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La literatura caballeresca castellana medieval

Fernando Gómez Redondo






Los orígenes de la literatura caballeresca en Castilla

La literatura caballeresca sólo se desarrolla cuando verdaderamente es necesaria. No cumple nunca una función de entretenimiento, sino de formación ya militar, ya cortesana. A través de las «estorias» de los caballeros -y de las doncellas que requieren sus dones- se despliega un complejo sistema de saberes en el que se integran pautas de actuación bélica -son los hechos relativos a las armas, que no siempre son individuales-, normas de comportamiento cortés -esenciales para mantener la dignidad y el prestigio del entorno en que se encuentra un rey o un noble poderoso-, líneas de actuación religiosa -en cuanto que la salvación del alma constituye el principal de los fines a que un caballero debe aspirar.

Estas circunstancias se producen en Castilla en la segunda mitad del siglo XIII. Ya en el Título XXI de la Partida II, en su ley XX.ª, se recomienda que los caballeros aprendan los hechos de armas «por vista e por prueva», algo que sólo es posible en tiempo de guerra, o bien «por oída e por entendimiento» si se hallan en período de paz; ese «aprender de oídas» es el que requiere que se lean en voz alta, mientras los caballeros comen, «las estorias de los grandes fechos de armas que los otros fezieran», y se añade que si no hubiera libros -o «escripturas»- fueran los «cavalleros buenos e ancianos» los que recuerden esas hazañas, e incluso que se aproveche la presencia de los juglares para interpretar ante esa concurrencia cantares de gesta, en los que se evoquen «fechos de armas». El pasaje es importante porque testimonia que, en torno a la década de 1270, se está produciendo la transformación de la materia épica -aún plenamente viva- en materia caballeresca, gracias al concurso de las crónicas y de los mismos libros de leyes, porque no en vano este primer tratado de caballerías en lengua vernácula que es el Título XXI contiene las reglas y los principios esenciales por los que un caballero se debe regir y se compromete a cumplir unas obligaciones que, en última instancia, implican una defensa de su estamento, de su condición social, frente a las pretensiones de los monarcas -en especial de Alfonso X- por reducir sus privilegios y adueñarse de la fuerza militar que representaba ese grupo social, modificando de raíz sus «costumbres». En realidad, la literatura caballeresca nace para explorar este conflicto derivado de la tensión entre un poder regalista y otro aristocrático; el rey necesita de los buenos caballeros para mantener su corte, declarar la guerra a los infieles y defenderse de las agresiones exteriores; pero los nobles -los que conforman el estamento de la caballería- requieren también la afirmación de un espacio político y moral propio, representativo de su linaje; por ello, don Juan Manuel continúa la labor de su tío Alfonso X y compone un Libro de la cavallería -hoy perdido- y un Libro del cavallero et del escudero en el que se fija, como condición imprescindible antes de servir a un rey, la asimilación de una serie de principios estamentales, desplegados después en el Libro de los estados y enumerados por don Juan para educar a su hijo en el Libro enfenido.

En la corte de Alfonso X se tuvieron que escuchar narraciones caballerescas derivadas de la materia épica, incipientes romances -en prosa- en que los héroes de los cantares de gesta asumían la defensa de unos valores sociales y militares que convergían en la fundación del reino de Castilla. No le interesaban a Alfonso las actitudes de rebeldía de esos caballeros, sino el modo en que contribuían a la creación de un ámbito político común. Éstas son las orientaciones que predominan en el período llamado «molinista», por el nombre de la reina doña María de Molina: la esposa de Sancho IV, la madre de Fernando IV, la abuela de Alfonso XI, la que fuera entonces «tres veces reina». Sancho IV lograba la corona de Castilla tras una guerra civil sostenida con su padre; él era el segundogénito y logra el apoyo de los principales clanes nobiliarios para imponerse a la línea dinástica representada por los hijos de don Fernando de la Cerda, su hermano mayor, el primogénito que moría en 1275; ese apoyo de la nobleza fragua en la creación de un modelo de convivencia cultural -una suerte de «regalismo aristocrático»- en el que la caballería adquiere conciencia plena de su valor y de su fuerza; el propio Sancho intentará regularla -y no dudará en matar con sus manos a don Lope Díaz de Haro en 1288 por la usurpación de las prerrogativas reales- y se servirá de ella para conquistar Tarifa en 1291; pero este monarca morirá en 1295 y dejará a un joven rey de diez años -Fernando IV- al cuidado de su madre doña María, en abierta disputa con infantes y nobles por controlar el reino y aumentar sus respectivos dominios de poder. Éste es el momento exacto, en el cambio de siglos del XIII al XIV, en que nace la literatura caballeresca castellana, no como una forma de regular el ocio cortesano sino de defender un espacio político y la memoria de un linaje que estaban siendo amenazadas en todos los frentes; en torno a doña María se tuvo que construir una trama de «estorias» ajustadas a sus penosas condiciones de reina perseguida y calumniada; convenían, entonces, los romances de materia hagiográfica -el Cuento de una santa enperatrís-, los de materia carolingia -interesaba demostrar el origen hispano de Carlomagno por sus abuelos Flores y Blancaflor-, los de materia de la Antigüedad -por el análisis de virtudes que se realiza: el Otas de Roma-, junto a otras lecturas de orden piadoso -verdaderas vitae: la de santa María Egipciaca, santa María Magdalena, santa Marta- que definen un horizonte de expectativas que se encierra en la extraordinaria miscelánea del manuscrito escurialense h-i-13, un completo muestrario de los intereses narrativos que cruzan la corte de doña María de Molina y que explican, plenamente, la aparición del primer romance de materia caballeresca hispana: el Libro del cavallero Zifar. Los productos narrativos que conserva ese códice de El Escorial eran traducciones al vernáculo de obras básicamente de procedencia francesa, algunas de las cuales ya se habían entremetido en compilaciones historiográficas, como ocurre con los textos carolingios que habían informado la Gran conquista de Ultramar y luego se difundirían en una rama de la cronística general: la Crónica fragmentaria. La materia artúrica, en la última de sus líneas evolutivas de la Post-Vulgata, está comenzando a traducirse también en estas fechas, ya al gallego-portugués, ya al castellano.




