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La influencia maternal

Concepción Gimeno de Flaquer



Artículo dedicado a la excelentísima señora doña Ángela Vidal de Sagasta, modelo de tiernas madres.






I

El carácter, las aspiraciones, las costumbres del hombre, se forman bajo la influencia de la atmósfera moral que respira en su hogar.

Las ideas que la madre graba en la mente del niño son indelebles y por eso el hombre las desenvuelve más tarde en la cátedra o la tribuna.

Los profesores hablan con su ilustración al entendimiento del niño; pero solo la madre sabe hablar a su corazón: y como los sentimientos se imponen a las ideas, puede un hombre nutrir su cerebro con doctrinas escépticas, y sin embargo conservar la sagrada chispa de la fe religiosa que su madre le encendió en el corazón.

Chateaubriand es una prueba de este aserto; devoto en la infancia, al separarse de su madre en la juventud, sus ideas religiosas sufrieron gran cambio porque los amigos incrédulos le habían extraviado; súpolo su madre y le escribió una conmovedora carta, manifestándole que su ateísmo le costaba muchas lágrimas y procurando despertar por mil medios sus sentimientos hacia la religión en que había sido educado. Chateaubriand lloró y creyó; puede decirse que de una lágrima de la madre de Chateaubriand brotó el genio del cristianismo, ese gran monumento alzado a nuestra religión.

La ternura del alma de Lamartine débela a su madre, como debe Byron a la suya el veneno que se desborda de su corazón.

No lo dudéis, la madre nos imprime el sello de su carácter: el padre podrá vigorizar nuestro entendimiento; pero solo la madre fecundiza nuestra alma.

Las pasiones de nuestra madre forman nuestra naturaleza, sus ideas nuestro criterio, sus sentimientos nuestro corazón, sus deseos nuestras aspiraciones.

La madre nos marca en la vida el itinerario que debemos seguir; ella va constantemente de vanguardia, se halla siempre en las avanzadas; y, nueva Ariadna, nos entrega el hilo misterioso para que no nos extraviemos en el dédalo de la vida.

La influencia de la madre puede ser benéfica o nociva: infausta fue esa influencia para Mirabeau, Auret, Gibbon y Volney: del mismo modo que fue saludable la de Santa Mónica para San Agustín, la de Blanca de Castilla para San Luis, la de Enriqueta Giroux para Sismondi, la de Juana Albret para Enrique IV y la de María Ball para Washington.

Shakespeare, que no era benévolo con la mujer, encuentra en su inspiración acentos elevados para retratar a la madre de Coriolano; Corneille refleja en sus heroínas la firmeza de carácter de la que le dio el ser y Calderón al retratarnos aquellas dignas y pundonorosas mujeres que, abrasadas en una pasión ilícita exclaman:

«Tengo amor, mas tengo honor», es indudable que pensaba en su madre.

Rousseau no conoció a su madre; pero aquella ejerció en él una influencia de ultratumba.

Encerrábase el autor del Contrato social en el gabinete que la piedad conyugal conservaba como lo dejó la eterna ausente, pasaba largas horas contemplando su retrato y estudiando en las líneas del rostro las facultades del alma que lo animara, aprendía de memoria los libros que su madre dejó y ellos formaron su novelesca imaginación tan semejante a la de su madre.

Rousseau afirma que nacieron sus aficiones literarias en la biblioteca de su madre.

Cuando su padre le decía «Juan Jacobo, vamos a nuestro altar», él contestaba: sí; vamos a llorar y aprender, y se encerraban en la biblioteca de la muerta.




II

La educación de la mujer debe ser muy esmerada, porque ella es la primera educadora de sus hijos.

La madre es la gran influencia del universo, porque en su seno se forma la sociedad. La madre es el alma de la humanidad, es el ángel que vela nuestros sueños, la que aspira nuestro primer aliento, la que imprime en nuestros labios el primer beso de amor. La madre cifra toda su dicha en la ventura de sus hijos; no tiene otro porvenir que el de estos, con los cuales ríe si gozan, y padece dolores acerbos si los sufren ellos. ¡Sacrificio y abnegación! ¡He aquí sintetizada la historia de la buena madre!

El amor maternal es el más generoso de todos los amores: da mucho, recibe poco y se alimenta de sí mismo.

El corazón de la buena madre es la pira inextinguible del amor; el manantial de los sentimientos elevados; el foco de las grandes ideas. Toda la poesía del hogar radica en la madre: la madre expresa el ideal de lo divino, descendido al corazón de la mujer.

