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Tiempo, apariencia y parodia: el diálogo barroco y transgresor de Sor Juana167



- I -

Con los cambios que se producen en el paso del Renacimiento al Barroco, el hombre, aun cuando sigue creyendo en Dios, subraya su carácter autónomo. No se trata ya -las conmociones sociales, políticas y económicas no se lo permiten- de ocupar a la mente en elaborar medios altruistas de bienestar común; la preocupación por conocerse a sí mismo para poder sobrevivir, en una comunidad en crisis viene a reemplazar la importancia que le daban a la sociedad los hombres que vivieron en mejores días. «Comience por sí mismo el Discreto a saber sabiéndose» cita Maravall (1973, 4) de El Discreto de Gracián; y este «saber sabiéndose», este conocerse a sí mismo, implica la necesidad de una opción, constante que lo lleva a una movilidad continua.

El hombre del Barroco, continua diciéndonos Maravall, es un fieri, un hacerse, y no un factum, una cosa hecha; para él «toda realidad posee esa condición de no estar hecha, de no haberse acabado» (1975, 345), la libertad de opción es casi el único modo que tiene de ejercer su libertad interna. De ahí podemos explicarnos su propensión hacia lo inacabado, lo bifurcado, lo que lo pone ante un dilema a resolver, lo difícil168   —180→   como lo es decidirse por un camino abandonando los otros. Este ejercicio constante en la elección es lo que más contribuye a su tan admirada agilidad intelectual; le importa sobremanera aprovechar al máximo la experiencia para atender a sí propio y lograr su ubicación particular en una sociedad conflictiva de Homo homini lupus. Es para él vital, por tanto, estar pendiente de lo que sucede a su alrededor; le conviene asombrar a los demás -como lo hace el estado por medio de las fiestas y entradas triunfales- porque éste será un modo de darse seguridad a sí mismo a través del dominio de los otros. Recordemos el vasto significado de la palabra gracianesca clave «atento», la cual reviste otra forma del ser discreto ya que no importa el mero vivir sino el modo de vivir. Así nos lo dice Sor Juana, segura lectora de Gracián, en los siguientes versos:



No en lo diuturno del tiempo
   la larga vida consiste;
[...]

Quien vive. por vivir sólo,
   sin buscar más altos fines,
   de lo viviente se precia,
    de lo racional se exime,

y aun de la vida no goza,
    pues si bien llega a advertirse,
   el que vive lo que sabe
   sólo sabe lo que vive.
[...]

Tres tiempos vive el que atento,
    cuerdo, lo presente rige,
    lo pretérito contempla
   y lo futuro predice169.


  —181→  

El concepto inserto en la palabra «atento» nos lleva a la importancia que la época le daba, como resultado de esa preocupación que se vuelca sobre uno mismo, a las múltiples visiones singularizadoras del ser humano junto a la aceptación de un abanico de posibilidades que representan diferentes puntos de vista y que se consideran todas válidas aun cuando sean contradictorias; es aquello que dice Gracián: «El ojo tiñe al mirar». Y es como el título de una comedia de Calderón: En esta vida todo es verdad y todo es mentira que menciona la Fénix Americana al final de una de sus loas como anuncio a su inmediata representación (IC, 200). Veamos otros versos de Sor Juana como ejemplo:



Todo el mundo es opiniones
   de pareceres tan varios
   que lo que uno que es negro,
   el otro prueba que es blanco.
[...]

Los dos filósofos griegos
   bien esta verdad probaron:
   pues lo que en el uno risa,
    causaba en el otro llanto.
[...]

Para todo se halla prueba
   y razón en qué fundarlo;
    y no hay razón para nada,
    de haber razón para tanto


(Noguer, 347-48)                


Del mundo de la realidad objetiva del Renacimiento que utilizaba la experiencia para establecer leyes generales se pasa, en el Barroco, a la realidad subjetiva que trata de emitir postulados de interés general en los cuales se enfatiza la particularidad de la propia experiencia aunque ésta no sea del todo fiable; dice la monta mexicana en la Respuesta: «vivo siempre tan desconfiada de mí que ni en esto ni en otra cosa me fío de mi juicio» (Noguer, 791) de que hablamos la encontramos en un interesante y desgarrador soneto suyo sobre la esperanza en el que, aun tratándose de una virtud teologal, nos da una visión contraria a la que se esperaría   —182→   de una mujer atada a una orden religiosa170. Esto se explica por el carácter barroco de la poesía de la monja que, al igual que muchos de sus contemporáneos incluyendo a Calderón, nos ofrece consejos de carácter práctico aun cuando para ello revistan el de negación ascética. Véase este otro soneto también sobre la esperanza:



