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La caída de Sagunto

Tragedia

Philip Frowde

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Al Muy Honorable



Sir Robert Walpole,



Caballero de la Muy Noble Orden de la Jarretera, etc., etc., etc.



SEÑOR

Si por la osadía de encomendarme al buen gusto de los más nobles y distinguidos, hubiera de sufrir la acusación de haber preferido halagar mi vanidad, mi orgullo y, por supuesto, mi ambición que encontrar razones para mi tragedia

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DEDICATORIA

sobre Sagunto, tendría que replicar a tales jueces que no precisan mirar tan atrás en el tiempo para recordar el destino de los tristes catalanes, descendientes de los saguntinos y también el de un patriota que cierta vez se aventuró hasta el extremo por la religión y el estado, si es que tal expresión resulta adecuada para alguien que ha sido confinado en la Torre.

     Y aunque mi estilo la haya empalidecido y la mano que ha trazado tal gesta se muestre en exceso inhábil, me sentiré seguro y alentado con la generosidad de vuestro mecenazgo, ya que vos, en defensa de sus bravos descendientes, mostrasteis toda la fuerza de la elocuencia en un momento crucial, cuando mostrarnos la vileza de tamaña traición se convirtió en una cuestión más que decisiva.

     De modo que, observando atentamente una y otra circunstancia, la fama de vuestra intachable conducta debe hacer exultar de orgullo a todo auténtico británico; y llevarle al convencimiento de que la naturaleza de nuestros

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[55] problemas no podrá nunca expresarse adecuadamente por medio de las simples reglas del arte o de la retórica, sino con una visión auténtica y vívida de sus consecuencias reales. O, lo que es lo mismo, con la razonable felicidad de la experiencia cotidiana.

     Y, por tanto, que el mejor modo de formarnos un juicio sobre el prestigio de nuestra nación debe ser observar con admiración su actual estabilidad, en medio de tanto ruido de sables y rumores de guerra.

     Y, en fin, que siempre que lo fundamental se relate con la ventaja de la fidelidad histórica, hasta lo nimio será oído o acogido, Señor, con tu aprobación.

     Pues aunque no cuento con el favor de ninguna divinidad, puedo declarar solemnemente, por mi antiguo conocimiento de vuestra juventud y de la promesa de vuestro genio que pude apreciar en Eton, que mientras vos seáis el valedor de los estudios clásicos y del Arte Griego y Romano en el Gabinete, aquellos para instruirnos en la profundidad de la razón y éstos para hacerlo en las reglas del buen gobierno, no habremos de temer daño alguno de las intrigas y amenazas del poder extranjero.

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     Pero mientras me extiendo en materia tan grata para mí, casi olvido contestar debidamente a los críticos que quizá se estén preguntando por qué ha de aparecer una amazona de África dentro de las murallas de Sagunto. Mas si el honroso precedente y la autoridad de Silio Itálico me evita debatir con ellos semejante banalidad, de igual modo confío en el escudo de vuestra ala protectora bajo la cual se encuentran tan plenamente protegidos y a salvo los intereses de Gran Bretaña.



           SEÑOR,
 
                      Con el más absoluto celo y entrega,
                               vuestro más obediente y
                                        humilde siervo
 

PHILIP FROWDE                                                   



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PRÓLOGO

Escrito por Mr. THE OBALD; y recitado por Mr. QUIN.



                                       Cuando la temida Roma se convirtió en feroz botín
cuando el tirano Nerón surgió de entre las ruinas,
Lucano halló en tal desventura ocasión para su gloria:
desdeñó la desgracia provocada por la discordia civil
e inmortalizó la guerra que había sentado a Nerón en el trono.
 
     Así ¡oh triste Sagunto! en verdad lamentamos
tu inmenso sacrificio y tu desventurado fin.
Pero si tan terrible desgracia nos permite
evocar esta noche tu trágica peripecia,
nuestro arte la inmortalizará representada noblemente.
¡Soberbio es tu destino llorado por lágrimas británicas!
Compensados quedan tu hambre y el fuego de tu destrucción
cuyo resplandor perdura en el tiempo y en tu fama.
 
     Británicos, se alza el telón de la inmortal historia
de los terribles tormentos, dignos de alabanza sin par,
de un pueblo indómito que despreció el miedo a la muerte;
que, abominando la traición a sus pactos, defendió la lealtad.
Y que con titánica voluntad prefirió ser digno de su nombre
y perecer unido a vivir bajo la sombra del deshonor.
Tan bravo ejemplo, hecho revivir ante vuestros ojos,
contemplad ecuánimes e imitad en vosotros tamaña virtud.
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PROLOGO
 
Aplaudid al bardo cuya inspiración ha sabido
encontrar el origen de vuestra antigua dignidad.
El ejército británico reconoce ese orgullo generoso,
sabe conservar las alianzas y dominar imperios.
 
Si alguna vez traicionamos nuestra honra,
si alguna vez prevalecen infaustos consejos
persuadiéndonos a abandonar a un valiente aliado
¡arrojad a la sombra del olvido tan desdichada tentación
o, para borrar del todo pecado tan execrable,
enmendemos, en aras de la gloria, el error cometido!




EPÍLOGO

Recitado por Mrs. YOUNGER.



                                      ¡Qué gozo inesperado! ¿Cómo aquí hoy tal multitud!
¡Parece claro que si no a conspirar ha venido a condenar la tragedia!
¡Cielos! ¿Cómo puede haber rencor tan mortal en vosotros?
Bien ¿hay algo más que tengáis a bien exigir?
Creo estar en lo cierto -porque me parece haberos oído decir:
«¡Por favor!, ¿actúa hoy Violante?
Nuestras comedias, ¡maldición!, son de tal calidad
que nos basta con Wagner y Abericock.»
 
     El poeta, empero, aspira a seducirnos con su empeño:
una lección moral emanada de tan trágicas escenas
y es que, después de todo, existe una suerte de mérito
en esa cuestión tan pasada de moda llamada espíritu público.
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Séamosle, al menos, agradecidos; nos ha hecho conocer
que hace dos mil años aún vivían
tan ingenuos patriotas, pobres diablos tan virtuosos
que estimaban el bien público por encima del suyo.
Si hubieran pasado sus noches en nuestras reuniones sociales
quedándose sin blanca en el casino del White
no se hubieran mostrado tan firmes los nobles saguntinos
sino que cada uno, sagazmente, hubiera optado por su propio interés.
 
