Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

Crítica musical

Eugenio Cambaceres



La crónica que Cambaceres publicó, bajo el seudónimo de Tin-Khe, en El Nacional del 23 de julio de 1881 es la única que tenemos de él. Le anteponemos las pocas líneas de introducción que la preceden en el diario vespertino.






ArribaAbajoEl folletín de hoy

El cronista teatral de este diario, Sr. Choquet, había escrito hoy temprano una extensa e interesante crónica de la representación del Mefistófeles que tuvo lugar anoche en Colón.

Nos preparábamos a publicarla cuando un amigo tuvo la galantería de enviarnos las interesantes páginas con que engalanamos nuestro folletín.

Como tiene lugar mañana la segunda audición del Mefistófeles, la inserción de la crónica de Choquet no habrá perdido su oportunidad el Lunes.




ArribaFolletín de El Nacional. Mefistófeles en Colón.

Una apuesta de Dios con el Diablo; la lucha eterna entre el genio del bien y el mal: ése es el tema.

Mefistófeles, el tentador, encarnación del segundo, brinda a Fausto todo lo que la mente humana concibe y anhela, en su sed de placeres y de dicha, todo, lo real y lo ideal...

Margarita, la cándida niña que abre apenas los ojos a la vida y que entrega a Fausto su tesoro de amor, de belleza y de inocencia, para recoger en pago, lágrimas y dolor...

Elena, la reina cortesana, la belleza típica, ataviada de todos los encantos que forja una imaginación ansiosa, remontándose con ala fantástica en la noche de los tiempos.

Pero ¡ay! lo real es dolor, lo ideal es sueño. Se sufre antes, se sufre después, se sufre siempre. Hastío y remordimiento, he ahí el triste partage de Fausto, llegado al término de su vida artificial.

El arrepentimiento se apodera de él; retrocede espantado de su obra y su alma se desprende de la tierra purificándose en la redención!

El Mefistófeles de Arrigo Boito, autor del libreto y de la música a la vez, comprende todo esto; abarca todo el poema de Goëthe, el primero y el segundo Fausto.

De esta manera, y a diferencia de otros libretistas que han tratado el mismo asunto, el cuadro queda completo y la acción dramática recibe su entero desarrollo.

Difícilmente, a nuestro juicio, puede hacerse una traducción más perfecta al teatro lírico, del monumento inmortal del poeta alemán.

En Boito se revela un literato distinguido. Posee todos los secretos de la escena y la lectura de su drama encanta por la fluidez, la pureza y la gracia exquisita de su verso.

Como obra musical, el Mefistófeles es sencillamente un capo-lavoro.

La sublime melodía: Ave signor delli angeli, destacándose majestuosamente del fondo de un conjunto instrumental complicadísimo y de efectos enteramente raros y originales, hace de la nebulosa un cuadro musical estupendo, cuya sola concepción bastaría para elevar a su autor al rango de los Sommi.

¡Queda el espíritu anonadado, absorto, ante la contemplación de tanta grandeza!

Ábrese el 1er acto de la Opera con la Doménica di Pascua.

En la infinita variedad de sonidos de esta escena esencialmente descriptiva, masas instrumentales y vocales que se cruzan, se chocan, se amalgaman y confunden para perderse después, gradualmente, en los lejanos ecos del vals popular y ceder el paso al misterioso recogimiento del gabinete de Fausto, Boito ha logrado su objeto de la manera más completa: producir en el ánimo del espectador la impresión que acompaña y deja siempre tras de sí una fiesta popular donde la muchedumbre se agita, se interpela, se empuja y se codea.

Hablar con sonidos sin palabras... Escabrosa aspiración de la música que los refractarios sistemáticos han dado, por mofa, en llamar del porvenir, y que, malgré tout, se está volviendo del presente, merced a la carta de ciudadanía de la patria del arte, que el público, ese tribunal supremo, otorga, cada día, a las atrevidas innovaciones de Wagner y a obras que como Mefistófeles, vienen a demostrar claramente que la nueva escuela no persigue una utopía.

