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ArribaAbajoA un amigo


ArribaAbajo¿Por qué ha dado tu lira
tan áspero sonido,
tu lira que cantaba
de Filis el favor y los hechizos?

¿Acaso murió Filis,  5
su amor era fingido,
o el almo desengaño
bajó del cielo a darte sus avisos?

¿Tu juventud se huyera,
las canas te han salido,  10
o ya la triste ruga
en tu frente tortuosos surcos hizo?

¡Ay no!... pues la edad pasa
más presta que un navío
con viento favorable,  15
más que el dardo del arco desprendido.

¿Qué a la vejez te espera
de tedios y suspiros,
insensible a la fuerza
ya de los ojos negros y del vino?  20

En lugar de las rosas
de que antes te has ceñido,
verás la sien cercada
de lirio melancólico y marchito.
—154→

Todo se irá, dejando  25
mil recuerdos sombríos;
la ocasión, pues, no dejes,
sorprende la ocasión, ¡qué haces, amigo!

El tiempo te convida
a navegar: propicio  30
está el viento, y el cielo
sereno está, y el vasto mar tranquilo.

Navega, pues, que en breve
todo será peligros,
se deshará la nave  35
y se alzarán violentos torbellinos;

o en enfadosa calma,
si no tienes peligros,
no verás los jardines
hechiceros de Pafos y de Gnido.  40

Vuelva a dar, pues, tu lira
delicado sonido,
e inflámense con ellos
las tímidas doncellas y los niños.

Mira que presto vuelan  45
placeres fugitivos,
tiende, tiende las redes,
ninguno escape el lazo ya tendido.

Si no tienes objetos
del dulce verso dignos,  50
ven a este fértil pueblo,
hallarás mil Elenas y Calipsos;

o bien todas las Gracias,
los Amores unidos
en los ojos de Nise,  55
de mi amor, de mi bien, del dueño mío.
—155→

Los verás, y pasmado
los amarás conmigo,
cantarás cual solías
en tiempo más feliz, de amor herido.  60

Sí, cantarás sus ojos,
causa de mis delirios,
negros, grandes, rasgados,
de enroscadas pestañas defendidos.

Sus ojos celestiales,  65
ya lánguidos, ya vivos,
ya fijos, ya vagantes
y en su modestia misma tan lascivos.
[...]99



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ArribaAbajoDécimas


Para templar el calor
de la estación y la edad,
me abandonas sin piedad,
mi hechizo, mi único amor.
Te engañas, porque el ardor  5
de un alma fina y constante,
si está de su bien distante,
crece en el agua, en la nieve,
y sólo templarse debe
en el seno de un amante.  10

Ven, pues, dulce amiga, luego,
que tú eres la sola fuente
que puede mi sed ardiente
saciar, y templar mi fuego.
En vano buscaré ciego  15
más gracia, más perfección,
otro afecto, otra pasión,
porque tus ojos divinos
solos saben los caminos
que van a mi corazón.  20



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ArribaAbajoA mi Magdalenita


ArribaAbajoMi juguetona Musa,
aunque con torpe lira,
por esta vez pretende
consagrarte su voz, Magdalenita.

No examines si es dulce,  5
si es bella mi poesía,
atiende solamente
al afecto sincero que la dicta.

Pero en este momento
la memoria se aviva  10
de que estás tanto tiempo
del hermano que te ama, dividida.

Y este triste recuerdo
todo placer me quita,
y funestas ideas  15
sólo ofrece a mi triste fantasía.

Tinieblas me parece
la amable luz del día,
y me son hasta odiosas
las cosas que los otros ven y admiran.  20

Pero importa muy poco,
amable hermana mía,
que estemos separados,
estando nuestras almas tan unidas.
—160→

Ellas siempre atraviesan  25
la distancia infinita
que nos separa; se unen,
dulcemente conversan y se miran.

Se prestan mutuamente
las promesas más finas;  30
y un genio, un modo mismo
de pensar y de obrar, la unión confirma.

Alguna vez las dudas
perturban nuestra dicha,
pero a pocos instantes  35
como ligeras nubes se disipan.

¡Felices los que así aman!
Así Magdalenita
será con José, siempre
del amor fraternal imagen viva.  40

Mi corazón es tuyo,
mis afectos, mi vida;
pero todo esto es menos
de lo que tú mereces todavía.

Mis tiernas expresiones  45
reparte en la familia,
adiós. Tu amante hermano.
Octubre veintisés, escrita en Lima.



  —161→  


ArribaAbajoMi retrato


A mi hermana Magdalena


ArribaAbajo ¡Qué dignos son de risa
esos hombres soberbios,
que piensan perpetuarse
pintándose en los lienzos!
De blasones ilustres  5
sus cuadros están llenos,
de insignias y de libros
y pomposos letreros.
De este modo ellos piensan
que sus retratos viejos  10
serán un gran tesoro
a sus hijos y nietos,
y que todos los hombres
del siglo venidero
su arrugada figura  15
mirarán con respeto.
¡Oh, cómo se disipan
esas torres de viento!
Tú alguna vez me viste
reírme de mi abuelo  20
con su blonda peluca
y sus narices menos.