     En cuanto al desdichado Fabio, una vez que lo abandoné
casi hice perderse al general en el amante.
Pues, en efecto, encontró a su amada tan excitante
que descubrió ser capaz de algo más que pensar en la lucha.
Igual podría acontecer aquí si los clarines de guerra
convocaran a nuestros invencibles héroes para empuñar las armas.
¡Oh Dios! ¡Qué agitación sobrevendría! ¡Qué desordenada fuga!
Y ¿qué hacer, amigos? ¿Qué hacer para evitar tal desastre?
En tal caso nuestra valiente nobleza podría emular al romano.
¡Ah, señoras! Tales son los soldados para una mujer.
 
     Bien: habéis contemplado lo mejor de nosotros
para gloria de una obra que nuestros rivales rechazan.
Aquí la tenéis: juzgad la causa de un poeta ofendido
y vengadle cumplidamente con vuestro aplauso.
Contemplad nuestro tesón y empeño con ojos benévolos
y La caída de Sagunto dará desquite a este teatro.


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Dramatis Personae

HOMBRES

                       
SÍCORIS, Gobernador de SAGUNTO. MR. BOHEME.
MURRO, su hijo, enamorado de CANDACE. MR. WALKER.
EURYDAMAS, un traidor. MR. QUIN.
THERON, Sumo Sacerdote de HÉRCULES. MR. HULETT.
LYCORMAS, otro sacerdote, cómplice de EURYDAMAS. MR. DIGGS.
FABIO, joven romano, enamorado de TIMANDRA. MR. RYAN.
CURCIO, otro romano, su amigo. MR. MILWARD.
SAGUNTINO 1.º MR. OGDEN.
[SAGUNTINO 2.º]
[SAGUNTINO 3.º]
 

MUJERES

                       
CANDACE, Reina de las Amazonas, prisionera de FABIO y enamorada de éste. MRS. BERRIMAN.
TIMANDRA, hija de SÍCORIS, enamorada de FABIO. MRS. BULLOCK.



LA ACCIÓN EN EL INTERIOR DE LAS MURALLAS DE SAGUNTO, SITIADA POR ANÍBAL



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LA
Caída de SAGUNTO
______________________
 
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ACTO I

 

A las puertas del templo

 

Entran FABIO y CURCIO

 
FAB[IO]                       Vuelve a amanecer, y crece con el día nuestro oprobio,
la eterna infamia de la inicua Roma.
¿Será este sol, al fin, oh Curcio, el que nos cubra de vergüenza?
Acaso debamos amortajarnos con el oscuro sudario de la noche.
La noche que, incluso al villano, concede el dulce descanso 5
alejando su pensamiento de la más leve vicisitud.
CURC[IO] Comparto tu pesar y lamento no poder impedir
escuchar tales palabras en boca de un romano.
Vano es buscar coartadas a esta inútil espera
para salvar el mancillado honor de nuestra patria. 10
¿Qué dirán nuestros enemigos?
FAB.                                                Ah, mejor cabe preguntar
qué dirán nuestros amigos, los saguntinos, ominosamente traicionados.
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LA CAÍDA DE SAGUNTO

 
Por los dioses, antes prefiero enfrentarme a un ejército rival
que soportar la mirada del amigo traicionado; mas ¡ay! aquí
no queda nadie sino tú que por tal pueda ser llamado. 15
Incluso tú debes sentirte traicionado; tu leal amistad
no otra cosa te ha comportado que innumerables infortunios.
CURC. Basta ya, Fabio, te lo suplico, no prosigas.
¿Acaso piensas que de verdad soy un cobarde?
Amigo mío, ¿vas a negarme compartir contigo la gloria, 20
la postrer pero mayor recompensa de un viril comportamiento?
Sabe que me honra resistir aquí contigo
y que me llenará de orgullo el caer junto a ti
pues escrito está el morir combatiendo; y que tu amor
por la hermosa Timandra no te tiente con otro pensamiento. 25
No viviremos para ver el estrago de la ciudad saqueada
sino que caeremos bravamente por la causa de Sagunto,
expiando acaso nuestra sangre la deshonra de nuestra patria.
FAB. Mi vida y mi honor se hallan en el estrecho filo de la balanza:
no será menester recordarte hacia qué lado se inclina mi voluntad. 30
Mas tus palabras levantan tempestades en mi pecho:
una tormenta que derrota y hace añicos mi razón.
¿Hablas, Curcio, de una ciudad vencida y saqueada?
¿Habrá de vivir Fabio para contemplar tan tenebrosa escena?
Oh, no. Y, sin embargo, así lo deseo. ¿Dónde si no 35
la infeliz Timandra, tierna y desdichada doncella,
podrá refugiarse de la depravada lujuria de los libios?
¡Oh, qué tortura! ¡Qué insoportable tormento!
¿Acaso entonces, anegada su alma de amargura,
en la afilada angustia de un corazón sangrante, 40
cuando el libidinoso esclavo, encendido por el roce de su carne,
la arrastre desde la pureza a la inmundicia
no gritará inútilmente invocando a Fabio?
¡Oh, Curcio! ¡Oh! (Se arroja a sus brazos.)
CURC. Cesa de torturarte, corazón valiente y aguerrido,
con imaginarias desdichas que los dioses, 45
si merecen tal nombre, jamás consentirán.
No permitirán que esa joven, pues bien conocen su nobleza,
conserve su vida para sufrir tal afrenta.
Pues es cierto que un suave temple envuelve con frecuencia
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LA CAÍDA DE SAGUNTO