El preludio del segundo acto, perfil delicadísimo, nos transporta al jardín de la vieja Marta.

Aquí, los idolatras de la melodía no reniegan del autor, y encuentran ancho campo para las expansiones del oído.

Todo, en efecto, es marcadísimo, las sencillas frases de Margarita repetidas por Fausto: cavalier illustre é saggio, etc., perfectamente adaptadas en la boca de la ingenua aldeana; las otras diversas fases del quartetto, alegre, caprichoso, juguetón, y sobre todo, el delicioso rasgo de inspiración: colma il tuo cuor d'un palpito, tierno, amoroso, impregnado de un exquisito matiz de melancolía y que brota del fondo del corazón a los labios, imprimen al segundo acto del Mefistófeles el carácter de un verdadero idilio.

Boito no es exclusivo; su talento es de aquéllos que se imponen, con la misma espontaneidad, en los géneros mas opuestos.

Del brillo de la superficie nos transporta a las oscuridades del abismo y, esto, sin mínima violencia en la transición. Aquí, como allí, es siempre la cabeza superior, fecunda en concebir, madurada por el estudio y el dominio completo de las Leyes de la composición.

Abona nuestro juicio, la negra página de la Notte del Sabba y, sobre todo, su galope infernal, algazara infinita, grita inmensa de condenados, verdadero tour de force de contrapunto y armonía.

Pero abramos pronto la pesada puerta del calabozo donde Margarita, loca, espía los extravíos de su funesta pasión. Escuchemos sus lamentos. ¡Cuanta belleza! ¡Cuanta verdad!

¡Qué acento de profundo dolor en las estrofas: L'altra notte in fondo al mare!

¡Ah! si el canto fuera el lenguaje de la humanidad para narrar los tormentos que despedazan el alma, Margarita de seguro, habría exhalado las angustias de la suya, cantando así, y habría muerto llevando en los labios la plegaria con que implora después la misericordia de Dios!

Nótase, en esta escena de la prisión, una de las composiciones mas curiosas que hayamos tenido ocasión de oír hasta ahora.

Nos referimos al duettino: lontano, lontano, lontano, en que las voces de tenor y soprano, armonizadas con gran sencillez y delicadeza de estilo, van decreciendo de una manera gradual hasta concluir en un pianissimo que se funde insensiblemente en el silencio.

El efecto producido es nuevo, y de todo punto original.

Al levantarse el telón, en el hermoso cuadro de la notte del Sabba classico, el oído se siente, desde luego, acariciado por el motivo, a dos voces, de Elena y Pantalis.

Al escucharlos, los intransigentes vuelven a estar de parabienes y, si una pesada atmósfera de fastidio los agobia, en presencia del género nuevo, que no quieren o no pueden apreciar, la más placentera de las sonrisas asoma a sus rostros, oyendo la pegajosa cantinela, y quedan par le fait reconciliados con el maestro.

Llaman, en otro sentido, la atención, el racconto de la destrucción de Troya, por la majestad y el carácter solemne que lleva impreso, así como el trozo concertado que lo sigue, notable por el encanto melodioso del motivo dominante.

Pero donde el genio del compositor tiende sus alas y se remonta a alturas colosales es en el dúo para soprano y tenor, de gran aliento, de frase homogénea, hecho a grandes rasgos y nutrido por una inspiración igual que no desmaya y se mantiene hasta los últimos acordes.

El pincel del maestro se revela en toda su fuerza de colorido. Es una de las piedras angulares del edificio, y fácilmente, se comprende que, después de tanto esfuerzo, el epilogo apareciera relativamente frío y descolorido, a no ser por la reproducción del magnifico tema del prólogo, que corona la obra de una manera magistral...

La analogía del drama trae, naturalmente, al espíritu la idea de un juicio comparativo entre el Faust de Gounod y el Mefistófeles de Boito.

Somos de los que creen que Boito es inferior a Gounod como melodista, pero, en cambio, lo supera por la grandeza de la concepción, la estructura de los cuadros, y la amplitud del estilo.

