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Necrología: César Cantú

Antonio Sánchez Moguel





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Va para ocho años, el 11 de Septiembre de 1887, tuve el placer y la honra, que contaré siempre entre las mayores de mi vida, de conocer personalmente al historiador insigne cuyo nombre encabeza estos renglones.

Veraneaba, como de costumbre, en Rovato, y á la sola noticia de que un catedrático español ansiaba tributarle los homenajes de su admiración y respeto, noticia que le fué comunicada por el erudito de Marchi, oficial de la Biblioteca Nacional, luego bibliotecario de Pavía, se apresuró á venir á Milán y á avisarme que me recibiría gustoso el día siguiente, esto es, el arriba señalado, en su casa Via Morigi, núm. 5, que habitaba hacía ya muchos años, y en la que falleció el 11 de Marzo último.

Nacido el 5 de Diciembre de 1804, Cantú tenía, en aquella fecha, 83 años de edad. Nadie lo diría viendo aquel viejecito, pequeño, enjuto, que no había encanecido del todo, agilísimo, á pesar de la gota, en sus movimientos, locuaz, irónico, de imaginación viva, de memoria pronta; y menos aún podría figurarse que había sido autor de cerca de trescientas obras, ya líricas, ya épicas y novelescas, bien críticas, bien históricas, alguna de las cuales, como la Historia universal, supone toda una vida de no interrumpidos y colosales trabajos.

Me recibió con paternal afecto; me abrumó con innumerables preguntas sobre España, en especial de nuestra Academia, á la que mucho amaba y de la que recibió más tarde la única Gran Cruz que ornó su pecho, y me dijo cosas muy gratas para todo español y que no se cansó de repetirme luego en sus cartas, que ya conoce la Academia.

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El gran historiador, como lombardo -de conformidad con lo escrito en sus obras- no se sentía poseído de gran admiración, quizás pecaba de injusticia, como con Francia y Austria, al tratar de la España dominadora en Italia, pero, como católico, se hacía lenguas en alabanza de la católica España, sobre todo, como descubridora y propagadora del Evangelio en nuevas tierras. El primer libro español que leí -me decía- fué la Historia de la conquista de Méjico, de Solís, que me causó verdadero entusiasmo. Luego he visto que esta obra es más literaria que histórica, pero nunca olvidaré que fué ella la que me inició en el conocimiento del heroísmo de los españoles en el Nuevo Mundo. Hablándome, luego, de literatura española, que conocía bien poco, me refirió que había tratado, en París, á Martínez de la Rosa, cuyo Edipo fué el primer monumento de nuestra dramática quo leyó en castellano. He dicho que conocía poco nuestra literatura, y me bastará citar aquí en comprobación, que ni en sus conversaciones, ni en obras de la importancia de su Storia di cento anni, manifestaba conocer nombres españoles tan gloriosos, en la historia, como nuestro gran Flórez, ni en la poesía, como nuestro egregio Quintana.

La imperfección de sus conocimientos tocante á las letras españolas, no llegaba, en lo que pude observar y en lo que sus obras acreditan, al extremo que ví rayar, por entonces, la de algunos compatriotas suyos, pongo por caso la de uno, cuyo nombre callo, catedrático de Literatura, por más señas, el cual se me quedó con tanta boca abierta cuando le dije que El Trovador, de Verdi, estaba fundado en el drama de nuestro García Gutiérrez.

