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Véase COMES (1990: 53-58, 60-63), donde se muestra cómo las traducciones del mismo nombre árabe reciben versiones diferentes según se encuentren en el texto de los libros I-III, en las ruedas correspondientes, o en el libro IV.

 

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Ejemplo de este problema son los adverbios derivados de MĚNTE en este mismo Libro de las figuras de las estrellas fixas: en los cuatro primeros folios (pertenecientes al libro II) sólo se dan en -mientre (solamientre, complidamientre, señaladamientre, ff. 1r, 4v); desde el final del f. 4v, comienzo del libro III, aparecen exclusivamente en -miente: ordenadamiente, ligeramiente, acabadamiente, solamiente, rafezmiente, firmemiente, etc. (ff. 4v, 6v, 7v, 8v, 9v, 12v, 13v); otra vez al final del f. 17v vuelve la solución -mientre (ciertamientre, primeramientre, igualmientre), que es la única empleada en el libro IV. Parece, pues, que el cambio de libro aparejaba cambio, al menos, de copista.

 

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Especialmente en el caso de Rabiçag, ya que compuso en solitario tratados ex novo. También en Toledo se ubica Fernando de Toledo, el primer traductor de la Açafeha, y Martín Pérez de Maqueda, el copista de la cuarta parte de

 

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Desconocemos el origen del resto: Garcí Pérez, canónigo en Sevilla, o de Bernaldo «el áravigo» (quizá de procedencia franca) y el traductor judío Abraham, que colaboran en Burgos en la segunda traducción de la Açafeha. El traductor al latín del Libro complido, Alvarus, es ovetense pero trabajaba en Toledo.

 

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Sólo en los tempranos Fuero real y Espéculo admite una cierta colaboración, cualificada pero anónima: «oviemos consejo con nuestra cort e con los omnes sabidores de derecho, e diémosles este fuero» (ASabio, Fuero real, 185); «este libro que feziemos con consejo e con acuerdo de los arçobispos e de los obispos de Dios e de los ricos omnes e de los más onrados sabidores de derecho que podiemos aver e fallar e otrossí de otros que avié en nuestra corte e en nuestro regno» (ASabio, Espéculo, 102).

 

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Según demostró Procter (1951: 128-130), todos ellos pertenecen a la sección de la cancillería dedicada a la correspondencia internacional, escrita en latín. Buenaventura de Siena se identifica como «notaire et escriuien», Magister Petrus de Regio como «protonotarius aulae imperialis», «protonotarius regis Castelle», Egidio Tebaldi de Parma como «notarius aulae imperialis», y Juan de Cremona como «magister». Otra vinculación entre cancillería y talleres alfonsíes ha sido señalada por Cárdenas (1990), al observar que las fórmulas de los privilegios rodados y las de los prólogos de los códices son muy semejantes. Así, podría ser, a la vista de la coincidencia de los nombres, que el director de la copia de la General estoria, Martín Pérez de Maqueda, estuviera relacionado con uno de los escribanos de confianza del rey. López Gutiérrez (1990: 118-119, 206-207, 212) documenta el nombre de Martín Pérez como escribano activo entre 1258 y 1272, dependiente de la cancillería central y, por tanto, encargado de los documentos de más alta categoría, los privilegios rodados, llegando incluso a ejercer la iussio documental en 1268, lo que es coherente con el papel director con que le vemos actuar en la copia del códice de la General estoria IV: «Yo, Martín Pérez de Maqueda, escrivano de los libros de[l] muy noble rey don Alfonsso, escriví este libro con otros mis escrivanos que tenía por su mandado» (ASabio, General estoria IV, f. 278r). No obstante, hay que reconocer que lo común del nombre impide cualquier identificación segura.

 

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De Segovia hay ocho, hecho que quizá deba relacionarse con el ascenso de Millán de Pérez de Aillón de simple escriba a encargado de la iussio documental, junto al rey y otros personajes, a partir de 1259. El resto proceden de Frómista, Medina, Aguilar y Burgos (Castilla la Vieja) y de Berlanga, Sigüenza, Cuenca (Castilla oriental) y Toledo (cf. LÓPEZ GUTIÉRREZ 1990). No obstante, hay que reconocer que ignoramos la procedencia de la mayoría de los amanuenses, por lo que estas proporciones pueden ser engañosas.

 

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Quizá continuara el rey Sabio la organización de época de Fernando III, en la que también predominaron los escribas segovianos y sorianos (GONZÁLEZ 1980: 510-511).

 

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Lapesa (19819) cree que la base del castellano alfonsí es la burgalense, con algunas concesiones al de León y Toledo, ciudad sobre cuya forma de hablar se habría modelado la nivelación lingüística del reino. Influidos por Lapesa, otros autores, como Penny (1993: 17) creen que el habla de Toledo es la base del estándar escrito alfonsí. Pero lo que conocemos del habla toledana medieval no coincide por lo general con la lengua alfonsí (CANO 1989: 465-467 y ARIZA 2002). La superioridad del habla toledana es un tópico que surge en el Renacimiento, apoyado sobre un supuesto privilegio de Alfonso X a favor de los empleos lingüísticos toledanos, tópico quizá creado sobre la extensión jurídica del Fuero de Toledo por el Sur peninsular, además de estar relacionado con la condición de Toledo como corte y capital del reino: véanse al respecto LODARES (1995) y GONZÁLEZ OLLÉ (2002: 162-164).

 

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Garcí Pérez, Guillén Arremón de Aspa y Bernardo de Brihuega fueron canónigos de Sevilla. En la Tercera partida (título XVIII) se citan la rúa de los Francos, la iglesia de Santa María y el hospital de San Miguel de Sevilla, aparte de cuatro alcaldes sevillanos y tres mercaderes (frente a dos alcaldes toledanos, uno burgalés y un escriba segoviano). A ello hay que sumar que el Libro del astrolabio redondo, que suponemos obra propia del toledano Rabiçag, presenta cálculos ajustados a las coordenadas de Sevilla (SAMSÓ 2000), y que las miniaturas de las Cantigas y de los libros astrológicos están conectadas con las tradiciones iconográficas almohades (DOMÍNGUEZ RODRÍGUEZ 2000).

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