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ArribaAbajo«¡Mueran los clásicos!, ¡mueran los románticos!, ¡muera todo!». Juan Martínez Villergas y la sátira del tema literario (1842-1846)

Asunción GARCÍA TARANCÓN


I.N.B. Jaume I (Castellón)

Introducción.

La fórmula imprecatoria con que intitulamos este estudio pertenece a Antonio Ferrer de Río, quien, en su Galería de la literatura española, 1846,80 resume en la citada expresión la opinión que tenía de Villergas como «escritor satírico». A gran distancia del momento en que Ferrer del Río describía el «felicísimo ingenio» de Villergas con estos términos, puede decirse que sus poesías satíricas de tema literario constituyen un buen ejemplo de apostasía tanto del Romanticismo como del Neoclasicismo. No obstante, aceptar ¡muera todo! no resuelve los problemas que plantea el análisis de su poesía satírica.

En esclarecer dichos problemas se fundamentan los objetivos que se persiguen en este breve ensayo. El tema que se aborda versa sobre el romanticismo social, a partir del análisis de las relaciones intertextuales que, en la obra de Villergas, mantienen las sátiras en verso de las Poesías Jocosas y satíricas, 1842, y de Los siete mil pecados capitales, 1846, con las novelas cortas de El Cancionero del Pueblo, 1844, y con la extensa novela Los Misterios de Madrid, 1844-45.

El examen del contexto literario en que tiene lugar la ejecución de la obra de Villergas, y la relación que éste mantiene con el extraliterario de la vida social del autor, resulta imprescindible para precisar los términos literarios con que se designa a una concreta materia textual en el conjunto de la producción del poeta. Como apunta Marrast, «las implicaciones politicosociales de las posturas estéticas y de las obras que las ilustran» permiten discernir con mayor claridad el lugar que los escritores ocupan dentro del movimiento en el que están inmersos, y del que sus textos revelan determinados aspectos».81 A las implicaciones politicosociales de la actitud estética de Villergas tendremos que referirnos en varias ocasiones durante este trabajo. Pero vayamos por partes, ahora tenemos que detenemos en una breve reseña biográfica del autor.

1. El Autor.

La azarosa vida de Juan Martínez Villergas es difícil de sintetizar en pocas líneas, al igual que sucede al tratar de reunir su abundante producción literaria que, como periodista de fama, escritor de costumbres, poeta festivo, autor teatral, novelista y crítico literario, dio a la imprenta en el transcurso de su dilatada existencia (181782 -189483).

Villergas, natural de Gomeznarro, provincia de Valladolid, se instala en Madrid en 1834, a los 17 años. Su familia, de origen humilde y carente de recursos económicos, le proporcionó la única educación elemental que podía impartir un maestro de escuela rural en el primer tercio del siglo XIX. Con esta precaria formación, abrirse camino en la ciudad para medrar como literato no era tarea fácil. Pero desde su llegada a la capital madrileña, Villergas demostró una gran curiosidad intelectual, y se dedicó con esfuerzo a completar la educación que había recibido en su pueblo natal, concurriendo a las bibliotecas y leyendo toda obra que caía en sus manos. Por aquel tiempo, sus gustos literarios se inclinaban hacia la poesía festiva y satírica. Los cuadros de Mesonero Romanos, las letrillas jocosas de Bretón de los Herreros y los romances de Quevedo fueron decisivos en su vocación de poeta satírico.84

A su empeño personal y a una serie de fortuitas circunstancias socio-políticas se debe su rápida entrada en el mundo de las letras, que se produce a través de sus colaboraciones en el periodismo. Su merecida fama de versificador de sátira política comienza en 1840, con la publicación de unas hojas sueltas de tendencia republicana destinadas a combatir las transacciones del Gobierno Provisional con la Corte, tras el pronunciamiento de septiembre de 1840.85 Su ideario político liberal progresista y republicano, de herencia paterna, pues sus padres fueron «patriotas, antirrealistas y represaliados»,86 influirá en su pasión por la polémica y por la sátira de tema político.

