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El jardín de Venus

Félix María de Samaniego


Edición de Emilio Palacios Fernández


ArribaAbajoNota introductoria

El texto de El jardín de Venus se ha ido configurando con sucesivas ampliaciones que han recogido los nuevos descubrimientos. En esta versión parto de la edición que aparece en Obras completas (Madrid, Fundación J. A. de Castro, 2001, pp. 275-467). Se retiran de ella los poemas titulados "La reconciliación. Parodia de El Siglo de Oro de don Tomás de Iriarte", "El cura de Illescas. Cuento II de Juanilla", "La fregona", que en el presente me parecen de autoría dudosa. Se enriquece, sin embargo, la colección con dos nuevos poemas titulados "El Inquisidor y la supuesta hechicera" y "El abad y el monje", que proceden del manuscrito de varios autores Poesías verdes de la Biblioteca Histórica de Madrid.

Modernizo el texto, el lenguaje y en la puntuación, para obviar la diversa procedencia de las fuentes, tanto manuscritas como impresas. Se mantienen, con todo, los graciosos vulgarismos (bujero, usté, escabuye), ciertos arcaísmos con valor literario (priesa, guardallos). Se señala con un guión el inicio del diálogo (-) y se cambia de verso en la respuesta. Entre comillas bajas («») quedan los rótulos o carteles que se anuncian o lo que los personajes piensan para sus adentros.








ArribaAbajoEl país de afloja y aprieta


Abajo   En lo interior del África buscaba
cierto joven viajero
un buen pueblo en que a todos se hospedaba
sin que diesen dinero;
y con esta noticia que tenía  5
se dejó atrás un día
su equipaje y criado,
y, yendo apresurado,
sediento y caluroso,
llegó a un bosque frondoso  10
de palmas, cuyas sendas mal holladas
sus pasos condujeron
al pie de unas murallas elevadas
donde sus ojos con placer leyeron,
en diversos idiomas esculpido,  15
un rótulo que hacía este sentido:
«Esta es la capital de Siempre-meta,
país de afloja y aprieta,
donde de balde goza y se mantiene
todo el que a sus costumbres se conviene».  20
- ¡He aquí mi tierra!, dijo el viandante
luego que esto leyó, y en el instante
buscó y halló la puerta
de par en par abierta.
Por ella se coló precipitado  25
y viose rodeado,
no de salvajes fieros,
sino de muchos jóvenes en cueros,
con los aquellos tiesos y fornidos,
armados de unos chuzos bien lucidos,  30
los cuales le agarraron
y a su gobernador le presentaron.
Estaba el tal, con un semblante adusto,
como ellos en pelota; era robusto
y en la erección continua que mostraba  35
a todos los demás sobrepujaba.
Luego que en su presencia
estuvo el viajero,
mandó le desnudasen, lo primero,
y que con diligencia  40
le mirasen las partes genitales,
que hallaron de tamaño garrafales.
La verga estaba tiesa y consistente,
pues como había visto tanta gente
con el vigor que da naturaleza,  45
también el pobre enarboló su pieza.
Como el gobernador en tal estado
le halló, díjole: - Joven extranjero,
te encuentro bien armado
y muy en breve espero  50
que aumentarás la población inquieta
de nuestra capital de Siempre-meta;
mas antes sabe que es el heroísmo
de sus hijos valientes
vivir en un perpetuo priapismo,  55
gozando mil mujeres diferentes;
y si cumplir no puedes su costumbre,
vete, o te expones a una pesadumbre.
- ¡Oh!, yo la dejaré desempeñada,
el joven respondió, si me permite  60
que en alguna belleza me ejercite.
Ya veis que está exaltada
mi potencia, y yo quiero
al instante jo...
- ¡Basta! Lo primero,
dijo el gobernador a sus ministros,  65
e apuntará su nombre en los registros
de nuestra población; después, llevadle
donde se bañe; luego, perfumadle;
después, que cene cuanto se le antoje;
y después enviadle quien le afloje.  70
Dijo y obedecieron,
y al joven como nuevo le pusieron:
lavado y perfumado,
bien bebido y cenado,
de modo que en la cama, al acostarse,  75
tan sólo panza arriba pudo echarse.
Así se hallaba, cuando a darle ayuda
una beldad desnuda
llegó, y subió a su lecho;
la cual, para dejarle satisfecho,  80
sin que necesitase estimularlo,
con diez desagües consiguió aflojarlo.
Habiendo así cumplido
las órdenes, se fue y dejó dormido
al joven, que a muy poco despertaron  85
y el almuerzo a la cama le llevaron,
presentándole luego otra hermosura
que le hiciese segunda aflojadura.
Ésta, que halló ya lánguida la parte,
apuró los recursos de su arte  90
con rápidos meneos
para que contentase sus deseos;
y él, ya de media anqueta, ya debajo,
tres veces aflojó, ¡con qué trabajo!
No hallándole más jugo,  95
ella se fue quejosa;
y otra entró de refresco más hermosa,
que, aunque al joven le plugo
por su perfección rara,
no tuvo nada ya que le aflojara.  100
Sentida del desaire,
Ésta empezó a dar gritos, y no al aire,
porque el gobernador entró al momento
y, al ver del joven el aflojamiento,
dijo en tono furioso:  105
- ¡Hola!, que aprieten a ese perezoso.
Al punto tres negrazos de Guinea
vinieron, de estatura gigantea,
y al joven sujetaron,
y uno en pos de otro a fuerza le apretaron  110
por el ojo fruncido,
cuyo virgo dejaron destruido.
Así pues, desfondado,
creyéndole bastante castigado
de su presunción vana,  115
en la misma mañana,
sacándole al camino,
le dejaron llorar su desatino,
sin poderse mover. Allí tirado
le encontró su criado,  120
el cual le preguntó si hallado había
el pueblo en que de balde se comía.
- ¡Ah, sí, y hallarlo fue mi desventura!,
el amo respondió.
- Pues ¿qué aventura,
el mozo replicó, le ha sucedido,  125
que está tan afligido?
En esa buena tierra
no puede ser que así le maltrataran.
- Mil deleites, el amo dijo, encierra
y, aunque estoy desplegado, yo lo fundo  130
en que si como aflojan no apretaran,
mejor país no habría en todo el mundo.