Verde embeleso de la vida humana,
    loca esperanza, frenesí dorado,
    sueño de los despiertos intrincado,
    como de sueños, de tesoros vana;

alma del mundo, senectud lozana,
   decrépito verdor imaginado;
    el hoy de los dichosos esperado
    y de los desdichados el mañana:

sigan tu sombra en busca de tu día
   los que, con verdes vidrios por anteojos,
    todo lo ven pintado a su deseo;

   que yo, más cuerda en la fortuna mía,
tengo en entrambas manos ambos ojos
y solamente lo que toco veo


(Noguer, 630)                


Repárese que Sor Juana nos da en este soneto la visión de aquellos tontos que se imaginan cosas y que «todo lo ven pintado a su deseo», para entonces individualizar la visión suya «más cuerda» sobre la «loca esperanza». Nos presenta este soneto, además, la utilización de dos sentidos, el de la vista y el del tacto, como modo de darse más seguridad ante el carácter aparencial de las cosas que prevalecía en el Barroco, según comentaremos más adelante.

De lo dicho hasta aquí podemos sacar en consecuencia uno de los rasgos más relevantes que menciona Maravall con respecto a la época que tratamos: su carácter dinámico, proteico su mutabilidad. Este último rasgo mencionado, el que todo lo muda, nos lleva al de la transitoriedad y al de lo pasajero o inconstante, es decir, a todo aquello que nos trae a la mente el paso del tiempo. En la incapacidad por detenerlo, el hombre barroco, agudizando su fascinación por los mecanismos al inventar el reloj, llegó a ser capaz de medirlo, lo cual ya   —183→   significaba un modo de dominarlo y, así, de igualarse al sol, a Dios. Veamos lo que dice la musa, del reloj, en una décima de una composición de homenaje que envió a «persona de autoridad», según nos informa el epígrafe que la precede:


Raro es del arte portento
   en que su poder más luce,
    que a breve espacio reduce
    el celestial movimiento,
   e imitando al sol, atento
   mide su veloz carrera,
   con que, si se considera,
    pudiera mi obligación
    remitirte mayor don,
   mas no de mejor esfera


(IC, 251)                


La realidad barroca es difícil de aprehender: se desvanece, se complica, es un hacerse, es un proceso que recorre distintos aspectos sucesivos de la mutabilidad en el transcurrir del tiempo. Así sucede con el conocido soneto de la monja que dice:



Este, que ves, engaño colorido,
   que del arte ostentando los primores,
   con falsos silogismos de colores
    es cauteloso engaño del sentido;

éste, en quien la lisonja ha pretendido
   excusar de los años los horrores,
    y venciendo del tiempo los rigores,
    triunfar de la vejez y del olvido:

es un vano artificio del cuidado,
   es una flor al viento delicada,
   es un resguardo inútil para el hado,

es una necia diligencia errada,
    es un afán caduco y, bien mirado,
    es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.


(IC, 90)                


La realidad ha dejado de ser unidimensional para convertirse en un mundo engañoso que debemos desentrañar a través de nuestra interpretación individual. Esto lo vemos también en los sonetos dedicados a la rosa (Noguer, 627-28, 633) ya que la   —184→   «Señora doña Rosa» es «amago de la humana arquitectura» que con sus «afeites de carmín y grana» es, como la persona del retrato, sólo apariencia ya que le espera una muerte cercana; para lo que sí sirve es para enseñanza nuestra, para «magisterio purpúreo».

