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ArribaAbajoA su esposa


Señora doña Rosa Icaza


ArribaAbajo   Ya se acerca, amor mío,
¡ay!, palomita mía,
ya se acerca ¡ay!, el día
que nos va a dividir.
    Sólo tristes memorias  5
y recuerdos fatales...
de amor todos los males
me quedan que sufrir.

   Como tórtola viuda
que triste a cada hora  10
gime, suspira y llora
por su perdido amor,
    así yo inconsolable,
ausente de mi amada,
tendré siempre clavada  15
la espada del dolor.

   Mi corazón de pena
dentro del pecho muere...
mas la Patria lo quiere,
y es fuerza obedecer...  20
    Pide a Dios, vida mía,
con ruegos incesantes
que me traiga cuanto antes
al nido del placer.
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   Con mil dulces razones  25
el amor me detiene...
y el deber me previene
lo que es forzoso hacer.
    ¿Qué haré, pues, amor mío,
siendo en este momento  30
igualmente violento
mi amor y mi deber?

   Pues bien, cumplir con ambos,
es duro y buen consejo,
y aunque de ti me alejo,  35
contigo quedaré;
    así con ambos cumplo,
dando en serena calma,
al amor toda mi alma,
y el cuerpo a mi deber.  40

   Yo parto, ¡oh, qué tormento!,
¡oh, qué terrible ausencia!,
dame, oh Dios, resistencia
para tan gran dolor.
    Yo parto, y conjurados  45
veré a cada momento
contra mí al mar, al viento,
la ausencia y el amor.

   Y tú, hechizo de mi alma,
mi único amor, mi vida,  50
después de mi partida,
¿te acordarás de mí?
    Yo, de noche y de día
siempre estaré penando,
Rosita, en ti pensando,  55
pensado sólo en ti.

    Cual sombra inseparable
mi amante pensamiento
siempre, a todo momento,
estará junto a ti.  60
    Así, pues, siempre, siempre,
aunque me creas distante,
podrás decir: mi amante
delante está de mí.
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   Recogeré el aliento  65
que tu boca respira...
Mi cuerpo se retira,
pero mi alma jamás.
    Sabré tus pensamientos,
y oiré tus palabras;  70
cuando tus labios abras,
los míos encontrarás.

   No temas, amor mío,
mi palomita amada,
que haya en el mundo nada  75
que me haga vacilar,
    pues vivir en tu pecho,
que es mi único deseo,
vale más que un empleo,
vale más que reinar.  80

   Yo veré mil bellezas,
mas con ojo tan frío,
que nunca al pecho mío
llegará su impresión;
    porque tus ojos solos  85
con un arte divino
conocen el camino
que va a mi corazón.

   No tendré allá, aunque quiera,
ningún afecto nuevo,  90
pues conmigo no llevo
ni alma, ni corazón:
    que el corazón y el alma
que antes tenía conmigo,
se quedan ya contigo,  95
como en dulce prisión.

   Sin ti ¿qué haré, mi vida?
Siempre ¡ay!, como demente,
cual si fueras presente,
clamaré con fervor:  100
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   «Ven, palomita mía,
ven al caliente nido,
que aquí en mi pecho herido
te ha formado el amor.

   Ven, mi única esperanza,  105
mi único pensamiento,
ven, mi único contento,
ven, mi única pasión.»
    Y al ver que no me oyes
ni que estás a mi lado,  110
seré más desgraciado
por mi dulce ilusión.

   Otras veces teniendo
tu retrato delante,
cual frenético amante,  115
mil cariños le haré;
    creeré que con mi fuego
tus labios animados
me vuelven duplicados
los besos que te dé.  120

   Otras veces más necio,
como el que algo ha perdido,
a todos distraído,
por ti preguntaré:
    «¿Dónde está mi paloma,  125
causa de mis placeres?
Si no la conocieres,
las señas te daré.

