecto, armas y clima de la ciudad, traza el autor una ojeada a la vida y actuación de los Obispos y hace una estadística de las parroquias y doctrinas de la Diócesis. Escribe luego sobre cada uno de los Conventos y Monasterios de la ciudad, con detalles históricos de su organización y personal. Concluye con la narración de algunos sucesos que le parecieron de interés.

Puso fin a su trabajo el 24 de marzo de 1650, aclarando que tenía ya escrito el primer libro tocante al estado en que estaban las Provincias y que faltaban ocho para concluir la obra.

La Relación de Rodríguez de Ocampo es, por lo general, exacta, señaladamente en cuanto se refiere a hechos contemporáneos al Autor.



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ArribaAbajoEl padre Pedro Mercado y su Historia de la Provincia del Nuevo Reino y Quito de la Compañía de Jesús

El padre Pedro Mercado nació en Riobamba en 1620. El 23 de febrero de 1636 ingresó en la Compañía de Jesús en Quito. A partir de 1650 residió en el Colegio de Popayán. En 1655 se le halla de Párroco del Real de Minas de Santa Ana (Tolima). En 1659 estuvo de Rector del Colegio de Honda y desde 1667 desempeñó en Tunja el cargo de Rector y maestro de novicios. En 1678 ocupó nuevamente la Rectoría del Colegio de Honrada, de donde pasó a Santa Fe como superior de la residencia de las Nieves. En 1687 fue nombrado Rector del Colegio Máximo y de la Universidad Javeriana de Bogotá y en 1689 ejerció el cargo de Viceprovincial. Murió en Santa Fe el 11 de julio de 1701.

De 1655 en adelante publicó varios libros de ascética en las imprentas de Madrid, Sevilla, Valencia, Cádiz y Amsterdam. Escribió también la Historia de las Provincias del Nuevo Reino y Quito de la Compañía de Jesús. Su crónica avanza hasta el año de 1683 y parece que el plan obedeció al propuesto por el padre Claudio Aquaviva para la historia de la Compañía de Jesús, que comprendía las fundaciones de los colegios, la reacción favorable de los pueblos, nombres de los bienhechores, sucesos prósperos y adversos de la Compañía, biografía de los varones ilustres, vocaciones extraordinarias, conversiones notables obtenidas por el apostolado y desastres de los infieles a la Compañía.

La obra permaneció inédita, no obstante el empeño de los Superiores en publicada en vida misma del autor. En 1957 la sacó a luz la Biblioteca de la Presidencia de Colombia dirigida por Jorge Luis Arango. Consta de cuatro volúmenes, de los cuales el tercero y cuarto están consagrados a la historia de la Compañía en la Provincia de Quito. En ellos se traza la Crónica de los Colegios de Quito, Panamá, Cuenca, Popayán, Latacunga y de las Misiones en el gran Pará o Marañón. Aunque el autor bautizó   —538→   su obra con el nombre de historia es más bien una crónica de la provincia jesuítica del Nuevo Reino y Quito. Para escribirla echó mano de las Cartas Annuas y de datos de experiencia personal. Convivió con las personas, cuya biografía trazó con afán panegirista, como la mayor parte de los cronistas religiosos de su época. Con todo, la obra del padre Mercado es una fluente imprescindible para la historia del Ecuador. Muchos de los personajes que figuran en ella fueron protagonistas de sucesos que forman la tragara de la vida ecuatoriana en el siglo XVII.




ArribaAbajo La Historia del padre Juan de Velasco

Dos historiadores actuales han procurado aquilatar el mérito del padre Velasco y de su Historia del Reino de Quito. Son ellos Isaac J. Barrera, en su Historiografía del Ecuador, publicada en México en 1956, y Gabriel Cevallos García, en sus Reflexiones sobre la Historia del Ecuador, Cuenca, 1957.

El padre Velasco nació en Riobamba el 6 de enero de 1727; entró en la Compañía el 22 de julio de 1744, donde profesó de cuatro votos el 12 de mayo de 1763 y murió en Faenza el 29 de junio de 1792.

El padre Velasco fue el primer ecuatoriano que compuso una verdadera historia del Ecuador. La causa determinante de su empresa fue la orden de Carlos III, comunicada por medio de su Secretario de Estado don Antonio Porlier, hombre de cultura y conocedor de los asuntos de América. El mismo padre Velasco aduce los motivos que pudieron ser tomados en cuenta para esta comisión. Eran ellos dice él, «ser yo nativo de aquel Reino; haber vivido en él por espacio de 40 años; de haber andado la mayor parte de sus provincias en diversos viajes; haber personalmente examinado sus antiguos monumentos; haber hecho algunas   —539→   observaciones geográficas y de historia natural en varios puntos dudosos o del todo ignorados; haber poseído la lengua natural del Reino en grado de enseñarla y de predicar en ella el Evangelio y finalmente, de hallarme un poco impuesto no sólo en las historias que han salido a luz, sino también en varios manuscritos y en las constantes tradiciones de los indianos con quienes traté por largo tiempo».

No obstante estos motivos favorables, el padre Velasco se dio plena cuenta de los requisitos para ser un buen historiador y de las exigencias del ambiente europeo para componer una buena historia.

Faenza se convirtió para él en el mirador desde donde pudo seguir las corrientes del siglo de la Ilustración, que planteó problemas nuevos a la interpretación histórica. Pero, en sus disquisiciones filosóficas sobre los americanos, había ideado una América emergida de los mares, con un clima pésimo, aún bajo la zona tórrida. El abate Raynal, en su Historia filosófica y política de los establecimientos de los europeos en las Indias, había estampado falsedades sobre la acción de los conquistadores. No ese había librado de esta orientación ni Guillermo Robertson, cuyos méritos reconoce el padre Velasco, si bien anota su tendencia a «caracterizar la nación española con los colores de bárbara, fanática e ignorante, y a la nación indiana con los de poco menos que irracional».

Frente a esta corriente pesimista, había surgido una opuesta, sostenida por el Conde Juan Reinaldo Carli y Juan Nuixe que vindicaban la América de las imputaciones falsas de los anteriores. Dentro de este ambiente, observa el padre Velasco, habían salido a luz no pocas historias generales y particulares de Quito. Desde luego no fue inconsulta la orden que de escribirla había recibido. Desde mucha antes había el padre Velasco pensado en una historia general del Reino de Quito.

«Cerca de veinte años ha que me apliqué a la constante fatiga de recoger impresos y manuscritos de que fui formando los   —540→   convenientes extractos: averigüé muchos puntos con varios sujetos no menos doctos que prácticos en aquellos países, especialmente misioneros: gasté el espacio de seis años en viajes, cartas y apuntes: y al tiempo que me hallaba medianamente proveído y en estado de ordenar a lo menos aquellos indigestos materiales, quiso Dios que me fallase del todo la salud». Fue, pues, menester el estímulo de una orden superior para consagrarle al trabajo, que lo realizó con el aliciente del «deseo de hacer un corto servicio a la Nación y a la Patria». Tales son las circunstancias que explican el orden que impuso el padre Velasco a su Historia del Reino de Quito y los capítulos de discusión que intercaló en el proceso de su narración.

A la visión del padre Velasco la Historia del Reino de Quito se ofreció en tres partes esenciales: el paisaje o ambiente físico en que ese inició el proceso, de la vida histórica, la historia antigua que va desde su origen hasta la muerte de Atahualpa y la historia moderna que comprende la conquista española y su gobierno.

A la primera parte llamó Historia Natural y la dividió en cuatro libros, en que describió sucesivamente la estructura geográfica, la flora, la fauna y el origen del hombre americano. De acuerdo con el espíritu de la época bautizó con el nombre de Reinos a cada uno de esos cuatro libros.

La estructura material, formada principalmente por montes elevados y los ríos de hoyas profundas, bajo los rayos de la zona tórrida, determinaba la reacción del clima, propicio a la vida de plantas, animales y del hombre. El padre Velasco trazó un cuadro de los montes en jerarquía de alturas, de los ríos en orden de volumen de los lagos, mares y puertos, señalando las riquezas naturales de cada uno de estos elementos.

En el Reino Vegetal formuló un diccionario descriptivo de las plantas, comenzando por filas útiles a la medicina y a la industria, luego las especiales por la belleza de la flor, enseguida las caracterizadas por la bondad, de su madera y sus productos en gomas, resinas, aceites y especerías. Completó este estudio con   —541→   la descripción de las plantas y sus frutos comestibles, sin olvidarse de los «vegetales que parecen maravillosos por sus efectos de difícil inteligencia».

En el Reino animal enumeró, sucesivamente, los cuadrúpedos mayores y menores, las aves, reptiles, insectos y peces, describiendo, sus características y distinguiendo las especies extranjeras. Para la incorporación de la historia natural en el plan de su historia general tuvo por modelos a Gonzalo Fernández de Oviedo, que escribió la Historia general y natural de las Indias Occidentales y al padre José de Acosta que compuso su Historia natural y moral de las Indias, a quienes cita expresamente en algunas de sus descripciones. Además de sus observaciones personales, aprovechó de las experiencias de sus hermanos de destierro, como también de las obras publicadas por Buffon, Antonio de Ulloa y La Condamine.

El libro cuarto que intituló Reino Racional, lo dedicó a investigar el origen del hombre americano y más en concreto, de los primeros habitantes del Reino de Quito. Por la misma índole de la cuestión se vio obligado a discutir los sistemas ante y postdiluviano sostenidos por Buffon y Paw, respecto del continente americano. Analizó luego las conjeturas sobre el origen asiático del hombre de América y la Atlántida de Platón. Y se concretó al origen de los pobladores del Perú y Quito, sin desechar la tradición acerca de los gigantes que pasaron a la América ni de las mujeres amazonas que se encontraron en el Río Marañón.

Concluida la Historia Natural y avanzada la Historia Antigua, el padre Velasco escribió el 29 de noviembre de 1788 a don Antonio Porlier, pidiéndole licencia, para imprimir y dedicarle su Historia del Reino de Quito. La respuesta favorable se le dio el 11 de marzo de 1789, solicitándole que enviase los originales. Al remitírselos el 15 del mismo mes, decía el padre Velasco: «El haberme atareado por concluir la segunda parte, me ha costado el quedar inhábil de los ojos, por una pertinaz flucción que no ha querido ceder por más que han hecho los médicos, quienes   —542→   me han prohibido leer, escribir y aún rezar el Oficio Divino. Este nuevo incómodo, sobre mis años y males crónicos de cabeza, me hacen ya dudar si podré o no trabajar la tercera y última parte, para la cual apenas tengo apuntes y materiales indigestos [...]». En carta de 10 de junio de 1789 manifestaba que había puesto manos a la obra, no obstante su mal de ojos, su sordera total y dolores de cabeza y añadía: «La tercera y última parte de la Historia, la cual necesariamente saldrá más larga que las precedentes y llevará dos cartas geográficas adjuntas, espero mandar a mano de Vuestra Señoría dentro de dos meses. He comenzado a escribirla después de ordenados todos los materiales. Caso que por agravarse mis indisposiciones no pudiera concluirla, lo hará mi sobrino don Joseph Dávalos y Velasco, joven de talento al cual pongo como en testamento, bajo la protección, de Vuestra Excelencia porque habiendo venido de novicio y no habiendo alcanzado ni el Orden sacro, se halla, como yo, abandonado y olvidado de los suyos».