El amor maternal es el más profundo de todos los amores; es el único sentimiento que puede desafiar a los sucesos prósperos o adversos, a la ausencia, al olvido y a la muerte; es como el alma, inmortal. Por eso tiene sus acertados presentimientos, sus profecías.

El hombre necesita en su infancia el amor de su madre, como necesita en su juventud el amor de una mujer buena que le libre de las corrupciones del vicio. Si todos los hombres tuvieran en la infancia una madre tierna y en la juventud una Beatriz, ninguno se pervertiría.

Una madre buena e ilustrada es un tesoro inapreciable: su influencia puede hacer grandes a sus hijos, y de la gloria que ellos conquisten le alcanzará un rayo.

Un gran general afirmaba que era valiente porque su madre estuvo siempre enamorada del valor.

Una madre espartana tenía un hijo cobarde y al saber que se había portado mal en la batalla díjole con energía: Malos rumores corren acerca de ti, haz que mueran o muere tú. Aquel hijo que sentía la influencia de su madre hizo proezas, grabando en su memoria aquella frase y haciendo de ella un talismán.

Capel, al morir su madre, no solo la llora a ella, llora también la pérdida de su valor y de su inspiración que con ella han muerto.

Kant afirma que cuantos méritos y cualidades posee no son innatos en él, sino inculcados por su madre.

Bosquet no quiere decidir nada sin recibir el consejo de su madre, seguro de que obrará con más acierto,

Goethe consulta a la suya los trabajos literarios,

Andrés Chenier dice que subirá valientemente al suplicio porque pensará en su madre.

Bernard asegura que solo vive para su madre, y que sin ella no quiere honores ni riquezas.

El emperador Constantino afirma que su entusiasmo lo debe a su madre, lo mismo que su regeneración.

Rafael supone que la célica expresión de sus cuadros se debe a la dulzura que introdujo en su alma la mirada de su madre.




III

¡Honremos a las madres!

¡Madre! palabra mágica, cuyo eco penetra en todos los corazones, amuleto sagrado que nos preserva del mal.

El alma de la buena madre es una égloga, su corazón un idilio, su mirada un poema, su palabra una balada de amor. La madre es nuestro genio tutelar, nuestro mentor, el ángel que cierne sus invisibles alas sobre nuestras frentes: es un oasis en los desiertos de la vida.

El aturdido y el despreocupado, el indiferente y el libertino sienten redoblar el latido de sus corazones al recordar a la mujer que les dio el ser.

Al lado de una buena madre se aspira un ambiente de pureza y santidad célico y suave cual el aroma de la más bella ilusión.

El porvenir de una criatura es casi siempre obra de su madre, decía Napoleón I. Este axioma expresa todo el poder de la influencia maternal.

No hay diadema que sublime a la mujer como la aureola de la maternidad.

Para cumplir una madre su misión necesita desenvolver en su hijo las facultades morales, porque darle la vida física únicamente no es gran cosa. No puede llamarse una mujer verdaderamente madre mientras no haya educado el espíritu de su hijo.

La mujer que confía la educación de su hija a una institutriz confiesa tácitamente o que no se cree apta para dirigir a su hija o que le preocupa muy poco el ser moral de esta.

El corazón de la niña debe formarse al calor del cariño maternal sin influencias extrañas.

¡Qué rectitud de entendimiento, qué sereno juicio, qué gran cultura necesita la mujer para educar a sus hijos!

Una mujer vulgar no puede inspirar ideas levantadas: por eso una de las propagandas más útiles que pueden hacerse es la propaganda de la ilustración de la mujer.

Procúrese desenvolver en el espíritu de la mujer el sentimiento estético para que sepa transmitirlo a sus hijos: lo bello es lo bueno puesto en acción.

La madre debe ser un límpido espejo en donde sus hijos vean reflejadas todas las virtudes que ella les recomienda: debe enseñar con el ejemplo la moral que enaltece con la palabra.

La religión católica ha creado a los ángeles con aspecto femenino; religiones más imperfectas han creado la hurí, la pitonisa y la valkiria; el arte ha ideado las ninfas, las ondinas, las hadas y las náyades; pero la naturaleza ha hecho algo más sublime convirtiendo a la mujer en madre.

La mujer es más que diosa porque es madre.

¡Benditas sean las buenas madres!





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