   Es... lo que yo no puedo,
ni nadie explicar puede...  130
la que a todos excede,
es la rosa de abril;
    es la rosa que espera
en su botón gracioso
un calor amoroso  135
para empezarse a abrir.»
—259→

   Mas, ¿cuál es mi delirio?
¡Ay de mí!, en mi tardanza
ni el bien de la esperanza
me podrá consolar...  140
    Cree, mi alma, que es un pecho
muy tierno y amoroso
donde el amor hermoso
te ha erigido un altar.

   Piensa que por ti vivo,  145
piensa que sin ti muero,
que eres mi amor primero
y mi último serás.
    Adiós... ¡ay!, no te olvides
que eres objeto eterno  150
de este amor dulce y tierno,
de este amor inmortal.

    Piensa que de ti ausente
no es vida la que vivo,
y que siempre recibo  155
aumento en mi dolor.
    Piensa que esta gran pena,
piensa que este tormento
aun me quita el aliento
para decirte... adiós.  160

Agosto de 1825.



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ArribaAbajoAl general Flores


vencedor de Miñarica


ArribaAbajo   Cual águila inexperta, que impelida
del regio instinto de su estirpe clara,
emprende el precoz vuelo
en atrevido ensayo,
y elevándose ufana, envanecida,  5
sobre las nubes que atormenta el rayo,
no en el peligro de su ardor repara,
y a su ambicioso anhelo
estrecha viene la mitad del cielo;

    mas de improviso, deslumbrada, ciega,  10
sin saber dónde va, pierde el aliento
y a la merced del viento
ya su destino y su salud entrega,
o por su solo peso descendiendo
se encuentra por acaso  15
en medio de su selva conocida,
y allí la luz huyendo, se guarece,
y de fatiga y de pavor vencida,
renunciando al imperio, desfallece:

   así mi Musa un día  20
sintió la tierra huir bajo su planta,
y osó escalar los cielos, no teniendo
más genio que amor patrio y osadía:
en la región etérea se declara
grande sacerdotisa de los Incas;  25
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abre el templo del Sol, flores y ofrendas
esparce sobre el ara,
ciñe la estola espléndida y la tiara;
inquieta, atormentada
de un dios que dentro el pecho no le cabe,  30
profiere en alta voz lo que no sabe,
por ciega inspiración; tiemblan los reyes
escuchando el oráculo tremendo;
revelaciones, leyes
dicta al pueblo, describe las batallas,  35
de la patria predice la victoria
y la aplaude en seráficos cantares;
de los Incas deifica la memoria,
y a sus manes sagrados
si tumba les faltó, levanta altares113;  40

   mas cuando ya su triunfo absorta canta,
atrás la vista torna,
mide el abismo que salvó, y se espanta,
tiembla, deja caer el refulgente
sacro diadema que sus sienes orna,  45
y flaco el pecho, el ánimo doliente,
cual si volviera de un delirio, siente,
y de la santa agitación rendida,
queda en lento deliquio adormecida...

   En vano el bronce fratricida truena  50
y de las armas rompe el estallido,
y al recrujir el carro de la guerra,
se siente en torno retemblar la tierra114;

    y el atroz silbo de rabiosas sierpes
que la Discordia enreda a su melena  55
en sed mortal los pechos enfurece,
y de la antigua silla de los Incas
hasta do bate el mar los altos muros
de la noble heredera de Cartago,
todo es horror y confusión y estrago115;  60

   en vano ¡oh Dios!, del medio
de las olas civiles, con sorpresa,
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joven, graciosa, de esperanzas llena
una nueva República aparece;
cual la diosa de amor y de belleza  65
coronada de rosas y azahares,
con que el ambiente plácido perfuma,
surgió sobre la hirviente y alba espuma
del mar nacida a serenar los mares116;
y en vano sobre el margen populoso  70
del rico Tames y bullente Rima,
en verso numeroso
canoras voces se alzan despertando
la Musa de Junín...117 que el sacro fuego
de inspiración cesó, lánguido expira,  75
y el canto silencioso
duerme sobre las cuerdas de su lira.

   Mas nunca el genio muere, y con su aliento
la tierra, el firmamento,
el mármol y cadáveres anima.  80

    ¡Ya está dentro de mí!- Veloces vientos,
anunciad a las gentes
un nuevo canto de victoria. Dadme
laurel y palmas y alas esplendentes,
volvedme el estro santo,  85
que ya en el seno siento hervir el canto.