 
la casa heroica de un alma varonil; los ilustres nombres 50
de Clelia y de Lucrecia brillan en nuestros anales.
Su ejemplo, memorable para la noble estirpe de Roma,
fortalecerá el corazón de la tierna Timandra
y enardecerá su espíritu para emularlas dignamente.
Y de igual modo, a mi parecer, actuaría tu noble cautiva, 55
la famosa Candace, Reina de las Amazonas;
ella que logró en solitario someter a tu ejército
mientras el enemigo la cercaba como una jauría de perros.
Pero dime ¿cómo soporta su espíritu indomable
las dobles cadenas de la prisión y del amor? 60
FAB. Tal es también el origen de que mi acrecentada desdicha
y mi tristeza se debatan en terrible encrucijada.
Amar y ser amado pero no alcanzar la posesión
es dolor indomable para el corazón que adora;
pero ser amado y no poder corresponder 65
es aún mayor tormento para un corazón generoso.
Tal es, empero, mi tortura. Y es claro que la Reina,
aun tolerando su triste cautiverio, no oculta un amor
que, más allá de toda pasión, absorbe y nubla su razón:
el amor, ese turbulento e ingobernable huésped 70
que se muestra tan dulce entre las de su sexo,
es en ella una suerte de violento delirio.
Con creciente soberbia que pone a prueba mi contención
me confiesa una pasión que me niego a admitir.
CURC. Mas ya vemos abrirse el templo de Alcides, 75
fundador de Sagunto y su dios tutelar.
FAB. También nosotros lo proclamamos con orgullo
poderoso progenitor de la estirpe de Fabio;
entremos para alzar nuestra plegaria matutina.
CURC. Detente, Fabio; los sacerdotes se aproximan 80
acercándose en una lenta y solemne procesión
que precede al Sumo Sacerdote.
 

(Entra, haciendo como que sale del templo, THERON, aguardado por los sacerdotes; estos, tras recibirlo, se retiran de nuevo al interior del templo.)

 
FAB.                                                   El ardoroso Theron
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LA CAÍDA DE SAGUNTO

 
desde que comenzó el asedio, orando sin tregua
o esgrimiendo las armas, valiente y piadoso sacerdote,
se ha entregado a la causa de su patria; su elevada estatura 85
hace honor a las insignias de su dios; contempla
las que hoy muestra, de muchos africanos
anunciando la segura destrucción. Aquí se acerca.
¡Salve, poderoso Theron!
CURC.                                        ¡Theron, salve!
THER[ON] Buen día a los dos, nobles romanos. 90
De haber acompañado los dos a Héctor y a Eneas
en la defensa de las murallas de Ilión
otro hubiera sido su destino fatal pues contra Grecia
habría vuelto la bélica destrucción; pero dioses hostiles,
como entonces en Troya, persiguen ahora la derrota de Sagunto. 95
Y la altiva Juno, la cruel e irascible madrastra
del gran dios cuyas memorables hazañas
llenan las cien bocas de la Fama, nuestro egregio fundador,
estrella su insaciable maldad sobre nuestro pueblo.
FAB. Cabalmente has descrito a la vengativa diosa, 100
ancestral enemiga de toda la raza de los dárdanos
e injusta protectora de la impía Cartago.
Mas si de impiedad hablo, ¿cómo, Theron,
cómo oso mirarte a la cara, cómo eludir
el amargo reproche que, con merecidas palabras, 105
podrías dirigir sobre el nombre de Roma?
THER. No deseo ofender de ese modo tu virtud,
noble y valiente joven. ¿Acaso tu mortífera espada
no ha sembrado la destrucción entre los enemigos de Sagunto?
¿No has elegido permanecer junto a un pueblo desdichado 110
y ser, por tu sola voluntad, indómito defensor de la ciudad
invocando inútilmente a un general ausente?
Insultar tan noble naturaleza sería una injuria
que mi alma desdeña; rebajaría mi humana condición:
el reproche y la calumnia venganzas son de mujer. 115
CURC. ¡Con qué elegancia soslaya cuestión tan enojosa,
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LA CAÍDA DE SAGUNTO

 
convirtiendo en juicio sereno tamaña aflicción!
Si un valiente se complace en escuchar sus propios elogios
los que de tu boca provienen, suenan doblemente estimables.
FAB. Theron, bien conoces la inocencia de mi alma, 120
incapaz de hacer parecer noble lo que en verdad es injusto,
por tanto ¿será suficiente con que dos de nosotros
enmendemos la brutal deslealtad de Roma?
¿Qué dirían nuestros padres, Léntulo y Fabio,
qué dirían los antepasados de la otrora gloriosa Roma, 125
y qué dice el Senado? ¿A dónde, en adelante,
las extensas naciones, los dioses poderosos,
reclamarán justicia de la espada opresora
cuando ahora...? ¡Oh, cielos! Proseguir me sonroja...
THER. Tus antepasados, para deshonra de tu nombre, 130
han traicionado, bien lo sé, el honor de su raza.
Testigos de ella son el severo Manlio y el más que justo Bruto;
y otros vástagos que proliferaron en su obediencia
y que, fieles a su honra, ofrendaron por ella sus vidas.
Pero nada de aquello puede, valientes amigos, 135
sernos imputado por nuestra aliada Roma; en nada
hemos traicionado los firmes principios de la lealtad.
Si es que permanecer fieles a nuestros pactos
es una ofensa, entonces sí os hemos ofendido gravemente.
Si es que resistir hasta la extenuación 140
la guerra y el hambre merece el desprecio,
entonces justamente nos vemos abandonados.
FAB.                                                                         Calla, te lo ruego,
venerable Theron, calla; tus palabras son dardos
que atraviesan un corazón afligido, que arrasan mis ojos
de lágrimas, testigos crueles de tan gran calamidad. 145
THER. Si en la contemplación de nuestros infortunios
mientras siento que Sagunto se anega en la miseria
mi lengua dio pábulo a palabras crueles,
ruego perdones tal fragilidad ante la destrucción de mi patria,
nunca quise decir tal cosa...
CURC.                                                  Parco eres, en verdad, 150
y justo en tus palabras; ni por un momento has ofendido a Roma.
Sin embargo, si he de atender lo que dicta mi triste corazón,
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LA CAÍDA DE SAGUNTO

 
quizá tales noticias ni siquiera han llegado a sus costas.
THER. ¡Sí, por supuesto! Una bien pertrechada nave
ha surcado, con viento favorable, su ruta 155
y hace tiempo debe haber surcado la bahía del Tíber.
Pero me temo, perdonadme, romanos,
que malditos leguleyos y conspicuos politicastros
incansables siempre en su juego sucio
y, naturalmente, sobornados por el oro cartaginés 160
manejan al Senado cubriéndole de oprobio.
FAB. ¿Puede suceder eso en asamblea tan augusta?
Si es así, de quienes a fines tan siniestros,
a tan sórdidos propósitos someten nuestra dignidad
el genio de Roma, lo juro, llegado el momento, 165
desenmascarará la perfidia, y proclamará
en tiempos venideros la ignominia de su nombre.
THER. Mas entretanto entreguémonos a la virtuosa tarea
que nos cumple, como soldados y como hombres.
Creo que veníais a orar; veamos, las puertas 170
están abierta y los sacerdotes esperan junto al altar.
Entremos a suplicar la protección de nuestro dios. (Salen.)
 

