Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Abajo

...Sermón perdido: (crítica y sátira)


Leopoldo Alas



Portada



  -V-  

ArribaAbajoEpílogo que sirve de prólogo

Mucho tiempo después de escritos todos los artículos que componen este libro, se me ocurre coleccionarlos y ponerles esta portada con el título que el lector habrá visto. Por eso es más epílogo que prólogo lo que estoy haciendo; y en cuanto a llamarse, la colección como se llama, consiste en que, pensándolo bien, he venido a comprender que todo lo que sea abogar por el buen gusto y demás fueros del arte es predicar en desierto, si en España se predica. SERMÓN PERDIDO será, por consiguiente, cuanto sigue, porque ni los malos escritores de quien digo pestes más adelante se enmendarán, ni a los buenos a quien alabo y pongo sobre mi cabeza han de respetarlos más el vulgo y los criticastros porque yo se lo mande.

  -VI-  

No basta despreciar a los necios que tienen voz y voto en los concilios de la estupidez humana, como yo los desprecio, para evitar que sean los más, los procaces y alborotadores, los que escriben de balde o por cuatro cuartos, los que llenan con sus gritos toda la trompetería de la Fama barullera y trapalona. Los mentecatos son de tantas maneras, que hasta los hay disfrazados de listos; y no dejan de escribir con soltura algunos, y en francés traducido al caló para mayor gracia. Hasta se dan aires de pesimistas o de escépticos estos majaderos disimulados, y no enseñan la oreja en mucho tiempo; pero, amigo, publica uno de los suyos un drama trascendental o un poema filosófico-descriptivo, y como Zapaquilda la bella se echaba sobre el ratón y descubría los instintos felinos, ellos se arrojan ante la obra del genio prosternados; admiran, adoran los dislates del otro, y adiós la blague, copiada del Fígaro, y el eufemismo aristocrático tomado de La Revue de deux mondes; todo se lo lleva la trampa y sólo quedan dos necios uno en frente de otro, admirándose mutuamente, comprendiéndose; y los que antes eran dos distintos botarates, sin dejar de serlo, quedan hechos una sola plaga literaria.

  -VII-  

Pero no tarda el tonto disfrazado en querer tomar el desquite, o revancha, como él dice. Publica un autor bueno, de esos que se pueden contar con los dedos de las manos, sin repetir, publica un libro o escribe un drama y entonces el bobo solapado se hace el descontentadizo, escatima el aplauso, prodiga la censura y con buenas palabras les dice a Galdós o a Campoamor, por ejemplo, que tengan cuidado porque decaen mucho, y el mejor día les pone el pie delante cualquier novelista o poeta de los que el bobo caprichoso descubre y apadrina.

Pero no es esto lo peor.

Llega a provincias el periódico en que estas cosas dice nuestro papanatas por poco dinero o por ninguno (no se olvide que Madrid también es provincia), y los socios del Casino, o del Círculo mercantil o Industrial, v. gr. leen el palo (que así lo llaman) que el acreditado crítico Fulano le pega al lucero del alba; y como ellos no se atreven a saber más que el escritor que de saber estas cosas piensan que vive, lo dan todo por hecho; y el público, que al fin son ellos, queda convencido de que la última obra del eminente autor X vale poco, «acusa una rápida decadencia». Y la envidia que llega a los últimos   -VIII-   grados de la escala zoológica, late satisfecha en aquel espíritu de ultramarinos o de pan llevar. Así como dijo Víctor Hugo que el genio es la región de los iguales, se puede decir que la necedad iguala al especiero con el cronista espiritual que se dedica a crítico en sus ratos de ocio; se entienden desde lejos, a media palabra, y el terrateniente1, al penetrar la intención del escriba, exclama sonriendo y moviendo la cabeza: «El diablo es este Fulanito; tiene la intención de un Miura». Sí que la tiene, porque aquella envidia que en el hombre de la liga... de contribuyentes es rudimentaria, en el crítico de lance es una tenia que se lo come vivo.

Esa necedad inmortal de exaltar a los autores de adefesios y rebajar a los escritores buenos, que indignaba al ilustre Flaubert, es en España el signo de los tiempos en materia literaria.

Chateaubriand se quejaba ya de que se acababan los hombres grandes para todo el mundo; según él dentro de poco ya no habría celebridades europeas. Más adelante se dijo que habíamos llegado a la edad de las medianías. Es verdad. El humorismo, la delicadeza, el pesimismo poético, patrimonio antes de pocas almas escogidas y enfermas de genio, son hoy baldíos en   -IX-   que se alimentan como pueden muchos espíritus vulgares con un poco de talento. Véase lo que sucede en Francia, donde aparecen todos los años dos o tres poetas blasfemos, o escépticos, o humoristas hábiles en el manejo de las palabras y en el arte de enseñar llagas psicológicas, postizas las más veces. Pero en España hemos ido más lejos. Aquí estamos ya bajo el poder de una oligarquía ominosa: la oligarquía de las nulidades.

Aquí pasa ya por envidioso el que se opone a la corriente general que proclama el genio... de un ganso. En cambio si se trata de dar a los buenos escritores lo que merecen separándolos de los malos, como piensa hacer Dios en el día del Juicio, se pone el grito en el cielo y hasta se habla de igualdad y fraternidad. Aquí, por sistema, se protege al que empieza mal, y se olvida o desprecia al que sigue bien. Yo he visto a cinco, diez, veinte periódicos analizar detenidamente una novela o un drama de un badulaque, que no merecía ni ser nombrado, y dejar que pasara sin un mal artículo una obra notable de un autor merecidamente célebre. Aquí se llama crítico a cualquiera y se habla de las rapsodias que colecciona en pésimo castellano, y a Meléndez Pelayo se le deja entregado a la sospechosa admiración   -X-   de viejos y reaccionarios, y se le llama memorión, y mal poeta y ni siquiera se dice que ha escrito in libro de crítica excelente, como hay pocos, y publicado dos tomos de una historia de la Estética en España en que prueba ciencia sólida, juicio profundo, buen gusto, que es lo principal... En fin, que estamos perdidos, qué diablo; y que me iba poniendo serio, que es lo mismo que ponerse en ridículo.

El autor de Bouvard et Pecuchet, dice que una de las cualidades peores que puede tener un hombre es no vivir en paz con los majaderos.

Vivamos. Después de todo, el sol brilla en el espacio con el mismo fulgor y la misma hermosura para unos y otros, como sabiamente advirtió Cienfuegos.

¿Qué es España en el mundo? Un rincón. ¿Qué es la literatura en España? Menos que el billar, uno de los pasatiempos que tiene menos aficionados, la mayor parte de los cuales son verdaderos asesinos.

El mundo marcha, lo dijo Pelletán bajo palabra de honor; además se conoce en que ya casi se ha descubierto la dirección de los globos; y a la hora en que escribo el Sr. Moret está resolviendo la cuestión social, o poco ha de poder, ayudado   -XI-   por mi amigo el ilustrado joven señor Martos y Jiménez. Hay que esperar, hay que creer. En presencia de todo esto, del mundo, de los globos, de Pelletán, del Sr. Martos y Jiménez... ¿qué importa la literatura española de nuestro cuarto de hora, de este momento pasajero, como todos los momentos?

* * *

Así es que, sin enfadarme ni insultar a nadie, como me dice mi amigo Sánchez Pérez, dejando a un lado la trompa de la indignación épica, voy a pasar rápida revista a los diferentes ramos (de locura) de nuestra actividad intelectual, y ustedes verán lo que es bueno. La consecuencia será que este libro y todos los que se le parezcan son inútiles, que predicar es perder el tiempo. Y bien sabe Dios que si un editor menos desengañado que yo, y que no me desprecia tanto como ciertos gacetilleros, no me hubiese ofrecido algunos cuartos por la presente colección de quejas al aire, no hubieran mis críticas y sátiras salido a buscar segunda vez fortuna.

Comienzo.

Sagradas Letras. Por aquí se debe empezar.   -XII-   En punto a teología, tenemos que al P. Ceferino, a quien yo respeto y estimo, le han hecho cardenal y le van a hacer metropolitano. No comprendo cómo nuestro muy célebre e ilustre filósofo cristiano puede servir para lo mismo que sirvió el cardenal Moreno, que de Dios goce, como gozó de nosotros.

Con esto de que por ser buen escolástico se puede llegar a la silla de Toledo, ya verán ustedes qué tomistas de tomo y lomo van a brotar por todas partes. Ya sé yo de algunos jóvenes de la Academia de Jurisprudencia que piensan tonsurarse cuanto antes y hacerse todo lo dominicos posible, para ver de llegar en su día a cobrar eso de las parroquias que Moreno dejó pendiente. Como libro de texto se recomienda el de D. Alejandro Pidal, en que se le zarandean las reliquias, las venerandas reliquias, al llamado buey mudo de Sicilia, o sea Santo Tomás de Aquino.

Y a propósito de buey mudo; a la hora en que escribo estas cortas líneas estamos en peligro inminente de que el marqués de Pidal entre en la Academia Española; y todos andan, preguntando: ¿qué méritos tiene Pidal ainé?, ¿qué ha escrito?, ¿qué ha dicho...?

Méritos, méritos... Pues eso, su silencio, su   -XIII-   elocuentísimo silencio, su adhesión incondicional a todo lo que cree y confiesa nuestra santa madre la Iglesia.

