En 1898
demostró D. Ramón
Menéndez Pidal que el título de la obra del
Arcipreste no podía ser otro que aquel que su autor
expresamente quiso darle: Libro de buen amor1.
Aceptado el título por Jean Ducamin, que lo estampó
en la portada de su edición paleográfica2,
nadie ha discutido después su autenticidad. De hecho, las
estrofas 13, 933 y 1630 excluyen la duda a este propósito.
Juan Ruiz pide a Dios que le ayude a «fazer un libro de buen amor» (13),
confiesa más adelante que «por
desir rasón, buen amor dixe al libro» (933), y, en
fin, al acercarse al término de su obra recomienda a sus
oyentes que no desmientan «su nonbre» y que,
«pues es de buen amor», lo presten «de grado» (1630).
Admitido, por
tanto, el título de Libro de buen amor,
plantéanse inmediatamente dos problemas espinosos: 1.°)
¿Qué significa «buen amor»?; y 2.°)
¿De qué manera o en qué sentido responde la
obra al título que su autor le puso?
Resolver estos
problemas equivale en cierta medida a interpretar el Libro de
buen amor, y no se me oculta que interpretaciones de este
singular cancionero existen en número y calidad que imponen.
Creo, no obstante, que la mayoría de los críticos han
prestado mayor atención al contenido del libro que a la
relación de éste con el título que Juan Ruiz
le escogió. Mi propósito, en cambio, consiste en
hacer ver primeramente los significados de «buen amor»
dentro de la obra y en tratar de averiguar, en segundo
término, cómo ésta responde al nombre que
ostenta.
Sería mi
deseo que estas limitadas reflexiones diesen, al menos, testimonio
de la admiración que hacia la poesía de Juan Ruiz
despertó en mí el querido maestro a quien ellas, con
buen amor, van dedicadas.
Significados de 'buen
amor' en el «Libro de buen amor»
Para examinar
estos significados reproduzco uno por uno, con su comentario
correspondiente, los casos en que tal expresión aparece en
la redacción primera de 1330, y después los que
constan en la segunda redacción, de 1343. Como ésta
es la definitiva, sigo siempre la lectura del manuscrito S, que la
contiene, excepto cuando la diferencia entre ambas redacciones sea
significativa a nuestro propósito. Aduzco entonces la
lectura de G o de T, que contienen la versión primera, junto
con la de S. Cada texto lleva un número romano que
sólo sirve para facilitar más tarde las referencias.
Donde no se consigna G o T, entiéndase que el texto procede
de S conforme a la edición de Ducamin, modernizada
únicamente en la puntuación, acentos,
mayúsculas y minúsculas y en la separación o
unión de sílabas o palabras. Las cursivas son siempre
nuestras.
I. -«Buen
amor» = 'amor de Dios' o 'amor humano':
Tú, Señor, Dios
mío, quel ome crieste,
enforma e ayuda a mí el tu
açipreste,
que pueda fazer vn libro de
buen amor aqueste,
que los cuerpos alegre e a las
almas preste.
(13)
De esta estrofa,
así como de las que la preceden y suceden (11-19), no se
desprende un significado único para el término
«buen amor». No se define el buen amor en este pasaje,
pero se hacen en torno de él algunas consideraciones. En
primer lugar, si el libro que trata de este «buen amor»
pretende alegrar los cuerpos y valer a las almas será porque
ese amor posea tal doble capacidad. Un buen amor que valga a las
almas parece que sólo puede ser el 'amor de Dios', el amor
puro y verdadero de Dios sobre todas las cosas y de todas las cosas
en Dios y por Dios. En cuanto a la alegría de los cuerpos,
no es quizá sino el anverso de la salvación de las
almas que en ellos moran. No se trataría, pues, de
ningún deleite sensual, sino de la honra, felicidad y
consuelo del cuerpo humano como envoltura del alma buena. Berceo
pensaba que sirviendo a la Virgen «onrraremos los cuerpos, las almas
salvaremos» (Milagros, I, 74) y que el hombre
que a Santa María hiciere servicio «mientre que fuere vivo, verá
plazentería / e salvará el alma al postremero
día» (ídem, III, 115). Y en los
Castigos e documentos del Rey Don Sancho leemos: «...Con la gracia de Dios ordené e fice
este libro para mi fijo, e dende para todos aquellos que dél
algund bien quisieren tomar e aprender, a servicio de Dios e de la
gloriosa Virgen Santa María e pro e bien de las almas e
consolación e alegría de los cuerpos»
(B. A.
E., tomo LI, p. 87
b). Sin embargo, esta alegría de los cuerpos podría
ser también la que proporciona el amor terrenal, la
alegría del amador cortés o la del que encuentra su
placer concreto, alegría de la que Américo Castro ha
hablado con aguda y certera comprensión justamente a
propósito del Arcipreste3.
«Buen amor» podría ser, en consecuencia, el amor
de Dios o el amor humano incluso en su aspecto más
corpóreo, ya que en la estrofa inmediata el poeta asegura a
sus oyentes:
non vos diré mentira en
quanto en él yaz,
ca por todo el mundo se vsa e se
faz
(14 cd)
Sería
desmesurado optimismo cristiano admitir que el buen amor de Dios se
practica por todo el mundo. No cabe más que resignarse a ver
en estos dos versos una alusión al amor humano y
común.
Seguidamente Juan
Ruiz compara el contenido de su libro con el buen dinero, con un
saber no feo, con el ajenuz blanco, la blanca harina, el
azúcar negro y blanco, la noble rosa, el saber del gran
doctor, con el buen bebedor que se oculta bajo mala capa. Todo lo
cual no es claro ni queda explícito que aluda al amor de
Dios y únicamente autoriza a considerar ese amor, desde el
punto de vista de su calidad, como 'amor valioso', sea cual sea su
objeto. Los símiles empleados en todo este pasaje y las
adjetivaciones usadas apuntan a una valoración de lo que
yace bajo la superficie.
II. -«Buen
amor» = 'amor de Dios' o 'amor humano':
Sobre la espina está la
noble rosa flor,
en fea letra está saber de
grand dotor;
como so mala capa yaze buen
beuedor
ansí so el mal tabardo
está buen amor.
(18)
El sentido es el
ya dicho de 'amor valioso'. En G se lee «tratado» donde
S dice «tabardo», sustitución que favorece a la
llaneza y pintoresquismo del estilo juglaresco. Bajo el tratado
torpemente compuesto o bajo el tabardo vulgar que ese tratado
metafóricamente es, «está buen amor», se
encierra un saber y una experiencia valiosos del amor, ya sea
divino, ya sea humano.
III. -«Buen
amor» = 'amor de Dios' o 'amor humano':
Ffallarás muchas
garças, non fallarás vn veuo;
rremendar bien non sabe todo
alfayate nuevo;
a trobar con locura non creas que
me muevo,
lo que buen amor dize, con
rrazón te lo prueuo.