ArribaAbajoLos gozos de los elegidos


ArribaAbajo   Iba un guardia de corps, lector amado,
a más de media noche, apresurado
a su cuartel y, al revolver la esquina
de la calle vecina,
oyó que de una casa ceceaban  5
y que, abriendo la puerta, le llamaban.
Determinó acercarse
porque era voz de femenil persona
la que el lance ocasiona,
y sin dudar, a tiento  10
de uno en otro aposento,
callado y sin candil, dejó guiarse
hasta que, al parecer, llegó la dama
donde estaba la cama
y le dijo: - Desnúdate, bien mío,  15
y acostémonos pronto, que hace frío.
El guardia la obedece
metiéndose en el lecho que le ofrece,
cuyo calor benéfico al momento
le templa el instrumento,  20
y mucho más sintiendo los abrazos
con que en amantes lazos
la dama que le entona,
expresiva y traviesa, le aprisiona.
Entonces, atrevido,  25
intentó la camisa remangarla
y rijoso montarla.
Mas quedó sorprendido
al ver que ella, obstinada, resistía
la amorosa porfía,  30
y que, si la dejaba,
también de su abandono se quejaba,
hasta que al fin salió de confusiones
oyendo de la dama estas razones:
- ¿Cómo te has olvidado  35
del modo con que habemos disfrutado
siempre de los placeres celestiales?
¿Los deleites carnales
pudiera yo gustar inicuamente
cuando mi confesor honestamente  40
sabes que me ha instruido
de cómo gozar debe el elegido
sin que sea pecado?
¡Pues bien que te has holgado
conmigo en ocasiones  45
sin faltar a tan puras instrucciones!
El guardia, deseando le instruyera
en lo que eran delicias celestiales,
dejó que dispusiera
la dama de sus partes naturales;  50
y halló que su pureza consistía
en que el varonil miembro introducía
dentro de su natura
por cierta industriosísima abertura
que, sin que la camisa se levante,  55
daba paso bastante,
como agujero para frailes hecho,
a cualquier recio miembro de provecho.
Con tal púdico modo,
logró meter el guardia el suyo todo,  60
gozando a la mujer más cosquillosa
y a la más santamente lujuriosa.
Mientras los empujones,
ella usaba de raras expresiones,
diciendo: - ¡Ay, gloria pura!,  65
¡oh, celestial ventura!,
¡deleites de mi amor apetecidos!,
¡ay, goces de los fieles elegidos!
El guardia, que la oía
y a su pesar la risa contenía,  70
dijo: - Por fin, señora,
no he malgastado el tiempo, pues ahora
me son ya conocidos
los goces de los fieles elegidos.
Al escuchar la dama estas razones,  75
desconoció la voz que las decía;
mas, como en los postreros apretones
entorpecer la acción no convenía,
exclamó: - ¡Ay, qué vergüenza!, ¡un hombre extraño...
no te pares...! ¿Se ha visto tal engaño...?  80
¡Ángel del paraíso...!, ¡qué placeres...!,
¡ay, métemelo bien, seas quien fueres!




