Si por la osadía de encomendarme al buen gusto de los más nobles y distinguidos, hubiera de
sufrir la acusación de haber preferido halagar mi vanidad, mi orgullo y, por supuesto, mi
ambición que encontrar razones para mi tragedia
sobre Sagunto, tendría que replicar a tales jueces que no precisan mirar tan atrás en el tiempo
para recordar el destino de los tristes catalanes, descendientes de los saguntinos y también el de
un patriota que cierta vez se aventuró hasta el extremo por la religión y el estado, si es que tal
expresión resulta adecuada para alguien que ha sido confinado en la Torre.
Y aunque mi estilo la haya empalidecido y la mano que ha trazado tal gesta se muestre en
exceso inhábil, me sentiré seguro y alentado con la generosidad de vuestro mecenazgo, ya que
vos, en defensa de sus bravos descendientes, mostrasteis toda la fuerza de la elocuencia en un
momento crucial, cuando mostrarnos la vileza de tamaña traición se convirtió en una cuestión
más que decisiva.
De modo que, observando atentamente una y otra circunstancia, la fama de vuestra intachable
conducta debe hacer exultar de orgullo a todo auténtico británico; y llevarle al convencimiento
de que la naturaleza de nuestros
Y, por tanto, que el mejor modo de formarnos un juicio sobre el prestigio de nuestra nación
debe ser observar con admiración su actual estabilidad, en medio de tanto ruido de sables y
rumores de guerra.
Y, en fin, que siempre que lo fundamental se relate con la ventaja de la fidelidad histórica,
hasta lo nimio será oído o acogido, Señor, con tu aprobación.
Pues aunque no cuento con el favor de ninguna divinidad, puedo declarar solemnemente, por
mi antiguo conocimiento de vuestra juventud y de la promesa de vuestro genio que pude apreciar
en Eton, que mientras vos seáis el valedor de los estudios clásicos y del Arte Griego y Romano
en el Gabinete, aquellos para instruirnos en la profundidad de la razón y éstos para hacerlo en las
reglas del buen gobierno, no habremos de temer daño alguno de las intrigas y amenazas del poder
extranjero.
Pero mientras me extiendo en materia tan grata para mí, casi olvido contestar debidamente
a los críticos que quizá se estén preguntando por qué ha de aparecer una amazona de África
dentro de las murallas de Sagunto. Mas si el honroso precedente y la autoridad de Silio Itálico
me evita debatir con ellos semejante banalidad, de igual modo confío en el escudo de vuestra ala
protectora bajo la cual se encuentran tan plenamente protegidos y a salvo los intereses de Gran
Bretaña.
Escrito por Mr. THE OBALD; y recitado por Mr. QUIN.
Recitado por Mrs. YOUNGER.
LA |
Caída de SAGUNTO |
______________________ |
|
ACTO I
|
|
|
A las puertas del templo |
|
Entran FABIO y CURCIO |
|
FAB[IO] |
Vuelve a amanecer, y crece con el día nuestro oprobio, |
|
la eterna infamia de la inicua Roma. |
|
¿Será este sol, al fin, oh Curcio, el que nos cubra de vergüenza? |
|
Acaso debamos amortajarnos con el oscuro sudario de la noche. |
|
La noche que, incluso al villano, concede el dulce descanso |
5 |
|
alejando su pensamiento de la más leve vicisitud. |
CURC[IO] |
Comparto tu pesar y lamento no poder impedir |
|
escuchar tales palabras en boca de un romano. |
|
Vano es buscar coartadas a esta inútil espera |
|
para salvar el mancillado honor de nuestra patria. |
10 |
|
¿Qué dirán nuestros enemigos? |
FAB. |
Ah, mejor cabe preguntar |
|
qué dirán nuestros amigos, los saguntinos, ominosamente traicionados. |
|
[68] |
|
|
[69] |
LA CAÍDA DE SAGUNTO |
|
|
|
Por los dioses, antes prefiero enfrentarme a un ejército rival |
|
que soportar la mirada del amigo traicionado; mas ¡ay! aquí |
|
no queda nadie sino tú que por tal pueda ser llamado. |
15 |
|
Incluso tú debes sentirte traicionado; tu leal amistad |
|
no otra cosa te ha comportado que innumerables infortunios. |
CURC. |
Basta ya, Fabio, te lo suplico, no prosigas. |
|
¿Acaso piensas que de verdad soy un cobarde? |
|
Amigo mío, ¿vas a negarme compartir contigo la gloria, |
20 |
|
la postrer pero mayor recompensa de un viril comportamiento? |
|
Sabe que me honra resistir aquí contigo |
|
y que me llenará de orgullo el caer junto a ti |
|
pues escrito está el morir combatiendo; y que tu amor |
|
por la hermosa Timandra no te tiente con otro pensamiento. |
25 |
|
No viviremos para ver el estrago de la ciudad saqueada |
|
sino que caeremos bravamente por la causa de Sagunto, |
|
expiando acaso nuestra sangre la deshonra de nuestra patria. |
FAB. |
Mi vida y mi honor se hallan en el estrecho filo de la balanza: |
|
no será menester recordarte hacia qué lado se inclina mi voluntad. |
30 |
|
Mas tus palabras levantan tempestades en mi pecho: |
|
una tormenta que derrota y hace añicos mi razón. |
|
¿Hablas, Curcio, de una ciudad vencida y saqueada? |
|
¿Habrá de vivir Fabio para contemplar tan tenebrosa escena? |
|
Oh, no. Y, sin embargo, así lo deseo. ¿Dónde si no |
35 |
|
la infeliz Timandra, tierna y desdichada doncella, |
|
podrá refugiarse de la depravada lujuria de los libios? |
|
¡Oh, qué tortura! ¡Qué insoportable tormento! |
|
¿Acaso entonces, anegada su alma de amargura, |
|
en la afilada angustia de un corazón sangrante, |