(66)
Una vez hecha la
invocación, señalada la intención del libro
que yace bajo su fea sobrehaz y entonados respetuosamente los gozos
de María, el poeta exhorta a la alegría como
necesaria pausa en medio de los cuidados de la vida. Pero para
reír es preciso decir y oír algunas burlas, lo que no
impedirá que el que las oye comprenda la sentencia que late
por debajo de ellas. Que el oyente, ante las burlas, piense
sólo en la manera en que están trovadas y dichas. Y
viene luego el ejemplo de la disputa entre griegos y romanos,
terminado el cual, vuelve Juan Ruiz a advertir que cuanto él
diga ha de entenderse bien, pues toda palabra es bien dicha si bien
se la entiende. Quien entienda su dicho habrá dueña
garrida (afirmación que convendría interpretar hoy
sin olvidar el guiño picaresco con que la
pronunciaría el juglar y teniendo presente la masa callejera
que le escuchaba, ante la cual sonaría como un malicioso
desenfado instantáneo). Pero las burlas que anuncia no deben
tomarse por viles. La manera del libro es sutil y entre mil
trovadores apenas uno se hallaría que supiese el bien y el
mal y acertase a expresarlo todo de una manera a la vez encubierta
y donosa. Muchas garzas hallarás, dice el poeta a su
público, pero no hallarás un huevo (o sea,
podrás ver muchas aves de vistoso plumaje, muchas hermosuras
deslumbrantes, pero no encontrarás detrás de ellas el
huevo puesto, el núcleo de útil verdad que pudiera
dar valor a tales apariencias); no todo sastre nuevo domina el arte
de remendar bien, de unir de modo que parezca labor
inconsútil lo bueno y lo malo, las veras y las burlas. No
creas, pues, que me siento movido a trovar con locura. Locuras
habrá ahí, cierto. Mas, en el fondo, lo que el
«buen amor» dice te lo pruebo en este libro. Y
continúa luego el Arcipreste: la escritura habla a todos en
general; el cuerdo entenderá cordura, el mancebo liviano
entenderá acaso locura, pero guárdese de ella. En
suma: que escoja lo mejor el de buena ventura.
¿A
qué «buen amor» se refiere aquí Juan
Ruiz? ¿Al amor de Dios? ¿Al amor humano presidido por
la cordura? En medio de las burlas que piensa ingerir para soltar
en risa y alegría el ánimo oprimido por las penas, el
poeta se propone probar lo que el buen amor dice, pero nos deja sin
saber qué dice el buen amor.
IV. -«Buen
amor» = 'amor de Dios' o 'amor humano':
Las del buen amor sson
razones encubiertas;
trabaja do fallares las sus
señales çiertas;
ssi la rrazón entiendes o en
el sesso açiertas,
non dirás mal del libro que
agora rrefiertas.
(68)
Los oyentes
podrían rechazar el libro juzgándolo lleno de burlas
y devaneos. El poeta, a través de su juglar, afecta
consciencia de tal posible reparo y se adelanta a captar la
benevolencia del más exigente haciéndole notar que en
el libro hay encerrada una verdad. «Do coydares que miente
dize mayor verdat», añade en la estrofa inmediata.
Ahora bien, esta verdad, útil como toda verdad, podrá
serlo en sentido moral o en sentido práctico humano. Sea
cual sea, es necesario que el oyente module las coplas con su
adecuada puntuación musical. La explicación que
Américo Castro ha dado a las estrofas 68-70 es tan luminosa
que bastará remitir a ella4.
No creo, sin embargo, que haya que extraer esta consecuencia:
«El lector ascético [...] modulará y
matizará de un modo; el sensual, de otro». Lo que el
Arcipreste ha dicho, pocos versos antes, es que «los cuerdos
con buen sesso entendran la cordura» y «los mancebos liuianos guárdense de
locura» (67). De un lado está la liviandad o
sensualidad, pero del otro no está el ascetismo, sino la
cordura. ¿Es que el amor humano no admite también
cordura? Cuando menos, esta estrofa 68 y sus cercanas no nos dicen
nada que permita identificar sin más ese «buen
amor» como un amor enraizado en Dios. El libro sigue sin
definirnos cuál es el objeto de ese amor valioso, de ese
«buen amor».
V. -«Buen
amor» = 'buena voluntad':
De aquestas viejas todas
ésta es la mejor;
rruegal que te non mienta, muestral
buen amor,
que mucha mala bestia vende buen
corredor,
e mucha mala rropa cubre buen
cobertor.
(443)
Don Amor alecciona
al Arcipreste y le recomienda que tome una mensajera leal, razonada
y sutil. Píntale a la mensajera y aconseja al
catecúmeno que la halague a fin de que la vieja no le
engañe. Para ello, pues, dice Don Amor,
«muéstrale buen amor». Hazlo así porque
ella va a ser tu correo y tu encubridora. Y es sabido que un buen
corredor, un corredor hábil, logra vender muchas veces
bestias achacosas y un cobertor cubre a menudo sucias ropas. Que no
sea así. Que te dé buen género y no te esconda
trapos sucios. Para ello, séle grato, afectuoso,
muéstrale «buen amor», voluntad generosa. He
aquí, pues, un significado que no implica relación
alguna con Dios ni con la mujer amada. Más tarde volveremos
sobre esta acepción.
VI. -«Buen
amor» = 'amor humano':
Seruila, non te enojes; seruiendo
el amor creçe,
seruiçio en el bueno non
muere nin pereçe;
sys tarda non se pierde, buen
amor non falleçe,
el gran trabajo sienpre todas las
cosas vençe
(G 611)
...sy se tarda non se pierde, el
amor non falleçe...
(S 611)
En la
versión primitiva aparece «buen amor» donde la
redacción ulterior escribe «el amor». La estrofa
entera es una ampliación del verso 71 del Pamphilus: «Labor improbus omnia
vincit». Esta sentencia aparece condensada en
el verso d, al que los otros sirven de desarrollo anticipado. Se
habla aquí del servicio del «bueno» y de la
infalibilidad del «buen amor». Quizá esta
repetición «bueno» y «buen» fuese el
motivo de la supresión de S. En todo caso, la estrofa nos
revela que donde dice «buen amor» podía muy bien
decirse simplemente «el amor». Se trata aquí del
amor esforzado y perseverante del hombre a la mujer, un amor
provocado evidentemente por la atracción carnal pero que no
necesita ser loco amor. Es un amor que procede por arte y que exige
buenas costumbres y positiva tenacidad. En suma, aquí
«buen amor» sólo puede estar utilizado en
sentido de 'amor humano valioso'.
VII. -«Buen
amor» = 'amor humano':
Tened buena esperança, dexad
vano temor,
amad al buen amigo, quered su
buen amor,
sy mas ya non, fabladle como a
chato pastor,
desilde: ¡Dios vos salue!
dexemos el pauor.
(1452)
«Buen
amigo» y «buen amor» en sentido claramente
profano, humano y aun cupidinoso. Pero la vieja Urraca, que esto
recomienda a Garoza, aunque en lo más callado de su mente
piense en la carne, lo aconseja como un ejercicio bello y sin
peligro, al que la vida da derecho. No abandones la buena esperanza
ni te llenes de vanos temores, dice la vieja a la enclaustrada. Si
no quieres conceder otra cosa al fino amante, háblale al
menos, salúdale siquiera como se saluda a un villano sin
encogerse ante él.