En fin, que el Sr. Pidal ainé es también una especie de buey mudo de Piloña, o de Villaviciosa... o de donde sea el lugar de su nacimiento. Cierto que el marqués no ha escrito una Summa, pero la ha escrito su hermano, que, suma y sigue, es decir, que es una hormiguita teológica que barre para dentro.

Pero eso es política, dirán ustedes, eso no es teología.

Señores, teología es; por lo menos ahora aquí no se usa otra.

Dígalo si no cierto señor obispo que en un sermón predicado a un cuerpo docente, no encontró cosa más oportuna que decirle en buenas palabras que aquellos que no creyesen C por B todo lo que él creía, estaban en gran peligro de volverse locos por su orgullo. Según su ilustrísima, a medida que aumenta la impiedad aumentan los manicomios, y cree él que esto se debe al propósito del Señor de volverles el juicio a cuantos no son tan buenos ortodoxos como el obispo de quien trato. Y añadía su ilustrísima, que en el día del Juicio el Señor cogerá por los   -XIV-   cabezones a los incrédulos y les sacudirá la cabeza, y los llamará locos y les dirá que buena la han hecho.

Esta idea que tiene el mitrado de autos de las intenciones de Su Divina Majestad, me parece un poco antropomórfica, por no decir disparatada. Y se me ocurre pensar si creerá ese señor obispo que Dios entiende la misericordia como el Sr. Pidal, y que no es más que un Alejandrito en grande.

Ya ven ustedes como toda la teología contemporánea va a dar a los Pidales.

Ahora, en un país así, predique V. tolerancia, sinceridad religiosa, piedad caritativa, concordia, entusiasmo por las ideas grandes... sermón perdido.

-Filosofía. «Cuando le digo a V. que se acabó la Metafísica».

-Bueno, hombre, bueno; pero entonces ¿qué hay?

-¿Qué hay? Según eso, V. no va por el Ateneo. Ya no hay más que datos, observación. Ya no se cree ni se deja de creer. Cada uno a lo que está. Ahora al que escribe un libro tratando de algo que no se coma o se beba, o por lo menos se toque, se le llama retórica. ¡Qué libros! Ahora...   -XV-   el laboratorio... el experimento. Por supuesto, yo no he visto en mi vida un laboratorio, no vaya V. a creer, ni sé multiplicar; pero estoy seguro, porque sí, de que si a mano viene, todo en el mundo se puede reducir a hidrógeno; claro. A mí hábleme V. de protoplasmas, y... de vibriones, y de polarización, y disimetría2 y... y muchos acabados en uro y en ato, y lo demás son cuentos. ¿Sabe V. lo que es la sociedad? Pues se va V. a quedar bizco; la sociedad es un organismo, vamos, como V. y como yo; un animal, como quien dice... ¿Sabe V. de qué se muere esta pobre España?

-Eso, sí, señor, lo sé: se muere por culpa de Cánovas y de no trabajar...

-Bueno; ¿pero sabe V. lo que es Cánovas? Un tubérculo. Sí, así es ha ciencia ahora. Ya no se habla de la Idea, ni de lo Eterno, ni de nada de eso. Es decir, los cursis todavía hablan. Ah, y además en los salones se afecta creer. Es de mal tono llevarles la contraria a los curas. La fe se respeta. Cada cual es dueño de creer lo que se le antoje de la verdad primera. ¡Buena verdad te dé Dios! ¡Así como así, todas son disputas cuando uno se mete en esos laberintos!

En este pedazo de diálogo filosófico está el   -XVI-   resumen de nuestra ciencia corriente. Muchos jóvenes imberbes negando a Papá-Dios, y los Nocedales subvencionados por el Purgatorio... Esto es la filosofía española.

La política... la política se come a la literatura. Se la come de varias maneras. Mostremos cómo. Pero no, no lo mostremos. ¿Qué sé yo si al Gobernador de Madrid, Sr. Villaverde, se le antojará perseguir este libro y darle disgustos al editor, porque yo me atrevo a decir que Cánovas del Castillo quiere pasar por buen literato a fuerza de ser Presidente de todo lo que puede ser presidido?

Cánovas, Villaverde... Romero Robledo: así se llama ahora la política. Como en tiempos no más tristes que los nuestros se llamaba: Valenzuela, el Cojo, la Perdiz...

No, no hablemos de política. Así como así, tendría que repetir lo de Pidal y los Nocedales...

Aquí todo es uno y lo mismo, porque todo es nada.

De literatura... ya hablo más adelante, en todo el libro. El cual no es más que una continuación de los Solos de Clarín y de La literatura en 1881, que con el favor del público alcanzaron tres ediciones.

  -XVII-  

De los Solos de Clarín habló bien parte de la prensa de España, y en Portugal y en Francia tampoco faltó quien creyese útil y agradable el libro.

Como en los Solos, en SERMÓN PERDIDO no hay más que una crónica de la vida literaria de estos años, más los comentarios del autor. Sin embargo, en la colección que ahora publico se verán muchos artículos que no tienen por asunto determinada obra artística, sino algún vicio de nuestras costumbres, especialmente las literarias.

Si por el tono de este prólogo, o por algunos artículos, o por el título del libro, alguien juzgara que soy pesimista, se equivocaría en más de la mitad.

Del pesimismo hay muchas cosas que no me gustan; entre otras, el nombre. El pesimismo es un superlativo, es una exageración.

Yo creo que todo está bastante mal; pero que todavía puede estar mucho peor.

Los pesimistas no creen que el mal pueda ser mayor; yo sí. En esto nos diferenciamos.

Ciñéndome a la literatura, diré que todavía estará peor todo esto el día en que Zorrilla se muera, Campoamor se jubile, Núñez de Arce se canse, Galdós se aburra, Pereda lo deje, Valera   -XVIII-   nos olvide por completo, Castelar calle, Echegaray siga los consejos de los que ven en él cambios favorables, M. Pelayo se ahogue en el mar de envidia pidalina en que navega, y los jóvenes de talento que empiezan a pelechar se desanimen, al ver que son tan pocos y que son tantos los necios que quieren apagar su voz, graznando desde los periódicos, de balde.

Sí, todo puede ponerse peor de lo que está. Si gran parte de la prensa sigue como hasta aquí aplaudiendo a los mentecatos y despreciando al ingenio verdadero; si las empresas periodísticas continúan publicando artículos críticos de autores desinteresados que no cobran o se contentan con dos perros chicos; si el éxito de Pasionarias y Pedro Abelardos y Marías de los Ángeles sigue siendo mejor, más ruidoso y célebre que el de los dramas, poemas y novelas de autores de ingenio cierto; todo puede empeorar, y la literatura llegará a ponerse como decía la señorita del cuento, intransitable.

Y no se crea que la tristeza de estas observaciones la engendran los desengaños propios; que si yo fuera a ajustar cuentas con la fama, aun con ser tan pequeña la mía, de fijo resultaría que le debo lo que no le pago ni pagaré en mi   -XIX-   vida. ¿Cómo he de quejarme por mí, si lo que lamento es que se atiende a los pequeños y se olvida a los grandes?

Tengo yo gran placer cultivando la amistad de los buenos escritores, y la mayor vanidad de las mías consiste en que me quieran algo hombres que honran a mi patria en las letras. Pues bien, de las quejas que estos hombres permiten que se escapen del pecho en la intimidad del trato, nace la melancolía de este prólogo, que bien sabe Dios que no es afectada. Y vaya de ejemplo:

Mientras Víctor Hugo puede dejar veinte y más millones a sus herederos, y Francia entera pagará la Edición nacional de las obras de ese genio sublime, D. José Zorrilla escribe lo siguiente:

«De mis obras completas debe de haber treinta y tantas entregas publicadas; pero delas V. por concluidas aquí por falta de suscritores y sobra de estafadores; ni la Academia, ni Fomento, ni el rey, ni nadie, ha patrocinado la publicación y la he dejado caer en el pozo por no salir con las manos en la cabeza».

Mayo, 1885.





  -1-  

ArribaAbajoLos poetas en el Ateneo

RESUMEN: I. Poetas líricos.- II. Por qué se habla aquí de Zorrilla.- III. Manuel del Palacio.- IV. Núñez de Arce.- V. La pesca.- VI. Campoamor.- VII. Sus nuevos poemas.



ArribaAbajo- I -

Poetas líricos


Así se llaman todavía; no es mía la culpa. Muchos poetas líricos hay que no han visto en su vida una lira, ni siquiera traducida del italiano, es decir, una peseta: es más, ya no tienen lira ni los poetas de partido judicial que ganan rosas naturales en los certámenes incruentos. Hace años decían esos muchachos que las cuerdas de su lira estallaban de dolor o se rompían por lo más delgado; posteriormente los imitadores de Campoamor y de Bécquer trajeron las poesías cortas, los vuelos de gallina, los suspirillos germánicos, que dijo con gracia Núñez de Arce, y en estos versos telegramas, en que los vates abreviaban   -2-   razones, como si cada palabra les costase diez céntimos, ya no cabían las digresiones -como decían antes en la Universidad- ni había tiempo en ellos para decir si estaban flojas o apretadas las cuerdas; nada de eso, se iba al grano, que solía ser maligno. En cuanto a los poetas descriptivos, que parecen calendarios americanos y barómetros, y hasta semáforos, y anuncian los ciclones, y no dejan pasar una nube sin hacerle versos, tampoco usan lira; son predominantemente impersonales, se esconden detrás de la alma naturaleza, y vaya V. a dar con ellos.

