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Cartas

Rosalía de Castro

[Nota preliminar: Edición digital a partir de Obras completas, ed. Marina Mayoral, Madrid, Fundación José Antonio Castro, 1993, t. II, pp. 601-614 y Obra completa, ed. Mauro Armiño, Madrid, Akal, 1980, t. III, pp. 531-549.]

A Manuel Murguía

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Santiago, 16 de diciembre de 1861.

Mi querido Manolo: Hemos llegado a ésta ayer domingo, a las ocho de la noche, sin novedad particular, aunque llenas de aburrimiento y de cansancio. Después de venir la mayor parte del camino como en una prensa, se ha roto el eje de una rueda, por lo cual hemos tenido que venir desde antes de Lugo a paso de galera. Llegamos a La Coruña a las doce de la noche, aburridas y disgustadas, porque desde cerca de Betanzos hasta llegar a La Coruña, la niña vino con un cólico, que le pasó porque Dios lo quiso, pues con nada pudimos acudirle: pero como es tan fuerte, sanó sin remedio alguno. Mamá, el primero y segundo día, se mareó espantosamente, y yo me indispuse del estómago, de comer la comida fría, en tal disposición, que en lo restante del camino no hemos comido otra cosa que un té en Sanchidrián, una taza de caldo más allá de Valladolid, un chocolate en León, otro en Astorga y un café en Lugo. Así llegamos a La Coruña, donde no quisimos cenar nada, tomamos al otro día otro café antes de almorzar, a pesar de lo cual nos llevaron en la dichosa Coruña, por dormir y el café, 24 reales...

Ahora vamos a otra cosa. En Santiago hace un frío espantoso y apareció a mis ojos tal cual lo he descrito en Mauro. Jamás he visto tanta soledad, tanta tristeza, un cielo más pálido. En cambio, La Coruña estaba hermosísima. Una temperatura de primavera y un sol brillante. Estaba por quedarme ya en ella. Si aquí me fuese mal, allá me iba, pues ya tenía un sitio muy bueno, y bien amueblado, donde por tres duros al mes me ponían servicio, habitación y planchado. Lo demás está tan caro en Santiago como en La Coruña.

Por ahora me encuentro aquí en extremo descontenta. Santiago no es ciudad; es un sepulcro. No vayas a creer, sin embargo, que ya tengo melancolía, que voy a enfermar. Nada de eso. Sólo tengo una pequeña indisposición al vientre efecto del viaje. Por lo demás, estoy bien. Mamá y la niña también están buenas, gracias a Dios.

He llegado aquí con cinco duros; pero ya no tengo más de tres, y no creas que he gastado un solo maravedí en nada, pues lo he pasado hoy con una economía que pienso no sea mañana tan excesiva, pues casi no he comido. El dinero se ha ido en pagar a los que trajeron el equipaje, en comprar varias cosas, porque no había nada en casa, y aún tengo para mañana, además de los tres duros, dos pesetas, y leña, y pan, y carne y algunas otras pequeñeces. Creo que no puedes...

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...nos hallamos demasiado lejos. Paciencia. Ninguna contestación tuve de Joaquina, y no quiero mandarle más a la niña, a no ser que tú me mandes otra cosa. Que se lo coman y se lo guisen todo.

Nada sabía que Compañel estuviese enfermo. Cierto es que no tenía por quién. Apresúrate, sin embargo, a hacer cuentas; bueno será. Si yo fuese hombre, saldría en este momento y me dirigiría a un monte, pues el día está soberbio; tengo, sin embargo, que resignarme a permanecer encerrada en mi gran salón. Sea. Adiós; recibe todo mi corazón y perdóname cuanto te hago sufrir; tú eres el que tienes que perdonarme a mí y no yo a ti.

He leído ayer un cuento de Poe, precioso aunque sencillo. Allí comprenderás que era poeta. Otro que he leído de él, de un género opuesto, se parece al modo de escribir de Larra. Las damas verdes de Jorge Sand tienen muchísima semejanza en cierto estilo con mi joven azul. ¿Qué te parece? Van a decir que he querido imitarla.

