Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

ArribaAbajo

Bruno el tejedor

Comedia en dos actos, arreglada al español

Personas

BRUNO. - ROQUE. - D. LUIS. - D. PRÓSPERO. - D. TOMÁS. - INÉS. - UN ESCRIBANO. - ACOMPAÑAMIENTO

(La escena es en Alcalá)



ArribaAbajo

Acto primero

El teatro representa una sala; en el fondo una gran puerta vidriera que da al gabinete. Puertas y ventanas a uno y otro lado.



Escena primera

D. PRÓSPERO y D. TOMÁS. D. PRÓSPERO está sentado delante de una ventana y mirando por ella: D. TOMÁS está del mismo modo en la parte opuesta. Ambos tienen puesto el sombrero, y bablan cada uno para sí.

     PRÓSPERO. -�Qué buena huerta!... �Cuánta fruta!... �Cuánta hortaliza!... �Sí, señor: gran bocado es este!

     TOMÁS. -�Vaya una fábrica!... �Qué máquinas!... �Qué magníficos telares!...

     PRÓSPERO. -�No he visto finca más hermosa!

     TOMÁS. -�Es una herencia que ya, ya!

     PRÓSPERO. -Veremos qué dice el testamento. Yo tengo mis esperanzas de que el difunto no se ha de haber olvidado de mí.

     TOMÁS. -El bueno de D. Bernardo no tenía mujer ni hijos..., y algo me habrá dejado, como pariente.

     PRÓSPERO. -(Levantándose y reparando en D. TOMÁS.) Beso a usted la mano.

     TOMÁS. -Beso a usted la suya.

     PRÓSPERO. -(Aparte.) �Si será otro pariente!

     TOMÁS. -(Aparte.) �Si vendrá éste también, como yo, a ver si le toca algo!

     PRÓSPERO. -Aunque usted perdone, se me figura que hemos venido juntos en la diligencia de Madrid.

     TOMÁS. -Efectivamente; yo he venido en la berlina...

     PRÓSPERO. -Y yo en la rotonda.

     TOMÁS. -�Ya!

     PRÓSPERO. -�Acaso viene usted también a presenciar la lectura del testamento de D. Bernardo García?

     TOMÁS. -Justamente.

     PRÓSPERO. -(Aparte.) �Lo dije!

     TOMÁS. -(Aparte.) �Hola!... �Este es otro heredero presunto!

     PRÓSPERO. -�Es usted pariente también?

     TOMÁS. -Sí, señor, pero algo lejano... Yo he venido sólo por la formalidad..., no porque espere...

     PRÓSPERO. -Ya me hago cargo. �Pero usted es García?

     TOMÁS. -Sí, señor. Tomás García, profesor de cirugía médica, y servidor de usted.

     PRÓSPERO. -Gracias. Ya le he oído hablar al primo Bernardo... Usted viene de la rama materna... Esos son otros Garcías... Yo vengo de los varones... Próspero García, para servir a Dios y a usted.

     TOMÁS. -Por muchos años.

     PRÓSPERO. -Yo me dedico a diversos géneros de especulaciones y de inventos útiles... Mi difunto primo me ha ayudado algunas veces con cantidades... �Pero cómo usted, siendo médico, no ha venido a asistir al primo en su enfermedad?

     TOMÁS. -Ese es el peor medio que hubiera podido elegir para recomendarme a él. �Médicos, eh?... No los podía ver. Ya conocía usted su carácter extravagante: estoy seguro de que no ha permitido que le asista ningún facultativo. Pero usted, que no tenía esa tacha, �cómo es que no ha venido a acompañarle en sus últimos momentos?

     PRÓSPERO. -Porque es probable que tampoco me hubiera recibido. Lo mismo era nombrarle un pariente, que ponerle una banderilla. �Era hombre muy raro! Las pocas veces que vine a verle apenas me habló. ��Le hace a usted falta algo? Que se lo den, y vaya usted con Dios.� Esto es lo que más que me hablaba; y al marcharme le oía decir entre dientes: ��Parientes, eh?... �Ya, ya!�

     TOMAS. -Pues amigo, usted pariente, y yo pariente y médico..., poco podemos esperar: me parece que hemos hecho el viaje en balde.

     PRÓSPERO. -No tal: �quién sabe! Porque en medio de esas extravagancias no dejaba de socorrer, y... además, los parientes no somos muy numerosos. Fuera de nosotros dos, hay... primeramente su sobrino D. Luis..., un jovenzuelo elegante, gastador, mala cabeza y que no era muy de su devoción...

     TOMÁS. -Ya; pero siempre es sobrino..., parentesco más cercano...

     PRÓSPERO. -Sí, algo puede que le haya dejado; pero tengo para mí que no será mucho.

     TOMAS. -�Hola! �Cree usted que no?

     PRÓSPERO. -El pariente más temible de todos es la Inesita..., su sobrina carnal..., hija de su hermano el brigadier...

     TOMÁS. -�Qué disparate! �Pues no sabe usted que últimamente riñeron los dos hermanos?

     PRÓSPERO. -�Qué me dice usted?

     TOMÁS. -Sí, señor. Como era tan raro y extravagante su hermano el brigadier, que está de cuartel en Alcalá, y vive a dos pasos de esta fábrica, apenas venía a verlo..., porque el tal brigadier es también por el estilo; tieso y duro como el demonio. Ya un día, a ruegos de su hija, se resolvió a visitarlo, y el recibimiento que D. Bernardo le hizo fue decirle cuando le vio entrar: �Todavía no me muero.� Amigo..., pícase el brigadier, y hubo allí la de San Quintín... Por poco se matan. De manera que no se han vuelto a ver.

     PRÓSPERO. -�Soberbio! Pues los otros que han venido..., D. Cirilo y D. Jaime el agente, que me emplumen si sacan raja.

     TOMÁS. -�Bueno, bueno!... (Saca el reloj.) Aún falta media hora para que salgamos de dudas.

     PRÓSPERO. -�Quiera Dios que el escribano sea puntual! Pero diga usted, mientras llegan, �no podríamos entretener el rato con una copita?... El traqueteo de la diligencia abre un apetito...

     TOMÁS. -Yo no tomé más que el chocolate, y no me vendría mal.

     PRÓSPERO. -�Opina usted que pidamos un poco de Jerez? El difunto lo tenía excelente en la bodega... (Mirando por la ventana.) Precisamente veo allí a Bruno. �Hola, Bruno!... Buenos días. Muy bien, �y usted? Me alegro mucho. Diga usted, amigo Bruno, �podría usted hacernos el favor de mandarnos dar un poco de Jerez y unos bizcochillos? Bien, muchas gracias. Ya lo va a traer.

     TOMÁS. -�Quién es ese Bruno?

     PRÓSPERO. -�Oh!... �Bruno era los pies y las manos del difunto. �Muy hombre de bien! Entró de aprendiz en la fábrica, y con su inteligencia y su trabajo llegó a ponerse a la cabeza de todos. Luego tiene un carácter... así... como el que tenía su amo... Por eso congeniaron tanto, que él tenía las llaves de todo, y... en fin, era el amo. �Calle usted! �Pues Bruno es el único que puede haber olido algo del testamento!... A ver si le sonsacamos... Aquí viene.

Escena II

Dichos y BRUNO; éste saca una bandeja con copas, botella y bizcochos, y la pone sobre la mesa.

     BRUNO. -Dios guarde a ustedes. Ahí está eso.

     PRÓSPERO. -Gracias, amigo Bruno.

     TOMÁS. -Gracias. (Ambos se ponen a tomar vino y bizcochos.)

     BRUNO. -(Aparte.) �Gorrones!... �Aquí se meten ya como en país conquistado!

     PRÓSPERO. -Conque, Sr. Bruno, �hoy se muda de amo?

     BRUNO. -�Sigún y conforme!... Yo... a D. Bernardo, que esté en gloria, le servía..., pero no por el interés ni nenguna cosa..., eso ya lo saben toos, y naide podrá decir sino que yo le servía... porque... �aquel era un amo!... �Por qué se había de haber muerto!... �Voto va San Pedro!... En fin, yo le he dado mi trabajo y mi sudor... y daría mi sangre por resucitarlo. Ahora veremos a quién va a parar la fábrica; y sigún quien sea..., me quedaré si me quiere... o daré media vuelta y me pondrá en el arroyo. Pero mientras tanto, y por servirle hasta lo último, aquí me he quedao al cuidao de la fábrica..., para que no se vuelva esto merienda de negros... y para hacer la entrega.

     PRÓSPERO. -�Bravo, amigo Bruno!

     TOMÁS. -�Muy bien hecho!

     PRÓSPERO. -�Razón tenía el primo en depositar en usted toda su confianza! Yo haría lo mismo.

     TOMÁS. -�Y yo!

     PRÓSPERO. -�Y cuidado si el buen Bruno necesitaba cabeza para manejar este tinglado!... �Ya es un mundo la tal fábrica! Dígame usted..., dígame usted..., así... poco más o menos..., �en cuánto la tasaría usted?...

     TOMÁS. -�A ver?... �En cuánto?...

     BRUNO. -�La fábrica?...

     PRÓSPERO. -Así... en globo...

     BRUNO. -�Oh!... �La fábrica vale mucho dinero!

     PRÓSPERO Y TOMÁS. -�A ver?...

     BRUNO. -Será cosa de... (Calculando.) �Ca!... �Mucho más! Esta fábrica...

     PRÓSPERO Y TOMÁS. -�Cuánto?...

     BRUNO. -�Bien valdrá unos..., sí! Y puede que me quede corto..., pero... (Aparte.) �Si esperan que yo se lo diga, ya están frescos!

     PRÓSPERO. -No nos da eso mucha luz...

     TOMÁS. -�No ciertamente!...

     PRÓSPERO. -Pero si por una chiripa viniese a mis manos, nadie más que el Sr. Bruno se pondría al frente de todo.

     BRUNO. -Estimando la buena voluntad. Yo ya conozco este manejo..., y usted, sin agraviar a naide, lo echaría todo a rodar.

     TOMÁS. -(Echándose otra copa.) A mí lo que me gusta es la huerta y...

     BRUNO. -(Riendo) �Eh, eh, eh!... Y la bodega, �eh?...

     TOMÁS. -�Oh! �Este Jerez es muy estomacal!