ArribaAbajoLas entradas de tortuga


ArribaAbajo   Estaba una señora desahuciada
de esa fiebre malvada
que, sin ser, según dicen, pestilente,
se lleva al otro lado a mucha gente.
Sus criados y amigos la asistían  5
con celo cuidadoso,
pues por tonto tenían
de la dama al esposo
y, así, de su dolencia
nunca le confiaron la asistencia.  10
Llegole, al parecer, la última hora
a la pobre señora;
trajéronla, muy listos,
agonizantes cristos,
y de la sepultura  15
la eterna llave con la Sacra Untura.
Después que bien la untaron
y a su placer los frailes la gritaron,
a media noche túvola por muerta
el médico, y dispuso  20
dejar del todo abierta
la alcoba de la enferma, según uso,
y que, ya sin cuidados,
se acostaran amigos y criados.
Fuéronse todos a dormir bien pronto;  25
y luego que esto vio el marido tonto,
quedito entró en el cuarto de su esposa,
que nunca más hermosa
le pareció que entonces, porque hacía
un mes que por su mal no la veía.  30
Mirándola los pechos,
que a torno parecían estar hechos,
y el ojal del encanto,
en que pecara un santo,
dijo: - ¿Se ha de comer esto la tierra  35
sin más ni más? ¡Ah, calentura perra!
Llévese entre responsos y rosarios
toda la retención de mis monarios.
Dicho y hecho: de un brinco
montó, enristró, y al golpe, con ahínco  40
quedó, sin que más quepa,
clavada en su terreno aquella cepa.
¡Vive Dios, que producen maravillas
del masculino impulso las cosquillas,
según se prueba en el siguiente caso!  45
Porque, lector, al paso
que el marido empujaba,
su mujer se animaba,
y, cuando sintió el fuego
del prolífico riego,  50
abrió los ojos, medio suspirando,
y abrazó a quien la estaba culeando.
Entonces las culadas prosiguieron
hasta el día; y los dos las suspendieron
porque entraron las gentes  55
de la enferma asistentes
en el cuarto, y, hallándola sentada,
en brazos de su esposo reclinada,
se admiran y, ¡milagro!, repitiendo,
van a llamar al médico corriendo.  60
Éste, luego que vino,
la tomó el pulso y dijo: - Yo no atino
qué es lo que la habrán dado,
que así se ha mejorado.
Y el marido, que en tanto se reía,  65
dijo: - Señor doctor, será obra mía,
porque, así que dejaron a mi esposa
los presentes, entré yo con mi cosa
tiesa, como la tiene el que madruga,
y la di cinco entradas de tortuga.  70
- ¡Bravo!, el médico exclama,
ya comprendo la cura. ¿Y... por qué llama
con tan extraño nombre
la genital operación del hombre?
- ¡Toma!, el tonto replica,  75
es un modo de hablar que significa...
¡zas!... soplarlo de golpe hasta lo hondo,
cual las tortugas... ¡zas!... se van al fondo.
Pero, si está mal hecho...
- No, el médico le dice, has acertado,  80
pues tus entradas son de tal provecho
que a tu pobre mujer vida le han dado.
Así que esto oyó el tonto,
echó a llorar de pronto,
y el doctor, que el motivo no alcanzaba,  85
le preguntó qué pena le apuraba.
- ¡Ay!, respondió afligido,
que el dolor me lo arruga.
¡Si yo hubiera sabido
que las tales entradas de tortuga  90
daban vida de cierto,
nunca mis padres se me hubieran muerto!