Cien besos y adiós. Voy a pasearme un poco por tu cuarto, pues tengo los pies helados. Tuya,

Rosa.

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Mi querido Manolo: No debía escribirte hoy, pues tú, que me dices lo haga yo todos los días, escaseas las tuyas cuanto puedes, pues casualmente los dos días peores que he tenido, hasta me aconteció la fatalidad de no recibir carta tuya. Ya me vas acostumbrando, y como todo depende de la costumbre, ya no me hace tanto efecto; sin embargo, estos días en que me encuentro enferma, como estoy más susceptible, lo siento más. Te perdono, sin embargo, aunque sé que no tendrías hoy otro motivo para no escribirme que el de algún paseíto con Indalecio, u otra cosa parecida. Pero no reñiremos por esto, cuando tan desdichados somos ya. Yo prosigo con mucha tos, mucha más que antes, aunque me cesaron los escalofríos. Sin embargo, se me figura que este golpe ha sido demasiado fuerte y que si llego a sanar, que no lo sé, me han de quedar restos y reliquias. Ya sabes que no soy aprensiva y que cuando estoy buena no me acuerdo de que he estado enferma, pero te aseguro que éste ha sido un golpe de lanza soberano y que no sé cómo quedaré. Te confieso que lo mismo me da, y que si en realidad llegase a ponerme tísica, lo único que querría es acabar pronto, porque moriría medio desesperada al verme envuelta en gargajos, y cuanto más durase el negocio, peor. ¿Quién demonio habrá hecho de la tisis una enfermedad poética? La enfermedad más sublime de cuantas han existido (después de hallarse uno a bien con Dios) es una apoplejía fulminante, o un rayo, que hasta impide, si ha herido como buen rayo, que los gusanos se ceben en el cuerpo convertido en verdadera ceniza. Pero dejemos de hablar de esto, puesto que, según todas las trazas, sea hoy, sea mañana, más tarde o más temprano, pienso que tendré que morir despacio y a modito, y sin duda será un bien, porque en realidad me hallo cada vez menos resignada, y por lo mismo menos a bien con Dios; y de este modo, muriendo de repente me iría muy mal.

Pero reflexionando en lo que te escribo veo que soy una loca, y tienes mucho que perdonarme. Tú ya sabes que cuanto estoy enferma me pongo de un humor del diablo, todo lo veo negro, y, añadiendo a esto que no te veo y nuestras circunstancias malditas, cien veces, con una bilis como la mía, precisamente cuando va dirigida a la persona que más se quiere en el mundo, y a la única a quien se le pueden decir estas cosas. Perdóname, pues, y sobre todo no me hagas caso. Muchas veces he creído que iba a morirme y aún estoy viva, y probablemente esta vez, si Dios quiere, sucederá lo mismo.

Sigo tomando la leche de burra, pues el buen médico no me dijo ni oste ni moste, ni me dio más remedio; hoy compré otra botella de cerveza, y le regalaré a esos ladrones con título 28 cuartos. Gallinas no quiero comprar más; lo mismo me he de morir de un modo que de otro. Hoy cuando quise mandarte los libros ya era tarde, pero mañana irán sin falta trece tomos y La guerra de los dioses, que bien harías en quemarla, más bien que en darla a nadie, pues esas obscenidades ensucian en donde están. Veremos si mañana soy más feliz que hoy. Se me olvidaba. Tu tía Teresa está ahí, pues al pasar por allí la niña la vio, pues la llamó ella y le dijo que me diese un recadito, y que no venía por aquí porque estaba sola la tía Pepa. Yo no salgo, pero aunque así no fuera, no iría a verla. Respecto a lo que me dices de comprar sillas para tu cuarto, etcétera, nada haré...

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...va a empezar a trabajar de nuevo, y lo siento bastante. No obstante, cuando reflexiono en la miseria que puedo sacar de todo me dan ganas de hacer trizas cuentos, novelas y aun mi loca cabeza, que tiene la manía de entretenerse en tales cosas.