VIII. -«Buen
amor» = 'buena voluntad':
Con el mucho quebranto ffiz aquesta
endecha,
con pesar e tristesa non fué
tan sotil fecha;
emiéndela todo ome e quien
buen amor pecha,
que yerro e mal fecho emienda non
desecha.
(1507)
El Arcipreste,
afligido por la muerte de doña Garoza, no ha atinado a
escribir en su memoria una endecha sutil. Si el yerro y el mal
hecho se refiere a la trova obtusa y apagada que ha brotado de
ánimo tan indispuesto, claro es que sólo podrá
enmendarla quien tenga «buen amor» en el sentido de
'buena voluntad, generosidad' para disculpar los errores y
enmendarlos. Si el yerro se refiriera al amor profesado a una
monja, ese «buen amor» podría significar 'amor
de Dios, amor bien ordenado'. Pero no lo creemos, pues aquel
amorío se había tornado a lo divino y había
terminado limpiamente. Sólo parece admisible, pues, la
acepción de 'buena voluntad', coincidente con la indicada
para el caso V.
IX. -«Buen
amor» = 'amor de Dios' o 'amor humano':
X. -«Buen
amor» = 'buena voluntad':
Pues es de buen amor (IX),
enprestadlo de grado,
non desmintades su nonbre nin dedes
rrefertado,
non le dedes por dineros vendido
nin alquilado,
ca non ha grado nin graçias
nin buen amor (X) conplado.
(1630)
El libro es de
«buen amor» en el sentido religioso o en el sentido
profano o en ambos a la vez. Esto no nos lo explica el poeta en
esta ocasión tampoco. Ahora bien, «de buen amor»
significa lo mismo que «de grado», o sea, 'de buena
voluntad', sin poner precio a aquello que se da, gratuitamente,
generosamente. Esta última acepción, la de X,
funciona en juego con la primera, la de IX.
Pasemos ahora a
examinar los casos en que «buen amor» aparece
nuevamente en la redacción segunda y última del
Libro de buen amor:
XI. -«Buen
amor» = 'amor de Dios':
E desque
está informada e instruyda el alma, que se ha de saluar en
el cuerpo linpio, e pienssa e ama e desea ome el buen amor de
Dios e sus mandamientos.
(pág. 3)
El alma bien
instruida que mora en un cuerpo limpio de pecado ama el amor de
Dios. Y a este amor lo llama el prologuista «buen
amor», enlace donde el adjetivo está redundando,
funcionando como mero ripio.
XII. -«Buen
amor» = 'amor de Dios':
E desque el alma,
con el buen entendimiento e buena voluntad, con buena
rremenbrança, escoge e ama el buen amor, que es el de Dios,
e pónelo en la çela de la memoria por que se acuerde
dello, e trae al cuerpo a fazer buenas obras, por las quales se
salua el ome.
(pág. 4)
Es ésta la
única definición que del buen amor se encuentra en
todo el libro del Arcipreste. Entre los textos XI y XII habla el
prologuista del aborrecimiento que toma el alma al «pecado del amor loco deste mundo» (p.
3). Así, pues, buen amor y loco amor son dos especies de
amor diametralmente opuestas. El primero es el amor de Dios y sus
mandamientos, un amor que pone a Dios sobre todas las cosas y hacia
él tiende a través de las cosas. El segundo es el
amor mundano y pecaminoso, cuyo pecado consiste en colocar los
bienes terrenales por encima de Dios o fuera de él. No
sé que nadie haya discutido el valor de estos pasajes
excepto Félix Lecoy, quien, contra su costumbre de apurar el
estudio del Libro de buen amor hasta los máximos
extremos de la erudición, trató de este asunto con
curiosa ligereza. Dice Lecoy rotundamente: «Jamais dans
l'oeuvre de Juan Ruiz, Buen Amor n'est employé pour
désigner indubitablement l'amour divin, l'amour pur de toute
charnalité; le terme qu'emploie dans ce cas notre
auteur est limpio
amor, qu'il oppose à loco amor, cf. 904 d et
1503 c. Dans un passage de la préface en prose seulement,
p. 3, l. 10,
on trouve le Buen
Amor de Dios; mais l'auteur venait, à la ligne
précédente, d'employer l'expression cuerpo
linpio»5.
No me parece honesto omitir de esta forma nada erudita un pasaje
entero (nuestro caso XII) a fin de apoyar las propias opiniones.
«Buen amor» significa en ambos textos del prefacio
'amor de Dios' y para quedar convencido de ello basta la simple
lectura. Lo único que podría objetarse es que este
prefacio es una añadidura de la segunda redacción y,
por tanto, posterior a la composición del libro entero. Mas
ello no da derecho a considerarlo apócrifo.
Fuera de estos dos
pasajes no existe ningún otro en que el sintagma «buen
amor» aparezca como demostrablemente idéntico con el
'amor de Dios'.
XIII. -«Buen
amor» = 'buena voluntad':
Nunca digas nonbre malo nin de
fealdat,
llamat me buen amor e
faré yo lealtat
ca de buena palabra págase
la vesindat,
el buen desir non cuesta más
que la nesçedat.
(932)
La
significación no puede aquí ser otra que la ya
explicada más arriba de 'afecto, buena voluntad'. En un
estudio reciente Ulrich Leo ha supuesto que la vieja Urraca, que es
quien habla al Arcipreste en estos versos, reclama aquí el
nombre de «Buen Amor» impelida por una especie de
envidia satánica6.
Leo advierte que la expresión significaría
primordialmente «Gottesliebe (bzw. höfische
Liebe)»7
y que la mensajera en esta estrofa aspiraría a recabar para
sí la denominación de tan alto concepto. Ahora bien:
es evidente que la trotera maltratada por el Arcipreste, que
acababa de llamarla «picaça
parladera» (920), sólo pide buenas formas, buenas
palabras, buen decir, buena voluntad. Quiere, en suma, que su
protegido y cliente, por quien tantos trotes ha de darse, la estime
y le guarde reconocimiento y cortesía. Nada más
lógico. Y el Arcipreste se apresura a enumerar los nombres
que no deben aplicarse a la alcahueta si se quiere llegar por ella
a buen puerto. Todo el episodio en que la estrofa se inscribe es
una variación juglaresca sobre el episodio de doña
Endrina y no tiene más finalidad que ésta: la
enumeración divertida de los nombres de la alcahueta y la
consecuencia instructiva de que es preferible callar a decir
palabras feas y nombres ofensivos. Contra estas ofensas verbales,
silencio o «buena fabla»; contra el rencor que desata
esas ofensas, «buen amor».
XIV. -«Buen
amor» = 'amor de Dios o amor humano' y 'buena
voluntad':
Por amor de la vieja e por desir
rasón,
buen amor dixe al libro e
a ella toda saçón;
desque bien la guardé ella
me dió mucho don;
non ay pecado syn pena, nin bien
syn gualardón.
(933)
Esta estrofa, que
viene inmediata a la demanda de Urraca, tiene largo historial
bibliográfico, que es imposible resumir aquí. Baste
decir que dio pie a Adolfo Bonilla para entender el Libro de
buen amor como un Libro de
alcahuetería8
y ha llevado últimamente a Ulrich Leo a proponer la
hipótesis de que el título de la obra significase
Libro de Trotaconventos9.