La invención «castellana» de la caballería: el Zifar

El Zifar adquiere una importancia crucial no sólo porque contenga, de forma alegórica, la historia de doña María y del rey don Sancho, así como la de las tribulaciones que sufren sus hijos por sacar adelante su estado, sino porque muestra la prodigiosa fusión de tradiciones literarias que tiene que verificarse para que se construya una obra de este carácter: el orden de la historiografía, las secuencias hagiográficas -aplicadas a los casos de Zifar y de Grima-, los motivos de la épica -la recuperación de una honra caballeresca que será soporte de una conducta regia-, los libros de castigos y regimientos de príncipes -unidos en los Castigos del rey de Mentón-, la presencia de los mirabilia -la aventura del lago solfáreo-, todo tiene cabida en una obra que tuvo que componerse de modo progresivo, ajustada a las circunstancias de recepción a las que debía de servir, abierta a los problemas que procedía examinar en el «espejo» -término que aparece en su prólogo- de la ficción; por vez primera, unos oyentes reales son nombrados en ese proemio -y entre otros están la reina doña María y don Juan Manuel- y son obligados a asumir unas pautas de «entendimiento receptivo» que comportan, a la vez, la defensa de los ideales del molinismo -destacan la preeminencia que se ha de otorgar a Dios y la definición del «seso» natural frente al saber artificial- y la afirmación de un linaje regio que logra triunfar y mantenerse tras superar todo tipo de pruebas y ajustarse al riguroso cumplimiento de unas virtudes no sólo militares, sino religiosas. El Libro del cavallero Zifar está integrado por tres «estorias» que se acomodan a tres circunstancias históricas diferentes y que explican, además, el lento proceso de asimilación de la materia artúrica y el desplazamiento que van a sufrir las iniciales orientaciones narrativas de carácter épico o hagiográfico: el primer impulso del Libro lo forman la Estoria de Zifar y de Grima (la recuperación del linaje perdido), los prólogos (la articulación de la ideología molinista) y los Castigos del rey de Mentón (un calculado regimiento de príncipes), tres líneas ajustadas a la minoridad de Fernando IV, es decir entre 1295 y 1301; un segundo proceso textual se cifra en la Estoria de Garfín y de Roboán, los hijos de Zifar, que van a proceder a la defensa de su linaje frente a la agresión de la alta nobleza, propiciando un análisis sobre la lealtad y la traición que convendría para el complicado reinado de Fernando IV (1301-1312); el tercer desarrollo se encierra en la Estoria del infante Roboán que logrará alcanzar la dignidad de emperador tanto por las enseñanzas recibidas en los Castigos como por el cumplimiento de las dos principales virtudes -sapientia y fortitudo- que acendra en un intrincado recorrido de aventuras, abiertas ya al dominio de la materia artúrica; precisamente, cuando Roboán accede al espacio maravilloso de las ínsulas Dotadas es sometido a una curiosa prueba en la que demuestra el valor de su «entendimiento»: una doncella lee ante él el libro de la Estoria de don Yván del que extrae «solaz y plazer», además de aprender las claves de comportamiento a que su vida habrá de ajustarse; lo que está ocurriendo en el interior de la obra, está sucediendo también fuera de la misma, porque hay unos oyentes reales que contemplan en el «espejo» de la ficción cómo otro «oyente» -el infante Roboán- asimila las enseñanzas de un romance de materia artúrica; es esta complejidad de planos textuales y de discursos narrativos, amén de los problemas examinados -la victoria de ese linaje regio frente a la aristocracia-, la que permite situar esta tercera Estoria en la minoridad de Alfonso XI (1312-1321), que es el momento más adecuado para engastar las primeras traducciones vernáculas de la Post-Vulgata como lo demuestra la fecha de 1313 que conserva la transmisión de la Demanda.




Los contextos y las primeras versiones del Amadís

Éste es el contexto en que nace Amadís y éstas son las orientaciones con las que tiene que entenderse el desarrollo también progresivo de la trama de historias caballerescas más importante de la literatura española, una obra que comienza a gestarse en el reinado de Alfonso XI, es decir cuando se dan las circunstancias necesarias para su primera recepción, y que extiende su influencia hasta alimentar la imaginativa de un hidalgo manchego que, en el momento de adentrarse en Sierra Morena para imitar la desmedida penitencia amorosa de Amadís lo reputa como «el solo, el primero, el único, el señor de todos cuantos hubo en su tiempo en el mundo» (I, XXV). Antes de que Amadís ejerciera tan poderoso influjo sobre Alonso Quijano, otros receptores -pero reales- dejaron testimonio de la importancia que, en su formación caballeresca y cortesana, había adquirido este orden narrativo. Gracias a esas menciones y a una importante escena, conservada en el interior del Amadís, sobre la recepción de uno de sus episodios puede reconstruirse el proceso de creación y de transmisión de esta obra a lo largo de los siglos XIV y XV hasta llegar, ya en el período de los Reyes Católicos, a manos del regidor de Medina del Campo, Garci Rodríguez de Montalvo, responsable de la más profunda reelaboración y amplificación que sufrirán unos materiales, que describe en el prólogo de una forma muy precisa al hablar de la corrección a que va a someter «estos tres libros de Amadís, que por falta de los malos escriptores, o componedores, muy corruptos y viciosos se leían» (ed. J. M. Cacho Blecua, 224). El dato es relevante porque asegura que a finales del siglo XV el Amadís había alcanzado esa forma textual de tres libros que son los que va a enmendar Montalvo, abreviando líneas argumentales que ya no le parecen de interés y creando otras nuevas -con otro sistema de personajes- hasta formar un cuarto libro, al que además añadirá el quinto consagrado ya a las aventuras de Esplandián, el hijo de Amadís. Partiendo de este dato seguro y yendo hacia atrás, este Amadís de tres libros tuvo que formarse, sobre un estadio textual anterior, a principios del siglo XV; ello es factible saberlo porque el poeta Pero Ferruz le envía un «dezir» al canciller Ayala, en el que le informa de que podrá hallar las «proezas» de Amadís «en tres libros e diredes / que le Dios dé santo poso» (Cancionero de Baena, § 305, vv. 62-63). Pero Ferruz da testimonio de la novedad que supone el que, en esa primera década del siglo XV, las aventuras de Amadís se hayan distribuido «en tres libros»; si él da esta noticia es porque antes esa trama de hechos se difundía en una versión que sólo podía ser de dos libros; ése sería el primer Amadís, el que se crearía en la corte de Alfonso XI, conforme a la recepción de la materia artúrica, también de la relativa a Tristán e Iseo, y que lograría sobrevivir al profundo cambio de valores culturales que se produjo tras el regicidio de Montiel en 1369, cuando Enrique de Trastámara mata a su hermano el rey don Pedro y afianza una nueva dinastía en el trono castellano. Al igual que ocurriera con el Zifar, hubo entonces tres fases en la elaboración y difusión del Amadís: a) una versión primitiva, formada por dos libros, que tendría vigencia en un arco de fechas que iría de 1311 (nacimiento de Alfonso XI) a 1385 (desastre de Óbidos, derrota de Juan I ante Portugal en su pretensión de apoderarse de ese reino); b) una segunda redacción, de ideología trastámara, integrada por tres libros, que se instigaría en el reinado de Enrique III y se propagaría ya a lo largo del siglo XV, y c) una profunda transformación de esos tres libros, hasta añadir uno nuevo, llevada a cabo en el reinado de los Católicos por un fiel intérprete de su pensamiento, Garci Rodríguez de Montalvo, que ajusta la obra al nuevo espíritu político y religioso de sus monarcas, para quienes reconstruye especialmente la figura de Esplandián, situándola en un nuevo libro. De todo este desarrollo de lo que puede llamarse el Amadís medieval sólo se conservan hoy unos vestigios de la segunda de las versiones, datables en torno a 1420, y que aparecieron en las guardas de encuadernación de un volumen, estudiados por A. Rodríguez Moñino, A. Millares Cario y R. Lapesa en 1956; estos fragmentos -conservados en el ms. UCB 125 de la Bancroft Library- acuerdan con la materia correspondiente al que es hoy Libro III.

