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La filología española, respecto a esta cuestión, ha dependido en exceso de la síntesis de Lapesa (19819), algunas de cuyas conclusiones deben ser hoy matizadas, especialmente en lo relativo a la existencia de una «norma lingüística alfonsí», de inspiración regia, y a la supuesta evolución de los textos alfonsíes según esa norma se iba poniendo en práctica. Véase en Cano (1989) el mejor panorama crítico de conjunto, y también las visiones globales de Menéndez Pidal (1972) y Kasten (1990).

 

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Del Fuero real se conocen cerca de treinta manuscritos, los de las Partidas suman casi un centenar y los de la Estoria de España (sin contar los que originó su refundición en crónicas posteriores) se aproximan a cuarenta. Aunque la General estoria también se nos ha preservado en cerca de cuarenta códices, la difusión de la obra fue indudablemente menor si atendemos a las proporciones del texto, mucho mayores. No obstante, es notable su influencia sobre la lengua literaria del siglo XV.

 

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Las diferencias gráficas son notables entre los códices alfonsíes y los documentos de su cancillería: véanse para esta cuestión, SÁNCHEZ PRIETO (1996 a y b, 1998) y su capítulo en este volumen, así como HARRIS-NORTHALL (1993) y TORRENS (2002).

 

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Para planteamientos de conjunto, véanse Solalinde (1915), Procter (1951), Menéndez Pidal (1951), Hilty (1955 y 2002), Romano (1992) y Roth (1990).

 

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Al final del Libro de la açafeha se dice: «Nós, rey don Alfonso el sobredicho, veyendo la bondat d'esta açafeha que es generalmientre pora todas las ladezas, e de como es estrumente muy complido e mucho acabado, e de como es caro de señalar, e que muchos ombres non podrién entender complidamientre la manera de como se faz por las parablas que dixo este sabio que la compuso, mandamos figurar la figura d'ella en este libro. Et mandamos señalar con tinta prieta todos los cercos que son llamados almadarat, e son los que están en par del cerco del eguador del día, et enderecho d'él. Et a estos cercos que son llamados en arabigo almadarat, dizen en castellano cérculos cerculares. Et otrossí por que sean estos cérculos más coñoçudos e más departidos de los otros, fiziemos tiñir lo que á entre ell uno e ell otro d'ellos con açafrán. Et mandamos fazer otrossí los cercos que son llamados en arabigo almamarrat, que van de un polo del mundo al otro, con vermejón, e los cercos de las longuezas que son en par del zodiago e en so derecho. [...] Et por que se fazen muchos e se semejan los unos a los otros, fiziémoslos señalar con colores departidas segund es dicho» (ASabio, Astrología, Açafeha, f. 109r). En el manuscrito sigue la figura, tal como está descrita. La misma preocupación por el diseño del códice, con instrucciones precisas sobre su estructura e iconografía, se manifiesta en el prólogo general de los Libros del saber de astrología (SAMSÓ 1990: 118) y en el prólogo de la versión alfonsí de la Cosmología al-Haytam (MANCHA 1990: 143).

 

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Esto es, 1276. Dado el extravío de los folios iniciales del códice regio, no conservamos este pasaje más que en copias tardías anteriores a esa mutilación: reconstruyo el texto original sobre las lecturas de esos testimonios citadas por Cano (1985: 291) y sobre las correcciones de Hilty basadas en la traducción italiana de 1341 (1955: 44).

 

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Sobre esta cuestión, véanse CANO (1985), NIEDEREHE (1987: 125-128, 145-146), CÁRDENAS (1992) y LODARES (1993-94).

 

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Se suele preferir el nombre latino, esto es, incorporar un latinismo a un arabismo, a no ser que se juzgue que el término latino no es derecho o apropiado. Así, por ejemplo, para la constelación del Águila, se elige el término buitre volante, traducción castellana de la denominación árabe, por ser más descriptivo de la figura estelar que el término águila (LODARES 1993-94). Para la concepción alfonsí, el signo lingüístico es convencional, pero no arbitrario: hay que averiguar siempre la motivación última de los nombres, búsqueda que se materializa a través de la etimología (cf. VAN SCOY 1986: XXII-XXVI, NIEDEREHE 1987: 209-221, LAPESA 1984: XX-XXII, LODARES 1996) o, en este caso, a través de la adecuación entre signo e imagen.

 

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Según ha mostrado Comes (1990: 28-30, 64-68), la elaboración del códice exigía la compaginación de la descripción de la constelación con la figura de una rueda en que se representaban las estrellas correspondientes. En el centro de cada rueda aparece una miniatura con la iconografía a que recuerda el diagrama estelar representado en la rueda (por ejemplo, para la constelación de Acuario, la iconografía es un hombre vertiendo agua), miniaturas en las que se procuró, al igual que en lo denominativo, hacer compatibles la tradición clásica y la islámica. Cuando la constelación tenía pocas estrellas, se añadieron materiales textuales «de relleno»; cuando muchas, se resumió la descripción de la constelación, para mantener el principio de incluir, en páginas enfrentadas, la descripción textual y la iconográfica de cada constelación. Por tanto, bien podría ser que la intervención regia se refiera a este hecho relativo al diseño del códice. Dado que los requisitos de exhaustividad y claridad en la exposición, comunes a todos los textos alfonsíes, producen una prosa redundante, en la que nada se suele dejar a la libre interpretación y en la que no importa la reiteración; y dado que en el Libro de las figuras de las estrellas fixas no se rehúsa la repetición de contenidos (por ejemplo, en los libros I-III y en el libro IV), no parece que pueda considerarse esta frase sobre las «razones sobejanas e dobladas» una muestra de un criterio estilístico del rey, supuestamente contrario a la redundancia o al exceso, como pensó Menéndez Pidal (1972: 70), sino más bien una prueba de su interés por el contenido de la obra y por la pertinencia del mismo.

 

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Véase CANO (1985), quien ha estudiado la lengua del primero de los códices de los Libros del saber de astrología.

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