A partir de 1840 Villergas ya no tendría descanso. «Luchaba en la política por sus ideales, y en las letras dio comienzo a una guerra despiadada y violenta contra algunos reputados escritores, (Gil y Zárate, Bretón de los Herreros y Ventura de la Vega, entre otros). Con una laboriosidad ejemplar alternaba sus trabajos periodísticos con algunas producciones para el teatro»,87 y la publicación de sus poesías, dispersas por numerosas revistas, en forma de libro. «Lo movían anhelos de gloria política y fama literaria»,88 y por estos afanes escribió de todo, «sin reparar que no para todo servía».89 No obstante, Villergas consiguió la fama que tanto anhelaba por su robusta inspiración para la sátira personal, que con tanto furor dirigía contra Narváez como contra sus compañeros de la prensa y de la literatura.90

Hasta aquí los sucintos datos biográficos necesarios para abordar los objetivos que interesan al tema que nos ocupa.

2. Vejamen anti-romántico, vejamen anti-clasicista en la sátira de J. M. Villergas.

Villergas escribió a lo largo de su vida dos libros de poesía festiva y satírica: Poesías jocosas y satíricas, 1842,91 y Los siete mil pecados capitales, 1846.92 Del primero hubo tres ediciones posteriores, 1847, 1857, 1885;93 del segundo no hemos conseguido ver otra edición distinta a la de 1846. Ambos libros contienen composiciones de toda clase de temas: social, costumbres, político y de crítica lingüística y literaria.

La materia textual que nos interesa es la serie de poesías de crítica lingüística y literaria que constituyen un ejemplo ilustrativo de vejamen, anti-romántico y anti-neoclasicista. Salvo algunas excepciones, la sátira contra los románticos comparece junto a la sátira contra los neoclásicos en una misma poesía. Circunstancia esta que no contribuye a dilucidar que propósitos guían al poeta en sus acometidas contra unos y contra otros, ni a conocer el grado de desaprobación que les profesa o en pro de qué manifiesta sus repulsas ante las opuestas estéticas del Romanticismo y del Neoclasicismo.

Los vicios y errores que detecta en el Romanticismo son: verbosidad, afectación, el plagio, la traducción arbitraria, el amiguismo, el pandillaje, la «oligarquía literaria»; los caprichos de la moda romántica: poses, indumentaria, aspecto físico en general. Los motivos que ilustran su anticlasicismo son: el anacronismo de los temas, la subordinación a los preceptos métricos, que constriñen o encorsetan la imaginación, la retórica de estilo; su ataque se concentra en los preceptistas de la literatura. En ambos casos, la sátira de tema literario de Villergas se caracteriza por una tipificación elemental, pues se ajusta a los tópicos más comunes y reiterativos que utilizaron los detractores de ambos movimientos. Romanticismo y Neoclasicismo le inspiran igual sentimiento de ridículo, y la propuesta de una opción que las superase no está presente de un modo claro en su sátira. ¿Indiferencia?, ¿insensibilidad artística?, ¿falta de compromiso? Ceder ante estas preguntas e interpretarlas como asertos reducirían nuestro trabajo a un inventario de temas y motivos recurrentes con anotaciones expletivas.

Entre 1482 y 1846, es probable que los debates sobre temas de estética sólo importaran a Villergas como algo anecdótico. Tal vez le moviera a escribir sobre ellos un interés práctico: «meter ruido para abrirse camino en la palestra literaria». Pero su apostasía del romanticismo y del clasicismo, su actitud de inanidad frente a la literatura de su tiempo tienen para nosotros un reverso que consciente o inconscientemente Villergas transmitió a sus coetáneos. El reverso del que hablamos no puede extraerse de la lectura literal de las poesías, su interpretación podemos obtenerla a partir de las relaciones intertextuales que aquellas mantienen y se manifiestan en obras de otro género, es decir, ajeno a la sátira en verso. Las declaraciones que Villergas hace en los prólogos a sus obras en prosa y las digresiones que incorpora en el relato de sus novelas son de enorme interés, y constituyen el punto clave para investigar y dilucidar aspectos no subrayados sobre la intencionalidad del autor en el cultivo de la sátira.

