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ArribaAbajo Diálogo de voces en el prólogo de la Segunda Parte del Quijote

Darci L. Strother



University of California, Irvine

Using the ideas of Mikhail Bakhtin in his The Dialogic Imagination as a point of departure, this study explores the Prologue of the second book of Don Quixote, focusing on the diversity of voices present therein. Despite the absence of external dialogue in this prologue, the dialogic relation between the Reader, the Author, and Avellaneda, all developed as independent characters, is examined. Finally, we analyze how the interaction between the voices of these characters forms the nucleus of this Prologue, and suggest other types of discourse which also find their way into these prefatory pages.


La novela es la diversidad social, organizada artísticamente, del lenguaje; y a veces, de lenguajes y voces individuales» (Bajtín, p. 81). Con esta definición, Mikhail Bajtín nos sugiere que la diversidad, tanto de voces como de maneras de hablar, es un elemento imprescindible si vamos a considerar una obra como novela. Su definición también nos da acceso a una lectura nueva de lo que se ha llamado la primera novela moderna, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Cervantes. Está claro que nuestra lectura depende, en gran parte, del diálogo magistral que tiene lugar entre Don Quijote y su escudero, y también depende del discurso que el resto de los personajes entreteje con el de aquéllos, resultando como consecuencia la consabida multiplicidad de voces y formas de hablar que aparecen en el texto. Cervantes triunfa en su deseo de intercalar el habla de la más grande variedad de personajes (llega incluso a atribuir, por ejemplo, una 'cuasi-voz' a Rocinante, que, en ciertos momentos, aparece dotado de algunas características humanas de tipo afectivo, como observamos). Estas voces, sin embargo, nunca llegan a confundirse. Al dejar hablar a sus personajes, ellos mismos generan la capacidad de transmitirnos sus autorretratos. Mientras que esta capacidad es controlada y dirigida, desde luego,   —60→   por el autor, no se puede negar que existe una «zona caracterológica», como lo llamaría Bajtín, para cada uno de los personajes que participa en un diálogo dado.

Sería imposible examinar, dentro de los límites de este trabajo, todos los casos de diálogo que aparecen a lo largo del Quijote; y sería simplista decir que existe una inmensa diversidad de voces, y dejarlo así, sin más. Nuestro intento será, pues, examinar esta diversidad de voces en el contexto de un pasaje breve, y de esta forma poder percibir más de cerca cómo funciona este fenómeno. Hasta ahora, el concepto de diálogo a que nos hemos venido refiriendo, se ha limitado al sentido estricto de esta palabra: hay un diálogo exterior, que comparten dos personajes, y un diálogo interior, en que conversan dos voces de un mismo personaje. Sin embargo, atenerse exclusivamente a esta noción de 'diálogo', constreñiría la apreciación del genio de Cervantes. El 'dialogismo' parece ser un término que describe la esencia de lo que es el Quijote. Según Michael Holquist, intérprete de Bajtín, «Everything means, is understood, as part of a greater whole -there is constant interaction between meanings, all of which have the potential of conditioning others» (p. 426). Si adoptamos esta acepción de lo que es dialogar, cada línea del texto se convierte en posible objeto de estudio. Una sección especialmente propicia para esta clase de análisis, por la multiplicidad de voces que «dialogan», es el Prólogo de la Segunda Parte del Quijote. (A partir de aquí nos referiremos a él simplemente como el Segundo Prólogo.)

Antes de pasar adelante con el estudio de las diferentes voces que encontramos dentro del Segundo Prólogo, habría que mencionar que la idea misma de emplear un prólogo apareció mucho antes que nuestra novela. Como señala Porqueras Mayo en su definición del prólogo como género literario, la Poética de Aristóteles menciona textualmente: «En quanto a las partes de la tragedia, de las quales debemos usar como de forma y calidad suya, ahora habemos tratado. Pero según la cantidad en que separadamente se divide, son éstas: prólogo, episodio, éxito, y coro». Vemos, entonces, que Cervantes ha aceptado una forma de discurso que proviene originariamente de la tradición de otro género: la tragedia clásica. Es significativo, entonces, el uso de un prólogo, sobre todo si tenemos en mente, además, que Cervantes, en otros prólogos suyos, se queja de lo difícil que le resulta sustraerse a esta tradición. Dice en sus Novelas Ejemplares, por ejemplo: «Quisiera yo, si fuera posible, lector amantísimo,   —61→   excusarme de escribir este prólogo», y en el Prólogo de la Primera Parte del Quijote: «Porque te sé decir que, aunque me costó algún trabajo componerla (se refiere a la historia de Don Quijote), ninguno tuve por mayor que hacer esta prefación que vas leyendo». El hecho de que sí escribe prólogos, no sólo en el Quijote sino en todas sus obras, nos indica que el acto creador de Cervantes no es original en este caso, sino que, más bien, señala la obligación de seguir ciertas normas literarias. Los otros preliminares también son «de rigor», y como en el caso de nuestro prólogo, Cervantes convierte esta obligación de escribirlos en una oportunidad más para lucir su arte de «novelar».