    ¿Adónde huyendo del paterno techo
corre la juventud precipitada?
En sus ojos furor, rabia en su pecho,
y en su mano blandiendo ensangrentada  90
un tizón infernal; cual civil Parca
ciega discurre, tala, y sus horrendas
huellas en sangre y en cenizas marca.

   Leyes y patria y libertad proclaman...
y oro, sangre, poder... ¡ésas sus leyes,  95
ésa es la libertad, de que se llaman
ínclitos vengadores!...
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   Y en los enormes montes interpuestos
y en el soberbio inexpugnable alcázar,
que de lejos ostenta  100
la Reina del Pacífico opulenta118,
la insolente esperanza
ponen de triunfo cierto y de venganza.
Corren al triunfo cierto... y un abismo
se abrió bajo sus pies... que los horrores  105
de tanta sedición, los alaridos
que entre las ruinas salen, los clamores
de tantos pueblos íntegros y fieles,
el Rayo concitaron que dormía
allá en el seno de su nube umbría.  110

   Ése es el adalid a quien dio el cielo
valor, consejo, previsión y audacia:
al arduo empeño, a la mayor desgracia
le sobra el corazón; todo le cede:
sirve a su voz la suerte, ante su genio  115
el peligro espantado retrocede119.

   ¡Flores!, los pueblos claman, y los montes
que la escena magnífica decoran.
¡Flores!, repiten sin cesar. Los ecos
ávidos unos a otros se devoran  120
y en inquietud perpetua se suceden
como olas de la mar; sordos aterran
la turba pertinaz, que espavorida
huye, y no sabe dónde -que doquiera
los ecos la persiguen, y doquiera  125
el espectro del héroe la intimida.

   Así cuando una nube repentina
enluta el cielo, cuando el sol declina,
se afanan los pastores recogiendo
el rebaño que pace descuidado;  130
mas de improviso estalla un trueno horrendo,
el tímido ganado
se aturde, se dispersa, desoyendo
del fiel mastín inútiles clamores,
—265→
se pierde en precipicios espantosos  135
que más lo apartan del redil querido,
y entre tantos horrores
vagan, tiemblan, caen confundidos
ganados y mastines y pastores120.

   Oyó la voz doliente de la Patria  140
su siempre fiel guerrero,
y desnudando el invencible acero,
se avanza; y los valientes capitanes
en cien lides gloriosos lo rodean121,
y dar paz a la patria o morir firmes  145
sobre la cruz de sus espadas juran...

    Él habla, y a su acento
todo en torno es acción y movimiento:
armas, tormentos bélicos, y cuanto
elemento de guerra y de victoria  150
da el suelo, forma el arte, el genio crea,
se apresta, o aparece por encanto;
gime el yunque, la fragua centellea,
brota naves el mar, tropas la tierra...
Aquí y allí la juventud se adiestra  155
a la terrible y desigual palestra...
Y el caballo impaciente
de freno y de reposo,
se indigna, escarba el suelo polvoroso;
impávido, insolente  160
demanda la señal, bufa, amenaza,
tiemblan sus miembros, su ojo reverbera,
enarca la cerviz, la alza arrogante
de prominente oreja coronada,
y, al viento derramada  165
la crin luciente de su cuello enhiesto,
ufano da en fantástica carrera
mil y mil pasos sin salir del puesto.

   Mayor afán, agitación, tumulto
reina en el bando opuesto:  170
armas les da el furor; la ambición ciega
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constancia, obstinación. ¡Cuán impotente
dio voces la razón!... Y en vano el cielo
los aterra con signos portentosos:
nocturnas sombras vagan por el suelo  175
exhalando alaridos lastimosos;
rayos sanguíneos las tinieblas aran
en pálido fulgor, y por la noche
sones terribles de uno al otro extremo
de la espantosa bóveda se oyeron;  180
se hiende el monte, el huracán estalla,
y es todo el aire un campo de batalla122;

   y en medio de la pompa más solemne
las imágenes santas derribadas,
-¡qué horror!- del alto pedestal cayeron  185
del incienso sacrílego indignadas123.

