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ArribaAbajoChucho, el memorioso

No se puede usted figurar, señor mío, qué memoria tenía. No se le escapaba detalle. Ya al mismito llegar nos dejó boquiabiertos. Figúrese, hacía ya veintitantos años que se había marchado, casi treinta, era un chiquillo, lo que se dice un chiquillo, diez y ocho años, pelirrojo, espigado, lleno de granos, ojeroso siempre, allá él, eso son cosas que pasan, y, luego, tan buenecito siempre, que preguntaba muy seriecito a las señoras de la tertulia de la abuela: «¿Cómo está usted, doña Presentación?». «Su marido, doña Cristeta, ¿está ya más animadito? Ese mal de piedra, ¿se larga?». «A ver, con sus mimos...». Todas las mujeres aquellas le adoraban, ninguna se atrevió a decir contra él esta boca es mía cuando la historia de la ocupación, que si había hecho esto o lo otro, que si había destripado a tantos y a cuantos, que si se había incautado o dejado de incautar de... Ya ve, imposible creérselo, si era, ya se lo vengo diciendo, un alma de Dios. Si algo hizo, sería jugando. Así que, nada más aparecer, todos caímos en la misma: Tan bueno, tan modosito, tan servicial, que llevaba las maletas siempre, obstinándose en ayudar cuando nos íbamos de viaje, y nos escribía las cuentas de la casa cuando había alguna dificultad, y sin cobrar nada, siempre sonriendo, y de ortografía... El no va más. Y nos abrochaba la espalda de los vestidos a todas, temblando, y nos alisaba las arrugas... No, no, nada de malo, eso son habladurías   —156→   y malquereres, se lo digo yo. Y lo que es de memoria... ¿Chucho?... Menudo memorión. Ya, ya le voy a contar el regreso, si es que puedo, que nos ha dejado a todos de una pieza lo que ha pasado, tan contento que venía, ¿eh?, quién lo iba a decir, figúrese... Nos habíamos puesto todos en la ventana grande del salón, a esperarle. Nos dijo que nos había reconocido a todos, pero yo no estoy muy segura, hace mucho que se fue y hemos cambiado de lo lindo, ¿no es verdad, usted?, hombre, que si hemos cambiado, a mí no me va usted a camelar, que nadie como yo sabe dónde me aprieta el zapato. Que la artrosis, y las canas, y las arrugas, y los alifafes de todos los colores... Sí, usted es muy bueno, como lo era él, pero lo que no tiene remedio no tiene remedio, ea, si lo sabré yo. Pues, mire, se nos quedó mirando al llegar a la puerta y nos dijo, de buenas a primeras, todos allí amontonaditos, esperándole a ver por dónde estallaba, que parecíamos el Entierro del Conde de Orgaz, que si nuestras cabezas en fila y tal y tal y tal... Eh, ¿qué le parece? Siempre fue un chico muy leído. No me diga, Chichinina, la más joven, que ya estudia segundo de Artes Finísimas, pues que no se explicó por qué nuestras cabezas allí, en posición de firmes, alineadas detrás del cristal, podían evocar el entierro de ningún conde. Es una inculta, es que vaya Universidad. A lo mejor, le molestó lo del Conde, porque ella está ahora muy progre y, a ver, la aristocracia... Es lo que tiene, que no gusta a todos, qué va a gustar. Pues que el Chucho llamó a la puerta, o no llamó, que ya no tengo presente el dato, nos ha hecho dudar la poli con tanto preguntar y preguntar... Lo seguro, la fetén, es que le encontramos al abrir acariciando el llamador y diciéndole en voz baja: «Treinta años pulsándote...» y entornaba los ojos. No era tan sentimental, y por un llamador, muchísimo menos. No le habíamos conocido nunca una flaqueza así, tan eso. Bueno, es que han sido treinta años, hijito,   —157→   y ya cincuentón, y soltero, a lo mejor, ¿eh?, usted me entiende, pues que se ablanda la mollera, vamos, que se hace yogur. Ya sigo, no se impaciente. Pues que nos besó a todos, nos reconoció a todos, uno por uno, y a cada uno nos preguntó algo que tenía que ver con nuestras manías, nuestras debilidades. Lo cual que fue muy poco discreto, se ve que viene de un país de esos donde vaya las cosas que sueltan. Una es una señora, aunque me esté mal el decirlo. Y aunque una haya hecho lo que cada hijo de vecino, pues que no está bien que te lo recuerden, vaya con el zagal, oiga, se lo podía haber