     PRÓSPERO. -Pues hablaremos, Sr. Bruno... Digo, siempre que...

     BRUNO. -�Ya!... Siempre que sea usted heredero.

     TOMÁS. -La cosa no es imposible.

     PRÓSPERO. -�Alguno ha de ser!

     BRUNO. -�Ya se ve!

     PRÓSPERO. -�Y usted no ha olido algo?

     TOMÁS. -Siempre le consultaría a usted D. Bernardo...

     BRUNO. -�El amo!... �Sí, sí!... �Bonito era él para consultar nada con naide! Además que yo nunca me he metido...

     PRÓSPERO. -(Aparte.) �Este no nos dice nada!

     TOMÁS. -(Sacando el reloj.) Un cuarto de hora falta.

     PRÓSPERO. -�Le parece a usted que demos una vuelta por el jardín?

     BRUNO. -Eso es... Allí verán ustedes a los demás parientes que están esperando también.

     PRÓSPERO. -Hasta luego, Bruno.

     TOMÁS. -Hasta luego.

     BRUNO. -�Vayan ustedes con Dios!

Escena III

BRUNO. Luego ROQUE.

     BRUNO. -�Lástima sería que la fábrica fuese a parar a esos dos hambrones! �Qué sobones y qué curiosos son! Pues los otros... �Vaya unos muebles!...

     ROQUE. -(Sale cantando.)

                                                                           
Santo Cristo de la luz...
Señor de cielos y tierra...

     �Hola, Bruno!

     BRUNO. -Qué contento vienes, Roque...

     ROQUE. -�Porque vengo cantando? �Y qué se ha de hacer! Yo canto siempre, aunque esté echando los hígados. Al grano. Los compañeros me han encargado el encargo de que venga por ti.

     BRUNO. -�Que vengas por mí! �Para qué?

     ROQUE. -Ya sabes lo que dice la doctrina; que el Señor descansó el domingo.

     BRUNO. -�Y qué más?

     ROQUE. -Nada más; que hoy es domingo, y nosotros, para descansar, nos hemos gobernado un cochifrito y otras menudencias, y nos lo vamos a comer junto al río, allá a la Tabla Pintora; y hemos echado la cuenta, y faltabas tú, y queremos que vengas, y yo dije, digo, pues yo iré por él.

     BRUNO. -Lo agradezco, Roque; pero no puedo ir con vosotros.

     ROQUE. -�Vaya!... �No andemos en riquilorios, Bruno! Todo el día solo, dando vueltas por la fábrica con los ojos tiesos. �Mira que te pego un garrotazo para avisparte! �Te quieres tú también morir como el amo, para darnos otra pesadumbre? �Anda! �Voto va sanes! �Y vente con los amigos! �Verás qué cochifrito llevamos, y qué pellejo de moscatel! �Anda, Bruno!

     BRUNO. -Te digo que este domingo no voy; el domingo que viene será otra cosa.

     ROQUE. -�Anda, vente!

     BRUNO. -�Dale! Cuando yo digo que no voy, no voy.

     ROQUE. -�Pero por qué no has de venir?

     BRUNO. -Dime: �te acuerdas del día en que se murió el amo? �No os echasteis todos a llorar como unas criaturas?

     ROQUE. -�Ya lo creo! Porque aquél...

     BRUNO. -�Porque aquél era un amo de lo que no se encuentra! Pues bueno, yo también lloré; pero a mí me dejó encargado de todo, y como soy corresponsable de la fábrica hasta que se la entregue al heredero, mientras dure, no quiero perderla de vista. �Hoy se va a leer el testamento, y en haciendo yo mi entrega, corriente y moliente! �Ahí ha venido una piara de parientes hambrones a ver lo que pescan! �Así que los despache, listo! Ya tenéis a Bruno, como siempre, el primero a comer y a beber con sus compañeros.

     ROQUE. -(Alargándole la mano.) Toca: no hay más que hablar. Pero dime una cosa: �y si despachas el negocio temprano, contamos contigo?

     BRUNO. -Si despacho temprano, ya será otro cantar.

     ROQUE. -Bueno. Pues hasta las dos esperamos: �te acomoda?

     BRUNO. -Bien: si a las dos he despachado y he dado mis cuentas, andando con vosotros.

     ROQUE. -�Y adónde están esos pegotes de parientes que dices?

     BRUNO. -En el jardín. (Mirando por la ventana.) Míralos, por ahí andan.

     ROQUE. -�Calla, y es verdad! �Mira, mira qué recua! �Voto va al diablo!... �No es aquélla?... �Sí, ella es, o tengo telarañas, doña Inés!...

     BRUNO. -(Mirando con interés.) �Qué me dices!... �Y es verdad! �Doña Inés ha venido! �Mírala qué guapa! �Ay, Roque! �Si en vez de ser señorita... fuese así..., una muchacha de pueblo... y..., ya había caído Bruno; pero como es usía!...

     ROQUE. -�Y vaya! Cuánto palique trae con su primo D. Luisito, el sobrino de nuestro difunto amo. �Mialos, mialos cómo pelan la pava!

     BRUNO. -�Buen títere es el D. Luisito!... �Pero lo que es doña Inés, no tiene el amo perdón de Dios si no le ha dejado un buen bocado, porque a más de que lo merece..., la pobre..., ya se ve..., con el padre tan viejo, y sin más que el sueldo, que no le pagan, �y eso que dicen que ha sido un militar de lo poco! �Y que tiene unas heridas!...

     ROQUE. -�Ya! �Como que estuvo en la guerra!

     BRUNO. -�Y te acuerdas, antes de reñir con el amo, cuando venía a la fábrica todas las noches, cómo nos contaba sus campañas? Y aquella vez que lo perniquebraron de un balazo; así anda el pobre con aquella muleta. �Vaya! No puede menos que el amo se haya acordado de él a la hora de la muerte, y le haya dejado un pedazo de pan.

     ROQUE. -Puede ser; para todos alcanza y sobra. Pues digo, ahora que caigo en ello; �Bruno! �Sabes que el amo debía también en conciencia haberte dejado algo a ti?

     BRUNO. -�A mí?... �Borrico!

     ROQUE. -�A ti, a ti! �Pues si no hubiera sido por ti..., vaya.., cuántas veces se hubiera llevado el diablo la fábrica! El amo no estaba para nada, y tú lo hacías todo. �Y aquel día que se prendió fuego, si tú no te mueves seculórum! No queda ni cenizas. Bien te chamuscaste, y por poco no sales vivo.

     BRUNO. -�Toma! �Y qué había de hacer?

     ROQUE. -�Bueno! Por eso digo que aunque asomaras por un rincón del testamento, vamos al decir, que sería bien hecho. �Pues digo, si te dejara ahí, unos seis u siete reales para mientras vivas, �eh?... �No sería malejo! �Adiós trabajo!... �Qué vida te darías, gandul!

     BRUNO. -�Anda, borrico, anda!..., que viene gente..., no digas más barbaridades.

     ROQUE. -�Viene gente?... Pues me las guiño...

     BRUNO. -No..., aguárdate..., que nos vamos juntos.

Escena IV

Dichos, DOÑA INÉS y D. LUIS.

     LUIS. -(Dándole el brazo) Aquí..., aquí puedes descansar, querida prima.

     INÉS. -(Soltando el brazo.) Gracias, primo. �Oh! �Es usted, Bruno!

     BRUNO. -(Saludando.) �Señorita!... Siempre criado de usted..., y usted como siempre..., �tan buena y tan guapota!...

     LUIS. -�El buen Bruno!... �El favorito del tío!...

     BRUNO. -Para servir a usted, D. Luis.

     ROQUE. -Y aunque sea descortesía, señorita..., �cómo está su señor padre de usted?

     BRUNO. -�Es verdad! Siempre fuerte, �eh?

     INÉS. -�Así, así!... �El pobre, tan achacoso! Yo quería que me acompañase aquí..., pero no ha consentido; a la puerta me dejó... y se fue, saltándosele las lágrimas.

     BRUNO. -�Qué demonio de mundo! Ya se ve..., como ocurrió aquella desazón... Bien sabe Dios que no dejé de trabajar con el amo; �pero nada! �Con aquel genio! Y es lo único en que me ha dejado feo. Pero, Dios mediante, yo espero..., él era así, desabridote, Dios lo haya perdonado; pero buen corazón, y vamos, se me figura que a la hora de la muerte lo habrá enmendado...

     LUIS. -(Con curiosidad.) �Hola! Conque usted cree...

     BRUNO. -No, señor; pero... yo me entiendo y bailo solo, porque... Conque... (Despidiéndose.) con su permiso de usted, señorita, voy a la obligación. (A DOÑA INÉS, en confianza.) �Buen ánimo! Dios querrá...

     INÉS. -�Gracias, querido Bruno!

     BRUNO. -(Aparte, gozoso.) �Huy! �Su querido Bruno! �Bendita sea esa boca!

     ROQUE. -�Vienes o no vienes?

     BRUNO. -Allá voy. Conque... hasta luego. (Aparte.) �Ay, si no fuera usía! (Se retira mirándola y tropieza con ROQUE.) �Anda, hombre!

Escena V

DOÑA INÉS y D. LUIS.

     LUIS. -(Aparte.) �La ha hablado al oído!... Este sabe algo. �Qué es eso, prima? �Parece que te has quedado parada!

     INÉS. -No; pero he venido aquí de mal humor. La conversación que oía en el jardín me estaba repugnando..., por eso me marché. �Y esos se llaman parientes! Calculando ahí con la mayor frescura cuánto valdrá esto, cuánto valdrá aquello..., y si la huerta tiene noria..., y si..., �válgame Dios!... Repartiéndose ya la herencia como lobos... �Jesús, qué gente!

     LUIS. -�Qué quieres, prima!... La educación..., �no ves qué maneras tienen y qué fachas? Yo no he venido más que por ceremonia..., al fin soy pariente..., pero como no lo necesito... Si me tocara algo, confieso que me alegraría, por...

     INÉS. -�Yo por mi pobre padre!

     LUIS. -(Aparte.) Y yo por mis acreedores. Pero tú, primita..., vamos, francamente..., algo sabes tú de...

     INÉS. -Yo, ni una palabra...