40 |
|
cuando el libidinoso esclavo, encendido por el roce de su carne, |
|
la arrastre desde la pureza a la inmundicia |
|
no gritará inútilmente invocando a Fabio? |
|
¡Oh, Curcio! ¡Oh! (Se arroja a sus brazos.) |
CURC. |
Cesa de torturarte, corazón valiente y aguerrido, |
|
con imaginarias desdichas que los dioses, |
45 |
|
si merecen tal nombre, jamás consentirán. |
|
No permitirán que esa joven, pues bien conocen su nobleza, |
|
conserve su vida para sufrir tal afrenta. |
|
Pues es cierto que un suave temple envuelve con frecuencia |
|
[70] |
|
|
|
|
[71] |
|
LA CAÍDA DE SAGUNTO |
|
|
|
la casa heroica de un alma varonil; los ilustres nombres |
50 |
|
de Clelia y de Lucrecia brillan en nuestros anales. |
|
Su ejemplo, memorable para la noble estirpe de Roma, |
|
fortalecerá el corazón de la tierna Timandra |
|
y enardecerá su espíritu para emularlas dignamente. |
|
Y de igual modo, a mi parecer, actuaría tu noble cautiva, |
55 |
|
la famosa Candace, Reina de las Amazonas; |
|
ella que logró en solitario someter a tu ejército |
|
mientras el enemigo la cercaba como una jauría de perros. |
|
Pero dime ¿cómo soporta su espíritu indomable |
|
las dobles cadenas de la prisión y del amor? |
60 |
FAB. |
Tal es también el origen de que mi acrecentada desdicha |
|
y mi tristeza se debatan en terrible encrucijada. |
|
Amar y ser amado pero no alcanzar la posesión |
|
es dolor indomable para el corazón que adora; |
|
pero ser amado y no poder corresponder |
65 |
|
es aún mayor tormento para un corazón generoso. |
|
Tal es, empero, mi tortura. Y es claro que la Reina, |
|
aun tolerando su triste cautiverio, no oculta un amor |
|
que, más allá de toda pasión, absorbe y nubla su razón: |
|
el amor, ese turbulento e ingobernable huésped |
70 |
|
que se muestra tan dulce entre las de su sexo, |
|
es en ella una suerte de violento delirio. |
|
Con creciente soberbia que pone a prueba mi contención |
|
me confiesa una pasión que me niego a admitir. |
CURC. |
Mas ya vemos abrirse el templo de Alcides, |
75 |
|
fundador de Sagunto y su dios tutelar. |
FAB. |
También nosotros lo proclamamos con orgullo |
|
poderoso progenitor de la estirpe de Fabio; |
|
entremos para alzar nuestra plegaria matutina. |
CURC. |
Detente, Fabio; los sacerdotes se aproximan |
80 |
|
acercándose en una lenta y solemne procesión |
|
que precede al Sumo Sacerdote. |
|
(Entra, haciendo como que sale del templo, THERON, aguardado por los sacerdotes;
estos, tras recibirlo, se retiran de nuevo al interior del templo.) |
|
FAB. |
El ardoroso Theron |
|
[72] |
|
|
[73] |
LA CAÍDA DE SAGUNTO |
|
|
|
|
desde que comenzó el asedio, orando sin tregua |
|
o esgrimiendo las armas, valiente y piadoso sacerdote, |
|
se ha entregado a la causa de su patria; su elevada estatura |
85 |
|
hace honor a las insignias de su dios; contempla |
|
las que hoy muestra, de muchos africanos |
|
anunciando la segura destrucción. Aquí se acerca. |
|
¡Salve, poderoso Theron! |
CURC. |
¡Theron, salve! |
THER[ON] |
Buen día a los dos, nobles romanos. |
90 |
|
De haber acompañado los dos a Héctor y a Eneas |
|
en la defensa de las murallas de Ilión |
|
otro hubiera sido su destino fatal pues contra Grecia |
|
habría vuelto la bélica destrucción; pero dioses hostiles, |
|
como entonces en Troya, persiguen ahora la derrota de Sagunto. |
95 |
|
Y la altiva Juno, la cruel e irascible madrastra |
|
del gran dios cuyas memorables hazañas |
|
llenan las cien bocas de la Fama, nuestro egregio fundador, |
|
estrella su insaciable maldad sobre nuestro pueblo. |
FAB. |
Cabalmente has descrito a la vengativa diosa, |
100 |
|
ancestral enemiga de toda la raza de los dárdanos |
|
e injusta protectora de la impía Cartago. |
|
Mas si de impiedad hablo, ¿cómo, Theron, |
|
cómo oso mirarte a la cara, cómo eludir |
|
el amargo reproche que, con merecidas palabras, |
105 |
|
podrías dirigir sobre el nombre de Roma? |
THER. |
No deseo ofender de ese modo tu virtud, |
|
noble y valiente joven. ¿Acaso tu mortífera espada |
|
no ha sembrado la destrucción entre los enemigos de Sagunto? |
|
¿No has elegido permanecer junto a un pueblo desdichado |
110 |
|
y ser, por tu sola voluntad, indómito defensor de la ciudad |
|
invocando inútilmente a un general ausente? |
|
Insultar tan noble naturaleza sería una injuria |
|
que mi alma desdeña; rebajaría mi humana condición: |
|
el reproche y la calumnia venganzas son de mujer. |
115 |
CURC. |
¡Con qué elegancia soslaya cuestión tan enojosa, |
|
[74] |
|
|
[75] |
LA CAÍDA DE SAGUNTO |
|
|
|
convirtiendo en juicio sereno tamaña aflicción! |
|
Si un valiente se complace en escuchar sus propios elogios |
|
los que de tu boca provienen, suenan doblemente estimables. |
FAB. |
Theron, bien conoces la inocencia de mi alma, |
120 |
|
incapaz de hacer parecer noble lo que en verdad es injusto, |
|
por tanto ¿será suficiente con que dos de nosotros |
|
enmendemos la brutal deslealtad de Roma? |
|
¿Qué dirían nuestros padres, Léntulo y Fabio, |
|
qué dirían los antepasados de la otrora gloriosa Roma, |
125 |
|
y qué dice el Senado? ¿A dónde, en adelante, |
|
las extensas naciones, los dioses poderosos, |
|
reclamarán justicia de la espada opresora |