Si los hombres se olvidan
aun de los hombres muertos,
¿qué no harán, hermanita,  25
qué no harán con los lienzos?
—162→
En rincones oscuros,
de vil polvo cubiertos,
aun los hombres más grandes
duermen un sueño eterno.  30
Permíteme que piense
de un modo muy diverso:
otros, enhorabuena,
quieran hacerse eternos
por sus grandes hazañas,  35
por sus grandes talentos;
pero yo ¡vida mía!
más mérito no tengo
que ser hermano tuyo,
pues lo demás es menos  40
Y como el hombre sabio,
filósofo y modesto
con la vida presente
sólo vive contento,
deja que en cuanto pueda  45
imite estos ejemplos,
pues el sabio en sus obras
nos deja su diseño.

Así no me interesa
que tuviesen Homero,  50
Virgilio, Horacio, Ovidio,
buen rostro o rostro feo:
instrúyanme sus obras,
deléitenme sus versos;
lo demás, ¡amor mío!  55
no merece un deseo.

Deja que quieto viva
en el presente tiempo,
pues el tiempo futuro,
ya no estaré muy lejos,  60
insensible al aplauso,
insensible al concepto
que de mí formar quieran
los sabios y los necios.
—163→
Gózate que no tenga  65
esos vanos deseos;
deja que sin desquite
en mis alegres versos,
muy ufano me ría
de esos hombres soberbios  70
que piensan perpetuarse
pintándose en los lienzos.

¡Cuán duro es retratarse,
y más cuando uno es feo!,
por ti hago el sacrificio.  75
Lo mandas; te obedezco.
El pintor soy yo mismo;
venga, venga un espejo
que fielmente me diga
mis gracias y defectos.  80
Ya está aquí: no tan malo;
yo me juzgué más feo,
y que al verme soltara
los pinceles de miedo.
Pues ya no desconfío  85
de darte algún contento,
y más cuando me quieres,
y yo me lo merezco.
Imagínate, hermana,
un joven, cuyo cuerpo  90
tiene de alto dos varas,
si les quitas un dedo.
Mi cabello no es rubio,
pero tampoco es negro,
ni como cerda liso,  95
ni como pasa crespo.
La frente es espaciosa,
como hombre de provecho;
ni estirada, arrugada,
ni adusta mucho menos.  100
—164→

Las cejas bien pobladas
y algo oscuro su pelo,
y debajo unos ojos
que es lo mejor que tengo:
ni muy grandes, ni chicos,  105
ni azules, ni muy negros,
ni alegres, ni dormidos,
ni vivos, ni muy muertos.
Son grandes las narices,
y a mucho honor lo tengo,  110
pues narigones siempre
los hombres grandes fueron:
el célebre Virgilio,
el inmortal Homero,
el amoroso Ovidio,  115
mi amigo y mi maestro.
La boca no es pequeña,
ni muy grande en extremo;
el labio no es delgado,
ni pálido, o de fuego.  120
Los dientes son muy blancos,
cabales y parejos,
y de todo me río
para que puedan verlos.
La barba es algo aguda,  125
pero con poco pelo:
me alegro, que eso menos
tendré de caballero.

Sobre todo, el conjunto
algo tosco lo creo:  130
el color no es muy blanco,
pero tampoco es prieto.
Menudas, pero muchas
cacarañitas tengo,
pues que nunca faltaron  135
sus estrellas al cielo.
Mas por todo mi rostro
vaga un aire modesto,
cual transparente velo
que encubre mis defectos.  140
—165→
Hermana, ésta es mi cara:
¿qué tal?, ¿te ha dado miedo?
Pues aguarda, que paso
a pintarte mi cuerpo.
No es largo, ni encogido,  145
ni gordo mi pescuezo:
tengo algo anchos los hombros
y no muy alto el pecho.
Yo no soy corcobado
mas tampoco muy tieso;  150
aire de petimetre
ni tengo ni lo quiero.
La pierna no es delgada,
el muslo no es muy grueso,
y el pie que Dios me ha dado  155
no es grande ni pequeño.
El vestido que gasto
debe siempre ser negro,
que, ausente de ti, sólo,
de luto vestir debo.  160
Una banda celeste
me cruza por el pecho,
que suele ser insignia
de honor en mi colegio.
Ya miras cómo en todo  165
disto de los extremos;
pues lo mismo, lo mismo
es el alma que tengo.
En vicios, en virtudes,
pasiones y talentos,  170
en todo ¡vida mía!
en todo guardo un medio:
sólo, sólo en amarte
me voy hasta el extremo.
Mi trato y mis modales  175
van a par con mi genio:
blandos, dulces, sin arte
lo mismo que mis versos.
Este es, pues, mi retrato,
el cual queda perfecto,  180
—166→
si una corona en torno
de su frente ponemos,
de rosas enlazadas
al mirto y laurel tierno,
que el Amor y las Musas  185
alegres me ciñeron.
Y siéntame a la orilla
de un plácido arroyuelo,
a la sombra de un árbol,
floridos campos viendo;  190
y en un rincón del cuadro
tirados en el suelo,
el sombrero, la banda,
las borlas y el capelo.
Me pondrán en el hombro  195
con mil lascivos juegos
la amorosa paloma
que me ha ofrecido Venus.
Junto a mí, pocos libros,
muy pocos, pero buenos:  200
Virgilio, Horacio, Ovidio;
a Plutarco, al de Teyo,
a Richardson, a Pope,
y a ti ¡oh Valdés!, ¡oh tierno
amigo de las Musas,  205
mi amor y mi embeleso!
Y al pie de mi retrato,
pondrán este letrero:
«Amó cuanto era amable,
amó cuanto era bello».  210