La opinión de Bonilla carece de lógica y de
sensibilidad y ha sido justamente menospreciada por casi todos los
críticos posteriores. La hipótesis de Leo, sugestiva
pero de argumentación discutible, peca por atribuir a la
mensajera el papel desmesurado de protagonista dentro de una
supuesta epopeya esbozada y nunca concluida. En una reseña
al interesante estudio de Leo, aparecida en Romanische Forschungen (tomo
70, pp. 413-429) manifestamos
nuestras discrepancias respecto de dicha suposición.
Pero otra tesis ha
prosperado y echado raíces por culpa de esta estrofa. Es la
tesis de la hipocresía de Juan Ruiz. Entre sus muchos
defensores destaquemos a Menéndez Pidal y a Lecoy, y
recientemente a Claudio Sánchez-Albornoz en su hinchado
capítulo sobre el Arcipreste de Hita10.
Menéndez
Pidal vio en esta estrofa indicio patente de que Juan Ruiz puso a
su libro el título de Libro de buen amor porque, al
comprobar que no podía ni debía llamar a la vieja
alcahueta con determinados nombres exactos pero injuriosos,
aprendió «que no era conveniente
dar el nombre apropiado a su libro»11.
Bautizolo, pues, con un título que «es, precisamente, todo lo contrario de lo que
debiera ser»12.
Este juicio del gran maestro ha sido sustentado y continuado por
muchos, entre ellos por Lecoy, que ve en las estrofas 932-933
«la clé de
l'énigme»13.
Según el sabio profesor francés, «buen
amor» debe tomarse en su acepción profana, como
equivalente a lo que los poetas líricos llamaban «la douce
ou la fine amour»14,
sólo que el Arcipreste empleó el nombre del amor
cortés para encubrir otra especie de amor: el amor
instintivo que lanza al hombre en persecución de la hembra y
para el que todos los medios son buenos con tal de que lleven a la
meta de la posesión. «Buen amor» sería,
así, una designación eufemística, insincera,
empleada por antífrasis. Esta tesis de la insinceridad del
Arcipreste ha llegado a su colmo en la interpretación de
Sánchez-Albornoz, que, en términos nada escuetos, nos
pinta a Juan Ruiz como un pícaro divertidor que no se
propuso más que entretener a sus oyentes con un tratado
sobre el loco amor, enmascarándolo con una intención
moralizante que no se cumple.
En la estrofa que
nos ocupa hay un quiasmo evidente que no significa más que
lo que dice: 'Por amor de la vieja dije a ella buen amor en todo
momento (la hablé en términos amables y deferentes);
por decir razón y verdad llamé al libro buen amor'.
No hay hipocresía ninguna, a mi ver. Lo único que hay
es ambigüedad: por una parte, no sabemos qué buen amor
es el aludido (¿el de Dios? ¿el amor humano ejercido
como un arte delicado?); por otra parte, ese «buen
amor», aplicado a la sutil medianera, expresa 'buena
voluntad'. No olvidemos que en la Edad Media «amor»
significa también 'gracia, fineza, favor', por ejemplo, en
estos versos del Libro de Apolonio: «Fijo, dixo el maestro, dizes me grant amor, /
Nunca fijo a padre podrie dezir mejor...» (304 ab).
XV. -«Buen
amor» = 'amor humano':
Desque me vy señero e syn
fulana solo
enbié por mi vieja; ella
dixo: «¿ado lo?»
Vino a mí rreyendo, diz:
«Omíllome, don Polo,
fe aquí buen amor
qual buen amiga buscólo».
(1331)
La acepción
es enteramente profana en este caso. Pero el fino amor de
doña Garoza, que Urraca, con intención desde luego no
santa, le tiene buscado al señero Arcipreste -amor que viene
a parar en «limpio amor»- tampoco puede calificarse,
sin más, de «amor loco». Es un amor placentero,
lleno de encantos menudos y cómodos goces, el que Urraca le
ha buscado.
XVI. -«Buen
amor» = 'amor humano':
El que aquí llegare,
¡si Dios le bendiga!
e ¡sil dé Dios
buen amor e plaser de amiga!
que por mí, pecador, vn
pater noster diga;
si dezir non lo quisiere, a muerta
non maldiga.
(S 1578)
...e ¡sy! dé Dios amor
e plaser de su amiga!...
(T 1578)
Es éste un
caso inverso al caso VI. En la versión primera se encuentra
«amor» y en la redacción última se
añade «buen». Como hay quien piensa
todavía que en este epitafio Urraca empareja
sacrílegamente el buen amor de Dios y el amor loco hacia la
hembra, conviene recordar que la lectura de T no tiene nada de
escandalosa: '¡Ojalá el que por esta tumba pasare,
encuentre amor y placer!'. En la lectura de S la
modificación no es significante. El verso sigue diciendo lo
mismo, pues ya hemos visto que «buen amor» en sentido
meramente humano se halla en otros puntos de la obra.
Recapitulando: De
los 16 casos en que «buen amor» aparece en el libro de
Juan Ruiz hay 10 casos de significación determinable y 6 de
significación indeterminada. De los 10 casos de
acepción definida, 2 se refieren al 'amor de Dios' (XI,
XII), 4 al 'amor humano' (VI, VII, XV, XVI) y 4 a la 'buena
voluntad' (V, VIII, X, XIII). De los 6 casos de acepción
indefinida, 5 pueden referirse al 'amor de Dios' o al 'amor humano'
(I, II, III, IV, IX) y 1 se refiere a la 'buena voluntad' y al
'amor de Dios' o al 'amor humano' (XIV). El resultado de este
balance es sencillamente que la expresión «buen
amor» designa objetos de amor heterogéneos y que, en 5
casos al menos, resulta equívoco el objeto de ese
«buen amor». Conclusión, en verdad,
desconcertante.
El desconcierto se
acrecienta al comprobar que la denominación «buen
amor», lejos de ser corriente en nuestra literatura medieval,
resulta en ella bastante rara.
Fue
Menéndez Pidal el primero en preocuparse de buscar
antecedentes a esta expresión, «buen amor», del
Arcipreste de Hita. Y decía el preclaro maestro: «Es
de saber que la lengua antigua usaba como contrapuestas las dos
expresiones de buen amor y loco amor. El primero
es el amor puro, ordenado y verdadero, capaz de inspirar nobles
acciones, como la de la infanta de Navarra, que se arriesga a sacar
al conde Fernán González del castillo en que
yacía preso por amor de ella:
Buen conde, dixo ella, esto face
buen amor
Que tuelle a las dueñas
vergüença e pauor,
E olvidan los paryentes por el
entendedor,
De lo que ellos se pagan
tiénenlo por mejor.
(Poema de Fernán
González, copla 628.)
El amor loco es el amor
desordenado, vano y deshonesto... Y en una nota subjunta explicaba
que «buen amor» significaba además 'paz y
concordia' y «de buen amor» era igual a «de grado»15.