Pero las cosas desaparecen antes que los nombres. El poeta lírico se llama así a falta de otro apelativo mejor. Más ridículo sería decir poeta subjetivo -y más disparatado.

Dejemos los nombres como están y vamos a las cosas.

La poesía lírica, ¿está llamada a morir en breve? Este problemazo, que parece idea de imberbe secretario de Ateneo, lo discuten muy serios algunos escritores formales. Un crítico portugués, muy discreto, que escribe excelentes sonetos además, dice que la poesía necesita ser muy buena para que tenga disculpa; se transige con ella, por espíritu de tolerancia.

Yo no creo que la lírica muera en breve, ni nunca. En mi opinión, le sucede lo mismo que al   -3-   Carnaval; decae, decae mucho, puede llegar a parecer difunto, pero la máscara es una invención de las más características; es un hallazgo que la humanidad no olvidará jamás. Figurémonos que el Carnaval desaparece, y pasan años y años sin máscaras; pues la generación que lo resucite encontrará en él delicias que no podemos conseguir nosotros. Figurémonos que nadie escribe versos en mucho tiempo; pues el primero que salga al cabo de los años mil con unas coplas, será bendito y alabado como un Homero, y volverá el furor de la poesía, y todos harán versos... No, no, más vale que la poesía lírica no desaparezca. ¡Sería terrible una resurrección! Es mejor lo que empieza a suceder ahora, que los versos están muy desacreditados, y sólo cuando son muy buenos gustan a las personas inteligentes; y en tal caso, son manjar exquisito.

Por todo lo cual, no me aflige que mientras veo surgir en la novela española nuevos mantenedores cada día, algunos excelentes, al contar los poetas líricos por los dedos, comenzando por el pulgar, no paso del que llaman del corazón, o sea el dedo del medio. ¿Nada más que tres poetas? Nada más. Y si vamos a tomar a rigor el concepto, dos y medio. ¿Quién son? Campoamor y Núñez de Arce los enteros, el medio (y un poco más) Manuel del Palacio.

  -4-  

-¿Y Zorrilla?

-Si se cuenta a Zorrilla, tenemos más de cuatro, porque ese vale por dos o por uno y medio. Pero entonces podemos contar a Espronceda, y al duque de Rivas, y a Quintana casi casi... Zorrilla...

-Zorrilla vive.

-Sí, pero ¿sabe V. para qué? Para evitar a España la vergüenza de haberle dejado morir sin pensión y sin un centenario en vida, que es lo que merece.

-¿Cómo un centenario en vida?

-¿No dicen que Carlos V y otros celebraron sus exequias vivos? Pues ¿por qué no se ha de dar a Zorrilla el gusto de asistir vivo a su apoteosis? ¿No tiene el autor del Don Juan Tenorio crédito suficiente para girar un centenario tomado en anticipo contra la inmortalidad segura?...

Pero comprenderá el lector que si tolero estos diálogos se interrumpe a cada paso el hilo de mi discurso. Sigo sin oír más observaciones.

Esta opinión mía, que no impondría a nadie, aunque fuera gobernador de Madrid, o Cánovas del Consejo de ministros (que nos quiere imponer a su tío el Solitario), esta humilde y bien intencionada opinión no es la del Ateneo, que empieza todos los años pidiendo lecturas de Campoamor y Núñez de Arce, y acaba dejando leer versos a los   -5-   niños de la escuela. Para el Ateneo en echando los dientes ya hay poeta lírico.

No sé si ahora que ha mudado de casa cambiará también de costumbres, pero me temo que no. Al contrario, la asistencia de las señoras temo que dé alientos a muchos líricos nuevos de aquellos que Iriarte quería mandar a guisar huevos más allá de las islas Filipinas; y si Dios no lo remedia, vamos a tener una buena cosecha de genios en la presente temporada. Esas damas, que son tan elegantes, tan virtuosas por lo común, tan bellas, en fin, la más hermosa mitad del género humano, como se dice todavía, aunque parezca mentira, esa mitad hermosa, en punto a lírica, suele tragarlas como puños. Casi, casi, como los hombres.

Y es más, creo que ha de llegar el caso de que guste más a esa hermosa mitad, etc., un poeta de los que escriben con almíbar, que el mismo Campoamor.

Y se comprende. El escepticismo de Campoamor no es para todos. Se necesita ser un gacetillero muy corrido o un orador de la Sección de ciencias naturales para comprender perfectamente que el mundo es una farsa, y que nadie sabe dónde la tiene, y que esto va siendo una perdición. Las señoras elegantes, guapas, ricas casi todas, que van a la tribuna del Ateneo, no tienen motivo para pensar que esto va a dar un estallido. De aquí que no   -6-   tengan la penetración de esos revisteros que entienden perfectamente todos los humorismos habidos y por haber, y que tienen mucha correa y copian dos heptasílabos3 seguidos, creyendo que son un endecasílabo verdadero. Para todo esto se necesita haber estudiado mucho, y ya se sabe cómo está la educación de la mujer en España. Bien, que ahora nos va a educar Pidal a todos, a hombres y mujeres.

Pues bien, por lo dicho, creo yo que día vendrá y no lejano, en que tal o cual poeta descriptivo o no descriptivo, que no nombraré, porque a El Día no le gustan las alusiones personales, leerá en el Ateneo con mejor éxito aún que Núñez de Arce y Campoamor. Y se deberá en gran parte a la más hermosa mitad del género humano.

En esto de lirismo los españoles, sin distinción de sexo, somos exagerados. Tenemos a lo lírico una afición casi tan decidida como a los toros y a la lotería. Lo que yo decía antes de la decadencia de los versos referíase a los afrancesados, a los que están plagados de extranjerismo. Recuerdo que una noche en el teatro de... no importa el teatro, se le ocurrió a una dama (porque antes se le había ocurrido al autor) concluir una quintilla diciendo:


    Y el sol chispas arrancaba
del joyel de su sombrero.

  -7-  

Chispas fueron, que por poco se hunde el coliseo, como dicen en provincias. Ni aunque las chispas hubieran hecho presa en los bastidores se hubiese promovido semejante alboroto.

-¡Bravo, bravo! -se gritaba, y tuvo que salir el autor en aquel mismo instante para que el público le devorase con los ojos. ¡Tanto se admiraba al inventor de aquello de las chispas!

Tal es el amor al lirismo de buena cepa.

Si me equivoco, mejor; pero verán ustedes cómo no; verán ustedes cómo el Ateneo no piensa que sólo tenemos dos poetas y medio.

Y antes de explicar por qué no le doy los honores de poeta entero a Manuel del Palacio, a quien tanto aprecio como escritor, voy a decir en el número romano siguiente...



  -8-  

ArribaAbajo- II -

Por qué se habla aquí de Zorrilla


Zorrilla no ha leído hace tiempo en el Ateneo, es probable que no lea este año; y, sin embargo, yo quiero recordar su nombre, por no incurrir otra vez en una omisión censurable en que he incurrido muchas veces.

Cuando he hablado de los poetas de ahora, he prescindido casi siempre de Zorrilla, haciendo lo mismo que otros escritores que tratan estas materias. Para unos, el mejor poeta que tenemos es Campoamor; otros opinan que es Núñez de Arce, y nadie se acuerda de Zorrilla.

¿Por qué es esto?

¿Es que se cree que Zorrilla vale menos que poeta alguno español del siglo XIX? ¡Absurdo!

Es que a Zorrilla, sin querer, ya se le cuenta entre los inmortales. Sus versos no tienen actualidad, en el sentido de que no tienen sólo actualidad; tienen sí, la actualidad de lo eterno; pero entonces   -9-   también Garcilaso es del día, y fray Luis poeta de moda.

Zorrilla se quejaba no ha mucho del gusto que hoy domina, en una poesía que titula La Mandrágora; en ella hace rico alarde de las maravillas de filigrana que sabe crear con sus versos, si bien al hablar de cosas prosaicas se convierte en mal prosista. Esta poesía del gran vate nacional, sí no merece excepcional consideración por su mérito intrínseco, debe llamar la atención, porque es una querella candorosa del gran mago de la rima, a quien debemos todos lo más rico del caudal de la fantasía.

En La Mandrágora Zorrilla se queja del siglo, del gusto moderno, del análisis, en fin, de todo lo que él cree que separa hoy al público ilustrado de sus versos.

Sería una irreverencia discutir con Zorrilla si la literatura moderna va o no por buen camino; pero no sobra todo lo que sea darle explicaciones respecto de la omisión de su nombre, cuando se trata de la poesía española de estos días.

Por lo que a mí toca -y es claro que sólo de mí puedo responder-, declaro que si omito muchas veces su nombre, es por una razón análoga a la que tengo para no decir a cada paso «Haré esto o lo otro, si Dios quiere».

Claro es que sin Dios no se hace nada -tal creo   -10-   yo que soy un pobre burgués-, pero por lo mismo no hay para qué advertir lo que de sabido se calla.