Estoy observando que hablo en un tono feroz, como si me dirigiese a una cosa mala. Pobrecito mío, ¿qué dirás de mi mal humor? Sí; estoy de un humor sombrío, y puede que estuviese del mismo modo aun cuando no tuviese motivos para ello. Estando lejos de ti vuelvo a recobrar fácilmente la aspereza de mi carácter, que tú templas admirablemente, y eso que a veces me haces rabiar, como sucede cuando te da por estar fuera de casa desde que amanece hasta que te vas a la cama, lo mismo que si en tu casa te mortificasen con cilicios. Entonces, lo confieso, me pongo triste en mi interior y hago reflexiones harto filosóficas respecto a las realidades de los maridos y a la inestabilidad de los sentimientos humanos. Pero a pesar de esto te quiero mucho y te perdono todo fácilmente, hasta que me digas que te gustan otras mujeres, lo cual es mucho hacer.

Necesito, pues, estar a tu lado; de lo contrario, estoy dada a todos los santos, sobre todo cuando, además de estar lejos de ti, nos pasa lo que nos pasa. Hoy le escribo a Segade, encargándole con mucho ahínco lo que me encargas de La Coruña, pero me ha parecido notar un día que él conceptúa inútiles los esfuerzos que se pueden hacer respecto a ese particular, y yo soy de la misma opinión. Confío más en lo de Pontevedra, ahora que se halla allí el conde de San Juan, que supongo deseoso de mostrarse propicio a favorecer los talentos de su país; pero, por desgracia, don Juan de la mirra se lo apropia. ¡Bien! Fernán Caballero se porta efectivamente como una plebeya, pero se lo perdono. No dudo que es buena, pero imagínate que si tiene, como me supongo, la manía de Ferminita agregada a otras muchas y a una respetable edad, ¡de qué modo mirará las cosas! Sábelo Dios, y el efecto que le habrá hecho la...

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Santiago, lunes.

Querido Manolo: Hoy pensaba recibir carta tuya, pero me he engañado; sin duda es temprano todavía, pero no deja de impacientarme esta tardanza sobre manera, pues deseo muchísimo saber cómo te encuentras por ésa. Yo sigo mala y bastante del estómago y del vientre, pero al mismo tiempo no pasa de ser una de aquellas vueltas antiguas que no quieren abandonarme completamente, y espero que pronto cesará.

La pequeña sigue buena y me pregunta siempre cuándo vienes. Ayer recibí esta carta de Paz que te remito. Está bien trabajada y parece que dice verdad; indudablemente, tiene talento. También recibirás otra del chantre que te remito por correo con el mismo sobre...

El tiempo ha empezado hoy a nublarse, y viene el invierno, de lo que me alegro, pues los días buenos me cansan ya porque no me dejan trabajar... Anteayer fui a Conjo y nos enseñaron el Cristo. Me ha gustado muchísimo el rostro, y una Virgen de los Dolores que hay allí, también me pareció buena, aunque era ya algo noche y no la pude ver bien. El Cristo nos lo enseñaron con luz. Yendo a pasear hacia allí, entramos después con unos señores y nos aprovechamos de la ocasión. ¡Y el bosque, qué hermosísimo estaba! Era materialmente el suelo un mar de hojas secas; no quiero decirte cuánto me acordé allí de ti. Pero estuve muy triste. ¿Cuándo nos veremos? Ya me parece que hace un año que no te he visto. Adiós, querido de mi corazón, y haz cuanto te sea posible por que esta separación no dure mucho. Un beso.

Rosalía.

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Mi querido Manolo: Acabo de recibir el parte, que me alegró el corazón. Son las once y media de la manana, y ya empezaba a estar impaciente, pues desde ayer, viernes, que le esperaba. Ahora, como esto no me satisface bastante, estoy deseando recibir la tuya, para saber las particularidades del viaje, y qué aposento has encontrado ahí.

Como aquí hace ahora muy buen tiempo, me estoy imaginando el sol de Madrid, y a ti, paseando por todos aquellos lugares de que yo me hallo tan lejos. Te confieso que paso momentos bastante tristes, aun cuando los hermosos días que están haciendo parece que me dejan respirar algo más libremente.