La producción literaria de Villergas, que consideramos básica en la confección de este trabajo, nos permite averiguar el grado cualitativo de su rechazo del movimiento romántico. Su actitud estética ante el romanticismo está lleno de implicaciones político-sociales de capital importancia, y únicamente desde esta perspectiva puede abordarse la actividad investigadora. Por razones que dimanan de su contenido, el apartado que sigue se intitula Romanticismo social, y en él son examinados los argumentos que vinculan a Villergas con dicha tendencia.

3. Romanticismo social.

El anti-romanticismo de Villergas fustiga los tópicos más comunes del movimiento: afectación, verbosidad, inmoralidad, plagio, etc., son los lugares comunes contra los que arremete. Pero, a su vez, Villergas muestra en otras ocasiones sus simpatías por el Romanticismo, aunque éstas no las escriba en verso y sean desarrolladas de una forma asistemática en sus novelas cortas de El Cancionero del Pueblo, 1844-45 y en la extensa novela Los Misterios de Madrid, 1845. Su admiración y elogios a novelistas, dramaturgos y poetas franceses es frecuente y abundante; las obras románticas francesas son el modelo con las que Villergas parangona las producciones de nuestra literatura nacional. Las declaraciones que Villergas hace en sus novelas revelan su talante de «romántico social».

Recordemos lo que R. Picard escribió acerca del romanticismo social francés, para reconocer en qué términos nosotros hacemos partícipe de éste a Villergas:

«El romanticismo social, que era todo lástima por los humildes y deseos de reorganizar la sociedad, iba a tener su origen en las repetidas pruebas de la miseria y de los sufrimientos del pueblo. La sensibilidad viva y exaltable de los poetas iba a gemir elocuentemente por la suerte de los «miserables», la imaginación de los reformadores, tan romántica como su sentimentalidad, les conducía a concebir utopías cuya visión, a su vez, provocaba el entusiasmo popular.»94



Las observaciones sobre la vinculación de Villergas al «romanticismo social» provienen de Vicente Llorens, L. Romero Tobar, Iris M. Zavala, J. Ignacio Ferreras, Rubén Benítez. Unos y otros incluyen a Villergas dentro de la nómina de novelistas de «tendencia social». Nos urge, pues, centrarnos en las obras de Villergas que han permitido vincularlo como escritor de tendencia social.

3. 1. El Cancionero del Pueblo, 184495

Vicente Llorens, ciñéndose al prólogo de la primera novela de El Cancionero del Pueblo, «La casa de poco trigo», afirma:

Villergas aboga por una literatura de tendencia social; [que] no la hacía derivar de Sue, puesto que la ve ya en el romanticismo, «el romanticismo bien entendido», tal como lo concibieran Victor Hugo y Dumas».96



Para quien desconozca dicho prólogo, por otra parte más sugerente que la propia novela, las palabras de Llorens difícilmente serán comprendidas. En el Villergas hace una reflexión de cuanto ha escrito hasta entonces, es decir, 1844, y tras calificar de «frívolos ensayos de juventud» su producción anterior se aplica a pronosticar cuáles deben ser las directrices que debe seguir la literatura de su tiempo, a la que él mismo se siente llamado a desarrollar imbuido de propósitos filosóficos y sociales, y dice:

«Si bien en composiciones cortas puede haber toda la crítica necesaria para corregir los defectos de la sociedad, ni el lector saca tanto fruto de ellas, ni son para el de tanto valor como una obra donde el escritor tiene más libertad y más extensión para esplanar sus pensamientos. Además estoy convencido de que ha pasado ya el tiempo de hacer poesías sin otro objeto que el de distraer, divertir o adormecer la imaginación. Las producciones literarias en este siglo necesitan otra circunstancia que las recomiende y es la filosofía. Un libro que no tenga tendencia social, que no se proponga algún fin moral, es a mis ojos una obra inútil que no sirve para nada.»97



Lamentablemente el «romanticismo bien entendido», al que alude Llorens, no está representado en las narraciones cortas de El Cancionero del Pueblo. Ni en ésta ni en otras obras de distinto género se encuentran modos de reactivarlo, y lo único que encontramos son caricaturas del romanticismo, en gran parte porque Villergas carecía de talento, imaginación y habilidad formal para construir universos narrativos, y por otra, no menos significativa, porque deliberadamente quería manifestar su desaprobación del movimiento mediante la burla de los excesos literarios seudo-románticos.