    ¿Veis allá lejos ominosa nube
ondeando en polvo de revuelta arena,
que densa se derrama y lenta sube?...
allí está Miñarica. La Discordia  190
allí sus haces crédulas ordena:
las convoca, las cuenta, las inflama...
las inflama... después las desenfrena.

   Flores vuela al encuentro, y cuando alzada
sobre la hostil cerviz resplandecía  195
su espada, reconoce sus hermanos;
lejos de sí la arroja, y les ofrece
el seno abierto y las inermes manos.

    Mas fiera la facción, se enorgullece;
razón, ruego, amistad y paz desdeña;  200
triunfa al verse rogada,
y en ilusión y en arrogancia crece;
que rara vez clemencia generosa
el monstruo del furor civil domeña,
y aun más los viles pechos escandece.  205
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    Tornó el héroe a relumbrar la espada,
y ésta fue la señal. Los combatientes
con firme paso y exultantes frentes
se acometen, se mezclan... De una parte
el número y el ímpetu... de la otra  210
arte, valor, serenidad; doquiera
furor y sangre... y a las armas sangre,
aun más infame que el orín, empaña;
y los pendones patrios encontrados
rotos y en sangre flotan empapados;  215
cristados yelmos, miembros palpitantes
erizan la campaña...
y los troncos humanos
se revuelcan, amagan,
e impotentes de herir, siquiera insultan,  220
mientras los restos de vital aliento
entre sus labios macilentos vagan.

   Los antiguos amigos, los hermanos
se encuentran, se conocen... y se abrazan...
con el abrazo de furente saña.  225

   Ni tregua, ni piedad... ¿Quién me retira
de esta escena de horror? - ¡Rompe tu lira,
doliente Musa mía, y antes deja
por siempre sepultada en noche obscura
tanta guerra civil! ¡Oh!, tú no seas  230
quien a la edad futura
quiera en durable verso revelarla:
que si mengua o escándalo resulta,
honra más la verdad quien más la oculta...

   Como rayo entre nube tormentosa  235
serpea fulminando, y veloz huye,
vuelve a brillar, la tempestad disipa
y su esplendor al cielo restituye;
así la espada del invicto Flores
por entre los espesos escuadrones  240
va sin ley cierta, brilla... y desparecen.
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A los unos aterra su presencia,
otros piedad clamando, se rindieron,
y a los que fuertes para huir, huyeron
los alcanzó en su fuga la clemencia.  245

   ¡Salud, oh claro Vencedor!, ¡oh firme
brazo, columna y gloria de la patria!
Por ti la asolación, por ti el estruendo
bélico cesa, y la inspirada Musa
despertó dando arrebatado canto;  250
por ti la Patria el merecido llanto
templa al mirar el hecatombe horrendo
que es precio de la paz; por ti recobran
su paz los pueblos y su prez las artes,
la alma Temis su santo ministerio,  255
su antiguo honor los patrios estandartes,
la ley su cetro, libertad su imperio,
y las sombras de Guachi desoladas
de su afrenta y dolor quedan vengadas.

   Rey de los Andes, la ardua frente inclina,  260
que pasa el Vencedor; a nuestras playas
dirige el paso victorioso, en tanto
que el himno sacro la amistad entona,
y fausta la Victoria le destina
triunfales pompas en su caro Guayas  265
y en este canto espléndida corona.

Guayaquil, 1835.



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ArribaAbajoUn sueño


canción


ArribaAbajoVisitome el amor esta noche
con un dulce, gratísimo sueño:
yo soñé que a mi angélico dueño
de este modo empezábale a hablar:
-Saber puedes las veces que te amo  5
si las luces contares del cielo,
y las hojas que cubren el suelo,
y las olas que baten la mar...-

Ella me oye, y gustosa y afable
corre a mí con el seno entreabierto...  10
Mas ¡ay triste!, que al punto despierto,
y era sombra lo que iba a abrazar.
Loco, ciego, impaciente, furioso,
salto luego del lecho gritando:
-¡Duro amor!, ¡duro amor!, ¿hasta cuándo,  15
hasta cuándo me quieres burlar?