Pues bueno: que Zorrilla vive es evidente; que no hay mejor poeta en España entre los vivos, evidente también; pero como los versos que le han hecho inmortal no son de estos años, se omite su nombre al hablar de la actual poesía; pero ya se sabe que en la intención se añade siempre «...y, por supuesto, Zorrilla el primero».

Y que conste, para que no se nos llame mequetrefes atrevidillos, impertinentes e irreverentes, a los gacetilleros y criticastros, que nos empeñamos en que cada tiempo tenga su literatura.

Y concluyo como el cómico del cuento. ¡Viva el rey absoluto!, es decir, ¡viva Zorrilla!



  -11-  

ArribaAbajo- III -

Manuel del Palacio


Al no contarle como poeta entero, no es mi propósito mortificarle. Ser dos tercios de poeta, ¡es ya tanto! Todo consiste en la unidad de medida. Para mí esta es un Núñez de Arce, un Campoamor. Si contáramos por... ¡atrás seductores nombres propios!, diría que Palacio vale por quince. Ser algo menos que un Campoamor, y aunque sea bastante menos, no debe parecerle mal al popular autor de quien trato.

A mí no me importa que el bombo mecánico de la gacetilla, más o menos disfrazada, agite los epítetos del elogio en cuanto abre la boca un poeta, y lee en público.

Y aún me importa menos que los poetas escriban sonetos llenos de malicia insultando con una porción de metáforas a los envidiosos críticos, que arrojan baba venenosa y otra porción de alegorías. Aunque me comparen con la cabeza de Medusa y   -12-   con las Euménides y diablos coronados, yo no he de elevar el diapasón normal. De esta manera, cuando llega la ocasión de alabar una cosa buena de verdad, en vez de necesitar, para que se crea que aquello me gusta, todos los superlativos de nuestro altisonante idioma, me basta con decir, v. gr.:

-D. Gaspar, ¡cuidado que es interesante y natural, y sencillo y hermoso el poema La Pesca! Que sea enhorabuena.

Y ya sabe D. Gaspar que su obra me parece excelente.

Manuel del Palacio escribe muy buenos versos, expresa en ellos sentimientos poco variados, pero con naturalidad y sencillez; no se le debe ninguna obra que revele genio, pero sí muchas que merecen ser leídas por la elegancia de la forma.

En Francia hubiera sido un excelente discípulo de Gauthier, un poeta de los escultóricos... aquí ha sido y es un oportunista del Parnaso. Me explicaré.

Palacio fue muchos años un periodista en verso. Como otros escribían artículos de actualidad, él entregaba al confeccionador del periódico versos de actualidad, sonetos, muchos sonetos, quintillas, romances, tercetos, etc., etc. Casi todos estos versos eran satíricos o puramente burlescos -no humorísticos, Palacio no es ni ha sido, ni será probablemente humorista-. Vicisitudes de su existencia y de la política le hicieron recogerse dentro del espíritu,   -13-   contemplar su conciencia de artista y allí vio aptitudes que merecían aplicación y cultivo. Tal vez un viaje a Italia, y muchos viajes a los desengaños del mundo, ayudaron, como sugestión, al cambio relativo de su ingenio. Y el inventor gracioso del deplorable camelo abandonó estas nimiedades, cultivó menos la poesía satírico-política que en superficial gracejo le salía a borbotones para admiración del vulgo, y penetrando en los tesoros de sentimiento que, cuando menos como artista, poseía, expresó en forma cada vez más correcta, fácil y elegante, rica y sencilla, afectos siempre amables, como el amor de la familia, los embelesos del padre, la dulce tristeza del desencanto que nos hiere, al abrigo de más altos ideales que aquel del desengaño.

No cabe duda, en la historia de nuestra poesía ocupará dignamente una página Manuel del Palacio. No creo nada grande, no deja un pensamiento suyo, ninguna obra maestra (por supuesto hasta ahora, yo no puedo hablar de lo porvenir); todas sus poesías agradan, ninguna admira, nada ha influido en la evolución literaria de nuestros días; es un poeta más de los que han escrito con gallardía el sonoro verso español; no imita a nadie, pero nadie le sigue; es una individualidad digna de elogio, no es la personificación de un momento característico de nuestra vida literaria.

Puede decir: no soy un gran poeta, pero escribí   -14-   cuando sólo otros dos españoles eran más poetas líricos que yo; y con esta aurea mediocritas, a que debe de inclinarse su temperamento horaciano, puede darse, y creo que se dará, por satisfecho Manuel del Palacio. Y puede repetir legítimamente lo que Musset decía de sí con excesiva modestia:

Mon verre n'est pas grand, mais je bois dans mon verre.

Esto era lo que yo quería decir al llamarle medio poeta, o dos terceras partes de poeta. De ningún modo me proponía mortificarle, ni dudar de su entereza moral.

Pocos españoles habrá que lean con más gusto que yo sus versos. Y leo versos de muy pocos.

Y ahora vamos a Núñez de Arce y su poema La Pesca, que en mi concepto, vale por mar tanto el Idilio por tierra... de Campos.



  -15-  

ArribaAbajo- IV -

Núñez de Arce


Núñez de Arce es el único poeta lírico que produjo la revolución de Setiembre. Campoamor es anterior a ella, las Doloras más famosas fueron escritas antes. Aunque el ilustre autor de los Pequeños poemas aspira a formar escuela, y no sólo predica con el ejemplo, sino que escribe tratados de poética, esta pretensión de hacer prosélitos, me parece a mí -salvo el respeto debido- una humorada más de Campoamor. Su prosa poética, o mejor, su verso prosa que es en él excelente, cada vez mejor, es cosa deplorable cuando le imitan algunos desgraciados. Decía Klopstock, que la imitación es como la sombra del árbol, o más corta o más larga que el árbol mismo; el verso-prosa de los imitadores de Campoamor siempre pecó de prosaico, siempre fue prosa prosaica. Además, en Campoamor, lo principal es él mismo; lo que piensa y siente y la manera original de expresar las imágenes. Núñez   -16-   de Arce también se propone tener escuela, y parece que con mejor éxito, aunque en mi opinión, hasta ahora, los imitadores del poeta vallisoletano son tan malos como los del poeta del lugar de Vega. Pero sería más verosímil que al fin hubiese escuela de Núñez de Arce, porque, sin que le falte a él gran originalidad, carácter, individualidad literaria intrasmisible, su ideal, sus procedimientos, se refieren a lo que puede ser aspiración general, interés común y arte de muchos. Núñez de Arce toma en serio esto de las escuelas literarias; Campoamor no, aunque él jure en cruz otra cosa. Campoamor sabe que está solo, que tiene que estar solo, como están solos Heine, Leopardi, Quevedo, Fígaro, Juan Pablo, Valera, Luciano (por citar algunos y sin orden). Núñez de Arce no aspira a la originalidad del humorismo, ni se entretiene mucho tiempo en cantar sus sueños, sus tiquis-miquis psicológicos, como diría el autor de Asclepigenia; si valiera todavía la terminología de cuando yo estudiaba, diría que el poeta castellano es más épico que lírico. ¿Y los Gritos del Combate?, se dirá. Hermosos gritos, en efecto; no falta allí subjetivismo (como decían algunos en mis tiempos, aunque está mal dicho); pero lo más de aquel libro excelente es poesía épica, a pesar de la forma. Aun allí le preocupan más las cosas que le suceden al mundo, que las que le pasan a él mismo. Por eso es precisamente   -17-   el poeta que produjo la revolución, como decía al principio. Cierto que hay allí poesías puramente líricas, como aquel romance, que si no recuerdo mal, empieza así:


    ¡Cuántas ilusiones muertas
y cuántos recuerdos vivos!
-En el corazón humano
jamás se forma el vacío.

Verdad es también que la epístola «La duda» en que habla con terror del análisis diciendo:


    ¡Si a veces imagino que envenena
la leche maternal!...

puede tomarse por lírica sin mezcla; pero en general las poesías de este tomo se refieren a la realidad exterior, y son cantos de libertad, himnos al progreso, a la fe, tal vez ausente, elegías trágicas, si cabe la expresión, en que se lamentan las luchas terribles del siglo.

«¡Hijo soy de mi siglo!» es el grito de Núñez de Arce. En Campoamor no se concibe grito semejante. Campoamor diría en todo caso: ego sum qui... sum, sin añadir qui futurus sum, por modestia y porque no está seguro. Las dudas de Núñez de Arce son de las que acaban en la fe, porque la desean, porque ven en ella la salvación. Son una especie de dudas provisionales, como la de Descartes, pero   -18-   más poéticas. Y en efecto, pasan años, y el ingenio del poeta castellano, al llegar a toda su madurez ya no canta la duda, ni siquiera escribe en forma lírica; prefiere el poema, el verdadero poema épico; no como el pequeño poema de Campoamor que es, o puro simbolismo de sus ideas y sentimientos, o expresión dramática de una psicología profunda y perspicaz, de una observación fina, valiente al traducirse en poesía. Después de los Gritos del combate, ¿qué escribió Núñez de Arce? Poemas y más poemas. Aquel mismo libro, ¿cómo termina? Con un poema semi-histórico, Raimundo Lulio, nunca bastante alabado; y después vienen: el Idilio, en que el amor del poeta se expresa en forma descriptiva y narrativa, con elementos épicos casi exclusivamente; La Visión de Fray Martín, La Selva oscura, El Vértigo, poemas épicos todos, aunque los dos primeros sean lo que aún se llama trascendentales. ¿Qué es La última lamentación de lord Byron? Una poesía de las que algunos estéticos apellidan intermedias, como las Heroidas, de Ovidio; el lirismo hecho poesía épica, con tan marcada tendencia al predominio de este último elemento que, en la descripción de Grecia y de aquella famosa batalla en que perecen en una sima las suliotas, está lo mejor del poema. Sí, Núñez de Arce sería un poeta épico más que nada, si ahora se hablase todavía como hace años. Veremos al tratar   -19-   de su último poema, La Pesca, que de esta tendencia nace principalmente la facilidad que hay en su poesía para servir de transacción entre el lirismo idealista y el adecuado a los procedimientos del mal tratado y mal entendido naturalismo.