     LUIS. -(Aparte.) �Y se sonríe! Vaya, parte le toca. Bruno se lo ha dicho..., y esta es ocasión de armarme. �Esta primita!..., queriéndola yo tanto... �y se pasan años sin vernos!

     INÉS. -Cosa muy sencilla: tú vives en Madrid metido en el gran tono, y yo en Alcalá con mi padre.

     LUIS. -Pues es un horror que estés aquí enterrada.

     INÉS. -�Y qué quieres! No tenemos más que el sueldo de retirado, y con el sueldo no se vive en Madrid.

     LUIS. -Pues no hay consuelo para eso; tú debías brillar en la corte, y darías envidia a todas.

     INÉS. -�Vaya!... Se te conoce el trato de Madrid. �Cada día estás más galante!

     LUIS. -�Es que tú cada día estás más hermosa! (Aparte.) Digo, �y ahora con la herencia!...

     INÉS. -(Riendo.) �Vamos!..., no quieres, en estas horas que te alejas de la corte, perder la costumbre de decir flores...

     LUIS. -(Con sinceridad afectada.) No; �no lo creas! No soy yo de los que prodigan requiebros. �Oh! Bien sé yo que la felicidad, la verdadera felicidad no consiste en coquetear con todas, sino en agradar a una sola. �Ay, prima! �Soy ya muy otro! Esa vida de calavera, esa sociedad..., �no tiene ya para mí los atractivos que tú te figuras!

     INÉS. -�Hablas de veras?

     LUIS. -Como lo estás oyendo, �Ay, prima! Yo busco un corazón que comprenda el mío. En fin, estoy cansado de la vida de soltero; de esta vida monótona y disipada, y quiero casarme.

     INÉS. -�Casarte tú! (Aparte.) No hay duda; mi primito ha creído que soy la heredera. -Pues, primo mío, �nada! Debes realizar ese feliz pensamiento, es muy moral, y muy...

     LUIS. -Sí; pero no es cosa tan fácil, porque yo quisiera encontrar una mujer..., una mujer así..., no de esas que hay, sino...

     INÉS. -�Ya!

     LUIS. -Sino una mujer hermosa, amable, de talento.

     INÉS. -�Ya!

     LUIS. -Sencilla, virtuosa.

     INÉS. -�Ya, ya!

     LUIS. -�En fin, una mujer como tú!

     INÉS. -(Aparte.) �No lo dije! -�Ay, primo! �Me haces demasiado elogio!

     LUIS. -�No tal!

     INÉS. -�Sí tal! Las prendas que tú buscas en mí, aún no sabes si las tengo; ni lo sabrás hasta que se lea el testamento.

     LUIS. -�Cómo, prima! �Puedes sospechar?...

     INÉS. -(Riendo.) Aguarda un ratito, y entonces me dirás requiebros con conocimiento de causa.

     LUIS. -�Estás en ti! (Aparte.) Pues no creo que va descaminada. -�Hola! Ya vienen aquí todos, llegó el momento crítico.

Escena VI

Dichos, BRUNO, D. PRÓSPERO, D. TOMÁS, otros parientes y EL ESCRIBANO.

     ESCRIBANO. -�Me parece que en cuanto a puntualidad!...

     PRÓSPERO. -Sí, sí; es usted un modelo.

     TOMÁS. -Vamos, vamos a despachar.

     ESCRIBANO. -(Saludando a DOÑA INÉS y a D. LUIS.) Señorita y caballero, soy de ustedes como debo.

     BRUNO. -(Aparte a DOÑA INÉS.) Señorita, que salga como yo deseo y como usted se merece.

     LUIS. -�Ea! �Qué esperamos?

     PRÓSPERO. -Nada; aquí estamos todos.

     ESCRIBANO. -Pues señores, por mí no haya demora.

     BRUNO. -Si ustedes quieren pasar al gabinete...

     ESCRIBANO. -Vamos allá. (D. LUIS da la mano a DOÑA INÉS; todos entran en el gabinete del fondo y se sientan alrededor de una mesa, BRUNO se queda en el proscenio.)

     BRUNO. -�Andar, andar a ver a quién le toca la breva! �Qué caras tienen!... Y D. Próspero, con tanta boca abierta, parece que se quiere tragar al Escribano con testamento y todo. Bien le decía yo al amo: �por qué diablos no se casa usted? Ahora tendría un hijo a quien dejarle todo esto, y no vendrían esos zánganos...

     ESCRIBANO. -Empiezo, señores, con licencia de ustedes. (Lee.) �En nombre del Padre, del Hijo, etc. Yo D. Bernardo García, natural, etc.: hallándome en mi cabal juicio, declaro que por el presente instituyo y nombro heredero universal de todos mis bienes al dependiente mayor de mi fábrica Bruno José Fernández.�

     TODOS. -�A Bruno!...

     BRUNO. -�A Bruno..., a mí..., a Bruno!... (BRUNO está como alelado. Los parientes se levantan y rodean al ESCRIBANO con mucha algarabía; éste les enseña el testamento para que se cercioren.) Yo estoy durmiendo, y esto es una pesadilla. (Se pellizca.) A ver si despierto... Es esto verdad... A mí la fábrica... �y todo lo del amo!...

     LUIS. -(Viniendo a la sala y dando la mano a BRUNO.) �D. Bruno!...

     BRUNO. -(Aparte.) �Calla, ya soy don!

     LUIS. -Doy a usted la más cordial enhorabuena. Mi tío ha hecho un acto de justicia.

     BRUNO. -�Pero es de veras?...

     LUIS. -Sí, amigo mío; todo es de usted, y me alegro en el alma del chasco que se han llevado esos majaderos.

     PRÓSPERO. -(Viene al otro lado.) �Oh, Sr. D. Bruno!

     BRUNO. -(Aparte.) �Ea, ya soy señor don!...

     PRÓSPERO. -�Ese hombre debe estar en la gloria, aunque no sea más que por este rasgo de justicia!

     BRUNO. -�Conque no hay duda?

     PRÓSPERO. -El testamento está en toda regla; usted es dueño de todo.

     BRUNO. -�Vamos, yo estoy lelo!

     LUIS. -Usted debe fijar su residencia en Madrid, y allí yo le pondré a usted al corriente en cuatro días; le llevaré a las sociedades...

     PRÓSPERO. -Si usted pone casa, cuidado no le engañen; yo entiendo de eso, yo le dirigiré a usted...

     BRUNO. -Muchas gracias, señores, ya avisaré.

     LUIS. -Pues hasta la vista.

     PRÓSPERO. -Hasta la vista.

     BRUNO. -Vayan ustedes con Dios.

     PRÓSPERO. -(Dirigiéndose a los del gabinete.) Caballeros, �nos vamos? (Los parientes van saliendo y dando la enhorabuena a BRUNO.)

     BRUNO. -�Vaya, y yo pensé que me iban a armar aquí un escándalo! Pues parecen muy guapos estos dos... (Saludando a los que salen.) Vivan ustedes mil años; vayan ustedes con Dios...

     TOMÁS. -Amigo D. Bruno, ya usted sabe mi profesión; soy médico. Celebraré poderme emplear en servicio de usted.

     BRUNO. -Gracias, por la buena voluntad.

     ESCRIBANO. -Nada digo, ya sabe usted la escribanía; si ocurre otra cosa así...

     BRUNO. -Estimando, D. Geromo... �Es mucha cosa esta! Conque vamos al decir, yo estoy en mi casa, �todo esto es mío! (Dando con las manos en las paredes y en los muebles.) Esto es mío... (Sentándose en todos los sillones.) Estas sillas son mías..., mías... �Aquí no manda nadie más que yo! �Yo solo!... (Viendo salir a DOÑA INÉS.) �Ay!... (Conteniéndose.) �Doña Inés..., ya no me acordaba!...

Escena VII

DOÑA INÉS y BRUNO.

     INÉS. -(Saliendo.) Ya ve usted, Bruno, cómo no ha salido su pronóstico. Pero mi tío ha hecho bien: a su celo de usted debía toda su riqueza, y ha querido pagarle. Le doy a usted la enhorabuena. �Y bien sabe Dios que se la doy de corazón!

     BRUNO. -Señorita...

     INÉS. -�Adiós, Bruno; felicidades! Voy a buscar a mi padre, que me estará esperando. Adiós, Bruno.

     BRUNO. -Señorita, no se vaya usted tan presto; yo quisiera..., no sé cómo... pero...

     INÉS. -�Qué quisiera usted, Bruno?

     BRUNO. -Qué se yo..., nada..., pero yo, vamos, lo dicho; yo aquí, donde usted me ve, señorita, estoy apesadumbrado; y, la verdad, no quisiera verla a usted marcharse. �Qué diablo! Yo no tengo la culpa de esto, señorita, y quisiera pedirla a usted perdón.

     INÉS. -�Pedirme perdón, Bruno, y de qué?

     BRUNO. -�De qué? Mire usted: cuando se lo oí leer al Escribano y vi salir a todos esos gandules, juro a Dios que me alegré, y me puse más contento que todas las cosas juntas. Pero en cuanto la he visto a usted, doña Inés, me ha dado una ira de verme alegre, que mire usted, me hubiera pegado de calamorrazos; sí, señora, porque veo que usted lo siente, señorita.

     INÉS. -�Yo! Se equivoca usted, Bruno.

     BRUNO. -No digo yo que sea por mí; pero apostemos algo bueno a que se ha acordado usted de su padre, que anda el pobre así, tan atrasado, y eso la ha hecho a usted llorar; sí, señora, a la vista está: usted ha llorado; pues qué, �soy yo ciego?

     INÉS. -(Enternecida.) No, Bruno.

     BRUNO. -(Con calor.) Pues usted no se ha de ir así: �no faltaba más, canario! La parte de la herencia que le corresponde, se la ha de llevar usted. �No eran hermanos? Pues la mitad...; la mitad es para usted.

     INÉS. -�Bruno!...

     BRUNO. -Yo no la quiero; digo que no la quiero.

     INÉS. -No hablemos de eso, Bruno; todo es de usted. Mi tío lo ha querido así, y nadie tiene derecho a oponerse a su voluntad.