En cuanto al soneto del retrato, éste, como la rosa, nos da una visión singular y concreta de una serie de aspectos inestables y sucesivos; la imagen que en el retrato vemos es, pues, sólo apariencia. Esta idea aparencial está reforzada p or el uso doble de la palabra «engaño» y los «falsos silogismos de colores»; el retrato es «engaño colorido», «cauteloso engaño del sentido», porque la persona retratada tejó de ser la figura que se captó en ese momento para convertirse en otra y otra que siguió la misma suerte hasta llegar, sucesivamente, al deterioro final inexorable a donde la conduce el paso del tiempo: a ser «cadáver, polvo, sombra» y por fin, «nada»171.

Si «La apariencia es el modo de mostrársenos las cosas en la experiencia, lo que de ellas alcanzamos y conocemos» y si «conocer es descifrar el juego de las apariencias, "salvar las apariencias"» (Maravall 1973, 27), podemos decir que Sor Juana «conoce» porque nos advierte de lo que le aguarda a la persona del retrato que, según el epígrafe, es ella misma172. La gente del Barroco, ya dijimos, se acostumbró a ver la realidad con muchas caras y lo que le importaba era acomodarse a esa realidad aparente. Notemos que en los ejemplos que hemos comentado, Sor Juana, sin dejar de ser barroca, nos pone ante la diferencia de apariencia, esencia e incluso realidad científica apuntando, hacia la época racionalista posterior.

Relacionado con el concepto de apariencia está el de la perspectiva. Recordemos los ejemplos que de ella hallamos en la Respuesta a Sor Filotea. El lugar desde donde miramos las   —185→   cosas es importante en cuanto a que la distancia y la proximidad pueden servir de engaño para la vista. Esta, como en el caso de los versos finales del soneto sobre la esperanza que hemos visto («tengo en entrambas manos ambos ojos / y solamente lo que toco veo») no es suficiente para cerciorarnos de la realidad; por eso al sentido de la vista se añade el del tacto. La vista nos confunde, como nos cuenta Sor Juana en este pasaje de la Respuesta: «Paseábame algunas veces en el testero de un dormitorio nuestro (que es una pieza muy capaz) y estaba observando que siendo las líneas de sus dos lados paralelas y su techo a nivel, la vista fingía que sus líneas se inclinaban una a otra y que su techo estaba más bajo en lo distante que en lo próximo, de donde infería que las líneas visuales corren rectas, pero no paralelas, sino que van a formar una figura piramidal. Y discurría si sería ésta la razón que obligó a los antiguos a dudar si el mundo era esférico o no. Porque, aunque lo parece, podía ser engaño de la vista, demostrando concavidades donde pudiera no haberlas»173.

Por último, en esta primera parte veamos las figuras de Faetón y de la Noche a las que Sor Juana les da tanta importancia en El Sueño. La circunstancialidad, la fortuna, la ocasión, la coyuntura, la acomodación son todas ideas barrocas unidas a la transitoriedad del tiempo. Entendemos así el gran interés que en esta época adquirieron los personajes que salen triunfadores (y de ahí el impulso que adquirió la biografía) o que salen derrotados en su inserción estratégica con la sociedad o el universo.

Entre los personajes del mundo antiguo, del mitológico o del renacentista que servían para ejemplificar, Sor Juana escogió   —186→   en El Sueño, identificándose con ellos, a Faetón y a la Noche. El primero tiene en común con la monja la bastardía (Paz, 505): esto explica que de manera consciente o inconsciente lo escogiera para mostrar a través del fracaso de Faetón al no poder gobernar el carro de su padre el Sol, su propio fracaso cuando reconoce que no puede «manejar» correctamente las ciencias y las artes, es decir, que no puede llegar a la totalidad del saber a través de ninguno de los dos métodos de estudio que concebía la época: el intuitivo Platón y el metódico de las diez categorías de Aristóteles. Tienen en común Faetón y Sor Juana la misma básica inquietud, la ambición y arrogancia de probarse a sí mismos que son hijos dignos del mundo o del universo capaces de lograr grandes cosas. Basada en el ejemplo de Faetón, el castigo no la desanima en absoluto; recuérdese lo que dice:


Ni el panteón profundo
[...]
ni el vengativo rayo fulminante
mueve, por más que avisa,
al ánimo arrogante
que, el vivir despreciando, determina
su nombre eternizar en su ruina


(vv. 796-802)                