|
cuando ahora...? ¡Oh, cielos! Proseguir me sonroja... |
THER. |
Tus antepasados, para deshonra de tu nombre, |
130 |
|
han traicionado, bien lo sé, el honor de su raza. |
|
Testigos de ella son el severo Manlio y el más que justo Bruto; |
|
y otros vástagos que proliferaron en su obediencia |
|
y que, fieles a su honra, ofrendaron por ella sus vidas. |
|
Pero nada de aquello puede, valientes amigos, |
135 |
|
sernos imputado por nuestra aliada Roma; en nada |
|
hemos traicionado los firmes principios de la lealtad. |
|
Si es que permanecer fieles a nuestros pactos |
|
es una ofensa, entonces sí os hemos ofendido gravemente. |
|
Si es que resistir hasta la extenuación |
140 |
|
la guerra y el hambre merece el desprecio, |
|
entonces justamente nos vemos abandonados. |
FAB. |
Calla, te lo ruego, |
|
venerable Theron, calla; tus palabras son dardos |
|
que atraviesan un corazón afligido, que arrasan mis ojos |
|
de lágrimas, testigos crueles de tan gran calamidad. |
145 |
THER. |
Si en la contemplación de nuestros infortunios |
|
mientras siento que Sagunto se anega en la miseria |
|
mi lengua dio pábulo a palabras crueles, |
|
ruego perdones tal fragilidad ante la destrucción de mi patria, |
|
nunca quise decir tal cosa... |
CURC. |
Parco eres, en verdad, |
150 |
|
y justo en tus palabras; ni por un momento has ofendido a Roma. |
|
Sin embargo, si he de atender lo que dicta mi triste corazón, |
|
[76] |
|
|
[77] |
LA CAÍDA DE SAGUNTO |
|
|
|
quizá tales noticias ni siquiera han llegado a sus costas. |
THER. |
¡Sí, por supuesto! Una bien pertrechada nave |
|
ha surcado, con viento favorable, su ruta |
155 |
|
y hace tiempo debe haber surcado la bahía del Tíber. |
|
Pero me temo, perdonadme, romanos, |
|
que malditos leguleyos y conspicuos politicastros |
|
incansables siempre en su juego sucio |
|
y, naturalmente, sobornados por el oro cartaginés |
160 |
|
manejan al Senado cubriéndole de oprobio. |
FAB. |
¿Puede suceder eso en asamblea tan augusta? |
|
Si es así, de quienes a fines tan siniestros, |
|
a tan sórdidos propósitos someten nuestra dignidad |
|
el genio de Roma, lo juro, llegado el momento, |
165 |
|
desenmascarará la perfidia, y proclamará |
|
en tiempos venideros la ignominia de su nombre. |
THER. |
Mas entretanto entreguémonos a la virtuosa tarea |
|
que nos cumple, como soldados y como hombres. |
|
Creo que veníais a orar; veamos, las puertas |
170 |
|
están abierta y los sacerdotes esperan junto al altar. |
|
Entremos a suplicar la protección de nuestro dios. (Salen.) |
|
(Entra EURYDAMAS.) |
|
EUR[YDAMAS] |
Theron con seguridad no me ha visto; si tal fuera |
|
me habría instado a asistir a los ritos. |
|
Pero tengo un asunto secreto que resolver |
175 |
|
y secretos han de ser los pasos para hacerlo. |
|
El alba se avecina; y justo a esta hora |
|
un sacerdote, mi cómplice, del campo enemigo |
|
ha de tornar con las últimas noticias de los tirios. |
|
¡Honor!¿por qué atormentas en vano mi pecho? |
180 |
|
¡Bello, seductor y hueco nombre cuya sola mención |
|
envanece el cerebro haciendo necios a los hombres! |
|
Esa maldita peste ha dado en poseer a todo un pueblo |
|
que precipitado ciegamente a su propia destrucción |
|
se muestra ávido de su propia ruina y disfruta del hambre. |
185 |
|
¿Qué me va a mi la honra? En punto de lealtades |
|
no me atan los escrúpulos. ¿Acaso yo no nací saguntino? |
|
La sangre de los dánaos no fluye por mis venas, |
|
[78] |
|
|
[79] |
LA CAÍDA DE SAGUNTO |
|
|
|
mi sangre se remonta a antepasados griegos, |
|
la raza generosa que, tras el noble Alcides |
190 |
|
fijó aquí su linaje levantando estas altas murallas. |
|
Ardo en deseos de que regrese el sacerdote. |
|
Pero ¡silencio!, oigo pasos... ¿Lycormas? |
|
(Entra LYCORMAS.) |
|
LYC[ORMAS] |
Es él. |
|
Cambio mi atuendo para ser de nuevo sacerdote. |
EUR. |
¿Qué hay del cartaginés? |
LYC. |
Aguarda |
195 |
|
una prueba de la sinceridad de nuestro celo: |
|
debemos rescatar a la Reina cautiva |
|
y serle devuelto tan valioso rehén. |
EUR. |
Así se hará... Mas le delata tal respuesta: |
|
se debaten en ella el soldado y el amante. |
200 |
|
Aunque encara un reto peligroso y difícil: |
|
¡rendir Candace a sus deseos! |
|
Mas ¿qué no intentarán deseos tan indómitos? |
LYC. |
Y además con éxito. Pero, aun si fracasara, |
|
habremos, con astucia, jugado nuestra estratagema. |
205 |
|
He vertido un denso veneno en el pecho del tirio: |
|
que su pérfida dama ha probado ya las caricias del que la rindió |
|
y que el romano es correspondido en su fogosa pasión. |
|
De modo que cuando Fabio salga de nuevo a combatir |
|
intentando, como suele, volver victorioso a la ciudad, |
210 |
|
sin duda caerá víctima de este perverso engaño. |
EUR. |
Has tejido, me temo, una sutil tela de araña |
|
que envuelve su destino; ciertamente fingir |
|
tal amor en Candace resulta verosímil. |
|
Pero su más que probable correspondencia |
215 |
|
no debieras habérsela revelado. |
|
Quizá así el indómito espíritu del tirio se incline |
|
a apartar de su corazón veleidoso la constancia. |
LYC. |
¿Cómo puedes ser tan ciego en tales pasiones? |
|
Bien poco te conoces a ti mismo. |