ArribaAbajoEl reconocimiento


ArribaAbajo   Una abadesa, en Córdoba, ignoraba
que en su convento introducido estaba
bajo el velo sagrado
un mancebo, de monja disfrazado;
que el tunante dormía,  5
para estar más caliente,
cada noche con monja diferente,
y que ellas lo callaban
porque a todas sus fiestas agradaban,
de modo que era el gallo  10
de aquel santo y purísimo serrallo.
Las cosas más ocultas
mil veces las descubren las resultas
y esto acaeció con las cuitadas monjas,
porque, perdiendo el uso sus esponjas,  15
se fueron opilando
y de humor masculino el vientre hinchando.
Hizo reparo en ello por delante
su confesor, gilito penetrante,
por su grande experiencia en el asunto,  20
y, conociendo al punto
que estaban fecundadas
las esposas a Cristo consagradas,
mandó que a toda priesa
bajase al locutorio la abadesa.  25
Ésta acudió al mandato
por otra vieja monja conducida,
pues la vista perdida
tenía ya del flato;
y al verla, el reverendo,  30
con un tono tremendo,
la dijo: ¿Cómo así tan descuidada,
sor Telesfora, tiene abandonada
su tropa virginal? Pero mal dije,
pues ya ninguna tiene intacto el dije.  35
¿No sabe que, en su daño,
hay obra de varón en su rebaño?
Las novicias, las monjas, las criadas...
¿lo diré?, sí: todas están preñadas.
- ¡Miserere mei, Domine!, responde  40
sor Telesfora. ¿En dónde
estar podemos de parir seguras,
si no bastan clausuras?
Váyase, padre, luego,
que yo hallaré al autor de tan vil juego  45
entre las monjas. Voy a convocarlas
y con mi propio dedo a registrarlas.
El confesor marchose;
subió sor Telesfora, y publicose
al punto en el convento  50
de las monjas el reconocimiento.
Ellas, en tanto, buscan presurosas
al joven, y llorosas
el secreto le cuentan
y el temor que por él experimentan.  55
- ¡Vaya! No hay que encogerse,
él dice. Todo puede componerse,
porque todas estáis de poco tiempo.
Yo me ataré un cordel en la pelleja
que cubre mi caudal cuando está flojo;  60
veréis que me la cojo
detrás, junto las piernas, y la vieja
cegata, estando atado a la cintura,
no puede tropezar con mi armadura.
Se adoptó el expediente,  65
se practicó, y las monjas le llevaron
al coro, donde hallaron
la abadesa impaciente
culpando la tardanza.
En fin, para esta danza  70
en dos filas las puso;
las gafas pone en uso
y, una vela tomando
encendida, las iba remangando.
Una por una, el dedo las metía  75
y después, "no hay engendro", repetía.
El mancebo miraba
lo que sor Telesfora destapaba,
y se le iba estirando
el bulto, y el torzal casi estallando;  80
de modo que, tocándole la suerte
de ser reconocido,
dio un estirón tan fuerte
que el torzal consabido
se rompió y soltó al preso,  85
al tiempo que lo espeso
del bosque la abadesa lo alumbraba;
y así, cuando para esto se bajaba,
en la nariz llevó tal latigazo
que al terrible porrazo  90
la vela, la abadesa y los anteojos
en el suelo quedaron por despojos.
- ¡San Abundio me valga!,
ella exclamó. ¡Ninguna de aquí salga,
pues ya, bien a mi costa,  95
reconozco que hay moros en la costa!
Mientras la levantaron,
al mancebo ocultaron
y en su lugar pusieron
otra monja, la falda remangada,  100
que, siendo preguntada
de con qué a la abadesa el golpe dieron,
la respondió: Habrá sido
con mi abanico, que se me ha caído.
A que la vieja replicó furiosa:  105
- ¡Mentira! ¡En otra cosa
podrán papilla darme,
pero no en el olfato han de engañarme,
que yo le olí muy bien cuando hizo el daño,
y era un dánosle hoy de buen tamaño!  110