(Entra EURYDAMAS.)

 
EUR[YDAMAS] Theron con seguridad no me ha visto; si tal fuera
me habría instado a asistir a los ritos.
Pero tengo un asunto secreto que resolver 175
y secretos han de ser los pasos para hacerlo.
El alba se avecina; y justo a esta hora
un sacerdote, mi cómplice, del campo enemigo
ha de tornar con las últimas noticias de los tirios.
¡Honor!¿por qué atormentas en vano mi pecho? 180
¡Bello, seductor y hueco nombre cuya sola mención
envanece el cerebro haciendo necios a los hombres!
Esa maldita peste ha dado en poseer a todo un pueblo
que precipitado ciegamente a su propia destrucción
se muestra ávido de su propia ruina y disfruta del hambre. 185
¿Qué me va a mi la honra? En punto de lealtades
no me atan los escrúpulos. ¿Acaso yo no nací saguntino?
La sangre de los dánaos no fluye por mis venas,
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LA CAÍDA DE SAGUNTO

 
mi sangre se remonta a antepasados griegos,
la raza generosa que, tras el noble Alcides 190
fijó aquí su linaje levantando estas altas murallas.
Ardo en deseos de que regrese el sacerdote.
Pero ¡silencio!, oigo pasos... ¿Lycormas?
 

(Entra LYCORMAS.)

 
LYC[ORMAS]                                                                  Es él.
Cambio mi atuendo para ser de nuevo sacerdote.
EUR. ¿Qué hay del cartaginés?
LYC.                                           Aguarda 195
una prueba de la sinceridad de nuestro celo:
debemos rescatar a la Reina cautiva
y serle devuelto tan valioso rehén.
EUR. Así se hará... Mas le delata tal respuesta:
se debaten en ella el soldado y el amante. 200
Aunque encara un reto peligroso y difícil:
¡rendir Candace a sus deseos!
Mas ¿qué no intentarán deseos tan indómitos?
LYC. Y además con éxito. Pero, aun si fracasara,
habremos, con astucia, jugado nuestra estratagema. 205
He vertido un denso veneno en el pecho del tirio:
que su pérfida dama ha probado ya las caricias del que la rindió
y que el romano es correspondido en su fogosa pasión.
De modo que cuando Fabio salga de nuevo a combatir
intentando, como suele, volver victorioso a la ciudad, 210
sin duda caerá víctima de este perverso engaño.
EUR. Has tejido, me temo, una sutil tela de araña
que envuelve su destino; ciertamente fingir
tal amor en Candace resulta verosímil.
Pero su más que probable correspondencia 215
no debieras habérsela revelado.
Quizá así el indómito espíritu del tirio se incline
a apartar de su corazón veleidoso la constancia.
LYC. ¿Cómo puedes ser tan ciego en tales pasiones?
Bien poco te conoces a ti mismo. 220
Examina tu pecho y dime, en verdad,
¿dónde se engendra tu odio hacia el noble Fabio?
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LA CAÍDA DE SAGUNTO

 
¿no es acaso el amor de Timandra su origen verdadero?
Por tanto ¿es que la misma causa en el corazón del tirio
no provocará idéntico efecto? Desde luego, lo hará. 225
Te lo aseguro, amigo mío; si el mismísimo Aníbal
en pie de guerra y al frente de lo mejor de su ejército
hace morder el polvo a ese romano, la suerte estará echada.
EUR. Tus palabras convencen; en efecto, si hay un placer
mayor incluso que el arrebato de un amor correspondido 230
es cuando nuestra pasión humillada en el rechazo
halla venganza contra su odiado rival
y acierta con su puñal en el favorecido por una bella ingrata.
LYC. Goza con tal deseo que los hechos habrán de confirmarte;
el poderoso caudillo, inflamado por mis palabras, 235
preguntó el modo de reconocerle en el fragor de la batalla,
pues, aunque su belicosa fama ya había llegado a sus oídos
y conocía que su mortífera espada había reducido a Candace
no había querido el destino ni los lances de la guerra
enfrentarlos en el campo sangriento. 240
Respondí, por ser breve, que le delatarían sus armas:
el níveo penacho que corona su yelmo
y el águila romana que adorna su escudo.
Mas, por encima de todo, su poderosa espada
abriéndose paso entre la más sólida formación 245
y sembrando la muerte es lo que a Fabio hace inconfundible.
EUR. Si estuvieras loco de amor por el romano
tu lengua no se hubiera prodigado más en su elogio:
me asombra que Aníbal haya soportado tales palabras.
LYC. A duras penas ¿mas no es tu propósito infectar de ese mal al tirio? 250
Mis palabras, sin duda, han encolerizado su espíritu
prendiendo en él una vigorosa llama para el combate:
sin duda perdurará infatigable el resto de su vida
poniendo a prueba su valor en el campo de batalla
para conquistar los honores que su virtud merece. 255
En tales principios se forjan sus convicciones
y por ello, creo, mencionó a Murro.
EUR. ¿Has dicho Murro? ¿Se refirió a él?
[82]
[83]