1835.



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ArribaAbajoOración de la infancia


ArribaAbajoSeñor, tu nombre santo
celebra la voz mía
en armonioso canto,
cuando brilla la luz del nuevo día.

Tú mandaste a tu sol que disipara  5
las sombras de la noche, y obediente
por la inflamada esfera
emprende su magnífica carrera.

Vida, belleza, acción, todos los seres
recobran ya; la tierra se engalana  10
de flores, y presenta
una nueva creación cada mañana.

Señor, tu nombre santo
celebra la voz mía
en armonioso canto,  15
cuando brilla la luz del nuevo día.

El sol llena los cielos,
y del trono gobierna
los astros que su marcha
siguen cumpliendo con su ley eterna.  20

Así también, oh Dios, pues el Sol eres
verdadero del mundo, ocupa, enciende
todos los corazones,
y dirige a tu ley nuestras acciones.
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Si te es grata la voz de la inocencia,  25
escúchanos, Señor, bajo tus alas
pon a los que te adoran
y tu luz, tu piedad, tu gracia imploran.

Señor, tu nombre santo
celebra la voz mía  30
en armonioso canto,
cuando brilla la luz del nuevo día.



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ArribaAbajoHimno para la noche


por un joven ausente por su culpa de la casa paterna


ArribaAbajo   Admite, oh Dios, oh Padre,
    los votos y las gracias
    que mi labio te ofrece
cuando el sol, que es tu imagen, se obscurece.

   ¡Oh, cuántos beneficios  5
    tu diestra ha derramado
    mientras tu hermoso día
por el alto cenit resplandecía!

   Con tu luz, recibieron
    tus mares y tus cielos  10
    y tu tierra florida
y todo tu universo, acción y vida.

   Entre tanto tu noche
    creciendo va, y al mundo
    le roba con presteza  15
su grata animación y su belleza.

   Mas justo es que otros pueblos,
    pues todos son tus hijos,
    gocen de iguales bienes
que a sus hermanos por acá previenes.  20

   Haz, pues, tengan reposo
    los miembros fatigados,
—278→
    y a nuestra fantasía
sueños tranquilos solamente envía.

   Y pueda, yo, siquiera  25
    ser feliz entre sueños,
    viendo, en imagen clara,
mi dulce patria y mi familia cara.

   Abrace a mis hermanos
    y a mi padre... Y mi madre  30
    mil caricias me diga,
me perdone mi culpa y me bendiga.

   Que yo, reconocido,
    te cantaré, a la aurora,
    cuando muera en oriente  35
su luz vital y su rosada frente.

   Y mezclaré mis voces
    al trinar de tus aves,
    que saludan al día
con deliciosa y plácida armonía.  40



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ArribaAbajoHimno al nueve de octubre



Coro

ArribaAbajoVen, oh plácida aurora
del octubre glorioso,
ven, dulce precursora
de luz y libertad,
ven, anunciando al Ecuador dichoso,  5
triunfo en la guerra y en la paz reposo.

Por ser libre, valor y constancia
en los campos de Marte mostró;
por guardar ese bien tan preciado
muestre siempre constancia y valor.  10
Y cual brillan los signos celestes
en la esfera con vivo esplendor,
brillará más hermosa en la tierra
la menor de las hijas del Sol.

      Ven, oh plácida aurora...  15

Cara patria, ya alzaste la frente;
sacudiendo tu yugo opresor,
recobraste tus santos derechos,
cara patria, más cara que el sol.
Honor, vida, poder ya son nuestros,  20
nuestro el cielo que puro miramos,
nuestro el suelo que hermoso pisamos,
y sin leyes de ajeno señor.
—280→

      Ven, oh plácida aurora...

Alma paz, con nosotros habita  25
salva, siempre a tu caro Ecuador.
Y a este suelo Pacífico llamen
con el nombre que a su mar se dio.
En su seno, con la paz, las artes
hallarán acogida y favor,  30
reflectando las ondas del Guayas
pabellones de todo color.