No obstante, pese a las caricaturas del romanticismo, Villergas ofrece pruebas manifiestas de su vinculación al romanticismo social mediante abundantes digresiones, que de propia voz o en boca de sus personajes llenan las páginas de sus relatos. La mayoría de los protagonistas son gente desheredada, pobres, huérfanos, víctimas, en definitiva, de una concreta situación social económica. Los problemas o dificultades que tienen que afrontar provienen de su condición social de desheredados, que constituye una criba importante para ver realizados sus anhelos, o para truncar sus esperanzas en la consecución final de aquéllos. La virtud de la inocencia, de la honradez y el talento de los personajes son siempre ensalzados y se erigen en las únicas armas de que éstos disponen para reclamar el derecho de ser felices, dentro de una sociedad que castiga y se ensaña con el más débil.

No podemos resumir aquí los argumentos de las novelas, como tampoco podemos reescribir todos los juicios que Villergas vierte en ellas: ofrecemos algunos ejemplos ilustrativos.

En «El secreto a voces» (El Cancionero del Pueblo, t. 4, pp. 1-95) Villergas aborda el tema de la orfandad para denunciar el estado de la «organización social», y de los impedimentos de la «reedificación del edificio social». La protagonista es una joven huérfana cuya felicidad se ve amenazada por esta circunstancia, ya que el joven a quien ama es un escrupuloso de la «limpieza de sangre». La falta de testimonios acerca de sus orígenes constituye la principal dificultad para ser aceptada en la sociedad. Todos los personajes de la novela, excepto la protagonista, «participan de los errores añejos de conceder más al lustre de la cuna que al brillo de la ciencia y de la virtud».

El interés de ésta y otras novelas que contiene El Cancionero del Pueblo no reside en su elaboración artística, sino en lo que L. Romero Tobar denomina los «excursos narrativos»,98 en los que de forma directa o encubierta el autor manifiesta su intencionalidad. En «El secreto a voces» los juicios de todo orden que Villergas vierte en ella obedecen a una intencionalidad de carácter político y social. La descripción moral de la joven protagonista nos lo confirma:

«Una entusiasta de los principios de igualdad y fraternidad tan cacareados como mal comprendidos en estos últimos tiempos. Ella estaba al nivel de los demócratas reformadores; porque condenar sus ideas era condenar su existencia, su origen dudoso; era acusar su delito a los ojos de los que creen la condición humilde del hombre un vicio hereditario como el pecado de Adán.»99



Abundan los motivos y detalles de la más variada índole que evidencian los propósitos del autor; en este sentido, no están exentos de intencionalidad política y social otros comentarios de Villergas, en apariencia marginales. Así sucede cuando, para ridiculizar la ignorancia e insensibilidad literaria del pretendiente de la protagonista, no repara en traer a colación a los maestros de la literatura francesa: Dumas, Victor Hugo y Eugenio Sue, mentores de la sensibilidad social hacia los más desprotegidos y de la que él mismo, Villergas, participa.

3. 2. Los Misterios de Madrid. Miscelánea de costumbres buenas y malas, 1844-45. 100

Es la primera novela de gran extensión de Villergas que peor reputación como novelista le ha acarreado. Narciso Alonso Cortés califica de «inverosímiles creaciones de una pluma sectaria»101 las «odiosas figuras» del Marqués de Calabaza y del jesuita D. Toribio, personajes clave de la novela entorno a los cuales se tejen innumerables y extravagantes peripecias, difíciles de resumir aquí por prolijas y abundantes.