El Segundo Prólogo aparece, a juzgar por el título, como un prólogo dirigido al lector; y Cervantes, efectivamente, hace uso de un estilo a primera vista abierto y familiar. Sin embargo, inmediatamente nos damos cuenta de que el receptor deseado no es en absoluto el lector anunciado, sino el autor del falso Quijote, Alonso Fernández de Avellaneda. Siguiendo las líneas que hemos trazado en lo que al dialogismo se refiere, este prólogo se puede considerar como una especie de diálogo entre varias entidades. Los que participan más abiertamente en dicho diálogo son: el Autor implícito del prólogo (no el Cervantes de carne y hueso, por supuesto, sino una ficcionalización de él), Avellaneda, y el Lector. Ya hemos aludido al ámbito caracterológico que los personajes llegan a tener en la novela. En el caso del Segundo Prólogo ocurre lo mismo: Cervantes crea los personajes del Autor, Avellaneda y el Lector, para poder construir su diálogo. En el Prólogo de la Primera Parte, Cervantes inventa a un amigo, y el Autor mantiene un diálogo exterior con este amigo. En el Segundo Prólogo, en cambio, el diálogo exterior está ausente, y aparece reemplazado por una relación dialógica entre los personajes, fenómeno que escapa a lo que comúnmente entendemos por diálogo tradicional.

El primer personaje que se define es el Lector. Según el Autor, este personaje es «ilustre o quier plebeyo», y de esta manera la idea de multiplicidad de posibles voces dentro de un mismo personaje queda incorporada al discurso desde el primer momento. En estas páginas del prólogo el Autor caracteriza al Lector, en cuyo pecho humilde se habría despertado la cólera por los agravios cometidos por Avellaneda, como un personaje ávido de «venganzas, riñas y vituperios». El odio de este 'Lector' hacia Avellaneda se revela aún más claramente cuando el Autor comenta: «Paréceme que me dices que ando muy limitado y que   —62→   me contengo mucho en los términos de mi modestia, sabiendo que no se ha añadir aflición al afligido». Se nos da aquí la idea de un Lector vengativo y cruel, que admira la modestia del Autor, pero que no se acogería a ella si la situación estuviera bajo su dominio, sino que iría mucho más lejos. Un elemento notable de esta cita es la referencia al proceso dialógico que hemos mencionado. Mediante dicho proceso, Cervantes deja sobreentender que el Lector ha leído ya los primeros párrafos del Segundo Prólogo cuando dice «paréceme que me dices», y que el Autor responde ahora a la crítica que el Lector le ha ofrecido.

Otro aspecto importante del carácter del Lector es su «buen donaire y gracia» para contar cuentos, lo cual le hace un candidato excelente para el papel que necesita asignarle el Autor: el de mensajero y portavoz con voz propia. Siendo mensajero el Lector, se establece un vínculo aún más fuerte entre este personaje y el Autor. Los mensajes que el Lector ha de reexpedirle a Avellaneda son tres: primero, que el Autor no se tiene por agraviado, porque sabe bien «lo que son tentaciones del demonio, y que una de las mayores es ponerle a un hombre en el entendimiento que puede componer y imprimir un libro»; segundo, que le comunique los cuentos del loco de Sevilla y del de Córdoba; y finalmente, que la amenaza de quitarle al Autor la ganancia con su libro ha fracasado, dada la generosidad de sus benefactores. Aquí el Autor propone una especie de 'discurso referido': quiere que el Lector retransmita sus palabras. Al mismo tiempo, el Autor es consciente de que la palabra retransmitida nunca será idéntica a la palabra original; de hecho, el Autor pide que el Lector modifique el recado, empleando su «buen donaire y gracia». Dice textualmente: «quiero que en tu buen donaire y gracia le cuentes este cuento». Es de notar que el Autor ha elegido como mensajero a un personaje, el Lector, que previamente había caracterizado como vengativo, y que quería que a Avellaneda «lo diera del asno, del mentecato y del atrevido». El Autor espera entonces, no sólo que el Lector utilice su gracia y donaire, sino también que el mensaje que le entregue a Avellaneda esté contaminado por el espíritu malévolo del mismo Lector. Esto revela características que definen tanto al Lector como al Autor, y señala un nivel más en la estructura dialógica presente en el Segundo Prólogo.