No tiene nada de sorprendente que un romance de materia caballeresca crezca y se transforme como lo demuestran el Zifar y el Amadís; debe encuadrarse este fenómeno en el valor de formación otorgado a estas obras, en el proceso mismo de lectura oral de los textos -en sesiones a cargo de recitadores o «fabladores» expertos-, en la mediación de esos receptores que podían sugerir nuevos desarrollos argumentales, exigir otras aventuras o incluso modificar el desenlace de alguna de esas líneas temáticas; precisamente, el Amadís conserva, gracias a la diligencia de Montalvo, una valiosa escena -verdadera miniatura verbal sobre la lectura y audición de estos romances- en la que se da cuenta de la intervención directa de un oyente en el desenlace de uno de los episodios cruciales del primer libro, el relativo a la ayuda que Amadís presta a Briolanja, hija del rey Tagadán, desheredada por su tío Abiseos; Amadís derrota a su enemigo y esta «fermosa donzella» cae apasionadamente enamorada de su salvador hasta el punto de entregarle su reino y su persona; Amadís, modelo de firme amador, mantiene su lealtad a Oriana, su señora, y rechaza el ofrecimiento de Briolanja; Montalvo -porque esta viñeta la reconstruye él en virtud de los materiales de que tiene noticia- da cuenta en este punto de la intromisión de un receptor muy especial que obliga a corregir este desenlace:

[...] ahunque el señor infante don Alfonso de Portugal, aviendo piedad d'esta fermosa donzella, de otra guisa lo mandase poner. En esto hizo lo que su merced fue, mas no aquello que en efecto de sus amores se escrivió.


(I, XI, 612)                


Es decir, en la primitiva versión, Amadís obraría como los artúricos Tristán o Galaad que no dudaban en rechazar requerimientos amorosos de esta naturaleza, el primero para mantenerse fiel a Iseo, el segundo para no contaminar su perfección caballeresca; esta estoria es oída por ese infante portugués, que no puede ser otro que el hermano del rey don Dionís y cuñado de don Juan Manuel, y manda modificar el desarrollo argumental, obligando a Amadís a atender la solicitud de Briolanja; esta mediación receptiva no fue la única, porque en otro momento posterior de la transmisión de la obra se dio a este episodio otro tratamiento con el que Montalvo se muestra más conforme -«De otra guisa se cuentan estos amores que con más razón a ello dar fe se deve...» (íd.)- porque salva la lealtad de Amadís, aunque el héroe se vea forzado finalmente -con autorización de su dama- a cumplir la voluntad de Briolanja, ya que había sido encerrado en una prisión y se estaba dejando morir lentamente; el Amadís de esta nueva redacción -que tiene que ser la correspondiente al reinado de los Trastámara, es decir la de principios del siglo XV-, con la licencia que le da su dama, acomete con ímpetu la arriesgada prueba y «tomando su amiga aquella fermosa Reina, ovo en ella un hijo y una hija de un vientre» (613). Esta solución no le satisface plenamente a Montalvo -«Pero ni lo uno ni lo otro no fue assí...» (íd.)- que ofrece la suya -es Briolanja la que se apiada de Amadís y lo libera sin que haya relación amorosa alguna- y la presenta como la verdadera, porque además la ajusta a los planes que proyecta para los principales héroes, ya que piensa casar a Galaor, el hermano de Amadís, con esta reina, a fin de quebrar la licenciosa vida de este caballero: «Esto leva más razón de ser creído, porque esta fermosa Reina casada fue con don Galaor como el cuarto libro lo cuenta» (613-614). Ese «cuarto libro» procedía de la enmienda textual que él había practicado y corresponde, por tanto, a la tercera redacción del Amadís.

Se confirma, gracias a este episodio y a las diversas reacciones que provocó, que hubo tres Amadises: el primitivo, de dos libros, alterado por don Alfonso de Portugal, el «Trastámara», de tres libros, en que se corrige el desenlace exigido por el infante luso, y el de Montalvo, de cuatro libros, en el que se reconstruyen -pero no se omiten- estas líneas argumentales para acomodarlas a los nuevos valores que los héroes deben asumir; uno de ellos -acorde con la ficción sentimental- exige que el caballero sea capaz de resistir las tentaciones amorosas, porque la pasión es siempre una fuerza destructiva.




El primer Amadís

Un romance de materia caballeresca se modifica también porque sus líneas argumentales pierden valor y no son capaces de dar respuesta a todos los problemas que un nuevo contexto puede generar; se requieren, entonces, ajustes de recorridos temáticos o, lo que es más importante, la aparición de otros personajes que logren acomodarse a las situaciones -casi siempre políticas y religiosas- que exigen su aparición.

El primer Amadís, el de los dos libros, tuvo que mantener su vigencia, como se ha apuntado, hasta el desastre de Aljubarrota de 1385; al menos, don Pero López de Ayala, uno de los oyentes de esta versión inicial, da cuenta, ya a finales de la centuria, en el Rimado de palacio, del tiempo que había malgastado en su juventud oyendo estas narraciones caballerescas:


Plógome otrosí oír muchas vegadas
libros de devaneos, de mentiras provadas,
Amadís e Lançalote, e burlas escantadas,
en que perdí mi tienpo a muy malas jornadas.


(c. 163)                


Don Pero había nacido en 1332 y su «mancebía» -o el período en que ocurriría su formación caballeresca- se acompasa a los consejos dados en Partida II -ese aprender de oídas- y al empeño de Alfonso XI de conformar un espíritu caballeresco que le permitiera asimilar a la nobleza a sus directrices de gobierno, tal y como lo demuestra la Orden de la Banda que el monarca personalmente instiga y de la que López de Ayala sería alférez mayor y, por tanto, portador del pendón de la misma. En esa primera etapa de su vida caballeresca, tuvieron que ser determinantes las enseñanzas que esos dos títulos -o los dos héroes- nombrados le entregarían -el Amadís y el Lanzarote de la Vulgata. Otra es la actitud que mantiene cuando redacta este pasaje, ya casi vencido el siglo, atenazado por la decadencia castellana tras la derrota de 1385 y la ruptura que representaba el cisma en que vivía sumida la Iglesia tras la doble elección en 1378 de Urbano VI y Clemente VII; quien habla, ya en el otoño de su vida, es el Ayala canciller del reino, de espíritu más rigorista, que vuelca su saber letrado en promover una serie de eficaces traducciones de carácter religioso y moral. También, en la mitad del siglo XIV, Juan García de Castrojeriz, en el aparato de glosas con que amplifica el De regimine principum del agustino Egidio Colonna, convoca el recuerdo de los héroes que podían considerarse paradigmáticos de las virtudes caballerescas -«et éstos cuentan maravillas de Amadís et de Tristán et del Cavallero Syfar»- para oponerlas a otros representantes de este estamento que aparentan ser caballeros sólo en su «paresçer»; de esta comparación arranca una de las dicotomías cruciales para afirmar los tratados de teoría caballeresca, puesto que se trata de arrancar a los mancebos o jóvenes caballeros de los peligros que comporta la vida cortesana para inclinarlos al duro ejercicio de las armas, a la cruda realidad de la guerra; no por otro motivo Gutierre Díaz de Games compondrá El Victorial sobre el modelo de un héroe real, Pero Niño, que por su esfuerzo llegará a ser conde de Buelna. La referencia de García de Castrojeriz es valiosa porque demuestra que en la primera mitad del siglo XIV el espíritu de la caballería se había afirmado con el ejemplo de Tristán como leal amador, de Zifar como caballero de Dios, de Amadís como suma de todas perfecciones.