      Ven, oh plácida aurora...

Depongamos, oh pueblos, las armas,
ya cesó de la guerra el furor,  35
conquistemos las artes del mundo
que es conquista de insigne valor.
Que resuenen patrióticos himnos
en potente y armónica voz,
aclamando estos nombres queridos,  40
Leyes, Paz, Libertad, Ecuador.

Ven, oh plácida aurora,
del octubre glorioso,
ven, dulce precursora
de luz y libertad,  45
ven anunciando al Ecuador dichoso
triunfo en la guerra y en la paz reposo.



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ArribaAbajoEn la muerte de mi hermana


ArribaAbajo¿Y eres tú Dios? ¿A quién podré quejarme?,
inebriado en tu gloria y poderío,
¡ver el dolor que me devora impío
y la mirada de piedad negarme!

Manda alzar otra vez por consolarme  5
la grave losa del sepulcro frío,
y restituye, oh Dios, al seno mío
la hermana que has querido arrebatarme.

Yo no te la pedí. ¡Qué!, ¿es por ventura
crear para destruir, placer divino,  10
o es de tanta virtud indigno el suelo?,

¿o ya del todo absorto en tu luz pura
te es menos grato el incesante trino?
Dime, ¿faltaba este ángel a tu cielo?



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ArribaAbajoA Eliza


ArribaAbajo ¿No ves cuán pronto por la azul esfera
el vuelo de las horas se desliza?,
    ¿no ves, amable Eliza,
marchitarse al nacer las tiernas flores
de la fugaz y alegre primavera?  5
    Pues ¡ay!, con más presteza
nacen, desaparecen los amores,
las gracias de la edad y la belleza.
    Feliz en todas partes
quien con el grato estudio de las artes  10
    mezclando las lecciones
de virtud y piedad, engaña, burla
del tiempo y de sus hijas estaciones
la ciega rapidez y la inconstancia.

Así cuando la bella primavera  15
pierde su gala y virginal sonrisa
    y se retira triste
    de tu jardín, Eliza,
huyendo del invierno los enojos
, al fuego de tu genio y de tus ojos  20
con sus vivos colores y fragancia
bajo de tu pincel nace en tu estancia.

En tu estancia feliz que yo contemplo
    será con tu presencia
    el más hermoso templo  25
del gusto, la piedad y la inocencia,
a cuyo culto y plácidos misterios
    vestal sacerdotisa
con tu graciosa hermana será Eliza.



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ArribaAbajoCanción


ArribaAbajoDivino encanto,
si acaso mi llanto
mueve tu atención,
cesa en el empeño
de herir con tu ceño  5
al que te hizo dueño
de su corazón.

Y si te ofendo,
ingrata, diciendo
mi dolencia atroz,  10
moriré fino,
pues ya me convino
el dulce destino
de morir por vos.

Nada dijera  15
si callar pudiera
tan grave dolor.
Mas nadie sabe
que siendo tan grave
en mí ya no cabe  20
todo su rigor.

¡Ay!, bella ingrata,
si tu rigor trata
de abatir mi amor,
mi pecho amante  25
morirá al instante
con una constante
desesperación.
—286→

Y si no dejas
que quepa en mis quejas  30
todo tu rigor,
ingrata bella,
con dura querella,
maldigo la estrella
que a ti me rindió.  35



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ArribaAbajoA las tres gracias


(Para el álbum de la señorita Rosa Ortiz de Zevallos, insigne profesora de música, y de sus dos bellas primas)


ArribaAbajoRosa, que por modestia delicada,
en florecer te places rodeada
del lindo par de Margarita y Pola,
huyendo la vergüenza
de ser en gracia y hermosura sola;  5
quien pueda resistir el noble encanto,
Rosa, de tu mirar y de tu canto,
y en grata calma verte y escucharte,
ése voces tendrá para alabarte,
mas no el que, absorto, extático, suspira  10
en placer inefable, sin que pueda
decir qué siente, ni decir qué admira.