     BRUNO. -�Cómo que oponerse? Pues yo me opongo. �Vaya! �Quién me ha de obligar a mí a tomarlo todo, si yo no quiero ni me da la gana? El testamento dirá lo que quiera, pero yo digo que eran hermanos, y en ley de Dios la mitad es de usted; y si yo me la guardo soy un ladrón. Vaya, �se la figura a usted que yo había de consentir en ser rico y verla a usted pobre? �Está usted fresca! DonBernardo, que esté en gloria, cuando escribió eso no estaba en su cabal juicio; y yo que le regañaba en vida y enmendaba sus torpezas, también quiero enmendárselas después de muerto, y puede que allá en la otra vida me lo agradezca. �Vamos, doña Inés, tome usted su parte, no haga usted desesperar al pobre Bruno; tome usted su parte!

     INÉS. (Conmovida.) Bruno, yo le he tenido a usted siempre por hombre de bien; pero no me figuré que abrigase usted un corazón tan grande y tan hermoso. Agradezco en el alma, amigo mío, ese rasgo de generosidad. La delicadeza me manda rehusar esa oferta; pero crea usted que su noble acción quedará aquí grabada toda mi vida.

     BRUNO. -�No quiere usted? Pero �por qué, por qué? Perdóneme usted si la he avergonzado, si la he faltado al respeto; yo no sé hablar, ni decir las cosas con finura. Yo soy un pobre Juan Lanas, señorita, y ya se ve, como soy así, usted tiene a menos el recibirlo de mí, y por eso me desprecia.

     INÉS. -�Yo despreciarlo a usted, Bruno! Por Dios, no me aflija usted más; lo que usted acaba de hacer le ennoblece a mis ojos; pero no se canse usted, lo que me propone es imposible.

     BRUNO. -�Imposible!

     INÉS. -Sí; en el mundo hay consideraciones que es indispensable guardar. Además, ya conoce usted a mi padre; su amor propio se ofendería y no habría poder en el mundo que le hiciese aceptar unos bienes que deben recordarle la ingratitud y el despego de su hermano.

     BRUNO. -Pero, �válgame Dios, señor, válgame Dios! �Y no hay camino de que usted se lleve lo que le corresponde, lo que es suyo? Pues yo no me quedo con ello; primero lo destrozo, primero lo pego fuego.

     INÉS. -No hay camino, Bruno; no se canse usted, no hay ninguno.

     BRUNO. -�No hay ninguno? (Aparte, mirándola.) �Vaya si hay! Yo bien sé que hay pero, �cuando he de tener ánimos! �Y se van a ver en la miseria, pidiendo limosna!... Allá voy; �maldita sea mi cortedad! -Señorita, yo soy un hombre de bien, y siempre voy por el camino derecho; conque no se enfade usted, pecho al agua. Señorita, usted está pobre, �cómo ha de ser!... Usted está pobre y mereciera tener más millones que caben aquí; pero usted quiere mucho a su padre, �no es verdad?... Pues bueno; �quiere usted que le diga un medio para que el pobre viejo reciba sin decir palabra la parte que le toca? Pues ese medio es... (Deteniéndose con empacho.) �Vaya, aunque me maten no se lo digo!

     INÉS. -Diga usted, Bruno, yo no adivino...

     BRUNO. -Señorita..., yo tengo treinta años, soy hombre de bien, sé leer y escribir y punto redondo; pero lo que se pueda aprender yo lo aprenderé, haré lo que usted me mande, seré un esclavo de usted y de su padre; en fin, señorita, �quiere usted casarse con Bruno? Ya se lo solté...; no se enfade usted, señorita, yo siempre por el camino derecho.

     INÉS. -Bruno, esa proposición hecha así...

     BRUNO. -Es un trabucazo, ya lo veo; y si no fuera porque urge poner remedio a lo que ha hecho el difunto, yo no hubiera dicho esta boca es mía; y eso que cada uno tiene su alma acá dentro y pasa lo que pasa. Pero tiene usted un padre viejo, y para que el pobre lo disfrute no hay otro camino. Conque usted dirá..., esto es, a menos que el remedio no sea peor que la enfermedad.

     INÉS. -�Qué dice usted, Bruno!

     BRUNO. -�Qué he de (3) decir! Que la herencia no me ha de haber vuelto bonito; soy lo mismo que era, y así es, señorita, que yo no la pido a usted que me quiera..., eso no puede ser..., más adelante, �quién sabe!... Si yo me doy maña puede que algún día llegue a merecer un poco de cariño; en fin, señorita, acordémonos del pobre viejo, y nada más.

     INÉS. -(Aparte.) �Ah, tiene razón! �Mi pobre padre!

     BRUNO. -�No me responde usted nada? Ya se ve, le cuesta a usted trabajo resolverse a hacer este sacrificio; pero vamos, cómo ha de ser, anímese usted y consuélese pensando que el pobre Bruno, aquí donde usted lo ve, no ha soñado nunca otra felicidad más grande.

Escena VIII

Dichos y ROQUE.

     ROQUE. -(Sin ver a DOÑA INÉS.) Bruno, �se acabó ya ese negocio? Vamos a comer el cochifrito.

     BRUNO. -Aguarda, aguarda.

     ROQUE. -(Viéndola.) �Ah! Dios guarde a usted, doña Inés.

     BRUNO. -(A DOÑA INÉS.) Conque, señorita, aquí tiene usted a Bruno esperando su sentencia; �no me dice usted nada?

     INÉS. -�Ah, sí! Su generosidad de usted merece una respuesta.

     BRUNO. -�Y qué respuesta?... �Qué respuesta?

     INÉS. -(Alargándole la mano.) Bruno, pídasela usted a mi padre.

     BRUNO. -�Ah! (Cae de rodillas besándole las manos.)

Escena IX

BRUNO y ROQUE.

     ROQUE. -�Calla! Ya adivino lo que anda..., lo que yo dije... �Te ha dejado el difunto los siete reales diarios?

     BRUNO. -(Loco de gozo.) �Qué siete reales! Todo es mío, Roque; todo es nuestro, ya no soy pobre, ya no eres tú pobre, ya no es nadie pobre; soy heredero universal, y me ha dicho que la pida a su padre.

     ROQUE. -�Estás en tu juicio, Bruno! �Heredero universal?

     BRUNO. -Sí, Roque, sí; vamos a buscar a los compañeros, yo pago el cochifrito y el moscatel; todo, todo, y luego voy a pedírsela a su padre, �no es verdad? �Así ha dicho! �No la has oído tú? Sí, tú lo has oído, dime que lo has oído.

     ROQUE. -Sí tal, así lo ha dicho.

     BRUNO. -Sí, sí lo ha dicho; abrázame, Roque, abrázame. (Le abraza con extremos de alegría, y se va con él.)



ArribaAbajo

Acto segundo

La escena es en Madrid. El teatro representa una sala adornada con suma elegancia y lujo. Puerta en el foro que da a la antesala: otra a la izquierda, que conduce a lo interior: balcones a la derecha. Un velador con juego de café. Sofá, sillones, etc.



Escena primera

D. PRÓSPERO y CRIADOS. Éstos disponen, bajo la dirección de D. PRÓSPERO, el servicio para tomar café, colocan las sillas, etc.

     PRÓSPERO. -Eso es, ahí las sillas. Bien, que esté listo el café para cuando yo avise. Vayan ustedes a continuar sirviendo a la mesa, (Vanse los criados por la izquierda.) �Vaya, que no lo hago mal! No debe pesarle a D. Bruno haberme nombrado mayordomo. Y si yo no ando listo..., ya se ve, �se hizo esa boda en un abrir y cerrar de ojos! El padre no quería por temor de sacrificar a su hija; pero ella se empeñó, y a todos nos ha venido bien. El bueno de D. Bruno estaba loco por la niña..., yo tengo mis veinte reales diarios, casa, mesa, ropa limpia... �En fin, como el pez en el agua! Doña Inés, como tiene ese talento y esa gracia, en todo está. Vamos, parece que toda su vida ha sido rica y ha tenido casa. Pero lo que es D. Bruno... (Se ríe.) �Ah, ah, ah! �Qué cosas hace! En los seis meses que lleva de señor, todavía no ha podido desasnarse, a pesar de que su mujer no le deja pasar una. �Y qué había de suceder! Pasar de criado a amo... así, de repente..., el que no está hecho a bragas..., así es que a cada paso todos tienen que ponerse el pañuelo en la boca para que no los vea reír. �Ah, ah, ah! �Pobre D. Bruno! Calla, aquí viene... �Cómo se ha levantado de la mesa!

Escena II

D. PRÓSPERO, BRUNO, luego DOÑA INÉS. BRUNO sale por la izquierda muy incomodado: está vestido de moda, y trae la servilleta al ojal.

     BRUNO. -(Sin ver a D. PRÓSPERO.) �Maldita sea la corte y el buen tono! (Tira con rabia la servilleta en una silla.)

     PRÓSPERO. -�Mal humor trae! �Qué será?

     BRUNO. -Por más que pongo todos mis cinco sentidos, �nada!, siempre la he de... �Hola, D. Próspero!

     PRÓSPERO. -He venido a hacer disponer aquí el café para después de la comida.

     BRUNO. -Bien.

     PRÓSPERO. -�Quiere usted algo?

     BRUNO. -No, señor.

     PRÓSPERO. -Ahí viene la señora. (Vase.)

     BRUNO. -�Mi mujer!

     INÉS. -(Saliendo por la izquierda.) �Qué es eso, Bruno, qué tienes? �Por qué te has levantado de la mesa?

     BRUNO. -Por nada, Inesita; es que ya no tengo más hambre.

     INÉS. -Pero ya te tengo dicho que eso no se hace; y tú que aprovechas bien las lecciones que te doy...

     BRUNO. -�Que aprovecho! �Sí, ya baja! Eso me lo dices por animarme, pero no cuela; y por más que me quiebro la cabeza para aprender las buenas maneras, nada, no me entran.

     INÉS. -Ya las irás adquiriendo, querido Bruno; tú pon cuidado, y verás cómo insensiblemente...

     BRUNO. -(Con tono de incredulidad.) �Necuáquam!

     INÉS. -Te digo que sí. La prueba es que ya no eres el mismo que eras cuando nos casamos. Te falta muy poco que hacer, y debes continuar hasta perfeccionarte.

     BRUNO. -Tú dirás lo que quieras; pero yo estoy seguro de que siempre seré un patán, y que a lo mejor descubriré la hilaza. �Qué quieres! La cabra siempre tira al monte, y ya es viejo Pedro para cabrero. �Vaya! En mi vida aprendo yo todos prifiles que aquí se gastan.

