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La madre de Coriolano

Concepción Gimeno de Flaquer

He perdido mi hijo, pero Roma se ha salvado.

Volumnia



Las mujeres ejercieron más influencia en la república romana que en el imperio, porque cuanto más puras son las costumbres, mayor es la preponderancia de la mujer. En épocas de corrupción moral, poco o nada valen las mujeres; en cambio, cuando las virtudes brillan en un pueblo, se acrecienta notablemente la importancia femenil.

La mujer debe dirigir todos sus esfuerzos a cautivar más los corazones que los sentidos; cautivando el corazón, logrará un cargo reinado; seduciendo los sentidos, solo alcanzará un efímero poder.

Procure la mujer sembrar virtudes si quiere cosechar respeto y consideración. Asentado el pedestal de la mujer sobre los cimientos de las más severas virtudes, nada tiene que temer, pues con tan sólida base, la más demoledora piqueta no lo puede derribar.

La virtud, que es en los corazones nobles misteriosa atracción hacia el deber, en las almas elevadas sed insaciable de lo bello, en los seres privilegiados vehemente aspiración hacia el bien o impulso instintivo, debe ser además el impulso instintivo sancionado por la razón, pues si los vicios y los crímenes son errores de cálculo, como dice acertadamente un filósofo, es preciso declarar que nos reporta grandes ventajas materiales y morales la práctica de la virtud. Así lo comprenden las madres dotadas de clara inteligencia, y por eso se esmeran en dar a sus hijos lo que vale más que la vida física, la triple educación moral, intelectual y social.

Es muy prolífica la semilla de la buena educación; la celosa madre que la derrame, gozará delicias inefables al contemplar la hermosa florescencia del corazón en que la vertió. Esta suprema felicidad la han alcanzado algunas mujeres extraordinarias que, por ser tan directas como buenas, realizaron portentosos milagros con el legítimo amuleto y el purísimo hechizo del amor maternal.

Entre las grandes mujeres que se destacan en la república romana, nadie ha podido olvidar a la madre de los Gracos, que inculcó a sus hijos una alta idea de la dignidad humana, alimentando el espíritu de estos con los apotegmas de Zenón. Cornelia inspiró a sus hijos el amor a la gloria: como amaban mucho a su madre, por alabarla quisieron distinguirse, y lo consiguieron cumplidamente brillando en las virtudes, en las armas y en la elocuencia. Tan orgullosa estaba Cornelia de sus hijos, que prefería al glorioso título de hija de Escipión, el honroso renombre de madre de los Gracos.

Menos conocida que la madre de los Gracos es la madre de Coriolano, y por eso intentaremos hacer su semblanza, pues esta ilustre matrona romana es un tipo que conviene popularizar. Tan gigantesca es la personalidad cívica de esta mujer, que todavía no ha desaparecido su silueta entre las densas brumas de veintitrés siglos: aún se perciben claramente los rasgos de su fisonomía moral con el telescopio de la historia. ¿A qué debe la madre de Coriolano su famoso renombre? ¿Tenía gloria propia? No: la celebridad de la madre de Coriolano es reflejada; la debe a su hijo, o más bien al amor que supo inspirarle.

¡Oh, madres, cread grandes hombres y ellos os inmortalizarán!

La madre de Cayo Marcio, llamado por antonomasia Coriolano, quedó viuda cuando su hijo se hallaba en los albores de la vida, y ella sola le educó. A pesar de pertenecer a ilustre progenie, pues las ramas del árbol genealógico de los Marcios se extienden hasta Numa Pompilio, la madre de Cayo Marcio era muy modesta, tanto que jamás hacía alarde de su aristocracia, ni ostentaba lujo alguno en su atavío; jamás hubiera inspirado ella las leyes suntuarias. Fomentaba en su hijo el desprendimiento hacia las riquezas, y tanto lo consiguió, que cuando Coriolano ganaba una batalla jamás quería participar del botín; cedía a sus compañeros de armas los tesoros tomados a los vencidos.

Volumnia1 se consagró a la educación de su hijo, abandonando las fiestas sociales y cuanto pudiera distraerla de la grata misión que se había impuesto. Vivía de la vida de Cayo, pues tanto se amaban, que las dos existencias se fundieron en una sola.

Un día, exaltado el adolescente por los relatos de su madre, le preguntó lleno de bélico entusiasmo:

-Madre, ¿te agradaría verme coronado de encina?

