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ArribaAbajoFrancisco Calero: Europa en el pensamiento de Luis Vives

Enric Dolz


(Valencia: Ajuntament, 1997, 163 páginas)

El libro que comentamos pone de relieve que España no siempre ha estado de espaldas a Europa, sino que en determinados momentos de su Historia fue, por decirlo con una expresión europeísta, la locomotora del viejo continente. Fue en los inicios del siglo XVI cuando por diversos avatares genealógicos España se convirtió en la cabeza de Europa. No eran tiempos fáciles, ya que la enemistad entre Carlos V y Francisco I regaba con sangre las llanuras europeas; mientras, los turcos otomanos avanzaban hacia el corazón de Europa, y un fraile agustino ponía las semillas de la discordia.

Antes de llegar ahí, el autor del libro esboza la historia del nombre de nuestro continente, así como la de los diversos aspectos bajo los que se puede vertebrar la unión europea: geográfico, genealógico, político, religioso y cultural. Resulta curioso que no aparezca el económico, que va a ser el predominante cuando se instituya la Unión Económica   —376→   Europea, ya en el siglo XX. Pero desde el siglo XVI al XX se van a producir numerosos y profundos cambios, que harán posible una transformación de las ideas y de los ideales. Desde la perspectiva de Luis Vives, que debe ser considerado el europeo por excelencia según se demuestra en las páginas que comentamos, el aspecto más importante es el religioso, hasta tal punto que en el siglo XV Europa y Cristiandad eran sinónimos.

Vives recoge esa concepción, la hace suya y la encarna hasta lo más profundo de su ser, de forma que en su obra es frecuente el uso tanto de la palabra Europa como de Cristiandad, consideradas como una sola cosa. Normalmente se ha considerado a Erasmo como el prototipo del europeo, pero esa tesis no se sostiene ante el testimonio ofrecido por los escritos de ambos humanistas.

También desde otro punto de vista se puede examinar el interés europeísta de Vives, y es el de su relación con numerosos países europeos: nació en España, se educó en Francia, se estableció en Bélgica, trabajó en Inglaterra, y tuvo contactos con Portugal, Italia, Alemania y Grecia. Además, sus obras fueron muy apreciadas en todos esos países, y en algunos más, a los que llegó la influencia de sus ideas renovadoras en el campo de la educación.

Para apreciar los méritos de Vives en relación con la unidad europea, hay que volver al principio, esto es, a los graves problemas ya aludidos: guerra entre Francia y España, invasión de los turcos y rebelión de Lutero. En medio de la confusión y la angustia de los europeos de aquellos días, España constituía la única esperanza de restablecer la perdida unión de la Cristiandad. A ello contribuyó, con todas las reservas que se puedan formular a sus actuaciones, el joven emperador Carlos, lleno de ideales caballerescos y cristianos, así como los intelectuales de su entorno. Aunque Vives formara parte de ese círculo en sentido amplio, su postura fue diferente a la de los demás. Nunca se mostró adulador hacia la política de Carlos; más bien fue exigente respecto de sus obligaciones como Emperador. Los textos seleccionados y traducidos por el profesor Calero demuestran claramente que Vives se movía por preocupaciones cristianas, que él consideraba por encima de las políticas. Baste como ejemplo el hecho de que, inmediatamente después de la Batalla de Pavía, en vez de congratularse con el Emperador (y lo podía haber hecho por el trato que tenía con él), escribe una carta a Enrique VIII para que ambos tratasen con generosidad al pueblo francés y a su Rey, prisionero de Carlos. ¡Cuán lejos se muestra Vives de la adulación!

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En lo que se refiere al problema de las progresivas conquistas de los turcos, Vives animó en sus escritos a los príncipes cristianos para que se unieran frente al enemigo de la Cristiandad. Lo hacía sin duda porque sabía que a los cristianos se les impedía la práctica de su religión al caer bajo los turcos. Aún así, era tan profundo el pacifismo de Vives, que llega a decir que había que amar a los turcos, lo que implicaba el querer convertirlos al Cristianismo.

Todavía intervino Vives en otro frente, el de la solución de las diferencias entre Lutero y la jerarquía eclesiástica, dando muestras de gran penetración psicológica y de extraordinaria valentía, ya que, al defender que ambos debían hacer concesiones, se atrajo la animadversión de las dos partes.

Vives trabajó sin descanso por solucionar los tres problemas europeos de su época, y, en la medida en que contribuían a desunir a Europa, hay que considerar como aportaciones a la unidad del viejo continente los esfuerzos realizados por nuestro humanista.

Al final del libro se presenta una amplia antología de textos traducidos y comentados, que sirven para dar apoyo documental a todas las ideas defendidas por el autor. También la numerosa bibliografía consultada contribuye a dar solidez a las argumentaciones. En definitiva, es un libro que merece leerse por lo que representa en la recuperación del pasado europeísta español.