220 |
|
Examina tu pecho y dime, en verdad, |
|
¿dónde se engendra tu odio hacia el noble Fabio? |
|
[80] |
|
|
[81] |
LA CAÍDA DE SAGUNTO |
|
|
|
¿no es acaso el amor de Timandra su origen verdadero? |
|
Por tanto ¿es que la misma causa en el corazón del tirio |
|
no provocará idéntico efecto? Desde luego, lo hará. |
225 |
|
Te lo aseguro, amigo mío; si el mismísimo Aníbal |
|
en pie de guerra y al frente de lo mejor de su ejército |
|
hace morder el polvo a ese romano, la suerte estará echada. |
EUR. |
Tus palabras convencen; en efecto, si hay un placer |
|
mayor incluso que el arrebato de un amor correspondido |
230 |
|
es cuando nuestra pasión humillada en el rechazo |
|
halla venganza contra su odiado rival |
|
y acierta con su puñal en el favorecido por una bella ingrata. |
LYC. |
Goza con tal deseo que los hechos habrán de confirmarte; |
|
el poderoso caudillo, inflamado por mis palabras, |
235 |
|
preguntó el modo de reconocerle en el fragor de la batalla, |
|
pues, aunque su belicosa fama ya había llegado a sus oídos |
|
y conocía que su mortífera espada había reducido a Candace |
|
no había querido el destino ni los lances de la guerra |
|
enfrentarlos en el campo sangriento. |
240 |
|
Respondí, por ser breve, que le delatarían sus armas: |
|
el níveo penacho que corona su yelmo |
|
y el águila romana que adorna su escudo. |
|
Mas, por encima de todo, su poderosa espada |
|
abriéndose paso entre la más sólida formación |
245 |
|
y sembrando la muerte es lo que a Fabio hace inconfundible. |
EUR. |
Si estuvieras loco de amor por el romano |
|
tu lengua no se hubiera prodigado más en su elogio: |
|
me asombra que Aníbal haya soportado tales palabras. |
LYC. |
A duras penas ¿mas no es tu propósito infectar de ese mal al tirio? |
250 |
|
Mis palabras, sin duda, han encolerizado su espíritu |
|
prendiendo en él una vigorosa llama para el combate: |
|
sin duda perdurará infatigable el resto de su vida |
|
poniendo a prueba su valor en el campo de batalla |
|
para conquistar los honores que su virtud merece. |
255 |
|
En tales principios se forjan sus convicciones |
|
y por ello, creo, mencionó a Murro. |
EUR. |
¿Has dicho Murro? ¿Se refirió a él? |
|
[82] |
|
|
[83] |
LA CAÍDA DE SAGUNTO |
|
|
LYC. |
Lo hizo y con el tono más sublime |
|
pues lo distinguió como el más noble de sus adversarios, |
260 |
|
elogió del joven su elegante apostura |
|
deseando contarle entre sus amigos, y de contar con su favor |
|
aseguró poder vencer la obstinación de la ciudad, |
|
dejando en sus manos nuestros designios |
|
si no es que algún siniestro infortunio |
265 |
|
no acaba sumiéndole en la catástrofe final. |
EUR. |
Lo tendré en cuenta: sondearé a Murro. (Aparte.) |
|
Me quiere bien y me desea para su hermana |
|
pues odia sin tregua a Fabio; |
|
es, además, audaz, vengativo e impetuoso, |
270 |
|
ni en el amor ni en la gloria tolera un rival; |
|
y la celebridad es pareja a su poder. |
|
Ganado a nuestra causa, la meta sería más fácil. |
|
Mas no le desvelaré la conspiración de inmediato |
|
ni nuestro intento; jugando con su ambición |
275 |
|
le iré persuadiendo, de modo que soliviantado por el pueblo |
|
él mismo reclame Candace a su padre |
|
obteniendo nosotros de este modo su libertad. |
LYC. |
Que el éxito corone tal intento, como excelente augurio |
|
de nuestros propósitos; si la fortuna nos favorece |
280 |
|
tuyo será el gobierno de la ciudad, |
|
de Aníbal el botín y mío el grado de Sumo Sacerdote. (Sale.) |
EUR. |
Quizá sea así; ojalá Murro comparta la aventura |
|
de nuestra oscura y arriesgada empresa |
|
puesta al servicio y a favor del tirio, |
285 |
|
pero no concibo forjar un átomo de esperanza |
|
de que a tal precio pueda comprar su honor. |
|
Habrá, no obstante, que intentarlo |
|
ya que, muy a propósito, aquí llega. |
|
(Entra MURRO.) |
|
MUR[RO] |
Bien hallado, Eurydamas; en tu busca venía, |
290 |
|
mas ¿quién es el que se va de este lugar? |
LYC. |
Lycormas, el sacerdote; aunque no lo sepas |
|
pertenece a mi linaje y cuenta con toda mi amistad; |
|
es hombre leal y ha sufrido con coraje |
|
[84] |
|
|
|
|
[85] |
|
LA CAÍDA DE SAGUNTO |
|
|
|
el expolio de honores que tu injusto padre |
295 |
|
otorgó, pese a ser menor en virtud y méritos, a Theron. |
|
Ese Theron favorecedor de romanos desleales, |
|
ese Theron que disimula su felonía infame |
|
vitoreando a Fabio como un nuevo Alcides. |
MUR. |
¡Maldita sea esa lengua mendaz! ¡Sus palabras arteras |
300 |
|
convierten la más nimia acción en hazaña de gigante! |
|
Las cegadoras luces con que envuelve y pondera |
|
los méritos del romano, deslumbran los ojos saguntinos |
|
velándolos ante los propios esfuerzos de su patria. |
|
¿Qué ha hecho su espada que en el combate no haya hecho la mía? |
305 |
|
¿Cuándo fui a su zaga en el fragor de la batalla |
|
sino a la vuelta de la fatigosa contienda? |
|
La lista de enemigos abatidos, si el cálculo no engaña, |
|
abruma con su número la ventaja de Murro, |
|
y si la fama de ambos pudiera pesarse en la balanza de la gloria |
310 |
|
el fútil platillo de Fabio apenas movería el filo de la balanza. |
EUR. |
Herido queda su orgullo; avivemos ahora el fuego del amor. (Aparte.) |