Ayer fui a paseo con Peregrina Compañel y con Tomás, y entramos en San Lorenzo. Excuso decirte cuánto me acordaría de ti. Vi aquel patio plantado de bojes con aquella fuente profunda y aquella virgen de piedra, todo lo cual me ha dejado encantada. ¡Qué silencio tan inmenso! ¡Y tú nunca has querido llevarme allí! De buena gana hubiera pagado una habitación en San Lorenzo para poder escribir en aquel claustro. Es imposible que no saliese una cosa buena. En el claustro de Conjo no se retrata un olvido tan completo como en el de San Lorenzo. No parece que han pasado por aquel convento treinta años de olvido, sino treinta siglos...

Hoy hace un día tan hermoso como el de ayer, y Tomás, Peregrina y yo cogeremos de nuevo por el camino de Noya. Voy a estar muy triste. Cuando tú te vas parece que me llevas la salud, pues vuelvo a hallarme sin apetencia, y hago malísimas digestiones. Pero ya pasará. Te remito esta carta para que la contestes de palabra. Recibe mi corazón.

Rosalía.

La niña, buena.

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...antes que se me olvide. ¿Le cogiste a Correa el original de Romana? Persíguelo, a ver si tiene ahí lo que le falta al que me mandó Alejandro, pues en el medio y catorce... sectos por mi gran sala y ponerme a trabajar.

Recibe toda mi alma y besos de tu pequeñita que quiere que le traigas una virgen vestida del sol y calzada de la luna; poca cosa. Tu

Rosa.

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Lestrove, 26 de julio de 1881.

Mi querido Manolo: Te he escrito ayer, pero vuelvo a hacerlo hoy deprisa para decirte únicamente que me extraña que insistas todavía en que escriba un nuevo tomo de versos en dialecto gallego. No siendo porque lo apurado de las circunstancias me obligan imperiosamente a ello, dado caso que el editor aceptase las condiciones que te dije, ni por tres, ni por seis, ni por nueve mil reales volveré a escribir nada en nuestro dialecto, ni acaso tampoco a ocuparme de nada que a nuestro país concierna. Con lo cual no perderá nada, pero yo perderé mucho menos todavía.

Se atreven a decir que es fuerza que me rehabilite ante Galicia. ¿Rehabilitarme de qué? ¿De haber hecho todo lo que en mí cupo por su engrandecimiento?

El país sí que es el que tiene que rehabilitarse para con los escritores, a quienes, aun cuando no sea más que por la buena fe, y entusiasmo con que por él han trabajo, les deben una estimación y respeto que no saben darles y que guardan para lo que no quiero ahora mentar. ¿Qué algarada ha sido ésa que en contra mía han levantado, cuando es notorio el amor que a mi tierra profeso? Aun dado el caso (que niego) de que yo hubiese realmente pecado, por lo que toca al artículo en cuestión, ¿era aquello suficiente para arrojar un sambenito sobre la reputación literaria grande o pequeña de cualquier escritor que hubiese dado siempre probadas muestras de amor patrio, como creo yo haberlas dado? No; esto puede decirse sencillamente mala fe, o falta absoluta no sólo de consideración y gratitud, sino también de criterio. Pues bien: el país que así trata a los suyos no merece que aquellos que tales ofensas reciben vuelvan a herir la susceptibilidad de sus compatriotas con sus escritos malos o buenos. Y en tanto, ya que tan dañada intención han encontrado en lo que narré, para dar a conocer (y no para alabarla ni censurarla) una costumbre antiquísima, y de la cual aún quedaba algún resto en nuestro país, pueden consolarse leyendo la estadística por lo que toca a cierta cuestión que han sacado a relucir ciertos periódicos escandalizados con mi artículo. Si así arremetiesen contra la estadística sería mejor, a ver si así lograban borrar lo que es peor mil veces que lo que en mí han censurado tan bravamente.

Hazle, pues, presente al editor que, pese a la mala opinión de que al presente gozo, ha tenido a bien acordarse de mí, lo cual le agradezco, mi resolución de no volver a coger la pluma para nada que pertenezca a este país, ni menos escribir en gallego, una vez que a él no le conviene aceptar las condiciones que le he propuesto. No quiero volver a escandalizar a mis paisanos.

