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ArribaAbajo Sancho y la duquesa: una nota socioliteraria

Elias L. Rivers



State University of New York at Stony Brook

Underlying Cervantes' comic novel we find serious observations about Spanish society, as for example in the dialogues between Sancho Panza, now self-consciously competing with Don Quixote as the protagonist, and the anonymous Duchess, an involved reader who particularly appreciates Sancho. Flattered by her special attention, Sancho rises to the occasion of a private interview which, though completely unrealistic in terms of actual social practice, is made possible by the utopian literary space of the novel, in which readers can make personal contact with members of different classes. But Sancho is in a double bind: he must defer to the authority of the Duchess, even when it goes against his own interests and convictions, as in the case of her assertion that Dulcinea is really enchanted. His response to this assertion is complexly ambiguous, straining the close reader's comprehension.


Una de las contradicciones que confrontamos cuando queremos pensar seriamente en el sentido más profundo del Quijote surge del hecho de que es una obra radicalmente anticanónica que sin embargo se ha convertido en obra canónica, cargada ya de comentarios eruditos e incluso esotéricos. Otras obras que pertenecen al corpus canónico de la literatura europea, tales como la Divina comedia, por ejemplo, se tomaban siempre en serio e invitaban comentarios graves; pero, desde el principio, el Quijote era, como nos han recordado algunos críticos ingleses, «a funny book», un libro cómico, y por eso es muy difícil, incluso para Unamuno, pretender leerlo de manera contraria y transformarlo en texto sagrado, así como el loco de don Quijote leía el Amadís. Yo, de todas maneras, quisiera hacer aquí un breve comentario serio sobre unos diálogos bien cómicos, que son las conversaciones entre Sancho Panza y la duquesa.

Estas conversaciones empiezan en el capítulo 30 de la Segunda Parte, después de la aventura del barco encantado, cuando don Quijote y Sancho se encuentran inesperadamente con una dama vestida de verde y montada a caballo, y se dan cuenta en   —36→   seguida de que es «alguna gran señora»49 (II.30:268) la que viene con sus cazadores, trayendo un azor en la mano izquierda. Don Quijote manda a Sancho a saludarla de su parte, aunque nuestro caballero andante está preocupado de que su escudero pueda «encajar algún refrán» de los suyos en su embajada. Sancho se ríe abiertamente de esta preocupación, afirmando que no es la primera vez que él habla con «altas y crecidas señoras en esta vida» (269). El Sancho Panza de la Segunda Parte tiene en efecto un dominio casi perfecto del registro estilístico que ha aprendido escuchando e imitando a su amo; así es que no vacila absolutamente en adelantarse a presentar con elegantes frases retóricas al Caballero de la Triste Figura, del cual dice luego la anónima duquesa que «ya tenemos acá mucha noticia» (269) por medio de una historia impresa. Sancho confirma la identidad literaria de su amo, agregando muy confianzudamente una afirmación de su propia existencia física y textual (270): «El mesmo es, señora; y aquel escudero suyo que anda, o debe de andar, en la tal historia, a quien llaman Sancho Panza, soy yo, si no es que me trocaron en la cuna; quiero decir, que me trocaron en la estampa».

Los duques son lectores no sólo de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha sino también de libros de caballerías, a los cuales son muy aficionados (270); por eso se proponen seguirle el humor a don Quijote, tratándole como a caballero andante y entreteniéndose con él y Sancho mientras estén en su casa de placer. Es evidente desde el principio que la duquesa encuentra especialmente divertido a Sancho, diciéndole ella a don Quijote (272): «pues el buen Sancho es gracioso y donairoso, desde aquí le confirmo por discreto». No es fácil graduar exactamente la ironía de esta confirmación, reconfirmada en otro nivel por el narrador cervantino en las frases siguientes, con las que termina el capítulo 30 (272-273):

Mandó la duquesa a Sancho que fuese junto a ella, porque gustaba infinito de oír sus discreciones. No se hizo de rogar Sancho, y entretejióse entre los tres, y hizo cuarto en la conversación, con gran gusto de la duquesa y del duque, que tuvieron a gran ventura acoger en su castillo tal caballero andante y tal escudero andado.