¡Oh, retrato dichoso!,
vas donde yo no puedo:
tu suerte venturosa
¡con cuánta envidia veo!
Anímate a la vista  215
de aquella que más quiero,
y dile mis ternuras,
y dile mis deseos.
—167→
Dale mil y mil veces
pruebas de mi amor tierno,  220
y dale mil abrazos,
y en la mejilla un beso.

Lima, 1803.



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ArribaAbajoAl retrato de un Cupido dado por Nise


ArribaAbajo¿Dónde corres, Cupido,
a la luz de tus fuegos,
seguido de tu madre
tan alegre y contento?
Para más bien, y llora:  5
no todos son tus siervos;
la joven que yo adoro
se resiste a tu imperio.

Deja ya ese arco flojo
por el uso y el tiempo,  10
ni tu dorada aljaba
penda de tu hombro bello,
y apaga de tu tea
el ya lánguido fuego,
que la joven que adoro  15
se resiste a tu imperio.

Antes bien busca flechas
y un arco más certero,
y o súmete en la tierra,
o levántate al cielo,  20
para encender tu antorcha
de más activo fuego,
pues la joven que adoro
se resiste a tu imperio.



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ArribaAbajoA Nise, dándose a la vela


ArribaAbajoAy, que de tu nave
ya se hinchan los linos
al soplo del viento
y de mis suspiros.
Bella fugitiva,  5
mi hechizo, mi amor.
      Piensa en mi tormento
       al decirte adiós.

El fuego secreto
que en el pecho mío  10
hace un año que arde
sin ser conocido,
hoy nada respeta,
hoy ya es un delirio
y un ciego furor...  15
       Piensa en mi tormento
       al decirte adiós.

Cual tímida virgen
que, cuando la miran,
toda ruborosa  20
tiembla y se retira,
y piensa que es crimen
aun alzar la vista,
tal era mi amor.-
       Piensa en mi tormento  25
       al decirte adiós;
—172→

Hoy es un guerrero
que a todo se atreve,
y que entre las llamas
y la cierta muerte,  30
intrépido, osado,
el muro rebelde
pisa triunfador.
       Piensa en mi tormento
       al decirte adiós.  35

Cual débil arroyo
de agua cristalina
que en murmurio blando
corre y se desliza,
y a cualquier tropiezo  40
cortés se desvía,
tal era mi amor.-
       Piensa en mi tormento
       al decirte adiós;

Hoy es un torrente  45
que, con furia extraña,
de escarpado monte
despeñado baja,
y a los hondos valles
loco se arrebata  50
con grande fragor.
       Piensa en mi tormento
       al decirte adiós.

Cual sólo te atreves,
céfiro suave,  55
a mecer las flores,
y, oculto en su cáliz,
apenas respiras
su aroma fragante,
tal era mi amor.-  60
       Piensa en mi tormento
       al decirte adiós;
—173→

Hoy es un terrible
huracán violento,
que arrasa los campos,  65
amenaza al cielo,
las nubes inflama,
y en el mar tremendo
ceba su furor.
       Piensa en mi tormento  70
       al decirte adiós.