-Sería mi suprema felicidad -contestó esta.

-Yo te daré esa felicidad, yo alcanzaré gloria para ti; amo el combate, mi pensamiento se enardece al recuerdo de las batallas, yo volveré triunfante a tu regazo.

-¡Ah, querido hijo, cómo inundas mi corazón de ventura! Que los dioses te protejan. Yo ofreceré sacrificios a Marte y a Belona.

-Sí, sí, tú me verás coronado; los tesoros de Saturno2 no valen para mí lo que una rama de encina.

Coriolano sintió siempre predilección por este árbol majestuoso, que por su elevada talla y el vigor de su tronco, es el rey de los bosques. La encina estuvo siempre consagrada a Júpiter; la encina, emblema de la fuerza; la encina, que tiene tanto prestigio poético y tradicional. Los bosques de encina fueron los primeros templos de los galos y los escandinavos. Los griegos destinaron sus ramas a los vencedores en los Juegos Olímpicos, y los romanos a premiar las acciones heroicas.

No tardó mucho tiempo Cayo Marcio en ser coronado, pues en su época (siglo V, antes de J. C.) Roma se veía constantemente atacada por los pueblos circunvecinos.

Sus proezas le valieron grandes honores, y entre ellos el sobrenombre de Coriolano, por haber conquistado la ciudad de Coriolos. Esta ciudad itálica, situada al SO de Roma, era la más importante que poseían los volscos. No quedan vestigios de dicha villa. Los romanos, como los griegos, eran aficionados a los cognomentos: a todo varón distinguido le aplicaban sobrenombre. Sotero significaba salvador, Euergetes, bienhechor, Calínico, distinguido vencedor, como Coriolano, vencedor de Coriolos.

¡Cuán hermoso es este bautismo de gloria!

La madre del célebre general romano experimentó el inconmensurable júbilo de verle coronado de honores, y engalanado con la aureola del héroe.

-Menor fue mi contento -decía ella- el día que nació Cayo que el día en que le vi practicar un acto heroico.

Esta frase pronunciada con frenética exaltación nos revela el carácter de Volumnia.

Empero, ¡ay!, grandes sufrimientos reservaba el destino a la madre del invicto general romano.

Perteneciente este a la alta clase de los patricios, tenía opción al consulado y debía esperar que por los numerosos servicios prestados a la patria sería muy apoyada su candidatura; mas no sucedió así. El héroe del lago Régilo, que atesoraba grandes cualidades, no carecía de defectos, sin embargo, pues aun cuando era el perfecto soldado que nos describe Catón, el estoico que desdeña las riquezas y los placeres, aun cuando era justo y probo, poseía un carácter altanero e iracundo. No tenía don de gentes: con todo el mundo se manifestaba adusto, concentrado y despótico; la ternura de su alma estaba reservada a su madre. Ignoraba el arte de hacerse amar, y por eso hasta los plebeyos que recibían beneficios suyos con prodigalidad no se le mostraban adictos. La candidatura del vencedor de los volscos fracasó por distintas causas, pero la principal fue por haberse opuesto a la ley agraria3.

Propuso la abolición de los tribunos y los ediles, y se atrajo la antipatía de la muchedumbre. También contribuyó a que la plebe no apoyara su votación el haberse presentado en la plaza pública acompañado de los patricios y del Senado, que le hicieron una ruidosa y entusiasta manifestación. Decio fue uno de los tribunos que le acusó con más encarnizamiento. Los jóvenes patricios, que eran lo más floreciente de la ciudad, en vez de calmarle le exasperaron; así es que él se defendió con insultante arrogancia, y su destierro fue inevitable. No pudiendo soportar su carácter altanero la ingratitud de los romanos, ni su amor propio el ver desestimada su candidatura, se desarrolló en su alma la pasión de la venganza y ya solo pensó en los medios de satisfacerla. Conociendo el odio que profesaban a Roma los volscos, pueblo que formaba una de las confederaciones del Lacio, resolvió unirse a ellos para sitiar a la ingrata patria que le condenaba al ostracismo. Al efecto, pensó en Tulo Aufidio, del cual estaba separado por la doble enemistad del odio personal y del odio político; este podía ayudarle en su plan, porque imperaba entre los volscos y porque era impetuoso y exaltado.

Coriolano se disfrazó para penetrar en el hogar de Tulo sin que sus gentes le reconocieran. Descubriose ante Tulo y este le interrogó con irritado acento:

-¿Qué pretendes? Tu presencia en mi casa es una provocación.