     INÉS. -(Sonriendo.) Perfiles.

     BRUNO. -Es verdad, perfiles. Esta palabra siempre la destripo, por más que me lo avisas. �Si no me puedo acordar!

     INÉS. -No te impacientes. Eso es obra del tiempo.

     BRUNO. -�Qué tiempo! Cuando las cosas no vienen así... de sopetón... Mira cómo para quererte a ti no necesité tiempo: fue cosa de un minuto: te vi, �y ya supe quererte!

     INÉS. -�Hola! �Qué tal? Mira si adelantas. �Me has dicho una galantería de exquisito gusto!

     BRUNO. -�Qué galantería? Eso es porque me sale de adentro. Pero dime, Inesita, por fuerza habré hecho muchas barbaridades en la mesa; digo porque noté que todos se reían. Lo que no entiendo es por qué se reía tanto el primo D. Luis cuando os eché vino; pues yo bien llené los vasos hasta arriba.

     INES. -Eso fue justamente lo malo. A las señoras no se les echa sino muy poco vino de cada vez.

     BRUNO. -Pues ellas bien se lo bebieron; yo lo hacía porque tuvieran ración para un rato. Pero en fin, si me dices que es mal hecho, no lo volveré a hacer, les echaré un dedito. �Ah! También se rieron porque me levanté a dar un plato limpio a doña Baltasara.

     INÉS. -También fue mal hecho. Eso debe hacerlo el criado.

     BRUNO. -�Conque hubiera sido más político dejarla esperará que viniera Pedro de la cocina? Eso es otra cosa. Lo mismo que reírse porque a doña Lorenza le serví un pollo con tomate.

     INÉS. -�Pero un pollo entero!

     BRUNO. -Es que yo sé que tiene buen diente; �mira cómo se lo comió todo! Otras veces la he visto repetir, y por eso...

     INÉS. -(Con tono cariñoso.) Mira, querido Bruno, hay mil cosillas que así al pronto no parecen nada, pero que chocan en sociedad, porque admiten tal vez cierta interpretación ofensiva o poco favorable. Por ejemplo: nada significa en realidad el remangarse los puños para comer; pero...

     BRUNO. -(Bajándoselos aprisa.) �Por vida del demonio! �Todavía los tengo! Es porque siempre me los mancho de grasa..., pero no lo haré más; que se manchen. Y puede que fueran por esto las señas que me hacías, y yo me volvía loco.

     INÉS. -Sí, Bruno, por eso eran.

     BRUNO. -�Voto va sanes!... �Y yo cada vez me las arremangaba más! �Pobre Inesica! �Cuánto te haré padecer con mis gansadas!... �Vamos, me lleva Satanás!

     INÉS. -�Quieres callar y no impacientarte por tan poca cosa? Cuando te digo que adelantas mucho, y que otros en tu lugar serían mucho más torpes...

     BRUNO. -�Esa es grilla!

     INÉS. -Te digo que no. Y además, �no te basta que yo esté contenta?

     BRUNO. -�Si me basta?... �Vaya! Como tú estés contenta, Inesica mía..., se me dan dos cominos de las risas del primo D. Luis y de los cuchicheos de esas madamitas... tan espetadas... y con unos quiebros... y unos gestos, que también me hacen reír a mí. �Todas estas burlas son porque se comen de envidia!... Los hombres porque soy tu marido, y las mujeres porque eres más guapa que ellas.

     INÉS. -�No digas tal cosa! Pero mira que van a extrañar en la mesa, vamos al comedor.

     BRUNO. -(De mala gana.) Si tú quieres, vamos.

     INÉS. -No: si te haces violencia, quédate; yo daré una excusa..., diré que te sentías indispuesto.

     BRUNO. -�Sí, sí!... Mejor es eso.

     INÉS. -�Ves? Eso tiene de bueno la sociedad: cualquier cosa le choca..., pero con cualquier cosa se la satisface. Adiós, Bruno. (Le da la mano y se va.)

Escena III

BRUNO.

     BRUNO. -�Qué alhaja es mi Inés!... �Dios la bendiga!... �Cómo suda ella para amaestrarme..., y qué trabajo le cuesta meterme en los trotes...; y vaya usted, después de ver esto, a darla a entender que esta vida me revienta... y que daría un dedo por volver a la antigua! �Vaya! �Dios me libre!... Y luego, que yo al casarme la ofrecí hacer siempre su gusto... y pulimentarme... y volverme otro. �Vaya si se lo ofrecí!... �Pues dígole a usted que no deja de tener sus contras el ser rico! Nunca me lo hubiera figurado... allá... cuando trabajaba en la fábrica... Entonces no tenía que andar con esos prifiles... cuando nos íbamos a comer el cochifrito al río... y a bebernos un pellejo de moscatel... Allí nos tendíamos en la hierba, y con los cinco mandamientos... �Hi, hi! (Riendo con gozo.) �Y un vaso para todos!... �Cuántas tengo corridas con aquel Roque!... �Qué buen Roque!... Cuando le veo... �vaya! me remozo. �Qué tiempos aquellos! (Óyese ruido en la antesala.)

Escena IV

BRUNO, ROQUE y UN CRIADO.

     ROQUE- (Atropellando al criado.) �Vaya usted a los infiernos!

     CRIADO. -Le digo a usted que no está visible el amo.

     BRUNO. -�Roque!

     ROQUE. -�Qué no está visible!... Pues digo, yo bien le veo.

     BRUNO. -(Al criado con enfado.) Juan, �quiere usted hacer el favor de dejarlo entrar? �Vaya! Y tengan ustedes entendido que el señor puede entrar aquí a todas las horas del día y de la noche �Mi querido Roque! Cuidado que vuelva a acontecer, porque os pongo en mitad del arroyo. Andaisus ahora a roncar en la antesala. (Vase el criado.)

     ROQUE. -�Así me gusta!... �Duro! �Tunantes! �Es que hace más de una hora que me estoy ahí de pie derecho! �Para mi genio que no puedo estar parao! Tóo era decirme esos zánganos... �que el amo está comiendo...� �Pues maldecíos! �Aunque fuera un liongábalo... pa comer tanto!... Conque, ya cansao, me iba a colar... y ellos me agarraron. Conque entonces le sacudí a uno de ellos una puñáa que lo tumbé contra un banco... y al otro le arrepunjé. (Dándole la mano.) Conque, yo tan güeno... �tú? Vaya, me alegro. �La parienta, tan guapa?

     BRUNO. -�Mi bueno de Roque! Hombre, que lo creas, que no lo creas..., ahora mismo estaba pensando en ti.

     ROQUE. -�De veras? �Vaya! Señal que las pesetas no te han dao fantesía. Pues mira, si quieres que te dé un consejo... te digo que pongas en mitad de la calle a todos esos bergantes que tienes ahí a la puerta, porque no hacen más que estarse burlando de ti y contando las gansadas que haces... y otras cosas.

     BRUNO. -�Qué decían? �Qué otras cosas?

     ROQUE. -�Qué otras cosas? Na. Mejor es dejarlo. Conque, y la parienta..., buena, �eh? Me alegro. �Y su padre?... �Tan fuerte? Lo celebro. Adónde está..., le daré las buenas tardes.

     BRUNO. -(Riendo.) �Poco a poco, hombre! �Pues no sabes que se fue a vivir a nuestra quinta, junto a Alcalá?

     ROQUE. -�Toma!... �Ya decía yo!... A él no le podía gustar esta vida. Él ha sido soldado...

     BRUNO. -Y si vieras qué ganas se me pasaron de irme con él. Pero mi mujer quería que nos distalásemonos aquí.

     ROQUE. -�Ay!... �Vaya un término revesao!... Nos distalásemonos... �Cómo hablas ya, hombre!

     BRUNO. -(Riendo.) �Anda!... �Búrlate ahora tú!

     ROQUE. -No..., yo no me burló. Por fuerza, en mudando de vida, hay que mudar de términos... Digo..., mírame a mí. Dende que me enviaste aquellos cuartos, dije yo: para ir a verlo, tengo que llevar levosa..., conque me dijeron que ahí enfrente de Santo Tomás lo había todo... muy primoroso..., conque me fui allá y me equiparon..., mira..., y los calzones con trabas..., así puedo venir a verte, sin que tengan que reírsen...

     BRUNO. -Bien hecho. Y lo que quiero yo es que dejes de una vez la fábrica y te vengas aquí a vivir con tu amigo Bruno.

     ROQUE. -�Y a santo de qué?

     BRUNO. -A santo de que soy rico y quiero que tú lo disfrutes. Roque, �eres mi amigo... o no eres mi amigo?

     ROQUE. -(Alargándole una mano y dándole una palmada.) Toca ahí. Porque soy tu amigo no me da la gana de vivir a tus costillas... para poder siempre decirte la verdad. Cuando quieras convidarme a un par de copas..., corriente. �Pero dejar yo mi trabajo y mi libertad?... No, señor.

     BRUNO. -Roque, no seas vanidoso, porque eres pobre. �Vamos, borrico!... �Vente a vivir conmigo!

     ROQUE. -�Dale! Te digo que hablemos de otra cosa. Ya sé que hoy tienes convidaos... y que aquí los vas a convidar a café. Yo también me quedo a tomar mi taza..., verás yo con qué pulítica...

     BRUNO. -(Con temor.) �Cuidao, Roque! �No hagas alguna que sea sonada! Mira que el tomar café es de lo más peliagudo...

     ROQUE. -�Bah, bah! Ya verás. �Calla! Ahí vienen ya. �Mira qué fachas!...

     BRUNO. -(Aparte.) �Dios le tenga de su mano!

Escena V

Dichos, DOÑA INÉS, D. LUIS, D. PRÓSPERO, CONVIDADOS, CRIADOS.

     INÉS. -Aquí tomaremos café.

     LUIS. -(Aparte.) �Nunca puedo pillarla sola! �Si a lo menos hallara ocasión de darle esta carta!

     ROQUE. -(Llegándose a DOÑA INÉS.) �Dios guarde a usted, doña Inés..., y compañía! (Saludando a todos.) �Cómo va ese valor? �Tan guapota siempre! Dios guarde a ustedes, señores y madamas.

     BRUNO. -(Aparte a ROQUE.) �Basta de saludos, hombre!

