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Altamira, Galdós y la historia de España

María de los Ángeles Ayala





Cuando fallece Galdós, enero de 1920, los periódicos de la época, El Socialista, El Pensamiento Español, El Debate, El País, La Época, El Sol, El Liberal, entre otros, se hacen eco de la desaparición del gran novelista. Artículos apresurados que sintetizan, a modo de homenaje póstumo, la aportación del novelista a las letras españolas1. También Altamira en un sentido artículo, «Galdós y la historia de España»2, le rendirá su particular tributo, recordando las excepcionales dotes que Galdós poseía para mostrar la esencia del alma española. El Galdós que admira sobremanera Altamira es el Galdós historiador, ese novelista capaz de evocar la vida de un pueblo, de penetrar en lo más característico de la psicología de los hombres de España. Desde su perspectiva de lector atento al desarrollo de la narrativa galdosiana, Altamira no duda en afirmar rotundamente que don Benito tenía condiciones de historiador, pues poseía «la capacidad para percibir el pasado y reconstruirlo vivamente sobre la base (a veces muy estrecha, y por lo común, fría, deshilachada, incoherente) de los restos y noticias que llegan a la posteridad» (1920: 66). Según Altamira, Galdós no se contenta, como otros escritores de su época, por alcanzar en sus obras el máximo realismo en la ejecución de sus cuadros, la aparente objetividad de sus descripciones y concepción de su obra o por la inclusión de la observación menuda. Galdós, en opinión del historiador alicantino, está dotado de una viva imaginación, siendo capaz de evocar con enérgica precisión las imágenes, coger lo característico de cada una de ellas y «rastrear o adivinar lo no manifiesto, así como las relaciones íntimas de las cosas, con el apoyo de los más livianos indicios» (1920: 66). Altamira no duda en calificarlo de constructor, un escritor capaz de hacer revivir mundos enteros, situando su nombre al lado del de Theodor Mommsen, el historiador alemán y Premio Nobel de Literatura en 19023, célebre en toda Europa por su famosa Historia de Roma, obra que si bien fue discutida en su tiempo por algunos críticos a causa de los juicios, no siempre justos, relativos a los grandes personajes y a la analogía que establecía entre la civilización romana y la moderna, fue, por el contrario, aclamada por la viveza y animación de los hechos históricos descritos y por los magníficos retratos que logra de los personajes que despiertan su admiración -Aníbal, Viriato, Escipión, Sertorio y César, principalmente-, retratos de rasgos tan vivos que se graban de forma indeleble en la imaginación del lector.

Aunque el juicio de Altamira pueda parecer en principio desmesurado, pues está comparando a Galdós con un historiador, con un especialista en epigrafía, con un experto en las instituciones jurídicas romanas, no hay duda que opina con conocimiento de causa. No olvidemos que Altamira conocía muy bien la obra de Mommsen por su propia condición de historiador y que, además, dejó testimonio de su admiración por el historiador alemán en un artículo publicado en La Lectura en 19044 donde glosa sus principales aportaciones. Artículo que nos ofrece las claves para entender con claridad el motivo que lleva a Altamira a establecer la relación entre Galdós y Mommsen. Altamira, tras destacar la novedad en el enfoque y método empleado por el historiador alemán en su Historia de Roma al apartarse de la escuela de Niebuhr5, subraya su concepción moderna de la historia, anticipándose a muchos de sus contemporáneos en cuanto a la idea de que la historia es el resultado de una serie de hechos y factores. Altamira señala que «Mommen empezó a escribir un libro en que la vida de la comunidad romana era vista en el conjunto de sus actividades y en relación con todos los elementos que había contribuido a formarla tal como fue: desde las condiciones geográficas del suelo, hasta la psicología de los personajes salientes y de las masas» (1904a: 186). Igualmente, destaca la capacidad de Mommsen para captar las luchas políticas de aquel tiempo desde la perspectiva de un individuo romano «resueltamente contrario a la mayor parte de las fracciones políticas que se destrozan mutuamente, y que acaba por hallar en César su ideal» (1904a: 186). Dos hallazgos que, evidentemente, tal como ha subrayado la crítica, encontramos en los Episodios nacionales, pues Galdós al trazar sus episodios tendrá en cuenta todas las circunstancias posibles, desde los hechos históricos hasta los culturales, sociales, geográficos, etc. Factores que se describen siempre desde la óptica del sujeto que interviene efectivamente en el desarrollo de los propios acontecimientos. Los personajes galdosianos, desde el primero al último, participan en los acontecimientos históricos y juzgan dichos hechos desde sus peculiares circunstancias biográficas y desde su propia ideología.