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ArribaAbajoEn la muerte


de doña María de Borbón, princesa de Asturias


ArribaAbajo Señor, Señor, el pueblo que te adora,
bajo el peso oprimido
de tu cólera santa, gime y llora.
Ya no hay más resistir: la débil caña
que fácil va y se mece  5
cuando sus alas bate el manso viento,
se sacude, se quiebra, desparece
al recio soplo de huracán violento.
Así tu ira, Señor, bajo las formas
de asoladora peste y hambre y guerra,  10
se derramó por la infeliz España,
y aquella que llenó toda la tierra
con hazañas tan dignas de memoria,
en sus débiles hombros ya ni puede
sostener el cadáver de su gloria;  15
y la que, un tiempo, Reina se decía
de uno y otro hemisferio,
y vio besar su planta, y pedir leyes
a los pueblos humildes y a los reyes,
llora cual una esclava en cautiverio.  20

¿Y en medio a tantos males,
olvidas tus cuidados paternales,
olvidas tu piedad, y hasta nos robas
la más dulce esperanza
en la amable Princesa,  25
dechado de virtud y de belleza?...
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¡Oh memorable día
aquel en que la grande Barcelona,
saltando el noble pecho de alegría,
y ufana y orgullosa  30
al verse de sus reyes visitada,
vio la mar espumosa
besar su alta muralla,
y deponer después sobre su playa,
ante el inmenso pueblo que esperaba,  35
el precioso tesoro
que la bella Parténope mandaba!100
Y entre las salvas y festivos vivas,
la augusta joven pisa ya la tierra,
que devota, algún día,  40
reina, señora y madre le diría.
Ni se sacian los ojos de mirarla,
y nadie puede verla sin amarla.
Llena de noble agrado, y apacible
y fácil y accesible,  45
siembra amor por doquier. Llega y conquista.
Todos los corazones son ya suyos...
Malograda Princesa,
no has muerto sin reinar. Un pueblo entero
libre te ha obedecido;  50
que quien ama obedece,
y sólo amor merece
lo que no puede el oro ni el acero.

¿Dó están las esperanzas, madre España,
las altas esperanzas que formaste,  55
cuando las bellas ramas
de un mismo excelso tronco entrelazaste?
¿Dó los tiempos pimpollos
que el tálamo real brotar debiera,
por cuyas venas la gloriosa sangre  60
del domador de Nápoles corriera;
que de su gloria y nombres herederos,
y a la sombra del trono
del grande Carlos y la amable Luisa,
crecieran, se elevaran  65
y feliz perpetuaran
—177→
la sucesión de reyes piadosos,
benéficos y bravos y guerreros
y padres de la patria verdaderos?
¿Dó, España, fueron tus ardientes votos,  70
que ante el altar postrada,
la noble faz bañada
en lágrimas de gozo,
en día tan dichoso
al cielo religiosa dirigiste?  75

Señor, ensordeciste
a su clamor, y a su llorar cegaste,
y los ojos tornaste
llenos de indignación: tembló la tierra,
y los cielos temblaron;  80
todos los elementos cruda guerra101
entre sí concitaron;
rómpese el aire en rayos encendido;
retumba en torno el trueno estrepitoso,
el viento enfurecido  85
silba, conturba el mar; y las escuadras
en su arduo combatir van y se chocan,
ciegas se mezclan, se destrozan luego,
y al fondo de la mar de sangre y fuego,
como la piedra, bajan, desparecen.  90
Todos, todos perecen
confundidos, sin gloria y sin venganza;
y tu ira sólo triunfa. Después llamas
al ángel de la muerte, y le señalas
la digna primogénita de Iberia.  95
Él se alza, y reverente,
velada de temor su faz gloriosa
con las brillantes alas,
te oye y ciñe la espada reluciente,
del Egipto a los hijos ominosa,  100
de su sangre aún teñida,
y vuela a obedecerte...
Hiere, y cae la víctima inocente,
víctima de expiación de tus pecados,
España delincuente,  105
y herida cae de aquella misma espada,
—178→
con que una infiel nación fue castigada;
que al Todopoderoso
es altamente odioso,
quizá más que el infiel, su pueblo ingrato.  110

En tanto ya los males y dolores,
soldados indolentes, que militan
bajo el pendón sombrío de la muerte,
volteando en torno de la real cabeza
una tan cara vida amenazaron.  115
Sus ojos se anublaron,
sobre sus labios la sonrisa muere,
y se sienta la pálida tristeza
en los ojos, que fueron
el trono del amor y de las gracias;  120
y su pecho, en que ardía
la viva y casta llama de Fernando,
se fatiga, se oprime... Un mismo día
ha visto nuestra dicha
nacer, crecer, morir; y fue la noche  125
de tan alegre día
la noche de la tumba oscura y fría.

En vano ¡ay!, cuán en vano
agotó el arte humano
su saber, su poder... El alto cielo  130
su decreto de muerte dio... y el ángel
libertador de Isaac retardó el vuelo.

