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Los pecados del pueblo [fragmento]

Sor Gertrudis María de la Santísima Trinidad





En los días de pascuas de Navidad y su octava, me regaló el Señor con algunas de sus acostumbradas mercedes, y entre las demás una es que, llegando un día a comulgar, me pareció la sagrada Forma soberanamente dulce. Causóme admiración, dándole gracias al Señor de la Majestad. Pasado como medio cuarto y aun no, me sentí toda la boca tan agria que dije: «Señor ¿y qué es esto que siento?». Respondiéronme interiormente: «Hiel y vinagre me dieron y me dan los hombres en todos tiempos, y caen muchos en los infiernos». Así que entendí eso, se me enfervorizó el corazón con vivas ansias para clamar y pedir por el remedio de todas las almas, y conocía yo que el mismo Señor era el que obraba en mí, avivando la fe y la esperanza, y que no cesé de pedir y clamar a las puertas de su gran misericordia, pues la desea derramar a manos llenas sobre todos los pecadores. Y los mismos pecadores se resisten apartando de sí la luz de la verdad, y abrazándose con las tinieblas. Con eso me cercaba una interior luz, que entendía mucho más de lo que mi balbuciente lengua pudiera explicar. Y toda mi alma parece que se derretía en la presencia de tan soberano Señor, y quisiera atraerle a su amor infinitas almas, y que ninguna se condenara.

Continuando el Señor en mis fervorosas ansias en pedir por el bien espiritual de las almas, sentía una luz clara para conocer, y como que me lo decían, que la Raquel hermosa de la santa Iglesia llora por los muchos hijos que se le pierden voluntariamente y con dolor del mismo Dios. Sentí yo grande sentimiento, y estando así orando y pidiendo, me pareció ver un niño pequeñito como de teta, desnudo como su madre le parió, pero parece tenía unas alas secretas y con ellas volaba por los aires. Parece que quería atraer a sí mucha gente, e iba capitaneando y dando luz de su luz clara, pura y verdadera a todos los que lo quisieron seguir en la batalla, y sacando armas contra el infierno. Entendí que muchos niños lo conocieron con divina luz, y que con sus llantos clamaban, lloraban y se desprendían de los brazos de sus madres, sólo para ser mártires de amor. Conocí que las madres los defendían y escondían, y ellos gritando lloraban y se salían al encuentro de los mismos que los buscaban para quitarles la vida. Y así murieron muchos, para eternamente vivir con su Capitán Jesús. Sobre lo dicho, parece que palpablemente lo veía con los ojos de mi alma, y sentía en mí tan soberanos efectos que no lo sé ponderar. Bendita sea la caridad de Dios que nos ama más que nosotros mismos.

Viernes primero de Cuaresma, mientras andaba la vía crucis con la comunidad, me cargó el Señor tantos dolores, fatigas y sudores en todo el cuerpo, que me parecía milagro no caerme. En cada paso sentía como que me hacían andar con tirones y a empujones. Y admirándome de lo mismo que en mí sentía, se llegó una religiosa y, muy al oído, me dijo: «Madre, si siente algo turbada la cabeza, váyase». Respondíle que los pies me hacían mal, pero que bien lo podía pasar. Proseguí en las estaciones, dando las vueltas que se suelen dar en el corredor, y viéndome en un extremo de fatigas y tropiezos como si hubiera piedras, y dando vaivenes. Sentí la secreta voz del Señor que amorosamente me dijo: «Hija, ayúdame». Sentí con esa palabra grande ternura, y dolor de que el Señor manifestaba ser muy ofendido, y de los mismos cristianos. Y que quiere que le ayude orando y padeciendo algún tanto en mi alma y en mi cuerpo. En esa hora del vía-crucis mucho padecí, pero ordinariamente me siento tan cargada de varios dolores que no sé cómo vivo, pero el Señor es mi fortaleza y mi único consuelo.

Como el Señor de mi alma en todas las cosas está presente, parece que siempre lo miro interiormente, y que me mira con amor de padre para que conozca sus misericordias, y que no es ingrata a lo soberano de sus beneficios. Y estando especialmente de comunidad, en el coro, siento más vivamente los toques de su amor, y haciéndome memoria de algunas acciones pasadas, y también de alguna palabra que entiendo en el rezo. Suelo recibir como volcanes de luz secreta, que me parece a mí que de antes no la sentía tan clara como en este tiempo, y siempre tengo nuevos motivos para más y más humillarme en la presencia de tan divino Señor.

En una hora de oración, estando padeciendo muchos dolores en el cuerpo y más en los pies, todo se lo ofrecía al Señor con entera voluntad, y le pedía con fervor por el bien espiritual de las almas, y por la conversión de todos los paganos y herejes. Estando en eso, me pareció ver muchos hombres de mala cara en la región del aire, y en modo de revolverse los vientos contra los pobres. Ellos perneaban y, sin poderse valer, iban cayendo. Luego me vino una luz, y en ella entendí que aquellos hombres eran representación de los muy avarientos, que, siendo muy codiciosos de los bienes temporales de este mundo, no reparan en pecados graves, y que se beben la sangre de los pobres, sin caridad ni temor a un Dios justo y eterno, que como juez riguroso les juzgará en la última hora. Y que no tendrán excusa, pues bien sabían que pecaban y no entraban en escarmiento, sino atropellando con todo y haciéndose esclavos del mismo demonio. Con estas cosas que le Señor me manifiesta, me pone fervor para que le pida por el bien de las almas redimidas con la sangre del divino Cordero, Dios y hombre verdadero.

Otro día, habiendo recibido al Señor sacramentado y reparando que la sagrada Forma se me entró en la boca con grande velocidad, me dio gusto, dando las gracias a tan soberano Señor por todos los beneficios recibidos. Se me acordó que una religiosa muy anciana en este convento, cuando me veía muy recogida en el coro, solía decir que a mí me daba el Señor los bocados mascados y que a ella la tenía siempre el Señor en el monte de la mirra. Con esta memoria hice yo un sonrisico, y al punto sentí que interiormente me dijo el Señor: «¡Ay hija!, lo que a mí me mascaron, me mascan, y me mascarán y no para su bien». Quedéme admirada, y con la divina luz parece que entendía mi alma que ese modo de mascar al Señor de la eterna vida era un modo de morderle y crucificarle los pecadores del pueblo con la continuación y poca enmienda. Y con estos avisos y otros siempre entro en más luz, para entender que el Señor quiere que le pida y le ruegue por la conversión de los pecadores, y para que eviten los pecados contra un Dios justo y recto, que a buenos y malos nos ha de juzgar, pesar y medir.





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