LA CAÍDA DE SAGUNTO

 
LYC. Lo hizo y con el tono más sublime
pues lo distinguió como el más noble de sus adversarios, 260
elogió del joven su elegante apostura
deseando contarle entre sus amigos, y de contar con su favor
aseguró poder vencer la obstinación de la ciudad,
dejando en sus manos nuestros designios
si no es que algún siniestro infortunio 265
no acaba sumiéndole en la catástrofe final.
EUR. Lo tendré en cuenta: sondearé a Murro. (Aparte.)
Me quiere bien y me desea para su hermana
pues odia sin tregua a Fabio;
es, además, audaz, vengativo e impetuoso, 270
ni en el amor ni en la gloria tolera un rival;
y la celebridad es pareja a su poder.
Ganado a nuestra causa, la meta sería más fácil.
Mas no le desvelaré la conspiración de inmediato
ni nuestro intento; jugando con su ambición 275
le iré persuadiendo, de modo que soliviantado por el pueblo
él mismo reclame Candace a su padre
obteniendo nosotros de este modo su libertad.
LYC. Que el éxito corone tal intento, como excelente augurio
de nuestros propósitos; si la fortuna nos favorece 280
tuyo será el gobierno de la ciudad,
de Aníbal el botín y mío el grado de Sumo Sacerdote. (Sale.)
EUR. Quizá sea así; ojalá Murro comparta la aventura
de nuestra oscura y arriesgada empresa
puesta al servicio y a favor del tirio, 285
pero no concibo forjar un átomo de esperanza
de que a tal precio pueda comprar su honor.
Habrá, no obstante, que intentarlo
ya que, muy a propósito, aquí llega.
 

(Entra MURRO.)

 
MUR[RO] Bien hallado, Eurydamas; en tu busca venía, 290
mas ¿quién es el que se va de este lugar?
LYC. Lycormas, el sacerdote; aunque no lo sepas
pertenece a mi linaje y cuenta con toda mi amistad;
es hombre leal y ha sufrido con coraje
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[85]

LA CAÍDA DE SAGUNTO

 
el expolio de honores que tu injusto padre 295
otorgó, pese a ser menor en virtud y méritos, a Theron.
Ese Theron favorecedor de romanos desleales,
ese Theron que disimula su felonía infame
vitoreando a Fabio como un nuevo Alcides.
MUR. ¡Maldita sea esa lengua mendaz! ¡Sus palabras arteras 300
convierten la más nimia acción en hazaña de gigante!
Las cegadoras luces con que envuelve y pondera
los méritos del romano, deslumbran los ojos saguntinos
velándolos ante los propios esfuerzos de su patria.
¿Qué ha hecho su espada que en el combate no haya hecho la mía? 305
¿Cuándo fui a su zaga en el fragor de la batalla
sino a la vuelta de la fatigosa contienda?
La lista de enemigos abatidos, si el cálculo no engaña,
abruma con su número la ventaja de Murro,
y si la fama de ambos pudiera pesarse en la balanza de la gloria 310
el fútil platillo de Fabio apenas movería el filo de la balanza.
EUR. Herido queda su orgullo; avivemos ahora el fuego del amor. (Aparte.)
Murro, sabes que te quiero como a un hermano,
al extremo que mi corazón soñó una vez en así llamarte
hasta que el maldito Fabio me robó tal esperanza. 315
Ten por seguro, pues, que, como tú, odio al romano,
nuestro rival común que ha arruinado nuestros deseos.
Verdad es que asegura amar sólo a Timandra
y que, vehemente, rechaza a la cautiva Reina
pero...
MUR.           ¿Qué?
EUR.                      Bueno, tan sólo son rumores...
MUR.                                                                    No importa, 320
continúa...
EUR.                  Fabio, al que no niego su bravura,
¿no puede ser acaso, como romano, un embaucador
que ponderando los hechos y presintiendo
la terrible amenaza que sobre nosotros pende
decida huir con su prisionera al campo de los tirios 325
y negociar, con tal rehén, una paz deshonrosa?
Sólo sugiero que tal vez podría ser...
 [86]
[87]

LA CAÍDA DE SAGUNTO

 
MUR.                                                         Basta, deja de pulsar
esa cuerda estridente que me sume en la rabia,
perturba mi espíritu y estremece el curso de mi sangre.
Día aciago aquel en el que la Amazona vino a combatir 330
y fortuna nefasta la que la sometió a su espada
y no, como era justo, a la mía: paralelo es nuestro destino
y, en justicia, de los dos hubiera sido tal conquista:
ella presa de mis armas habría quedado; yo de su belleza.
¿Qué puedo hacer Eurydamas?
EUR.                                                      Sólo esto: 335
propagar el rumor de que la Reina no está a salvo
bajo el techo de Fabio. Si tal cosa se da por cierta
ella puede pasar a nuestro poder...
MUR.                                                        ¿Con qué ayuda?
EUR. La del pueblo. ¿No fuiste en un tiempo su adalid?
Adelante, comprueba lo que con halagos puede conseguirse, 340
doblega tu orgullo y suplica sus favores,
insinúa como verdad irrebatible
lo que sólo presumimos, la supuesta fuga;
coléricos, la reclamarán a tu padre.
Yo cuidaré de todo y, con ingenio, me sumaré a la treta. 345
MUR. Así se hará. No perderé un instante. (En ademán de irse.)
Pero luego apresúrate: porque para estar con ellos
apenas hay tiempo; me reclama la rebelión contra mi padre. (Sale.)
EUR. Se ha tragado el anzuelo; la fiebre de la juventud
no ha dado vado alguno a su pensamiento. 350
Sedición: ha llegado tu hora, y en semejante extremo
¿a qué no puede llegar la insania del populacho,
una muchedumbre amotinada sin razón que la frene,
una masa que murmura bajo el peso de la desgracia
a qué no será arrastrada? Incluso a entregar la ciudad. 355
Como donde los Alpes elevan sus diáfanas cumbres
y la nieve, lentamente al principio, líquida desciende
deslizándose por las espaciosas riberas con entrecortado rumor
y baja, en suaves meandros, desde las montañas;
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LA CAÍDA DE SAGUNTO

 
pero, ya allí, transformada en corriente, arrasando la tierra 360
se precipita impetuosamente roca tras roca
hasta que, abandonándose en el cóncavo lecho del Ródano,
con renovado ímpetu, se arroja con premura
para, rugiendo sobre el áspero acantilado, morir en el mar. (Sale.)
 