-No vengo como enemigo, quiero ser tu aliado.

-¿Acaso me necesitas?

-Yo no me acogería a tu hogar buscando seguridad y protección. ¿A qué había de venir aquí si temiera morir?

-Nunca temiste a la muerte, es cierto; mas no puedo adivinar tus designios.

-Pronto lo sabrás. Vengo a buscarte con el objeto de tomar venganza de los que me han desechado, la que tomo desde el momento en que te hago dueño de mí. Me adhiero a tus sentimientos contra Roma, y te propongo pongamos a tus gentes en armas contra esa ingrata ciudad.

-Cuenta conmigo, Coriolano.

-¡Oh, gracias por haberme apellidado así! Me he dejado despojar de todos mis bienes y honores, menos de este título que siempre consideré como el más glorioso.

Al terminar estas palabras, los dos enemigos quedaron confundidos en un estrecho abrazo.

Tulo fue muy cortés con el héroe del lago Régilo, pues le cedió el mando al frente de los volscos, y él ocupó el segundo lugar.

Coriolano estaba muy versado en las artes de la guerra; sabido es que la táctica militar de los romanos fue la causa de su supremacía política.

El oráculo de Ancio, donde recibían los volscos sus augurios, fue consultado por Tulo, y después de la aprobación del oráculo, todos se pusieron a las órdenes de Coriolano.

Gran terror sintió Roma a la vista de los sitiadores; Coriolano era un formidable enemigo. Acrecentaba la animadversión de los patricios contra la plebe por el desacato cometido en la altísima personalidad del héroe del lago Régilo, los agoreros y sacerdotes hacían circular fábulas que llenaban de espanto a los supersticiosos.

Las mujeres se postraban ante los dioses, sobre todo, ante Júpiter Capitolino, haciendo mil votos por la salvación de la patria. No hubo dios que no recibiera ofrendas, y eran muchos los dioses, pues los antiguos pueblos itálicos tenían, cual los griegos, la manía de la divinización.

La primera orden que dictó Coriolano al atacar a Roma fue que dejaran libre paso a las mujeres y que fuesen respetadas.

Diferentes embajadores y los más distinguidos cuerpos sacerdotales, entre ellos los pontífices augures, quindecenviros y epulones, fueron enviados en nombre de la patria; mas sus preces se desestimaron.

Una ilustre dama romana llamada Valeria, hermana del célebre Publícola, muy considerada en la ciudad por sus méritos, reunió a lo más selecto entre sus amigas y se dirigió a casa de Volumnia, inspirada por una gran idea. Volumnia las recibió afectuosamente y Valeria le manifestó que, conociendo la influencia que ejercía en su hijo, le rogaba en nombre de todo el sexo se pusiese al frente de sus amigas para pedir gracia al irritado general.

Así lo hicieron, llevando entre esa falange de ilustres mujeres a la esposa e hijos de Coriolano, que vivían con Volumnia.

Dirigiéronse al campamento alentadas por dulces esperanzas y saboreando de antemano un triunfo que consideraban mucho mayor que el que alcanzaron las hijas de los sabinos con traer paz a sus padres y hermanos.

Presentáronse a Coriolano cuando este se hallaba en el tribunal deliberando entre sus caudillos. Al divisar a su madre se puso en pie con respetuosa actitud e impuso silencio a los circunstantes, observando que ella quería dirigirle la palabra.

-Madre, ¿qué queréis? -preguntó azorado.

-La salvación tuya, hijo querido, y la de la patria. Tiemblo por ti, pues debes tener justamente irritados a los penates, a los argeos y a los lares4. Tiemblo también por la patria y vengo a pedirte depongas tu enojo contra ella.

-La patria ha sido muy ingrata para mí.

-Mi corazón se halla destrozado por las cien espadas del dolor. Si con mi muerte se salvara la patria, yo pediría que vuestros venablos, vuestras flechas y lanzas se enrojecieran con mi sangre.

-Madre, observa que me pides sea traidor a los que confidentemente se han puesto bajo mi mando.

-Sí, complicadísima es tu situación y apenas acierto con su desenlace. Te hallas entre dos traiciones: yo te pido elijas entre las dos la menor. ¿Acaso hay algo más sagrado que la patria?

-Sí, mi honor: en él confían mis aliados.