J. Ignacio Ferreras, por su parte, tampoco guarda una buena «impresión» de la obra, sus aportaciones en este sentido son de desaprobación:

«Villergas pasa revista a todos los grupos sociales: aristócratas, clérigos, comerciantes, bandidos, banqueros, etc.; su intención «social», si intenciones de este tipo posee el autor, es la de mostrar al lector una sociedad corrompida por el vicio, la miseria y el afán de lucro.

Villergas no propone, como Ayguals de Izco, ningún plan de concordia social entre las clases poseedoras y las trabajadoras, se limita a subrayar las diferencias sin ninguna moralidad politizadora.»102



Convenimos con Narciso Alonso Cortés en su opinión de que El Marqués de la Calabaza y D. Toribio son creaciones de una «pluma sectaria», puesto que Villergas deliberadamente tiene el propósito de escribir una novela anti-aristocrática y anti-clerical. No compartimos el juicio de Ferreras acerca de la ausencia de «intención social» y de «moralidad politizadora» en la novela de Villergas, porque tendríamos que hacer caso omiso de las declaraciones que el autor, expresamente en favor de esa intencionalidad, hace en el «Epílogo» a Los Misterios de Madrid:

«Si la libertad de imprenta hubiera sufrido menos ataques del poder habría intentado desenvolver mis teorías en política y moral, si no con erudición y destreza al menos con la sinceridad y franqueza que me caracterizan. He tenido por consiguiente que pasar por alto este particular hasta que vengan mejores días, hasta que no sea un delito el emitir un hombre sus doctrinas [...]. Entretanto, he debido circunscribirme, ya que mi pensamiento ha sido siempre el destruir las cosas viejas y los vicios nuevos del tronco social, he debido concretarme, repito, a combatir a la aristocracia y a los aristócratas, a esa nobleza estúpida que se opone a que la igualdad política se cumpla y a que los vínculos de la fraternidad se estrechen cuanto es necesario a fin de que la nación consiga ser al mismo tiempo libre y poderosa.»103



En nuestra opinión, del epílogo de Villergas no cabe más lectura que la literal, en tanto que esa interpretación a pie de letra halla su corroboración en la fabulación de su novela. Villergas en Los Misterios no intenta más que desarrollar sus «teorías políticas y morales» encaminadas a «destruir las cosas viejas y los vicios nuevos del tronco social», con el propósito de conseguir la «igualdad política», la «fraternidad» de las clases sociales «a fin de que la nación consiga ser a un mismo tiempo libre y poderosa».

El esquema del que parte Villergas para conseguir tan elevados fines es muy sencillo: dos clases sociales en perpetuo divorcio, la aristocracia y el pueblo. Las carencias del pueblo son debidas a la intolerancia, privilegios, y falta de escrúpulos sociales de los aristócratas. La denuncia de esta situación es harto repetida en toda la novela, y la forma con que nos la describe no está exenta de maniqueísmo. No obstante, sus objetivos no se detienen en la denuncia de los males que aquejan a los desheredados, y de la inculpación a la aristocracia del «[des]equilibrio social del siglo XIX».104 Su última finalidad es la de exponer cuáles deberían ser las reformas de carácter político, social y económico que paliaran las desigualdades entre las clases sociales. Su proyecto de reedificación social acoge y se expande a toda la sociedad, y deviene así, como él advierte en el epílogo, en un programa, un ideario «político y moral», pero en el que lo moral adquiere tal magnitud que sobrepasa en importancia a los intereses estrictamente políticos.

Esta conciencia de lo moral se traduce en Villergas, en consonancia con los románticos sociales franceses, en un deseo de «guiar a los hombres hacia el bien».105 Los más grandes poetas del romanticismo social francés habían de mostrar el camino y dar ejemplo de ese deseo y para ello, como apunta R. Picard, «expresaron en sus obras una especie de socialismo humanitario, una filosofía social apoyada en las nociones de justicia, de progreso y de libertad».106

«La reforma profunda de la sociedad en nombre de la fraternidad humana y de la justicia», tenía su principal resorte en el «liberalismo que, según su doctrina, debe transcender tanto la sociedad como la literatura, y el mundo moral tanto como el de los intereses materiales».107 Liberalismo y Romanticismo, «deseo de libertad» y «sentimiento del bien», van unidos, son las afirmaciones y exigencias esenciales del romanticismo social francés. Villergas no es ajeno a éstas, y aunque con notable falta de «erudición y destreza», pensamos que deliberadamente intento transmitámoslas. Su proyecto de renovación del orden social, de acuerdo con los postulados del romanticismo social, está ahí, y se dirige a toda la sociedad.