Peor intermedio de Porlier la Historia del padre Velasco fue sometida al examen de la Academia de la Historia, cuyo director era el Conde de Campomanes. El dictamen de la Academia se sustanció en el siguiente juicio: «la Academia juzga que esta obra es digna de la luz pública, después que su autor la haya arreglado, a las advertencias que propone la Academia comunicándoselas a este fin: por cuyo trabajo útil al público y aplicación, merece la aprobación de Vuestra Majestad».

El examen del escrito del padre Velasco comenzó la Academia por la Historia Militar, Civil y Política, que era «la mejor que desempeñaba el autor». La primera época que remontaba al origen remoto de la población hasta la conquista de Carán Scyri estaba fundada en «la opinión común de las tradiciones fabulosas». La segunda, que comprende casi quinientos años hasta la conquista por Huaynacapac, «ofrece copiosa materia si se hubiesen de adoptar cuentos, fábulas y hechos dudosos e inverosímiles inventados por la sencillez y superstición de los indios». La tercera época de cuarenta y seis años hasta la entrada   —543→   de los españoles «es más clara y cierta» y por donde debe empezar la verdadera historia. La cuarta que abarca sólo 18 años hasta la pacificación por La Gasca demuestra el afán de investigar la verdad, al haber el padre Velasco cotejado los relatos de los primeros cronistas. La Academia encomió, además, el aporte dado por el autor sobre la religión, conocimientos astronómicos, arquitectura y organización civil de los primeros quiteños. Finalmente hizo algunos reparos sobre el uso de modismos italianos, que se le habían escapado al historiador por su permanencia de veintiún años en Italia.

Respecto al tomo sobre Historia Natural, la Academia reconoció la labor investigadora del padre Velasco en la Geografía descriptiva. No así en los libros segundo y tercero, «que trata de los Reynos Vegetal y Animal, no tiene el mismo mérito la obra, pues el autor carece de los principios de Historia Natural como él mismo confiesa y no puede pasar de un catálogo de plantas, flores, frutas, aves, peces, insectos y otros animales».

El padre Velasco, en carta del 16 de noviembre de 1791, se hacía eco de la aprobación de la Academia a las dos primeras partes de su Historia y afirmaba que había enviado ya la Tercera Parte de su trabajo193. No consiguió el ilustre desterrado ver publicada su Historia. Una copia de ella quedó en manos de su sobrino padre Dávalos y Velasco. Entre 1822 a 1825, el manuscrito del padre Velasco, fue entregado al doctor José Modeito Larrea, quien hallándose en París en 1837, confió la publicación de la Historia al médico francés doctor Abel Victorino Brandin. Esta primera edición contiene un fragmento de la Historia antigua. En 1840, bajo el cuidado de los señores Ternaux-Compans, se publicó una traducción francesa de la Historia Antigua,   —544→   que sirvió de base a una versión italiana, que salió la luz en Prato en 1842.

Por diligencias del mismo doctor Larrea, la Historia del padre Velasco fue publicada en Quito entre 1841 y 1844 en tomos separados, a carga del doctor Agustín Yerovi. Esta edición ha servido de base para los estudios ya históricos ya críticos, que se han hecho, posteriormente.

Agotada la edición anterior, El Comercio la reeditó sin modificación alguna, en 1946. Finalmente, en 1960, el padre Aurelio Espinosa Pólit dirigió la edición del texto completo de la Historia del Reino de Quito del padre Velasco, estableciendo su texto sobre la base del manuscrito original194. Esta edición contiene una introducción biográfica del padre Velasco y una crítica de su obra, por el doctor Julio Tobar Donoso.




ArribaAbajo Pedro Fermín Cevallos

El padre Velasco echó los fundamentos de la Historia Patria. Para él todavía fue el Reino de Quito, el sujeto del estudio. Treinta años antes, el oidor Juan Romualdo Navarro había escrito una relación que intituló Idea del Reyno de Quito. El padre Velasco, en su narración de los sucesos preincarios, aceptó las tradiciones fabulosas de los indios y dejó sus afirmaciones, sometidas al examen y comprobación de investigaciones futuras. Esta primera parte de su historia ha tenido la virtualidad de provocar la discusión que continúa todavía.

Al constituirse en país independiente, el Reyno de Quito asumió el nombre de República del Ecuador. Este nuevo nombre de Ecuador que sustituyó al de Reyno de Quito fue posiblemente   —545→   insinuado por primera vez por La Condamine. En el prefacio a su Relation abrégé d'un Voyage, fait dans l'interieur de l'Amérique méridionale, publicado en París, en 1745, escribió el Académico francés: «El primero proyectado y el último concluido de los tres visajes que en estos últimos tiempos han tenido por objeto la medición de los grados terrestres es el del Ecuador, emprendido en 1735 por monsieur Godín, monsieur Buguer y por mí».

La República del Ecuador comenzó su historia con el Primer Grito de Independencia, cuyos antecedentes y consecuencias inmediatas, constituyen el primer capítulo de la vida ecuatoriana. Siguió luego el proceso evolutivo de su organización republicana, cuya relación emprendió Pedro Fermín Cevallos.

Cevallos había nacido en Ambato en 1812. A la edad de catorce añas inició en Quito su carrera de filosofía y humanidades en el Colegio de San Luis. Prosiguió sus estudios en la Universidad de Santa Tomás y obtuvo el título de abogado en 1838. En 1847 concurrió al Congreso como diputado por la Provincia del Pichincha. Luego se trasladó a Guayaquil, donde abrió su estudio de abogado. Simpatizante con la política de Urbina, aceptó colaborar en su gobierno con el puesto de Ministro y como tal firmó el Decreto de expulsión de los jesuitas. De este Ministerio pasó a la Secretaría de la Asamblea reunida en Guayaquil, cuya clausura le llevó a desempeñar la Fiscalía de la Corte Superior del Puerto. En 1853 se trasladó a Quito con el cargo de Ministro Juez de la Corte.

La intervención en la vida pública le proporcionó las experiencias, que habían de darle la serenidad de juicio, demostrado en sus escritos. El primero fue un Cuadro Sinóptico de la República del Ecuador, publicado en La Democracia, en 1855. El mismo autor calificó de ensayo escrito a la ligera, con destino a un periódico que se lee y se olvida luego. En 1862 publicó con el título de Ecuatorianos Ilustres, las biografías de Pedro Vicente Maldonado, Juan de Velasco, Juan Bautista Aguirre y Antonio de Alcedo. Esta serie de biografías, publicadas en El Iris fue   —546→   un anticipo de su Resumen de la Historia del Ecuador, desde su origen hasta 1845.

En la parte referente a las épocas prehispánica y colonial, Cevallos extractó a Velasco, apartándose del texto tan sólo en los hechos comprobados con mayor documentación y mejor criterio. En cambio, fundamentó en fuentes de investigación personal, la relación de los sucesos, a partir de los antecedentes de la Independencia.

No obstante haber actuado en la política y haber sido hombre de partido, supo mantenerse en actitud de imparcialidad para juzgar a los hombres y los hechos. Él mismo reclamó el reconocimiento a la honradez de este criterio. «Merced a esta disposición de mi ánimo dijo he tenido como consultar a toda clase de hombres sin pararme en sus banderías, y aceptar o desechar sus informes, según la conformidad o disconformidad con los documentos que he tenido a la vista; y merced a esta mi disposición, puedo responder de la recta imparcialidad con que he manejado la pluma».

Tuvo, además, conciencia de la calidad del estilo: natural y sencillo en la narración de los sucesos; medianamente elevado en las descripciones y razonamientos. Al respecto, hay que tener en cuenta que el doctor Cevallos había escrito el Breve catálogo de errores, quichuismos y galicismos, que podían afectar a la pureza del idioma; y también que fue el primer director de la Academia Ecuatoriana. La edición del Resumen fue impresa en Lima en 1870. Del éxito que tuvo desde su aparición puede juzgarse por el informe del Ministro de Instrucción Pública, señor Elías Laso, quien en 1890, decía que con el fin de divulgar el conocimiento de la Historia Patria había dotado a los establecimientos de Educación y a las bibliotecas de la República de un ejemplar de la Historia del doctor Pedro Fermín Cevallos.

El historiador murió en Quito el 21 de mayo de 1893. En junio de ese mismo año La Revista Ecuatoriana publicó la biografía del doctor Cevallos escrita por su coterráneo y amigo don   —547→   Juan León Mera y el señor Vicente Pallares Peñafiel le consagró una nota literario-biográfica, en que enaltecía la memoria del ilustre fallecido.




ArribaAbajoFederico González Suárez

Cevallos, en sus últimos momentos, hizo llamar a Federico González Suárez, para que le asistiera en ese difícil trance de la vida. Mientras se apagaba una luz que había iluminado el sendero de nuestra historia, se encendía una más potente que proyectaría su resplandor con más intensidad y eficacia. González Suárez nos ha dejado, en sus Memorias Íntimas y en el prólogo a su Historia General, el itinerario de su formación como historiador. Nacido en Quito el 12 de abril de 1844, no tenía aún quince años, cuando había leído ya al padre Velasco y al Inca Garcilaso. Luego leyó la Historia Universal de César Cantú y con el fin de respaldar su criterio en principios directivos, estudió a los autores que habían escrito sobre filosofía de la historia.

En 1862 ingresó a la Compañía, de la que hubo de salir en 1872. El mismo mes de su salida, se ordenó de sacerdote en Cuenca, donde permaneció hasta enero de 1883. Durante su estadía en Cuenca, fue huésped de la familia Izquierdo Serrano, uno de cuyos miembros, José Miguel Izquierdo, fue cura párroco de Gualaceo. Esta amistad le facilitó visitar en agosto de 1872, la vecina parroquia de Chordeleg, donde en 1852 habían excavado unas ricas sepulturas (huatas) dos parientes del cura de Gualaceo, Antonio e Ignacio Serrano. Varias veces estuvo González Suárez en Chordeleg en busca de objetos antiguos. Don Antonio Serrano le obsequió el llamado Contador de madera, descubierto en el sitio denominado Patente. Estos hallazgos le estimularon   —548→   a investigar sobre la vida y organización de los cañaris. Fruto de este trabajo fue su libro publicado en 1878, con el título de Estudio Histórico sobre los cañaris, antiguos pobladores de la Provincia del Azuay.