Los límites argumentales del primer Amadís pueden ajustarse a la trama de hechos de los dos primeros libros hoy conservados; en ellos predomina la onomástica bretona, una tendencia que cambia en el Libro III en el que prevalecerán los nombres de la materia troyana. El estrato más antiguo del Amadís acoge líneas temáticas de clara raigambre folclórica que afectan al nacimiento del héroe, a la definición de su identidad, a las pruebas que debe superar, al enfrentamiento con los enemigos de la corte, al descubrimiento del amor y de sus riesgos. Es factible distinguir cinco grandes ejes de desarrollo argumental con el fin de reconstruir este primer estadio textual del Amadís primitivo, el que se oiría en la corte de Alfonso XI.

El primer proceso narrativo (I, I-X) acoge la construcción de la identidad heroica y avanza desde las circunstancias que propician el nacimiento prodigioso del héroe, con su obligada «muerte estamental» hasta la reinserción en el grupo social al que pertenece; las aventuras que posibilitan este desarrollo pueden ordenarse en cinco núcleos:

1) Orígenes; destaca la arriesgada concepción del héroe, con el nacimiento que pone en peligro la vida de la madre y el abandono de la criatura a una muerte simbólica -es depositado en una barquilla de mimbre nada más nacer- con la consiguiente resurrección a una nueva vida estamental, representada por el nombre del Doncel del Mar.

2) Educación; se refieren las mocedades del héroe, el matrimonio de los padres, el nacimiento de Galaor, su rapto por un gigante y las profecías de Urganda.

3) Servicio amoroso; coinciden el conocimiento de Oriana y su investidura como caballero por su padre, Perión, a quien se enfrenta Abiés, el rey de Irlanda.

4) Primeras armas; acoge la liberación de su padre, la educación de Galaor y la victoria del Doncel sobre Galpano, deshonrador de doncellas.

5) Anagnórisis; es Oriana quien descubre la identidad del doncel, justo cuando derrota al rey Abiés; el héroe recupera su verdadero nombre, Amadís, el que le había sido impuesto por Darioleta al nacer, en unas circunstancias de extremo dolor, que evoca ahora la madre con alegría:

-Mi amado hijo, cuando esta carta se scrivió era yo en toda cuita y dolor, y agora soy en toda holgança y alegría. ¡Bendito sea Dios! Y de aquí adelante por este nombre vos llamad.

-Assí lo haré -dixo él.


(I, x, 328)                


El segundo orden narrativo (I, XI-XX) se dedica a la definición de la identidad de los héroes, no sólo de Amadís, sino también de su hermano Galaor y de Agrajes, primo de ambos. Cinco núcleos de motivos permiten delimitar este desarrollo:

1) Amadís inviste como caballero a su hermano Galaor, que vence al gigante Albadán; la voluntad seductora de Galaor le impedirá alcanzar la perfección de Amadís.

2) Amadís derrota a Dardán, «el Soberbio», imponiéndose sobre este defecto caballeresco; ocurre la primera cita con Oriana y es nombrado caballero de la reina Brisena.

3) Se suceden aventuras que permiten ahondar en los caracteres de Galaor y de Agrajes.

4) Amadís vence a Angriote de Estraváus que será luego su aliado incondicional.

5) Amadís se enfrenta a Arcaláus, que lo derrota en este primer encuentro, pero libera a un grupo de prisioneros a los que su enemigo mantenía encerrados y que no dudan en asemejar al caballero con la propia figura de Cristo:

-¡Ay, cavallero bienaventurado, que assí salió nuestro Salvador Jesu Christo de los infiernos cuando sacó sus servidores; Él te dé las gracias de la merced que nos hazes.


(I, XIX, 440)                


La tercera línea argumental (I, XXI-XXX) explora las asechanzas que pueden poner en peligro la identidad caballeresca de los héroes, ajustándose más a circunstancias literarias -doncellas que arrastran a caballeros a su perdición tras solicitarles un don- que a la verdadera realidad cortesana; pero convenía que los caballeros mancebos, los reales, aprendieran a precaverse de todo tipo de riesgos. Otros cinco núcleos de motivos pueden servir para sintetizar este contenido:

1) Briolanja -mostrada como una «niña»- salva a Amadís soltando a dos leones.

2) Amadís combate contra Galaor ignorando su identidad.

3) Se dibuja el escenario de Vindilisora como ámbito de acciones caballerescas y se somete a análisis la relación entre Agrajes y Olinda.

4) Galaor acomete la aventura del caballero muerto, mientras Amadís triunfa sobre el raptor de una doncella.

5) En las cortes de Londres, Galaor es nombrado caballero del rey Lisuarte, gracias a la intercesión de su hermano y de la misma reina, quedando configurada una trama de alianzas que se presiente peligrosa:

Pues assí como oídes quedó Galaor por vasallo del Rey en tal hora, que nunca por cosas que después vinieron entre Amadís y el Rey dexó de lo ser, assí como lo contaremos adelante.


(I, XXX, 525)                


La presencia en este plano de tres personajes principales -Amadís, Galaor y Agrajes- y los diversos encuentros a que son arrastrados genera una compleja red de perspectivas que permite valorar tanto las relaciones políticas que subyacen en estas figuras -representantes de estamentos diferentes- como las conductas caballerescas sometidas a pruebas de diferente naturaleza.

El cuarto recorrido temático (I, XXXI-XXXIX) explora la unidad que forman el amor y la caballería, para valorar también los límites a que debía ajustarse una relación que podía entrañar la pérdida de las virtudes caballerescas; las acciones se sitúan en el espacio de la corte del rey Lisuarte, amenazado por la figura de Arcaláus el Encantador. Los cinco núcleos de motivos con que pueden ordenarse estas aventuras trazan estas conexiones:

1) Amadís y Galaor son aprisionados por Madasima, señora de Gantasi, y logran escapar gracias a las dotes de seducción de Galaor.

2) Arcaláus arranca a Lisuarte un don que le obliga a entregarle a su hija, siendo después también capturado.

3) Amadís libera a Oriana, haciéndose merecedor de amarla y de cumplir de esta manera la perfección caballeresca mediante la consecución del deseado galardón.

4) Galaor logra liberar al rey.

5) Amadís libera a la reina Brisena de la pretensión de Barsinán de apoderarse de ella y del reino. Resulta fundamental en este desarrollo la consumación amorosa del héroe, porque se realiza conforme a los patrones de la caballería y del amor cortés; sólo cuando Amadís logra culminar la prueba más peligrosa a la que se había enfrentado y liberar a su señora, ésta le entrega su persona:

Y Amadís tornó a su señora, y cuando assí la vio tan fermosa y en su poder, aviéndole ella otorgada su voluntad, fue tan turbado de plazer y de empacho, que sólo catar no la osava; assí que se puede bien dezir que en aquella verde yerva, encima de aquel manto, más por la gracia y comedimiento de Oriana, que por la desemboltura ni osadía de Amadís, fue hecha dueña la más hermosa donzella del mundo.


(I, XXXV, 574)                


La última aclaración es necesaria para diferenciar a Amadís y a Galaor, igualados en las armas, pero no en los amores. Esta amplia secuencia finaliza con la restauración de Lisuarte en Londres y la divulgación de la fama ganada por sus buenos caballeros:

Pues assí como oís estava el rey Lisuarte en Londres con tales cavalleros, corriendo su gran fama más que de ningún otro príncipe que en el mundo fuesse.