FIN DEL PRIMER ACTO

 
 
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ACTO II

 

En casa de FABIO

 

Entra CANDACE

 
CAN[DACE]                ¡Qué mísero es el poder! ¡Y cuán inútil 365
envanecernos con la brevedad de su gloria!
Los monarcas más insignes del habitado orbe
no son sino juguetes en manos de la inconstante Fortuna.
Y cuando ésta frunce el ceño, las altas torres donde los encumbró
se derrumban en una trágica y cruel caída. 370
Me ofrezco al mundo como fatal ejemplo:
yo, una Reina, hija del gran Yarbas.
Mas ¿de qué le sirvieron sus extensos dominios?
¿De qué haber sido descendiente de Ammón?
Muerto yace sobre una hostil y lejana llanura, 375
y su hija, prisionera en un país ignorado.
Pero no es éste todo el peso de mi amargura
porque, para confusión de mi orgullo... mas aquí llega él...
 

(Entra FABIO.)

 
FAB. Perdona mi intrusión, mas no procede sino del gozo,
de la alegría de ofrecerte buenas nuevas: 380
el gobernador propone a tu caudillo
libertarte en honorables condiciones.
Si yo fuera Aníbal no habría de perder
en meditarlo un instante, cansado como está
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LA CAÍDA DE SAGUNTO

 
de nuestra resistencia y de esta guerra larga en demasía. 385
CAN. Si tú fueras él, no serías tan dulcemente amable.
¡Sin duda! ¡Y Candace sería mucho más poderosa!
Hablas de supuestos, ¿de qué si no ibas a hacerlo?
¡Terrible muro levantas a mi amordazada pasión
zafándote en retóricas de mera gratitud! 390
Con justicia pueden los saguntinos maldecir a tu patria
si ella, como tú, no sabe corresponder en la dignidad.
FAB. Mucho me ofendes con tales palabras, hermosa princesa,
apenas conoces los sentimientos de mi alma.
Mi corazón se esponja en la gratitud de tu amistad 395
y la juzga un honor recibido de los dioses
que el destino me depara en tan duro conflicto
para protegerte de los avatares de la guerra.
CAN. ¡Ojalá hubiera perecido en ella! ¡Oh, cruel!
¿Te permites jugar con el sentido de mis palabras? (Volviéndose.) 400
¡Yo hablo de amor! ¿Qué pretendes hablando de amistad?
Aunque trates de ocultar tu rostro, tus ojos te delatan
incapaces de mirar cara a cara la belleza de la que huyen.
Los encantos que han hecho de Aníbal tierno amante
mientras purpurados monarcas engrosan su séquito 405
caen ahora en el vacío; ¡y tú,
una reina, una amazona, obligada a humillarme!
Pero ¿por qué desesperarse? ¿Puede el sonido de la trompeta
hacer llegar su noble ardor a oídos tercamente sordos?
El glorioso sol, que matiza el rostro de la naturaleza 410
oscurece su brillo para los ojos preñados de ceguera.
¿Es esta tu nobleza? ¿Estas son tus virtudes romanas?
¿Vosotros llamáis bárbaras a las naciones que no se os someten?
¡Insensato, imprudente! Buscaré medios para mi venganza.
FAB. ¿Qué puedo decir, ilustre doncella, para calmar 415
tal vendaval de pasión, tal huracán dentro de tu alma?
Parezco seguramente ingrato a tus ojos,
casi un imbécil, un esclavo vil
carente de razón y sordo al grito de tu belleza.
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LA CAÍDA DE SAGUNTO

 
Pero los cielos te confirmarán cuánto estimo 420
y admiro la perfecta armonía de tu alma y tu cuerpo.
No pienses que un romano desdeña, enemigo, al amor:
conocemos su poder y su cálida luz
no menos intensa brilla sobre nuestras costas.
Extasiado contemplo tu belleza, 425
tu grácil figura, la delicia de tus encantos;
incluso desarmada, superas la majestad de la divina Juno
cuando en la batalla con Palas osas combatir.
Y, de haber poseído la diosa tu incomparable gracia
a no dudar hubiera recibido el premio del joven troyano. 430
CAN. De haber sido yo Palas, y tú el agreste Paris
-papel que ciertamente te acomoda
la dulce Citerea hubiera comprometido tu elección
como ahora Timandra es la rival de Candace (FABIO se sobresalta.)
¡Ah! ¿Te sonrojas? ¿Acaso me equivoco? 435
FAB. Bien, acabemos con la farsa, con ese secreto que, para tu sosiego
mi diligente lengua se esforzó en ocultar;
pero, si así lo quieres, proclamaré mi pasión,
la profunda e inextinguible llama
que sus dulces ojos y exquisitas virtudes 440
han prendido en el leal pecho de Fabio.
CAN. ¿Y he de verme yo rechazada por esa pimpante jovencita?
Un suave, dócil y melifluo animal de compañía
cuyo maravilloso talento y perfección alcanza
a bordar alguna hermosa historia en el telar 445
o aserenarte, con su laúd, apaciblemente, el espíritu.
¡Una tórtola que arrulla, lloriqueando por su compañero,
una criatura insulsa, sin agallas ni bravura!
FAB. Por supuesto que no son varoniles sus encantos.
Empuñar la espada, tensar el arco, 450
tensar de los caballos las espumosas bridas y conducir los carros
de fugitivas ruedas y castigados ejes
son ejercicios que desconoce: corresponden a una amazona.
Empero, no sustenta su honra con menor orgullo
ni conforman su espíritu menos nobles sentimientos. 455
Si con ternura de mujer llora por su patria
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LA CAÍDA DE SAGUNTO

 
con varonil entereza soporta sus sufrimientos,
come del mísero sustento, generosamente repartido
para enfrentarse al terrible espectro del hambre
y, piadosamente, lo comparte con el soldado moribundo. 460
CAN. Inútil es luchar contra el destino,
mas mi pasión aún resiste y lo intenta;
óyeme, Fabio, mide bien mis palabras:
las condiciones que dices impone el gobernador
¿suponen, junto a la mía, tu propia libertad? 465
FAB. ¡Curioso pacto! ¿Puedes creer realmente
que tal pudo ofrecer? ¿Y Aníbal aceptarlo?
CAN. Claro es entonces que tu artimaña, tu estúpido teatro
no buscan sino librarte de un amor que detestas.
Pero ya que no puedo persuadir tu ánimo, 470
considera las desgracias que te acechan,
estas murallas que tiemblan en su inminente ruina;
no está lejano el día de la total destrucción.
Y si no es el peligro que sea la ambición la que te inflame.
De reinos aguerridos, de caudillos de Getulia que cabalgan 475
con vértigo y sin brida, de las tierras marmáricas
tu cautiva es la Reina; de todo ello soy dueña
y de un corazón virgen ofrendado en su día
a la casta Diana Cazadora. Atiende pues mi súplica:
huyamos juntos de esta ciudad condenada. 480
Disfrazado, yo te conduciré a través de la tropas de Sidón
y al tiempo que tu pie huelle la costa africana
sólo habrás de ascender al trono que te aguarda.
FAB. Escucha ahora la palabra de un romano: el trono que me ofreces
y aún más, tu propia y valiosa gloria 485
aún libre mi corazón, desconociendo a Timandra,
jamás empujarían a Fabio a tal traición
¡ya en demasía ha sido mi patria deshonrada!
¿Cómo añadirle un nuevo oprobio con mi fuga?
¡Qué mezquina traición! No: aquí me hallará el destino 490
y entregaré leal, por una noble causa, mi último suspiro.
Muriendo, acaso muestre lo que un romano puede llegar a ser.
Pero ante ti me inclino agradecido
y suplico a los dioses que te colmen de dicha:
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LA CAÍDA DE SAGUNTO