Apenas salió el resumen de la Historia del Ecuador de Cevallos, lo leyó con vivo anhelo en sus tomos sucesivos. Su intuición crítica se sintió insatisfecha sobre muchas afirmaciones relativas al período prehispánico que Cevallos las había extractado de Velasco. Además, en el período colonial, echó de menos la referencia a la acción de la iglesia en la vida histórica del país. Para aclarar sus dudas y formar su criterio propio, empleó todos sus recursos, para formar una biblioteca de autores americanistas. Como resultado de esta primera etapa de investigación histórica, publicó, en 1881 su Historia Eclesiástica del Ecuador (tomo primero). Luego, en 1890, sacó a luz, en la imprenta del clero, su tomo primero de la Historia General de la República del Ecuador, con el subtítulo de Tiempos Antiguos o El Ecuador antes de la Conquista. Dos años después publicó el Atlas Arqueológico, que fue un estudio documental, comprobatorio de sus conclusiones, del tomo anterior.

No sólo con su ejemplo sino con su enseñanza fue González Suárez el promotor de las investigaciones arqueológicas. En 1910 publicó un volumen sobre Los Aborígenes de Imbabura y del Carchi. En 1914 sacó a luz la Advertencias para buscar, coleccionar y clasificar objetos arqueológicos pertenecientes a los Indígenas Antiguos pobladores del territorio ecuatoriano. En 1916, en sus Notas Arqueológicas, sintetizó sus investigaciones al respecto, cotejando sus conclusiones con las de los especialistas que habían escrito hasta entonces sobre la materia.

Para la historia de la época colonial juzgó indispensable revisar los documentos en los archivos de la Madre Patria. Para esta labor halló la voz de aliento y el mecenazgo, primero del ilustrísimo señor Remigio, Estévez de Toral y luego del ilustrísimo señor José Ignacio Ordóñez, quien adquirió la imprenta del Clero, con   —549→   el fin prevaleciente de imprimir en ella la Historia General de la República del Ecuador. El ilustrísimo señor Ordóñez en su visita ad Límina, llevó por Secretario al señor González Suárez, el cual pasó de Roma a España, con el objeto de estudiar los documentos relativos al Ecuador. Primeramente se instaló en Sevilla, donde examinó más de mil legajos en el Archivo de Indias. Luego se trasladó a Madrid y revisó los manuscritos de la Biblioteca Nacional, de la Real Academia de Historia y del Depósito Hidrográfico. Estuvo también en Alcalá de Henares y en Simancas.

En sus Memorias íntimas describe él mismo su método de trabajo: «Leía despacio, documento por documento, foja por foja, sometiéndolo todo al análisis minucioso de la crítica histórica. Luego, copié varios documentos y extracté muchísimos».

A su regreso de Europa redactó su Historia General de la República del Ecuador, que fue publicando año tras año desde 1890 hasta 1894, hasta el tomo quinto. Los tomos sexto y séptimo sacó a luz en 1903. El propio actor describe la impresión que causó en el ambiente la publicación de su Historia. «Publiqué, dice, el volumen primero, el segundo, el tercero, el Atlas Arqueológico, y hubo aplausos de una parte y un silencio de mal disimulado encono por otra parte. Salió a luz el cuarto, y se desató la tempestad» (Memorias Íntimas, capítulo III).

Efectivamente, el Ministro de Instrucción Pública, doctor Rafael Gómez de la Torre, en su informe del 10 de agosto de 1900, enumeraba, entre los libros publicados entonces, la Historia del Ecuador escrita por el Obispo de Ibarra, a la par que los Comentarios del Derecho Civil Chileno del doctor Luis Felipe Borja; la Clave de Jurisprudencia, del doctor Francisco Andrade Marín, y los Textos de Enseñanza Primaria, arreglados por don Roberto Andrade. Asimismo, el señor Julio Andrade, que ocupaba la Cartera en 1903 informaba al Congreso que se habían publicado los tomos IV y V de la Historia del Señor González Suárez. O sea, que en el ambiente oficial de aquel entonces   —550→   se recibió con aplauso la publicación de la Historia General.

La tempestad a que alude el autor se suscitó con la aparición del Tomo IV. El padre Dominico Reginaldo Duranti, escribió un folleto intitulado La veracidad del señor doctor don Federico González Suárez en orden a ciertos hechos histórico referidos en el tomo IV de su Historia General. La cuestión debatida en el folleto se suscitó ante el hecho de haber aparecido en el Diario de Avisos, correspondiente al 29 de marzo de 1894, una nota de crónica en que se destacaban los sucesos narrados en el tomo IV, relativos a los Dominicanos. La Prensa de Guayaquil se hizo eco de este juicio peyorativo a que daba lugar la narración. El folleto tendía a demostrar la inconveniencia e inutilidad de tales relatos, aún dando por verdaderos aquellos hechos, que se trataba de demostrar que no eran del todo exactos. El señor Pedro Schumacher, Obispo de Portoviejo, llamó la atención de los Prelados sobre las consecuencias que en la opinión pública iba a suscitar la prensa liberal en contra de la iglesia en el Ecuador. El ilustrísimo señor González Suárez refiere en sus Memorias Íntimas la amargura que le causó esta polémica, que no contribuyó sino a difundir la lectura de su Historia, particularmente del tomo cuarto.

En torno a este asunto escribió en 1911 la Defensa de mi criterio histórico, que se publicó en 1937. En los prólogos a las obras publicadas había revelado el señor González Suárez los detalles que motivaron la composición de cada libro, sin aludir expresamente a una teoría elaborada respecto de su criterio histórico. Sólo después de las discusiones motivadas par la publicación del tomo IV, precisó los fundamentos de su criterio sobre la historia y el modo de narrarla. Definió, ante todo su posición providencialista frente a la totalidad histórica, en forma de negar la posibilidad de interpretación justa de la historia a toda otra escuela que no fuera la católica. «Una idea justa y exacta, escribió, de lo que es da historia considerada como ciencia de moral social, no puede darla sino la escuela histórica católica:   —551→   Las mismas escuelas históricas cristianas disidentes son incapaces de poseer la noción cabal de la historia. Se advierte, desde luego, al sacerdote católico, que desde su punto de vista dogmático, hace converger la totalidad histórica a los cauces de la Providencia. Cabe observar en este punto que no había madurado aún el pensamiento historicista, que había de descubrir un nuevo sentido para interpretar la historia. Nietzsche atribuye, precisamente a los alemanes de procedencia protestante, el descubrimiento de «la capacidad de adivinar rápidamente el orden jerárquico de los valores con arreglo a los cuales ha vivido un pueblo, una comunidad o un individuo, el instinto adivinador de las relaciones de esos valores, de la relación entre la autoridad de esos valores y la autoridad de las fuerzas operantes». En suma, no se había definido todavía el valor que hay que atribuir a la individualidad y la evaluación en el proceso del desarrolló histórico.

Para el señor González Suárez, la Historia es una ciencia de moral social. La misma narración de los hechos debe tender a leccionar a la sociedad. Conocida la verdad hay que referirla con valentía. En cuanto al historiador, debe ser veraz e imparcial. El autor de la Historia General estaba persuadido de haber descubierto la verdad histórica, incluso la verdad histórica social. Por esto abundan en sus escritos las palabras siempre y nunca. Consecuente con su criterio de moralizador, a cada hecho narrado, añade como epifonema, una conclusión de alcance moral. En la Defensa de su criterio histórico aduce pruebas justificatorias de su pensamiento y actitud. Gabriel Cevallos García ha señalado el efecto que produce la lectura de las Memorias Íntimas y de la Defensa. «Pocas personas de letras en el Ecuador ofrecen tamañas dificultades interpretativas o tratan de esquivar y demostrar al propio tiempo, tan profundo secreto existencial. De un lado la obra y la franqueza con que la escribe; de otro, la doctrina y las argumentaciones en que reiterada y hasta excesivamente la apoya, argumentaciones tan explicadas que nos   —552→   hacen suponer que, con respecto a ellas, nunca estuvo firme en sus posiciones internas [...] La firmeza exterior que anhela robustecer en la más ínfima inseguridad»195.

Escrita con este criterio, la Historia General abarcó todo el período colonial. A través de la narración aparecen los Presidentes de la Audiencia y los Obispos que gobernaron la Diócesis de Quito. La exposición de los hechos se basa en las fuentes que le fue dado revisar al autor en el Archivo de Indias. El estilo delata las cualidades literarias de quien fue maestro de retórica y oratoria en los años de su juventud.

El prestigio del señor González Suárez, que llegó a ocupar la dignidad Arzobispal de Quito, influyó en la formación del criterio del ambiente en lo que respecta a la Historia del Ecuador. En el tomo VII en que traza la historia de la cultura, llega a esta conclusión: «Las Comarcas que actualmente forman la República del Ecuador, eran pues, una colonia obscura y de importancia secundaria en tiempo del Gobierno Colonial: la imparcialidad histórica, exige de nosotros esta confesión». Para los sucesos había que acudir a las fuentes existentes en los archivos de España y del Ecuador. Pero para la cultura, no había sino que observar los monumentos conventuales, que son los mejores testimonios de la fe a la vez que de la acción de las Comunidades Religiosas. El señor González Suárez careció de sensibilidad frente a estas muestras de cultura, que han llegado a concluir que no podía ser obscura la vida histórica de un pueblo capaz de reflejar su espíritu en obras de arte que todos admiran y enaltecen. Para el autor de la Historia General es imposible que en Quito hubiese surgido un Miguel de Santiago, un Goríbar, ni siquiera un Samaniego.

En el prólogo a la primera edición de la Defensa, se consigna este acápite: «Voces aviesas -por felicidad aisladas- se alzan, de tiempo en tiempo, en ciertos rincones de la prensa, permitiéndose   —553→   criticar al gran ecuatoriano por haber expuesto llagas y lacerías de la época colonial. A todas las críticas contesta victoriosamente el Prelado, con este estudio deslumbrador e irrefutable como la misma verdad. González Suárez, filósofo, teólogo, canonista, erudito, adquiere proporciones excelsas en este libro».

Desde 1894 en que aparecieron los tomos principales de la Historia General han pasado setenta años de vida histórica, durante las cuales se han allegado nuevas fuentes para integrar la documentación sobre nuestra historia en la colonia. Además se ha operado un cambio radical en la historiología, a partir del último cuarto del siglo XIX. Todo lo cual no permite afirmar para nuestra historia una verdad de pretensión dogmática.