|
Murro, sabes que te quiero como a un hermano, |
|
al extremo que mi corazón soñó una vez en así llamarte |
|
hasta que el maldito Fabio me robó tal esperanza. |
315 |
|
Ten por seguro, pues, que, como tú, odio al romano, |
|
nuestro rival común que ha arruinado nuestros deseos. |
|
Verdad es que asegura amar sólo a Timandra |
|
y que, vehemente, rechaza a la cautiva Reina |
|
pero... |
MUR. |
¿Qué? |
EUR. |
Bueno, tan sólo son rumores... |
MUR. |
No importa, |
320 |
|
continúa... |
EUR. |
Fabio, al que no niego su bravura, |
|
¿no puede ser acaso, como romano, un embaucador |
|
que ponderando los hechos y presintiendo |
|
la terrible amenaza que sobre nosotros pende |
|
decida huir con su prisionera al campo de los tirios |
325 |
|
y negociar, con tal rehén, una paz deshonrosa? |
|
Sólo sugiero que tal vez podría ser... |
|
[86] |
|
|
[87] |
LA CAÍDA DE SAGUNTO |
|
|
MUR. |
Basta, deja de pulsar |
|
esa cuerda estridente que me sume en la rabia, |
|
perturba mi espíritu y estremece el curso de mi sangre. |
|
Día aciago aquel en el que la Amazona vino a combatir |
330 |
|
y fortuna nefasta la que la sometió a su espada |
|
y no, como era justo, a la mía: paralelo es nuestro destino |
|
y, en justicia, de los dos hubiera sido tal conquista: |
|
ella presa de mis armas habría quedado; yo de su belleza. |
|
¿Qué puedo hacer Eurydamas? |
EUR. |
Sólo esto: |
335 |
|
propagar el rumor de que la Reina no está a salvo |
|
bajo el techo de Fabio. Si tal cosa se da por cierta |
|
ella puede pasar a nuestro poder... |
MUR. |
¿Con qué ayuda? |
EUR. |
La del pueblo. ¿No fuiste en un tiempo su adalid? |
|
Adelante, comprueba lo que con halagos puede conseguirse, |
340 |
|
doblega tu orgullo y suplica sus favores, |
|
insinúa como verdad irrebatible |
|
lo que sólo presumimos, la supuesta fuga; |
|
coléricos, la reclamarán a tu padre. |
|
Yo cuidaré de todo y, con ingenio, me sumaré a la treta. |
345 |
MUR. |
Así se hará. No perderé un instante. (En ademán de irse.) |
|
Pero luego apresúrate: porque para estar con ellos |
|
apenas hay tiempo; me reclama la rebelión contra mi padre. (Sale.) |
EUR. |
Se ha tragado el anzuelo; la fiebre de la juventud |
|
no ha dado vado alguno a su pensamiento. |
350 |
|
Sedición: ha llegado tu hora, y en semejante extremo |
|
¿a qué no puede llegar la insania del populacho, |
|
una muchedumbre amotinada sin razón que la frene, |
|
una masa que murmura bajo el peso de la desgracia |
|
a qué no será arrastrada? Incluso a entregar la ciudad. |
355 |
|
Como donde los Alpes elevan sus diáfanas cumbres |
|
y la nieve, lentamente al principio, líquida desciende |
|
deslizándose por las espaciosas riberas con entrecortado rumor |
|
y baja, en suaves meandros, desde las montañas; |
|
[88] |
|
|
|
|
[89] |
|
LA CAÍDA DE SAGUNTO |
|
|
|
pero, ya allí, transformada en corriente, arrasando la tierra |
360 |
|
se precipita impetuosamente roca tras roca |
|
hasta que, abandonándose en el cóncavo lecho del Ródano, |
|
con renovado ímpetu, se arroja con premura |
|
para, rugiendo sobre el áspero acantilado, morir en el mar. (Sale.) |
|
FIN DEL PRIMER ACTO |
|
|
|
En casa de FABIO |
|
Entra CANDACE |
|
CAN[DACE] |
¡Qué mísero es el poder! ¡Y cuán inútil |
365 |
|
envanecernos con la brevedad de su gloria! |
|
Los monarcas más insignes del habitado orbe |
|
no son sino juguetes en manos de la inconstante Fortuna. |
|
Y cuando ésta frunce el ceño, las altas torres donde los encumbró |
|
se derrumban en una trágica y cruel caída. |
370 |
|
Me ofrezco al mundo como fatal ejemplo: |
|
yo, una Reina, hija del gran Yarbas. |
|
Mas ¿de qué le sirvieron sus extensos dominios? |
|
¿De qué haber sido descendiente de Ammón? |
|
Muerto yace sobre una hostil y lejana llanura, |
375 |
|
y su hija, prisionera en un país ignorado. |
|
Pero no es éste todo el peso de mi amargura |
|
porque, para confusión de mi orgullo... mas aquí llega él... |
|
(Entra FABIO.) |
|
FAB. |
Perdona mi intrusión, mas no procede sino del gozo, |
|
de la alegría de ofrecerte buenas nuevas: |
380 |
|
el gobernador propone a tu caudillo |
|
libertarte en honorables condiciones. |
|
Si yo fuera Aníbal no habría de perder |
|
en meditarlo un instante, cansado como está |
|
[90] |
|
|
|
|
[91] |
|
LA CAÍDA DE SAGUNTO |
|
|
|
de nuestra resistencia y de esta guerra larga en demasía. |
385 |
CAN. |
Si tú fueras él, no serías tan dulcemente amable. |
|
¡Sin duda! ¡Y Candace sería mucho más poderosa! |
|
Hablas de supuestos, ¿de qué si no ibas a hacerlo? |
|
¡Terrible muro levantas a mi amordazada pasión |
|
zafándote en retóricas de mera gratitud! |
390 |
|
Con justicia pueden los saguntinos maldecir a tu patria |
|
si ella, como tú, no sabe corresponder en la dignidad. |
FAB. |
Mucho me ofendes con tales palabras, hermosa princesa, |
|
apenas conoces los sentimientos de mi alma. |
|
Mi corazón se esponja en la gratitud de tu amistad |
395 |
|
y la juzga un honor recibido de los dioses |
|
que el destino me depara en tan duro conflicto |
|
para protegerte de los avatares de la guerra. |
CAN. |
¡Ojalá hubiera perecido en ella! ¡Oh, cruel! |
|
¿Te permites jugar con el sentido de mis palabras?