Pero ahora se trata de otra cosa; de seguir comprobando que Núñez de Arce puede aspirar, con probabilidades de conseguirlo, a formar escuela. Este carácter objetivo (como se decía antes, sin deber decirlo), de la inspiración de Núñez de Arce, se presta a la imitación seria, o mejor diré, a la formación de una escuela, de una tendencia por lo menos, más que la naturaleza inimitable de la poesía campoamorina, una e indivisible, como la famosa República francesa.

Viniendo ahora al elemento formal, se observa lo mismo. La novedad de la poesía de Núñez de Arce es el predominio de la descripción correcta, exacta, tomada de la observación de la naturaleza, siguiendo el orden de esta, no sometiéndola al punto de vista psicológico, ni subordinándola a los intereses del lirismo; no la descripción según el ánimo, sino la descripción de las cosas, según su género. Y por lo que se refiere al estilo, Núñez de Arce no pretende crear manera inusitada, sino atenerse a la forma clásica, depurándola, si cabe; quiere ser original por fuerte y correcto, por sencillo y noble en el decir: el vocabulario que   -20-   emplea es el que los buenos poetas emplearon siempre.

(Ya veremos que en este punto La Pesca ofrece ciertas atrevidas y felices novedades). Pues todo esto, lo mismo el predominio de la descripción desinteresada, ordenada o realista (epítetos a escoger) que la fuerza, corrección, nobleza y sencillez del lenguaje, puede servir de modelo, puede ser el dechado de una escuela.

Tenemos que Núñez de Arce puede legítimamente y con toda formalidad crear una escuela. ¿Y a qué vino todo esto? Ante todo, a indicar el carácter general de su ingenio; pero además vino a cuento, porque demostrada -o poco menos- esa posibilidad, adquiere mayor importancia el punto que se expone en esta pregunta: ¿Hay tendencias en Núñez de Arce al naturalismo? Esto es lo que vamos a ver luego, sobre todo, al examinar La Pesca. Pero antes dos palabras, para decir por qué creo que esa escuela, que puede formarse, no se ha formado todavía.

No ha dejado de formarse por falta de tiempo, sino por falta de mimbres; es decir, por falta de poetas. La juventud de más ingenio -que es poco numerosa- no se va tras los versos, en esto hay que convenir, y los jóvenes amables que hasta ahora han imitado o seguido, o como se quiera a don Gaspar, han demostrado mejor deseo que facultades.   -21-   Y como esto no es ofenderlos, no tengo inconveniente ahora en citar nombres.

El Sr. Velarde, a quien yo he negado, y niego, la calidad de poeta notable, es el que hasta ahora se ha considerado, o para evitar anfibologías, ha sido considerado como legítimo discípulo, digno de tal maestro. Creo haber demostrado cien veces que tal juicio es erróneo; pero como el Sr. Velarde leerá probablemente en el Ateneo, cuando esto suceda volveré a aducir mis argumentos, apoyados en nuevas pruebas documentadas. Si, como oí decir, el Sr. Velarde está en Filipinas, o en camino, entonces no diré nada. Otro gran poeta anuncian estos días los periódicos: el Sr. Ferrari. Hay quien asegura que no se trata ya de un poeta, sino de El Poeta.

Esto es, precisamente, lo que dice Justiniano en la Instituta, hablando de Homero y de Virgilio, a quien griegos y latinos, respectivamente, llaman, según el Emperador, el poeta por antonomasia. Yo me alegraría mucho de que el Sr. Ferrari resultase ser el Virgilio y hasta el Homero de España, pero todavía no puedo asegurarlo, porque sólo conozco de su Pedro Abelardo (el de Remusat, que es dramático, lo conozco entero) más que algunos fragmentos publicados por los periódicos.

No los entiendo (los fragmentos, a los periódicos sí), pero en cuanto lea el poema de arriba a abajo,   -22-   diré mi opinión acerca de su mérito. Mucho es ya que las señoras lo hayan aplaudido con los pañuelos, como a Martínez Campos cuando volvía de Sagunto; pero ni yo me dejaré alucinar por este triunfo, ni el Sr. Ferrari debe dejarse alucinar tampoco. No vaya a suceder como con La Pasionaria. Allí todo era genio -y figura- y ahora empieza a verse claro que la gramática no parece, y que el drama no valía tanto como decía el capitán general de Castilla la Nueva.

Pero de todas maneras, el Sr. Ferrari, más humilde que sus panegiristas, se ha declarado discípulo de Núñez de Arce, según dicen. Ya lo veremos; porque este sectario no se ha marchado a Filipinas -es cosa segura- y podremos hablar de él en su día.

Y aunque, en rigor, no he salido de mi asunto, dejo estas digresiones concomitantes, y vuelvo con toda seriedad al Sr. Núñez de Arce, maestro a quien hoy por hoy no creo que le dé cuchillada ningún discípulo.

¿Hay tendencias en Núñez de Arce al naturalismo, en cuanto la lírica puede tenerlas? La ilustre Pardo Bazán parece columbrarlas. Es de advertir que el naturalismo no tiene gran afán por una poesía lírica. Zola mismo habla de los poetas franceses que pudieran considerarse dentro de su escuela con cierta frialdad, y prefiere a Víctor   -23-   Hugo explícitamente. En mi humilde opinión, las Neurosis, de Rollinat, por ejemplo, el libro de versos más parecido a lo que muchos creen el naturalismo, no tiene de naturalista más que lo poco que tiene de sincero y sencillo, sobre todo en su tercera parte. Pero aquellas Lujurias no son naturalismo, son... lujurias. Me parece más próximo a lo que podría ser la lírica naturalista el malogrado Glatigny, porque al entrar en el burdel y describirlo, lo ve y describe como artista que pinta, no como lírico que siente arrebatos más o menos histéricos. Yo he tenido el gusto de decir -en artículos que ya no recordará nadie- que Campoamor, en cierto sentido, en el de la sinceridad lírica y la penetración psicológica, se acercaba al naturalismo en su poema Los buenos y los sabios; pero de ningún otro poeta español puede afirmarse ahora otro tanto. Con algunos ejemplos explicaré la idea que entonces exponía en muchos párrafos. ¿Qué es lirismo anti-naturalista? Esto:

«Para y óyeme, oh, sol, yo te saludo...». Espronceda mandando al sol pararse y saludándole era grandioso si se quiere, pero no iba camino de la lírica sincera.

¿Qué es poesía con tendencias al naturalismo? Esto:

De pronto grita Juan: -¡Ahí va la estacha!-   -24-  


Miguel la frente agacha
para esquivar el golpe...

Aquí Núñez de Arce se vuelve a la naturaleza verdadera, imita la gracia de sus formas, la respeta, ve su poesía honda y conmovedora en los pormenores que parecen insignificantes y no lo son; hace lo mismo que Campoamor cuando advierte que los pantalones de Juan Soldado se vuelven azules.

En cambio es puro lirismo este otro fragmento de La Pesca. Habla el poeta con el mar, y dice:


    Todo enmudece y cae en el misterio;
       el poderoso imperio
que la tierra asoló con sus batallas;
hasta los dioses que de polo a polo
       temidos son, tú solo
sientes rodar los siglos y no callas.

Aquí no hay sinceridad del sentimiento; eso es retórica, bonita si se quiere, pero retórica. A un hombre de tan buen juicio como Núñez de Arce no puede asustarle que el mar no se calle nunca. Más raro sería que se callara.

Pero aún no es tiempo de examinar La Pesca.

Antes de este poema yo nada había visto ni en   -25-   los versos, ni en las teorías estéticas de Núñez de Arce que me hiciera esperar un cuarto de conversión -nada más que un cuarto- al naturalismo lírico, por más que el idilio paréceme sentido de veras y acaso sea anuncio de posteriores trasformaciones.