Los parlamentos de Villergas afectan a todos los órdenes de la vida en sociedad: política, economía, cultura, costumbres, conductas, sentimientos, sensibilidad social, etc.; se suceden arbitraria y dilatadamente, ya sea en boca del autor o de los personajes. Los fragmentos testimoniales, que, por razones obvias, sólo podemos citar sucintamente, son muy numerosos, y aunque todos ellos se acogen a la defensa del humanitarismo social pueden ser expresados por el motivo que los define. Así, encontramos abundantes denuncias de la vida de los humildes que conducen a las oportunas reflexiones y exhortaciones a practicar el bien, la conmiseración, la piedad: «La primera obligación en un buen ciudadano considero yo que es socorrer a los necesitados según sus fuerzas...108 El repudio del egoísmo y la proclamación de un amor universal van unidos a afirmaciones o exigencias de cristianismo sincero, considerado como un bien social: «Profesamos la doctrina de que la religión es el principio de la civilización y la más preciosa de las necesidades sociales».109 El sentimiento, la inclinación hacia el bien se manifiesta en el rechazo de la venganza, la confianza en la capacidad del ser humano para redimirse, en definitiva, la fe en la bondad natural del hombre: «El sentimiento de la compasión es innato en el corazón del hombre»;110 «Hay venganzas que sobrepujan al valor de las culpas y penas que hacen disminuir la monstruosidad de los delitos».111

La crítica de los abusos sociales y la denuncia de la miseria de los humildes, se pone en boca de personajes modelos: liberales, «demócratas por instinto», de sentimientos filantrópicos, «despreocupados», a los que «ningún sufrimiento, ninguna miseria es indiferente».112 Pero en su deseo de reforma profunda de la sociedad, Villergas no descuida a los otros», los que por diversas circunstancias no son merecedores de tan nobles cualidades, y cuando se ocupa de ellos, si bien es prioritaria la denuncia de comportamientos erróneos, lo hace destacando su condición de víctimas. De ahí que reconozca la desgracia de los miserables, los marginados, los fuera de la ley, encarezca los sentimientos nobles e ingenuos que poseen y se apreste a combatir o repeler toda una serie de prejuicios y prevenciones sociales que se ciernen sobre todos ellos, sin hacer justicia a la verdadera condición de su existencia.

En este sentido, se pueden citar aquellos motivos que aluden al optimismo, a la fe en una regeneración social de todas las clases sociales, y sus juicios abarcan muchos aspectos relativos a la educación, a las instituciones, y a la sensibilidad social de los individuos. Su moralismo en este plano acoge parlamentos que afectan también al plano económico y al político, en general. Entre las citas que podemos ofrecer se encuentran los motivos sobre el rigor en las convicciones ideológicas, «Cuando las ideas políticas no son hijas de una meditación severa y de una convicción profunda no pueden ser muy duraderas».113 En torno al reparto de la propiedad: «La propiedad bien adquirida es muy digna de respeto, me libraré yo de atacarla; pero mis lectores perdonarán si les digo que la propiedad está mal repartida»;114 «¿Son esos los blasones de un aristócrata, que [...] insulta la miseria, y desprecia a los hombres honrados que ganan de comer honradamente? ¿Y luego, malvados aristócratas, os quejáis de los niveladores?».115 Las desigualdades ante la ley, «mientras el pueblo no conozca sus derechos y sus deberes, la estatua de la justicia sonríe a los poderosos con la espalda vuelta hacia los artesanos y jornaleros».116 Sobre la administración de la justicia en España, las ideas sobre este tema se extienden a la necesidad de reformas en el sistema penitenciario y en los trámites judiciales,117 contra la pena de muerte y a favor de rehabilitar a los reos. Apenas hay capítulo en que este tema, en cualquiera de los motivos anotados, no sea objeto de largas digresiones, en gran medida porque en Los Misterios los delincuentes, malhechores y bandidos son parte importante de las tramas y acciones que se desarrollan en la novela. Todo ello da pie a Villergas a exponer sus ideas sobre el crimen,118 el reo,119 el verdugo,120 el preso político, y por supuesto la condena de la morbosidad del público ante los ajusticiamientos.121