(Volviéndose.) |
400 |
|
¡Yo hablo de amor! ¿Qué pretendes hablando de amistad? |
|
Aunque trates de ocultar tu rostro, tus ojos te delatan |
|
incapaces de mirar cara a cara la belleza de la que huyen. |
|
Los encantos que han hecho de Aníbal tierno amante |
|
mientras purpurados monarcas engrosan su séquito |
405 |
|
caen ahora en el vacío; ¡y tú, |
|
una reina, una amazona, obligada a humillarme! |
|
Pero ¿por qué desesperarse? ¿Puede el sonido de la trompeta |
|
hacer llegar su noble ardor a oídos tercamente sordos? |
|
El glorioso sol, que matiza el rostro de la naturaleza |
410 |
|
oscurece su brillo para los ojos preñados de ceguera. |
|
¿Es esta tu nobleza? ¿Estas son tus virtudes romanas? |
|
¿Vosotros llamáis bárbaras a las naciones que no se os someten? |
|
¡Insensato, imprudente! Buscaré medios para mi venganza. |
FAB. |
¿Qué puedo decir, ilustre doncella, para calmar |
415 |
|
tal vendaval de pasión, tal huracán dentro de tu alma? |
|
Parezco seguramente ingrato a tus ojos, |
|
casi un imbécil, un esclavo vil |
|
carente de razón y sordo al grito de tu belleza. |
|
[92] |
|
|
|
|
[93] |
|
LA CAÍDA DE SAGUNTO |
|
|
|
Pero los cielos te confirmarán cuánto estimo |
420 |
|
y admiro la perfecta armonía de tu alma y tu cuerpo. |
|
No pienses que un romano desdeña, enemigo, al amor: |
|
conocemos su poder y su cálida luz |
|
no menos intensa brilla sobre nuestras costas. |
|
Extasiado contemplo tu belleza, |
425 |
|
tu grácil figura, la delicia de tus encantos; |
|
incluso desarmada, superas la majestad de la divina Juno |
|
cuando en la batalla con Palas osas combatir. |
|
Y, de haber poseído la diosa tu incomparable gracia |
|
a no dudar hubiera recibido el premio del joven troyano. |
430 |
CAN. |
De haber sido yo Palas, y tú el agreste Paris |
|
-papel que ciertamente te acomoda |
|
la dulce Citerea hubiera comprometido tu elección |
|
como ahora Timandra es la rival de Candace (FABIO se sobresalta.) |
|
¡Ah! ¿Te sonrojas? ¿Acaso me equivoco? |
435 |
FAB. |
Bien, acabemos con la farsa, con ese secreto que, para tu sosiego |
|
mi diligente lengua se esforzó en ocultar; |
|
pero, si así lo quieres, proclamaré mi pasión, |
|
la profunda e inextinguible llama |
|
que sus dulces ojos y exquisitas virtudes |
440 |
|
han prendido en el leal pecho de Fabio. |
CAN. |
¿Y he de verme yo rechazada por esa pimpante jovencita? |
|
Un suave, dócil y melifluo animal de compañía |
|
cuyo maravilloso talento y perfección alcanza |
|
a bordar alguna hermosa historia en el telar |
445 |
|
o aserenarte, con su laúd, apaciblemente, el espíritu. |
|
¡Una tórtola que arrulla, lloriqueando por su compañero, |
|
una criatura insulsa, sin agallas ni bravura! |
FAB. |
Por supuesto que no son varoniles sus encantos. |
|
Empuñar la espada, tensar el arco, |
450 |
|
tensar de los caballos las espumosas bridas y conducir los carros |
|
de fugitivas ruedas y castigados ejes |
|
son ejercicios que desconoce: corresponden a una amazona. |
|
Empero, no sustenta su honra con menor orgullo |
|
ni conforman su espíritu menos nobles sentimientos. |
455 |
|
Si con ternura de mujer llora por su patria |
|
[94] |
|
|
[95] |
LA CAÍDA DE SAGUNTO |
|
|
|
con varonil entereza soporta sus sufrimientos, |
|
come del mísero sustento, generosamente repartido |
|
para enfrentarse al terrible espectro del hambre |
|
y, piadosamente, lo comparte con el soldado moribundo. |
460 |
CAN. |
Inútil es luchar contra el destino, |
|
mas mi pasión aún resiste y lo intenta; |
|
óyeme, Fabio, mide bien mis palabras: |
|
las condiciones que dices impone el gobernador |
|
¿suponen, junto a la mía, tu propia libertad? |
465 |
FAB. |
¡Curioso pacto! ¿Puedes creer realmente |
|
que tal pudo ofrecer? ¿Y Aníbal aceptarlo? |
CAN. |
Claro es entonces que tu artimaña, tu estúpido teatro |
|
no buscan sino librarte de un amor que detestas. |
|
Pero ya que no puedo persuadir tu ánimo, |
470 |
|
considera las desgracias que te acechan, |
|
estas murallas que tiemblan en su inminente ruina; |
|
no está lejano el día de la total destrucción. |
|
Y si no es el peligro que sea la ambición la que te inflame. |
|
De reinos aguerridos, de caudillos de Getulia que cabalgan |
475 |
|
con vértigo y sin brida, de las tierras marmáricas |
|
tu cautiva es la Reina; de todo ello soy dueña |
|
y de un corazón virgen ofrendado en su día |
|
a la casta Diana Cazadora. Atiende pues mi súplica: |
|
huyamos juntos de esta ciudad condenada. |
480 |
|
Disfrazado, yo te conduciré a través de la tropas de Sidón |
|
y al tiempo que tu pie huelle la costa africana |
|
sólo habrás de ascender al trono que te aguarda. |
FAB. |
Escucha ahora la palabra de un romano: el trono que me ofreces |
|
y aún más, tu propia y valiosa gloria |
485 |
|
aún libre mi corazón, desconociendo a Timandra, |
|
jamás empujarían a Fabio a tal traición |
|
¡ya en demasía ha sido mi patria deshonrada! |
|
¿Cómo añadirle un nuevo oprobio con mi fuga? |
|
¡Qué mezquina traición! No: aquí me hallará el destino |
490 |
|
y entregaré leal, por una noble causa, mi último suspiro. |
|
Muriendo, acaso muestre lo que un romano puede llegar a ser. |
|
Pero ante ti me inclino agradecido |
|
y suplico a los dioses que te colmen de dicha: |
|
[96] |
|
|
|
|
[97] |
|
LA CAÍDA DE SAGUNTO |
|
|
|
que regreses, a salvo, al suelo de tus lares, |
495 |
|
que puedas gobernarlo cual poderosa Reina, |
|
y que un noble monarca comparta tu lecho |