Con la Noche, regida por la luna se identifica Sor Juan en su aspecto femenino de resistencia, de tenacidad. El afán repetitivo, el cejar en su empeño, aparece en los dos personajes, Faetón y la Noche, como personajes complementarios que son. Faetón, en vez de ser escarmiento, ejemplo para no ser seguido (que era como generalmente se presentaba en la literatura de la época) ha mostrado (la cursiva es mía):


abierta sendas al atrevimiento,
que una vez ya trilladas, no hay castigo
que intento baste a remover segundo
(segunda ambición, digo)
[...]
Tipo es, antes, modelo:
ejemplar pernicioso
que alas engendra a repetido vuelo
del ánimo ambicioso


(vv. 792-94; 803-06)                


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La Noche también muestra este rasgo de repetición necesaria para cumplir con el ciclo inherente a su quehacer astronómico en los siguientes versos, cuando de ella nos dice la musa que:


en la mitad del globo que ha dejado
el sol desamparada
segunda vez rebelde determina
mirarse coronada


(vv. 963-66)                


Esta tenacidad de la Noche es paralela a la necesidad inherente a la personalidad de la monja por cumplir con su «inclinación» según llama en la Respuesta a la necesidad vital que siente por dedicarse al estudio, por cumplir con lo que llamaríamos hoy su destino.

La novedad de Sor Juana con respecto a estos dos personajes, Faetón y la Noche que, según hemos dicho ya con respecto a Faetón, se daban como modelos de la derrota y de lo sombrío, es que los hace vencedores basada en la validez del esfuerzo visto como meta y no como medio, porque lo que importa, dentro de nuestras limitaciones, no es alcanzar la victoria sino realizar la batalla por obtenerla. La «Fénix Americana», aprovechando el resquicio de libertad que daba su época, da un paso adelante y elabora una visión nueva haciéndolos vencedores de la Fortuna porque como dice Maravall: «El Barroco, considerándose a sí mismo como el tiempo de los modernos, ventajoso sobre cualquier otro pasado, afirma su confianza en el presente y el porvenir» (1973, 13). Añadamos que estos dos personajes nos muestran la voluntad de renovación en la caducidad174; en la figura de Faetón y la Noche, la repetición es renovación continua que busca la conservación en la perpetuidad de la acción, que busca imprimir cierto orden dentro de la inseguridad convirtiendo en victoria el fracaso.



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- II -

Veamos ahora lo que nos dice Bajtin sobre la parodia, y lo que ha elaborado Severo Sarduy sobre el Barroco basándose, mayormente, en las teorías del primero. Dice Sarduy: «En la medida en que permite una lectura en filigrana, en que esconde, subyacente al texto, otro texto, -otra obra que éste revela, descubre, deja descifrar-, el barroco latinoamericano reciente participa del concepto de parodia» (175). Es decir, la parodia en cuanto diálogo, afrontamiento, mensaje doble, es un recurso que pertenece al Barroco. El crítico y novelista cubano puesto que utiliza ejemplos que provienen de la narrativa actual, se refiere al llamado Neo-barroco. Pero los rasgos que le adjudica a la parodia, y que mencionaremos enseguida, se hallan igualmente en el viejo Barroco de Indias que es el que estamos analizando en relación con la obra de Sor Juana. Son los siguientes: La intertextualidad, que incluye a la cita y a la reminiscencia; y la intratextualidad que se basa en los gramas fonéticos, los gramas sémicos y los sintagmáticos. Dice Bajtin que «to introduce a parodic and polemical element into the narration is to make it more multivoiced, more interruption-prone» (226 cf. 193-94) lo cual nos presenta Sarduy como «confusión y afrontamiento,... la mezcla de géneros, la intrusión de un tipo de discurso en otro» (175). Es decir, si parodia es poner un texto dentro o ante otro texto, entablar un diálogo problemático, debemos considerar como composición paródica, recordando que no estamos tratando con prosa sino con poesía, el largo poema antipetrarquista de Sor Juana dedicado a «pintar» a Lisarda. Pero, antes, veamos un soneto burlesco de la monja. En él, así como en los otros cuatro sonetos burlescos que aparecen siempre juntos, según nos dice el epígrafe del primero (el que vamos a considerar), «se le dieron a la poetisa los consonantes forzados de que se componen, en un doméstico solaz». Estos consonantes forzados los constituyen las palabras finales de cada uno de los versos, o sea que constatamos así la intervención de un texto «obligado» que forzosamente se opone a otro; además, se nos indica que todo esto se hace por «juego» que es otro de los rasgos que marcan al Barroco (Sarduy, 182). Reparemos en que este juego carnavalizado, retórico, es también uno de los rasgos paródicos que señalan lo mismo Bajtin que Sarduy (127 y 175 respectivamente). Véase el soneto (la cursiva pertenece al texto):