Y, sin embargo, á pesar del desconocimiento que en materias particulares, no sólo españolas, sino de otros países, pudiera tener, el autor de la Storia universale, de la Storia di cento anni (1750-1850) y Gli ultimi trent'anni (1848-1878), que la completan, es de los primeros, cuando no el mayor de los historiadores universales de nuestro siglo. Claro está que en su obra las grandes síntesis no se fundan, ni se podían fundar en previos y sólidos análisis; que el compilador aventaja al investigador constantemente; que, en punto á cosas concretas hay vacíos y errores en abundancia; que la crítica peca de sistemática y aun de parcial,   —463→   en ocasiones; que el narrador se convierte en declamador, á menudo; pero, con todos estos defectos, y los demás que puedan señalársele, más propios de la índole de la empresa acometida que de las condiciones del autor, Cantú fue el primero que concibió y ejecutó bajo un plan más vasto y más armónico que Bossuet, los autores de An universal history y que Segur, Schlosser y Michelet y Anquetil la historia de la humanidad, considerada como una sola familia , en la dramática lucha de las edades. Monumento es éste del que puede decirse con el poeta:

el intentarlo sólo es heroísmo.

Audacia sublime, propia de un compatriota de Colón, Galileo y Napoleón Bonaparte.

Cuando de la fatigosa aunque utilísima lectura de los áridos libros de historia que la erudición del siglo XVIII nos legara, se pasa á la de las brillantes páginas de la Historia Universal de nuestro autor, y de la crítica de pormenores curiosos á la pintura de períodos y pueblos, el espíritu de lo general nos domina, la imaginación vuela á sus anchas y olvidamos que estamos leyendo un poema más ó menos erudito, pero al fin poema. Educado en la escuela de Manzoni y Grossi, el autor de Margherita Pusterla, reveló ya á las claras en esta novela, las dos grandes dotes de su espíritu, que desplegó luego en más vasto teatro, á saber, la erudición y la fantasía.

Hoy, la historia, más científica que artística, se confía de lleno á la investigación de las cosas pequeñas que son luego las cosas grandes, y en vez de comenzar por formar planes filosóficos á que amoldar los hechos, comienza por los hechos, dejando al resultado del análisis la síntesis procedente. Pero, al cambiar de procedimiento, no por eso debemos dejar de hacer justicia á las escuelas anteriores, que, después de todo, obedecían, como las actuales, á la tendencia dominante del movimiento intelectual de su época.

Pero Cantú no fué sólo historiador universal, sino también historiador particular, esto es, de asuntos más limitados y concretos, italianos, principalmente. Sus escritos referentes á Mirabeau   —464→   Washington, Byron, Chateaubriand y Víctor Hugo, sólo tienen de originales las prendas del estilo. En igual caso se hallan los relativos á las literaturas griega, latina y alemana.

Por el contrario, su Storia degli italiani, La letterature italiana, Gli illustri italiani, Cronistoria dell' Independenza italiana, Gli eretici d' Italia y otras, revelan claramente ya el compilador laborioso, ya el investigador erudito, que trabajaba en campo propio y adecuado á sus facultades y aficiones. De las obras que acabo de citar, tal vez la última, preludiada en su bella monografía Rivoluzione della Valtellina nel secolo XVII ampliada luego en la que tituló Il sacro Macello di Valtellina, es la que responde con más insuficiencia á su asunto, en especial en lo tocante al período anterior á la Reforma, que, con ser tan capital, bosquejó sumariamente y sin recurrir en ocasiones á las fuentes primarias y directas.

Más que por estas obras extensas de historia italiana, Cantú vivirá, seguramente, en los gloriosos anales de su patria, por otras de asuntos más concretos, por lo mismo trabajadas más a fondo y escritas con mayor elocuencia, tales como la Storia della città e della Diocesi di Como, primero de sus trabajos históricos (1829), Ezzelino da Romano, Milano e suo territorio, L'abbate Parini e la Lombardia nel secolo passato; Il Conciliatore e i Carbonari; Monti e l' età che fu sua; Alessandro Manzoni, reminiscenze, y los Ragionamenti sulle Lombardie nel secolo XVII, que escribió por vía de Comentarios á los Promesi Sposi, con materiales suministrados, en gran parte, por el egregio poeta y novelista milanés. Y lo que digo de estos estudios es extensivo á los de igual clase de nuestro autor referentes á Beccaria, Romagnosi, Grossi y otros insignes compatriotas que salieron á luz en la colección intitulada I contemporanei italiani.