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Gramáticamente, el «caballero andante» es activo y el «escudero andado» es pasivo; sin embargo, en la Segunda Parte, el protagonismo de Sancho Panza compite ya con el de don Quijote mismo, sobre todo en la opinión de la duquesa, quien, según el narrador (32:286), «le tenía por más gracioso y por más loco que a su amo; y muchos hubo en aquel tiempo que fueron deste mismo parecer». Esta frase se puede leer en dos niveles diferentes. En primer lugar, nos da a entender que la duquesa encuentra que de sus dos huéspedes Sancho es el más divertido. Pero, además, la duquesa es lectora del libro y habla por los muchos lectores de la Segunda Parte que, según se daba cuenta el autor mismo, encontrarían más interesante a ese personaje ahora que anteriormente, cuando, quizá por su inferior categoría social o porque no se le mencionaba en el título del libro, no parecía ser capaz de tal protagonismo. Y de este cambio, en la Segunda Parte, parece estar bastante consciente Sancho mismo. La atención especial que a él le dedica la duquesa le confirma en su nuevo papel social de andar entre grandes señores; así es que empieza el capítulo 31 con estas palabras (273): «Suma era la alegría que llevaba consigo Sancho viéndose, a su parecer, en privanza con la duquesa...».

En la comida de honor ofrecida esa tarde a don Quijote, Sancho revela sobre todo su preocupación por la cuestión de clase social, preocupación provocada por encontrarse él con su amo en un palacio ducal. Por una parte, parece que se da cuenta de que la cortesía entre personas de clases diferentes encubre con sus amables ficciones una falta de verdadera igualdad social. Cuando el duque hace que don Quijote tome la cabecera de la mesa a pesar de las protestas del hidalgo, Sancho se empeña en contar una anécdota de su pueblo que termina por fin con las palabras autoritarias de otro hidalgo pueblerino que mandó violentamente a un labrador excesivamente deferente que se sentara de una vez en la cabecera de la mesa (31:281): «Sentaos, majagranzas, que adondequiera que yo me siente será vuestra cabecera». Este cínico desenmascaramiento de la hipocresía implícita en la cortesía tradicional provoca la furia de don Quijote y la risa de los duques. Pero, por otra parte, Sancho pretende por supuesto llegar a ser gobernador de una ínsula, y dice que eso es posible precisamente por haberse asociado con un caballero andante: después de citar tres refranes del tipo «júntate a los buenos, y serás uno dellos», el escudero declara durante la comida (32:284): «Yo me he arrimado a buen señor, y ha muchos   —38→   meses que ando en su compañía, y he de ser otro como él, Dios queriendo...». Esta declaración se puede asociar con las esperanzas de movilidad social que Sancho había expresado antes a su mujer, al principio de la Segunda Parte (cap. 5), cuando, en contra de la actitud realista y conservadora de Teresa, el escudero de don Quijote afirmaba que su hija podía realmente casarse con un conde y llegar así a ser condesa.

Después de la comida, presenciamos el triunfo social más notable de Sancho; es el episodio que ocupa todo el capítulo 33, titulado «De la sabrosa plática que la duquesa y sus doncellas pasaron con Sancho Panza, digna de que se lea y de que se note». El lector no suele cuestionar la verosimilitud de esta situación, pero hay que reconocer que en la vida cotidiana española del siglo XVII, tanto por la separación de las clases sociales como por la separación de los sexos, hubiera sido poco menos que imposible que un simple campesino pasara la siesta encerrado con una duquesa y sus damas. Si el lector lo acepta como verosímil, es por las nuevas convenciones literarias que se establecían entonces en la gran obra de Cervantes: la duquesa, o sea la lectora femenina de clase alta, por haber leído la Primera Parte de la obra, conoce ya muy bien al personaje de Sancho Panza, lo cual hace posible la cordial recepción que le da en su casa al campesino que suponemos de carne y hueso; y Sancho, nuevo Pigmaleón socialmente transformado por su conversación con don Quijote, es ya capaz de mantener una charla íntima con la duquesa. La recién inventada novela ha hecho posible este utópico espacio literario en el cual los miembros de clases sociales diferentes pueden llegar a conocerse y entenderse, como lectores y personajes cervantinos. En la novela Sancho se siente muy halagado por la condescendencia de la noble dama, y ella se complace en halagarle; se comunica al lector la euforia que deriva de una nueva ficción literaria que implica un auténtico diálogo entre diferentes clases sociales. Además, como esperaba la duquesa, la ausencia de don Quijote le desata la lengua a Sancho; sin la censura constante de su amo, puede expresarse mucho más libremente ahora a solas con la duquesa. Lo que era socialmente imposible se hizo literariamente posible por medio de esta obra cómica que es al mismo tiempo profundamente social.

