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Hostos y la mujer1

Gabriela Mora2





Este trabajo propone primero: que la posición de Hostos frente a la problemática de la mujer puede calificarse como de feminista, si se entiende por tal el tener conciencia del estado de subordinación del sexo femenino y el compromiso de luchar contra esta injusticia. Segundo, que esta posición hostosiana se observa en su quehacer público y privado, y que en ambos el puertorriqueño vio la educación como el instrumento más eficaz para corregir esa injusticia. Para la fase pública nos detendremos a examinar los tres ensayos sobre «La educación científica de la mujer» que Hostos leyó en Chile en 1873. El Diario (I, II) y las Páginas íntimas (PI), por otro lado, darán inestimables pruebas de cómo el puertorriqueño practicó en su vida lo que predicó en sus escritos3.

Hostos vivió en España entre 1851 y 1869, o sea entre sus doce y treinta años por lo que se hace imprescindible conocer el contexto pertinente, para comprender la audacia de sus ideas sobre el tópico propuesto. Algunas cifras son expresivas del problema. En 1887, casi diez años después que Hostos dejó España, el 81.2% de las españolas era analfabeta. En 1900, el porcentaje se redujo sólo al 71.5% (Scalon, 50). Si esta era la situación en la metrópolis, es natural suponer una análoga o peor en las colonias o aun en las nuevas repúblicas, como, efectivamente, era el caso.

¿Cómo puede explicarse este nefasto estado en una época en que florecía el positivismo propulsor del conocimiento científico y el liberalismo político, partidario decidido de la igualdad y la educación? Irónicamente, los pilares mismos de estos movimientos contribuyeron a perpetuar los seculares errores que concebían a la mujer como ser con rasgos innatos específicos que la destinaban al rol social doméstico tradicional. Augusto Comte, por ejemplo, el fundador de la sociología y del método positivista, afirma que la constitución de la mujer tiene una suerte de infantilismo («d'état d'enfance») que hace quimérica cualquier idea de igualdad entre los sexos (La Philosophie III, 138). Aunque concede al sexo femenino un desarrollo mayor de la "sociabilidad" y la "simpatía", afirma constantemente su inferioridad de inteligencia y de razón. Así dice: «No se puede disputar... la inferioridad de la mujer. Ella es menos apropiada que el hombre para la continuidad del trabajo mental, en virtud de la menor fuerza intrínseca de su inteligencia, y de su más viva susceptibilidad moral y física» (La Philosophie, 139). Comte exalta a la mujer por su capacidad de amar, cualidad adecuada para su función de esposa y madre, a la vez que proclama la superioridad masculina en lo físico, lo intelectual y lo práctico, cualidades que lo hacen idóneo para gobernar el mundo de las acciones. Herbert Spencer, principal divulgador de Comte y admirado por Hostos, no sólo repite la noción popular en la época de que la función reproductora disminuye el intelecto femenino, sino que para refutar la evidencia contraria que dan las fértiles campesinas y obreras, afirma que en esas clases la extremada actividad física hace inertes sus cerebros4.

La mujer del porvenir de Concepción Arenal fue una solitaria voz que llamó a una mejor educación femenina en 1869. Aunque la autora impugna con inteligencia el dictum de Gall que argüía que el tamaño más pequeño del cerebro femenino era prueba irrefutable de su inferioridad intelectual, Arenal acepta los atributos tradicionales conferidos a la mujer (docilidad, compasión, dulzura) y con ellos su destino único de esposa y madre5.

La revolución de 1868 que destronó a Isabel II y en la cual participó Hostos, comienza lentamente a preocuparse de la educación femenina, especialmente en los años influidos por dirigentes liberales krausistas. Los esfuerzos, sin embargo, todavía se encuadran en una visión marcada por las ideologías imperantes, que hace que la religión y las labores domésticas sean casi las únicas materias enseñadas, aparte del leer y el escribir6.

1869 vio la publicación de On the Subjection of Women de John Stuart Mili, obra fundacional del feminismo moderno y que Hostos pudo conocer7. Un cotejo entre ella y los, ensayos del puertorriqueño, no obstante, hace evidentes más las diferencias que las semejanzas. Mili en tono lógico-legalista demuestra bien la monstruosidad de un sistema que mantiene a la mujer subyugada, argumentando que de verdad no se conoce la verdadera naturaleza femenina. Pero, el inglés acepta la división laboral que le da a ella la esfera doméstica, y rechaza la posibilidad de que la mujer trabaje fuera del hogar (Cottected Works, XXI, 297). Hostos como veremos, es más radical en su planteamiento.