Las últimas líneas de nuestro Prólogo agregan una faceta más al carácter de ese Lector: y es que evidentemente está deseando que el Autor acabe su Persiles y la segunda parte de la   —63→   Galatea, porque el Autor se lo promete aquí. Digno de mencionar, también, sería el hecho de que el Autor tutea al Lector, tratamiento literario convencional, cierto es, en todos los prólogos; pero aquí podemos sospechar, además, una contaminación con el uso coloquial de dicho tratamiento.

La definición del personaje de Avellaneda es aún más compleja en lo que se refiere a las voces que la crean. Avellaneda, como personaje, está trazado y prefigurado por cada uno de los tres interlocutores presentes en el prólogo: el Autor, el Lector, y el mismo Avellaneda. Como lectores del Segundo Prólogo, entonces, nuestra visión del carácter de Avellaneda está teñida por la diversidad de voces que nos lo presentan, ofreciéndonos otros tantos ángulos de perspectiva, con lo que el concepto de una realidad fija y uniforme desaparece.

Avellaneda se autodefine mediante las palabras de su propio Quijote que el Autor del Segundo Prólogo incorpora en éste. El primer dato que en este prólogo tenemos sobre Avellaneda, cuyo nombre, a propósito, nunca se menciona, es que «se engendró en Tordesillas y nació en Tarragona». Otro aspecto referido del prólogo de Avellaneda y que aparece también aquí, es que Avellaneda ha notado que el Autor era viejo y manco, y le ha llamado envidioso. Así mismo se menciona la relación de Avellaneda con el «Santo Oficio», junto con su comentario de que las novelas del Autor «son más satíricas que ejemplares». Cada uno de estos ejemplos forma parte de la definición de Avellaneda como personaje en este Segundo Prólogo; y cada uno es una retransmisión de las palabras sacadas directamente del texto de Avellaneda. Al incluir este discurso ajeno en su prólogo, el Autor facilita el diálogo entre el otro texto y el suyo.

El Lector participa también en el proceso de la definición de Avellaneda como personaje. En una supuesta conversación previa, a la cual se refiere el Autor, el Lector se ha intimado con él y le comunica que la aflicción «que debe de tener este señor sin duda es grande, pues no osa parecer a campo abierto y al cielo claro, encubriendo su nombre, fingiendo su patria, como si hubiera hecho alguna traición de lesa majestad». Esta suposición sirve para delinear, desde otra perspectiva, el carácter del personaje Avellaneda.

Es curioso observar que el Autor utiliza una cantidad mucho menor de palabras propias para definir el personaje del autor del Quijote apócrifo. Al contrario, relega sus opiniones personales a la voz del Lector, dedicándose simplemente a reaccionar ante el   —64→   texto ajeno (el prólogo de Avellaneda). En todo el Segundo Prólogo, sólo hay un caso en que el Autor se refiere directamente a Avellaneda, y es cuando le compara con el loco de Córdoba, y sugiere «que no se atreverá a soltar más la presa de su ingenio en libros que, en siendo malos, son más duros que las peñas». Aquí se aporta un elemento más a la caracterización de este Avellaneda, añadiendo que es mal escritor. Para entender bien el ámbito caracterológico de este personaje, habría que tener presente, entonces, que está construido a base de una acusada multiplicidad de voces y discursos.

Por último, el caso de la 'personajización' del Autor es paralelo al de Avellaneda: su carácter está definido asimismo por otros personajes: Avellaneda, el Lector, y el mismo Autor. Como gran parte de la definición que tenemos del Autor está intrínsecamente relacionada con las voces de los personajes que ya hemos examinado, no nos detendremos en este punto.

Una vez caracterizados los personajes, podemos ver cómo la interacción entre estas diferentes voces forma el núcleo del Segundo Prólogo, de una manera análoga, precisamente, a la trayectoria general del resto de la novela. En otro nivel, existe un diálogo intertextual entre el prólogo de Avellaneda y el Segundo Prólogo de Cervantes; el de Cervantes, como hemos observado, es claramente una respuesta a los ataques de su rival.

Además de las voces de Cervantes, el Autor, Avellaneda, y el Lector, en el Segundo Prólogo encontramos otros discursos. El debate, por ejemplo, sobre los valores de la vida del hombre de armas y de letras que se había mantenido en el primer libro del Quijote, parece llegar aquí a una resolución. Cito textualmente: «Las [heridas] que el soldado muestra en el rostro y en los pechos, estrellas son que guían a los demás al cielo de la honra, y al de desear la justa alabanza; y hase de advertir que no se escribe con las canas, sino con el entendimiento».