-¡Oh, hijo mío, cuán grande es tu desgracia! Si vences, tu victoria es deshonrosa; si eres vencido, tus aliados han de insultar tu derrota. Las insidias y alevosías tuyas contra la patria son indisculpables: los volscos podrán obtener perdón de los dioses; tú, ciudadano romano, jamás lo obtendrás. Ruégote, por lo mucho que te amo, por lo mucho que siempre me amaste tú, que abandones el cerco; si no lo haces me verás morir.

Al oír esta desgarradora frase, Coriolano no pudo resistir más, y levantando a su madre que se había prosternado, se arrojó en sus brazos, confundiendo en ellos sus sollozos y lágrimas.

-Por ti, solo por ti, cedo madre mía; la patria te debe su salvación. El triunfo es todo tuyo; en él no hay gloria para mí. La patria no perdonará jamás haber sido desatendida en sus ilustres representantes, y haber sido rescatada no por sí misma, sino por las lágrimas de una débil mujer.

Este glorioso triunfo de su madre costó la vida a Coriolano, pues los volscos, insurreccionados, le dieron una muerte cruel.

La patria no le tributó honores porque había sido traidor: de las ciudades inmediatas recogieron su cadáver y le hicieron honras fúnebres debidas a su alta jerarquía.

Quisieron colmar de ricos presentes a Volumnia, cual a las damas que fueron con ella a solicitar la paz, mas todas los rehusaron, pidiendo, en cambio, que en el lugar donde Coriolano se rindió ante ellas se alzase un templo consagrado al triunfo femenil.

Las mujeres vistieron luto guardando diez meses de duelo. Los romanos adornaron lujosamente los altares de las diosas, como homenaje al bello sexo que había triunfado del malogrado héroe.

Coriolano es un tipo altamente dramático, y por eso lo han llevado a la escena autores tan eminentes como Shakespeare, Thompson, La Harpe y Sheridan.

La lucha entre el orgullo aristocrático ofendido, entre ese orgullo de raza que no cede ni se doblega ante nada, y entre el amor a la patria, los compromisos de honor contraídos ante todo un ejército enemigo de esta, y las súplicas de una madre que no quiere ver manchado a su hijo con la sangre de sus conciudadanos, el conflicto entre todos estos sentimientos antitéticos, ha dado origen a situaciones trágicas de primer orden, a versos tan sonoros como vigorosos.

¡Grande es el triunfo del amor maternal haciendo desistir al guerrero de sus instintos, haciéndole retroceder desde las murallas de Roma!

Hermoso fue el poder del amor filial, que se antepuso a todo, y le hizo obtener a Coriolano el triunfo más difícil de alcanzar, el triunfo sobre sí mismo.

¡Oh, madres, vosotras sois la gran influencia moral y social!

¡Oh, madres! Vuestro corazón es la gran maravilla del universo; es el poderoso ariete que puede demoler las malas pasiones y derrocar el error: vuestro aliento es el soplo creador que vivifica y regenera, es la palanca invisible que mueve el mundo. De vosotras reciben los hombres las grandes inspiraciones; ellos se agigantan por vuestra influencia.

Bernabé dedica los últimos momentos de su vida a su madre, dándole gracias por haberle inspirado el valor que le anima y que le acompañará a la guillotina con tranquila serenidad.

Refiriéndose a la importancia de la mujer madre en el mundo moral y en el mundo físico, ha dicho el gran poeta Leopardi:

   Donne da voi non poco

La patria aspetta é non in danno e scorno

Delle’llumana progenie al dolce raggio.

Delle pupille vostre il ferro e il foco

Domar fu dato. A senno vostro il saggio

E il forte adopra e pensa e quanto il giorno

Col divo carro accerchia á voi s’inclina.



¡Oh, madres! Tened presente el rasgo filial de Coriolano y creeréis en vuestro poder.

Ese rasgo ha sublimado a quien tantos errores cometió. Si Coriolano no ha sido absuelto ante la patria, en cambio todas las mujeres, y sobre todo las madres, le han alzado un monumento imperecedero en sus corazones.

Madres, no olvidéis que Coriolano amaba la gloria solo por el placer que le causaba con ella a Volumnia.

¡Oh, madres! Vosotras podéis ser las inspiradoras de los grandes heroísmos.

Nada se resiste a vuestro poder.

Empleadlo con eficacia y recibiréis la recompensa de Dios y de vuestros hijos.