En 1873, el mismo año en que el puertorriqueño va a publicar sus conferencias en Chile, el doctor Edward Clarke profesor de la Universidad de Harvard tuvo gran éxito y publicidad con su Sex Education or a Fair Chance for the Girls. Apoyado en algunos conceptos de Spencer y su práctica clínica, Clarke sostiene que la organización fisiológica femenina se perjudica con una educación igual a la del varón. Convencido de que la pérdida de la sangre menstrual empobrece el cerebro, este médico recomienda que la niña se abstenga de estudiar una cuarta parte del mes y que evite la postura erecta y el ejercicio, más adecuadas al varón (Sex, p. 128). El esfuerzo muscular e intelectual producirían males como la amenorrea, dismenorrea, histeria, anemia, entre otros (48).

Si esta era la novedad en Boston, no podemos esperar que la situación fuera mejor en Santiago de Chile donde Hostos llegó ese mismo año 73. Aunque se contaba con una Normal de Preceptoras (fundada por Sarmiento) desde 1853, el número de escuelas era escaso, y la enseñanza se centraba en las artes domésticas. Como en España, la permanencia en el poder de los conservadores, obstaculizaba cualquier esfuerzo que intentara impulsar la educación estatal y universal, ya que la iglesia católica veía la enseñanza como su dominio particular. Este estado de cosas fue el que llevó a J. Victorino Lastarria a fundar la Academia de Letras, donde Hostos leerá sus ensayos, como lugar para discutir toda idea que fuera «expresión de la verdad filosófica», y en «conformidad con hechos demostrados de un modo positivo por la ciencia» y «las leyes del desarrollo de la naturaleza humana», bases dirigidas, como se ve, por el comtismo en boga (Obras, X, 489).

Los discursos de Hostos sobre «La educación científica de la mujer» fueron leídos por él entre el 10 de junio y el 25 de julio de 18738. Consciente de que los defensores de la subordinación femenina lo hacen basados en la supuesta inferioridad intelectual de la mujer, Hostos comienza declarando enfáticamente que «la razón no tiene sexo, y es la misma facultad con sus mismas operaciones y funciones en el hombre y la mujer» (28). Esta premisa se reitera con insistente persistencia a lo largo de las páginas: «(la naturaleza) dotó (a la mujer) de las mismas facultades de razón» (11), «Ser racional, la mujer es igual al hombre; éste tiene el derecho de mejorar por el cultivo de sus facultades las condiciones de su vida física y moral ¿por qué no ha de tenerlo la mujer?» (45). La siguiente conclusión hostosiana sobre este punto, ilustra su pensamiento a la vez que la firmeza de su tono:

Como ser racional, la mujer no tiene más limitaciones que el hombre: uno y otro operan dentro de la limitación de espacio y tiempo; que así como el hombre puede abarcar, dentro de esa limitación, cuanto abarcan sus facultades y sus fuerzas, así puede la mujer, ser racional, abarcar cuanto abarca su congénere.


(47)                


El error «tenaz» e «insolente» de negar a la mujer el derecho a mejorar su estado, la hace, según Hostos «vegetar» y no vivir. Privada del desarrollo de sus facultades, la mujer para él tiene un «corazón afectuoso», pero un «cerebro ocioso» y un «espíritu erial» (9). Contrario a los que sostienen que la naturaleza ha condenado al sexo femenino a este estado, el puertorriqueño lo ve causado por los «errores» y las «tradiciones sociales» con que los hombres han abrumado a la mujer:

es obra nuestra,... es obra de nuestros errores, es creación de nuestras debilidades; y nosotros, los hombres, los que monopolizamos la fuerza... los que monopolizamos el poder social...; los que hacemos las leyes para nosotros... a nuestro gusto, prescindiente temerariamente de la mitad del género humano, nosotros somos responsables de los males que causan nuestra continua infracción de las leyes eternas de la naturaleza. Ley eterna de la naturaleza es la igualdad moral del hombre y de la mujer...