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Inés, cuando te riñen por bellaca,
   para disculpas no te falta achaque
   porque dices que traque y gire barraque,
   con que sabes muy bien tapar la caca.

Si coges la parola, no hay urraca
    que así la gorja de mal año saque,
    y con tronidos, más que un triquitraque,
   a todo el mundo aturdes cual matraca.

Ese bullicio todo lo trabuca,
   ese embeleso todo lo embeleca;
    mas aunque eres, Inés, tan mala cuca,

sabe mi amor muy bien lo que se peca (=pesca),
   y así con tu afición no se embabuca,
    aunque eres zancarrón y yo de Meca


(Noguer, 634)                


Se carnavalizan los códigos del amor cortés, porque es este un poema de decepción amorosa donde paródicamente se vuelve al envés la poesía sublimada de Petrarca por medio de la utilización del lenguaje de germanía y del pueblo bajo. El amante, que no se deja «embabucar», no esconde que se las está habiendo con una «mala cuca» que le hace bellaquerías, y que trata de taparlas con la gritería de la «parola» que utiliza en su defensa175.

En los ovillejos dedicados al retrato de Lisarda, se describe a una muchacha que «Veinte años de cumplir en mayo acaba» siguiendo un procedimiento de socavamiento de las reglas parecido al que acabamos de ver. Aquí, manteniendo la misma estructura, se trata de invertir los códigos que, de la tradición medieval, heredó el Barroco para los retratos poéticos176. La parodia la hallamos en la intertextualidad con la mención del mismo Garcilaso, al hacer burla de los textos «sacros» y el ritual de la poesía renacentista (cf. Bajtin, 127, la cursiva pertenece al texto):

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Pues las estrellas, con sus rayos rojos,
que aún no estaban cansadas de ser ojos,
cuando eran celebradas:
¡Oh dulces luces, por mi mal halladas,
dulces y alegres cuando Dios quería!
pues ya no os puede usar la musa mía
sin que diga, severo, algún letrado
que Garcilaso está muy maltratado
y en lugar indecente


(Noguer, 672)                


Este «mundo al revés» de los códigos señalados se presenta una y otra vez a lo largo de la composición; véanse los ejemplos siguientes donde describe el cabello, la frente, la boca:


Digo, pues, que el coral entre los sabios
se estaba con la grana aún en los labios;
y las perlas, con nítidos orientes,
andaban enseñándose a ser dientes;
y alegaba la concha, no muy loca,
que si ellas dientes son, ella es la boca:
y así entonces, no hay duda,
empezó la belleza a ser conchuda.
[...]
Por el cabello empiezo, esténse quedos,
que hay aquí que pintar muchos enredos;
[...]
Tendrá, pues, la tal frente
una caballería largamente,
según está de limpia y despejada,
y si temen por esto verla arada,
[...]
[La boca] Es, en efecto, de color tan fina
que parece bocado de cecina;
y no he dicho muy mal, pues de salada,
dicen que se le ha puesto colorada


(Noguer, 673-79)                


Los rasgos paródicos que nos presenta esta composición incluyen la burla de las figuras del lenguaje y de la rima:


¿Pues qué es ver las metáforas cansadas
en que han dado las musas alcanzadas?
—191→
[...]
¿Ven? Pues esto de bodas es constante;
que lo dije por solo el consonante;
si alguno halla otra voz que más expresa,
yo le doy mi poder y quíteme ésa


(Noguer, 673-74)                


Hay también intertextualidad en el uso de voces y dichos comunes, y burla del motivo del magisterio de la rosa cuando dice:


Pásome a las mejillas,
y aunque es su consonante maravillas,
no las quiero yo hacer predicadores
que digan: Aprended de mí, a las flores


(Noguer, 678)                


Nótese la inversión y burla de valores: es la cara de la mujer, las mejillas, las que podrían (aunque la monja sólo lo sugiere al decir «no las quiero yo hacer predicadores») servir de maestras a las flores (la cursiva pertenece al texto).