 
que regreses, a salvo, al suelo de tus lares, 495
que puedas gobernarlo cual poderosa Reina,
y que un noble monarca comparta tu lecho
gozando de la belleza que a mí me niega el destino.
CAN. ¿Tales son tus plegarias? Suenan a maldiciones.
¿Cuáles serían así las mías para ti? 500
Mas mi corazón deplora proseguir este diálogo,
tu vana insensatez te nubla la razón;
si tal no fuera mi amor ablandaría tu pétrea indiferencia;
al menos queda a la luz tu mezquindad de ánimo
que desprecia un imperio y rechaza su corona. (Sale.) 505
FAB. Cierto es: jamás la ambición fue mi guía
aunque persigo afanoso y constante la gloria.
Y quiero, disponiendo acciones nobles a tal fin,
merecer los egregios honores de mi patria;
no menos alto quieren llegar mis pensamientos. 510
A un alma generosa, conducirse en la virtud leal
y a la libertad de su patria prestar fiel obediencia
otorga un gozo más eterno y sublime
que entregarse a la mísera ambición del instante.
Pero ahora es mi deber el que me requiere: 515
demasiado tiempo me ha retenido el palacio.
El gobernador, presa de la inquietud, acudirá presto
a sosegar al pueblo invocando a los dioses
y a enardecer a los soldados con su sola presencia. (Sale.)
 

(Muda la escena al palacio del gobernador.)

 

(Entran SÍCORIS, MURRO y TIMANDRA.)

 
SÍC[ORIS] Dos veces cuatro lunas hace que el tirio sitia 520
con tropas tan sin número como sus africanas arenas
nuestro muros que, heridos, aún en pie se sostienen;
las torres, embestidas con acritud, se yerguen orgullosas
y amenazan, en su caída, aplastar al enemigo.
MUR. En tal extremo de dolor y abatido por el hambre 525
nuestro pueblo se aferra a su antiguo valor:
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LA CAÍDA DE SAGUNTO

 
soporta estoicamente las duras condiciones
trocados en olvido el regalo, el reposo, la paz.
TIM[ANDRA] Con leves pasos, asiendo espadas ya oxidadas
los ancianos acuden al pie de las murallas 530
y allí derraman lluvia de sagradas plegarias
alentando con la ventura de sus preces a sus hijos exagües.
SIC. Si algo queda por probar no es ya su fortaleza
quebrantada por el ansia del natural sustento.
Sólo tienen ya vigoroso el corazón y con él buscan al enemigo 535
sobre el que, al encontrarlo, arrojan el peso de su extenuación.
TIM. ¡Gloriosa pasión por la verdad y por la libertad!
¡Poderoso valor de una fe inquebrantable y pura!
Contémplalo, deidad venerada por Sagunto,
concede misericordia, oh Diosa, a tus devotos 540
y desde tu sagrada morada, muéstranos piedad.
SIC. Tú, fuerza divina, nacida antes que Júpiter,
glorificada por todos, los hombres y los dioses,
consorte de la justicia, venerada deidad
en todo pecho que te dignas habitar. 545
¿Puedes, impasible, contemplar tu amado Sagunto
sometido a dolores más allá de lo humano,
a desgracias que arrostra sólo por tu causa?
Por ti se dispone a morir todo un pueblo, a ti clama
el afligido padre, la madre enloquecida 550
y sus hijos que, hambrientos, aún pronuncian tu nombre.
¡Oh! Permite que esos inocentes y piadosos gemidos
siembren la venganza sobre nuestro enemigo cruel.
TIM. Mi padre ha dispuesto que hoy los sacerdotes
guiados por su maestro, el piadoso Theron, 555
en procesión solemne recorran la ciudad
llenándola de ritos y sagradas ceremonias
para implorar el favor del hijo de Alcmena.
Y a un tiempo, rodeada de una multitud
de nobles doncellas, acudiré yo, Timandra 560
al casto santuario de Fides: allí, postradas en tierra,
cabezas y manos cubiertas por un lienzo del blanco más puro
nos uniremos humildemente al sacrificio de los orantes
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LA CAÍDA DE SAGUNTO

 
suplicando a la diosa su piadosa protección.
MUR. Temo que en vano se eleven las oraciones 565
pues un hado siniestro se abate sobre el estado
abandonado a su desdicha por los traidores romanos.
Nos aguarda la misma destrucción que a nuestro fundador
que, tras fatigosas desventuras y trabajos sin cuento
fue víctima de la ominosa perfidia. 570
SIC. Esta guerra, en efecto, es más suya que nuestra:
el odio de Aníbal no a nosotros sino a ellos apunta;
con ritos horribles, ante el sombrío altar de Proserpina,
le obligó su padre a jurarles eterna enemistad,
así que implacable medita la guerra sin tregua; 575
en su pensamiento, ya ha cruzado los Alpes
cubierto los campos latinos de atroz desolación
mientras flotan cadáveres espesando los ríos;
en su sed de sangre y delirio salvaje
sueña una Roma sometida a su furia febril 580
y ve ascender, sobre las siete colinas, el fuego de los tirios
que él mismo lleva presto al propio Capitolio.
MUR. ¡Verá pronto, por Hércules, colmada su esperanza
si todo acontece como merece la perfidia
de quienes sentados ignominiosamente ven todo un pueblo 585
luchando por su causa, sujetos dócilmente a un pacto
para someterse a las infames condiciones del cruel vencedor!
SIC. No dejes al rebosante amor por tu patria llevar tan lejos
tus justos sentimientos, hijo mío; lograremos
que los romanos, al fin, renueven su alianza 590
y que firmes observen los pactos sagrados
manteniendo, pues así nos fue dada, su palabra.
¿Puede acaso el orbe producir otro ejemplo
superior al que diera el más que leal Régulo?
¡Ser inmortal que aventajas con creces 595
al resto de héroes, como el sol a una estrella!
MUR. Cierto; y en ello está el sonrojo de su estirpe de hoy:
habría de haber sido, en verdad, un saguntino
SIC. Frena tu afilada lengua, joven inmoderado,
¿pretendes hacer mofa del augusto ancestro de Roma? 600
[102]
[103]