(10)                


Fuera de la resonancia krausista y positivista de esa confianza en la naturaleza, el énfasis que aquí se pone en la igualdad moral requiere alguna atención. En el contexto de lo citado leemos este énfasis en relación a la personalidad que Hostos cree debe instituírsele a la mujer para que de verdad pueda asumir responsabilidades. Recuérdese al respecto que en las legislaciones vigentes, la mayoría de los países ponía a la mujer al mismo nivel que el niño. Al ser moralmente inferior ella es, para los juristas, irresponsable legalmente y debe subordinarse al dictado del padre, marido o hermano. La relación entre moral y responsabilidad se reitera más tarde cuando Hostos habla de «moral consciente» que una correcta educación pondría a la mujer en el camino de sus verdaderos deberes (75)9.

En tajante oposición al cliché que exalta el sentimiento como facultad suprema del «natural» de la mujer, haciéndola una criatura destinada al amor -como predicó Comte, entre otros- Hostos arremete contra esa "divinización" que no sólo la esclavizó, sino le «amputó la razón» (51). Despreciando la tradición romántica y el incipiente modernismo, el ensayista proclama la necesidad de arrancar la «idealidad enfermiza del amor» y sarcásticamente habla del corazón como «una ambigüedad baldía», de verdad, «una membrana hueca que sirve para distribuir la sangre... y nada más» (40). El milenario simbolismo que une el músculo al amor y a la poesía, hace que Hostos se apiade irónicamente de ellos («¡Pobre mujer, pobre amor, pobre poesía!») sin dejar de castigar a los que los mal utilizan para «mutilar el alma humana» (53)10.

Coincidiendo con John S. Mili de que dada la relación social impuesta, se desconoce la verdadera constitución femenina, Hostos revisa crítica y escépticamente los tradicionales rasgos asignados a la mujer -como el mayor sentimiento y la pasividad- atribuyéndolos al error y la ignorancia. Contrario a los preceptos del Dr. Clarke, citado antes, el puertorriqueño insiste en que no se eduque a la mujer como tal, sino como a ser humano:

Se debe educar a la mujer para que sea ser humano, para que cultive y desarrolle sus facultades, para que practique su razón, para que viva su conciencia, no para que funcione en la vida social con las funciones privativas de la mujer.


(13)                


Después de estas palabras, sorprenden menos las inusitadas formas que Hostos adopta para enfrentarse a la función maternal, centro sagrado no sólo de la ideología conservadora, sino de liberales famosos como fueron Comte, Spencer o el mismo Mili. Contra la afirmación del chileno Rodríguez Velasco, que impugnando el primer discurso sostuvo que «nadie puede educar a la familia sino la mujer» y que «la enseñanza de la madre es la base de toda la vida del hombre» (36)11. Hostos afirma que, además de la madre, el padre, los deudos, los allegados y todo lo que lo rodea, educa al niño (41). Derribando caros mitos, el puertorriqueño le recuerda a su oyente y lector que la madre ignorante llena de «errores y supersticiones la imaginación infantil» (43). Si concede que una madre sin educación puede ser cariñosa, esto no obsta, para que pueda ser también «indiscreta e irreflexiva», y más aún, una pesada cadena. Adelantándose a más recientes estudios sobre la "madre devoradora" y posesiva, Hostos declara que la mujer ineducada es «igualmente capaz de morirse si se muere el predilecto de su alma o de asesinar moralmente al hijo que se emancipa de su despotismo»

Probablemente citando a Concepción Arenal, Hostos asevera que la mujer no debe considerar al matrimonio como su «única carrera», pero agrega que tampoco debe mirar al hombre ni como amo ni como esclavo, o la maternidad como «deber o derecho feroz» (78). Más audaz que la española y otros defensores de los derechos de la mujer, el puertorriqueño se atreve a separar en forma tajante la función reproductiva de las más específicas que distinguen al hombre del animal. Difícilmente se podrá hallar lenguaje tan incisivo sobre este tema como el siguiente que Hostos estampó en 1881:

Tengo una gata que lame, limpia, lacta y quiere y defiende a sus gatitos. He visto los transportes de alegría de una leona recién parida. La gallina tachada de cobarde... es el más valiente de los seres... cuando se trata de arrostrar por sus polluelos el peligro. Que una mujer salvaje, semibárbara o civilizada haga lo mismo no es virtud. Hacer lo que todo otro animal, es estar dentro de la animalidad, y nada más.