No es extraño, pues, que Altamira relacione la capacidad de Galdós para trazar el cuadro completo de la historia de España con la figura de Mommsen o con la de Macaulay, fuentes o lecturas que quizás convendría tener en cuenta a la hora de analizar las posibles influencias en la creación de los Episodios nacionales. Especialmente significativa, desde nuestro punto de vista, es la mención de Thomas Babington Macaulay por parte de Altamira6 en un artículo publicado en el periódico El Noroeste (Gijón) el 22 de diciembre de 19027, sobre todo si tenemos en cuenta que las obras de este historiador formaban parte de su biblioteca particular8. Macaulay se hizo célebre por su Ensayo sobre Milton, publicado en la Edimburg Review en agosto de 1825, obra considerada modélica por brillar en sus escasas páginas las cualidades de historiador que caracterizan a Macaulay, siendo casi imposible dar una mayor sensación de realidad y vida al describir el ambiente que rodeaba al autor de El Paraíso Perdido. En su apreciable corpus destacan tanto los Cantos populares de la antigua Roma (1842), baladas en las que se hermana con singular perfección la exposición dramática con la descripción pintoresca y su famosa Historia de Inglaterra, cuyos dos primeros volúmenes aparecieron en 1848 y los dos siguientes en 18559. Obra admirable en la que ofrece a la posteridad una pintura completa de la vida inglesa en diversos siglos por la riqueza del material utilizado, la descripción de anécdotas ilustrativas y su exquisito estilo narrativo. Cualidades que Altamira cree descubrir especialmente en las dos primeras series de los Episodios nacionales, tal como subraya en su artículo «Galdós y la historia de España».

Altamira a la altura de 1920 es un célebre historiador. Ya ha publicado obras como Historia de la propiedad comunal (1890), La enseñanza de la historia (1891), Historia de la civilización española (1902), Historia de España y de la civilización española (1901-1903), Cuestiones modernas de historia (1904), entre otras, abogando por una ciencia de la Historia en la que los factores políticos externos se relacionen con los internos y donde se preste una gran atención al sujeto de la historia, que no son los políticos, los militares, los nombres y las acciones de los hombres destacados, sino el individuo anónimo, esos millones de hombres que con su esfuerzo explican los grandes hechos de la historia. Estos son los que, en definitiva, hacen avanzar o retroceder la civilización. En su concepción de la historia, esta debe huir de convertirse en una mera aproximación a la historia política e institucional y convertirse en el estudio de la humanidad y de sus organizaciones en el tiempo. La historia, tal como señala en La enseñanza de la historia, debe entenderse como «producto de los esfuerzos que acumulan todos los seres..., obra colectiva, cuya impulsión y tendencia provienen de la masa y no de ciertas individualidades» (1895: 193). Galdós también concibe la historia de la misma manera, de ahí que en el primer episodio de la segunda serie, El equipaje del rey José, subraye lo siguiente:

¿Por qué hemos de ver la Historia en los bárbaros fusilazos de algunos millares de hombres que se mueven como máquinas a impulsos de una ambición superior, y no hemos de verla en las ideas y en los sentimientos de ese joven oscuro? ¡Si en la Historia no hubiera más que batallas; si sus únicos actores fueran las personas célebres, cuán pequeña sería! Está en el vivir lento y casi siempre doloroso de la sociedad, en lo que hacen todos y en lo que hace cada uno. En ella nada es indigno de la narración, así como en la naturaleza no es menos digno el estudio del olvidado insecto que la inconmensurable arquitectura del mundo.

Los libros que forman la capa papirácea de este siglo, como dijo un sabio, nos vuelven locos con su mucho hablar de los grandes hombres, de si hicieron esto o lo otro, o dijeron tal o cual cosa. Sabemos por ellos las acciones culminantes, que siempre son batallas, carnicerías horrendas o empalagosos cuentos de reyes y dinastías, que agitan al mundo con sus riñas o con sus casamientos, y entre tanto la vida íntima permanece oscura, olvidada, sepultada. Reposa la sociedad en el inmenso osario sin letreros ni cruces ni signo alguno; de las personas no hay memoria, y solo tienen estatuas y cenotafios los vanos personajes. Pero la posteridad quiere registrarlo todo: excava, revuelve, escudriña, interroga los olvidados huesos sin nombre; no se contenta con saber de memoria todas las picardías de los inmortales, desde César hasta napoleón, y deseando ahondar lo pasado, quiere hacer revivir ante sí a otros grandes actores del drama de la vida, a aquellos para quienes todas las lenguas tienen un vago nombre, y la nuestra llama Fulano y Mengano


(1970, I: 1207).                