Si aun hoy, al escucharte, Rosa bella,
sagrada inspiración mi mente inflama,
y al brote de la eléctrica centella  15
torna a brillar la amortiguada llama,
¡qué fuera cuando en el hirviente pecho
latir sentía el corazón estrecho!
Yo te escuché una vez, y todo el día,
en ilusión dulcísima, creía  20
sentir y respirar, y vivir todo
en un plácido ambiente de armonía.

Y en el silencio de la noche, cuando
el mentido concierto me desvela,
—288→

un ángel desprendido  25
del cielo me deslumbra, y me revela
que la virgen Cecilia, que allá ordena
de serafines el ardiente coro,
absorta cuando te oye, y suspendida,
los celestiales números olvida,  30
de su alto ministerio se distrae,
y el arpa de oro de sus manos cae.
Y cuando de improviso
del místico deliquio se levanta,
nuevas cuerdas aumenta a su instrumento,  35
y del Cordero atento
en nuevas notas nuevos himnos canta.

  —289→  

Lima, 1846.






ArribaAbajoEn el álbum de la señorita Grimanesa Althaus


ArribaAbajoDíceme un dios que dentro el pecho siento,
que al nacer se me dio fuego divino,
sólo porque cantara ¡oh Grimanesa!,
las gracias, la virtud y la belleza.
Yo cumplí, no sin gloria, mi destino,  5
cuando mi corazón y el alma mía
en vivo amor y juventud ardía.

Y en premio de haber sido
siempre fiel al dulce ministerio,
el Dios, a cuyo imperio  10
se rinden voluntarios,
la tierra, el cielo, el mar, ha concedido
su antiguo ardor, su inspiración divina,
a un genio que fallece oscurecido,
como el sol que a su ocaso se avecina.  15

Y he podido cantar como solía...
Tuyo es este portento, amiga mía.
¡Qué gloria para mí! Ver que este día
la más graciosa y bella no rehúsa
ser la corona de mi anciana musa.  20

Lima, 1846.



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ArribaAbajoAl general Lamar


ArribaAbajoNo fue tu gloria el combatir valiente,
ni el derrotar las huestes castellanas;
otros también con lanzas inhumanas
anegaron en sangre el continente.

Gloria fue tuya el levantar la frente  5
en el solio sin crimen, las peruanas
leyes santificar, y en las lejanas
playas morir proscrito e inocente.

Surjan del sucio polvo héroes de un día,
y tiemble el mundo a sus feroces hechos:  10
pasará al fin su horrenda nombradía.

A la tuya los siglos son estrechos,
Lamar, porque el poder que te dio el cielo
sólo sirvió a la tierra de consuelo.

1847.





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ArribaAbajoSelección de prosa

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ArribaAbajoIntroducción

Conocido como poeta, Olmedo lo es muy poco como prosista. Y no podía ser de otro modo: en gran parte, lo que escribió ha quedado inédito y sale a luz por vez primera en estas páginas; y aun lo que estaba publicado, casi en su totalidad puede considerarse como inédito, o al menos como fuera del alcance del público, por hallarse en periódicos y folletos que son en la actualidad rarezas bibliográficas imposibles de hallar. El único escrito de Olmedo algo conocido y citado es el célebre discurso de las Cortes de Cádiz sobre la abolición de las mitas, porque lo incluyó el doctor Pablo Herrera en su Antología de prosistas ecuatorianos y lo reprodujo en folleto el doctor Abel Romeo Castillo. Otros escritos suyos se han copiado en diversas historias, pero las más veces en forma fragmentaria, y nunca de modo que permitiese allegar una idea de conjunto que hiciese justicia ni al talento del gran vate guayaquileño, ni a la valía de los servicios prestados por él a la patria.

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Cierto es que Olmedo no compuso ninguna obra extensa que tenga categoría de libro, pues ni le impulsaban a ello sus aficiones, ni le dejaron tiempo los múltiples cargos públicos que hubo de desempeñar. Sin embargo, reunidos sus escritos, constituyen un acervo, no sólo apreciable, sino imponente, del que se desprende en toda su riqueza y variedad, en toda su nobleza y respetabilidad, en toda su finura y atractivo, la amable figura del prócer que, más por tradición que por documentación conocida, se ha impuesto a la admiración y al afecto del pueblo ecuatoriano.