Ya es
extraño que el primer medievalista de España se
limitase a mencionar un solo ejemplo anterior a Hita. A mayor
abundamiento, el ejemplo del Fernán González
carece, a mi entender, de adecuación con lo que «buen
amor» significa o puede significar en el Libro de buen
amor. En primer término, es de advertir que donde el
poema castellano dice «esto faz buen amor» la
Primera Crónica General pone «esto faze fazer el grand
amor»16,
señal probable de una de estas dos cosas: o de que el
prosificador del cantar sintió el adjetivo
«buen» como un mero refuerzo intensificativo
equivalente a «grand», o de que le pareció justo
reemplazar aquel calificativo, de fácil implicación
moral, por otro exento de tal posible implicación. En todo
caso, el prosificador acertó, porque tanto del poema como de
la crónica se desprende que el amor de la infanta es en
principio apasionado y heroico, e inmediatamente después,
sensato e interesado, puesto que se apresura a demandar palabra de
casamiento. Ahora bien, ni el arrebato pasional ni las razones
matrimoniales entran para nada en el «buen amor» del
Arcipreste17.
«Buen
amor» es, a lo que me parece, una expresión rara en la
literatura española medieval. Revisando algunos textos,
sólo he encontrado casos en que aparece la locución
«de (muy) buen amor», que quiere decir 'de buen grado',
'de buena voluntad, de buen talante':
Quequier que tú mandes e
ovieres sabor,
Todo lo fará él
de mui buen amor.
(Berceo, Milagros, XXIV,
798)
Mas si se me aguisare e ploguiere
al Criador,
Entendries que de grado te
faría amor;
Si uender te quisiere aquell tu
senyor
Io te quitaría de muy
buen amor.
(Apolonio, 497)
Espero vuestro consello como del
Saluador,
Aprendré lo que dixierdes
de buen amor.
(Alixandre, 48)
Sy averes quisierdes, grado al
Criador,
Yo vos daré abondo mucho
de buen amor.
(Idem, 1862)
Sy quiere los vasallos, si quiere
el Señor
beurien agua del rrio de muy
buena amor.
(Idem, 2128)
Este último
ejemplo fue mal interpretado por Julio Puyol, que en su
monografía sobre El Arcipreste de Hita (Madrid,
1906) decía a propósito del «buen amor»:
«Sabemos que el concepto y aun las
palabras eran corrientes por entonces»18
y para justificar tal aserto aducía esos versos del
Libro de Alixandre, creyendo por lo visto en la existencia
de un «río de buen amor», cuando es bien claro
que el significado no puede ser sino éste: 'Tanto los
vasallos como el señor, muertos de sed en su fatigosa
campaña por tierras de la India, de buena gana hubiesen
bebido aunque fuese agua de río'. El otro texto que alegaba
Puyol es mucho más interesante, pero no se refiere a las
palabras, sino al concepto. Se trata de un pasaje de los
Castigos e documentos del Rey Don Sancho en que el
monarca, o quien fuese el verdadero autor de este hermoso tratado,
expone la teoría de San Agustín sobre los dos amores:
el amor de Dios o «amor ordenado» y el amor de
sí mismo o «amor desordenado». De esta
confrontación deducía Puyol que «aunque el Arcipreste cita en el proemio a los
profetas y a San Gregorio, y no a San Agustín (...), la
semejanza entre su idea y la de la Ciudad de Dios no puede
estar más manifiesta»19.
Esta
aproximación de Puyol no deja de ser curiosa. Justamente San
Agustín es autor de esta frase: «Recta itaque voluntas est bonus amor et
voluntas perversa malus amor». Y de esta otra:
«Fecerunt itaque
civitates duas amores duo, terrenam scilicet amor sui usque ad
contemptum Dei, caelestem vero amor Dei usque ad contemptum
sui»20.
He aquí las más transparentes precisiones sobre el
buen y el mal amor. Sin embargo, nada nos hace creer que Juan Ruiz
bebiese directamente en este hontanar. De haber sido así,
pensamos que el Arcipreste no hubiese dejado de mencionar en su
prefacio al Santo Doctor que tan nítida separación de
amores le brindaba.
Como quiera que
sea, tampoco en los Castigos e documentos, que tan bella
doctrina sobre el amor recogen, se encuentra la designación
«buen amor», sino la de «amor
ordenado».
Si ahora pasamos a
obras posteriores al libro del Arcipreste, nos deja igualmente
extrañados que el Canciller López de Ayala
únicamente use «buen amor» en el sentido de
'buena avenencia' («En casa do ay paz, concordia e buen
amor», Poesías, 540) o en el de 'buena
voluntad' («E tomanlo en las manos syn ningund buen
amor», Idem, 221; «Pida con buena graçia e
con buen amor. De lo que le dieren sea
gradesçedor», Idem, 691). Pero la extrañeza sube de punto
cuando en el Libro del Arcipreste de Talavera -que
conocía el Libro del de Hita puesto que lo
menciona- no encontramos más ejemplo de «buen
amor» que éste: «El cuytado
a las veses, movido de buen amor e amistad fraternal,
conbida o lieva su amigo a su casa e muéstrale buena cara e
buen senblante» (Parte I, cap. 28). Aunque la clave de esta obra es
el deslinde entre los dos amores, su autor llama al de Dios amor
«puro» o «verdadero» (¡jamás
«buen amor»!) y al otro le aplica los títulos de
«loco», «desordenado»,
«mundano», «terrenal»,
«inhonesto», «vano», «falso»,
etc.
¿Qué
conclusión sacar de todo esto? ¿Acaso es «buen
amor» expresión en sí misma tan rara como para
explicar su ausencia en el sentido de 'amor bien ordenado hacia
Dios o el hombre'? Por el contrario. Nada tan trivial como la
unión de estas palabras «bueno» y
«amor», singularmente en la Edad Media, época en
que los adjetivos bueno y malo acaparan un tanto
por ciento elevadísimo de la sensibilidad calificativa de
poetas y escritores. Pero precisamente en esta abundancia funcional
del adjetivo bueno y en la amplia extensión y
reducida comprehensión de su concepto radica el peligro de
aplicarlo, sin más precisiones, a la idea de amor cuando en
ésta se quiere dar a entender el amor de Dios. Amor
«puro», «ordenado», «verdadero»
no son expresiones ambiguas; «buen amor» sí lo
es, porque el polo de lo bueno confunde en sí
múltiples haces que apuntan a realidades múltiples:
la verdad, la belleza, la rectitud, pero también la dicha,
el placer, la alegría, etc., etc.
Tengo la
impresión de que el Arcipreste de Hita, consciente o
instintivamente, escogió para su libro el título de
Libro de buen amor porque este título
convenía por igual a dos especies de amor valioso que en su
obra se alzan por encima de las burlas, devaneos y desastres de
amor loco que forman el elemento en parte catártico y en
parte cazurro de su a la vez moralizante y juglaresco cancionero:
el amor de Dios y el amor humano que proporciona al hombre, a
través de un arte, la felicidad y la alegría. Este
«buen amor» que da la alegría no es el amor
cortés del mundo caballeresco, a lo menos en sus
manifestaciones extremas de servidumbre a la mujer, distancia,
formulismo, idealización neoplatónica, lealtad hasta
la muerte, adulterio latente, etc.21.