(I, XXXIX, 596)                


Ésa será la armonía que la fortuna quebrará tentando de nuevo a este monarca que en la versión primitiva de la obra tenía que desempeñar un papel tan relevante como el de Arturo en su correspondiente materia.

El quinto desarrollo temático (I-II, XL-LVI) del primer Amadís es muy difícil de deslindar en sus acciones, no sólo por las enmiendas que Montalvo pudo realizar en esos materiales que a él llegaron, sino por las modificaciones que tuvo que sufrir el primer estadio textual de dos libros al ampliarse con uno nuevo. Es factible, por los paralelismos con otros romances, que la unidad afirmada entre Amadís y Oriana, se viera puesta en peligro, no por una prueba de armas sino de amores; es ahora cuando adquiere sentido la controvertida relación con Briolanja, que obliga al infante don Alfonso de Portugal a intervenir para doblegar la inicial actitud de rechazo de Amadís. Es éste también el momento en que se contraponen dos espacios insulares en los que el héroe va a confirmar las facetas más singulares de su identidad amorosa. Conforme al trazado de cinco núcleos temáticos, se podría conjeturar con esta trama de hechos:

1) Amadís devuelve el trono a Briolanja.

2) El héroe mantiene la firmeza de su amor rechazando -puesto que se trata de la primera versión- los ofrecimientos amorosos de la doncella.

3) Amadís conquista la ínsula Firme y resuelve la prueba del arco de los leales amadores, logrando acceder a la cámara defendida y quedando, así, como señor de la isla.

4) Oriana rechaza a Amadís, al dar fe al relato del enano Gandalín que había asegurado que su señor había entregado su corazón a Briolanja; Amadís se retira a la Peña Pobre en donde adquiere una nueva identidad, encauzada por el nombre de Beltenebros, y se deja arrastrar hacia la muerte a pesar de los buenos consejos del ermitaño Andalod.

5) Oriana perdona a Amadís al conocer la verdad; la Doncella de Dinamarca logra encontrarlo en la Peña Pobre y le entrega la carta de su señora; la reinserción del héroe en la corte requiere un nuevo proceso de aventuras que le permitan recuperar la identidad perdida. En este último plano narrativo, el contraste más eficaz se promueve entre el ámbito de la ínsula Firme -cuyos encantamientos no hubiera podido resolver Amadís si no se hubiera mantenido leal a Oriana, aunque ésta lo ignorara- y esa Peña Pobre en la que el héroe se someterá a una dura penitencia:

Assí como oís fue encerrado Amadís, con nombre de Beltenebros, en aquella Peña Pobre, metida siete leguas en la mar, desamparando el mundo, la honra, aquellas armas con que en tan grande alteza puesto era, consumiendo sus días en lágrimas y en continuos dolores...


(II, XLVIII, 711)                


Si el amor le había permitido conquistar un espacio insular, la privación de la fuerza que su señora imprimía en su ser lo aleja del mundo y lo aboca a una destrucción segura, entregado sólo a la piedad de Dios (731) y a la composición de versos a los que confía sus desengaños. Ésta es la aventura que querrá imitar don Quijote cuando se adentre en Sierra Morena tras haber liberado a los galeotes. El reencuentro con Oriana tenía que poner fin a esta primera versión del Amadís; el recitador parece recabar de los oyentes un grado de atención especial acorde con el cierre de estas líneas argumentales:

Mas ¿quién sería aquel que baste [a] recontar los amorosos abraços, los besos dulces, las lágrimas que boca con boca allí en uno fueron mezcladas? Por cierto, no otro sino aquel que seyendo sojuzgado de aquella misma passion y en las semejantes llamas encendido, el coraçón atormentado de aquellas amorosas llagas pudiesse d'él sacar aquello que los que ya resfriados, perdida la verdura de la juventud, alcançar no pueden.


(II, LVI, 794)                


Se cerraba, de esta manera, el principal círculo de acciones que había dado sentido a la existencia de Amadís, gobernadas enteramente por el amor, desde que conociera a Oriana. Es muy posible que Amadís naciera para superar a Tristán y a Lanzarote no tanto en las pruebas de armas como en las de amores.




El Amadís «trastámara»

El cambio de dinastía que provoca el fratricidio de Montiel de 1369 requiere un nuevo orden de valores que va a afectar, profundamente, a las formas literarias de la segunda mitad del siglo XIV, sobre todo a las que exploraban los ámbitos de la ficción narrativa; aunque en el trono de Castilla se siente otro hijo de Alfonso XI, los hechos no pueden ser contados de la misma manera ni explicadas las situaciones -políticas, sociales- conforme a la misma red de personajes. Se transforman las relaciones cortesanas y el «espejo» que constituye la ficción abarca otros mundos, se dirige a otros receptores, analiza otras circunstancias. El principal asunto que abordan estos romances, el de la relación entre la institución de la monarquía y el poder de la aristocracia, cobra un rumbo distinto, porque Enrique II, además de la ayuda de Francia, había logrado recabar el apoyo de los principales clanes linajísticos a los que va a tener que recompensar con «mercedes» y concesiones que devolverán a la nobleza -a parte de la antigua y, sobre todo, a la nueva que nace del conflicto- privilegios que habían sido abolidos por Alfonso XI. La amplificación que sufre el Amadís primitivo -hasta el punto de pasar de dos a tres libros- se ajusta a la directriz temática que cuaja en el enfrentamiento que van a sostener el rey Lisuarte y Amadís, involucrando a la totalidad de los caballeros de la primera versión y requiriendo el concurso de otros héroes que se acomoden a esta orientación temática. Son los receptores externos los que van a imponer también diferentes esquemas culturales: emerge la materia troyana, se utilizan continuas referencias al mundo de la Antigüedad, interesan las caídas de príncipes porque, de algún modo, había que explicar los cambios radicales que se producen tras 1369 o tras 1385; son esos sucesos los que le llevan al canciller Ayala a rechazar las ficciones de «Amadís e Lançalote» oídas en su juventud, pero esas ficciones siguen oyéndose -es más: se amplifican- en el nuevo orden cultural que representa a los Trastámara, como lo demuestran las continuas remisiones que los poetas cancioneriles realizan a esta trama de aventuras, casi todas ellas presentes en el Cancionero de Baena; así ocurre en el «dezir» con que Francisco Imperial celebra el nacimiento del rey Juan II, en una estrofa en la que evoca a las principales parejas de amadores acuñadas por la materia de la Antigüedad -evoca a las «señoras» de Aquiles, Paris y Troilos-, por la artúrica -menciona a las «gentiles enamoradas» de Tristán y Lanzarote- y por las más próximas como lo son la carolingia y la amadisiana para desear al nuevo rey el mismo comportamiento amoroso de estos héroes:


él e su muger ayan mayores [amores]
que los de Paris e los de Viana,
e de Amadís e los de Oriana,
e que los de Blancaflor e Flores.