ArribaAbajoEl piñón


ArribaAbajo   Compró un turco robusto
dos jóvenes esclavos, que un adusto
argelino vendía.
Los llevó a la mazmorra en que tenía
otros muchos cautivos,  5
y, cerrando la puerta,
detrás de ella a escuchar se quedó alerta
los modos expresivos
con que los más antiguos consolaban
a los recién venidos que allí entraban.  10
Eran un andaluz y un castellano,
y el que hablaba con ellos italiano,
que dijo en voz de tiple, muy doliente,
a los nuevos llegados lo siguiente:
- Compagni aventurati al par che cari,  15
i vostri affani amari
io voglio consolar: nostro padrone
e un turco di bonissima intenzione,
pietoso cogli schiavi che la guerra
riduce al suo servizio;  20
solmente li destina per l'uoffizio
che si costum là, nella mia terra,
strapazzando l'occhio del riposo
col suo membro, che e troppo lungo e grosso.
- Compadre, el andaluz dijo temblando,  25
¿qué me eztá uzté jablando?
¿Conque ha dado eze perro en eza maña
que en Italia ze eztila? ¡Ay, pobrecito
de mí, dezfondacao en tierra extraña!
¡Yo, que tengo un ojito  30
lo mezmo que un piñón! ¿Zerá baztante
pa rezguardarle ezte calzón de ante?
Iba a darle respuesta el italiano,
pero el turco inhumano
gritó entonces: - ¡No haber ante que valga!  35
¡El ojo de piñón al aire salga!
Al punto, cuatro moros,
sin atender las quejas ni los lloros,
afuera le sacaron
y a su señor por fuerza le llevaron.  40
En tanto que él la operación sufría,
el italiano al otro le decía:
- Giovinetto garbato,
anche tu sia al momento preparato
a soffrir del padron membruto e fiero  45
il colpo assalitor dell'occhio nero,
perche di bianca faccia o color bruno
il turco buzzarron non lascia alcuno.
El fuerte castellano con arrojo
la argolla de un cerrojo  50
arrancó de una puerta al oír esto,
y, habiéndosela puesto
de su gran nalgatorio en la angostura,
pudo con tal diablura
guardar el centro y pliegues del contorno,  55
y el ataque esperó con este adorno.
Pasada media hora, allí trajeron
al andaluz lloroso y derrengado,
y al castellano hicieron
ir a dar gusto al turco bien armado.  60
Éste al momento en cuatro pies le pone,
los calzones le baja y se dispone
a profanarle: se unta con aceite,
para obviar el camino del deleite
aquel globo cerdoso,  65
fondo en color de cardenillo oscuro,
y, potente y rijoso,
no quiere dilatar el choque impuro.
Considere el lector, aunque yo callo,
qué magnitud tendría  70
lo que sacó, criado en un serrallo
sin sujeción de bragas ni alcancía,
y después se figure allá en su mente
que esta mole indecente,
enfilando la argolla en la trasera,  75
quedó como ratón en ratonera.
Por sacarlo se agita,
empuja, hace desguinces, y al fin grita
para que en su trabajo
no le guillotinasen por abajo.  80
El castellano, astuto, se endereza,
tirando de la argolla con presteza
porque no se la viesen
los que en favor del turco allí viniesen;
pero esto fue de un modo tan violento,  85
que le quitó el turbante al instrumento.
Quedó por el dolor amortecido
el turco en la estacada,
y el castellano, habiendo conseguido
ver la naturaleza así vengada,  90
mientras al desgorrado socorrían
los moros que acudían,
a la prisión volviose,
en donde a poco tiempo divulgose
su valerosa hazaña.  95
Y el italiano preguntole ansioso:
- Ma dica, ¿che cucagna
l'a salvato del caso periglioso?
Y el andaluz decía:
- ¡Qué piñón tendrá uzté tan duro, hermano,  100
cuando pudo jazer tal jechuría!
A lo que respondiole el castellano:
- Tengo para ese perro,
no un piñón natural, sino de hierro.




ArribaAbajoEl conjuro


ArribaAbajo   De un tremebundo lego acompañado,
fue a exorcizar un padre jubilado
a una joven hermosa y desgraciada
que del maligno estaba atormentada.
Empezó su conjuro  5
y el espíritu impuro,
haciendo resistencia,
agitaba a la joven con violencia
obligándola a tales contorsiones,
que la infeliz mostraba en ocasiones  10
las partes de su cuerpo más secretas:
ya descubría las redondas tetas
de brillante blancura,
ya, alzando la delgada vestidura,
manifestaba un bosque bien poblado  15
de crespo vello en hebras mil rizado,
a cuyo centro daba colorido
un breve ojal, de rosas guarnecido.
El lego, que miraba tal belleza,
sentía novedad grande en su pieza,  20
y el fraile, que lo mismo recelaba,
con los ojos cerrados conjuraba
hasta que al fin, cansado
de haber a la doncella exorcizado
dos horas vanamente,  25
para que sosegase la paciente
y él volviese con fuerzas a su empleo,
al campo salió un rato de paseo,
diciendo al lego hiciera compañía
a la doncella en tanto que él volvía.  30
Fuese, pues, y el donado,
de lujuria inflamado,
apenas quedó solo con la hermosa
cuando, esgrimiendo su terrible cosa,
sin temor de que estaba  35
el diablo en aquel cuerpo que atacaba,
la tendió y por tres veces la introdujo
de sus riñones el ardiente flujo.
Mientras que así se holgaba el lego diestro,
a la casa volviendo su maestro,  40
vio que en la barandilla
de la escalera, puesto en la perilla,
estaba encaramado
el diablo, confundido y asustado,
y díjole riendo:  45
- ¡Hola, parece que saliste huyendo
del cuerpo en que te hallabas mal seguro,
por no sufrir dos veces mi conjuro!
Yo me alegro infinito;
mas, ¿qué esperas aquí? ¡Dilo, maldito!  50
- Espero, dijo el diablo sofocado,
que sepas que tú no me has expulsado
de esa pobre mujer por conjurarme,
sino tu lego que intentó amolarme
con su tercia de dura culebrina,  55
buscándome el ojete en su vagina,
y pensé: ¡Guarda, Pablo!,
propio es de lego motilón ladino
que no respete virgo femenino,
¡pero que deje con el suyo al diablo!  60




