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Prólogo al lector de «Salvador», Sol divino [fragmento]

Sor María de Santo Tomás de Villanueva





Ofrezco, guiada de la obediencia, oh piadoso lector, en estos discursos el imán y soberano hechizo de las almas. Propongo a tus ojos aquella mística tierra prometida, que es manantial perenne de dulzuras, para que de tanta suavidad le consagres las más delicadas ansias de tu corazón. Escribo estas mal formadas líneas, dirigidas todas a aquel prodigioso embeleso de alta contemplación, como a medio y causa de todos los favores, negocio el más grave de todos los siglos: y viendo también que no basta que las almas religiosas loemos a Dios, contemplando en el monte como Moisés, sino que bajemos a llamar a los seglares para llegarlos a Dios, y que gocen de lo que nosotras gozamos, que esto es lo que quería dignificar Dios a Moisés cuando le mandó fabricar el tabernáculo con cortinas, las cuales estaban asidas de tal manera, que tirando de la primera, llevase tras sí las demás; así yo, una de ellas, aunque indigna, procuraré con mi cordelillo en esta colección traer los seglares a Dios. Confieso que, al considerar lo mucho que se debe entretejer en esta obra, me lastimé que no la escribiera otra bien templada pluma, para que así halagase con lo apacible del estilo, sin retardar al lector el instruirse; pero me consuela que como ceda en su gloria, no sentiré el hacer más patente mi ignorancia.

Si hallaren mis discursos agrado en los ojos de quien los leyere, con mayor satisfacción en recompensa enviaré los que basten para las almas espirituales. No encontrarán flores, porque deseo coger frutos; ni términos cultos y exquisitos de la sabiduría de este siglo, porque como extraños al verdadero espíritu, si bien recrean al entendimiento en lo deleitable, dejan para lo útil y honesto siempre fría y estéril la voluntad; antes sí palabras, aunque sinceras, substanciales, que descubran las verdades eternas, que pretendo persuadir, a imitación del Apóstol de las gentes Pablo. Ni hallarás de mi parte más que una buena voluntad, muy abastecida de faltas; perdona éstas por aquéllas, y harás una discreta y cristiana recompensa; y si tu alma encontrase algún buen bocado, lógralo como ha venido del cielo, cuyo es, como nos lo enseña el Apóstol Santiago.





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