Cumana Profetisa102
que desde tu honda y misteriosa cueva,
de furor agitada,  135
y en éxtasis sublime enajenada,
oráculos terribles revelaste,
¿por qué no levantaste
de la tumba, do yaces tantos siglos,
la venerable frente,  140
y la sagrada lengua desatando,
por qué no presentaste
los imperios caídos,
—179→
y los cetros rompidos
sobre el sepulcro triste y pavoroso?,  145
y ¿por qué no turbaste
el gozo de tu Nápoles, (cantando
el funeral destino que arrastraba
a las playas ibéricas su hija),
cuando fió a las olas  150
la reina de las gentes españolas?
Y el luto de tu patria o nunca fuera,
o, ya previsto mal, menos le hiriera.
Y tú que, ya cortados
los lazos que te unían  155
al trono y a la vida y a Fernando,
y tu esfuerzo a los cielos contenían,
te elevaste segura,
cual llama hermosa y pura,
del pábulo terrestre desprendida;  160
ve la mísera España
al extremo dolor abandonada
el real manto rugado,
la negra cabellera deslazada,
y ceñida la frente  165
de jacinto al ciprés entrelazado,
gemir sobre tu losa. Y los gemidos
su hija América oyendo también gime,
y triste y desolada
así suelta la voz apesarada:  170
«¡Oh!, ¡qué improviso golpe
mi herido corazón de nuevo hiere!...,
vi el monstruo de la guerra
ya en el antiguo mundo no cabiendo,
nadar, romper los mares tormentosos;  175
y a su terrible aspecto, a su bramido
espavorida retemblar mi tierra;
y vi la planta impura
del ínfido Bretón y codicioso,
en presencia del cielo,  180
manchar mi casto y religioso suelo;
vi mis campos talados,
vi profanar mis templos, mis altares,
vi mis hijos morir... ¡hijos amados!,
—180→
por su patria, su rey, su Dios armados;  185
cuyas manos valientes
sólo al morir soltaron el acero
bañado en sangre y gloria, único alivio
de esta viuda infeliz... ¡Carlos!, mis hijos
murieron ¡ay!, no mueran sin venganza;  190
que si vencer los fuertes no pudieron,
lidiar al menos y morir supieron».

Suspende, amada patria, tus querellas.
Sígueme, que en las alas
del rayo impetuosas,  195
cual la reina del aire,
me lanzo a las mansiones venturosas.
Las puertas eternales de improviso
se abrieron... ¿Oyes el armonioso,
arrebatado canto  200
que en torno suena del cordero santo?,
¿y entre el sublime y resonante coro,
cuál se alza fervorosa
de Antonia la oración, y cuál ofrece
su juventud, su vida, su martirio,  205
por los males del pueblo que ama tanto?
Ve ya del trono santo
bajar entre inefables resplandores
la mirada de paz, y el rayo ardiente
caerse de la diestra omnipotente.  210

Y tú, alado ministro de venganza,
tú que segaste en flor nuestra esperanza,
ve a decir a los pueblos enemigos
que la ira celestial se ha serenado;
que ya el Señor nos llama sus amigos,  215
que él solo nuestra fuerza quebrantaba,
que hoy su poder conforta nuestro brazo.
Di que tiemblen, que somos invencibles,
y que el León ibero,
la su crespa melena  220
erizada, ya rota la cadena,
rugirá; y al rugido
—181→
huyendo el insular precipitado
por sus ingratas olas,
el gran tridente soltará usurpado  225
en las tendidas playas españolas103.

Lima, Mayo, 1807.



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ArribaAbajoHimno a Diana


Dedicado al amable cazador, mi amigo J. R. O.


ArribaAbajoVen, hermosa Diana,
y da al cazador,
que tus leyes sigue,
tu gracia y favor.

Ven que tú en los campos  5
fuiste la primera
que agitó las fieras
y las tiernas aves,
que cantan süaves
cuando nace el sol.  10

Ven, hermosa Diana,
y da al cazador,
que te ama y te sigue,
tu ayuda y favor.

Al viento vagaba  15
tu libre cabello,
y del hombro bello
la aljaba pendía,
y el pie te lamía
el can corredor.  20

Ven, hermosa Diana,
y da al cazador,
que te ama y te sigue,
tu ayuda y favor.
—184→

Dame las saetas  25
de tu arco certero,
o haz que el plomo fiero
alcance y traspase
cuando al monte pase
el ciervo veloz.  30

Ven, hermosa Diana,
y da al cazador,
que te ama y te sigue,
tu ayuda y favor.

Si al zarzal huyere  35
la ágil gallareta,
con su rastro inquieta
al diestro sabueso,
y al tenaz latido,
del cieno escondido  40
salga desalada,
corra, vuela y caiga,
aunque alas le añada
su mismo temor.

Ven, hermosa Diana,  45
y da al cazador,
que te ama y te sigue,
tu ayuda y favor.

Dicen que se goza
sólo en la ciudad  50
de amor, de amistades
y dulce recreo,
mas yo en este empleo
la ciudad olvido,
su brillo, su ruido,  55
y olvido el amor.