     INÉS. -�Viene usted a tomar el café con nosotros?... Celebro mucho.

     ROQUE. -No haré mucho gasto..., mi taza y mi copa..., �habrá copa?

     BRUNO. -(Conteniéndolo.) Sí, hombre, de lo que quieras.

     INÉS. -Pedro, sirva usted. (Todos se sientan: DOÑA INÉS, D. LUIS y los convidados a un lado: BRUNO y ROQUE a otro. D. PRÓSPERO cuida de que se sirva el café.)

     ROQUE. -(Cogiendo una taza.) Pedro, sirva usted aquí. (Hace que le sirvan el primero.) Anda; anda más..., el platillo también. �Calla! �Este es el que llevó la puñaa!... (Alargándole la mano.) �Perdona, hombre! (Se va solo a una mesa donde está BRUNO y pone allí su taza.)

     LUIS. -(Aparte a D. PRÓSPERO, que se le ha acercado.) �Quién es ese facha?

     PRÓSPERO. -(Aparte a D. LUIS.) Un amigo de D. Bruno: Roque, uno de la fábrica.

     LUIS. -(Aparte.) �Calla! �Todavía se trata con aquella gente! �Y qué tal, primo, está usted más aliviado de su indisposición?

     BRUNO. -�Qué indisposición? (DOÑA INÉS tose y le hace señas.) �Ah!... Sí, sí... Voy mejor... Fue... fue un dolor de tripas.

     INÉS. -Mi marido padece algo del estómago.

     ROQUE. -(A BRUNO.) Eso te habrá venido con las pesetas; �porque allá tenías un estómago como un buitre! (Dando un sorbo.) �Huy! �Qué amargo! (Dando golpes en la mesa y llamando a voces.) �Mozo..., mozo, aunque sea descortesía, tráeme un poco de azúcar!

     LUIS. -(A DOÑA INÉS, riendo con disimulo.) �Es delicioso el Sr. D. Roque!

     INÉS. -Primo, �por Dios!

     ROQUE. -(A BRUNO.) �De qué se ríe aquel tío?

     BRUNO. -�Porque llamas mozo al criado!

     ROQUE. -Es verdad; pensé que estaba en la botillería! (Al criado, que le presenta el azucarero.) Gracias, joven. �Calla, aquí hay unas pinzas! �Qué invención!

     BRUNO. -Es para tomar los terrones, tonto.

     ROQUE. -�Vaya, pues! (Al criado.) Dios te lo pague, chico.

     LUIS. -(A las señoras.) �No tiene precio el amigo D. Roque!

     ROQUE. -(Aparte a BRUNO.) Pues el primo no me quita ojo..., �Sabes que me va cargando?

     BRUNO. -No repara en ti. Si está hablando con mi mujer...

     ROQUE. -�Eso sí!... �Él no deja de hablar con tu mujer!

     BRUNO. -�Qué?...

     ROQUE. -Nada.

     LUIS. -�Y qué tal fue anoche en la ópera, primo?

     BRUNO. -Mal. �Si no entendí una jota! Allí me dormí en un rincón del palco. �A mí, la Pata de Cabra!

     LUIS. -�Oh, la Pata de Cabra!

     BRUNO. -Pedro, dame el aguardiente.

     ROQUE. -Sí, sí... Venga, venga aguardiente. (Coge una copa y se hace servir.) �Anda, hombre! �El platillo también! �Así! (Todos se ríen.)

     BRUNO. -(Dándole un pisotón.) �Majadero! �Dale con el platillo!

     ROQUE. -Ya veo que se ríe otra vez el primo, y no le puedo atravesar.

     BRUNO. -�Eh! Atraviesa el aguardiente y calla.

     INÉS. -(Levantándose.) �Quieres que demos una vuelta por el Prado, Bruno?

     BRUNO. -Quisiera hacer compañía a Roque; pero tú puedes ir, Inesita.

     LUIS. -(Aparte.) Bueno. Qué, �irá sola?

     INÉS. -No: si tú no vas, yo tampoco.

     LUIS. -�Con una tarde tan hermosa!

     BRUNO. -Es verdad: no dejes de ir. Yo tengo que charlar con Roque.

     LUIS. -Si quieres, primita, yo te acompañaré.

     INÉS. -Gracias, primo.

     BRUNO. -No, Inesita, no dejes de ir. �Mira que me das un disgusto! Y ya que el primo te acompaña...

     INÉS. -Puesto que te empeñas...

     ROQUE. -(Aparte a BRUNO.) �Te empeñas en que la acompañe?

     BRUNO. -Sí; para poder quedarme contigo.

     ROQUE. -(Aparte.) �Malórum, malórum!

     INÉS. -Si quieren ustedes dar una vuelta por el jardín, mientras voy al tocador...

     LUIS. -Sí, sí... yo dejaré allí a estas señoras, y vendré a buscarte, primita. (Aparte.) �Ya pillé una ocasión! Esta tarde doy el golpe. Primo, Sr. D. Roque... hasta la vista. (DOÑA INÉS se va por la izquierda. Los demás por el foro.)

Escena VI

ROQUE y BRUNO.

     ROQUE. -Dime, Bruno, �entra también en la política el reírsen de uno en sus barbas?

     BRUNO. -�Por qué lo dices?

     ROQUE. -Porque no parece sino que los dos tenemos alguna danza de monos. �Cuidao con los parientes y amigos que te has echao!

     BRUNO. -Es malicia tuya, Roque.

     ROQUE. -�Malicia!... �Ya, ya! Pues mira: si quieres que te dé un buen consejo... �Vaya, no quiero meterme en la renta del excusado!

     BRUNO. -�Habla, hombre! Ahora vas a gastar riquilorios conmigo!

     ROQUE. -Pues te digo que tu primo D. Luis es un pitimetre muy acabadito, y muy meloso, y muy pegajosillo.

     BRUNO. -�Y qué tiene eso que ver?

     ROQUE. -Tiene que ver; que yo en tu lugar..., vamos..., no le dejaría pegarse tanto a mi mujer, ni llevarla a paseo.

     BRUNO. -�Y qué mal hay en eso? Él le tiene mucho afecto a su prima, y le gusta conversar con ella, y nada más.

     ROQUE. -�Bueno! Pero en el mundo hay malas lenguas, y... ahora se van al Prao juntos, �no es esto? Pues allí dirán las gentes: �Miala, miala! �La mujer de don Bruno! �Y es aquél D. Bruno? Ca, no: �aquél es un primo de ella! Pues... y entre primo y prima... ecetra.

     BRUNO. -Calla. �Quién ha de decir eso! �Y yo que lo oyera! �Voto a sanes! Inesita es muy honrada.

     ROQUE. -�Eso no es cuenta! Con todo y con eso, hablarán. El primo viene aquí de vesita toos los días, y se cuela, y te da la mano, y te soba. Pues eso, Bruno, lo hace pa camelarte, y naa más.

     BRUNO. -�Calla, hombre! �Y quieres que la prive de ver a sus parientes, y que no reciba visitas, cuando yo sé que por mí no va muchas veces a las tertulias, y yo por ella no hago otras cosas?... �Ay, Roque, cómo te envidio la libertad que tienes! �Tú haces lo que te da la gana! Y yo, con todas mis talegas..., aquí me tienes, esclavo de la corbata y de las trabas, sin poderme esperezar, sin andar en mangas de camisa, ni comer a gusto. �Canario! �Te acuerdas... allá en la fábrica? Llegaba el domingo, �y ancha Castilla! Un cabrito asado y un pellejo de vino, �y al campo a jugar al morro!

     ROQUE. -�Y fuera chaqueta, y trago largo!

     BRUNO. -Ven acá, ven acá; �vamos a echar un trago como hacíamos entonces! (Se echan licor y beben.)

     ROQUE. -�Andando! �Como buenos hermanos!

     BRUNO. -(Después de beber.) �Ay, Roque! (Dándose una palmada en la frente.) �Si yo te dijera!...

     ROQUE. -Dilo todo.

     BRUNO. -�Roque! �Yo soy muy desgraciado!

     ROQUE. -�Tú?

     BRUNO. -Yo. (Con misterio.) �Esta vida que llevo ya no la puedo aguantar! Hace seis meses que estoy ahogado, que estoy jerin... no: ese término no se dice.

     ROQUE. -Ya lo he cogido.

     BRUNO. -�Esto no puede durar! El mejor día se rompe la cuerda... �y salto! �Estoy harto de ver que paso aquí por un salvaje; estoy harto de que me avergüencen a cada minuto! �Estar siempre aquí embarado y de cuerpo presente horas enteras, oyendo hablar, sin entender palabra, poniendo buena cara a los que más me jerin... �Otra vez el término!

     ROQUE. -Adelante: ya lo he cogido.

     BRUNO. -Te aseguro que si no fuera por lo que quiero a Inesita, ya hace tiempo que hubiera enviado con mil demonios coche, parientes y mulas, �y todo! �Y me iría a vivir a mis anchas, al campo con mis compañeros! Pero si lo hiciera, la pobre Inesita se moriría de tristeza. �Y como la quiero tanto!... Y por remate de cuentas, �ya me has dado en qué cavilar con eso del primo D. Luis! Pues es verdad, que él no deja la ida por la venida; y has de saber que yo no le pongo buena cara; �pero nada! �No hace caso! Dice que me quiere dar lecciones de buen tono, y que por eso viene. Pero vamos..., eso que me has dicho... �es así, figuración tuya?

     ROQUE. -�Figuración, figuración!... Pues no, señor..., acabemos: no es figuración.

     BRUNO. -(Levantándose) �Qué dices!

     ROQUE. -Mira. Cuando me estuve antes dos horas ahí en la antesala, me andaba paseando y oyendo murmurar a los criados. Decían que eras el hazmerreír de todos los que venían aquí, y que a cada paso estaban pa soltar la carcajaa..., porque el primo D. Luis, como es tan pillo, te hacía burla y te remedaba en tus barbas. Y por allí pareció la doncella de tu mujer, y metió su cucharáa, y dijo: ��Oh! �Es mucho D. Luisito! �Qué rumboso! �No, no! �Si yo fuera de la señorita, no le haría penar tanto!�

     BRUNO. -�Eso dijo? �Ah grandísima indina! �El D. Luisito, eh? �Voto va Dios! Pues como yo le asiente un...