Los niños quedan buenos y ennegreciéndose cada vez más al sol; bueno es que parece que han aplacado un poco sus ardores insoportables de esos días atrás.

Nada sé de lo que pasa por Santiago, ni un periódico logro ver de allá. Lo que sí recibo diariamente es El Noroeste de La Coruña, que tienen la tentación de mandarme en lugar de El Clamor Respecto de El Imparcial, lo recibo un día sí y dos no. Variaciones de Correos.

Me llaman a comer. Recibe cariños de todos y tú sabes te quiere tu mujer.

Rosalía.

A José María Posada

Sr. D. José María Posada.

Muy señor mío y de mi mayor aprecio: a su debido tiempo he recibido el tomito de sus poesías, que V. ha tenido la bondad de enviarme, así como su atenta carta, y si no he contestado más antes, como era mi deber, fue porque me lo han impedido circunstancias bastante desagradables entre las cuales, aparte de otros disgustos, se cuenta la falta de salud, y la reciente muerte de dos tíos, a quienes, uno tras de otro, se ha servido llevar el Señor. Además, quería antes de escribirle leer a mi gusto sus bellas poesías, las cuales, en efecto, me han servido de grato recreo en las varias horas de tristeza y mal humor por que he pasado. No le adulo, pues, al decirle que me he alegrado infinito de conocerlas, primero, por ser fruto de un ingenio de mi país, y segundo porque ha sabido V. escoger un género dulce y grato al ánimo, que hará que sus poesías agraden siempre, sean cualesquiera las circunstancias de la vida en que se lean. Me gustan sobre todo las que llevan por título El corazón, El valle, Entierro de un ángel, La desconfianza (soneto), Mi patria, Un mensajero, Misterios (soneto), Ciprés y rosas, y algunas otras, que ahora no puedo recordar. En fin, su librito de V. es un ramillete que todo buen gallego debe apreciar en sumo grado, como se merece, y que yo tengo en gran valía. Le doy, pues, por él las más expresivas gracias, y no dude de que lo conservaré como una prenda digna de ser preferentemente guardada.

Supongo que no se habrá V. contentado con haber escrito tan parcamente, aun cuando, como dice el adagio, vale más poco y bueno que mucho y malo. No obstante, yo espero que algo más he de poder leer de V. y me atrevo a pedirle que cualquier cosa que haya publicado o llegue a publicar me lo envíe tan pronto pueda, y dispense la franqueza.

Mucho me alegraré que los disgustos, que según nos decía en su primera carta le agobiaban, hayan desaparecido, y que goce como merece, al lado de su familia, esa paz por que todos suspiramos, y que por desgracia tan difícilmente se encuentra.

Concluyo volviendo a rogarle me dispense el que haya tardado tanto en escribirle y, con mil afectos de Murguía, se repite amiga y servidora q. b. s. m.,

Rosalía Castro de Murguía.

Santiago, 23 de junio de 1868.

A Ángel Baltar

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(1883)

Sr. D. Ángel Baltar.

Estimado amigo: Le estimaría muchísimo que tuviera la atención de pasar hoy por aquí, cuanto más temprano mejor, pues se trata de un asunto urgente. Dígnese dispensar tanta molestia a la que sabe le estima y es su afectísima servidora q. b. s. m.,

Rosalía Castro de Murguía.

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La Matanza, abril 23 de 1883.

Muy estimado amigo: La dadora me ha entregado un tomo de El Foro y los 60 reales producto de los otros dos que se han vendido; por todo ello le doy a V. las más expresivas gracias, rogándole nos dispense tan repetidas molestias.

Por lo que toca a Las Glorias Nacionales de que me habla en su atenta, por más que he buscado sólo pude dar con el tomo segundo que le remito, pero ya escribo a Murguía preguntándole por el primero, que tendrá V. en su poder tan pronto me dé razón de él.

Mucho agradezco los afectuosos recuerdos de su apreciable familia, a la cual se servirá hacerle presentes los nuestros, en especial los de Murguía y Alejandra, quienes en sus cartas suelen enviarlos para V. V. preferentemente.

Sin más, tiene el gusto de repetirse como siempre su más atenta amiga q. b. s. m.,

Rosalía Castro de Murguía

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2 de enero de 1884.