Ven, hermosa Diana,
y da al cazador,
que te ama y te sigue,
tu ayuda y favor.  60
—185→

Que tú castigaste
al curioso Acteón,
que de amor movido
desnuda te vió.
Convertido en ciervo  65
al punto corrió,
y los tus sabuesos
con rabia feroz
parten a vengarte
de la injuria atroz.  70
El bosque llenaron
de agudo clamor;
lo siguen, lo acosan
con curso veloz,
parten sus entrañas  75
y su corazón.
Los necios y ciegos
sigan al Amor,
y sufran y penen,
que a Diana amo yo.  80

Ven, hermosa Diana,
y da al cazador,
que te ama y te sigue,
tu ayuda y favor.

Si tú dirigieres  85
mi tímida mano,
ningún tiro vano
saldrá del cañón;
y yo te prometo
con todo el respeto  90
de mi corazón
no cazar jamás
sin invocarte antes
con esta canción.

Ven, hermosa Diana,  95
y da al cazador,
que te ama y te sigue,
tu ayuda y favor.
—186→

Vamos, compañeros,
¿no veis los accesos  100
de nuestros sabuesos?,
vamos con ardor.
No temáis al frío,
no temáis al sol,
que ya volveremos  105
cargados, sudosos,
pero más gloriosos
que un conquistador.



  —187→  


ArribaAbajoDedicatoria


a J. R. O.


ArribaAbajoY tú, mi dulce amigo,
que con la caza alegre
el afanoso estudio
alternas y entretienes,
sigue, sigue gozando  5
el placer de los reyes;
la diosa de los bosques
su gracia te promete.

Mas si en la selva umbrosa
dos palomitas vieres  10
acariciarse tiernas,
el tiro, cruel, suspende;
perdón a sus caricias,
y diles cuando vuelen:

«Si acaso sois de aquellas  15
que en Chipre tiran siempre
el carro de la madre
del amor y el deleite,
id allá desaladas,
palomas inocentes,  20
y en vuestro dulce arrullo
que Venus sola entiende,
decidle: Tu poeta
nos libró de la muerte».



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ArribaAbajoLa palomita


(Anacreóntica)


ArribaAbajo¿Dime de dónde vienes?,
dímelo por tu vida,
¿dónde vas?, ¿de quién eres,
amable palomita?

-El amoroso Olmedo  5
a su Nise me envía,
a la graciosa Nise,
su amor y su delicia.
Yo antes era de Venus,
y de las más queridas,  10
yo su carro tiraba
y en todo la servía.
Mas del calor huyendo
en un estivo día,
o por buscar la sombra,  15
que es del amor amiga,
con mi amante palomo,
blanco como yo misma,
en una selva umbrosa
entré, y me vi perdida.  20
Que un cazador amable
que allí por caso había
nos mira, y nos asesta
su cañón homicida.
Mas se contuvo luego,  25
no sé por qué, y con risa
como que algo recuerda
oí que me decía:
—190→
«Si acaso eres de aquellas
que allá en la Chipre tiran  30
el carro de la madre
de amorosas delicias,
vuela allá desalada,
cándida palomita,
y en tu arrullo que entiende  35
sólo Venus divina,
dile que su poeta
te libertó la vida».

Ajena ya del susto
volé alegre y festiva  40
a referirle a Venus
lo de la selva umbría.
En su caliente seno
me acoge y me decía:
«Ya estás en mi regazo  45
¿qué temes, cuitadilla?,
no más de susto tiemblen
tus cándidas alitas.
Pero yo premiar quiero
al que debes la vida.  50
Ve a mi tierno poeta,
dile que soy su amiga,
y ofrécele mi gracia
y protección divina».

De entonces dejé a Venus,  55
dejé a Chipre por Lima,
y vine a ser de Olmedo,
que es la ternura misma.
De entonces soy su esclava,
y le sirvo muy fina:  60
suya soy, y son suyas
estas letras que miras.
Libertad cuando torne
dijo que me daría:
mas yo sin él no quiero  65
ni libertad ni vida.
Con mi arrullo le aduermo,
—191→
mi pico le acaricia,
le cubro con mis alas
en las mañanas frías.  70
Comer quiero, y el grano
pico en su mano misma;
y si dormir, me arrulla
su blanda y dulce lira.