(75)                


El énfasis que la sociedad le ha dado a la función reproductora de la mujer, con exclusividad de otras tareas, hace que Hostos reconozca que ella sacrifica a la especie su existencia individual. De allí que el autor, otra vez en términos muy fuertes, vea a la mujer como a un ser muerto mucho antes que perezca su cuerpo:

(la mujer) es... para casi toda la civilización oriental y occidental, un mamífero bimano que procrea, que alimenta de sus mamas al bimano procreado, que sacrifica a la vida de la especie su existencia individual, que nace predestinado al sacrificio, que crece en el sacrificio de sus facultades más activas, que muere en sus facultades mucho antes de morir en su organismo.


(53, subrayado del autor)                


A nuestra manera de ver, aquí está la mayor osadía del puertorriqueño: el afirmar que la mujer tiene derecho a funcionar como individuo, independientemente de su capacidad reproductiva. Hostos asiente a la importancia que se le da a la influencia femenina en el hogar, pero sostiene a la vez que ésta no puede ser eficaz si la educación no le devuelve a la mujer su «personalidad entera» (44). De aquí que su programa de educación científica quiera completar a la mujer sensible con la racional (45). Como buen krausista además, Hostos está consciente de la importancia del autoconocimiento, por eso lamenta que la mujer se desconozca (9). Para remediar esta carencia, el ensayista invoca como un deber, para ambos sexos, la práctica del conocimiento de sí (46), como él mismo hizo y recomendó en su Diario12.

El carácter de contrato que Hostos le otorga a la división de las labores de los sexos, que contrapone al rasgo más universal del deber de todos los seres de perfeccionar todas sus facultades (46), evidencia lo radical de su posición, que antepone ese perfeccionamiento a la misión maternal:

La mujer, como mujer, antes que amada, antes que esposa, antes que madre, antes que encanto de nuestros días, es un ser racional que tiene razón para ejercitarla y educarla y conocer la realidad que la rodea: impedirle conocer esa realidad, es impedirle vivir de su razón, es matar una parte de su vida.


(53)                


La poca repercusión, o la lenta puesta en práctica de estas ideas expuestas en 1873, se demuestra por el hecho de que en 1881 Hostos afirma que «todavía hoy la mujer tiene que disputar su individualidad» (70). Ese año en Santo Domingo, permaneciendo fiel a la prédica que hizo en Chile, el ensayista reitera su premisa de que la mujer «es hija de la sociedad que la forma», y como antes, echa al hombre la responsabilidad de esa formación (69-70). Su preocupación americanista, evidente en los tres ensayos, le lleva ahora a comparar el lastimoso estado de las repúblicas hispánicas, con el de la mujer. La mujer, como la sociedad latinoamericana se le aparece al escritor como «ignorante, artificiosa, alternativamente tímida y rebelde» (70). Hostos reconoce, no obstante que la condición de ambas tiene que ver con «la triple esclavitud religiosa, política y económica» (71), avanzado juicio que captura en una frase el pesado lastre colonial que ahogaba todavía a las repúblicas, e incidía en el estatus social y económico del sexo femenino13.

En esta fecha más tardía, Hostos reitera algunas de las ideas que él mismo había calificado de «radicales» en 1873 en Chile (63). Por ejemplo, el darle a la mujer por medio de una adecuada educación, «la obligación feliz de trabajar» por su independencia personal, y la conciencia de que, con iniciativa y méritos propios, puede conquistar una superioridad que nada puede alterar (78). Más importante aún, juzgando a la mujer como ciudadana, Hostos aconseja enseñarle a la antillana que:

La patria no es cosa indiferente; que la libertad no es cosa insignificante; que la civilización no es cosa inaccesible al esfuerzo de todos... Y que, pues (la mujer) tiene por derecho de naturaleza, y puede completar por esfuerzo de buena educación, una indudable y constante iniciativa en todos los hechos del orden doméstico y privado que trascienden a la patria, a la libertad y a la civilización, es necesario que aprenda a tomar concienzudamente la iniciativa que la naturaleza le ha concedido.