(§ 226, c. 30)                


Esta lealtad amorosa de Amadís por su señora es la que exige, en esta versión, recuperar la firmeza que el infante don Alfonso de Portugal le había hecho perder, bien que sometiendo al héroe a nuevos suplicios que son los que obligan a Oriana a darle su «licencia» para salir de la prisión aun cumpliendo la voluntad de Briolanja; esta sutileza de las relaciones amorosas será explorada en este mismo ámbito por la ficción sentimental y, así, en la Estoria de dos amadores, inserta en el Siervo libre de amor, Liessa consentirá en que Ardanlier acepte el don alegórico de la llave con que Irena se entregaba a él.

Otro poeta cancioneril, Johán de Dueñas, alude a episodios que es difícil reconocer en la refundición de Montalvo; esto no implica que se trate de secuencias temáticas perdidas, sino posiblemente de aventuras conocidas que, al transformarse, habían recibido un nuevo nombre; una vez más Dueñas evoca la constancia amorosa de Amadís:


Pues pensar bien que dezís
mi senyora verdadera
que por çierto si yo fuera
en el tiempo d'Amadís,
según vos amo y adoro
muy lealmente sin arte
nuestra fuera la más parte
de la ínsola del Ploro;


este espacio insular puede remitir o a la Ínsula Firme -y algún grado de aflicción amorosa motivaría ese apelativo- o a la Peña Pobre -en donde Amadís se transformara en Beltenebros para dejarse morir por amor. El mismo Dueñas recuerda los galardones con que se premiara la belleza de Oriana, equiparada ahora a Iseo, a fin de elogiar la hermosura de su dama:


Pues por çierto mis amores
non fuera suya tan plana
de la gentil Oriana
la capilla de las flores,
ni fuera tan escogida
en beldat, yo assí lo creo,
la fermosa reina Iseo
si vós fuérades naçida.


En la memoria de este poeta, como en la de Imperial, han quedado prendidas situaciones que comportan una asimilación de la materia sentimental del Amadís. Lo mismo ocurre en el famoso «dezir» de Pero Ferruz en el que se transmitía la noticia de los «tres libros»; aquí, en el arranque de la estrofa, también para apreciar la firmeza del héroe, se evocan unas aventuras que no tienen correspondencia con los materiales conservados:


Amadís, el muy fermoso,
las lluvias e las ventiscas
nunca las falló ariscas
por leal ser e famoso.


O bien se trata de vendavales alegóricos que representan las cuitas de amor o bien de tormentas reales que pudieron tener lugar en un espacio de aventuras hoy suprimido, al que accedía Amadís bajo la identidad de «Cavallero de la Verde Espada»; así, al igual que hiciera su padre Perión, Amadís realiza un itinerario de aventuras por el continente europeo que le llevará a tierras de Alemania y a la misma Constantinopla; estas secuencias tienen que corresponderse a situaciones históricas promovidas en las cortes de Enrique III y de Juan II, con viajes de caballeros reales ya a tierras de Oriente -y ahí está la Embajada a Tamorlán-, ya a la curia imperial -visitada por Pero Tafur o por Diego de Valera entre otros; por esas rutas geográficas, recorridas en la realidad, se moverán también los héroes de ficción. Pero éste es un orden de ideas que ya a finales del siglo XV no transmite novedad alguna; por ello, Garci Rodríguez de Montalvo decide suprimirlo resumiendo, eso sí, la orientación temática con que se había creado este conjunto de aventuras en la segunda versión del Amadís de tres libros:

Pero cuando en las partes de Romanía fue, allí passó él los mortales peligros con fuertes cavalleros y bravos gigantes, que con gran peligro de su vida quiso Dios otorgarle la victoria de todos ellos, ganando tanto prez, tanta honra, que como por maravilla era de todos mirado. Mas ni por esto ni tuvieron tanta fuerça estas grandes afruentas y trabajos, que de su coraçón pudiessen apartar aquellas encendidas llamas y mortales cuitas y desseos que por su señora Oriana le venían.


(III, LXXII, 1116)                


El sumario a que Montalvo reduce la trama de estas aventuras orientales sigue incidiendo en el rasgo básico de la conducta amorosa de Amadís -la lealtad- con que sublima su ser y sostiene entera su existencia: así fue en la primitiva redacción de la primera mitad del siglo XIV, así lo sigue siendo cien años después en esta versión «trastámara», como lo demuestra el que Fernando de la Torre, en su Libro de las veinte cartas e qüistiones, en la segunda mitad del siglo XV, equipare en «firmeza e lealtad» a Tristán y a Amadís.

La principal de las líneas argumentales de la amplificación a que es sometido el primer Amadís gira en torno a la contienda que se va a promover entre el estamento de la realeza y el de la aristocracia, representados por la corte de Londres y por el dominio geográfico de la Ínsula Firme; la rivalidad que, en la realidad externa, se ha producido entre la autoridad del rey -ya sea Pedro I, ya los mismos Trastámaras- y el poder militar de la nobleza se traslada al interior de la ficción para analizarla; el rey Lisuarte se acerca al modelo de monarca negativo que se había fijado con el rey Marcos en el Tristan en prose o con el rey Arturo en el final del ciclo dedicado a su vida; el propio Pero Ferruz evoca el afán de riquezas con que Lisuarte movía unas relaciones políticas que son las que precipitarán la guerra: «Nunca fue rey Lisuarte / de riquezas tan bastado / como yo, nin tan pagado / fue Roldán con Durandarte» (§ 301, vv. 5-9); la referencia es ambigua, pero parece acomodarse al deseo de «riquezas» y de prestigio con el que Lisuarte va a promover una alianza con Patín, Emperador de Roma, que ya había sido vencido por Amadís, y que va a requerir la entrega de Oriana de la que se había enamorado cuando visitara su corte. Cegado por la ambición, el rey Lisuarte desatiende los buenos consejos que le dan sus caballeros, en especial Galaor, a quien le presentaba este enlace como el mejor partido para su hija y para él mismo -«y tener aquel Emperador para mi ayuda cada que menester oviesse» (III, LXVII, 1224)-, una postura que es rechazada por su buen caballero que entiende los riesgos que implica privar de sus derechos dinásticos a la primogénita:

Quitar [v]ós, señor, este señorío a una tal hija en el mundo señalada, viniéndole de derecho, y darlo a quien no lo deve haver, nunca Dios plega que tal consejo yo diesse.


(1225-1226)                


Ni siquiera la despedida de este leal consejero tuerce la decisión del rey Lisuarte que se asemeja ahora a los impiadosos padres de la ficción sentimental -prisioneros de su palabra y de su honra- y entrega a su hija al Patín de Roma, a pesar de la resistencia de Oriana:

Como determinado estuviesse el rey Lisuarte en entregar a su fija Oriana a los romanos, y el pensamiento tan firme en ello que ninguna cosa de las que havéis oído le pudo remover, llegado el plazo por él prometido, fabló con ella tentando muchas maneras para la atraer que por su voluntad tomasse aquel camino que a él tanto le agradava, mas por ninguna guisa pudo sus llantos y dolores amansar; así que, seyendo muy sañudo, se apartó d'ella, y se fue a la Reina, diziéndole que amansasse a su fija pues que poco le aprovechara lo que fazía, que se no podía escusar aquello que él prometiera.