LA CAÍDA DE SAGUNTO

 
Los secretos designios que mueven los ejes del imperio
se evidencian sutiles para los atolondrados ojos de un imberbe.
No pretendas juzgar lo que está ordenado por encima de ti
ni creas que una lengua que infamia puede hacer a un patriota.
 

(Entra THERON.)

 
Tu paso apresurado y tu semblante nos anuncian 605
una nueva inquietud ¿acaso ésta obedece
a que los enemigos se aprestan a atacamos?
THER. El enemigo, señor, quizá está entre nosotros;
un enemigo dentro: la infame sedición;
el pueblo se amotina y por todas las calles 610
los rumores ensucian con traiciones a Fabio
que cautivó a la Reina; y mentiras ociosas
a las que no atendí, reclaman que a ti acuda
a prevenirte contra tal desafuero:
aplasta pronto el monstruo antes que se agigante. 615
TIM. Oh, señor, nunca juzgues como culpable a Fabio
del más pequeño atisbo de deslealtad a su honor.
La virtud es el todo que en su mundo ambiciona
y son sus firmes reglas las que guían su acción:
todo son vil calumnias, difamación rastrera, 620
vástago venenoso de la villana envidia
que al joven noble odia sólo por ser romano.
SIC. Vana es tu prevención respecto a mis recelos,
por entero conozco y aprecio su valía:
retírate, hija mía, mientras acallo al pueblo; 625
sosiégate pues Fabio cuenta con mi favor.
 

(Salen THERON, SÍCORIS y MURRO.)

 
TIM. También vosotros, oh dioses poderosos, atendedle
pues protegéis con ello vuestro vivo retrato:
a un bravo, bondadoso, hombre justo y benéfico.
 

(Entra FABIO.)

 
Es Fabio: es bien seguro que ignora lo que ocurre. 630
FAB. La multitud me mira torvamente al pasar
y fruncen agriamente sus cejas indignadas.
No es esa su costumbre; antes, las madres a sus hijos
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LA CAÍDA DE SAGUNTO

 
con gentiles palabras, severamente dulces,
me mostraban diciendo: he ahí un romano. 635
No acierto a comprender; pero aquí está Timandra
y en su presencia no hay sombra de inquietud.
TIM. ¿No encontraste a mi padre mientras te acercabas?
FAB. Sí; me dijo que asuntos de escasa relevancia
requerían su presencia en el Foro; y me dijo 640
que sola y pensativa quedabas; permíteme cuidar
de darte compañía en tanto que él regresa.
TIM. Con ello pretendía alejarte del tumulto... (Aparte.)
¿Qué mejor ocasión podría su ausencia depararme?
Debo aferrarme a ella... ¿A cuidarme dices que vienes? 645
FAB. ¡Ay Timandra! ¿Podrá tal vez mi lengua
confiarte lo que ignora mi abrumado corazón?
Huye de ti, triste Fabio, toda humana elocuencia
y la ternura abre para contigo un insondable abismo.
Sólo tu amor consuela amable mi espíritu 650
abatido por la pesadumbre con dulce melancolía.
TIM. Tus palabras, aun tristes, con poder me confortan.
Calman serenamente mis oscuros temores.
Sólo el hablar contigo pone en fuga mi pena
y pasiones más gratas ocupan su lugar 655
dan alivio a mi pecho y toda me poseen.
FAB. A duras penas puedo echarte sin estremecimiento;
tan dulces palabras arrebatan mi corazón de delirio,
alcanzan mis oídos en armonía suavísima
y un gozo irrefrenable se extiende por mis venas: 660
mas, cesado el murmullo, aún quedan tus encantos,
hablando o en silencio te envuelve la belleza,
la perfección modela cada uno de tus gestos.
TIM. Puede que así parezca a tus amables ojos.
En verdad es tu pasión la que así me describe; 665
cuando del corazón triunfa el fogoso Amor
contagia en su ceguera a sus pobres cautivos:
mas, sea como fuere, soy tuya ciertamente.
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LA CAÍDA DE SAGUNTO

 
tuya hasta el postrer suspiro de mi alma.
FAB. ¿Podré escuchar acaso palabras tan dichosas 670
mientras el cruel destino me niega su favor?
¡Vamos, mis compatriotas, restaurad vuestra honra
y acudid a vencer al infiel africano!
TIM. Es mi propio deseo: si todavía acudieran
y lo harán, ciertamente, aún seríamos felices. 675
FAB. ¡Que tus deseos se cumplan! Oh, dioses, permitidme
ver el glorioso día en que el poder de Roma
agrupe en las llanuras sus belicosas huestes;
y al instante, ya libre de temores, que con gozo contemple
los tirios derrotados y huyendo ante nosotros. 680
Como el tigre que acecha a una cabra montés
y apenas rozando los arbustos se abate sobre ella
ya habiéndola atrapado con sus ávidos ojos;
y, desde el refugio rocoso de su segura madriguera
perseguida en el llano, jadeante criatura 685
apenas, temerosa y exhausta, se atreve a respirar;
pero si ante el horror de las terribles garras
la majestad grandiosa de un león aparece
no osa aquél proseguir la avidez de la caza,
rabioso y con soberbia se retira iracundo 690
y ha de rendir la presa al más noble animal. (Salen.)
 

FIN DEL SEGUNDO ACTO

 

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