Tampoco es éste el buen amor de Jean de Meun, a pesar de
estos versos, que parecen más cercanos a Juan Ruiz de lo que
en realidad lo están:
No es el
«buen amor» de Juan Ruiz un amor de alta espiritualidad
ni un amor dominado por los señuelos pecaminosos de la carne
o por las leyes universales y genéricas de la carne. Es el
amor hecho de deseo y de recreo, de arte y de mesura. Un amor que
embellece, alegra y felicita al hombre. El enamoramiento
recíproco, sea cual sea su último acto, que
podrá ser limpio o podrá ser loco.
Mas es hora ya de
que pasemos del nombre a la realidad, escondida más bien que
declarada por el nombre.
El «buen
amor» en el pensamiento de Juan Ruiz
Dejemos a un lado
la significación 'buena voluntad' que la expresión
«buen amor» tiene en Juan Ruiz y en tantos autores
medievales. Segreguemos también la acepción de
'concordia' o 'amistad'. Hecho esto, «buen amor»
únicamente puede significar en el libro del Arcipreste dos
cosas: 'amor de Dios' y 'amor humano valioso'. Y, en efecto,
significa ambas cosas. Pero ¿a cuál de los dos amores
dedicó su obra?
En el
prólogo nos da a entender el poeta que escribió su
libro con dos finalidades principales: reducir a toda persona a
memoria buena de bien obrar y dar lección de metrificar,
rimar y trovar. Esta última finalidad técnica no nos
importa aquí. La otra finalidad, moral, admite, como es
sabido, dos clases de lectores, los cuerdos y los no cuerdos. Los
primeros entenderán el bien y escogerán
salvación obrando bien y amando a Dios. Los no cuerdos se
aprovecharán de los ejemplos de amor loco que el autor para
escarmiento narra y encontrarán allí algunas maneras
ingeniosas y solazantes de cultivar el loco amor. Tómese
esto como una salida cínica o, según yo prefiero
considerarlo, como una expresión de condescendencia respecto
a las burlas que por fuerza había de contener una obra
destinada a la recitación y al canto de los juglares ante
una masa popular ávida de divertimientos, lo esencial es que
Juan Ruiz distingue aquí perfectamente entre el amor de Dios
(al que sólo en este prólogo llama «buen
amor» de un modo inequívoco) y el «amor
loco» del mundo. Pero repárese bien en ello:
sólo en este prefacio, naturalmente posterior a la
composición del libro, llama el Arcipreste «buen
amor» al amor de Dios, mientras que en el libro mismo,
según hemos contemplado, idénticas palabras sirven
para nombrar el amor humano en cuatro casos indubitables, y en seis
casos no podemos saber si designa a aquél o a
éste.
Dentro del
Libro de buen amor se pueden señalar los elementos
que responden a la esfera del buen amor de Dios, los que se
inscriben en la órbita del amor loco del mundo y los que
representan un ámbito, no intermedio pero distinto, de
valioso amor humano.
La oración
inicial, el prólogo en prosa, los gozos de Santa
María al comienzo y al fin del Libro, las
acusaciones del Arcipreste contra don Amor con su larga serie de
fábulas y ejemplos que ilustran los efectos nocivos del amor
insano o del amor lascivo y su vinculación con los pecados
capitales, son partes que se encuentran de lleno en la esfera del
buen amor de Dios. Igualmente dentro de ella está la
moraleja de la historia de doña Endrina, el
«ditado» a Santa María del Vado con las
cánticas de la Pasión de Cristo, los avisos sobre la
confesión, las estrofas sobre el miércoles de ceniza,
la conclusión del amorío con doña Garoza, los
denuestos a la muerte, la lección sobre las armas que debe
usar el cristiano, la cántica de escolares, el Ave
María y las cánticas de loores a la Virgen.
El resto del
libro, que es la parte más amplia y artísticamente
mejor lograda de él, queda dentro del campo del amor
profano, ya bajamente «loco» (por ejemplo, la aventura
con la panadera Cruz), ya valiosamente «bueno» (por
ejemplo, muchas de las normas de don Amor y doña Venus, las
alabanzas de la mujer, etc.). Pero conviene advertir dos cosas:
primero, que en los pasajes didáctico-morales la
lección va ilustrada casi siempre con ejemplos y
fábulas de forma recreativa y amena; segundo, que en la
parte poseída por el espíritu del amor profano
sentencias, dichos populares o máximas de conducta vital
siembran de sentido ético y pragmático lo que
superficialmente pudiera estimarse puro entretenimiento.
Sería
interminable demostrar cómo ambos planos, el moral y el
profano, se influyen mutuamente, y no sólo por ese reparto
armónico de los géneros expositivos (lección
moral que termina en fábula, aventura mundana que desemboca
en moraleja), sino en las contradicciones internas de que adolecen
a menudo los textos clasificables en el uno o en el otro plano.
Baste señalar, por ejemplo, cómo don Amor, maestro
del arte amatoria que el galán debe poner en práctica
para llegar a la conquista de la bienamada, después de
aconsejar al doctrino que haga a la dueña perder la
vergüenza, añade como si fuese un moralista por el
estilo del sermoneante Arcipreste de Talavera:
Talente de mugeres quién le
podría entender,
sus malas maestrías
e su mucho mal saber,
quando son ençendidas e
mal quieren fazer,
alma e cuerpo e fama todo lo
dexan perder.
(469)
¿Pues no se
trataba de eso: de que perdiese la dueña pretendida su
vergüenza y se diese en cuerpo y alma al pretendiente?
En sentido
similar, pero inverso, el Arcipreste exalta el amor puro y limpio
de las religiosas centrado en la oración y en la caridad,
pero no porque las monjas que han hecho voto de sólo amar a
Dios sean intangibles para el enamorado respetuoso, sino porque en
el amor de acá abajo las prometidas del Señor se
muestran remisas y nada expeditas:
Para tales amores son las
rreligiosas,
para rrogar a Dios con obras
piadosas,
que para amor del mundo mucho
son peligrosas
e son las escuseras peresosas,
mentirosas.
(1505)
¿Qué
decir de estos contrastes de apariencia cínica? Ha habido y
hay quienes creen que Juan Ruiz, hipócritamente, encubre
bajo propósitos morales una obra dedicada a exaltar el loco
amor del mundo, sensual y deshonesto: así, Puymaigre, Tacke
y últimamente Sánchez-Albornoz23.
Otros, como Amador de los Ríos, Cejador y más
mitigadamente María Rosa Lida24,
piensan que es la intención moral sincera la que se disfraza
de burlas y vanidades de amor mundano con una finalidad
satírica o ejemplarizante. En fin, hay también quien
opina que el espíritu medieval toleraba el amor loco
englobado bajo el amor de Dios, sin los rígidos muros
separadores que hoy solemos levantar nosotros entre ambas especies
(Spitzer)25;
hay quien cree que la convivencia pacífica entre erotismo y
religión constituye un caso de peculiaridad
cristiano-islámica (Castro)26;
y hay quien defiende que una y otra esfera mantienen en el fondo
una tensión inconciliable (Kellermann)27.
En apoyo de la
tesis de Spitzer podría alegarse que, en efecto, las
enseñanzas de Ovidio no estaban reñidas en la Edad
Media con doctrinas de ética y urbanidad altamente
espirituales, si bien es claro que el arte de Nasón tanto
puede representar una técnica de buen amor humano como un
ejemplario de lascivas maneras28.