tragado. Me lo recordó mientras me sujetaba la barbilla, fue un detalle, menos mal. ¡Yo qué me iba a acordar de eso, pues sí que! Además, que, entonces, yo era solamente una doncella, y punto. Una doncella de adentro, de la señora. Así que... La que disfrutó de veras fue la Chichinina, una frescales, que, como ha nacido después, pues que no le pudo recordar nada. Solamente le preguntó si su padre seguía tan gilí y tan marica como antes, ya ve qué manera de presentarse, pero, a ver, como traía mucho parné, pues que todo era pero que muy gracioso. Reconoció los retratos de la familia, el sitio por donde antes salía la chimenea de la estufa, y notó que teníamos calefacción, y televisión... Por cierto: volvió a emocionarse con el pañito de crochet que teníamos encima del aparato, y recordó las tareas de la abuela Úrsula, que hacía aviones de ganchillo, recubriendo un huevo vacío y poniendo encima un muñequito desnudo, de los que salían en las casillas de los cines o tocaban en el chupen de las rifas, en las verbenas de barrio. ¡Qué memoria, señor mío, qué memoria! Se acercó a donde estuvo el tarjetero de su hermana Luisilla, la que se murió de un berrinche al enterarse de que su novio, un militar la mar de bizarro y un poco bizco, estaba casado en Almería con una señora de no mal parecer y riñón bien cubierto. Usted quizá la conoció: Luisilla fue la primera campeona   —158→   de natación que hubo en España. Luisilla pidió que se envolviera su cadáver en la bandera nacional y le pusieran al féretro las insignias del arma de caballería. Eso se llama fidelidad y, si me aprieta, heroísmo. Pues que el Chucho, le digo, iba preguntándolo todo, reconociéndolo todo... Recordó las postales de Luisilla, con sus brillos y sus versos de felicitación, y recitó dos o tres, dejándonos apabulladitos. Tenía usted que haberle oído, mojada la voz, los ojos en el techo: Por la mañana temprano cantaban las codornices... Le sentó muy mal que el tío Roque, ya muy mayor, estornudara en ese crítico momento. No, hombre, no, el estornudo no tiene importancia. Es que se hizo pupa en la hernia, y comenzó a quejarse, y hasta que se calma... Chucho reconoció la pipa del abuelo, que estaba en una vitrina, y el abanico de su madre, que estaba en la vitrina, y las primeras notas de su bachillerato, que estaban en la vitrina, y los primeros gemelos de persona mayor, y el primer cuello postizo, piqué almidonado, que gastó... Pues, no, ya ve, se columpia usted, eso no estaba en la vitrina, eso estaba en el cajón de su mesita de noche... También se tropezó con la primera novela pornográfica que le pilló su hermano Miguel, que en paz descanse. Ni se puso colorado tan siquiera. Aquello me planteó a mí alguna duda, mire usted que no ponerse colorado... Por muy tal que sean esos países donde ha estado estos años, yo creo que el respeto a su casa familiar, que estaban sueltos, como él decía, sueltos por los rincones, todos los lares y penates y pesares de todo tipo, lo menos, ¿eh?, lo menos, un poquito de vergüenza, amigo mío... Digo yo, vamos, que ahora... Acariciaba todo lo que se le ponía delante: el piano, y revolvió entre las partituras, y el aparador y todos sus cacharros y el cajón de los cubiertos, y el perchero, menos mal, siempre hemos pensado en tirarle, ya ve de la que nos hemos librado, y volcó el saquito de los botones, tantas veces que   —159→   jugó con ellos de chiquitín, a ver, ahí no ha tocado nadie, ya ve, con lo bien que dicen que pagan todas estas escombreras para el cine, que las necesitan para ambientar... Según cuentan, que yo no digo más que lo que oigo... Entró en las alcobas y se asomó a la terraza, y a la cocina y abrió los armarios... Y todos detrás de él, contemplándole en silencio, algún lagrimón que otro, y las tías viejas suspiraban, y los más jóvenes no dejaban de observarle la ropa, las maneras, las joyas que llevaba, se echaba de ver en seguidita que era un tipo de posibles, que no venía a pedirnos nada, y eso tranquilizaba, ¿no verdad, usted? Preguntó si seguía saliéndose la cisterna del retrete, ande, nadie se acordaba de eso, y era verdad, sí, siempre