Hace tres años o cuatro, cuando por primera vez se discutió en el Ateneo la naturaleza y propósitos de la escuela literaria, hoy tan combatida por toda clase de ignorancia y pedantería, Núñez de Arce, en los pasillos -no en la sección- hablaba con gran calor en pro del idealismo, se declaraba uno de los más decididos adversarios de Zola y sus teorías. Sin ofender a nadie, me atrevo a decir que eran pocos los adversarios del naturalismo que estuviesen enterados de lo que era y que hablasen con algún fundamento de la cuestión. Núñez de Arce, enemigo absoluto, y González Serrano, relativo, eran los dos literatos de fama que sabían algo del caso y oponían argumentos dignos de ser rebatidos, por salir de lo vulgar y de los pensamientos y frases hechos. A Núñez de Arce le servían, sobre todo, su gran talento, la seriedad profunda con que atiende a los intereses del arte y esa estética no aprendida que saben todos los poetas verdaderos. Mientras un gracioso de oficio, un chascarrillo ambulante, gritaba por todos lados: «Señores, ¿qué mejor naturalista que   -26-   Cervantes? ¿Y Tirso? ¿Y D.ª María de Zayas?» creyendo decir algo nuevo; D. Gaspar se iba al grano y exponía las quejas más fundadas que contra el naturalismo puede exponer quien no le conoce sino por sus gritos de combate, por las exageraciones a que le obligan sus enemigos, lo mismo en la teoría que en la práctica.

Además, Núñez de Arce creía del naturalismo lo que le atribuyen sus adversarios; todavía no había leído ni sus libros principales ni su retórica auténtica. Yo recuerdo que entonces le decíamos: D. Gaspar, llegará un día, en que V. no maltrate así a esa escuela. No pedimos que se pase usted a ella, porque el artista no obedece al cálculo, sino a la naturaleza de su ingenio, pero sí que reconozca que así como la literatura idealista es una forma legítima del arte, puede serlo también el naturalismo. Nadie pretende otra cosa. El naturalismo no se cree lo único, se cree lo oportuno.

¿Ha dado algún paso el Sr. Núñez de Arce, no ya como crítico, sino como poeta, hacia la oportunidad naturalista? Según Menéndez Pelayo, ya antes de La Pesca había en la forma más exterior, en el lenguaje poético, alguna modificación en los versos de nuestro autor en el sentido de dejar el altisonante vocabulario del convencionalismo poético. Oigamos al mismo Menéndez Pelayo, que lo   -27-   dice mucho mejor que yo; y advierto al joven académico que allí donde al copiar pongo bastardilla, tomo acta:

«...Tampoco ha perdido nada su estilo despidiéndose algo de la tiesura y entono, de la solemnidad y el énfasis propios de la escuela de Quintana, y adoptando una manera más apacible y serena, por un lado, y por otro menos aristocrática y más realista, como es de ver, sobre todo, en el Idilio, composición llena de rasgos semi-populares y de descripciones de las labores agrícolas, hechas con la lengua de los labradores de Castilla. Es de creer y de desear que dada la tendencia actual de las letras, siga sin temor y sin exageración este camino, y enriquezca su vocabulario poético, no con vulgarismos crudos e impertinentes, que le aplebeyen sin fruto, sino con lo más pintoresco, vivo y gráfico de la lengua del pueblo, única que puede salvar a la lengua del arte del escollo de lo abstracto y ceremonioso a que fácilmente propenden las escuelas poéticas»4.

Si un crítico tan perspicaz y juicioso, tan sabio y prudente, ha visto todo eso en las obras anteriores a La Pesca, ¿qué no diría de este poema? Aquí el propósito de Núñez de Arce es evidente; quiere   -28-   dejar su parecido con Quintana para parecerse a otro poeta mejor: el mundo. ¿Pero es sólo en la forma? Yo creo que también en el asunto, y hasta cierto punto en todo el procedimiento literario... Pero esta materia ya es ictiológica. Mudemos de número romano.



  -29-  

ArribaAbajo- V -

La Pesca


Cuando se leyó en el Ateneo este poema, unos críticos dijeron que tenía tendencias realistas, otros lo negaron, y algunos añadieron aquello de «no es del género idealista, ni del género realista; es, sencillamente, hermoso». Esta frasecilla y otras análogas, que ya las decía Caín, el que mató a su hermano Abel, las repiten ahora muy huecos los muchachos que cogen y se hacen críticos, creyendo que las inventan ellos. ¡Cuidado que son cargantes! Piensan que es muy chique o chic, o como lo digan, eso de despreciar todos los partidos literarios y plantarse en el terreno neutral de su genial superioridad... Quédese para un Zola, un mequetrefe, el romperse la cabeza buscando camino nuevo para el arte, «pero yo, redactor de El centinela avanzado, v. gr., miro estas cosas desde arriba y digo, que no hay más géneros que el género bueno   -30-   y el género malo, ni más escuelas que la escuela del genio y la de los tontos».

Todas estas banalidades -como dice un corresponsal literario-, lo menos malo que tienen es el apestar de viejas. Es muy fácil echar por el atajo y decir «esto es hermoso porque sí, y voila tout». Así, la crítica es como coser y cantar. Los que escriben de tal manera suelen tener una disculpa; no les pagan los artículos, o se los pagan mal.

Yo creo que importa mucho saber si un poeta tan notable como Núñez de Arce, que puede guiar el gusto del público con la influencia del ejemplo, sigue o no las nuevas tendencias del arte de que habla Menéndez Pelayo. Por lo que se refiere a la forma en cuanto lenguaje, lo declara el mismo Núñez de Arce; no sólo su poema lo dice con elocuencia, el autor asegura que su propósito es introducir en el lenguaje poético giros y palabras que son populares e indispensables para que la poesía pueda tratar ciertos asuntos.

Y aquí está la madre del cordero (como decía un físico, en el Ateneo, describiendo un gasómetro); es necesario que el lenguaje poético se baje de las nubes para que pueda hablar de las cosas de la tierra. Por los asuntos es por lo que más importa que se hable en literatura como hablan las personas.

El argumento de La Pesca, todos los lectores lo   -31-   conocen, es tan sencillo que en él falta ese elemento que algunos llaman acción, y que no es más que un cúmulo de contingencias desprovistas de significado muchas veces; el interés de La Pesca está en la realidad copiada sin menjurjes de idealidades intempestivas. Se trata de la lucha del rudo marinero con el Océano, de la victoria del más fuerte; ni hay allí golpes de efecto, ni sorpresas preparadas con arte como estallidos de pólvora en fuegos de artificio. Miguel es un marinero como otro cualquiera, ama a su mujer, espera un hijo como bendición del cielo; para que un compañero suyo pueda pagar el entierro de una hija sale a pescar renunciando su parte de ganancia en el producto de aquel día. La tormenta les sorprende, y casi en la orilla perecen todos. La viuda desconsolada va algún tiempo después al cementerio, abrazando y besando con febril cariño


. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
       a un escuálido niño
nacido entre miserias y trabajos.
El hatillo de príncipe que un día
       soñó la fantasía
del infeliz Miguel, era de andrajos.

Pero la viuda, la pobre Rosa, ¿olvidará algún día? ¡Dios lo sabe!, dice el poeta. El mar devora y   -32-   el olvido puede devorar también. Este es el último poema de Núñez de Arce, el más serio por decirlo así, el más cercano a la vida, el más capaz de inspirar la dulce tristeza del arte de cuantos ha escrito, sin exceptuar en esta relación el idilio, cuyo sentimentalismo es menos fácil de comprender para muchos lectores.

En La Pesca no es todo digno de alabanza, y confieso que a mí me gustaría ver suprimidas las nueve estrofas primeras, en que el poeta habla con el mar a estilo de Quintana.

Pero en cuanto comienza la descripción del lugar de la escena, interesa vivamente el poema; la naturalidad, la fuerza, la sinceridad de la expresión, el vigor del dibujo nos sacan de los dominios del convencionalismo retórico, y estamos dentro de los del arte puro.

Y sin embargo, la forma métrica escogida por el autor opone trabas a todas esas calidades enunciadas, y no es extraño que no siempre venza el poeta, y a veces el artificio asome en una frase insignificante, en un epíteto inútil, que está llenando un hueco. Pero si esto se nota algunas veces en la primera mitad del poema, desde que llegamos al mar y empieza la pesca, y se anuncia la tempestad, ya no hay más que verdad y energía, la ilusión de la realidad, suprema aspiración del arte con su efecto natural, que es el interés superior   -33-   que sólo puede inspirar la vida o lo que tenga sus apariencias. Nunca como ahora se ha asimilado Núñez de Arce el asunto escogido, porque acaso tampoco hasta ahora quiso pintar la realidad exterior por ella misma, y nada más que por ella.

Todo esto ¿quiere decir que es La Pesca un poema naturalista en la rigurosa acepción de la palabra? De ninguna manera. Pero es un paso que da uno de los dos mejores poetas españoles, el que parecía más refractario a tales novedades, en el camino de esa tendencia moderna de que habla un crítico, un gran crítico, que de fijo no aceptará nunca tampoco el apellido de naturalista, pero que va concediendo, ya explícita, ya implícitamente, mucho de lo que constituye la ortodoxia literaria tan calumniada por sus enemigos.

Y ahora, después de tomar aliento, paso a tratar del insigne Campoamor y de los nuevos pequeños poemas que ha leído en el Ateneo con tan buen éxito, o poco menos, como el obtenido por el señor Ferrari, al leer su Pedro Abelardo.



  -34-  

ArribaAbajo- VI -

Campoamor


Pocos poetas han padecido más vivisecciones que Campoamor. Yo recuerdo que una vez le dividieron en cuatro partes. ¡Oh, carnicería! Este sistema de descuartizar a los autores, so capa de sacarles la psicología, debe ser usado únicamente en caso de necesidad extrema. Es una especie de operación cesárea, y no creo que sea lícito emplearla cuando el poeta dé a luz espontáneamente su obra con toda felicidad y la criatura nazca toda viva, como dicen los jurisperitos.