ArribaAbajoLa Academia Nacional de Historia

El señor González Suárez abarcó en su personalidad muchos aspectos de cultura, destacándose coma historiador. Su prestigio y su ejemplo estimularon a algunos jóvenes, estudiosos y patriotas, a organizar la Sociedad Ecuatoriana de Estudios Históricos Americanos, bajo el mecenazgo espiritual del Arzobispo de Quito. El Acta de fundación, del 24 de julio de 1909, lleva las firmas que siguen: Federico, Arzobispo de Quito; Luis Felipe Borja (hijo); Alfredo Mores y Caamaño, Cristóbal Gangotena y Jijón; Jacinto Jijón y Caamaño; Carlos Manuel Larrea y Aníbal Viteri Lafronte. A estos nombres se añadieron los de Juan León Mera y José Gabriel Navarro, que no concurrieron a la inauguración por hallarse ausentes. En la sesión del 9 de julio de 1915 fueron aceptados, como individuos de número, Celiano Monge e Isaac Barrera. A los jóvenes fundadores dirigió la carta que consta como introducción a la Defensa. A ellos les   —554→   decía: «Cuando di principio a mi labor histórica estaba solo, aislado: ahora cuando para mí se aproxima ya el ocaso de la vida, no estoy solo, no me encuentro aislado [...] Mi palabra ha caído en tierra fecunda, mi trabajo no ha sido estéril [...] Vuestra labor comienza: no he hecho más que trazaros el camino [...] Mañana, vuestros trabajos dejarán eclipsado mi nombre, y de ellos yo no me duelo [...] ¿por qué habría de dolerme? [...] antes me alegro, porque con vuestros trabajos progresarán los estudios históricos, y con ellos habrá luz, y con la luz se conocerá mejor la verdad».

El grupo de jóvenes fundadores de la Sociedad formaba lo que hoy se denomina una generación. Casi todos eran de la misma edad: a todos les animaba la afición a la historia: se reunían todos en las sesiones ordinarias: todos reconocían como caudillo indiscutible al autor de la Historia General, cuya muerte en diciembre de 1917 contribuyó a mantenerlos unidos en el recuerdo y veneración al maestro.

Prueba de ello fue dejar vacante el cargo de Director, en reconocimiento a la memoria del máximo historiador. La Sociedad eligió como Subdirector a don Jacinto Jijón y Caamaño, el discípulo más allegado al señor González Suárez, quien dispuso que se le entregaran, previo pago del precio, los libros de su biblioteca, que componían la sección americanista. Antes de la muerte del señor González Suárez habían sido llamados a integrar la sociedad Julio Tobar Donoso y Homero, Viteri Lafronte. Bajo la dirección de Jijón y Caamaño, se acordó publicar el órgano de la sociedad con el título de Boletín de la Sociedad de Estudios Históricos Americanos, cuyo primer número salió en junio de 1918. La holgura económica del subdirector facilitó la elegancia de la presentación y el valor documental de la revista, cuya primera etapa fue de un lujo inusitado en el ambiente. Las labores de la Sociedad continuaron sin interrupción hasta merecer el reconocimiento de los poderes públicos. En efecto, el Congreso de la República, mediante Decreto de 27 de setiembre de   —555→   1920, elevó la Sociedad a la categoría de Academia Nacional de Historia, sin cambiar las directivas aprobadas por el Acuerdo Ejecutivo, del 21 de setiembre de 1909. A partir de 1920, el Boletín de la Sociedad se convirtió en Boletín de la Academia Nacional de Historia.

El ejemplo de Quito fue seguido luego por Cuenca y Guayaquil. En 1915 se estableció en la capital del Azuay, el Centro de Estudios Históricos y Geográficos de Cuenca, con su Revista por órgano de publicidad. Fueron sus fundadores Julio Matovelle, Remigio Crespo Toral, Honorato Vázquez, Ezequiel Márquez y Francisco Tálbot, a los que se añadieron luego Rafael María Arízaga, Alberto Muñoz Vernaza, Octavio Cordero Palacios, Alfonso María Borrera, Agustín Iglesias y Miguel Ángel Jaramillo. Todos estos miembros de la Sociedad publicaron sus colaboraciones en la Revista del Centro. Algunos de ellos editaron aparte obras de valor histórico. Alfonso María Borrero, sacó a luz Cuenca en Pichincha (1922) y Ayacucho (19[...]) con abundante documentación. Octavio Cordero Palacios publicó en 1924 un estudio sobre El Quichua y el Cañari y, en 1926, El Azuay Histórico, síntesis documentada de los cañaris, antes y en la conquista incaica. Francisco Tálbot ha compuesto el Diccionario Toponímico de la provincia del Azuay. Julio Matovelle publicó sus Imágenes y Santuarios célebres. Jesús Artiaga sacó a la luz en 1922, sus Apuntes de Arqueología Cañar.

Honorato Vázquez y Remigio Crespo Toral habían afrontado la cuestión de límites entre el Ecuador y el Perú, el primero en su Memoria Histórico-Jurídica y el segundo en su Pleito Secular.

El 9 de julio de 1930 se fundó en Guayaquil el Centro de Investigaciones Históricas, con el lema de «hacer presente lo pasado, describiendo la verdad sin deformarla» y con su Boletín como órgano de divulgación.



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ArribaAbajoJacinto Jijón y Caamaño

Cuando el señor González Suárez fundó la Sociedad de Estudios Históricos Americanos en 1909, Jacinto Jijón y Caamaño caminaba a los diecinueve años. Era de los más jóvenes del grupo, pero afirmaba ya su distinción, tanto por su posición social, como por sus cualidades personales. La circunstancia de ser hijo único de una familia acomodada contribuyó a que hallara, entre los jóvenes de la sociedad, un sentido de amistad fraterna. Sobre todos imponiéndose con su prestigio, estaba la figura venerada y amable del Arzobispo de Quito.

El señor González Suárez, vinculado afectivamente con la familia Jijón, vio en Jacinto una promesa y le estimuló a los estudios históricos, ponderándole a las ventajas que podría sacar de su brillante situación económica. Huérfano de padre en temprana edad, su inteligente madre le llevó en 1913 a Europa, con el fin de que desarrollara sus aptitudes en los centros culturales de Madrid y París.

En julio de 1909 dirigió personalmente unas excavaciones en los pueblos de Urcuquí y en enero de 1910 en las cercanías del Quinche, acompañado de Juran León Mera, en calidad de fotógrafo y dibujante. Prescindiendo por entonces de los datos de los cronistas de Indias quería fundamentar los estudios de la arqueología ecuatoriana sobre bases de investigación científica. El material conseguido lo llevó consigo e hizo imprimir a todo lujo en Madrid, primero, El Tesoro de Itschimbía y, luego, Los Aborígenes de la Provincia de Imbabura.

El señor González Suárez, al recibir el ejemplar de esta obra, le escribió el 18 de mayo de 1915: «Le confieso a usted que vi su libro y lo hojee con un cierto sentimiento de complacencia vanidosa, por ser obra suya, y por ser fruto de nuestra modesta Sociedad de Estudios Americanos Históricos. No sé si me engañe mi afecto; pero lo que he podido leer de su trabajo   —557→   arqueológico me ha gustado mucho. Con laudable cordura declara usted su parecer respecto al valor científico de las investigaciones arqueológicas, que hasta ahora se han llevado a cabo en el Ecuador: ¡todavía no hay ciencia! Se van acumulando datos para conclusiones científicas, que se deducirán en lo futuro».

La obra, primicia de sus estudios, dedicó Jijón a Otto von Buswald, cuyas Notas Etnográficas, se publicaron en el Boletín de la Academia Nacional de Historia de 1924. Fue una de las características de Jijón estar en contacto espiritual con todos los especialistas en estudios arqueológicos, cuyas obras le ponían al día en los progresos de las ciencias auxiliares de la Historia. El señor González Suárez había dispuesto, antes de morir, que la sección Americanista de su copiosa biblioteca se entregare previo pago del debido precio, a su discípulo predilecto. De este modo, parte del patrimonio familiar entró en función de cultura nacional, mediante la organización de una biblioteca especializada, una de las más ricas de Sudamérica.

Pero, la intuición científica de Jijón y Caamaño le llevó al campo de la investigación personal, o por medio de técnicos, cuya labor corría a cargo de su peculio. Tal fue el caso de Max Huhle que recorrió el Ecuador realizando excavaciones, cuyos resultados iba dando a conocer a su generoso e ilustrado mecenas. Fruto de este trabajo, realizado en largos años, fue la formación del Museo Arqueológico, con piezas clasificadas por zonas y referencias de origen, que le sirvieron para sus publicaciones de indiscutible valor científico. Su afición a esta clase de estudios mitigó aún las penas del destierro. Cuando en 1925 se vio forzado a permanecer en Lima, aprovechó de esa estadía para realizar excavaciones en las huatas de Maranga y enriquecer su Museo con una dotación de restos que aclaraban el problema planteado sobre el período, llamado Potolimeño por Max Uhle.

El hábito de fundamentar sus conclusiones en la experiencia le guió en el Examen crítico de la veracidad de la Historia del Reino de Quito, del padre Velasco. Este estudio ha tenido   —558→   la virtualidad de suscitar el espíritu investigador, para impugnar o defender las afirmaciones del historiador jesuita, ocasionando polémicas, que en todo caso han contribuido a enriquecer la bibliografía arqueológica ecuatoriana. Del primer impulso juvenil datan también su Contribución al conocimiento de las lenguas indígenas que se hablaron en el Ecuador y el grueso volumen de la Religión del Imperio de los Incas con un apéndice documental del Compendio Historiado del estado de los indios del Perú, escrito por Lope de Atienza.

Entre los amigos de su generación fue común el afán por las disciplinas de la Historia. Prueba de ello fue la mutua colaboración entre Jijón y Carlos Manuel Larrea, cuyos nombres figuraban en Un Cementerio Incásico en Quito y Notas acerca de los Incas en el Ecuador, que se publicó en 1918.

Extendiendo el área de sus investigaciones, publicó, en entregas sucesivas del Boletín, Puruhuá, contribución al conocimiento de los aborígenes de la Provincia del Chimborazo (1921-1924).

En 1925 aprovechó de su permanencia en el Perú para allegar el material arqueológico, que le sirvió para publicar en 1949 el volumen intitulado Maranga. Pudo también entonces visitar detenidamente el Cuzco, viaje que dio ocasión a sus Notas de Arqueología Cuzqueña, que sacó a la luz en 1928.

Hacia 1939 se consagró con ahínco a recoger y examinar los resultados de sus investigaciones y compuso su gran obra intitulada El Ecuador Interandino y Occidental antes de la conquista española, en cuatro tomos voluminosos, que publicó en 1941. Encerrado en su museo pasó luego a ordenar el fichero de los objetos allegados en largos años de trabajo y dejó preparado el volumen, que su esposa e hijo sacaron a luz en 1952, intitulado Antropología Prehistórica del Ecuador.