Pero... ingrato me engaña;  75
todo, todo es mentira,
sus melosas palabras,
sus besos y caricias.
Yo estoy, oh pasajero,
de los celos perdida,  80
pues mi amo sólo quiere
a una niña muy linda;
y aun conmigo estos versos
le manda a mi enemiga,
a la graciosa Nise,  85
su amor y su delicia.
Adiós, sé delicado
y calles, que la dicha
de amar y ser amado,
entre las almas finas,  90
crece con el misterio
mengua con la noticia.
Y adiós, que me detengo
más de lo que debía,
y temo que mi ingrato  95
al volver me reciba
sin ojos placenteros,
sin su amable sonrisa,
pues el que ama y espera
con lo menor se irrita.  100



  —[192]→     —193→  


ArribaAbajoEl árbol


ArribaAbajo A la sombra de este árbol venerable
donde se quiebra y calma
la furia de los vientos formidable,
y cuya ancianidad inspira a mi alma
un respeto sagrado y misterioso,  5
cuyo tronco desnudo y escabroso
un buen asiento rústico me ofrece,
y que de hojosa majestad cubierto
es el único rey de este desierto,
que vastísimo en torno me rodea;  10
aquí mi alma desea
venir a meditar; de aquí mi musa,
desplegando sus alas vagarosas,
por el aire sutil tenderá el vuelo;
ya cual fugaz y bella mariposa,  15
por la selva florida,
libre, inquieta, perdida,
irá en pos de un clavel o de una rosa,
ya cual paloma blanda y lastimera
irá a Chipre a buscar su compañera,  20
ya cuál garza atrevida
traspasará los mares,
verá todos los reinos y lugares,
o cual águila audaz alzará el vuelo
hasta el remoto y estrellado cielo.  25

¿No ves cuán ricas tornan a sus playas
de las Indias las naves españolas
a pesar de los vientos y las olas?,
pues muy más rica tornarás, mi musa,
de imágenes, de grandes pensamientos,  30
—194→
y de cuantos tesoros de belleza
contiene en sí la gran naturaleza;
y de tu largo vuelo fatigada
vendrás a descansar, como a seguro
y deseado puerto,  35
a la sombra del árbol del desierto.

¡Necio de mí!, ¿qué he visto?,
¡cuántas veces mejor me hubiera estado
gozar en grata paz menos curioso
de este ocio dulce, fresco y regalado,  40
que ver el espectáculo horroroso
que la perjura Francia,
de su seno feraz en sediciones,
en escándalo ofrece a las naciones!
¿Dónde están esas leyes decantadas  45
por la justicia y la equidad dictadas?
¿Mas qué aprovechan leyes sin virtudes?,
¡ni cómo las virtudes celestiales,
don de Dios el más puro y más sagrado,
han de habitar el corazón malvado  50
de un pueblo sedicioso,
cuyo jefe ambicioso,
cualquier senda, aunque sea
toda de sangre y crímenes cubierta,
la cree justa, legítima, segura,  55
si oro, poder y cetro le procura!

Los pueblos sabios, libres y virtuosos
en el trono sentaron a las leyes,
y se postraban a sus pies los reyes.
Pero el tirano, no: sentose él mismo,  60
y las leyes sagradas
puso a sus pies sacrílegos postradas.
Y nada perdonó para su intento:
su valor, su talento,
aun las virtudes mismas le sirvieron,  65
y tenidas en máximas de Estado
su respetable máscara le dieron.
—195→

Viose la religión inmaculada,
hija del cielo noble y generosa,
sierva de su política insidiosa;  70
y el grande protector de la fe santa,
con suma reverencia,
los Evangelios en París decora
y el Alcorán en el Egipto adora.

¡Qué crímenes, qué males,  75
no ha dado la ambición a los mortales!
Ella sola es cual llama abrasadora,
que las mieses devora;
mas la ambición unida a la fortuna
es torrente impetuoso,  80
que atropellando todo se derrama,
y devora las mieses y la llama.

Así a los pueblos se anunció el tirano,
y ésta es la perspectiva aborrecida
que ofrecerá a quien ose desrollarle  85
el lienzo ensangrentado de su vida.
En el infausto y execrable día
en que se vió la libertad francesa
al carro vencedor en triunfo atada;
cuando al trono de Luis, César subía,  90
en medio del tumulto y la alegría
de un pueblo esclavo... Bruto, ¿dónde estabas?
No es tarde aún; ven, besaré tu mano
bañada con la sangre del tirano.

¡Ay!, ¡que la tierra toda estremecida  95
tiemble por donde pasa y brota sangre!
¡Qué nuevo crimen! ¡Dios!, ¡oh madre España,
tu fe pura y entera,
y tu misma virtud cuánto te daña!
Un corazón virtuoso,  100
noble, fiel, generoso,
no sospecha jamás que se le engañe.
¡Oh traición inaudita!... Las montañas
desplómense y en polvo se deshagan;
—196→
los bramadores y hórridos volcanes  105
humo espeso vomiten
de sus vastas y lóbregas entrañas;
y densas nubes de humo y polvo encubran
tan gran maldad del miserable suelo
al vengador y poderoso cielo.  110

¡España! ¡España! ¡La amistad sagrada,
esa necesidad tan cara al hombre,
ese placer y celestial encanto,
ese lazo el más santo
de las almas, no es más que un vano nombre,  115
un nombre sin sentido
y una red que el tirano te ha tendido!
Osó llamar el pérfido a tus reyes
y dioles como amigos
de la amistad el ósculo fingido;  120
y cuando en su poder seguros fueron,
tratoles como viles enemigos,
y expiar les hace en bárbaras prisiones
el crimen de ser reyes y Borbones.