(79)                


Las páginas íntimas revelan que Hostos siguió en su vida las elevadas pautas éticas que impuso en todos los aspectos de su existencia. En el Diario figuran por lo menos veinte nombres femeninos en su etapa soltera, cuando escribe que el amor es para él «una nunca satisfecha necesidad» (I, 1939, 374). Casi sin excepción las mujeres que le cautivan son adolescentes, como era Belinda, su esposa que tenía 15 años, cuando casó con Hostos de 38. Fuera del ideal romántico todavía en boga, que exalta la inocencia, el pudor y la pureza, es obvio que Hostos pigmalionescamente desea formar intelectualmente a la mujer que le atrae. La escasa o nula educación femenina de la época, más que justifica este deseo en un hombre que quiere una compañera moral e intelectual (II: 273). Varios son los pasajes del Diario en que se anota su preocupación por la ignorancia de las muchachas que le interesan. El diarista no sólo provee libros a sus amadas Carolina e Inda, sino sendos planes de educación (I: 352, II: 273).

Romántica también puede considerarse la división que Hostos hace entre cuerpo y espíritu, y sus esfuerzos por no caer en lo que llama «amor enfermizo» (I: 352). La lucha entre los deseos físicos del autor y sus ideales espirituales, se ve bien en el registro que hizo de la evolución de su afecto por la que va a ser su esposa. El diarista se reprocha por sentir la «enajenación del deleite» y se afana para evitarle a la amada la lucha que él libra con sus sentidos (II: 275). Fuera del hecho insólito de concederle a la mujer honesta una franca sexualidad, la viva descripción de su pasión, revela una cara diferente al estereotipo del hombre frío y razonador con que se conoce a Hostos:

la vehemencia y la sinceridad del sentimiento han disminuido la vigilancia en que de ordinario estoy contra mi naturaleza siempre apasionada y siempre contenida... aprovechando mi descuido, la pasión ha roto el dique y aquí está. Ya no, como en otros días, tasca el freno ni brama ni ruge ni me duele; al contrario, adula mis nervios, circula en palpitantes corrientes magnéticas por todo mi ser electrizado... agita mi corazón con los estremecimientos más placenteros, electriza mi cerebro ...y deleita y arroba y enajena mi alma.


(II:274)                


El sentido de responsabilidad que siente Hostos al amar y ser amado, se traduce en principios inusuales en sus relaciones amorosas. Por ejemplo, al revés de lo común, Hostos piensa que él es el responsable de la marcha de los sentimientos por lo que se jura a sí mismo que nunca una mujer padecería por él (PI: 159). La dificultad de cumplir estos votos la revela el Diario que transparenta no sólo el dolor del diarista sino el de las mujeres que abandonó por seguir sus labores patrióticas14. Ya casado, el escritor anota su «responsabilidad de hacer feliz a su esposa», como «primer» e «imperioso» deber (PI: 12-13).

Pese a las vacilaciones que confiesa Hostos en su Diario vis-a-vis algunos de sus intensos idilios que no terminaron en matrimonio15, una vez establecido como hombre de familia, cumplió como esposo y padre con su característico sentido del deber. Más aún, la ternura hacia su mujer e hijos que revelan las cartas y otras páginas íntimas son un extraordinario mentís a aquellos que creen que el hombre hispano es incapaz de revelar su intimidad16.

En relación al tópico de la conciencia hostosiana sobre la desmedrada condición del sexo femenino, sus páginas íntimas descubren la misma sensibilidad al problema en referencia a su propia familia. Por ejemplo, en 1877 se refiere a su hija Luisa Amelia como «la más compadecida por ser mujer» (PI: 40). Otra desusada revelación se da en las palabras que van a continuación en las que Hostos se duele de que su sexto hijo sea niña, por los obstáculos que va a hallar en el futuro:

Otro hijo. Ya son seis. Tal vez bastaba con los cinco que teníamos, sobre todo porque la proporción era excelente...cuatro varones para una hembra. Hoy se ha roto la proporción: ¡la recién llegada es otra hembrita! Por serlo ha merecido un recibimiento placentero. ¡Pobrecita! Si la vida, que tan pocos halagos tiene para las mujeres, no la hubiera dado el contento de sus padres y de sus hermanos al llegar ¿cuándo hubiera podido saber por experiencia que la vida es algo más que un dolor continuo?