De esta forma, Galdós, tal como apunta Vicente Llorens (1970-1971), incorpora por primera vez en la historia la vida cotidiana del pueblo anónimo. Esa consideración del sujeto popular como verdadera raíz de la historia es uno de los aspectos que Altamira subraya a la hora de valorar los Episodios nacionales, señalando en el artículo recogido en Psicología y Literatura al personaje de Lucila como el símbolo del pueblo, el verdadero sujeto de la historia, la representación viva del alma española. Lucila es, para Altamira, la genuina representación del pueblo hispano «con esa mezcla de lo real y lo soñado, de lo natural y lo sobrenatural que constituye uno de los procedimientos característicos de Galdós (en las novelas y el teatro: v. gr. Realidad), la hermosa doncella celtíbera aparece ligada, por un lado, a las pasiones más humanas del novel marqués de Beramendi y, por otro, a la efusión popular de este, a su ideal de pueblo español» (1905: 195). No olvidemos que para Altamira, como para los positivistas en general, la nación es un cuerpo vivo, que posee una personalidad, unos caracteres propios que el historiador de su tiempo debía rescatar, caracteres constantes que él puede percibir en la prodigiosa evocación que Galdós hace de la historia de España en sus Episodios. Asimismo, Altamira, extracta un fragmento de la conversación que Beramendi sostiene con la Reina en La Granja, ya que, desde su punto de vista, Galdós de nuevo pone de manifiesto la importancia del individuo anónimo para alcanzar el conocimiento de la esencia de la nación española:

-Yo no ceso de pensar en mi Historia, y me la represento como una matrona gallardísima.

-Sí, con un laurel en la mano y un león a los pies. Esa es la Historia oficial, académica y mentirosa. La que merece ser escrita es la del Ser Español, la del Alma Española, en la cual van confundidos pueblo y corona, súbditos y reyes...


(1905: 197).                


Altamira confiesa que al releer, no hace muchos años, la primera serie de los Episodios nacionales, le impresionó el concepto de la historia que expresaba el autor en ella, sobre todo si tenemos en cuenta que en esa época la mayoría de los tratadistas españoles estaba aferrada al concepto clásico de la historia eterna. Galdós, quizás por influjo de los escritores ingleses, quizá de Macaulay, es capaz de «animar los inanimados restos de la vida pasada y de ver, bajo el signo, la idea que éste expresa, "el corazón y la interna fibra" de los hechos, prenda valiosísima para estudiar y comprender la Historia» (1905: 194).

La historia tiene para Altamira, como para los institucionistas en general, un claro valor social, pues su conocimiento puede generar los cambios necesarios para alcanzar el progreso de los pueblos o consolidar las ideas apreciables que se han desarrollado a lo largo del tiempo. Tras el desastre del 98, Altamira se propuso contribuir a la regeneración de España por medio del conocimiento de la historia y a ello dedicará gran parte de su esfuerzo intelectual, plasmándose en los trabajos anteriormente mencionados. Es evidente que desde su punto de vista, el estudio científico de la historia es imprescindible, pues solo conociendo el pasado podemos entender el presente, concepción moderna y científica que abrió, como es bien sabido, un brillante camino en la historiografía española del momento y que se puede relacionar fácilmente con la clara intencionalidad pedagógica que busca Galdós en sus Episodios nacionales.

Galdós, como hijo natural de la Revolución del 68, comparte con los krausistas y progresistas de su época los ideales de libertad, su fe en la educación, en el progreso material, en la justicia, así como un claro sentimiento antimilitarista y anticlerical (Lida, 1968), de ahí que Altamira percibiese, independientemente del acierto estético, una motivación última, siempre latente, que empuja a Galdós a redactar sus primeros episodios: su patriotismo, el deseo de despertar el sentimiento patriótico de sus lectores. Galdós a través de los Episodios nacionales acerca la historia de su siglo a sus coetáneos, para que el pasado ilumine y oriente el presente, como el propio Altamira se propondrá con la publicación de sus obras históricas de mayor carácter divulgativo, como sus apreciados manuales, entre los que destaca, sin duda, su Historia de la civilización española, pues tal como apostilló en el famoso discurso inaugural del curso 1898-1899 en la Universidad de Oviedo, su pretensión como historiador era restaurar el crédito de la historia de España y devolver a los españoles la confianza como nación. Galdós, por su parte, también confesaría tímidamente en el epílogo a La batalla de los Arapiles correspondiente a la edición ilustrada de las dos primeras series de sus Episodios nacionales que su intención fue «la de presentar en forma agradable los principales hechos militares y políticos del periodo más dramático del siglo, con objeto de recrear (y enseñar también, aunque no sea gran cosa) a los aficionados a esta clase de lecturas» (1885, X: III). Palabras que evidencian una gran modestia por parte de Galdós sobre lo alcanzado en esta primera serie y que desde luego no encubren los méritos que críticos coetáneos o posteriores han ido subrayando.