El señor González Suárez limitó su relación a las épocas prehispánica y colonial del Ecuador. La tarea de rehacer los hechos, a partir del primer grito de la Independencia, dejó como programa   —559→   de labor, a los jóvenes de la Sociedad de Estudios Históricos. Del cumplimiento de esta consigna dan buenas muestras los documentos que se han venido publicando en el Boletín de la Academia. También en este nuevo campo, aportó Jijón el fruto de sus investigaciones. Poseedor de la correspondencia del general Juan José Flores, primer Presidente de la República, no le fue difícil allegar los documentos, que ilustran los hechos de los primeros años de la vida republicana. En 1922, con ocasión del primer centenario de la batalla del Pichincha, publicó, con el título de Documentos para la Historia, el Solemne pronunciamiento de la Capital de Quito y demás pueblos del sur de Colombia, por el cual se constituye el Ecuador en Estado Soberano, Libre e Independiente.

Quince años después en 1937 sacó a luz pública su Sebastián de Benalcázar, en dos tomos, en que hizo un estudio prolijo de la fundación de Quito, con acopio de documentos, pertinentes a la vida y acción del fundador.

Desde el punto de vista simplemente histórico, llama la atención la fecundidad literaria de Jijón. La explicación estriba en su método de trabajo. Todo el tiempo libre lo dedicaba, en la mañana, a su labor en la biblioteca o en el archivo. Su personal de servicio se había acostumbrado al sistema de estudio del señor. Bastaba que dijera la lista de los libros de consulta o de los objetos por examinar y ellos estaban presentes a la vista del investigador en su escritorio, para volver a su puesto de origen y conservarse en el anaquel o en la vitrina, según el orden impuesto por el acucioso historiador y arqueólogo.

El hábito del estudio fue el ritmo dominante de su vida. Sin embargo, a raíz de su matrimonio, surgió en él la inquietud del político, que le vino por la afinidad con el general Juan José Flores, abuelo de su esposa. Por herencia de familia encabezó el partido político tradicional, del que fue jefe nato durante toda su vida de actividad cívica. Para orientación ideológica y práctica de sus partidarios escribió el libro en dos tomos, intitulado:   —560→   Política Conservadora. Firme en sus convicciones y dispuesto siempre al servicio de sus conciudadanos, aceptó el puesto de Presidente del Municipio de Quito y fue su primer Alcalde, cargo que desempeñó con generosidad y sacrificio.

Pero en el fondo de su personalidad alentó siempre el espíritu magnánimo de sus ascendientes. De ellos heredó la visión de la economía en función de servicio social. A uno de sus abuelos celebró Espejo en su Discurso a la Sociedad de Amigos del País, por haber introducido la industria del tejido. A esas fábricas primeras dotó Jijón de maquinarias nuevas, para proveer a sus compatriotas de telas que no pedían favor a las extranjeras. Ese mismo espíritu le alentó a proteger las investigaciones históricas, dando facilidades de publicación a los aficionados, en las entregas sucesivas del Boletín. Además, en la mansión señorial de la «Circasiana», añadió departamentos nuevos, dedicándolos a Museo de Arqueología y Arte Colonial y a la Biblioteca especializada de Historia Americana.




ArribaAbajo Nuevos Investigadores

Compañero y amigo de Jijón en las investigaciones arqueológicas fue Don Carlos Manuel Larrea, quien ha sobrevivido al mecenas, para mantener viva la inquietud por las ciencias auxiliares de la Historia. Su carrera diplomática le ha facilitado la adquisición de obras especializadas, con que ha enriquecido su biblioteca particular. Con el fin de estimular a sus compatriotas al estudio de la Historia, publicó en 1948 la Bibliografía Científica del Ecuador, en cuatro volúmenes, donde puede el aficionado hallar el dato preciso de quienes, directa o incidentalmente, han escrito sobre el Ecuador.

Tanto en el Boletín de la Academia como en la Revista Científica   —561→   de la Casa de la Cultura, se encuentran sus estudios sobre temas relacionados con la Historia Nacional. En 1958 publicó el estudio sobre El Archipiélago de Colón (Galápagos) en que presentó la historia del descubrimiento, exploraciones científicas y bibliografía de las islas.

Últimamente ha sacado a luz la obra intitulada La Real Audiencia de Quito y su Territorio.

En estos últimos tiempos se ha despertado la afición por estudios afines a la arqueología. Telmo Paz y Miño ha publicado valiosas contribuciones sobre idiomas primitivos comparados. Igualmente Aquiles Pérez, que escribió sobre las Mitas en la Real Audiencia de Quito (1947), ha consagrado los números de Llacta a sus estudios sobre los Quitus y Caras (1960) y a los Seudo Pantzaleos (1962). A propósito, cabe destacar aquí la organización del Instituto Ecuatoriano de Antropología y Geografía, que señaló entre sus actividades las secciones de Antropología, Arqueología, Geografía e Historia. Una generación nueva de investigadores ha orientado sus estudios, con precisión científica, a los nuevos campos abiertos por la visión histórica moderna. Son dignos de mención en este nuevo estadio de trabajos conjuntos de Alfredo Costales Samaniego y su señora, de Antonio Santiana y su esposa y de Aníbal Buitrón y su consorte.

El interés por las investigaciones arqueológicas halló en Guayaquil un nuevo mecenas, dotado a la vez de afición personal y de recursos económicos. Emilio Estrada Icaza realizó en la zona de la costa ecuatoriana, lo que Jijón y Caamaño había verificado en los pueblos de la región interandina. Coincidió su labor con los adelantos de la técnica en la investigación y en los análisis de los objetos arqueológicos. En 1956 publicó en Guayaquil su estudio Valdivia, un sitio arqueológico formativo en la Provincia del Guayas y en 1957, Últimas civilizaciones prehistóricas de la cuenca del Río Guayas.

En el mismo año sacó a luz su estudio sobre Prehistoria de Manabí.

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Con los objetos extraídos de las excavaciones formó un Museo Arqueológico, al estilo del de Jijón y Caamaño. Con esta colección cuenta ya el Ecuador con un nuevo centro de investigaciones y estudio, que servirá para el conocimiento de la cultura prehispánica en la zona ecuatorial.

El señor Estrada fue también un generoso patrocinador de estudios de índole arqueológica. Merced a su ayuda económica, ha podido realizar el padre Pedro I. Porras excavaciones en la región del Alto Napo, con valiosos resultados, para integrar el material arqueológico ecuatoriano, con los aportes extraídos del Oriente. En 1961 publicó el padre Porras su Contribución al estudio de la Arqueología e Historia, de los Valles Quijos y Misagualli en la región oriental del Ecuador. El libro lleva un Apéndice de Emilio Estrada Icaza.

Merece destacarse aquí la labor paciente de coleccionador acucioso de Max Konanz, quien durante más de treinta años fue adquiriendo, en todas las provincias de la República, objetos arqueológicos, con los cuales llegó a formar un verdadero museo de ejemplares selectos. En su hacienda, situada en las cercanías de Azogues, estableció la colección, cuyos fondos fue clasificando con detalles del sitio de origen. Últimamente, el Banco Central ha adquirido esa valiosa colección, para cuya exhibición proyecta construir un edificio apropiado, que dará facilidades de estudio a los investigadores.

La Casa de la Cultura, Núcleo del Guayas, ha destinado un tramo de su edificio al Museo de Oro, donde se guardan piezas de inestimable valor, procedentes principalmente de la Zona de la Costa Ecuatoriana. El autor de esta colección es el Señor Carlos Menéndez Zevallos, quien ha dedicado todo su esfuerzo para devolver a cada objeto su estructura primitiva. El valor de estas piezas revela una etapa adelantada de cultura de los pueblos de la costa ecuatorial.



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ArribaAbajo Historias con criterio de Partido

Pedro Fermín Cevallos, en la advertencia a su Resumen de la Historia del Ecuador, destacó su posición de imparcialidad política en la interpretación de los hechos. Cuando en 1862 allegaba las fuentes para su relación, halló una valiosa colección de apuntes y de impresos en poder de un talentoso hombre público don Pedro José Cevallos Salvador. De esa misma fuente aprovechó también don Pedro Moncayo para su trabajo intitulado El Ecuador de 1825 a 1875, sus hombres, sus instituciones y sus leyes (Valparaíso 1887).

Este libro dio ocasión al señor Cevallos Salvador para publicar en 1887 un opúsculo, en que refutaba muchas de las afirmaciones de Moncayo y rectificaba el criterio con el aprecio justo de los hombres y los hechos.

Remigio Crespo Toral observa al respecto: «Don Pedro Moncayo trasplantó aquí los métodos de esta escuela (de partido): se constituyó juez, que a tal debe aspirar el historiador, sino fiscal: y para sacar verdaderas consecuencias, hubo de ocultar hechos y abultar los delitos, trocando en estos casi siempre los simples errores. Perdido el equilibrio de la imparcialidad, su libro pasó a la mera condición de obra periodista. Fue una positiva desgracia; pues, ese hombre por su sinceridad, por su elevada intervención, en muchos de los acontecimientos, ha podido darnos un resumen que determinase más amplios trabajos posteriores. El ejemplo de Moncayo, no obstante la victoriosa refutación del talentoso hombre don Pedro José Cevallos, ha influido grandemente, para desviar la historia de su recto y tranquilo cauce. Se han prodigado las relaciones, los folletos, las monografías: de todo lo cual no se obtiene en definitiva sino datos mutilados, apologías, acusaciones y el testimonio del ardor de la pasión en nuestra turbulenta democracia. Se ha llegado por este camino, a la historia, y, ¡quién lo creyera! historia oficial y de   —564→   enseñanza obligatoria partidarista hasta llegar al término vituperable, no sólo de atenuar, sino de enaltecer el tremendo puñal que ¡el más grande de nuestros retóricos llamó de vindicta y de salud!196

El caso de Pedro Moncayo, rectificado por Cevallos Salvador, abrió una serie que fue repitiéndose en la segunda mitad del siglo XIX.

En 1890 Marietta de Veintimilla publicó en Lima su libro intitulado Páginas del Ecuador, en que trataba de justificar la actuación política de su tío el general Ignacio de Veintimilla. Los hechos referidos eran demasiado recientes y aludían a varios factores de la vida pública. Se explica, entonces, que surgieran refutaciones de los diversos sectores de la vida nacional. El Deán de la Iglesia Metropolitana de Quito, don José Nieto publicó La Verdad contra las calumnias de la señora Marietta de Veintimilla, cuyo título indica ya el contenido polémico del libro. También refutaron algunas afirmaciones de las Páginas del Ecuador los señores Rafael M. Mata y Juan Benigno Vela. Pero quien asumió una actitud elevada frente a los hechos fue don Antonio Flores Jijón. En 1891 sacó a luz su libro intitulado Para la Historia del Ecuador, en el que, después de exponer la verdad de los sucesos, allegó la suma de 83 documentos, que permiten rehacer la situación histórica en que hubo de actuar el general de Veintimilla.