estaba glúglúglú... que era una lata, y fue a mirar detrás de la ampliación de boda de sus padres, donde al parecer, escondía sus ahorrillos... Lo cual que, como no encontró nada, vaya miradita que nos echó. Yo deduje que, en estos años, le ha brotado piel de capitalista. Paseó los ojos por la biblioteca, que era lo más fácil de reconocer, porque la gente que se quedó aquí, con eso de meter las perronas en las urbanizaciones y en las acciones y en chorras así, pues que no han comprado un maldito libro más, así que eso no tuvo el mérito que tenía, por ejemplo, recordar dónde dormían las criadas antes, y de qué color se les ponía la colcha, y dónde tenían la llave de la luz o el cerrojo... Por cierto, ahí tiene usted el cambio: no decía llave, sino interruptor, y llamaba a la cremallera del anorá que traía algo así como relámpago. La Chichinina se lo aprendió en seguidita, en un abrir y cerrar de ojos. Es chica muy lista. Para mí que quería pescarlo. Pues le ha salido bien. Redondo. Si de la escapada final ella tuvo la culpa, que le cizañó, hombre de Dios, eso no me lo quita nadie de la cabeza. Podía haber disimulado, ¿no verdad? Pues que todito estaba ya reconocido, incluso dijo que le resultaba familiar lo que veía nuevo,   —160→   que, a fuerza de pensar en ello y en nosotros, había estado siempre aquí y, para adobarlo bien, soltó alguna que otra patochada contra los politicastros causantes de su prolongada ausencia, acompañando sus palabrotas de un concienzudo volver cara a la pared algunas fotos que se veían por aquí y por allá, en fin, compréndalo, los de aquí, pues eso: inauguraciones, solemnidades, aniversarios, patatínpatatán. Es gente que ha figurado mucho y, aunque hace aprisa lo necesario para reformarse... En fin, todo no se puede lograr de la noche a la mañana. Bueno, como usted ve, sólo le quedaba dar una vuelta por el desván... Ya había bebido de lo que se había preparado en bienvenida, a manera de un mate de su estilo, que él nos había enviado hace un par de años, una bombilla colonial, de plata repujada nada menos, no se vaya usted a creer... La envió con un amigo suyo, cónsul depurado, cesante, amnistiado, reingresado y gorrón... Habría bastado con el correo, ¿no? Pues ya había probado los bizcochos, el ron, la mistela, el güisqui nativo, se zampó una ración de chorizo de no te menees, y un caviar soviético pura sangre que no vea, y, en fin, para qué le voy a contar. Hasta había escuchado el Habla, pueblo que todos, también agrupados ante las cortinas nuevas, recién compradas en las liquidaciones, cantamos llenos de un universal espíritu fraterno pro-reconciliación. Así se expresó don Juan Manuel, el señor casado con la Carola, la hermana mayor, ya viudo de ella y vuelto a casar con una Delegada nacional de no sé qué... No se extrañe, vienen poco por casa, es natural, no era su nido. El primo Fede, que ha sido funcionario de una de esas cosas que van a desaparecer y que anda metido en mil negociejos, estuvo mucho más claro: «Hay que olvidar todo, Chucho; pelillos a la mar, tienes que asociarte conmigo, vamos a desmantelar la sierra de...». Así, cantando, ordenaditos y pendientes de la situación, nos sacaron una foto. Ya se la enseñaré. En color,   —161→   hombre, también con usted. Fue entonces cuando Chucho, que decía que sí a todo, decidió irse al desván con Chichinina, que fue quien le metió los perros en danza. Se intercambiaron cigarrillos, intentaron bailar una cosa de esas sueltas un tanto así, así... Bueno, así, y en una de ésas, que si me acerco que si te alejas, que Chichinina apretó a correr escalera arriba, hacia el desván... Y él detrás. Nosotros nos quedamos con la boca abierta, porque todos más o menos sabíamos a qué demonios iba él al desván in illo tempore, corriendo detrás de las amiguitas de Chonita... No, hombre, no, Chonita es la madre de Chichinina, sí, ésa que está... Oiga, no me deja usted hablar. Eso. Cuando estábamos mirándonos, se oyó el monumental portazo. ¡Patapún...! Hasta la lubina fría, encima de la mesa, levantó las nalgas, intrigada. Sonó a modo, a hueco, a catástrofe, vamos, a catástrofe