Interrogado por la duquesa, quien no se satisface con lo que ha leído en el texto de la Primera Parte sino que quiere aprovecharse de esta ocasión de saber otros detalles no escritos, Sancho   —39→   explica por qué en la Primera Parte él fue capaz de engañar a su amo inventando la narración de su embajada a Dulcinea; luego añade todo un episodio más reciente (33.297-298), «lo de habrá seis o ocho días, que aún no está en historia, conviene a saber: lo del encanto de mi señora doña Dulcinea, que le he dado a entender que está encantada, no siendo más verdad que por los cerros de Ubeda». Pero más tarde, después de declarar Sancho, con una abundancia de refranes, tanto su modestia como su habilidad, la duquesa, anticipando la posibilidad de nuevas burlas, se empeña en afirmar que Dulcinea está efectivamente encantada (301): «porque real y verdaderamente yo sé de buena parte que la villana que dio el brinco sobre la pollina era y es Dulcinea del Toboso, y que el buen Sancho, pensando ser el engañador, es el engañado...».

Ante esta afirmación de la duquesa resulta ser muy compleja la reacción del sensato campesino manchego, quien se expresa con sutil ambigüedad en dos largas parrafadas que merecen un análisis detallado. Bástenos por ahora citar aquí algunas de las frases más notables (33.301-302):

Bien puede ser todo eso; y agora quiero creer lo que mi amo cuenta [de la cueva de Montesinos]; y [en cuanto a mi encanto de Dulcinea] todo debió de ser al revés, como vuesa merced, señora mía, dice, porque de mi ruin ingenio no se puede ni debe presumir que fabricase en un instante tan agudo embuste [...]; yo fingí aquello por escaparme de las riñas de mi señor don Quijote, y no con intención de ofenderle; y si ha salido al revés, Dios está en el cielo, que juzga los corazones. [...] Verdad sea que la que yo vi fue una labradora, y por labradora la tuve, y por tal labradora la juzgué; y si aquélla era Dulcinea, no ha de estar a mi cuenta, ni ha de correr por mí, o sobre ello, morena. No, sino ándense a cada triquete conmigo a dime y direte, «Sancho lo dijo, Sancho lo hizo, Sancho tornó y Sancho volvió», como si Sancho fuese algún quienquiera, y no fuese el mismo Sancho Panza, el que anda ya en libros por ese mundo adelante [...]; así, que no hay para qué nadie se tome conmigo, y pues que tengo buena fama, y, según oí decir a mi señor, que más vale el buen nombre que las muchas riquezas, encájenme ese gobierno, y verán maravillas; que quien ha sido buen escudero será buen gobernador.



He aquí uno de los pasajes magistrales de esta primera novela moderna; en su complejo razonamiento, nada fácil de seguir, vemos al personaje Sancho presentándose como un ser humano normal que responde, más o menos conscientemente, a las   —40→   presiones sociales que estructuran tanto sus pensamientos interiores como sus afirmaciones públicas. Con la duquesa, en primer lugar, estando ella presente, Sancho tiene que cumplir debidamente: si ella ha dicho que Dulcinea está realmente encantada, él por cortesía no puede ponerlo en tela de juicio. Además, la autoridad de una duquesa es suficiente para que Sancho cuestione lo que él creía por experiencia propia: como miembro de una clase inferior, tiene que creer, o decir creer, o actuar como si creyera, lo que afirma esa autoridad superior. Al mismo tiempo, Sancho quiere reafirmar la integridad de su persona, por humilde que sea, esa integridad que está aumentada ahora por la autoridad socioliteraria que le ha dado el ser un personaje «que anda ya en libros por ese mundo adelante»; para llegar a ser gobernador, Sancho, quien ha engañado más de una vez a don Quijote, tiene un interés muy vivo en que la duquesa no cuestione su integridad de fiel servidor de su amo, de buen escudero que será buen gobernador. En su extraño mundo nuevo de duques y duquesas, de caballerías andantes y de encantadores, de libros publicados y por publicar, Sancho sabe muy bien que la verdad no depende de experiencias ni convicciones personales sino de lo que afirman las autoridades sociales, e incluso los autores literarios. Si don Fernando en la Primera Parte llamaba «yelmo» a lo que Sancho y otros sabían que era bacía, la mejor salida social era inventar una palabra híbrida, hibridización que según Bajtin50 es básica para el desarrollo de la novela. Por motivos parecidos Sancho tiene que transigir ahora con las enfáticas afirmaciones de la duquesa.