Más provocadora todavía resulta la manera en que este discurso señala el proceso dialógico. En su explicación del término 'heteroglossia', Holquist dice que «at any given time, in any given place, there will be a set of conditions -social, historical, meteorological, physiological- that will insure that a word uttered in that place and at that time will have a meaning different than it would have under any other conditions» (Bajtín, p. 424). Como dice Bajtín mismo, «Sirve simultáneamente a dos hablantes, y expresa a un tiempo dos intenciones diferentes: la intención directa del héroe hablante, y la refractada del autor» (Bajtín,   —65→   pp. 141-142). Es evidente, de acuerdo con el modelo de Bajtín, que el contexto en que acontece este discurso en el cual se alaba a los soldados, provoca un significado diferente del que representan los otros discursos a lo largo del Quijote, -que también alaban a los que luchan por su patria- precisamente por estar sumergidos en otros contextos diferentes. El Segundo Prólogo está precondicionado por el prólogo de Avellaneda, y uno de los resultados es el discurso que acabamos de comentar aquí.

Otro resultado de este fenómeno aparece hacia el final del Segundo Prólogo, y también es un discurso de alabanza. Esta vez, sin embargo, alaba a sus benefactores, el Conde de Lemos y don Bernardo de Sandoval y Rojas. «Estos dos príncipes», dice nuestro autor, «sin que los solicite adulación mía ni otro género de aplauso, por sola su bondad, han tomado a su cargo el hacerme merced y favorecerme; en lo que me tengo por más dichoso y más rico que si la fortuna por camino ordinario me hubiera puesto en su cumbre». Es sumamente extraño que Cervantes incluya esta clase de agradecimiento a sus benefactores en este prólogo, ya que no lo hace en los prólogos de ninguna de sus otras obras. En las demás, semejantes expresiones de gratitud aparecen en las Dedicatorias, pero no en los prólogos en cuestión. ¿Por qué, entonces, decide mencionar a sus benefactores en el Segundo Prólogo? Hemos aludido antes al hecho de que este prólogo va dirigido específicamente a Avellaneda, y esto es uno de los factores que condiciona su discurso aquí. Avellaneda, en su dedicatoria, no parece tener a quién agradecer. En vez de profesar su apreciación por la ayuda que le hayan prestado, Avellaneda dedica su Quijote al alcalde, regidores, e hidalgos de Argamesilla, con tono magnánimo, llamándoles «venturosa villa». Podemos suponer que la razón por la cual Cervantes rompe la tradición que había establecido en sus otros prólogos y dedicatorias ha sido, efectivamente, tirarle en cara a Avellaneda, no sólo su superioridad como autor, sino también su superioridad en cuanto a conexiones sociales se refiere. Una vez más observamos cómo los elementos extra-textuales encuentran cabida en el discurso novelístico, hasta el punto de llegar a formar una parte íntegra de él.

A modo de conclusión, recordemos, pues, que el diálogo es un elemento central y esencial de la novela. Cervantes no sólo emplea el diálogo en la trama principal, sino que además emplea el 'dialogismo', incluso en los preliminares. El Segundo Prólogo demuestra hasta qué punto un texto puede estar compuesto por   —66→   una multiplicidad variada y diversa de voces. El efecto que se sigue es el de alejamiento del concepto de una verdad unívoca y su correspondiente substitución por una realidad heteroglósica. El gran genio de Cervantes ha sabido captar esta realidad precisamente a través de la ficción. Su arte de novelar se ha extendido al campo de sus prólogos, y a pesar de que dijo que le costaba mucho escribirlos, nos ha dejado verdaderas joyas del género.

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Obras consultadas

Avellaneda, Alonso Fernández de. Nuevas andanzas del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Ed. M. V. Villalta. Barcelona: Editorial Iberia, 1961.

Bakhtin, Mikhail M. The Dialogic Imagination. Trans. Caryl Emerson and Michael Holquist. Ed. Michael Holquist. Austin: University of Texas Press, 1990.

Castro, Américo. «Los prólogos al Quijote». Semblanzas y estudios españoles. Madrid: Ediciones Insula, 1956.

Castro Silva, José Vicente. Prólogo y epílogo de Don Quijote. Bogotá: Antares, 1956.

Cervantes, Miguel de. El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Ed. Luis A. Murillo. Madrid: Clásicos Castalia, 1987.

Porqueras Mayo, Alberto. El prólogo como género literario. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1957.

Rivers, Elias L. «Cervantes' Art of the Prologue». Estudios literarios de hispanistas norteamericanos dedicados a Helmut Hatzfeld con motivo de su 80 aniversario. Barcelona: Ediciones Hispam, 1974.

Rivers, Elias L. «On the Prefatory Pages of Don Quixote, Part II». Modern Language Notes 75: (1960): 214-221.

Socrate, Mario. Prologhi al «Don Chisciotte». Venezia-Padova: Marsilio Editori, 1974.