Américo Castro ha valorado con tal penetración y
simpatía el Libro de buen amor, que
resultaría un poco ingenuo reprocharle el que tal vez en sus
parangones con fuentes islámicas se haya dejado arrastrar
por excesivas sutilezas. El Libro del Arcipreste espira
arabidad, aunque no siempre pueda formularse en qué
consiste. Por lo que hace a las tesis de la hipocresía
(positiva o negativa) y de la tensión inconciliable,
resultan unilaterales e insuficientes.
Admitiendo las
«creencias» de época puestas de realce por
Spitzer, las emanaciones ancestrales y ambientales discernidas por
Castro y la contradicción individual y general humana
indicada por Lecoy29,
el pensamiento de Juan Ruiz, en lo que concierne al amor, puede
explicarse por dos razones capitales: profesional y personal.
Clérigo,
Juan Ruiz poseía una fe católica de cuya sinceridad
es imposible dudar. Poeta juglaresco, su arte literario
había de buscar primordialmente el recreo del pueblo, de un
vulgo de aldeas y ciudades más ansioso de reír que de
aprender o, en todo caso, de aprender algo, riendo lo más
posible. Nada cabe añadir a las admirables páginas
que Menéndez Pidal consagró a la juglaría del
Arcipreste30,
mas por desgracia no todos los críticos del Libro de
buen amor las tienen presentes en la medida necesaria. Ahora
bien: un hombre apenas es algo si no se le ve determinado por su
quehacer cotidiano, sea elegido o impuesto. El quehacer cotidiano
de Juan Ruiz estaba marcado por su profesión de
clérigo y por su poética dedicación al
servicio de un público callejero. Ambos menesteres llegan a
un punto de confluencia «sui
generis» en la mentalidad del
«goliardo», tipo al que Hita responde en gran parte,
como demostró Menéndez Pidal31.
Pero, por debajo
de estos quehaceres debidos o queridos, Juan Ruiz -así nos
lo prueba el título y el contenido de su libro- fue sin duda
un hombre preocupado por el amor y experto en observar lo bueno y
lo malo de él. Su profesión le dictaba el amor
ordenado hacia Dios. Su ejercicio de poeta para el vulgo le
impelía muchas veces a deleitar a éste con la pintura
viva del amor desordenado, y así, lo que en su
«librete» puede parecer burlesco, lascivo y aun
lindante con lo grosero, debe entenderse casi siempre como pensado,
recitado, cantado y fantaseado ante la masa y para la masa.
Comparando el amor loco del libro del Arcipreste con algunos
fabliaux, con ciertas comedias latinas, como, por ejemplo,
De nuncio sagaci, De
tribus puellis o De vetula32,
y con tantos poemas libidinosos de los Carmina Burana33,
el lector imparcial llegará a la conclusión de que
Juan Ruiz observa más mesura que desenfreno y nunca pierde
de vista en sus historietas eróticas las fronteras que
separan el arte de la pornografía.
El amor, pues,
hubo de preocupar hondamente al Arcipreste, clérigo de
profesión, poeta ajuglarado de vocación, hombre del
siglo XIV y testigo español de sutiles penetraciones
islámicas. Pero en Ovidio (si lo conoció
directamente), en el Pamphilus (que conoció e incorporó a
su obra) y, ante todo, en la vida misma, en su propia vida, Juan
Ruiz hubo de poseer la consciencia y la experiencia de otro amor,
no hundido en el subsuelo del pecado, no levantado al trascielo de
la bienaventuranza, no uncido al yugo de la pasión
desasosegada ni revolcado en el cieno del deleite bestial: la
consciencia y la experiencia de un amor humano fuente de juventud y
de alegría.
Este «buen
amor» no equidista del buen amor de Dios y el loco amor del
mundo. Está sensiblemente vencido de la parte del amor loco,
pero ni va ciego tras la posesión corporal, ni enfila
horizontes de tragedia (como los amores de Calisto y Melibea), ni
tiende por sí mismo a cumplir con la ley del matrimonio, sea
por obediencia a la Iglesia, sea por sujeción al precepto de
la multiplicación de la especie. Su orgullo estriba en la
práctica de un arte delicado, pero no esotérico. Su
satisfacción consiste en la presencia, en la
compañía. Es un amor de vista, de parlares, de
trebejos, de habla de lengua y habla de manos, de abrazos y besos.
Intentemos describir en parte la naturaleza de este amor dejando la
palabra al poeta:
Sabe Dios que aquesta dueña
e quantas yo vy,
sienpre quise guardalas e sienpre
las seruí.
(107 ab)
de dueña mesurada sienpre
bien escreuí.
(107 d)
Ca en muger loçana, fermosa
e cortés,
todo bien del mundo e todo plazer
es.
(108 cd)
Ssy Dios, quando formó el
ome, entendiera
que era mala cosa la muger, non la
diera
al ome por conpañera...
(109 abc)
Por santo nin santa que seya, non
sé quien
non cobdicie conpaña, sy
solo se mantién.
(110 cd)
Pero avnque ome non goste la pera
del peral,
en estar a la sonbra es plazer
comunal.
(154 cd)
Muchas noblezas ha en el que a las
dueñas sirue:
loçano, fablador, en ser
franco se abiue;
en seruir a las dueñas el
bueno non se esquiue,
que si mucho trabaja, en mucho
plazer biue.
El amor faz sotil al ome que es
rrudo,
ffázele fabrar fermoso al
que antes es mudo,
al ome que es couarde fázelo
muy atrevudo,
al perezoso faze ser presto e
agudo.
Al mançebo mantiene mucho en
mançebez... Etc.
(155-157)
E porque es constunbre de mancebos
vsada
querer sienpre tener alguna
enamorada
por aver solaz bueno del amor con
amada,
tomé amiga nueva...
(167)
Viene más
adelante la pelea con don Amor. Todos los denuestos del Arcipreste
se dirigen visiblemente al amor como pasión infortunada
(«insanus amor») o como
vicio de la carne («lascivus
amor»). A estas inculpaciones contra el amor
loco responde «vn ome grande, fermoso,
mesurado» (181 c), el propio don Amor, y de sus labios
dimana todo un cuerpo de doctrina sobre el arte de amar a la mujer
cuerdamente. Los «castigos» de don Amor son en
síntesis: escoge la mujer que te sea adecuada, busca una
mensajera leal que sirva de enlace entre ella y tú, agasaja
a tu adorada, sírvela con perseverancia, sé
agradecido, diligente, tañe y canta para ella, no bebas en
exceso, háblale con apostura, sé mesurado, no juegues
ni seas pendenciero, maledicente, celoso o fanfarrón, ten
sosiego y cordura, no te entristezcas ni aíres, guarda el
secreto. En esta lección ovidiana34
está clara, desde luego, la última intención
carnal de la posesión, pero ¿cómo tachar de
«loco» un amor que aconseja, entre tan buenas
costumbres, la virtud axial de la mesura? Como arte de
conquistar a la mujer amada, este amor de don Amor es buen
amor. Fuera de la bondad práctica, su bondad
ética dependerá de la persona a que se aplique y de
la solución final que la aventura tenga.