Más notorio fine el caso de García Moreno y de la etapa de su gobierno. En 1887 apareció, editado en París, el libro del padre A. Berthe, intitulado García Moreno, Presidente del Ecuador, Vengador y Mártir del Derecho Cristiano (1821-1875). La obra tuvo un éxito publicitario en Europa, donde llegó a ser conocido el Ecuador a través de García Moreno. En 1889 se editó en Guayaquil la Refutación del libro del padre Berthe, escrita   —565→   por Antonio Barrero Cortázar, quien hacía una nueva interpretación de los hechos con notable acopio de documentos. La dualidad de juicio, sobre un mismo personaje excitó a don Juan León Mera a escribir un libro «no simplemente histórico sino de polémica», acerca de García Moreno. Justificaba su intervención con la siguiente razón. «Han traído esta necesidad los libros que sobre García Moreno han publicado el padre A. Berthe, Redentorista francés, y nuestro compatriota el doctor don Antonio Borrero; libros totalmente opuestos en la manera de juzgar a aquel Grande Hombre, y no conformes aún respecto de otros personajes y hechos, y de algunos puntos de doctrina política muy importantes. Juzgamos, pues, indispensable poner entre esos dos libros antitéticos un tercero que los corrija». Don Juan León Mera no pudo terminar su trabajo. La parte que dejó escrita se publicó en 1904 con el título de García Moreno.

A este fragmento de Mera se refirió Roberto Andrade en su libro Montalvo y García Moreno, que publicó en Guayaquil en 1925. Desde el prólogo puso de relieve que no podía prescindir de la pasión política al enjuiciar a los hombres y los hechos. A raíz de la publicación de la Historia General del señor González Suárez comenzó a escribir su Historia del Ecuador, particularmente de la época republicana. En la introducción se refirió a Moncayo, Pedro Fermín Cevallos, Cevallos Salvador y Juan León Mera, a quienes tildó de parciales. Pretendió ser imparcial en la interpretación de los hechos, pero resultó el más parcial en su tarea de historiador. En la síntesis que hizo de la época colonial destacó únicamente aquellos hechos que redundaban en menoscabo de la Religión. La Historia de Roberto Andrade alcanzó al tomo VII y al año de 1849.




ArribaAbajoLa enseñanza de la Historia

No bien salió a luz el Resumen de la Historia del Ecuador, su autor, don Pedro Fermín. Cevallos, escribió el Compendio   —566→   de la Historia del Ecuador, que fue declarado texto oficial para la enseñanza en las escuelas de la República, el 29 de setiembre de 1871. En cuanto al método, advertía el doctor Cevallos: «Va reducido a Catecismo, porque, antes de componerlo, me informó el hermano José, Director Generad de las escuelas cristianas, que esta forma era la más a propósito para la enseñanza de los niños». La forma consistía en dividir en capítulos y exponer los hechos mediante preguntas y respuestas. El compendio avanzaba hasta la revolución del 6 de marzo de 1845. Ante la insinuación de proseguir la narración de los hechos, respondía el alumno: «¡Oh! No señor; porque para la narración de los sucesos en que hemos sido actores o siquiera hecho de padrinos; eso es, para los de un tiempo en que aún imperan candentes el amor propio, las afecciones y los odios, hallo muy difícil, no el dar con la verdad, sino el hablar conforme a la verdad y con calma, rectitud y buena fe; y así, contentaos con el conocimiento de los referidos hasta 1845».

Del compendio del doctor Cevallos se hicieron ediciones sucesivas para la enseñanza en las escuelas del Ecuador.

En su informe al Congreso de 1903, el Ministro Julio Andrade, daba a conocer que se había publicado la Historia General del Ecuador del señor Federico González Suárez. Pero la obra servía; más bien para libro de consulta y de hecho contribuyó a crear la opinión respecto del pasado. Pero no era a propósito para texto de enseñanza. El propio autor se dio cuenta de este hecho y de la necesidad de redactar un compendio que pudiese adaptarse a la enseñanza. En 1915 redactó y publicó su Historia Elemental de la República del Ecuador.- Tomo Primero (Tiempos Antiguos), para el Pensionado Nacional, fundado y dirigido por el doctor Pedro Pablo Borja.

El mismo año de 1915, Camilo Destruje publicó en Guayaquil un Compendio de la Historia del Ecuador, arreglado para las escuelas y colegios de la República. A base de un cuestionario, donde los asuntos numerados, se consignaban los datos escuetos   —567→   de la historia patria, que abarcaba desde la época prehistórica hasta la muerte de Alfaro.

Belisario Quevedo publicó en 1919 un texto de Historia Patria, en entregas sucesivas de la Revista de la Sociedad Jurídico Literaria. En 1931 Alfonso y José Rumazo González editaron la obra de Quevedo con el título de Compendio de Historia Patria. A partir de 1920 el padre José Le Gaouhir, S. J., sacó a luz su Historia de la República del Ecuador, concretada al período de la independencia. El primer tomo abarcaba de 1809 a 1860; el seguido que apareció en 1925, narraba el período de 1860 a 1877 y el tercero, publicado en 1938, contenía los hechos comprendidos entre 1876 y 1900. No le fue dado al autor proseguir su narración, no obstante haber allegado copioso material para exponer los sucesos hasta 1925. El trabajo del padre Le Gaouhir está realizado con método y honradez interpretativa de los hechos.

Óscar Efrén Reyes, formado en el primer Normal y con la práctica de muchos años, escribió desde 1931 varios capítulos de historia patria. En 1938 publicó su Breve Historia General del Ecuador, que ha tenido éxito notable, por el método didáctico, de claridad y precisión.

Los hermanos Cristianos publicaron en 1915, con el nombre de G. M. Bruño, el Compendio de la Historia del Ecuador, que ha servido de texto en sus escuelas. La edición hecha en París ha tenido muchas reediciones publicadas en Quito.

En 1954, Alfredo Pareja Diezcanseco escribió la Historia del Ecuador, que ha obtenido ya su segunda edición. El autor, conocido por novelista, se ha esforzado por dar a la narración el atractivo de la forma literaria, que rodea a los hechos con el ropaje de la imaginación. Con este mismo espíritu publicó en 1952 la Leyenda de Miguel de Santiago. La necesidad de proporcionar a los alumnos textos apropiados, ha estimulado a sintetizar los hechos, ordenándolos con método y claridad expositiva. De este estilo son los textos escolares de Leopardo Moscoso, Emilio Uzcátegui,   —568→   Homero Villamil, Alfredo Ponce Ribadeneira, Guillermo Bossano y Aquiles Pérez, por no citar sino los más conocidos.




ArribaAbajoAportes Monográficos

La historia abarca el campo total de la vida humana. A su mirada todo detalle contribuye a enriquecer su patrimonio. Se explica, entonces, que una visión de síntesis deba tomar en cuenta tanto las biografías como las monografías, que se han escrito, desde un punto especial de vista. En 1962 se publicó la Historia de la Iglesia en el Ecuador durante el patronato español. Su objeto era exponer la moción del factor religioso en la vida de la Patria, antes de la emancipación política. En el campo de la Iglesia se han escrito algunas monografías de las Comunidades Religiosas, que han actuado en la vida religiosa ecuatoriana.

En 1883 el padre Francisco María Compte publicó el libro intitulado Varones Ilustres de la Orden Seráfica en el Ecuador. En torno a los datos biográficos se exhibía el texto de documentos originales, que ilustraban los hechos.

En 1930 el padre Joel Leónidas Monroy inició, en el Boletín de la Academia Nacional de Historia, la publicación de la historia de El Convento de la Merced de Quito, que abarcó, en esta primera entrega, desde el año de 1534 a 1617. Luego, en 1932, continuó el trabajo en un segundo tomo que comprendía la etapa de 1616 a 1700. Finalmente, en 1943, publicó un tercer tomo que continuaba la narración de 1700 a 1800. Más que una exposición organizada de los hechos la obra del padre Monroy contenía una serie de documentos relativos a la acción de los Mercedarios en el Ecuador.

Entre 1941 y 43, el padre José Jouanen sacó a luz, en dos copiosos tomos, la Historia de la Compañía de Jesús en la antigua   —569→   Provincia de Quito. La obra es profundamente documentada y abarca desde el establecimiento de los Jesuitas en Quito hasta su expulsión por Carlos III.

En 1942, el padre José María Vargas publicó la Historia de la Provincia de Santa Catalina Virgen y Mártir de Quito de la Orden de Predicadores. Este ensayo avanzó hasta 1634. Para proseguirlo se editó un segundo volumen escrito por el padre Enrique Vacas Galindo, que comprendió el período entre 1634 a 1676. En 1950, el padre Enrique Terán sacó a luz una guía explicativa de la pinacoteca de cuadros que adornan los claustros del Convento de San Agustín, con datos biográficos del padre Basilio de Ribera.

Finalmente, en 1942, el padre Benjamín Gento Sanz publicó la Historia de la obra constructiva de San Francisco, desde su fundación hasta nuestros días (1535-1942), con datos procedentes del Archivo Franciscano.

Desde el punto de vista religioso, la historia ecuatoriana cuenta con el libro de fondo apologético, escrito por Julio Tobar Donoso, con el título de La Iglesia modeladora de la nacionalidad, editado en 1953. Es una obra muy bien planificada y escrita con elegancia y dominio de la materia.

Fuera del campo de la Iglesia, la Historiografía del Ecuador se ha visto enriquecida con aportes monográficos en las esferas de la Cultura y la Política. El doctor José Gabriel Navarro ha consagrado su vida a la investigación de datos sobre el Arte Ecuatoriana. En el Boletín de la Academia de la Historia inició la serie de Contribuciones para la Historia del Arte en el Ecuador, que contienen un arsenal de documentos, casi exhaustivos de la materia. En 1945, editado por el Fondo de Cultura Económica, apareció publicado en México, el estudio sintético de las Artes Plásticas Ecuatorianas.

El padre José María Vargas ha publicado también algunos trabajos de interpretación del Arte Ecuatoriano. A su primer ensayo de Arte Quiteño Colonial (1944) han seguido María en el   —570→   Arte Ecuatoriano (1954), Los Maestros del Arte Ecuatoriano (1955) y Arte Religioso Ecuatoriano (1956).

La celebración del cuarto centenario de la fundación de Quito dio ocasión al padre Alfonso Jerves a hacer un estudio crítico de los datos relativos al hecho que se conmemoraba y publicar, en 1934, el libro intitulado La Fundación de la Ciudad de Quito.

Igual interés despertó el cuarto centenario de la fundación de la ciudad de Cuenca. Para conmemorarlo, se publicaron Biogénesis de Cuenca por Rafael Euclides Silva y Gil Ramírez Dávalos, fundador de Cuenca por José María Vargas.