catastrófica. Catastrofísima. Yo no estoy de acuerdo con la policía, ni con el forense, ni con Chichinina... Con nadie. Para mí, no ha pasado más que una cosa bien sencilla. A Chucho se le había olvidado que la puerta del desván era muy bajita y, a ver, corriendo y algo rijosillo... La familia, conmovida, ha decidido, por mayoría estrictamente democrática, no fregar jamás el dintel, ya incorporado a la familia con la sesera de Chucho, el memorioso. Y con la frustración de Chichinina, la progre, que ha jurado guardar luto riguroso durante dos meses. Sí, sí, ella es muy terca; si no guarda luto, otra cosa hará. En esta familia le digo a usted que no nos privamos de nada. Ay, menos de la pasta del Chucho, que se ha quedado para no sé qué partido político de esos que... Cuando se llevaron el cadáver, todos éramos, una vez más, y no es carambola, el Entierro del Conde de Orgaz, en la ventana, juntas las cabezas, achuchadas las narices contra el cristal, la misma expresión de pena en los ojos, en las manos, en el bolsillo... Usted me contará, así, de pronto, vernos privados del apoyo de   —162→   un exiliado en la familia, considérelo, un pariente en primer grado, con lo que ahora se lleva eso... Y que no le tenían ganas, ni nada que digamos, por aquí, sus amiguitos de hoy, que muy solemnemente, le habían perdonado las requisas, y las detenciones, y las violaciones, y qué sé yo cuántas perrerías más. Ah, claro, y los incendios. Ahí tiene usted lo que son las cosas, sea usted generoso para esto, ¿eh?... Si ahora va a resultar que este Chucho era un desagradecido, ya lo verá, ya...



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ArribaAbajoMuseo local

Ustedes tienen que contemplar ante todo esas bóvedas. Son importantísimas. Hechas con plementos, como dicen los entendidos. No, complementos de esos de los sueldos y así, no. Plementos. Se llaman plementos. Mire usted: cada triangulito de esos que usted ve ahí arriba, que no tienen trabajo ni nada, no se crea, los hacían herejes condenados a trabajos forzados, pues que cada uno de ellos es un plemento. Fíjese: de oro. Cuánto valdrán. Nadie lo sabe, a ver, ahora... Esas esculturas que hay en las ventanas, ¿ven?, parecen de piedra, pero no son de piedra. Son de madera pintada. Afortunadamente, al parecer de piedra, los rojos no se atrevieron a llevárselas. Por el peso. Porque, ¿sabe?, los rojos fueron unos señores que anduvieron por aquí hace ya muchos años, figúrese, yo estaba soltero y mozo, y ya tengo nietos, bueno, no le voy a explicar por qué tengo nietos, que si se enteran aquí... Hay cada paternóster por esta casa, y, claro, a ver, con las costumbres de ahora... Vamos, que los niños no vienen de París ni muchísimo menos, sino de la clínica del Seguro... Pues le iba diciendo que esos señores rojos, que serían unos que se vestían de encarnado, digo yo, pues que se llevaban todito, por lo visto. Ahora, que aquí no faltó nada, ¿eh?, aquí todo el mundo era muy honrado. Además que tampoco está tan mal que se lleven algo, usted me contará, con lo que cuesta limpiarlo. Ya ve, ahí   —164→   tiene usted: hace ya tres años que quitaron la reja del Altar Mayor para poder hacer la Misa del Gallo, en la tele. Y, hasta ahora, sin devolverla. Ahí está, muerta de risa, en un sótano. Porque aquí, en esta Catedral, tenemos muchísimos sótanos. Y nada húmedos. Por algo son de la Catedral. ¿Conoce usted el Convento de las Madres? Ahí los tienen lo que se dice chorreando. Descuidadas que son las mujeres. A la vista está. Pues le decía que ya ve usted lo de la reja. Eso no está bien. Aparte de que la reja es también muy importante y muy vieja, que todos los turistas preguntan por ella, incluso los que no la vieron antes, pero es que, lo que pasa, viene en las guías, y, aunque las guías mienten mucho, ellos van y preguntan por la reja. O sea, que la reja, pues a ver. Y lo malo es que antes, cuando la reja, podíamos sacar una propinilla abriéndola para los fulanos esos de por ahí afuera, los extranjeros, que querían ver bien los santos del retablo. Pero ahora se nos cuela todo Dios sin necesidad de llaves. Ya ve usted lo