En todas estas obras se manifiesta igualmente el milanés, el erudito y el literato. Hijo de Brivio, provincia de Como, educado en el Seminario de Milán, por destinarle sus padres, humildes labriegos, á la carrera eclesiástica, que al cabo no llegó á terminar; profesor de latín, sucesivamente en los Liceos de Sondrio, Como y el de Milán hoy dicho de Beccaria; residente de continuo en la ciudad de San Ambrosio y de San Carlos Borromeo;   —465→   Director desde 1872 de los Archivos de Lombardía; fundador y Presidente hasta su muerte de la Società storica lombarda. Cantú nació, vivió y murió en su tierra natal, y á ella consagró los mejores frutos de su actividad intelectual, maravillosamente mostrada en setenta años de incesantes y gloriosos trabajos.

Italiano entusiasta, pero más lombardo que italiano, ansiaba, sobre todo, la autonomía de su país, y en su virtud prefería á la unidad absoluta de Italia, aspiración general de los italianos, la confederación de todos los Estados, bajo la primacía pontificia, salvando así además, su inquebrantable sumisión á los Papas en lo espiritual y en lo temporal. Liberal ardiente, en especial en su juventud, hasta el punto de haber sido perseguido y separado de la cátedra, creyó alguna vez, como nuestros afrancesados en su tiempo, que podría aceptar, sin mengua de su patriotismo, la Constitución liberal casi autonómica que ofrecía en 1857 el archiduque Maximiliano, gobernador general entonces del reino lombardo-veneto, fracasada, como la dominación austriaca misma, en los campos de Magenta y Solferino.

Con estos antecedentes, podremos ya comprender, que Cantú, vivió hasta la unidad italiana, siempre divorciado de las tendencias generales en Italia. Católico y federal, estaba por ello reñido con los partidarios del nuevo reino de Italia: liberal, amante del progreso y de las doctrinas modernas, lejos de ser del agrado de los tradicionalistas, fué por estos tachado de poco ortodoxo, y algunos de los párrafos de la Historia Universal calificados de heréticos. Cantú, que se revolvió siempre con indomable fiereza contra los ataques de los unitarios italianos, no tuvo sino palabras de sumisión para con la Iglesia, anteponiendo á todo, como Pellico y Manzoni, el título de católico. «Come cristiano e cattolico -escribía- sotto pongo le mie opinioni a chi tiene dall' alto il diritto di giudicare le coscienze, pronto a ritrattare qualunque errore mi scorresse sul dogma, sulla morale, sulla discipline della Chiesa, in cui ringrazio Dio di esser nato.» La Iglesia le confió el cargo de cronista del Concilio Vaticano, y le alentó y premió con excepcionales muestras de afecto como al gran historiador católico de nuestro siglo. Al cumplir éste los 90 años, enviábale cariñosos y sentidos versos sobre la Muerte, el gran Pontífice, que, para la   —466→   paz y el bien de todos, se asienta hoy en la Cátedra de San Pedro, y poco antes de morir su bendición apostólica, en términos desusados y conmovedores.

También del campo de los adversarios de la Iglesia, salían al mismo tiempo, frases nobles y justas como las del cantor de Satanás, Carducci, en honor -oigámoslas aquí- del «grande lavoratore che abbracciò con l' intellecto ed il sentimento la storia generale e quella del popolo italiano.»

Había adoptado Cantú, desde su juventud la divisa: Perseverando. Sobre su sepultura mandó que se grabase por epitafio: studiando la Storia ha imparato il nulla delle grandezze e delle miserie umane.

En las grandes tribulaciones por que pasó en su trabajosa villa, solía recitar con fervor el cántico eterno del dolor y de la penitencia: el Miserere. Y cuando sus ojos se cerraban para siempre, sus labios murmuraban por última vez estas hermosas palabras, retrato del historiador y del hombre, en sus escritos y en su vida: Facciamo bene.





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