El cuarto centenario de la expedición de la cédula de erección de la Audiencia de Quito, ha dado también margen a la publicación de dos libros relativos al suceso. El uno intitulado, La Real Audiencia de Quito y su territorio, por Carlos Manuel Larrea, y el otro, Don Hernando de Santillán y la Fundación de la Real Audiencia de Quito, ambos editados por la Casa de la Cultura en 1963.

Más copiosa bibliografía ha provocado el hecho de la Independencia política y de los personajes que han actuado durante la vida republicana. El sesquicentenario de la emancipación ha motivado la publicación de dos libros que han enfocado el acontecimiento en sus causas, circunstancias y proyecciones inmediatas. Ambos llevan por título La Revolución de Quito del 10 de agosto de 1809. La coincidencia se debió a que fueron escritos para un concurso provocado para conmemorar el hecho. Sus autores son el doctor Carlos de la Torre Reyes, que obtuvo el premio único, y el doctor José Gabriel Navarro.

Aparte del concurso, pero con el mismo motivo, el doctor Alfredo Ponce Ribadeneira publicó, en 1960 en Madrid, el libro intitulado Quito 1809-1812, con un aporte de 106 documentos tomados del Archivo de Indias.

En torno al hecho de la Independencia política, publicó el doctor Manuel María Borrero un libro intitulado Un Centenario que lacera nuestra angustia. A base del proceso seguido contra   —571→   los próceres del primer grito, destacó el autor la actitud indecisa de ellos frente al suceso de 1809. La unilateralidad de la fuente de información fue causa para enjuiciar a los actores, sin tomar en cuenta la totalidad del hecho. La Academia Nacional de Historia dio su dictamen sobre el libro. Jorge Salvador Lara y Pío Jaramillo Alvarado rectificaron muchas afirmaciones del doctor Borrero, con pruebas de documentos fehacientes.

En 1955 salió a luz pública en Guayaquil un libro que llevaba por título: Las fundaciones de Santiago de Guayaquil. Su autor, el señor Miguel Aspiazu Carbo, pretende demostrar que la fundación primera de Santiago de Quito, hecha por Almagro en Cicalpa, hubiese tenido su realización en Chilantomo, es decir, que la ciudad de Santiago de Guayaquil hubiese llevado la primacía cronológica entre las ciudades fundadas en el territorio del antiguo Reino de Quito.

Rafael Euclides Silva publicó en Guayaquil un opúsculo con el título de Breves Apostillas al libro del Señor Miguel Aspiazu C., en que procuró explicar con precisión el sentido que había que dar a la palabra fundación dentro del espíritu de las Leyes de Indias, para señalar el alcance que tenían las afirmaciones del señor Aspiazu.




ArribaAbajoFuentes documentales para la Historia del Ecuador

El Instituto Panamericano de Geografía e Historia propició la publicación de monografías de las Misiones Americanas en los Archivos Europeos. La finalidad fue facilitar a los estudiosos el conocimiento e intercambio de documentos procedentes de Europa, sobre temas históricos relativos a los países de la América. La contribución del Ecuador enumeraba el aporte documental, allegado   —572→   por Federico González Suárez, el padre Enrique Vacas Galindo, José Rumazo González, Segundo Álvarez Arteta, Abel Romeo Castillo, y Neptalí Zúñiga.

La colección más copiosa de documentos, referentes a la Audiencia de Quito, es sin duda, la del padre Enrique Vacas Galindo, que consta de 140 volúmenes, distribuidos en 32 de la sección de Patronato, 32 de la de Cedularios, 34 de Asuntos Eclesiásticos y 42 de la sección secular, que se refiere a oficios de la Audiencia de Quito. Además, se añade una serie de 32 volúmenes de fotocopias. De estos fondos aprovechó en parte el mismo padre Vacas Galindo para algunas rectificaciones a la Historia General del Ecuador del señor González Suárez.

Bajo el patrocinio del mismo Instituto, el padre Limo Gómez Canedo publicó, en 1961, dos volúmenes con el título de Los Archivos de la Historia de América. En el primero, trazó una descripción de los Archivos y Bibliotecas del Ecuador. Respecto del Archivo Nacional, hizo mención de los proyectos de organizarlo con los fondos existentes, que en 1964 sumaban 600 volúmenes. Posteriormente se han concentrado al Archivo Nacional de la Casa de la Cultura, los fondos provenientes del Archivo de la Corte Suprema y de las Notarías de Quito.

Para guarda de los documentos se ha destinado, en la Casa de la Cultura, el tramo superior del edificio, dotándolo de estantería metálica. Actualmente se están ordenando, en serie cronológica, los volúmenes de la Corte Suprema y las Notarías. Tanto la sección de manuscritos de los antiguos jesuitas como de documentos del siglo XVIII, ordenados en volúmenes con índice, se encuentran en una de las salas del departamento destinado a la administración del Archivo.

Con sobrada razón el padre Gómez Canedo ponderó el valor del Archivo Municipal de Quito, custodiado con afecto por el Cabildo de la ciudad. Con ocasión del cuarto centenario de la fundación de Quito, inició el Cabildo la publicación de las actas municipales, que alcanzan hasta el primer cuarto del siglo XVII,   —573→   con un volumen dedicado a las cédulas destinadas al Cabildo de Quito. Además, el mismo Cabildo acordó la publicación de la Gaceta Municipal y luego del Museo Histórico, como órganos oficiales del Municipio quiteño. En estas revistas se consignan, no sólo las actividades del Cabildo, sino algunos documentos provenientes de los fondos del Archivo. El gestor práctico de las publicaciones del Municipio ha sido Jorge A. Garcés, quien ha dedicado todos sus esfuerzos a la organización del Archivo y del Museo Municipal.

El padre Gómez Canedo registra también en su libro el Archivo Eclesiástico de Quito en sus dos secciones de Archivo Arzobispal y Archivo del Cabildo Eclesiástico. El primero se halla establecido en el palacio arzobispal, en el piso superior a las oficinas de despacho. El ilustrísimo señor Manuel María Pólit Laso, tan aficionado a los estudios históricos, nombró de archivero, en 1926, al presbítero Juan de Dios Navas, quien acababa de publicar su libro Guápulo y su Santuario. El señor Navas comenzó a ordenar los documentos en tres grandes secciones: Colonial, Independencia, y República. Cada sección la subdividió en diez grupos de documentos con los acápites siguientes: 1) Documentos Pontificios; 2) Documentos Interdiocesanos; 3) Documentos concernientes a Diócesis extranjeras y a los Institutos religiosos; 4) Documentos civiles en relación con la Arquidiócesis; 5) Documentos de Administración de la Diócesis, cartas y visitas pastorales; 6) Estado del clero y expedientes de ordenaciones del clero secular y regular; 7) Beneficios Eclesiásticos; capítulo catedralicio, personal de Seminarios; 8) Solicitudes y comunicaciones de los fieles a la Autoridad eclesiástica; 9) Temporalidades, y 10) Documentos cruzados entre las autoridades eclesiástica y civil.

El señor Navas dejó, como fruto de su trabajo, un Catálogo provisional de los fondos ordenados por él en el Archivo. Quedaron por clasificarse una serie de más de 50 legajos del juzgado eclesiástico, dispuestos en orden cronológico (siglos XVII-XIX);   —574→   algunos legajos de índole varia de los siglos XVIII y XIX; una serie de libros como el de órdenes conferidas por el ilustrísimo señor de la Peña y Montenegro, el de la lista de Seminaristas y el correspondiente a la parroquia de Guápulo.

El Archivo del Cabildo Eclesiástico. Se conserva en la Sala Capitular, adonde se exhibe la galería de las Prelados que han gobernado la Diócesis y Arquidiócesis de Quito. Los fondos documentales pueden ordenarse en los capítulos siguientes: 1) Actas Capitulares, que comienzan con la administración del reverendísimo señor Pedro Rodríguez de Aguayo en 1562 y continúan sin interrupción hasta el presente; 2) Cedulario, cuya serie se inicia en 1557 y prosigue con algunos vacíos toda la época del Patronato; 3) Un voluminoso tomo de «Varios», que contiene las costumbres y el ceremonial de la Catedral y Cabildo Eclesiástico de Quito; 4) Inventarios de los siglos XVIII y XIX con un tomo de «Oficios» del siglo XVIII; 5) Resumen de libros y papeles relativos a los bienes del Colegio Máximo de los Jesuitas expulsos; 6) Un paquete de «Cartas Antiguas», correspondientes al siglo XVIII; 7) Un tomo de materias varias, decretos de los Obispos del siglo XVIII.

De los fondos de este Archivo se sacaron los documentos, que constan en los volúmenes XXII y XXIV de las Publicaciones del Archivo Municipal de Quito.

Entre los Archivos Conventuales debe mencionarse el de San Francisco. El padre Gómez Canedo da cuenta de dos inventarios manuscritos, el uno de 1868 que enumera 15 legajos, el otro de 1916 que sólo habla de 12. Un examen prolijo del archivo franciscano registra 13 legajos, con documentos distribuidos en números. El primero contiene dos paquetes de testimonios concernientes a candidatos a la primera orden, hasta el año de 1800.- El segundo consta de una docena de documentos referentes a las Cofradías establecidas en San Francisco en los siglos XVI-XIX.- El tercero contiene una serie de documentos enumerados: del 1 al 4, cuatro volúmenes de revés Apostólicos y Cédulas Reales (siglos XVII-XIX);   —575→   del 8 al nueve, Breves Apostólicos referentes a Canonizaciones Nuevas fiestas e Indulgencias; Número 10, Papeles referentes a la Misión (1708).- El legajo cuarto contiene cuatro libros de Profesiones (siglos XVI-XIX), 4 libros de ingresos de Novicios (siglos XVIII-XIX) y un libro de profesiones en la Recolección de San Diego (1789-1850); 8 volúmenes de Disposiciones, Nuevas fiestas e Indulgencias; Número 10, Papeles referentes XVIII y XIX).- Legajo quinto, 5 volúmenes de «Patentes» de las diversas autoridades de la Orden (siglos XVI-XIX).- Legajo sexto, Becerros del Definitorio y de los capítulos Provinciales, seis volúmenes (siglos XVII-XIX).- Séptimo Legajo, 20 inventarios de los conventos de la antigua Provincia (siglos XVI-XIX).- Legajo octavo, 10 volúmenes de documentos sobre las Doctrinas Franciscanas (siglos XVI y XVII).- Legajo noveno: 24 fascículos de documentos sobre asuntos conventuales (siglos XVII-XIX).- Legajo décimo: cuentas varias referentes al Convento Máximo, a San Diego, San Buenaventura, Pomasqui, Riobamba y diversos de Quito (siglos XVIII y XIX).- Legajo undécimo: Número 1 dos libros de Misas y seis diversos (siglos XVII-XIX).- Legajo duodécimo: 3 volúmenes de Censos (siglos XVI-XIX), con índices de los censos.- Legajo decimotercero: un libro de tierras de la parroquia de Chimbacalle, 2 Documentos truncos y Documentos extráneos.