Estimado amigo:

Si en un momento desocupado le fuera posible pasar por esta su casa, para hablar respecto al asunto de La Habana, se lo estimaría la que con cariñosos recuerdos a la familia se repite siempre su afectísima amiga q. b. s. m.,

Rosalía Castro de Murguía.

La Matanza, enero de 1884.

A Ubaldo A. Insúa

Señor don Ubaldo A. Insúa.- Habana.

Muy señor mío y de mi consideración: Son tan escasos los números de El Eco que llegan a nuestro poder que la primera noticia que tuve de lo que se pensaba hacer en mi obsequio en La Habana fue por medio de mi antiguo amigo, señor don Ángel Baltar, alcalde de esta población, cuando se presentó, en nombre del Centro Gallego, a pedirme permiso para dar una función dramática en mi beneficio. Juzgue usted, por tanto, de mi sorpresa.

Nada sabía de que hubiese usted publicado artículo alguno en mi favor -que de haberlo leído ya hubiera yo escrito a usted dándole gracias-; nada de lo que, merced a su iniciativa, se pensaba hacer en mi obsequio; nada, en fin, de que fuese deudora, a mis paisanos en general y a usted en particular, de la espontánea muestra de cariño que tan inmerecidamente acaban de otorgarme. La sociedad en la que vivimos no permitió tampoco que nadie me hablase de un artículo, cosa que siento en el alma, pues temo que haya juzgado mal de mi silencio: hoy mismo no puedo referirme a dicho trabajo más que por lo que se desprende de los últimos números recibidos. Mas no por eso, sean los que quieran los términos en que se haya expresado, que yo bien sé habrán sido siempre superiores a mis merecimientos, dejo de quedarle, de todo corazón, perpetuamente agradecida.

Adjunto va, para que me haga el obsequio de publicarla en su revista, la carta de gracias a mis paisanos. Bien siento que las palabras sean en ocasiones tan impotentes para decir lo que uno siente que no permitan expresar con toda la verdad que desearía y era necesario los sentimientos que experimento; mas han de perdonármelo todo mientras llegue aquel día y ocasión oportuna en que me sea dado probar a todos ustedes cuán lealmente agradezco y cuán profundamente quedan grabados en mi alma el hecho y la consideración que con él me han demostrado, tomando una parte tan directa y tan espontánea en las contrariedades que experimento.

Supongo que por este correo nuestro amigo don Alejandro Chao remitirá a la «Propaganda» los primeros ejemplares de mi nuevo libro de versos En las orillas del Sar, que según telegrama del impresor, está ya listo para ponerse a la venta. Si antes de salir el correo recibiese alguno, tendría sumo gusto en remitirle el que le he de dedicar, como una muestra de distinción y agradecimiento. Temo, sin embargo, que no llegue a tiempo y que, por tanto, no me sea posible mandarlo hasta el próximo inmediato correo.

Mi esposo, que acaba de llegar de Madrid y se halla sumamente ocupado, piensa escribirle muy pronto; mientras lo hace da a usted infinitas gracias por todo y se le ofrece para cuanto le considere útil. Me encarga asimismo ruegue a usted que, si no le fuese muy molesto, se sirviese enviarle el número en que se publicó el primer artículo de la biografía de Serafín Avendaño, pues no lo recibió, ni tampoco el ejemplar de La Nación Española, de Buenos Aires. También había de agradecerle, ya que no el número de El Eco en que se publicó un artículo y romances de Silvana, que le remitió hace tiempo, una copia, al menos, de dicho trabajo y romances.

Creo será más que excusado añadir aquí que aprovecho gustosa la ocasión que se me presenta de hacer a usted patente toda la estimación que me merece y le profeso, no sólo por el acto que respecto a mí acaba de llevar a cabo, sino como al defensor de nuestra patria Galicia.

Sea o no necesario, siempre será un hecho que ahora y en toda ocasión puede contar con la inútil pero sincera amistad de su siempre afectísima y segura servidora q. b. s. m.,

Rosalía Castro de Murguía.

S./c., Padrón, 4 de febrero de 1884.