Veamos, por último, con respecto a este poema, el uso de la reminiscencia de Jacinto Polo, según lo reconoce la misma Poeta:


¡Ay!, con toda la trampa,
que una musa de la hampa,
a quien ayuda tan propicio Apolo,
se haya rozado con Jacinto Polo
en aquel conceptillo desdichado,
¡Y pensarán que es robo muy pensado!


(Noguer, 675)                


En cuanto a la intertextualidad que caracteriza Sarduy con respecto a la parodia según mencionamos antes, veamos entre los muchos, dos ejemplos de la categoría de gramas fonéticos provenientes de composiciones en décimas (la cursiva pertenece al texto)177.

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    Una viuda desdichada
por una casa pleitea,
y basta que viuda sea,
sin que sea descasada
[...]


(Noguer, 601)                



[...] Mas, sin embargo,
pues el negocio no es largo,
os suplico lo hagáis luego;
y os encargo mucho el ruego,
aunque no es ruego y encargo


(Noguer, 600)                


Señala también Severo Sarduy, entre los rasgos que pertenecen al Barroco, los gramas sémicos. La definición que da es la siguiente: «El grama sémico es descifrable bajo la línea del texto, detrás del discurso, pero ni la lectura transgresiva de sus fonemas ni combinación alguna de sus marcas, de su cuerpo en la página, nos conducirán a él; el significado a que se refiere el discurso manifiesto no ha dejado ascender sus significantes a la superficie textual: idiom reprimido, frase mecánicamente recortada en el lenguaje oral y que quizá por ello no tiene acceso a la página...» (179). Es decir, es lo que se percibe en la lectura por medio de referencias que se dan en el texto pero que no se expresan claramente en él. Veamos el epigrama que Sor Juana escribió en defensa propia y ataque al mismo tiempo, en alguna ocasión en que se le echaría en cara el ser hija natural:



El no ser de padre honrado
   fuera defecto, a mi ver,
   si como recibí el ser
    de él, se lo hubiera yo dado.

Más piadosa fue tu madre,
   que hizo que a muchos sucedas:
    para que, entre tantos, puedas
    tomar el que más te cuadre


(MP, 230-31)                


  —193→  

La mención velada de los muchos padres posibles llevan al lector a descifrar el insulto que subyace en el texto: «hijo de puta».




- III -

Hasta ahora, los rasgos que hemos venido analizando en la obra de Sor Juana nos constatan el carácter barroco general de su obra. En lo que sigue, vamos a ver cuál fue la contribución de la monja, no ya al Barroco hispano sino específicamente al Barroco de Indias. Esta contribución: su tratamiento de los personajes del indio, del negro y de la mujer, no se limita a la introducción de tipos, lenguas y formas mundo americano, propone, a través de ellos, diferencias significativas relacionadas con el mundo social y político del Nuevo Mundo y la metrópolis.