(III, LXXXI, 1286)                


Esta decisión es la que exigirá la intervención de la caballería amadisiana para corregir un error que no sólo tenía implicaciones sentimentales -la separación de Amadís y de Oriana-, sino políticas; bien es cierto que el Amadís que se enfrenta a Lisuarte y a Patín es el que ha realizado ya ese intrincado recorrido de aventuras europeas bajo las identidades de Caballero de la Verde Espada o Caballero del Enano; ese periplo era necesario para escapar de la decadencia a que su vida había sido arrastrada por orden de Oriana que le había obligado a permanecer en Gaula durante trece meses y medio; tiene, de esta manera, que rehacer su identidad para desde la nueva dimensión del poder político ganado rescatar a su señora y conducirla a la ínsula Firme; no se libra ahora un combate individual, sino que se trata de una contienda naval, en la que Amadís dará buenas muestras de su destreza náutica:

Luego fueron juntas las naves. Grande era allí el ferir de saetas y piedras y lanças de la una y de la otra parte, que no semejava sino que lluvía, tan espessas andavan. Y Amadís no entendía con los suyos en ál, sino en juntar a su fusta con la de los contrarios.


(III, LXXI, 1290)                


Las nuevas alianzas internacionales y las guerras a que es arrastrada Castilla -con Inglaterra en apoyo de Francia: El Victorial- exige esta serie de episodios en que se valoren esos recursos y esas estrategias militares.

La versión «trastámara» del Amadís requiere nuevos personajes para desarrollar las orientaciones temáticas que los receptores imponen. Ya se ha indicado que el primitivo Amadís estaba sostenido por un modelo ternario de conducta heroica, que permitía analizar las acciones y las pasiones de Amadís, Galaor y Agrajes. Ahora, a los dos hermanos, se añadirá un tercero, Florestán, nacido precisamente para explorar la relación entre el amor y la caballería y denunciar el riesgo que comportaba someterse a la voluntad de la mujer amada; en realidad, Florestán es hermanastro de Amadís y de Galaor, nacido de las relaciones mantenidas por Períón en el curso de sus aventuras europeas, pero cuando aparece en escena sorprende a todos por sus habilidades ya que derriba del caballo a Agrajes, a Galaor y a Amadís (I, XL), siendo revelada su identidad precisamente por Corisanda, la señora bajo cuyo poder vivía en Gravisanda, obligándolo a justar con todos los caballeros que cruzaran sus tierras; así se lo revela a Galaor:

-Dígovos que este nuestro cavallero ha nombre don Florestán, y él se encubre assí por dos cavalleros que son en esta tierra sus hermanos, de tan alta bondad de armas, que ahunque la suya sea tan creçida como havéis provado, no se atreve con ellos darse a conoçer hasta que tanto en armas haya hecho, que sin empacho pueda juntar sus proezas con las suyas d'ellos.


(I, XLI, 624)                


Es justo lo que no podía conseguir al vivir sojuzgado por esta dama, aunque su situación cambie al aparecer ya sus dos hermanos. No es factible saber qué versión del Amadís requeriría la presencia de Florestán para valorar ese comportamiento negativo de las damas que anteponen el culto de su persona a la honra del caballero; no se olvide que Oriana obliga, también, a Amadís a permanecer postrado en Gaula más de un año. Parecen, así, situaciones que convienen para la segunda redacción de la obra, abierta a la exploración de todos estos vínculos entre amor y caballería.

La aparición en 1956 de los fragmentos de la versión «trastámara» -por la lengua se databan en torno a 1420- sí que permite asegurar el nacimiento de Esplandián, el hijo de Amadís y de Oriana, en el Amadís medieval, sin que sea factible asegurar en qué redacción concreta nacería; en cualquier caso, se reproducen algunos de los motivos que jalonaron la venida al mundo de su padre; se trata, también, de un alumbramiento peligroso, porque pone en riesgo la vida de la madre; la dimensión sobrenatural del nuevo héroe la revelan los signos -marcas de nacimiento- que lleva inscritos en el pecho:

Entonces encendieron una vela, y desembolviéndolo vieron que tenía debaxo de la teta derecha unas letras tan blancas como la nieve, y so la teta isquierda siete letras tan coloradas como brasas bivas; pero ni las unas ni las otras supieron leer ni qué dezían, porque las blancas eran de latín muy escuro, y las coloradas, en lenguaje griego muy cerrado.


(III, LXVI, 1004)                


Se trata de una secuencia profética que sólo será revelada en el Libro IV y que vinculará a este personaje con Leonorina, la hija del Emperador de Constantinopla, a quien ya Amadís sirviera en el curso de sus aventuras europeas. Antes de que ello ocurra, la educación de este héroe se confía al ermitaño Nasciano; esta figura religiosa salva al niño que había sido raptado por una leona, como antes lo fuera también Garfín, el hijo de Zifar, cerca de la villa de Galapia. Esta trama de motivos folclóricos es la que asegura la presencia de este orden narrativo en una de las dos versiones medievales de la obra, del mismo modo que corresponde a los esquemas de la materia artúrica -recuérdese la figura de Mordred- la oposición entre el padre y el hijo, bien porque el segundo se ajuste a un nuevo orden de valores, bien porque el primero se niegue a aceptar el declive de su esfuerzo caballeresco y se enfrente, sin darse a conocer, al caballero novel en el que se encarnan sus mejores virtudes. Es fundamental este núcleo de ideas, porque posiblemente la segunda versión del Amadís, quizá como culminación del propio desorden en que vive sumida la realidad externa, terminara con la muerte de los protagonistas; tal es el desenlace que puede deducirse del último verso del «dezir» de Pero Ferruz ya valorado: «que le dé Dios santo poso» es una fórmula que sólo puede emplearse en un contexto luctuoso en el que Amadís hubiera muerto. Éste es el principal problema a que Montalvo tuvo que enfrentarse al rehacer el original de tres libros que llega a sus manos; el regidor de Medina del Campo necesitaba un nuevo prototipo de heroísmo caballeresco que encarnara los valores religiosos y militares de los Reyes Católicos; no le servían ninguno de los caballeros bretones, porque eran de sobra conocidas sus vidas y peripecias; él tenía que impulsar una nueva caballería y ésta tenía que estar formada por los descendientes de aquellos héroes; Montalvo no podía admitir que Esplandián viniera al mundo para acabar con la vida de su padre, pero no podía modificar esa acción sin explicar los cambios a que iba a someterla, porque era de sobra conocida por todos; este desenlace desastroso del segundo Amadís medieval -el de tres libros- se lo lleva al Libro V, el dedicado por entero a Esplandián; en las Sergas (1510) en su capítulo XXVIII, Esplandián, que se dirigía a la ínsula Firme desde la corte de Londres, se ve requerido a combatir por un caballero desconocido, llegando los dos al extremo de la muerte, interrumpida sólo porque el retador se declara vencido:

Estonces alçó [Esplandián] la espada por lo ferir de toda su fuerça, mas el otro, que ya la suya mandar no podía, dio una boz y dixo:

-¡Ya no más, que yo conozco ser vencido!


(ed. de C. Sáinz de la Maza, 251)                


Esta variación es la que impone Montalvo a un combate a muerte que terminaba con la vida de Amadís, como él mismo declara al frente del cap. XXIX de las Sergas, remitiendo además a dos diferentes versiones sobre el final del héroe:

Así como ya avéis oído passó esta cruel y dura batalla entre Amadís y su hijo, por causa de la cual algunos dixeron que en ella Amadís de aquellas heridas muriera, y otros que del primer encuentro de la lança, que a las espaldas le pasó.