De los fondos de este archivo aprovechó el padre Franciscano Compte para su libro Varones Ilustres de la Orden Seráfica en el Ecuador.

El padre Gómez Canedo menciona muy de paso el Archivo de Santo Domingo, que no estuvo organizado cuando él visitó el Ecuador. Actualmente el Archivo Dominicano se halla ya ordenado y se ha hecho un índice de todos los documentos, conservando la numeración antigua de los volúmenes. Este archivo consta, en primer lugar, de la Colección Vacas Galindo, cuyo inventario publicó en 1956 la Comisión de Historia del Instituto   —576→   Panamericano de Geografía e Historia, en el volumen intitulado Misiones Ecuatorianas en Archivos Europeos.

El archivo dominicano consta de 360 legajos enumerados, de diverso volumen y valor. Los más de ellos se refieren a asuntos económicos: escrituras de inmuebles (1-34), libros de censos y capellanías (42, 62, 138) y registro de ingresos y egresos; tanto del Convento Máximo, como de la Recoleta y Colegio de San Fernando (86-121).- La Cofradía del Rosario registra los nombres de los Cofrades con una continuidad perfecta. El primer libro (127), abierto por el padre Bedón en 1588, contiene la nómina de cofrades españoles y naturales, las Actas de sesiones de los Veinticuatro y las datas de ingresos y egresos de la Cofradía. Los volúmenes 160-162 registran las actas y resoluciones de los veinticuatro, a partir del año 1766 con el Oidor Juan Romualdo Navarro por Mayordomo.- También existe un libro (124) de la Cofradía de Jesús Nazareno, establecida en la Capilla de los Naturales el año 1774. Para la Historia de la Provincia Dominicana son de interés los libros de vesiticiones y profesiones (115, 131-33) y los de actas de las consultas de Provincia (126, 128-30).- Constan, asimismo, los libros de estudios y exámenes (134 y 35) de los religiosos del Convento Máximo y principalmente los libros referentes al Colegio de San Fernando, como el de matrículas (85), de visita al plantel (118), y de recibos y de gastos (119-122). El volumen 247 contiene las cédulas Reales despachadas para la Orden desde 1553 a 1813. En el 248 constan las comunicaciones oficiales de autoridades eclesiásticas y civiles. De estos fondos se ha publicado ya un volumen que contiene las Actas de los Capítulos Provinciales, celebrados en los siglos XVI, XVII y parte del XVIII.

El padre Gómez Canedo menciona también el Archivo de los Jesuitas de Quito, ordenado por el padre Jouanen. El padre Oswaldo Romero Arteta inició la publicación de El Índice del Archivo de la Antigua Provincia de Quito de la Compañía de Jesús, en el número 12 del Boletín del Archivo Nacional de Historia,   —577→   correspondiente a agosto de 1963. El Archivo consta de 32 legajos, en que se contienen documentos varios, cartas de los Padres Generales, datos de Temporalidades, inventarios de los antiguos colegios, manuscritos y libros varios. En la introducción se establece la historia de la recuperación de estos fondos documentales, incautados en la expulsión de los jesuitas en 1767 y recuperados en 1862 por decreto firmado par el doctor Rafael Carvajal en tiempo de García Moreno. De los fondos de este Archivo aprovechó el padre Jouanen para escribir su Historia de la Compañía de Jesús en la Antigua Provincia de Quito.

El Archivo de la Orden de la Merced ha sido ampliamente aprovechado por el padre Joel L. Monroy en su Historia del Convento de la Merced y la Santísima Virgen de la Merced y su Santuario.

Los padres Agustinos han lamentado la destrucción de gran parte de su archivo debido a la ocupación militar de su convento. De los fondos conservados se sirvió el padre José Conceti para las biografías de los ilustrísimos señores López de Solís y Gaspar de Villarroel, que publicó en la revista La República del Corazón de Jesús.

El padre Gómez Canedo se refiere, por fin, al Archivo de la Universidad Central y algunos Archivos locales. El primero custodia el llamado Libro de Oro, o sea, al primero en que consta el origen, reglas y constituciones y registro de graduados en la Universidad de San Gregorio. A este libro primero siguen otros en que se consignan los asientos de Doctores y Maestros, lo mismo que las datas de nombramientos de funcionarios de la Universidad. De estos fondos aprovechó la señora Germania Moncayo de Monge para su monografía intitulada La Universidad de Quito. Su trayectoria de tres siglos, 1551-1931, publicada en 1944.

De los archivos locales son dignos de mención el municipal de Cuenca, como también el de Ibarra. Ambos municipios costearon la edición de sus libros primeros de Cabildos, que vieran la luz pública respectivamente en 1938 y 1937, con la numeración   —578→   correspondiente a los volúmenes XVI y XX, de las publicaciones del Archivo Municipal de Quito.

La relación del padre Gómez Canedo concluye con un acápite dedicado a colecciones particulares, en las cuales cita los fondos conservados por los señores Jacinto Jijón y Caamaño, Carlos Manuel Larrea, Cristóbal Gangotena y Jijón, Roberto Páez y doña Lola Lasco de Uribe.




ArribaAbajoRevisión de la Historia Ecuatoriana

El Instituto Panamericano de Geografía e Historia planificó la publicación de una serie de Historiografías de los países de América, con el objeto de examinar y poner a la vista de los aficionados a la historia los resultados obtenidos en esta rama de la cultura. Al Director de la Academia de Historia Ecuatoriana, el señor Isaac Barrera, se dio la comisión de trazar la síntesis de la Historiografía del Ecuador, que fue publicada en México, en 1956. En siete capítulos encerró el señor Barrera el aporte ecuatoriano al estudio de la historia, destacando la labor del padre Juan de Velasco, Pedro Fermín Cevallos, Federico González Suárez, Jacinto Jijón y Caamaño y otros historiadores de menor trascendencia. A través de la biografía y valorización del trabajo de estos historiadores, se puede apreciar el estado en que se halla el Ecuador en punto a la investigación de su pasado. El mismo señor Barrera ha contribuido eficazmente, no sólo a acrecentar el caudal de nuestra historia patria, sino a divulgar entre nosotros el fruto de los investigadores de los demás países de la América. Tanto el Boletín de la Academia como el diario El Comercio de Quito, contienen los escritos de este infatigable escritor, de exquisita sensibilidad a todos los movimientos de la Cultura.

Últimamente ha surgido en Cuenca la robusta personalidad   —579→   de Gabriel Cevallos García, con una preparación extraordinaria para interpretar la historia nacional con sentido moderno. Este sentido histórico, reconocido en el siglo XIX como un sexto sentido, ha definido, Nietzsche «la capacidad de adivinar rápidamente el orden jerárquico de los valores, con arreglo a los cuales ha vivido un pueblo, una comunidad o un individuo, el instinto adivinador de las relaciones de esos valores, de la relación entre la autoridad de esos valores y la autoridad de las fuerzas operantes».

Cevallos García, en sus Reflexiones sobre la Historia del Ecuador (Cuenca, 1957), parte del principio de que «sin respaldo doctrinal no hay historia», porque, en definitiva, «Historia es la doctrina del historiador». El valor de este principio «radica en la coincidencia del panorama con la elaboración que hagamos del mismo, en la hermandad que se logre crear entre lo externo objetivo y lo íntimo subjetivo» (p. 23).

Con este principio se afronta la cuestión de la diferencia entre la verdad científica y la verdad histórica. La objetividad de la verdad, en el primer caso, prescinde de la disposición intelectual del sujeto, excepto en la virtud de la ciencia. No así en el segundo caso. La objetividad histórica compromete al sujeto Pensante, como agente intelectual. «Para el historiador, observa Maritain, es un requisito previo que posea una profunda filosofía del hombre, una cultura integral, una aguda apreciación de las diversas actividades del ser humano y de su comparativa importancia, una correcta escala de los valores morales, políticos, religiosos, técnicos y artísticos. El valor, quiero decir, la verdad de la labor histórica estará en relación con la riqueza humana del historiador».

Cevallos García inicia su libro con un pensamiento, de Hegel, entresacado de sus Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal. Según Hegel, «Lo verdadero es algo en sí universal, sustancial; y lo que es así sólo existe en y para el pensamiento. Pero lo espiritual, lo que llamamos Dios, es precisamente la verdad   —580→   verdaderamente sustancial y es en sí esencialmente individual, subjetiva. El ser pensante; y el ser pensante es en sí creador; como tal lo entendemos en la Historia Universal. Todo 1o demás que llamamos verdadero, es sólo una forma particular de esta eterna verdad, tiene su base en ella, es un rayo de ella. Si no se sabe nada de ella, nada se sabe verdadero, nada recto, nada moral».

Con Hegel la filosofía de la Historia ha sido reconocida como una disciplina filosófica. El pensador alemán se consideró como un filósofo-Dios que recreó no solamente la historia humana sino el universo entero, merced al movimiento mediante el cual la Razón eterna, es decir Dios, se actualiza a sí mismo en el tiempo. A esta conclusión llegó Hegel a través de la interición básica de la movilidad y la inquietud esenciales a la vida, y esencialmente al ser del hombre, quien nunca es lo que es y siempre es lo que no es (Maritain).

Además de Hegel, Cevallos García ha leído a los filósofos e historiadores alemanes, que han elaborado el historicismo, principalmente Troeltsch y Dilthey. Tampoco le son desconocidos los aportes de los ingleses Whitehead y Toynbee y de Juan Bautista Vico, el italiano que más contribuyó a estructurar el historicismo moderno. Más cerca se halla Ortega y Gasset, el pensador español que interpretó y formuló en castellano las inquietudes y orientaciones de la filosofía contemporánea. Mencionamos tan sólo algunos nombres de los autores leídos y citados por Cevallos García.

Dentro de este círculo de influencias exteriores, nuestro autor ha desenvuelto sus ideas en el ambiente universitario, como catedrático de Historia de la Cultura y de Historia Patria. Del diálogo entre maestro y alumnos han brotado sus Reflexiones sobre la Historia del Ecuador, en que aparece hecho carne y sangre propias el caudal de sus lecturas.

Con este «respaldo doctrinal» ha valorado el mérito de nuestros principales historiadores: el padre Velasco, expresión del   —581→   siglo XVIII, el de la Ilustración francesa; Pedro Fermín Cevallos, reflejo del Romanticismo; Federico González Suárez, situado al filo de los siglos XIX y XX, sin definición marcada. Fuera de este aspecto valorativo y crítico, Cevallos García ha emprendido la tarea de interpretar la Historia Nacional con sentido del siglo XX. Sobre la base de escrupulosa documentación ha tramado de rehacer nuestra historia.





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