Para Altamira es evidente que Galdós conoce a fondo la historia de España, de manera que no duda en afirmar en un artículo dedicado al episodio La de los tristes destinos que de toda la novelística de su tiempo, la galdosiana es la que mejor retrata el ser de un pueblo:

La comedia humana de Balzac es abstracta; condensa una psicología general, que puede aplicarse a los hombres de todos los países. La serie de Zola es la historia de una familia, que solo a veces y de un modo fragmentario deja ver la de una sociedad en algunos de sus aspectos, y no siempre con el verdadero realismo que predicaba su autor. Las novelas de Galdós son, por el contrario, España en toda su individualidad y originalidad de nuestra forma de ser, de nuestra psicología colectiva. Allí está nuestra alma moderna, reflejada en nuestros hechos; y de tal modo ha sentido Galdós la vocación de esta pintura, que, no bastándole el marco amplísimo de los Episodios, ha insistido en ella y la ha completado con sus demás novelas, la mayoría de las cuales (Doña Perfecta, Gloria, La familia de León Roch, El audaz, Fortunata y Jacinta, Ángel Guerra, Casandra, La desheredada, La de Bringas...) son en lo más substancial suyo, historia de España


(1904b: 33).                







Referencias bibliográficas

  • Altamira, R. (1890), Historia de la propiedad comunal, Madrid, J. López (pr. de Gumersindo de Azcárate).
  • —— (1895), La enseñanza de la Historia, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra [1.ª ed. 1891].
  • —— (1902), Historia de la civilización española, Barcelona, Manuales Soler y Editorial Calpe.
  • —— (1901-1903), Historia de España y de la civilización española, Barcelona, Imprenta y Editorial Tasso, 3 vols.
  • —— (1904), Cuestiones modernas de historia, Madrid, Daniel Jorro, editor, Imprenta Pérez y Cía.
  • —— (1904a), «Mommsen», La Lectura, febrero, pp. 185-189.
  • —— (1904b) «La de los tristes destinos», Cosas del día (Crónicas de Literatura y Arte), Valencia, F. Sempere y Compañía, Editores.
  • —— (1905), «Galdós y la historia de España», Psicología y Literatura, Barcelona, Editorial Herinch y Cía., pp. 192-198.
  • —— (1920), «Galdós y la historia de España», Arte y Realidad, Barcelona, Editorial Cervantes, pp. 65-67.
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  • Llorens, V. (1970-1971), «Historia y novela», Cuadernos Hispanoamericanos, 250-252, pp. 73-82.
  • Macaulay, T. B. (1892), Estudios jurídicos, por Lord..., Madrid, La España Moderna, Impr. de Agustín Avrial e Impr. de la Compañía de Impresores y Libreros, 2 vols. (est. prel. de W. E. Gladstone).
  • —— (1905), Estudios jurídicos, por..., Madrid, La España Moderna, Impr. de Gabriel López del Horno (trad. de R. Altamira; pr. por W. E. Gladstone).
  • Marañón, G. (1968), «Galdós, íntimo», Obras Completas, Madrid, Espasa-Calpe, vol. IV, pp. 27-29.
  • Nuez, S. de la (1990), Biblioteca y Archivo de la Casa Museo Pérez Galdós, Madrid, Cabildo Insular de Gran Canaria.
  • Ortega y Gasset, J. (1983), «La muerte de Galdós», en Obras Completas, Madrid, Alianza Editorial-Revista de Occidente, vol. III, pp. 30-31.
  • Pérez Galdós, B. (1885), Episodios nacionales, Madrid, Imprenta y Librería de La Guirnalda, t. X (ilustrado por los Sres. Mélida (D. A.), Ferrant, Beruete, Freís, Gómez Soler, Alcázar, Hernández Nájera y Maestres), 455 - VII pp.
  • —— (1970), Obras Completas. Episodios nacionales. I, Madrid, Aguilar (introducción, biografía, bibliografía, notas y censo de personajes galdosianos por F. C. Sainz de Robles).


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