Siervos del crimen, nuestros caros reyes  125
volvednos, sí, volvednos nuestros padres,
los dioses de la España,
y venid a quitarlos en campaña.
Siervos viles del crimen, acordaos
de la inmortal jornada de Pavía;  130
de allí, del mismo campo de batalla,
cautivo y prisionero,
vio entrar Madrid vuestro monarca fiero.
Imitad, si podéis, tan grande hazaña.
Esto es honor; y si queréis vengaros,  135
volvednos nuestros reyes
y venid a quitarlos en campaña.

Los siglos pasan, nuestra gloria dura:
cuando a cubrirnos de un baldón eterno
la fiel posteridad ya se apresura.  140
—197→
¡Oh musa!, tú que viste
el furor de la mar estrepitosa
y los vientos horrísonos oíste
y el fracaso espantoso de las olas,
tú sola pintar puedes  145
el ardor de las armas españolas,
la ira y celo con que por todas partes
va y corre la nación precipitada
¡Guerra!, clamando, y a la voz de ¡Guerra!,
cómo brota la tierra  150
y las montañas brotan gente armada
a la guerra y venganza aparejada.

¡Guerra, venganza!... ¡Oh cuánto a su deseo
ya tarda en coronarse el Pirineo
de las pérfidas huestes enemigas!  155
Nunca el indio salvaje ni el viajero,
la senda en noche lóbrega perdida,
tanto del sol ansiaron la salida,
como impaciente el español espera
mirar la luz primera  160
que le refleje el enemigo acero.
¡Oh qué sed tan violenta
de tu sangre le abraza y atormenta!...
Ya en el campo de Marte sanguinoso
le hará ver que en España,  165
para vengar la afrenta
de Dios, del rey y de la patria santa,
cada hombre es un soldado,
y que cada soldado es un Pelayo,
cada pecho un broquel, cada arma un rayo.  170

Dios santo y poderoso,
brazo, virtud y gloria en la pelea,
tú que tocas el monte y luego humea,
tú que miras la tierra y se estremece,
toca y mira ese pueblo que en su gloria,  175
sin referirla a ti, se ensoberbece.
Tú ¡oh Dios!, que a los humildes y a los mansos,
la posesión has dado de la tierra,
¡ay!, no permitas que el varón de sangre
tu nación extermine,  180
—198→
ni que en la tierra toda desolada
cubierta de cadáveres domine.
Antes tú, que quisiste
para santificar la justa guerra,
el Dios de los ejércitos llamarte,  185
y en tus pueblos caudillos elegiste,
y su defensa y su victoria fuiste,
nuestro brazo conforta, y con tu aliento,
cual huracán violento,
turba las huestes del perjuro bando  190
que las sagradas leyes quebrantando
de amor y de amistad y santa alianza,
a guerra nos provocan y a venganza.

Y tú, mi musa, en tanto
que el mundo tiemble de furor y espanto,  195
y entre los fieros males
que preceden, que siguen, que acompañan
a la venganza, la ambición vacila;
tú, mi musa, pacífica y tranquila,
cual tímida paloma,  200
que se esconde en su nido,
la tempestad huyendo que ya asoma,
vendrás a guarecerte,
mientras lo exija mi destino incierto,
a la sombra del árbol del desierto.  205

Lima, 1809.



  —199→  


ArribaAbajoParodia épica


ArribaAbajo ¿Ves cuál se precipita en ígneo sulco,
de la ominosa nube desprendido
, el rayo asolador, de ronco trueno
y luz deslumbradora precedido;
y de las enriscadas, desiguales  5
sierras derroca las enormes masas
de portentosa, horrible pesadumbre,
que desraigando los añosos robles,
fuertes encinas y sublimes pinos,
en derredor los valles asordando,  10
con fracaso espantable por las faldas
ásperas y fragosas saltan, ruedan
y allá en el hondo abismo se despeñan;
y a un tiempo los soberbios capiteles,
que entre nubes de lejos se divisan,  15
y valles y collados señorean,
que el tiempo respetó, con mil estragos
se desploman y en polvo se deshacen:
templos, casas, alcázares, palacios,
do en asiática pompa el lujo ríe,  20
la altiva frente rinden, y deshechas
el suelo besan que antes desdeñaban,
y sus vastas ruinas portentosas
grandes, pequeños, ricos, pobres, buenos,
malos, fuertes y débiles sepultan;  25
grito de muerte a las esferas sube,
un silencio de muerte le sucede?...
En tanto... en tanto... ¡Oh descripción amiga,
ya el aliento me falta; otro te siga!..