     ROQUE. -�Anda, anda! �Escandaliza ahora! Yo bien sé que eso es hablar..., pero...

     BRUNO. -No, no es hablar; que ahora voy ya atando cabos... y cosas que yo reparaba... �Hola, pues a mí no me la han de pegar, voto va Crispo! �Canastos! �Y se querían ir ahora al Prado, eh? Pues verás, verás como yo... �Qué es eso?

Escena VII

Dichos y D. PRÓSPERO con un ramillete.

     PRÓSPERO. -Soy yo... Vengo a decir que ya está puesta la carretela...

     BRUNO. -�Y quién le ha mandado a usted que pongan la carretela?

     PRÓSPERO. -El Sr. D. Luis, que va a venir por la señorita...

     BRUNO. -�Y qué ramo es ese?

     PRÓSPERO. -Me ha dicho que se lo traiga a la señorita...

     BRUNO. -�Quién?

     PRÓSPERO. -Su primo D. Luis.

     BRUNO. -�El primo D. Luis! �Y dale con el primo D. Luis! Démelo usted. Yo se lo daré a mi mujer. (Le toma con enfado el ramo.)

     PRÓSPERO. -(Aparte a ROQUE.) �Qué tiene, está desazonado?

     ROQUE. -(Aparte a D. PRÓSPERO.) Na, retortijones de tripas... �Si ha comido pepinos!

     BRUNO. -(Aparte, mirando el ramo.) �Miste qué monadas!... Apenas hace un cuarto de hora que se fue y ya le manda ramitos..., y va a venir a buscarla para ir al Prado..., y toda la tarde juntitos..., mirándose..., y oliendo el ramito, y... (Reparando en un papel que viene entre las flores.) �Dios mío! �Esto es una carta! �Una carta! �Soy!... (Se deja caer en el sofá.)

     PRÓSPERO. -�D. Bruno, qué es eso! �Se pone usted peor?

     ROQUE. -�Y es verdad! �Bruno! �Qué te ha dao?

     BRUNO. -(Guardándose el papel y fingiendo serenidad.) �Nada, hombre, nada! (Se levanta.) D. Próspero, he mudado de pensamiento. (Dándole el ramo.) Tome usted, haga usted su encargo, lléveselo a la señora.

     PRÓSPERO. -(Tomándolo.) �Ah! �Es el ramo el que le ha incomodado a usted? �Qué tontería! Esto no tiene malicia, son galanterías de buen tono...

     BRUNO. -(Conteniendo la ira.) Vaya usted, vaya usted, D. Próspero... Aquí no le dan vela para este entierro. Déjeme usted en paz.

     PRÓSPERO. -Perdone usted, D. Bruno, yo lo decía...

     BRUNO. -�Vaya usted con Dios le digo!

Escena VIII

BRUNO y ROQUE.

     ROQUE. -�Algo te escarabajea a ti, Bruno! �Por qué te tiembla la barba?

     BRUNO. -�Ay, Roque! �Soy el más desventurado que hay en el mundo! �Has visto ese ramo? �Has visto ese condenado ramo? �Pues mira lo que tenía dentro!

     ROQUE. -�Un papel?

     BRUNO. -�Sí, es una carta! Una carta para Inés... �La pícara me está engañando!

     ROQUE. -�Quieres callar? Eso no se dice ni se piensa de una mujer así...

     BRUNO. -Pues �y esta carta?

     ROQUE. -�La carta! �Y qué dice la carta? �La has leído por si acaso?

     BRUNO. -�Es verdad! �Tú me consuelas, Roque! �No puede ser ella!...

     ROQUE. -Léela; anda, ábrela y veamos.

     BRUNO. -(Temblando.) Sí..., vamos a leerla, dices bien... �Abrirle una carta! Desconfiar de mi mujer... �que me quiere tanto! (Tirando la carta al suelo.) �Maldita sea mi suerte!

     ROQUE. -(Levantándola.) �Eh!... �Cobarde!... Las cosas claras...; a salir del paso... (La abre.) �Se lee... y al vao o a la puente! (Lee.) �Prima mía...� Del primo es. �No puedo resistir más: al amor pasajero se puede imponer silencio; pero a una pasión violenta no es posible. Por librar de la miseria a tu padre, has dado la mano a un hombre que no te merece, a un rústico que no puede inspirarte cariño ni es capaz de apreciar tus encantos. Ese hombre fatal te tiene privada de la sociedad, pues no te atreves a presentarte en ella por no avergonzarte de tu marido...�

     BRUNO. -(Con amargura.) �Avergonzarse de mí!...

     ROQUE. -(Continúa.) �Yo te consolaré de esta desgracia; yo que te adoro, y espero de ti siquiera una palabra, una mirada de amor. Si traes en la mano este ramillete, será señal de que correspondes a mi pasión. �Ah! Por semejante felicidad daría mi vida.� �Tunante!

     BRUNO. -(Frenético.) �Sí, sí! �Darás la vida..., la vida..., infame!

     ROQUE. -�Calma, Bruno, calma!... No escandalices...

     BRUNO. -�Avergonzarse de mí!... �Si eso fuera verdad!...

     ROQUE. -�Eh!... �No digas barbaridades!... �No ves por el hilo de la carta que ella está inocente de too?... Tu mujer es honraa, Bruno..., y no hay que escandalizar la casa. �Naa! �Punto en boca!... Echas a la calle a ese pillastre; y naa más.

     BRUNO. -(Con ímpetu de ira.) �Nada más?... �Eso es!... �Y quitarle el sombrero y darle los buenos días! �De dónde sacas tú que esto se ha de quedar así?... �Yo quiero matarlo!... �Yo voy a matar a ese hombre!... �A hacerle comer la carta!... �A tirarle por el balcón o que riña conmigo!

     ROQUE. -�Calla, hombre!... Él no ha de querer reñir a puñetazos, que es como tú sabes.

     BRUNO. -A todo; a lo que quiera...

     LUIS. -(Dentro.) �No se ha vestido todavía?

     BRUNO. -Ahí viene.

     ROQUE. -�Bruno, Bruno, ten cachaza, no te precipites!...

     BRUNO. -Pierde cuidado.

Escena IX

ROQUE, BRUNO y D. LUIS.

     BRUNO. -(Fingiendo a duras penas.) �Hola, es usted, señor primito!...

     LUIS. -�Yo soy muy puntual! �Pero la primita no está vestida, según veo?

     BRUNO. -�No tardará, sabiendo que la espera el señor primito!

     ROQUE. -(Aparte.) Vamos, Bruno.

     LUIS. -Ya está la carretela.

     BRUNO. -Sí; y D. Próspero ha ido a dar el ramo que la enviaba el señor primito...

     LUIS. -Calla; me habla usted, D. Bruno, con un tono tan particular...

     BRUNO. -�De veras?... Señor primito...

     ROQUE. -(Aparte.) �Bruno, Bruno!

     LUIS. -Quizá estaban ustedes ocupados, y yo he venido a estorbar. Me voy, me voy adentro a buscar a mi prima.

     BRUNO. -(Poniéndose delante.) Haga usted el favor de aguardar aquí un ratito con nosotros.

     LUIS. -Perdone usted, mi prima estará esperando... (Quiere irse. BRUNO le detiene agarrándolo de las solapas con ambas manos.)

     BRUNO. -�Quieto aquí digo!... �Quieto aquí! Acabemos de una vez. �No tiene usted ahora que tratar nada con mi mujer, señor primo; y aunque la vea usted sacar el ramo en la mano, sepa usted que no es seña de nada..., porque nada sabe..., porque yo he descubierto lo que puso usted en el ramo..., gran bribón!

     LUIS. -(Aparte.) �Me ha pillado!... �Pecho al agua! �Entiendo, Sr. D. Bruno..., salgamos cuando usted guste.

     BRUNO. -(Fuera de sí.) Salgamos, sí, señor. Pero diga usted, señor primo, �y si yo me vengase de usted sin salir de aquí, no sería bien hecho?

     ROQUE. -No te ciegues, Bruno.

     BRUNO. -�Conque mi mujer debe avergonzarse de mí?... �Y por qué? Porque soy un patán rústico y grosero, �no es verdad? Pues bien: si el patán se valiese de las armas que le ha dado la naturaleza..., (Enseñándole los puños.) éstas, éstas..., y lo tirase a usted por ese balcón, o le dijese a usted: �Señor primo, en guardia, que allá voy a sacarle las entrañas...�, diga usted, diga usted, �no sería bien hecho?

     ROQUE. -Vamos, que te ciegas.

     LUIS. -(Sonriendo.) Confieso en verdad que esa clase de duelo...

     BRUNO. -�No le acomodaría a usted?... Ya lo veo; podría descomponerle los tufos o arrugarle la corbata. �Usted quiere la espada o la pistola, porque sabe jugarlas! �Eso entra en la educación que les dan a ustedes, para que luego puedan introducirse en casa de un hombre honrado, y darle la mano, y llamarle amigo mío, y seducir a su mujer y deshonrarla, y luego matarlo en regla con el florete! �Pues no me importa; eso no me quitará que apañusque la carta y se la tire a usted a los hocicos! (Lo hace.)

     LUIS. -(Con rabia.) Sr. Bruno...

     BRUNO. -�Eh! No me alce usted el gallo, porque le agarro... Vámonos; la carretela está puesta; vámonos. (Llevándoselo.)

     ROQUE. -(Levantando la carta.) �Yo iré de testigo! �Al avío!...

     BRUNO. -(Al salir.) �Dios mío, Inés!

Escena X

Dichos y DOÑA INÉS, vestida de paseo y con el ramo.

     INÉS. -Ya estoy lista; �vamos, primo?

     LUIS. -Perdona, primita; venía a rogarte que me disimularas; no me acordaba que tenía un negocio urgente. En fin, no me es posible acompañarte.

     INÉS. -�Cómo?

     BRUNO. -Sí, querida Inesita, disimúlale: tiene un negocio urgente, y yo también voy con él; se nos había olvidado...

     ROQUE. -Eso es.

     BRUNO. -(Aparte a ROQUE.) Quédate aquí para que no sospeche.

     ROQUE. -(Aparte.) �Me gusta!

     INÉS. -�Y se puede saber qué negocio es ese tan urgente?