|
gozando de la belleza que a mí me niega el destino. |
CAN. |
¿Tales son tus plegarias? Suenan a maldiciones. |
|
¿Cuáles serían así las mías para ti? |
500 |
|
Mas mi corazón deplora proseguir este diálogo, |
|
tu vana insensatez te nubla la razón; |
|
si tal no fuera mi amor ablandaría tu pétrea indiferencia; |
|
al menos queda a la luz tu mezquindad de ánimo |
|
que desprecia un imperio y rechaza su corona. (Sale.) |
505 |
FAB. |
Cierto es: jamás la ambición fue mi guía |
|
aunque persigo afanoso y constante la gloria. |
|
Y quiero, disponiendo acciones nobles a tal fin, |
|
merecer los egregios honores de mi patria; |
|
no menos alto quieren llegar mis pensamientos. |
510 |
|
A un alma generosa, conducirse en la virtud leal |
|
y a la libertad de su patria prestar fiel obediencia |
|
otorga un gozo más eterno y sublime |
|
que entregarse a la mísera ambición del instante. |
|
Pero ahora es mi deber el que me requiere: |
515 |
|
demasiado tiempo me ha retenido el palacio. |
|
El gobernador, presa de la inquietud, acudirá presto |
|
a sosegar al pueblo invocando a los dioses |
|
y a enardecer a los soldados con su sola presencia. (Sale.) |
|
(Muda la escena al palacio del gobernador.) |
|
(Entran SÍCORIS, MURRO y TIMANDRA.) |
|
SÍC[ORIS] |
Dos veces cuatro lunas hace que el tirio sitia |
520 |
|
con tropas tan sin número como sus africanas arenas |
|
nuestro muros que, heridos, aún en pie se sostienen; |
|
las torres, embestidas con acritud, se yerguen orgullosas |
|
y amenazan, en su caída, aplastar al enemigo. |
MUR. |
En tal extremo de dolor y abatido por el hambre |
525 |
|
nuestro pueblo se aferra a su antiguo valor: |
|
[98] |
|
|
[99] |
LA CAÍDA DE SAGUNTO |
|
|
|
soporta estoicamente las duras condiciones |
|
trocados en olvido el regalo, el reposo, la paz. |
TIM[ANDRA] |
Con leves pasos, asiendo espadas ya oxidadas |
|
los ancianos acuden al pie de las murallas |
530 |
|
y allí derraman lluvia de sagradas plegarias |
|
alentando con la ventura de sus preces a sus hijos exagües. |
SIC. |
Si algo queda por probar no es ya su fortaleza |
|
quebrantada por el ansia del natural sustento. |
|
Sólo tienen ya vigoroso el corazón y con él buscan al enemigo |
535 |
|
sobre el que, al encontrarlo, arrojan el peso de su extenuación. |
TIM. |
¡Gloriosa pasión por la verdad y por la libertad! |
|
¡Poderoso valor de una fe inquebrantable y pura! |
|
Contémplalo, deidad venerada por Sagunto, |
|
concede misericordia, oh Diosa, a tus devotos |
540 |
|
y desde tu sagrada morada, muéstranos piedad. |
SIC. |
Tú, fuerza divina, nacida antes que Júpiter, |
|
glorificada por todos, los hombres y los dioses, |
|
consorte de la justicia, venerada deidad |
|
en todo pecho que te dignas habitar. |
545 |
|
¿Puedes, impasible, contemplar tu amado Sagunto |
|
sometido a dolores más allá de lo humano, |
|
a desgracias que arrostra sólo por tu causa? |
|
Por ti se dispone a morir todo un pueblo, a ti clama |
|
el afligido padre, la madre enloquecida |
550 |
|
y sus hijos que, hambrientos, aún pronuncian tu nombre. |
|
¡Oh! Permite que esos inocentes y piadosos gemidos |
|
siembren la venganza sobre nuestro enemigo cruel. |
TIM. |
Mi padre ha dispuesto que hoy los sacerdotes |
|
guiados por su maestro, el piadoso Theron, |
555 |
|
en procesión solemne recorran la ciudad |
|
llenándola de ritos y sagradas ceremonias |
|
para implorar el favor del hijo de Alcmena. |
|
Y a un tiempo, rodeada de una multitud |
|
de nobles doncellas, acudiré yo, Timandra |
560 |
|
al casto santuario de Fides: allí, postradas en tierra, |
|
cabezas y manos cubiertas por un lienzo del blanco más puro |
|
nos uniremos humildemente al sacrificio de los orantes |
|
[100] |
|
|
[101] |
LA CAÍDA DE SAGUNTO |
|
|
|
suplicando a la diosa su piadosa protección. |
MUR. |
Temo que en vano se eleven las oraciones |
565 |
|
pues un hado siniestro se abate sobre el estado |
|
abandonado a su desdicha por los traidores romanos. |
|
Nos aguarda la misma destrucción que a nuestro fundador |
|
que, tras fatigosas desventuras y trabajos sin cuento |
|
fue víctima de la ominosa perfidia. |
570 |
SIC. |
Esta guerra, en efecto, es más suya que nuestra: |
|
el odio de Aníbal no a nosotros sino a ellos apunta; |
|
con ritos horribles, ante el sombrío altar de Proserpina, |
|
le obligó su padre a jurarles eterna enemistad, |
|
así que implacable medita la guerra sin tregua; |
575 |
|
en su pensamiento, ya ha cruzado los Alpes |
|
cubierto los campos latinos de atroz desolación |
|
mientras flotan cadáveres espesando los ríos; |
|
en su sed de sangre y delirio salvaje |
|
sueña una Roma sometida a su furia febril |
580 |
|
y ve ascender, sobre las siete colinas, el fuego de los tirios |
|
que él mismo lleva presto al propio Capitolio. |
MUR. |
¡Verá pronto, por Hércules, colmada su esperanza |
|
si todo acontece como merece la perfidia |
|
de quienes sentados ignominiosamente ven todo un pueblo |
585 |
|
luchando por su causa, sujetos dócilmente a un pacto |
|
para someterse a las infames condiciones del cruel vencedor! |
SIC. |
No dejes al rebosante amor por tu patria llevar tan lejos |
|
tus justos sentimientos, hijo mío; lograremos |
|
que los romanos, al fin, renueven su alianza |
590 |
|
y que firmes observen los pactos sagrados |
|
manteniendo, pues así nos fue dada, su palabra. |
|
¿Puede acaso el orbe producir otro ejemplo |
|