(PI: 43)                


Fuera de la franqueza para reconocer el estado de inferioridad de la mujer, que le impide anotar las tradicionales alabanzas ante cualquier nacimiento, la posición de Hostos en este asunto tiene que ver con su concepción de los deberes de los padres. En un diálogo con su esposa y uno de sus hijos, titulado «Mailla» escribe: «Sólo saben educar bien a sus hijos, los padres que al mismo tiempo se educan a sí mismos, se someten a la disciplina moral a que someten, y exigen en sí la perfección que buscan en sus educandos» (PI: 64).

En 1887, el escritor se reprocha no haber hecho más anotaciones acerca de,sus hijos, y se conmina a hacer más para ser «buen padre» (PI: 41). Esto calza bien con una anotación anterior en que excusando sus «severas intenciones» al castigar a uno de sus niños, escribe que ha pasado su vida «declarando poco dignos de serlo a la mayor parte de los padres que ha conocido» y anhela «con fervor ser padre digno de sus hijos» (PI: 35). Incidiendo en el mismo punto, junto a un hijo enfermo, Hostos reflexiona en otra ocasión que en la ciudad ideal con que él sueña, «todo el mundo para ser padre y madre, (tendría) que probar suficiencia médica» (II: 377).

Como se ha entrevisto, el Hostos enamorado, o el tierno padre y esposo, profesa en su práctica existencial los elevados principios que el autor mostró en sus escritos públicos. El espejo moral que presentan las páginas íntimas no está exento de la pasión, la duda, la alegría y el dolor que conllevan las relaciones humanas. Difícilmente, creemos, se hallará una conjunción de cara pública y privada sin fisuras que empañen la una o la otra cuando se cotejan mutuamente. Urge entonces poner al alcance del pueblo las obras que hacen más asequible el conocimiento del hombre detrás del procer. Así se conocerán los difíciles pasos que conquistaron la gloria para esta gran figura latinoamericana, y se hallarán moldes de conducta e ideas vigentes para los que desean perfeccionarse a sí mismos y a sus colectividades, como siempre quiso hacer el eminente puertorriqueño.






Obras Citadas

  • Arenal, Concepción. «La mujer del porvenir» (pp. 97-188) y «La mujer de su casa» (pp. 189-284) en La emancipación de la mujer en España, edición y prólogo de Mauro Armiño. Madrid, Biblioteca Júcar, 1974.
  • Clarke, Edward H. Sex in Education or a Fair Chance for the Girls, Boston, James R. Osgood and Co., 1873.
  • Comte, Auguste. La philosophie positive resume par Emile Rigolage, Tome troisieme Sociologie, Paris, Ernest Flammarion éditeur, s/f.
  • Hostos, Eugenio María de. «La educación científica de la mujer» (Discursos leídos en la Academia de Bellas Letras de Santiago de Chile), pp. 7-65; «La educación de la mujer», pp. 66-81; «Una escuela Normal para niñas», pp. 82-85, en Forjando el porvenir americano tomo I, Obras completas, v. VII, Habana, Cuba, Cultural, S.A., 1939.
  • ——. «La educación científica de la mujer», Revista Sudamérica, (Santiago, Chile), 10 de junio, 1873, 232-240; 25 de junio, 1873, 324-337; 25 de julio, 1873, 608-632.
  • ——. Diario, Obras completas, v. I y II, Habana, Cuba, 1939.
  • ——. Páginas íntimas, Obras completas, v. III, Habana, Cuba, 1939.
  • Lastarria, José Victorino. Recuerdos literarios, Obras completas, volumen X, Santiago, Chile, Imprenta Barcelona, 1912.
  • Mili, John Stuart. «The Subjection of Women», Essays on Equality, Law, and Education, Collected Works, v. XXI, Ed. John M. Robson, University of Toronto Press, Routledge and Kegan Paul, 1984.
  • Mora, Gabriela. Hostos intimista: Introducción a su Diario, San Juan, Puerto Rico, Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1976.
  • Scanlon M., Geraldine. La polémica feminista en la España contemporánea (1868-1974, Madrid, Siglo XXI, 1976.
  • Spencer, Herbert. The Principies of Ethics, v. I (1892), II (1898), New York, D. Appleton and Co.


 
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