ArribaAbajoEl loro y la cotorra


ArribaAbajo   Tenía una doncella muy bonita,
llamada Mariquita,
un viejo consejero
que en ella por entero,
cuando se alborotaba  5
su cansada persona, desaguaba
con tal circunspección y tal paciencia
como si a un pleito diese la sentencia.
Era de este señor el escribiente
un mozuelo entre frailes educado,  10
como ellos suelen ser, rabicaliente,
rollizo y bien armado,
que, cuando el consejero fuera estaba,
a doña Mariquita consolaba.
Sucedió, pues, que un día  15
la consoló en su cuarto, donde había
en jaulas diferentes
un loro camastrón, cuyo despejo
todo lo comprendía por ser viejo,
y una joven cotorra muy parlera,  20
que la conversación de los sirvientes
oyeron, la cual fue de esta manera:
- ¿Te gusta, Mariquita?
- Sí, mucho, mucho; estoy muy contentita.
- ¿Entra bien de este modo?  25
- Sí, mi escribiente... ¡Métemelo todo!
- Pues menéate más..., que estoy perdido.
- Y yo... que viene... ¡ay, Dios...!, ¡que ya ha venido!
Y en efecto, llegaba el consejero
en aquel mismo instante,  30
y apenas su escribiente marrullero
dejó regado el campo de su amante,
cuando, con la ganilla que traía,
al mismo cuarto entró su señoría.
Quitose en él la toga,  35
diose en la parte floja un manoteo,
y a la que su materia desahoga
manifestó su lánguido deseo.
Ella, puesta debajo
de un modo conveniente,  40
se acordó en su trabajo
del natural vigor del escribiente,
y empezó a respingar con tal salero
que por poco desmonta al consejero.
Éste, viendo el peligro que corría,  45
dijo: Basta... ¿Qué hacéis, doña María?
¡Guarde más ceremonia con mi taco,
o por vida del rey que se lo saco!
- De veros, el contento,
replicó la taimada,  50
me hace tener tan fuerte movimiento.
¡Perdón!
- Sí, dijo el viejo; perdonada
estás, si es que te alegra mi llegada.
La cotorra, que aquello estaba oyendo,
dijo entonces, sus alas sacudiendo:  55
- Lorito, contentita
está la Mariquita.
A que respondió el loro prontamente:
- ¡Sí, se lo metió todo el escribiente!




ArribaAbajoEl voto de los benitos


ArribaAbajo   Un convento ejemplar benedictino
a grave aflicción vino
porque en él se soltó con ciega furia
el demonio tenaz de la lujuria,
de modo que en tres pies continuamente  5
estaba aquel rebaño penitente.
Al principio, callando con prudencia,
hacía cada monje la experiencia
de sujetar con mortificaciones
las fuertes tentaciones.  10
No se omitió cilicio,
ayuno, penitencia ni ejercicio,
mas fueron vanas medicinas tales;
que, irritadas las partes genitales,
el demonio carnal más las apura,  15
dando a más penitencia más tiesura.
Supo el caso el abad; quien, aturdido
del feroz priapismo referido,
a capítulo un día
llamó a la bien armada frailería  20
y, después de entonado
el himno acostumbrado,
a cada cual, con humildad profunda,
pidió su parecer, por que se hallase
un medio que cortase  25
en la comunidad tal barahúnda.
Los monjes del convento
poltronamente estaban en su asiento
discutiendo los modos diferentes
de alejar con remedios convenientes  30
el bullidor tumulto
que a cada fraile le abultaba el bulto.
Viendo lo ejecutado vanamente
hasta el caso presente,
los sapientes y místicos varones  35
con santidad y ciencia propusieron
diversas opiniones,
pero en ninguna dieron
que a propósito fuese
para que luego la erección cediese.  40
En esta confusión, con reverencia,
pidió el portero para hablar licencia.
El portero, no importa aquí su nombre,
era un legazo de tan gran renombre
que, después de rascarse aquello a solas,  45
hubo vez de jugar diez carambolas.
- Hable, clamó el abad. Y él, humillado,
dijo: - Dios sea loado,
que a mí, vil gusanillo, ha concedido
lo que a Sus Reverencias no ha querido.  50
Yo un tiempo tentaciones padecía,
mas, por fortuna mía,
hallé un remedio fácil y gustoso
con que al cuerpo y al alma doy reposo.
- ¿Y cuál es?, preguntaron, admirados,  55
a una voz los benitos congregados.
- Padres, dijo el portero,
tengo una lavandera, cuyo esmero,
cuando a traerme viene
ropa con que me mude,  60
tanto cuidado tiene
de limpiarme de manchas exteriores
como de las materias interiores,
y a este fin de tal modo me sacude
que en toda la semana  65
no se alborota más mi tramontana.
Luego que oyó el abad y el consistorio
el medio tan sencillo y tan notorio
de obviar las tentaciones,
decretaron los ínclitos varones  70
que un voto, de común consentimiento,
se añadiese en las reglas del convento,
por el cual no pudiera
fraile alguno vivir sin lavandera.
El abad, con presteza,  75
dejó al punto aquel voto establecido
y a los monjes, alzando la cabeza,
dijo: El Señor, hermanos, nos ha oído,
cuando remedia así nuestras desgracias.
Cantemos, pues: Agimus tibi gratias.  80