(253)                


Se trata de dos combates distintos: o muere justando atravesado por la lanza de su hijo en la primera carrera que cruzan, o fallece después del largo y duro combate descrito en el capítulo anterior, a consecuencia de las graves heridas que había recibido. Es más: en la versión «trastámara» la muerte de Amadís acarreaba la de Oriana, como el propio Montalvo resume: «[e] sabido por Oriana, se despeñó de una finiestra» (íd.). Es decir, Esplandián se convertía en un parricida y con esas señas de identidad no podía encarnar los ideales militares y religiosos emergidos de la anexión de Granada y de la proyección de una utópica empresa para reconquistar los Santos Lugares. Montalvo tiene que torcer el rumbo de ese destino:

Mas no fue assí, que aquel gran maestro Helisabad le sanó de sus llagas. E a poco espacio de tiempo el rey Lisuarte y la reina, su muger, les renunciaron sus reinos, quedando ellos retraídos, como adelante se os contará.


(íd.)                


Una acción de «contar» que se debe exclusivamente a la inventiva de Montalvo, pero que descubre, a la par, la facilidad con que las secuencias narrativas de los romances de materia caballeresca podían variarse para ser ajustadas a las nuevas condiciones de recepción a las que debían servir; de ahí que en una misma versión -ya la de dos libros, ya la de tres- puedan llegar a reconocerse variantes de un mismo episodio, surgidas seguramente porque serían reclamadas por un oyente muy especial -don Alfonso de Portugal- o provocadas por un refundidor -fiel intérprete del medio social al que pertenece. Estos libros no son crónicas de hechos reales, sino estorias de hechos fingidos, que han sido inventados para que de ellos pueda derivar una enseñanza, una lección que se acomode a las circunstancias ciertas en que se encuentran unos oyentes. Esto lo demuestran, además, los fragmentos manuscritos recuperados de esa versión «trastámara» de 1420; amén de confirmar la existencia de Esplandián y de Nasciano en la redacción medieval, esos restos no añaden ninguna línea argumental nueva a las que Montalvo mantiene en su refundición; todos se corresponden al Libro III y remiten a pasajes de lo que hoy son los capítulos LXV, LXVIII, LXX y LXII; si se confrontan estos fragmentos con las secciones correspondientes del impreso de Montalvo se descubren diferencias no sólo estilísticas, sino también temáticas e incluso estructurales, porque hay un epígrafe en la versión medieval que falta en la que elabora el regidor medinés, que tiene que ser por tanto responsable de la capitulación con que reelabora el Amadís; de este cotejo, lo que queda claro es que Montalvo abrevia cuanto le parece, sobre todo si no encaja con el nuevo orden de valores en que está pensando; por ejemplo, en uno de los fragmentos mejor conservados, antes de que Amadís entre en combate, ayudando al rey Lisuarte contra el rey Arávigo, recaba el esfuerzo caballeresco evocando la memoria de su dama:

[...] e dixo muy paso entre sí:

-¡Oriana, mi buena señora, menester es que vos membredes de mí, que me ayude en mi honra la vuestra buena e sabrosa membrança, que me siempre acorrió e adelantó los mis fechos! ¡Dios poderoso, el vuestro buen acorro me dé oy poder porque, se de aquí no prospera, tan buen rey como vuestro padre e la tierra que ha de ser vuestra, cuando a Dios ploguiere, mi buena señora, que yo el vuestro leal serviente e cuantos omnes buenos se podrían perder!


(1va, ed. J. M. Lucía Megías, 489)                


Primero se acuerda de su dama, después de Dios, vinculando esta acción caballeresca a la defensa de unos derechos linajísticos que son los que, luego, le moverán a combatir contra Lisuarte por entregar a Oriana al Patín de Roma.

Estas palabras, en estilo directo, de Amadís, son abreviadas por Montalvo de forma extrema:

Estonces tomó una fuerte lança que el escudero que el cavallo le dio tenía, y membrándose aquella hora de Oriana y de aquel gran daño, si su padre perdiesse, que ella recibía...


(III, LXVIII, 1045)                


Montalvo procura que se relacionen la «membranza» de la señora -la fuerza regida por el amor- con la plegaria elevada a Dios, porque va a reservar esta línea de desarrollo para la caballería espiritual que construirá en torno a Esplandián.




Conclusiones

En resumen, el Amadís de Gaula es un texto prodigioso que ha alimentado la imaginativa de oyentes y de lectores desde las primeras décadas del siglo XIII hasta que a finales del siglo XV se fija la identidad definitiva -sólo porque la transmite la imprenta y ello ya la hace inmodificable- del héroe. Antes de que ello ocurra, gracias a las referencias de señalados receptores -desde el canciller Ayala hasta los poetas cancioneriles del siglo XV- ha sido posible reconstruir el rastro de la transmisión medieval del Amadís, que se creó sólo cuando resultó posible, es decir en el momento histórico en que la materia caballeresca castellana podía asimilar el orden de los tratados de caballerías, de la hagiografía, también de las materias artúrica y carolingia, para instigar una red de enseñanzas -prácticas siempre- que pudieran aprenderse «de oídas», es decir para formar a los caballeros noveles con el ejemplo de las proezas y de las hazañas de los héroes de la ficción. Amadís viene al mundo para superar en lealtad amorosa a Lanzarote y a Tristán, así como para desplegar un amplio abanico de gestos y comportamientos cortesanos -la misma creación poética- que serían tan apreciados como los encuentros de armas, con sus múltiples variaciones y estrategias; este primer Amadís, de dos libros, respondería al espíritu de la caballería con que Alfonso XI logra controlar a la nobleza y ajustaría a los patrones de la Orden de la Banda. Estos principios se desmoronan con los graves sucesos de la segunda mitad del siglo XIV -Montiel y Aljubarrota- y la nueva sociedad «trastámara» requiere reconstruir un orden de valores enteramente nuevo, abocado al análisis de la oposición entre la monarquía y la nobleza -que ve restaurada su fuerza e influencia- y abierto a una nueva visión del mundo, propiciada por las relaciones internacionales que se mueven desde las cortes de Enrique III y Juan II; se configura así, el Amadís «trastámara», la segunda de las redacciones de esta obra que circulaba en «tres libros» y en las que el mundo de la caballería amadisiana era condenado a perecer -Esplandián mata a su padre y provoca el suicidio de su madre- como clara imagen del desorden y de las tensiones por que atraviesan los reinos peninsulares en la primera mitad del siglo XV. Pero ese mundo no podía perecer, seguían siendo válidas sus principales pautas -la defensa del honor, las guerras contra los infieles, la protección de la corte, la regulación del amor como código de ideas- y a esa tarea se aplica Garci Rodríguez de Montalvo para ajustarlas a las líneas maestras de pensamiento de los Reyes Católicos. Amadís renace por tercera vez para sostener un mundo distinto y convertirse en cabecera de los ideales caballerescos que su dilatada progenie extenderán a lo largo del siglo XVI. Al menos hasta que Alonso Quijano absorba estas «realidades» inventadas, justo cuando ya no podían existir. En ese momento, la ficción que elabora Cervantes se pliega sobre la ficción que recuperara Montalvo. De ese proceso emerge la novela moderna.





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