     BRUNO. -No hay tiempo..., es largo de contar... Roque te dirá... (Empujándolo hacia ella.) �Anda!

     ROQUE. -Es que yo...

     INÉS. -Díganme ustedes a lo menos...

     BRUNO. -Luego, luego, al momento vuelvo...

     INÉS. -Pero siquiera...

     BRUNO. -Vámonos, primo, vámonos.

Escena XI

ROQUE y DOÑA INÉS.

     ROQUE. -(Aparte.) �Yo no me quedo aquí! (Al irse le detiene DOÑA INÉS, que se ha quitado chal y sombrero.)

     INÉS. -�Dígame usted, Roque!...

     ROQUE. -(Aparte.) �Me cortó!

     INÉS. -Explíqueme usted qué significa esta ida repentina.

     ROQUE. -(Aparte.) �El diablo me lleve si yo sé qué decirla! (Óyese marchar el coche.) �Ya se han ido; quién los atrapa ahora!

     INÉS. -�Roque! �No quiere usted responderme?

     ROQUE. -�Pues no he de querer! �Vaya! �Por qué no había de querer? Too ello no es más que una futesa. �Naa! Dos hombres que dicen: ��Canario! �Pues se nos ha olvidao aquel negocio!� Y uno dice... ��Voto va sanes! �Pues es verdad!� Y el otro dice: ��Pues, canastos, a mí no me gusta que las cosas se queden así por hacer!� Ya sabe usted... �Bonito es Bruno! �Más listo que Cardona! Y lo mismo es ver trastos por medio, ya, ya, lo propio que mi padre, que esté en gloria y que el amo D. Bernardo que esté en gloria. Pero no tiene usted que tener cuidiado, no tarda un credo. �Toma, con ese par de mulas!... �Vaya un tronco! Y de aquí adonde van a... (Aparte.) �A que lo encajo!

     INÉS. -Roque, usted se turba, algún misterio hay aquí. �Ah! �No trate usted de ocultármelo!... �Qué tenía mi marido, dígamelo usted?... �Ah! �Dígamelo usted por Dios!... Aquí han estado ustedes dos hablando largo rato. �Qué le ha dicho a usted Bruno?

     ROQUE. -�Naa! Hemos estado hablando como buenos amigos; pero lo que hemos hablao...

     INÉS. -�Ah! �Cuéntemelo usted!... �Los secretos de mi marido me pertenecen: yo soy su mujer, yo le amo!... �Ha ocurrido alguna desgracia? �Roque, hable usted..., yo se lo suplico!

     ROQUE. -�Dale! Señora, si es un secreto muy reservao, muy reservao..., y si se lo digo a usted, y luego... (Aparte.) Ya puede que estén riñendo... �Voto va sanes!

     INÉS. -Yo lo callaré..., le doy a usted mi palabra... Hable usted, hable usted.

     ROQUE. -(Aparte.) Bien mirado... no sé yo por qué no se lo he de decir. -Pues, señora, su marido de usted es todo un hombre, y capaz de dejarse quemar vivo, primero que darle a usted una pesadumbre tamaña como una almendra. Usted por su parte es una mujer como Dios manda..., honradota..., sin vanidad...

     INÉS. -Pero al caso.

     ROQUE. -En fin, de lo que hay poco, sin agraviar a naide. Los dos están ustedes parejos por lo tocante al afecto...; pero, amiga, por lo tocante a lo demás del mundo..., vamos, Bruno está muy debajo. Él ha querido, el pobre, dende que se casó, tratar de ver cómo se domesticaba un poco..., y todo por ponerse a la par de usted... �No tenía más pío que ese! Soltar el pelo de la dehesa, y trabajar por convertirse en un pitimetre de Madrid. Pero el pobrecillo se ha desengañao de que eso es punto menos que imposible..., porque lo que no se mama..., y aunque la mona se vista de seda... Por fin, él se martiriza, �y qué saca en limpio? �Naa!... Hacer el oso, y que todos se burlen de él... Él lo ha conocido..., y está que no puede más. Velay lo que me decía endenantes. Pero muy quedito, muy quedito..., por miedo de que usted lo oiga.

     INÉS. -�Dios mío, qué me cuenta usted! Eso es lo que le tiene triste... �Y él nada me ha dicho!

     ROQUE. -�Pues! Y me decía: ��Cuidado, Roque, no quiero que mi Inesica lo sepa..., yo me lo pasaré solo..., pero a ella naa!...�

     INÉS. -�Es posible!

     ROQUE. -�Toma! Y celoso que está también... �Y me lo decía con unos lagrimones!

     INÉS. -�Qué dice usted? �Celoso?

     ROQUE. -�No hay miedo que lo confiese! Por no darle a usted pesadumbre es capaz..., �vaya!, y pondrá buena cara a todos, y hasta al mismo D. Luis...

     INÉS. -�Luis?...

     ROQUE. -�Ya se me escapó!

     INÉS. -�Es ese?... �Y por qué no me lo ha dicho? �Precisamente hace tiempo que el tal primo me está cansando tanto con su pesadez!

     ROQUE. -(Con alegría.) �Verdad que sí? �Eh! Bien decía yo, que con todos sus visajes no podía usted tenerle voluntad...

     INÉS. -�Yo! Y qué, �mi marido ha sospechado?...

     ROQUE. -�Ca! �Bruno sospechar de usted? �No faltaba más!

     INÉS. -Pues entonces, �qué misterio es este? �Por qué han salido?

     ROQUE. -�Porque!, �porque! �Toma! Porque en ese ramo que lleva usted ahí, y que le envió de regalo su primo...

     INÉS. -�Qué?

     ROQUE. -�Toma! Había una carta..., y en la carta una declaración de amor..., y en la declaración de amor motivo para que dos hombres se rompan el alma.

     INÉS. -(Tirando el ramo.) �Dios mío! �Han ido a batirse!

     ROQUE. -Vamos, señora, no hay que apurarse.

     INÉS. -�Han ido a batirse! �Y usted, que se llama amigo suyo, le ha dejado ir! (Déjase caer en el sofá.)

     ROQUE. -�Sí, señora, lo he dejado!... Porque Bruno debía batirse... Porque su marido de usted no debe quedar por collón... �y yo iba de testigo; sí, señora! y me he quedao, porque él me lo dijo..., pero ahora voy en dos zancadas a buscarlos... No habrán ido lejos... Yo los encontraré. (Óyese el ruido del coche.)

     INÉS. -(Levantándose.) �Un coche!

     ROQUE. -(Yendo al balcón.) �Ah! �Él es!... �Ya baja!... �No hay miedo! �Ha saltado de un brinco!

     INÉS. -(Que también se ha asomado.) �Sí, él es!... Y viene bueno. �Ah, Dios mío, yo te doy gracias!

     ROQUE. -Señora, acuérdese usted que esto es un secreto, y que me dio usted palabra...

     INÉS. -La cumpliré. �Ah, sí... ahora bien sé yo cuál es mi deber! (Vase por la izquierda.)

Escena XII

BRUNO y ROQUE.

     ROQUE. -�Ea! �Bendito sea Dios! �Mi buen Bruno! (Le toma la mano.)

     BRUNO. -�Ay, que me haces daño!

     ROQUE. -�Cáspita! �Estás herido?

     BRUNO. -Sí..., en esta mano..., pero no es nada..., un arañazo. �Ojalá me hubiera atravesado de parte a parte!

     ROQUE. -�Vaya una idea!

     BRUNO. -�Sí; porque entonces no me hubiera visto humillado por ese señor primo!... Allí mismo se burlaba de mi torpeza..., porque no sé jugar la espada..., y así como quien dice... ��te perdono!...�, �se contentó con desarmarme y hacerme un rasguño! �Y ahora me obliga a reconocer su generosidad! �Ah! Eso es lo que me quema..., �lo que me desespera! Mañana se sabrá y todos se reirán de mí..., y a él... �oh! le harán muchos elogios por su generosidad, por su destreza. �Ya se ve! No hay cosa más noble que dar un pinchazo a un enemigo que en su vida ha cogido una espada. �Ah! Otra nueva humillación que me guarda la sociedad... �Ay, qué sociedad! �Roque, yo no puedo más! Esto tiene que acabarse. Tú eres mi amigo, �no es verdad?

     ROQUE. -�Hasta la muerte!

     BRUNO. -Pues bien: tú te vienes conmigo.

     ROQUE. -�Contigo! �Adónde?

     BRUNO. -Me marcho..., sí..., me marcho..., �contigo solo! �Esta noche nos vamos! A soltar este yugo..., a dejar esta sociedad que no quiere recibirme..., que me escarnece..., �que me escupe a la cara! (Aparece DOÑA INÉS a la puerta de la izquierda.) Por lo tocante a Inés..., no faltaré al juramento que la hice..., no la obligaré a una vida que no es de su gusto... �Que viva dichosa separada de mí, ya que estando juntos no podemos ser felices! Yo la dejo esta casa..., y las tres cuartas partes de mi hacienda..., �y me separo de ella para siempre! �Sí, porque no quiero verla avergonzarse de mí! (DOÑA INÉS quiere llegar. ROQUE con una seña la detiene.)

     ROQUE. -�Bruno! �Qué estás diciendo?... �Separarte de tu mujer!...

     BRUNO. -�No hay remedio! �Esta noche! Yo no sufro ni un día más la burla y el escarnio de esta sociedad. �Ay, Roque!..., yo adoro a mi mujer..., daría mi vida por mi Inés..., pero ya no puedo elevarme hasta ella...

Escena XIII

Dichos y DOÑA INÉS.

     INÉS. -�Ella bajará hasta ti!

     BRUNO. -�Inés!

     INÉS. -Sí, mi querido Bruno: tu corazón merece que yo deje por él la corte y la sociedad... Y sobre todo, merece... (Con ternura.) �que no te vuelvas a exponer por mi causa a otro peligro! Esta noche marcharemos...

     BRUNO. -�No, Inés!

     INÉS. -�Sí, marcharemos a Alcalá!... Allí está mi padre..., allí viviremos felices los tres. (Abriéndole los brazos.)

     BRUNO. -(Abrazándola.) �Ah! (Alargando la mano con extremo gozo a ROQUE.) �Los cuatro!

     INÉS. -(Dando la mano a ROQUE, que llora de alegría.) �Sí..., los cuatro!

Arriba