La sensibilidad social de Sancho Panza, arraigada primero en la sabiduría colectiva de sus refranes y agudizada después por sus andanzas con Don Quijote, vuelve a revelarse más tarde en la carta que piensa enviar a su mujer, carta bufonesca estudiada por Adrienne Martín,51 la cual se desvía de su destinataria cuando Sancho la entrega primero a la duquesa, a través de cuyos ojos la leemos nosotros. Tocando en la cuestión de Dulcinea, la carta de Sancho reza así (36.322):

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... Hemos estado en la cueva de Montesinos, y el sabio Merlín ha echado mano de mí para el desencanto de Dulcinea del Toboso, que por allá se llama Aldonza Lorenzo; con tres mil y trecientos azotes, menos cinco, que me he de dar, que dará desencantada como la madre que la parió. No dirás desto nada a nadie, porque pon lo tuyo en concejo, y unos dirán que es blanco, y otros que es negro. [...] La duquesa mi señora te besa mil veces las manos; vuélvele el retorno con dos mil, que no hay cosa que menos cueste ni valga más barata, según dice mi amo, que los buenos comedimientos...



El refrán que Sancho cita aquí, «pon lo tuyo en concejo, y unos dirán que es blanco, y otros que es negro», además de referirse a la diferencia de opiniones sobre el encantamiento de Dulcinea, declara la desconfianza tradicional del pueblo en cuanto a las decisiones colectivas: es conveniente guardar para sí lo que uno sabe, o lo que a uno le interesa, pues una vez llevado a la discusión pública se convierte en problema político, el cual será siempre resuelto por alguna autoridad ajena. Por otra parte, si en cosas sustanciales es conveniente el silencio, los cumplidos sociales también son muy convenientes, pues granjean buena voluntad y, como pura palabrería, no cuestan nada. El campesino apicarado, encontrándose entre la espada y la pared, sabe cuándo le conviene callarse y cuándo deshacerse en cortesías.

Como nos ha enseñado Luis Murillo en A Critical Introduction to Don Quixote (New York: Lang, 1988), es en el castillo de los duques donde Cervantes realiza la plenitud de su nuevo arte novelístico (177-178): «Cervantes has undertaken to depict not just the relationship of the Quixotic hero and his squire to their society, but the relationship of fiction itself to the society that acclaims it, produces and consumes it». Por muy cómico que sea el Quijote, la risa que provoca nos ayuda a analizar dimensiones serias de la vida social. En nuestra novela Sancho Panza, campesino manchego, se reúne en diálogo con una duquesa anónima en su palacio quizá aragonés. Esta señora ociosa, que se entretiene normalmente cazando o leyendo obras literarias, se aprovecha de la visita del personaje novelístico para literarizar su propia vida. Pero siempre nos interesa más que ella el buen villano de Sancho, sin duda el personaje más complejo de la obra, quien como miembro de una clase oprimida ha aprendido a engañar hábilmente al hidalgo de su pueblo y, con la ayuda de los duques, va a probar a lo que sabe ser gobernador de una ínsula. Aprenderá en Barataria que la vida política tiene   —42→   sus complicaciones desagradables y saldrá con exclamaciones de «beatus ille», diciendo que (56:460) «entré desnudo, y desnudo me hallo: ni pierdo, ni gano». Pero su auténtica discreción le ganará por fin, de parte de los duques, una buena propina de doscientos ducados de oro (57:467), más de lo que hubiera podido ganar sudando durante años en los campos de la Mancha. Nos reímos de Sancho, nos alegramos con él, y también le acompasamos en el sentimiento, sabiendo que tampoco nosotros podremos ya casar con condes a nuestras hijas.