Todo en la Tierra pasa, | |
todo
muere, se extingue o se deshace; | |
el duelo y el placer tienen
su tasa | |
del hombre breve en la existencia escasa, | |
flor
que se agosta con el sol que nace. | |
Queda
el dolor un día | |
dentro del corazón más
amoroso | |
en lenta y profundísima agonía, | |
pero
calma el dolor más riguroso | |
y el que más implacable
parecía. | |
Que así va nuestra
vida | |
caminando entre gustos y dolores, | |
como fuente silvestre
que escondida, | |
por el sombrío bosque, va perdida | |
zarzas bañando y campesinas flores. | |
Así
don Juan, con la memoria triste | |
del cariñoso padre
acongojado, | |
vivió con su memoria | |
en soledad un tiempo
retirado, | |
en jornada diaria | |
visitando su tumba solitaria. | |
Mas sintiendo ceder su amargo duelo | |
y el alma serenarse
cada día, | |
volvió a la sociedad, y halló
consuelo | |
en lo que un tiempo su placer tenía; | |
y
el consuelo por puntos aumentando | |
se iba por puntos en placer
tornando. | |
De su dolor testigos, | |
con respetuosas chanzas
y caricias | |
a cercarle volvieron sus amigos, | |
y se iba a
su presencia despertando | |
su corazón sediento de delicias. | |
Volvió a reír don Juan, volvió a sus
ojos | |
la viva luz del gozo y la esperanza, | |
volvió
la soledad a darle enojos | |
y su opulencia le tornó
a la holganza. | |
Sus administradores | |
cuentas a darle con
afán vinieron | |
de la herencia feraz de sus mayores, | |
y a sus ojos pusieron | |
sus pingües rentas, por don
Gil dobladas | |
con mil cuidados y con mil sudores. | |
Tendió
don Juan los ojos satisfechos | |
por el risueño porvenir,
y el mundo | |
halló tal vez con límites estrechos | |
a su deseo libre y vagabundo. | |
«¿De qué me sirve
-dijo- esta opulencia, | |
estos montones escondidos de oro, | |
si en la oscura y pobrísima Palencia | |
no me sirve
de nada mi tesoro? | |
¿He de gastar en mantas mis doblones, | |
o he de hacer de continuo a mis queridas | |
regalos de peludos
bayetones? | |
¡Quedaran, vive Dios, agradecidas! | |
Murió
mi padre, ¡duéleme a fe mía!, | |
pero no es menos
cierto | |
que yo también me moriré algún
día; | |
y si la vida a divertir no acierto, | |
comprando
mi placer con mi riqueza, | |
¿no se aprovechará de mi
torpeza | |
otro más listo cuando me haya muerto? | |
¡Adelante,
don Juan, viven los cielos! | |
Menos dicen que son con pan
los duelos. | |
No pasemos la vida | |
en llorar como imbéciles
mujeres; | |
la riqueza gocemos adquirida, | |
y hagamos amistad
con los placeres.» | |
Y aquí don Juan,
soltando de repente | |
ruidosa carcajada, | |
que sin duda excitada | |
fue por recuerdo que acudió a su mente, | |
siguió
diciendo: «Y en verdad que ahora | |
pillaré descuidada | |
a mi antigua Sirena encantadora. | |
Vaya, vaya, don Juan,
duelos aparte | |
y vamos a Madrid, donde a esperarte | |
saldrá,
sin duda alguna, | |
con los brazos abiertos la fortuna. | |
¡Madrid,
sitio a propósito | |
para amorosos y reñidos
lances, | |
de petardos y cábalas depósito; | |
y
tela de aventuras y percances! | |
Vámonos a Madrid,
es un capricho; | |
mas mi padre perdone | |
que a Palencia, heredándole,
abandone, | |
que Madrid es mi patria, y está dicho, | |
Damián, en este punto | |
los caballos ensilla, | |
y el
claro sol al despuntar mañana | |
que fuera nos encuentre
de Castilla.» | |
¿Qué distancia en
don Juan menester era | |
para obrar y pensar de una manera? | |
Todo era en él lo mismo. En un momento | |
arregló
sus negocios | |
conforme al concebido pensamiento, | |
y a las
diez poco más de una mañana | |
salió sobre
una yegua jerezana | |
más ligera que el viento, | |
y tres
días después desde la altura | |
del cano Guadarrama | |
de Madrid contemplaba la llanura, | |
donde sus nieves pródiga
derrama. | |