que nos trae haber quitado la reja. No, qué va, eso no se vio en la televisión, estaría bueno. Aparte de que dígame usted a mí para qué carámbanos dan la Misa del Gallo por la tele, si en ese día todo el mundo está en casa solamente a comer y a comer y a comer, y nada más que a comer, y la mitad del personal anda trompa perdido, con una curda de campeonato. Pero, lo que tiene, hay que dar la impresión de que la Natividad, la familia, los rezos... Pero aquí no preocupa nada de esto, se lo digo yo, que veo pasar por aquí a muchísima gente, gente de todos los colores. Bueno, ¿ha mirado usted ya bastante estas bóvedas? ¿Se ha dado cuenta de que son de oro? Mire, allí, en el techo: de oro. Nada menos. Pasen a esta Sala. Ésta es la Sala tercera. ¿Ven? Una, dos y ésta, la tercera. Aquí hay mucha pintura antigua. Del siglo XV. Aquí, todo lo más joven es del siglo XV. Casi nada, menudo montón de años. Porque estamos   —165→   en el XX, ya ven. Hay muchos cuadros, se ve que entonces tenían más tiempo para pintar que ahora. Sí, este cartelito dice de dónde lo han sacado. Aquí tuvimos un obispo que la tomó con traerse las cosas de los pueblos, se ve que también tenían humedad, como las Madres. Bueno, las Madres, pingandito, se lo digo yo. Pero ya verá usted, ya, como se les ocurra reclamarlo. Vamos a tener otra guerra civil. Aquí viene mucha gente que dice que el obispo hizo muy bien, porque, a ver, no se va a gastar tanta gasolina en ir, por ejemplo, a Matambres, que no vea lo escondido que está, con cada barranco, y unas cuestas pinas, así... Y luego, que no hay carretera, ni tienen agua corriente, ni cuarto de baño, ni nada, vamos, de nada. Y no se van a ir estas pobres gentes que se traen estos coches tan bárbaros, que vienen de Nueva York y de más para allá, a ese pueblo. A ver, se incomodan, y, claro, mejor está el cuadro aquí. Lo que no me aclaro yo es cómo sabrían ellos que existía ese cuadro allí. Debió venir alguna vez en los papeles, ¿no cree? Los franceses, buenos son los franceses. Ésos van a donde haya que ir. Y los ingleses también. Pero, los españoles... Oiga, los españoles no tienen ni idea de lo que hay en esta Catedral. Es una pena, ¿no verdad, usted? Es que no han debido ir a la escuela ni la mitad. Eso sí, se dan una importancia... Todo lo miran de costadillo, se lo digo yo. Eso son cruces procesionales, como su propio nombre indica. Plata repujada y dorada. Siglo XV. Ya les he dicho que aquí todo es del siglo XV. No, eso pone del XVI, pero debe ser una metedura hasta el corvejón. Esos libros son los que empleaban para cantar el Oficio Divino. Yo me sé algunas letras, ¿quiere que se las cante? Bueno, bueno, no se ponga así. Si precisamente hemos hecho el museo para que los turistas puedan ver los tesoros sin molestia alguna. Porque esto son tesoros. Eso es la Custodia, también con usted, hombre. Viene en todos los libros. Puede   —166→   usted comprar uno muy detallado a la señora que hay en la puerta, sí, donde han sacado el billete. Es mi mujer, para servirles. Atiende por Antonia. En el libro hay fotografías de todo esto que ustedes admiran aquí dentro. Si compran varios o si son de un colegio, se hace un descuento. En el libro viene cómo se desmonta la Custodia, porque han de saber ustedes que el autor, un tal Arce, o Parce, Farce, esperen, voy a leerlo bien... ¿Lo ve, lo trae la cartela?... Arfe. Eso, siempre me trabuco, es que los nombres extranjeros, ¿no verdad? Pues, bueno, se desarma toda, y lo escribió, ya ve usted. Tiene muchos miles de tornillitos chicos, y de tuercas, y de pamplinas. Y las campanitas suenan. ¿Oye? En cuantito se zaranda una pizca, ¡tilín! ¡tilín! No la desarmamos a los turistas porque la visita duraría muchísimo, pero basta con que sepan que se puede desarmar. Esa bandera es de la batalla de Las Navas de Tolosa. Aquí hemos tenido muchas batallas gordísimas. Yo, debo confesarle, no he estado en ninguna, pero varios señores de la localidad, sí. Y cuentan y no acaban. En esas batallas, ya ve, la de siempre. A la Catedral, una bandera. Y a callar. En cambio, los señores, anda que no tienen sueldos, prebendas, carguitos