Ya era alta noche; en el nublado oriente | |
próximo estaba a despuntar el día; | |
el viento
resonaba tristemente | |
y áspera lluvia gotear se oía. | |
Y la noche pasaba, | |
y Margarita en soledad lloraba | |
la ausencia
de don Juan, que no venía. | |
Entreabierta tenía
su ventana | |
la enamorada niña, | |
con la esperanza vana | |
de sentirle mejor cuando volviera, | |
y oyendo sus pisadas
desde lejos, | |
y alcanzándole a ver con los reflejos | |
de un vecino farol, presto le abriera; | |
y al conservado
fuego se enjugara, | |
y los húmedos miembros arrecidos | |
al calor agradable restaurara. | |
Mas en vano a la reja | |
al
percibir pisadas acudía; | |
en vano por la lóbrega
calleja | |
los tristes ojos con afán tendía; | |
muchos alguna vez por ella entraban, | |
y unos riendo y otros
disputando, | |
huyendo unos tal vez y otros cantando, | |
pasar
bajo su reja los veía; | |
mas de ella a largos pasos
se alejaban, | |
y con ellos don Juan nunca venía. | |
Hundida
la infeliz en su abandono, | |
suspiraba de amor por quien la
olvida, | |
por quien su amor pospone y su ternura | |
a una caricia
sin pudor vendida | |
de la insolente bailarina impura. | |
¡Ay,
pobre Margarita! Tú sentada | |
bajo la reja espesa | |
aguardas a don Juan desesperada, | |
de dolorosos sentimientos
presa; | |
tu amor por él de suspirar no cesa, | |
¡y ojalá
no volviera, desdichada! | |
Pero ya acelerados | |
pasos de alguno
al fin se percibieron, | |
cuanto próximos más
precipitados, | |
y más cercanos cada vez se oyeron, | |
y por la calle oscura | |
vio Margarita un hombre que se entraba, | |
cuya negra figura | |
ante su misma puerta se paraba. | |
«Él
es», dijo bajando, y no mentía, | |
que era en verdad
don Juan el que venía. | |
Él
era, sí, por el cruzado embozo | |
asomando el semblante
macilento, | |
con ceño torvo y fatigado aliento, | |
cubierta
de sudor la osada frente, | |
y empuñando el acero refulgente | |
hasta el torcido gavilán sangriento. | |
-¡Dios mío!
-dijo al verle Margarita; | |
mas con planta ligera | |
dentro
él sin contestar se precipita, | |
y la mirada de la
niña evita, | |
salpicando de sangre la escalera. | |
Subió
tras él la pobre, acongojada, | |
y la puerta tras ella
asegurando. | |
-Traéis sangre, don Juan -dijo aterrada. | |
Mas don Juan, si la oyó, siguió callando, | |
su roja espada ante la luz limpiando. | |
Mudó después
de gola y de vestido, | |
se lavó, se enjugó y
echando al fuego | |
el de sangre teñido, | |
sentóse
ante la llama con sosiego, | |
diciendo con acento decidido: | |
-Margarita, a la aurora | |
es preciso partir. |
-¿Dónde? |
-Lo
ignoro; | |
abandonar la corte por ahora | |
es lo esencial, no
más; en esta casa | |
no es posible vivir. |
-Pero
¿qué pasa? | |
-¡Oh! No es para subirse a los tejados, | |
no es lo que viene ni un león ni un toro; | |
poca cosa,
señora, | |
teniendo libertad, audacia y oro. | |
-Hablad,
don Juan, mi amor es infinito. | |
Nada es mi vida si salvar
la vuestra | |
logro con ella. Y lo que vi me muestra | |
que vos
necesitáis... |
-¿Yo?
¡Qué locura! | |
Gozadla vos, que no la necesito. | |
Y
serenad, por Dios, esa pavura | |
que en el rostro mostráis,
porque, a fe mía, | |
que el asunto no es cosa, estando
a punto | |
tan cerca el oro y tan vecino el día. | |
Oídme
en dos palabras, Margarita, | |
y os contaré el suceso. | |
Ya a don Gonzalo conocías. |
-Eso. | |
-Tenía una maldita | |
cabeza el tal, y la perdió
esta noche; | |
mas bebió con exceso, | |
y no es extraño
que perdiera el seso. | |
-Pero, en fin, ¿qué es el caso?, | |
que me tenéis violenta. | |
-Me habló de vos,
y aunque detrás de un vaso | |
me lo dijo, no fue tan
de mi gusto, | |
que al contestarle yo, por un fracaso | |
le entré
el estoque por mitad del busto; | |
y el alma se le fue tan
de carrera, | |
que el cuerpo no exhaló ni un ¡ay! siquiera. | |
-¿Le matasteis, don Juan?; ¡sois un malvado! | |
-Tal vez tengáis
razón; mas, bien mirado, | |
como si no le mato, al fin
me mata, | |
en matarle salí muy bien librado, | |
que el
caso era durillo hablando en plata. | |
En fin, bien está
así, y pues ya esclarece, | |
si no queréis hablar
con la justicia | |
de lo que a don Gonzalo pertenece, | |
venid
conmigo y adelante vamos. | |
-Pues que remedio no hay, don
Juan, partamos. | |
-Pues echaos ese oro en el bolsillo. | |
Y
vamos a buscar un par de potros, | |
que como en campo libre
nos veamos, | |
maldito si da el diablo con nosotros. | |
Y
hablando así con gravedad resuelta, | |
cerró
el cuarto don Juan, tiró la llave. | |
Y en dos caballos
cuyo brío sabe | |
tomó a Castilla, con la monja
vuelta. | |
Al cabo de dos días de
camino, | |
al despertar la niña una mañana | |
de
una posada en una alcoba, vino | |
al ruido de su voz una villana, | |
y a tal punto entre dama y posadera | |
diálogo se entabló
de esta manera: | |