Sobre si Campoamor era escéptico o no era escéptico, providencialista o fatalista, objetivo (!) o subjetivo (!), se han escrito muchos y muy peregrinos disparates.

Yo confieso que no sé lo que es; pero Dios nos le conserve.

Es tino de los literatos a quien más leo, a quien más trato, a quien más quiero, a quien más admiro;   -35-   pero si se me pregunta ¿se salvará o no se salvará?, respondo que no tengo opinión fija acerca del particular.

Vaya V. a entender a un hombre que parece en algunas poesías hastiado, desengañado, convencido de que los humanos somos gente de mal vivir, intratables; y que a lo mejor se va al campo con cinco o seis poetillas a vegetar en intimidad con ellos.

Campoamor parece en muchos de sus versos al Misántropo de Molière, que


...va sortir d'un gouffre où triomphent les vices
et chercher sur la terre un endroit ecarté,
où d'être homme d'honneur on hait la liberté;

y sin embargo, yo le he visto muchas veces en el salón de conferencias del Congreso dejándose abrazar y hasta coger las barbas (histórico) por periodistas sin periódico, poetas sin destino y cesantes sin inspiración; audaces, necios y nada áticos todos ellos.

¿Es acaso Campoamor un Alcestes al revés, un Alcestes de buen humor? Es muy posible. Yo puedo, por lo menos, asegurar que le he visto mano a mano con Orontes, oyéndole con paciencia leer su soneto L'espoir, y en vez de decirle: Ese soneto

  -36-  
franchement, il est bon à mettre au cabinet

le aseguraba, convirtiéndose en Filinto, que


La chute en est jolie, amoureuse, admirable...

González Serrano, que estudia constantemente dos poetas, Goethe y Campoamor, ha dicho que D. Ramón era ante todo un humorista. Es probable. Y creo que no es humorista sólo cuando escribe, sino en la vida ordinaria. Si pone una dedicatoria en un libro, llama eminente a cualquier muchacho travieso.

Pregúntesele qué autores lee con preferencia, y contestará un día: -La Biblia y las fábulas de Iriarte.

Y otra vez: -Yo no leo más que metafísica y El Cocinero Europeo.

Es conservador por broma. (La broma más pesada de las suyas).

Decía que no le gustaba Sarah Bernhardt «porque hablaba en francés».

Hubo una temporada en que se dedicó, siendo el poeta más original y más rico en imágenes y conceptos, a copiar conceptos e imágenes de Víctor Hugo, Michelet, Laboulaye, etc., etc.; algunos cayeron en el lazo y se lo echaron en cara, y él hizo como que se incomodaba y hasta dio explicaciones,   -37-   publicando elocuentes defensas de un pleito ya ganado, el de su originalidad. Campoamor defendió aquel capricho de poner en verso prosa ajena, con el entusiasmo con que un teólogo bizantino podía defender la tesis de la luz del Tabor.

«Señores, ¡si yo no sé francés...!» dice D. Ramón muchas veces.

Y yo creo que sabe griego y hebreo y hasta éuskaro.

Es uno de los españoles que más leen. Él es el encuadernador de sus libros. Sí, yo he visto un volumen de los que se lleva para leer por el verano a la sombra de un árbol o en un coche de primera.

Allí había, cosidos por Campoamor, entre muchos otros opúsculos, un discurso de Cánovas, una circular de Romero Robledo, un artículo de González Serrano, sobre el pesimismo, versos de Velarde, un artículo de Castelar y una guía de ferrocarriles.

La mayor parte de sus poesías hacen creer que es un libre-pensador que no quiere dar la cara.

Pues se le oye hablar de religión, y hay días que parece un católico muy sincero, aunque enemigo de ciertas escuelas. Su filosofía y su teología parecen pura broma, y no lo son muchas veces. Su aversión a las escuelas psicológicas, como él dice, y su amor al ontologismo, son acaso ideas y sentimientos   -38-   arraigados, producto de serias y profundas reflexiones. Preguntad a los pocos que en España entienden todavía algo de asuntos metafísicos, y os responderán que Campoamor es, burla burlando, un pensador verdadero.

Yo, sin ser metafísico, también creo que D. Ramón es todo un pensador. Pero «piensa en verso». Me explicaré.

No le seducen más ideas que las que llevan aparejada una expresión artística. Así como Flaubert decía que él se cuidaba de la forma y que el fondo lo dejaba para los burgueses5, Campoamor necesita que sus pensamientos puedan ser expresados de un modo claro, trasparente y con gracia, para admitirlos. Los que a muchos les parece en los escritos filosóficos de Campoamor afectación, amor a la paradoja y a la antítesis, es un estilo de pensar y decir natural, sincero, irreemplazable acaso en el temperamento literario de nuestro autor. Necesita cierto paralelismo en las ideas, ciertas armonías misteriosas de frase y pensamiento.

Algunos críticos en los cuales la seriedad no es más que signo de sus cortos alcances, se ríen de las filosofías campoamorinas; y en cambio, se ponen   -39-   a considerar lo que querrá decir cualquier filosofastre positivista que llama retóricos a cuantos han pensado en metafísica en España, y condena todo conocimiento de lo absoluto en nombre del cloruro de sodio y de dos o tres sulfatos, y de la tibia y el peroné.

Pero todo un Valera, acaso el español de más talento, lee las Metafísicas de Campoamor y las toma en serio, aunque en tono de broma, y las comenta y refuta en parte, y en general admira, en artículos tan hermosos, tan humanamente filosóficos, tan seriamente humorísticos como aquellos titulados «Metafísica a la ligera».

He aquí la gran ventaja que lleva Campoamor a todos los poetas españoles del siglo que se escapa; ha pensado más que todos ellos, y ha tenido la rara habilidad de saber pensar en verso.

La mayor parte de nuestros poetas, sin ofender a nadie, son vulgo en lo que atañe al pensar; dicen muy bien, con forma nueva a veces, brillante casi siempre, lo que sabemos todos. Esto es mucho, es bastante para hacer un poeta, aunque sea de primer orden; pero si a ello se añade que el poeta sea un pensador original, un observador profundo, conocedor de la filosofía escrita y filósofo de la vida práctica (como se dice, aunque mal dicho), en tal caso tendremos miel sobre hojuelas. Esta miel es la poesía de Campoamor. No es un filósofo que   -40-   se haya dedicado a hablar en verso para que le oigan, ni un poeta que se haya dedicado a filosofar para que le llamen profundo y trascendental (vocablo inoportuno) es todo un poeta filósofo; es un Hartmann menos sistemático que el pesimista y más poeta. Por eso su filosofía la entienden, o poco menos, todos los lectores. En España la mayor parte de los desengaños y contradicciones de la vida se expresan ya por el vulgo con versos de Campoamor.

De la identidad que en él existe entre el poeta y el pensador ha nacido su célebre teoría del verso-prosa. En esto ha coincidido con él (Campoamor lo ha dicho mucho antes) el célebre escritor citado más arriba, Gustavo Flaubert. Explicando a Jorge Sand sus ideas sobre la armonía del pensamiento y el estilo, llega a decir el autor de Salammbô: «por eso cuando la idea está perfectamente expresada hemos hecho un verso sin querer».

Es ni más ni menos, la teoría que Campoamor ha expuesto muchos años hace. El verso no es más que la mejor manera de decir cuando algo esta expresado de modo que no se pueda quitar ni poner nada, entonces se ha escrito en verso, sin más que atender a la cuestión secundaria y material de la rima -si la hay- y del metro acentuado como corresponde. Pero es claro que para tener por inmejorable una frase no basta que corresponda   -41-   exactamente a la idea, sino que ha de ser bella material, eufónicamente. Por eso no puede ser nunca la expresión perfecta de un pensamiento la que tenga redundancias, repeticiones, cacofonías, hiatos, etc., etc. Esto es lo que, sobre poco más o menos, ha dicho Campoamor años atrás, y esto es lo que Flaubert dice al explicar su concepto del estilo.

Por si D. Ramón -que lo lee todo- no ha leído por casualidad el libro a que me refiero, me permito esta digresión. ¿Cómo no ha de agradarle que lo mismo que él haya pensado uno de los mayores artistas de la palabra?

¡Y se ha dicho que D. Ramón descuidaba la forma! Como que lo he dicho yo mismo. Pero yo me refería siempre a dos o tres puntos determinados, nunca he dicho en general que la forma de este poeta fuese incorrecta.

Yo, decía, por ejemplo, que en los versos de Campoamor hay demasiados consonantes en aba, ía, ado, ido, ente; que a veces deja pasar versos asonantados muy cerca unos de otros; que usa sin escrúpulo expresiones abstractas que quitan fuerza a la imagen: v. gr., sin embargo, y como; adverbios terminados en mente, y hasta ¡en el ínterin! dice él que se atrevería a escribir en verso. A mí me parece que todo eso es incompatible con la prosa perfecta de Campoamor y Flaubert. Mis censuras no   -42-   pasan de ahí. Pero otros han criticado a Campoamor por desaliñado. Y esto es ya una calumnia. Los versos de Campoamor, fuera de los lunares indicados y algunos otros, son la expresión más correcta de lo que él quiere decir. Para lo que no sirven los versos de Campoamor es para no decir nada. Por eso no hay nada peor que los versos de los imitadores de nuestro poeta. Un pequeño poema imitado es un extracto de carne de Liebig... sin carne. Los versos de Campoamor están hechos para ir llenos de ideas.