El Faust es una obra pobre, pobrísima, en los conjuntos. El Mefistófeles asume proporciones más colosales que el Faust.

Dos palabras, ahora, sobre su ejecución en nuestro teatro.

Erminia Borghi-Mammo es, siempre, la artista d'élite, la inteligencia hors-ligne. Intachable hasta en los mínimos detalles de la interpretación confiada a su talento, en las escenas desgarradoras de la locura y muerte de Margarita, ha sabido arrancar lágrimas a los ojos, quejidos al alma!

El rol de Fausto no es de los que más convienen a la lujosa voz de Tamagno: es demasiado central para él. No obstante, Tamagno non puo guastar niente.

Debémosle además una sincera palabra de agradecimiento por haber aceptado una parte a la que no estaba obligado, según los informes que tenemos. Si no la canta, nos habríamos visto condenados a soportársela al Sr. Clodio y... ¡líbrenos Dios de semejante barbaridad!

De todo punto irreprochable Castelmary, bajo las ropas del personaje infernal. El viejo artista correcto y concienzudo dijo con especial bravura la canción satánica del 1er acto, y la balada del mundo.

En cuanto a la Sra. Visconti, es una mujer muy linda; por eso, sin duda, no nos ha hecho maldita la gracia en Marta, mientras que nos ha parecido espléndida en Pantalis.

Es probable que Boito haya escrito el baile popular del 1er acto, para ser ejecutado en todo teatro que disponga de un cuerpo coreográfico mas o menos digno de este nombre.

¿Será porque nuestras bailarinas son... lo que son, que el maestro Bassi las relega a la pasiva, condenándolas a la inercia mas humillante para las piernas de esas dignas hijas de Terpsicore, durante la lera parte del vals?

De todos modos, eso de ver en la escena bailarinas que no bailan, cuando se toca un vals, es de un pésimo efecto, y, peor aun, cuando se las obliga, después, a entrar en un momento en que el ritmo haciéndose difícil, cada una de ellas anda campeando por sus respetos, con el paso cambiado.

El coro de querubines: siam nimbi volanti que debe empezar por oírse como un murmullo perdido en lontananza, crecer por grados, a medida que se acerca con la rapidez del vuelo, alcanzar la mayor intensidad posible de sonido, y, luego, ir apagándose poco a poco, hasta quedar completamente desvanecido en el espacio.

Así, la ilusión de una falange celeste, que pasa volando, debe ser completa.

Desgraciadamente no hemos podido darnos cuenta de la impresión perseguida por el compositor; primero porque para ello se necesitan órganos infantiles, y lo que anoche hemos oído, son las voces más o menos cascadas de los coristas de los cuales casi todos han llegado ya a la categoría de señores mayores y luego: porque el claroscuro de las distancias ha sido nulo y de ningún efecto.

Aparte estas irregularidades de detalle, no somos los últimos en reconocer que el Sr. Bassi lleva siempre con mano soberana la insignia del mando y que la orquesta y los coros bajo sus ordenes maniobran como un cuerpo de veteranos.

Hay en el Teatro de Colón un joven que trabaja en la sombra y que, no siempre, recibe la recompensa a que lo hace acreedor su indisputable talento.

Nos referimos al Sr. Rossi, escenógrafo del teatro.

Ejemplo, sin ir lejos: anoche, el publico ha sido injusto con él, llamándolo una sola vez a la escena, y, sin embargo, todos los lienzos de la ópera son de la más estricta verdad natural e histórica.

El cuadro de la notte del Sabba classico, sobre todo, es, en su género, una notable obra de arte.

Una reflexión y terminemos.

El Mefistófeles ha sido exhibido anoche, por primera vez, en América, sin excluir la gran República del Norte, con sus inmensas riquezas y su gigantesca civilización. Más: muchos de los primeros teatros de Europa no conocen aun la obra de Boito.

Habla este hecho bien algo en pro de la cultura que, en materias de arte, ha alcanzado Buenos Aires, cuya escena lírica es hoy una de las primeras del mundo:

Grand merci à vous M. Ferrari.

Tin-Khe





Indice