y así. Ni nada que digamos. Y es la que yo digo. Por cuatro cochinas perras tiene uno que explicar todos estos cacharros cien veces al día a una sarta de ignorantes, hombre, por Dios, es que no hay derecho. Porque todos ustedes, los turistas, son una recua de ignorantes, que no tienen conocimientos, ni ortografía, ni patriotismo. Mejorando lo presente, natural. Ésa que mira usted ahora es de otra batalla, ya le he dicho que aquí hemos tenido muchos fregados de ésos. Mejor será que lo lea usted, porque parece que usted no me hace caso. Además, es una tontería que usted escriba las cosas que le estoy diciendo, porque todas, con datos de precios, horas de trabajo, nombres de patronos, enlaces y comisionados, y hasta el mote del canónigo   —167→   listero, vienen en el libro que le puede vender mi señora, o sea la Antonia. La Antonia es muy buena mujer, pero tiene las piernas mal. A ver, es ya viejales y no puede dar vueltas y vueltas al Museo repitiendo lo mismo: «A la derecha, cuadro de la Anunciación, siglo XV...». «Dalmática de influjo morisco, siglo XIII». «Encima de la puerta, cuadro del Greco, un pintor que hacía las caras muy largas. Este cuadro es mejor que los de Toledo, por eso está en nuestra Catedral...». No, todo esto es muy cansado para la pobre Antonia. Además, ¿sabe?, a su padre, que ya palmó, a dos hermanos y a no sé cuántos tíos, en fin, casi una esquela, los acusaron de revolucionarios, ya no me acuerdo cuántos años les salieron, y ella no puede ver con buenos ojos eso de que todo se lo llevaron sus parientes y tal y tal y tal, y que, luego, todo esté aquí, y que el libro siga repitiendo lo otro como si tal cosa. La Antonia es una persona muy encaprichada con la exactitud y la verdad. Pero, lo que yo le digo, es que hay que tener paciencia, Antonia, que ya verás cómo muy pronto serán otros los que carguen con el mochuelo ese del robo. A ver, dígame, si no. Antes eran los franchutes de Pepe Botella los que se habían alzado con el santo y la limosna. Luego, los carlistas. Digo yo que aquí siempre se están llevando las cosas, vaya país, ¿no cree usted? Pero la Antonia, pues que no me hace caso. A veces, hasta llora, ya ven ustedes, hasta llora. Se ve que, además de sus muchas virtudes, tiene sentimientos. Ahora deben ustedes admirar esas bombas tan pulidas, tan cuidaditas. Cayeron encima de la Catedral cuando el jaleo, pero, ya ve, no explotaron. Intervención de lo alto. Suerte que hubo, que si no... No habría ahora museo, no estarían ustedes aquí, no tendrían que oír eso de Las Navas de Tolosa, no habrían tenido pretexto para escaparse de casa esta tarde, no... Bueno, no quiero ni pensarlo. Claro que, a lo mejor, tampoco la Antonia estaría tan mal de las piernas,   —168→   tantas vueltas como ha tenido que dar la pobre a esta Catedral tan fría... Muchas gracias, el Señor se lo premie, veo que ustedes han comprendido la separación que hay entre el precio del billete y nuestro trabajo. Si supiera cuánto hemos tenido que sacudirle a la memoria hasta aprendernos los siglos esos de las cartelas... Por aquí, por aquí está la salida. Muchas gracias, muchas gracias... A ver, Antonia, venga, échame otro grupito...







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ArribaNota editorial

Las narraciones contenidas en este volumen aparecieron, en su primera versión, de la siguiente forma: Soltero, soltero, en Papeles de Son Armadans, núm. 183 (LXI), junio, 1971. En el suplemento dominical de Ya, salieron Todo puede lograrse (12 enero 1975), Me gustaba cantar (16 marzo 1975), La Ramitas (27 abril 1975), Un solo deseo (6 julio 1975), Si viera cómo cansa (3 agosto 1975), Hemos ido creciendo (19 octubre 1975), Entrevista (14 diciembre 1975), Conformidad, una gran virtud (22 febrero 1976), Comparar, comparar (4 abril 1976), Esta vida imposible (16 mayo 1976) y Museo Local (16 enero 1977). Chucho el memorioso figuró en el suplemento dominical de ABCcorrespondiente al día 22 de mayo de 1977 y, finalmente, Bobamente felizapareció en Ínsula, número 365, abril 1977. Todos los títulos renacen aquí con notables enmiendas y adiciones.