Y van; y cada día más; y a veces demasiado cargados de ellas. Pero este exceso de pensamientos es un defecto muy simpático en los que alcanzamos.

No diré yo, siguiendo los tópicos de la alabanza, que el último poema de Campoamor es el mejor; pero sí que cada día los versos del poeta asturiano se acercan más a la teoría del verso-prosa, que para no ser prosaico debe ser perfecto.

Y como no es cosa de hablar aquí de obras ya examinadas tantas veces, paso a considerar los últimos poemitas leídos por Campoamor en el Ateneo.



  -43-  

ArribaAbajo- VII -

Nuevos poemas


(Cómo rezan las solteras.- El amor o la muerte).

No llama Campoamor pequeños poemas a estos, sino poemas a secas, con el apéndice de un subtítulo que dice: «Monólogo representable».

Lo «representable» es la tentación eterna de líricos y novelistas. Balzac soñaba con el teatro y tuvo en mucho sus pocas obras dramáticas; Flaubert, aunque quisiera disimularlo, vio con mucha pena la caída de su Candidato, comedia que maltrataron los críticos y que casi silbó el público; y ensayaba con amor de padre un día y otro El sexo débil, que creo que no llegó a representarse. Zola, aunque con la prudencia que emplea en todo, suspira desde lejos por las tablas, a las que ha consentido que fueran esqueletos de sus novelas.

En España no faltan novelistas ilustres que piensan como en el premio gordo, en escribir dramas; uno de ellos me preguntaba hace poco tiempo:   -44-   -«¿Cree V. que el teatro naturalista es una Atlántida?». -Sí creo. -«¿No cree V. que podría intentarse algo?». -Creo que no debe intentarse nada. Es tiempo perdido.

Nuestros dos poetas líricos, Campoamor y Núñez de Arce, han escrito para el teatro obras que yo creo muy buenas, en su género. El haz de leña, dice con razón Menéndez Pelayo, vale tanto como muchos dramas de otros poetas tenidos por príncipes de la escena. Tal creo yo también; dentro del género idealista que en el teatro español tiene tan glorioso abolengo, El haz de leña es una joya. ¿Y el teatro de Campoamor? «Es falso, es convencional», gritó la crítica. ¡Dios mío, ya lo creo! Pero ¿y el teatro de... los demás? ¿No es falso y convencional también? En eso estamos, en que el teatro es falso, y más que en ninguna parte aquí con los clásicos «tres actos y en verso». Pero


aunque mi desdicha labre

como dicen todos los dramaturgos buenos y malos,


aunque mi desdicha labre.

lo del teatro falso no tiene remedio ni lo tendrá acaso en todo el siglo y parte del otro.

Pero aunque sea falso y conceptuoso Campoamor   -45-   en el teatro, Cuerdos y locos es una cosa representable que, bien representada, gusta mucho. Reconozco que para decir esto hace falta ser algo pesimista (si cabe el algo junto al superlativo de malo), y confieso que lo soy en materia de teatro. El drama, tal como hoy gusta, tiene que ser poco natural; sobre todo, nuestros buenos autores dramáticos no son naturales; pues entonces, ¿por qué no admirar Cuerdos y locos, que tiene tantas bellezas? A pesar de todo esto, lo mismo que a Núñez de Arce, a Campoamor crítica y público le fueron quitando las ganas de escribir comedias. Y ya no las escribe. Pero ¡ay!, tienen la nostalgia de las tablas, y de vez en cuando deja que un actor lea o represente sus poemas. ¡La tentación de lo representable!

El amor o la muerte no sólo es un poema representable, sino que se parece mucho a un drama de Campoamor que se representó... una noche.

Se llamaba Así se escribe la historia, y estaba cuajado de bellezas como las que contiene el poemita que en el Ateneo se aplaudió tanto.

La Boldún, la inolvidable Elisa Boldún, tenía el papel de la que hoy se llama Marta, y en el drama se llamaba Albaflor. ¡Qué fuerza había en aquel tipo de mujer apasionada, representado magistralmente por la Boldún! ¡Hermosa Albaflor! ¿Dónde está ahora? Fue una figura poética digna, por sí misma, de vivir muchos años; la actriz daba mayor   -46-   fuerza y relieve al carácter... Pero el drama no cumplía con las ordenanzas de la policía teatral entonces vigentes; una mujer se suicidaba en un coche y con arma de fuego, y aquello no podía pasar. No pasó.

Después hemos visto muchas cosas raras y oído muchos disparos; «nos hemos hecho a las armas», y acaso el drama de Campoamor no hubiera naufragado. Entonces naufragó... Y después se quemó. Se quemó en el archivo, o lo que fuera, del teatro del Circo. ¡Un naufragio y un incendio! Romántico espectáculo. ¿Qué queda de Albaflor? Una honrada madre de familia, que creo que vive en Valencia, y un poemita, que habrá cambiado más o menos en la forma, pero que en el fondo reproduce la situación del drama Así se escribe la historia. Pero olvidemos el drama, ya que hasta el autor le ha olvidado; dejemos a Albaflor en el limbo, a donde van las almas de las figuras poéticas que no dieron en el clavo del gusto predominante6, y vengamos a Marta y su trágico fin. Marta, después de filosofar en hermosísimos versos y describir su estado anímico7 como un Stendahl, se tira por un balcón. En el Ateneo no asustan estas cosas.

El amor o la muerte es representable, pero no se debe representar. Es un monólogo... por dentro; es un hablar para sí mismo copiado por un poeta. Aquello no es lo que una Marta diría en situación   -47-   tan apurada (su marido y su amante se van a matar en el jardín y ella está viéndolos) ni siquiera lo que pensaría. Algo de aquello sí puede pensarlo una mujer en tal apuro, pero hay otras cosas allí que sólo puede pensarlas un Campoamor... en su confortable gabinete de la plaza de las Cortes (mientras no se mude). Y no digo, esto como quien apunta defectos, sino como quien consigna hechos. Lo que hace Campoamor en sus dos monólogos, y mucho más, es legítimo en el arte, no lo niega nadie. Ya se sabe que el poeta no pretende que Marta hable como hablaría en la realidad. En la realidad probablemente no diría nada, o diría poco. ¿Deja por eso de haber arte y belleza en el monólogo? ¡Qué ha de dejar! ¿Pero será más hermoso todavía lo que sucede en Los buenos y los sabios que reúnen la belleza y la verdad, la naturalidad? Probablemente.

Pero prescindiendo ahora de que sea inverosímil o no que la misma Marta diga, o se diga ciertas cosas, ¡cuánto hay que admirar en este poemita! Hay imágenes patéticas dignas de Shakespeare; rasgos de fuerza descriptiva adaptados a la situación con arte sublime como aquel


Huele a incendio la tierra en el verano,

y es de gran efecto lo de

  -48-  
desgarro las palabras con los dientes,

aunque debía decirlo otro, y no debía añadir, que yo sepa,


y trituro los dientes con la ira.

Es bella, sin pero, esta frase:


Me duelen aquí tanto las ideas
que quisiera arrancarlas con la mano.

Y esta:


Mis ojos en su cara echan raíces.

Y esta:


¡Cuántas veces soñó mi pensamiento
ver su amor hecho carne en una cuna!

Y esto otro es admirable también:


¡Jesús! ¡Cuánta visión! Mi pie no acierta
a salir al encuentro a ese villano.
¡Valor! ¡Valor! Veré si hallo la puerta
apartando fantasmas con la mano.

  -49-  

Y son dignas de... Campoamor otras muchas cosas. El plan mismo del monólogo, su concisión, su fuerza patética merecen los aplausos que se le tributaron al poeta.

¡Cuántas cosas así decía aquella Albaflor casi silbada! -Perdone V. D. Ramón, no puedo olvidarme de ella. Estoy seguro de que también le reza por el alma doña Elisa Boldún-.

Cómo rezan las solteras es un juguete lleno de gracia, picardía artística y naturalidad. Salvando también en esto de la naturalidad algunas observaciones que el autor hace por su cuenta y atribuye a la señorita Petra. (La protagonista se llama Petra, como la heroína de La Pasionaria, y también está rezando en una iglesia, pero no crean los maliciosos que Campoamor ha copiado servilmente al Sr. Cano).

Por hacerle decir a Petrita lo que piensa él, D. Ramón, parece a veces la niña casadera una libre-pensadora que oye misa. Aquel volterianismo mitigado podrá ser inverosímil en tal personaje, ¡pero, vive Dios que tiene gracia!, y es más, si tal como se expresa es poco natural, en el pensamiento cabe que a una muchacha se le ocurran los más de aquellos conceptos y juicios atrevidos y profanos.

De todas suertes, es un alarde de penetrante, vivo y fresco ingenio, de aguda observación y de   -50-   estilo incomparable este poemita, aunque no llega en fuerza e interés a El amor o la muerte.

Y basta ya.

Concluyo esta serie de interminables artículos, felicitando con toda el alma a nuestros dos poetas... en activo. ¡Bravo, D. Gaspar! ¡Bravo, D. Ramón! ¡Bravísimo!