En la crítica de las instituciones sociales se encuentran disertaciones sobre el matrimonio por imposición paterna, en especial en relación a la mujer, y se aborda el problema del divorcio: «¿Son sólo infelices los matrimonios en que los padres han ejercido un pernicioso influjo?. Y puesto que no es así, ¿sería conveniente establecer el divorcio en nuestro país?»122.Y en nombre de la reforma de las costumbres se ataca el duelo,123 el juego,124 las tertulias,125 a los delatores.126 No escasean, por otra parte interesados puntos de vista en tomo a gustos literarios, «Quintana, y Victor Hugo, Dumas, Larra, Sue» son, entre otros de la misma especie, los recomendados, «Moratín y Gil y Zárate» se rechazan.127

El encarecimiento de la «virtud y el saber como únicos bienes humanos no perecederos»128 es la consigna para crear un nuevo estilo de vida. Preconizar la fusión de los grupos sociales es el objetivo final: el hombre no debe medirse por su ascendencia o linaje, «Al hombre debe juzgársele por sus obras y no por su nacimiento».129 Desde este punto de vista, para Villergas, «La aristocracia es un elemento antisocial», y por ello levanta la voz para decir «Aspiramos a la igualdad, a una igualdad racional, equidistante de la anarquía y de la oligarquía».130

El tiempo interior de la narración se sitúa en 1836-37, pero su discurso alcanza y se dirige a la situación política en que se escribe la novela, 1844-45, que posibilita un cuadro social como el descrito en ella, a la vez que desarrolla una entusiasta proclama para el futuro: el propósito de disipar los prejuicios de clase y preconizar la fusión de los grupos sociales. En este cometido «el pueblo» será el gran protagonista, cuyos buenos sentimientos, ajenos al libertinaje y anarquía, con los que comúnmente se le asocia, auguran y refrendan el éxito del destino que le está reservado.

Aun a sabiendas de que podrían añadirse más testimonios sobre la vinculación de Villergas con el romanticismo social, urge resumir el compromiso que nuestro autor mantuvo con aquél en connivencia con su pensamiento político.

Recapitulación.

Villergas era liberal, republicano y demócrata. En nombre del principio de la soberanía nacional, base de la república así como de la democracia, él no podía sustraerse a las reivindicaciones y doctrinas sociales de la novela ideológica131 de los románticos, tal como la entendieron Hugo y Dumas. Sus embates contra la aristocracia y su furibundo anticlericalismo, a la manera de Sue, no hacen sino corroborar la unidad, cohesión y coherencia de sus convicciones ideológicas, en complicidad con el activismo de la novela de tendencia social. En este sentido, el romanticismo social de Villergas se resuelve y configura como una apología de la democracia. Por razones ya suscritas en estas páginas, el ataque a la aristocracia era, en definitiva, un ataque o acometida contra el principio hereditario, y una afirmación de la soberanía nacional; su anticlericalismo una vindicación de la «libertad racional del pensamiento» contra la intolerancia de la «autoridad eclesiástica», el «Fanatismo», el «yugo inquisitorial», la «influencia teocrática».132

En Los Misterios de Madrid todas las disertaciones vienen dictadas por una intención docente y moral que inducen al humanitarismo social. Los excursos narrativos que hay en la novela constituyen una declaración abierta del programa de reforma político social del autor. Villergas tiene como fin, partiendo de su crítica a la aristocracia y al clero, mostrar cual es el desequilibrio social del siglo XIX.