ArribaAbajoEl cabo de vela


ArribaAbajo   Salió muy de mañana
a oír misa en la iglesia más cercana
una vieja ochentona
de vista intercadente y voz temblona.
A la del Hospital se dirigía  5
porque junto vivía,
llevando, por no haber amanecido,
de una vela encendido
el cabo en su linterna,
cosa bien útil, aunque no moderna.  10
Dejémosla que siga su camino
y vamos a contar lo que el destino
le tenía guardado. El día antes
los mozos practicantes
del Hospital cortaron con destreza,  15
en la disecación, la enorme pieza
de un soldado difunto
y, para mantenerla en todo el punto
de su hermoso tamaño,
con un cañón de estaño  20
la llenaron de viento;
en seguida el pellejo al instrumento
con un torzal ataron
al corte, y como nuevo le dejaron.
Jugaron luego al mingo  25
con él, y cada cual daba un respingo
cuando se lo tiraban
los unos a los otros que allí estaban,
siendo de tal diablura
objeto su grandísima tiesura.  30
Después que se cansaron,
a la calle arrojaron
de su fiesta el prolífico instrumento.
Y aquí vuelve mi cuento
a buscar a la vieja, que con prisa  35
por la calle pasó para ir a misa.
No precisa el autor de aquesta historia
si tropezó en la tiesa caniloria
o en otra cosa; pero sí nos dice
que la vieja infelice,  40
por ir apresurada,
dio en la calle tan fuerte costalada
que se desolló el cutis de una pierna,
y, por el golpe rota la linterna,
perdió el cabo de vela y se vio a oscuras:  45
¡causa un porrazo muchas desventuras!
La pobre, al fin, se levantó diciendo:
- ¡Ah, Satanás maldito, ya te entiendo;
mas no te bastarán tus tentaciones
para que pierda yo mis devociones!  50
Entre tanto, tentaba
el empedrado, por si el cabo hallaba,
y tal fortuna tuvo
que, al poco tiempo que buscando anduvo,
dio con la erguida pieza del soldado,  55
y al cogerla exclamó: - ¡Dios sea loado!
Como no había allí dónde encenderla,
tuvo en la faltriquera que meterla
y, a la iglesia sus pasos dirigiendo,
llegó cuando la puerta iban abriendo.  60
Oyó misa, y entró en la sacristía
para encender su cabo;
acercole a una luz que en ella ardía,
pero el maldito nabo
dio con la llama tal chisporroteo  65
que apagó aquella vela.
La vieja, al ver frustrado su deseo,
al sacristán apela
para que le encendiese;
él le tomó, ignorando lo que fuese,  70
y le arrimó a la luz de otra bujía;
mas, como chispeaba y nunca ardía,
de la vela a la llama
le examina y exclama:
- ¡Cuerpo de Cristo!, ¡qué feroz pepino!  75
Tómelo, hermana, usté que tendrá tino
para saber lo que con él se hace,
que yo no enciendo velas de esta clase.
Atónita la vieja, entonces mira
con atención al cabo, y más se admira  80
que el sacristán, diciendo:
- En cincuenta y tres años que siguiendo
estuve la carrera
de moza de portal y de tercera,
no vi un cirio tan tieso y tan soplado.  85
¡Quién en sus tiempos se lo hubiera hallado!