superior al que diera el más que leal Régulo? |
|
¡Ser inmortal que aventajas con creces |
595 |
|
al resto de héroes, como el sol a una estrella! |
MUR. |
Cierto; y en ello está el sonrojo de su estirpe de hoy: |
|
habría de haber sido, en verdad, un saguntino |
SIC. |
Frena tu afilada lengua, joven inmoderado, |
|
¿pretendes hacer mofa del augusto ancestro de Roma? |
600 |
|
[102] |
|
|
[103] |
LA CAÍDA DE SAGUNTO |
|
|
|
Los secretos designios que mueven los ejes del imperio |
|
se evidencian sutiles para los atolondrados ojos de un imberbe. |
|
No pretendas juzgar lo que está ordenado por encima de ti |
|
ni creas que una lengua que infamia puede hacer a un patriota. |
|
(Entra THERON.) |
|
|
Tu paso apresurado y tu semblante nos anuncian |
605 |
|
una nueva inquietud ¿acaso ésta obedece |
|
a que los enemigos se aprestan a atacamos? |
THER. |
El enemigo, señor, quizá está entre nosotros; |
|
un enemigo dentro: la infame sedición; |
|
el pueblo se amotina y por todas las calles |
610 |
|
los rumores ensucian con traiciones a Fabio |
|
que cautivó a la Reina; y mentiras ociosas |
|
a las que no atendí, reclaman que a ti acuda |
|
a prevenirte contra tal desafuero: |
|
aplasta pronto el monstruo antes que se agigante. |
615 |
TIM. |
Oh, señor, nunca juzgues como culpable a Fabio |
|
del más pequeño atisbo de deslealtad a su honor. |
|
La virtud es el todo que en su mundo ambiciona |
|
y son sus firmes reglas las que guían su acción: |
|
todo son vil calumnias, difamación rastrera, |
620 |
|
vástago venenoso de la villana envidia |
|
que al joven noble odia sólo por ser romano. |
SIC. |
Vana es tu prevención respecto a mis recelos, |
|
por entero conozco y aprecio su valía: |
|
retírate, hija mía, mientras acallo al pueblo; |
625 |
|
sosiégate pues Fabio cuenta con mi favor. |
|
(Salen THERON, SÍCORIS y MURRO.) |
|
TIM. |
También vosotros, oh dioses poderosos, atendedle |
|
pues protegéis con ello vuestro vivo retrato: |
|
a un bravo, bondadoso, hombre justo y benéfico. |
|
(Entra FABIO.) |
|
|
Es Fabio: es bien seguro que ignora lo que ocurre. |
630 |
FAB. |
La multitud me mira torvamente al pasar |
|
y fruncen agriamente sus cejas indignadas. |
|
No es esa su costumbre; antes, las madres a sus hijos |
|
[104] |
|
|
[105] |
LA CAÍDA DE SAGUNTO |
|
|
|
con gentiles palabras, severamente dulces, |
|
me mostraban diciendo: he ahí un romano. |
635 |
|
No acierto a comprender; pero aquí está Timandra |
|
y en su presencia no hay sombra de inquietud. |
TIM. |
¿No encontraste a mi padre mientras te acercabas? |
FAB. |
Sí; me dijo que asuntos de escasa relevancia |
|
requerían su presencia en el Foro; y me dijo |
640 |
|
que sola y pensativa quedabas; permíteme cuidar |
|
de darte compañía en tanto que él regresa. |
TIM. |
Con ello pretendía alejarte del tumulto... (Aparte.) |
|
¿Qué mejor ocasión podría su ausencia depararme? |
|
Debo aferrarme a ella... ¿A cuidarme dices que vienes? |
645 |
FAB. |
¡Ay Timandra! ¿Podrá tal vez mi lengua |
|
confiarte lo que ignora mi abrumado corazón? |
|
Huye de ti, triste Fabio, toda humana elocuencia |
|
y la ternura abre para contigo un insondable abismo. |
|
Sólo tu amor consuela amable mi espíritu |
650 |
|
abatido por la pesadumbre con dulce melancolía. |
TIM. |
Tus palabras, aun tristes, con poder me confortan. |
|
Calman serenamente mis oscuros temores. |
|
Sólo el hablar contigo pone en fuga mi pena |
|
y pasiones más gratas ocupan su lugar |
655 |
|
dan alivio a mi pecho y toda me poseen. |
FAB. |
A duras penas puedo echarte sin estremecimiento; |
|
tan dulces palabras arrebatan mi corazón de delirio, |
|
alcanzan mis oídos en armonía suavísima |
|
y un gozo irrefrenable se extiende por mis venas: |
660 |
|
mas, cesado el murmullo, aún quedan tus encantos, |
|
hablando o en silencio te envuelve la belleza, |
|
la perfección modela cada uno de tus gestos. |
TIM. |
Puede que así parezca a tus amables ojos. |
|
En verdad es tu pasión la que así me describe; |
665 |
|
cuando del corazón triunfa el fogoso Amor |
|
contagia en su ceguera a sus pobres cautivos: |
|
mas, sea como fuere, soy tuya ciertamente. |
|
[106] |
|
|
[107] |
LA CAÍDA DE SAGUNTO |
|
|
|
tuya hasta el postrer suspiro de mi alma. |
FAB. |
¿Podré escuchar acaso palabras tan dichosas |
670 |
|
mientras el cruel destino me niega su favor? |
|
¡Vamos, mis compatriotas, restaurad vuestra honra |
|
y acudid a vencer al infiel africano! |
TIM. |
Es mi propio deseo: si todavía acudieran |
|
y lo harán, ciertamente, aún seríamos felices. |
675 |
FAB. |
¡Que tus deseos se cumplan! Oh, dioses, permitidme |
|
ver el glorioso día en que el poder de Roma |
|
agrupe en las llanuras sus belicosas huestes; |
|
y al instante, ya libre de temores, que con gozo contemple |
|
los tirios derrotados y huyendo ante nosotros. |
680 |
|
Como el tigre que acecha a una cabra montés |
|
y apenas rozando los arbustos se abate sobre ella |
|
ya habiéndola atrapado con sus ávidos ojos; |
|
y, desde el refugio rocoso de su segura madriguera |
|
perseguida en el llano, jadeante criatura |
685 |
|
apenas, temerosa y exhausta, se atreve a respirar; |
|
pero si ante el horror de las terribles garras |
|
la majestad grandiosa de un león aparece |
|
no osa aquél proseguir la avidez de la caza, |
|
rabioso y con soberbia se retira iracundo |
690 |
|
y ha de rendir la presa al más noble animal. (Salen.) |
|
FIN DEL SEGUNDO ACTO |
|