Y la aventura que
sirve como ejemplo de la bondad del amor teóricamente
descrito por el dios de igual nombre no es otra que la de don
Melón y doña Endrina. La persona amada es aquí
una viuda, mientras en el Pamphilus, su modelo, era una doncella. La
viudedad de doña Endrina es una atenuante35.
En cuanto a la solución matrimonial (que, ésta
sí, estaba ya en el modelo), no puede ser más
conforme a la rectitud moral. No quiero decir con esto que Juan
Ruiz estimase la historia de doña Endrina como un ejemplo de
«buen amor» situable dentro de la esfera del 'buen amor
de Dios'. Él mismo se apresura a advertir a las
dueñas que le escuchan «guardatvos de amor loco»
(904 b). Pero sí creo que tanto la lección de don
Amor como la inclinación que mueve a encontrarse a don
Melón y a doña Endrina fueron valoradas por el
Arcipreste como doctrina y como ejemplo, respectivamente, de un
fino, alegre y buen amor humano. Y así como en el
discurso del dios la mesura es el concepto cardinal, en el
caso imitado del Pamphilus la cualidad del amor que más
realce cobra es la de la alegría, a la que el poeta
prestó intensidades originales como se puede apreciar por
estos cotejos:
Pamph., 100 y 107:
Siue potes
pulchris pascere pasee iocis
Excitat et nutrit
facundia dulcis amorem.
LBA, 625:
Sy vieres que ay lugar, dile
juguetes fermosos,
palabras afeytadas con gestos
amorosos;
con palabras muy dulçes, con
desires sabrosos
creçen mucho amores e son
desseosos.
Pamph.,101:
Gaudia semper amat
et ludicra verba iuventus.
LBA,
626:
Quiere la mancebya mucho plaser
consigo,
quiere la muger al ome alegre por
amigo,
al sañudo e al torpe non lo
preçian vn figo,
tristesa e rensilla paren mal
enemigo.
Pamph.,
104:
Est cum leticia
pulcrior omnis homo.
LBA, 627
ab:
El alegría al ome
fázelo apuesto e fermoso,
más sotil e más
ardit, más franco e más donoso...
Y, sin
correspondencia ninguna con el Pamphilus, esta estrofa maravillosa y
transparente:
Pero que ome non coma nin
comiença la mançana,
es la color e la vista
alegría palançiana;
es la fabla e la vista de la
dueña tan loçana
al ome conorte grande e
plasentería bien sana.
(678)
Este amor visivo y
locuaz, fuente de alegría palaciana, que sólo admite
servidores alegres, es el mismo que salen a recibir hombres, aves y
flores en el «día... muy ssanto
de la pascua mayor» (1225 a), y de este amor dice el
Arcipreste:
dexóme con cuydado, pero con
allegría,
este mi Señor sienpre tal
constunbre avía.
(1313 cd)
Syenpre, do quier que sea, pone
mucho coydado,
con él muy grand plazer al
su enamorado;
syenpre quiere alegría,
plaser e ser pagado,
de triste e de sañudo non
quiere ser ospedado.
(1314)
En nombre de este
amor dice Urraca a una devota dueña que «más val buen amigo que mal marido
velado» (1327 b) e insta luego a doña Garoza a que
pierda temores y ame «al buen amigo» y quiera «su buen amor» (1452 b). Este amor es
el que hace que la figura del Arcipreste compendie, en la
interesada mente de la medianera, cualidades tan positivas: ligero,
valiente, joven, conocedor de instrumentos y juglarías,
doñeador alegre (1489). Movida de este amor exige la
vacilante Garoza que, si el galán insiste, venga a hablarle
«buena fabla» ante «buenas
conpañas» (1493). Por este amor, en fin, de la
«buena fabla» viene «la
buena çima» (1498), y el Arcipreste idealiza cada
vez más su deseo y pasa del apetito pecaminoso de la blanca
rosa envuelta en hábitos y oscuros velos al «lynpio amor» (1503) en que ella y
él acabarían deleitándose en Dios.
«Pesar e tristeza el engenio enbota»
(1518). Por eso, cuando el varón se siente entristecido,
busca, para olvidar cuitas y pesadumbres, un nuevo amor. «Por
lo perdido non estés mano en mexilla» dice una
fablilla gustosa a Juan Ruiz (179). Y otro «prouerbio non
mintroso» enseña que «más val rrato acuçioso que
día peresoso» (580). Es preferible declarar
nuestro amor en palabra atrevida y en contemplación turbada
que resignarnos a rumiar largo tiempo la amargura de la
irresolución tímida y cobarde.
La
exaltación de este amor-alegría culmina en algunas
estrofas de la invectiva contra la muerte:
Tyras toda vergüença,
desfeas fermosura,
desadonas la graçia,
denuestas la mesura,
enflaquesçes la
fuerça, enloquesçes cordura,
lo dulçe fases fiel con tu
mucha amargura.
Despreçias
loçanía, el oro escureçes,
desfases la fechura, alegría
entristeses,
mansillas la lynpiesa,
cortesía envileçes;
muerte, matas la vida, al mundo
aborresçes.
(S 1548-1549)
........................... el amor
aborreçes,
(T 1549 d)
¿Qué
tiene que ver este amor hermoso, agraciado, mesurado, fuerte,
cuerdo, alegre, dulce, limpio y cortés con el «loco
amor» de los grandes errores o de las burlas livianas, con la
pleitesía o pleito de Cruz Cruzada, o con las
«luchas» y los «baratos» del caminante y
las serranas? Uno y otro amor coinciden en su finalidad: el placer.
Pero en el primero el placer es de alma y cuerpo; en el amor loco
no hay otro placer que el de la carne. El primero, pese a su
encantamiento terrenal, es compatible con el amor de Dios si su
objeto o su solución última son buenos. El amor loco,
por nacer de un instinto cegador o de una pasión
desordenada, es inconciliable con el amor de Dios.
A este buen amor
humano basado en la mesura y la alegría y al buen amor de
Dios ordenado por la fe se refiere, en doble alusión de
efecto equívoco, el título del Libro del
Arcipreste. Pero el contenido de la obra responde bien al nombre
que lleva. Juan Ruiz quiso exaltar el buen amor humano en medio de
las tentaciones del loco amor del mundo. Tanto las limitaciones y
peligros de este buen amor humano como los desórdenes y
daños de ese loco amor mundanal sirven a la
recordación constante de aquel buen amor de Dios, que Juan
Ruiz se creyó obligado a definir explícitamente como
«buen amor» en las páginas tardías de su
prólogo, después de haber llamado con las mismas
palabras a otro amor menos sublime. El título, por la
equivocidad de la expresión «buen amor», rara en
nuestra literatura medieval, es ambivalente: designa dos amores
distintos que coinciden en ser, uno y otro, buenos, valiosos. La
finalidad del Libro no es exclusivamente moralizar a costa
del loco amor, ni mucho menos cantar los placeres de éste
escudándose bajo un título hipócrita. El
Libro del Arcipreste consigue hacernos ver el buen amor
divino y el buen amor humano apareciendo entre los
descarríos del amor loco y en un conjunto, portentosamente
original y vulgar a la vez, de amenas «fablas» y
«versos extraños».