ArribaAbajoEl ciego en el sermón



Quam pulchrae sunt mammae tuae,
soror mea, sponsa!


ArribaAbajo   Predicaba un gilito en su convento
y, para comenzar, buscó al intento,
de la Escritura Santa en los lugares,  5
el texto que aquí va de los Cantares,
en latín anotado,
y repitió en romance, acalorado:
- "¡Qué hermosas son tus tetas, oh mi hermana,
oh mi esposa! ¡Mejor hueles que el vino!".  10
Así hablaba a su amante soberana
Salomón, lleno del amor divino.
Luego que expuso el amoroso texto,
escondió bajo el hábito las manos
y siguió su sermón diciendo: Hermanos,  15
¿hasta qué extremo habrá de llegar esto?
Un lego que, calada la capilla,
del púlpito en la angosta escalerilla
sentado al reverendo acompañaba,
el sermón escuchaba,  20
díjole en tono bajo:
- No se tenga las manos ahí debajo,
padre; sáquelas fuera prontamente,
porque quizás sospechará la gente
al ver su acción y oyendo cómo empieza,  25
hasta qué extremo ha de llegar la pieza.
Oyolo el fraile y luego
las manos saca y sigue predicando;
pero, entre tanto, el lego
(o porque el verde texto recordando,  30
sintió el vicio en sus partes exaltarse;
o porque no quería ocioso estarse
mientras se predicaba)
pensó lo mismo hacer que sospechaba
al principio del fraile reverendo,  35
con su negocio el tiempo entreteniendo.
A este fin, colocado en la escalera,
puso el hábito en hueco bien afuera,
las manos ocultando;
y, su cumplido miembro enarbolando,  40
empezó su recreo;
mas, porque no pudiese algún meneo,
de un modo involuntario,
su fuego descubrir extraordinario,
siempre que se encogía o empujaba  45
o algún suspiro el gusto le arrancaba,
ponía su semblante compungido
diciendo: ¡Ay, Dios, y cómo te he ofendido!
Al tiempo que la empresa concluía,
el glutinoso humor que despedía,  50
ardiente como fuego,
en los ojos cayó de un pobre ciego
que escuchaba el sermón allí debajo,
y exclamó: - ¡Jesucristo, y qué gargajo
me has echado, que pega cual jalea!  55
¿No ven que estoy aquí? ¡Maldito sea
y ciego como yo quede del todo
quien sin mirar escupe de ese modo!




ArribaAbajoLas lavativas


ArribaAbajo   Cierta joven soltera,
de quien un oficial era el amante,
pensaba a cada instante
cómo con su galán dormir pudiera,
porque una vieja tía  5
gozar de sus amores la impedía.
Discurrió al fin meter al penitente
en su casa y, fingiendo que la daba
un cólico bilioso de repente,
hizo a la vieja, que cegata estaba,  10
que un colchón separase
y en diferente cama se acostase.
Ella en la suya en tanto
tuvo con su oficial lindo recreo,
dándole al dengue tanto  15
que a media voz, en dulce regodeo,
suspiraba y decía:
- ¡Ay...!, ¡ay...!, ¡cuánto me aprieta esta agonía!
La vieja cuidadosa,
que no estaba durmiendo,  20
los suspiros oyendo,
a su sobrina dijo cariñosa:
- Si tienes convulsiones aflictivas,
niña, yo te echaré unas lavativas.
- No, tía, ella responde, que me asustan.  25
- Pues si son un remedio soberano.
- ¿Y qué, si no me gustan?
- Con todo, te he de echar dos por mi mano.
Dijo, y en un momento levantada,
fue a cargar y a traer la arma vedada.  30
La mozuela, que estaba embebecida
cuando llegó este apuro,
gozando una fortísima embestida,
pensó un medio seguro
para que la función no se dejase  35
si a su galán la tía allí encontrase.
Montó en él ensartada,
tapándole su cuerpo y puesta en popa,
mientras la tía de jeringa armada
llegó a la cama, levantó la ropa  40
por un ladito y, como mejor pudo,
enfiló el ojo del rollizo escudo.
En tanto que empujaba
el caldo con cuidado,
la sobrina gozosa respingaba  45
sobre el cañón de su galán armado,
y la vieja, notando el movimiento,
la dijo: - ¿Ves como te dan contento
las lavativas, y que no te asustan?
¡Apuesto a que te gustan!  50
A lo cual la sobrina respondió:
- ¡Ay!, por un lado sí, por otro no.

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