Conclusiones.

Llegados a este punto, y a la vista de las declaraciones de la crítica actual y del propio Villergas en sus obras, suscritas aquí en favor de una literatura de tendencia social y filosófica, creemos que su sátira en verso, cuyo cultivo se desarrolla y sitúa en las mismas fechas de sus comienzos o ensayos en la narración en prosa, constituye una prueba y ejemplo significativo de campaña a favor del «romanticismo bien entendido». Pues si bien su sátira abunda en vejámenes anti-románticos éstos fundamentalmente apuntan a los defectos más tópicos y típicos en que degeneró la escuela en el ocaso de su trayectoria. La manera de reivindicar un romanticismo auténtico era denunciando todo lo que en su opinión se apartaba de él. Las caricaturas, la deformación burlesca ya en verso ya en prosa únicamente podían perseguir este objetivo y fin.

La convicción de que «es imposible desligar literatura de historia social», y de que «la literatura no sólo es cuestión de estética y mucho menos el sentimiento romántico», aserto que Jorge Urrutia133 aplica a Larra y a Espronceda, creemos nosotros que debe hacerse extensible a Villergas. No queremos ni podemos parangonar a Villergas con aquellos epónimos del «romanticismo auténtico»,134 «romanticismo social»,135 «sensu stricto»,136 que fueron Larra y Espronceda, pero sí queremos dejar constancia de que Villergas, sin alcanzar o lograr las fórmulas magistrales con que aquellos llegaron a expresar sus postulados literarios y políticos, debe considerarse como un modesto ejemplo de correligionario del romanticismo militante, tal como lo entendieron en su momento Larra y Espronceda. Y la vía por la que Villergas llega a la convicción de que es imposible desligar literatura de historia social viene dictada por su ideología política, que destaca por su proba adhesión al liberalismo exaltado, el ala radical del progresismo español. La clase social de la que procedía, los antecedentes paternos y la trayectoria de su vida eran suficientes para arrostrarlo por el talante democrático.

Con el análisis del romanticismo social de Villergas hemos intentado mostrar cuáles eran los presupuestos que le impelen a hacer sátira contra el romanticismo aparente, de envoltorio, formulario y tópico. No era éste el romanticismo por el que nuestro poeta podía sentir simpatías, afinidades u otro tipo de afectos. Cabe preguntarse, ahora, si los mismos presupuestos que le conducen a vincularse con el romanticismo social y rechazar el romanticismo de «corteza», a declarar ¡mueran los románticos!, sirven para explicar la desaprobación de los neoclásicos y provoquen ¡mueran los clásicos! Si así fuera, deberíamos buscar en su ataque una denuncia explícita de caducidad ideológica-estética contra la escuela y doctrina neoclásica. No hay necesidad de ir tan lejos. En primer lugar porque Villergas es insensible, indiferente a aquella estética por su falta de formación neoclásica; por otra parte, en su defensa de una literatura del presente, lo más cercano a él era la literatura posterior a 1830, ¿por qué detenerse o interesarse por algo que pertenecía a un pasado de siglo y medio de existencia? Pensamos que Villergas, partidario de un romanticismo social y revolucionario, se mantuvo alerta ante una estética que aspiraba al orden, a defender los preceptos, normas, el buen gusto, tono, decoro, pudor, ideal de belleza, de entretener y halagar racionalmente en nombre de cómo debía ser vista la realidad, y no cómo era ésta realmente.

Su rechazo del neoclasicismo no lo consideramos como un deseo de expresar las contiendas entre clásicos y románticos, sino como un afán implícito de defensa del «romanticismo bien entendido», un ir en contra de todo lo formulario y reglamentado, incompatible con un «romanticismo auténtico y revolucionario». Si la burla, el vejamen anti-romántico y el anticlasicista aparecen juntos es porque en definitiva el falso romanticismo le debía parecer tan gratuito y frívolo como el neoclasicismo, lo cual explica, a la postre: el ¡muera todo!, con que se cierra el anatema contra la literatura de su tiempo.