Pónese, por fin, al alcance del público esta documentación, oculta en gran parte hasta ahora en archivos privados y en fuentes inaccesibles o ignoradas. En esta edición la prosa de Olmedo va dividida en cuatro grandes secciones, ordenadas cada una en orden cronológico:

I. Escritos literarios

II. Oratoria

III. Escritos políticos

IV. Epistolario

I. Entre los escritos literarios llamarán la atención las inscripciones, género que practicó Olmedo desde sus primeros años hasta los postreros: lo que explica que las tenga así monárquicas cómo republicanas. Se destacan también algunos esbozos en prosa de composiciones líricas que no llegaron a realizarse, así como las páginas en que estampó Olmedo sus ideas sobre la trascendencia de la prensa, corroboradas más tarde por los decretos que redactó y sancionó sobre esta materia cuando estuvo en el poder.

II. En la sección de Oratoria se hallan once discursos del prócer, leídos todos por él, excepto el último que dejó preparado e, impedido por la cercanía de la muerte, no llegó a pronunciar. No tuvo Olmedo   —297→   las dotes de espontaneidad, facundia y fuego de los oradores natos; pero las suplió con el vigor de la frase pensada, la elevación de sus ideales cívicos, la serena convicción de una palabra respaldada por la integridad y los sacrificios de una vida consagrada por entero a la causa pública.

III. La sección tercera de Escritos políticos contiene muchos manifiestos y proclamas que son otras tantas piezas de oratoria escrita, de una oratoria a veces más inflamada que la de los mismos discursos hablados. En todo cuanto salió de la pluma de Olmedo, requerida a cada instante por las necesidades de la patria naciente, campean como dotes habituales la claridad, el orden, la nobleza de los pensamientos, la limpieza y soltura de la dicción, el vigor espontáneo, la elevación sin énfasis del estilo, el buen gusto libre de todo rebuscamiento, la capacidad para la amplitud de la argumentación sostenida, y con frecuencia el calor y entusiasmo propios de quien fue capaz de las grandes erupciones del estro poético. Y al lado de estas cualidades literarias, valorándolas y realzándolas, se siente latir, poderoso espíritu vivificador, el culto de las virtudes cívicas, la entereza frente a cualquier desafuero, la pasión por la libertad, pasión que, desde que la concibiera en plena edad madura, no cesó de inculcar en todos sus escritos, como base de la vida nueva que, tras largos siglos de coloniaje, empezaba a vivir nuestro pueblo.

Esta pasión es la que explica la inusitada vehemencia del Manifiesto del Gobierno Provisorio del Ecuador a los pueblos americanos de 1845, a raíz de la revolución de marzo contra Flores. Se ha inculpado a Olmedo de versatilidad, por haberse vuelto contra el que había sido su amigo íntimo, y había recibido de él no solamente todo apoyo en su primer Gobierno, sino también la gloria del imponente epinicio de Miñarica. Pero lo cierto es que, cuando el primer presidente del Estado ecuatoriano, con su tercera reelección planeada para ocho años descubrió sus claras   —298→   intenciones de perpetuación en el mando, más que la amistad y el compadrazgo pudo en Olmedo el sentimiento de la violación de los principios republicanos, y resueltamente se puso a la cabeza de la reacción unánime del Ecuador contra el extranjerismo que humillaba la vida nacional e inutilizaba la obra magna de la independencia.

El Mensaje al Congreso de Cuenca, más sereno, más convincente, más histórico que el Manifiesto, es el último documento en que, impregnadas de cordura y sensatez, dan sus postreros destellos las virtudes cívicas que tan arraigadamente han comprometido la gratitud de la Patria, para quien la sirvió con total desinterés hasta el último aliento.

IV. La cuarta sección, que comprende el epistolario de Olmedo, es tan copiosa y tan importante, que formará por sí sola el segundo volumen de esta obra, y será analizada en la Introducción del mismo.