Se ha señalado el carácter de literatura marginal de los villancicos (Bénassy, 86); añadamos que guardaban, por su carácter popular, rasgos acusados del mundo carnavalizado. Por ello, servían como vehículo más libre de mensajes difíciles de enviar en textos considerados «serios». Sor Juana, quien no tenía a menos escribir juegos completos de villancicos para celebrar festividades religiosas en distintas catedrales mexicanas, también utilizó este género, además del envío del mensaje religioso, para expresar más o menos conscientemente su crítica contra situaciones sociales existentes en su época. Esta visión, probablemente de raíces humanistas cristianas americanas178   —194→   revela el tratamiento de inferioridad que se daba a ciertos grupos: los de los negros, de los indios y de su propia persona al atacársela por ser mujer dedicada a la escritura. En los villancicos se establece un diálogo que nos transmite, sea de manera estridente o apagada, las voces de tensión entre el mundo europeo y el americano reflejando la lucha entre el centro de poder peninsular y la periferia colonial179, y la lucha de la Fénix porque se le reconociera el puesto de mujer intelectual en la sociedad de su tiempo. El resultado es un arte agresivo cuyas formas son paradójicas y antitéticas, un arte, en fin, barroco, barroco americano180. Los villancicos de la monja están escritos dentro del marco consagrado, es decir, siguen el esquema y las formas que les traspasó la tradición. Hay que señalar, sin embargo, que el tratamiento que se les da a los negros y al personaje más nuevo de los indios es más elevado y digno que el recibido a manos de los autores de los villancicos españoles. En los de Sor Juana escritos parcial o totalmente en nahualt (como el de la Asunción, 1676, por ejemplo), la monja impone, forzándola, una lengua desconocida al auditorio peninsular que sólo hablaba castellano. Sólo los indios y los   —195→   criollos presentes en la catedral quienes en su mayoría, como la misma Sor Juana, conocerían la lengua nahualt (Rivers, 1983, 9-12), podrían seguir la letra, comprender el significado de lo que se iba cantando. Se diría que esta novedad sorjuanina se da como una compensación por lo que tenían que soportar los naturales mexicanos con el resto de los villancicos que se cantaban en castellano los cuales entenderían sólo a medias, y, sobre todo, en su vida diaria luchando con una cultura que les era ajena. En estos villancicos, composiciones en clave, se establece un diálogo transgresor entre la cultura del poderoso y la del sometido que lo relaciona con la parodia: «In antiquity, parody was inseparably linked to a carnival sense of the world. Parodying is the creation of a decrowning double; it is that same "world turned inside out". For this reason parody is ambivalent» (Bajtin, 127; la cursiva es suya)181. Veamos unas muestras para ejemplificar lo que decimos (la cursiva pertenece al texto; se da la traducción entre paréntesis):


Los Padres bendito
tiene o Redentor,
amo nic neltoca (yo no lo creo)
[...]
quimati no Dios (lo sabe mi).
[...]
Huel ni machlcahuac (Yo soy muy serio),
no soy hablador,
no teco qui mati (mi señor lo sabe),
que soy valentón.
[...]
También un topil (alguacil)
del gobernador,
caipampa tributo (por causa del)
prenderte mandó
Mas yo con un cuahuil (leño)
un palo lo dio,
—196→
ipam i sonteco (en su cabeza)
no se si morió.


(IC, 341-44)                


Las palabras «mi Dios» y «mi señor» de las dos primeras estrofas establecen una relación directa del indio con Dios, en su propia lengua, por encima de los padres mercedarios poniendo en entredicho la autoridad de los representantes de la Iglesia. En las dos estrofas siguientes, el indio se opone al poder estatal despreciando las diligencias de un representante del gobernador y por tanto del poder establecido. Estas notas transgresoras aparecen así mismo en los villancicos donde hablan los negros, los cuales también formarían parte del público que se apretujaba en las naves. Véase este pasaje en el que se comienza hablando de los padres mercedarios quienes le ofrecen una fiesta a su fundador y redentor de cautivos, San Pedro Nolasco:


Eya dici que redimi,
cosa palece encantala,
pero yo que la oblaje vivo,
y las Parre no mi saca.
La otra noche con mi conga
turo sin dormí pensaba,
que no quiele gente plieta,
como eya so gente branca.
Sola saca la pañole,
pues, Dioso, ¡mila la trampa,
que aunque neglo, gente somo,
aunque nos dici cabaya!


(IC, 339-39)                


El diálogo conflictivo de oposición a la autoridad dentro del marco de risa general, único modo posible de decir estas cosas, lo constituye la mención de los obrajes (los talleres) donde generalmente trabajaban los negros en condiciones detrimentales, la del rechazo por parte de los blancos padres mercedarios hacia los negros a causa de su color, la de «la trampa» que significaba que sólo se redimiera a los españoles y, por fin, la afirmación de ser ellos tan gente como los demás junto a la protesta contra el insulto de llamarlos «caballos»182.   —197→   Sor Juana, la mujer letrada por excelencia de la sociedad en que vivía, presta su voz a estos personajes marginados identificándose con ellos demostrando conciencia de su situación conflictiva.

Prosigamos con el estudio de las tensiones que presenta este diálogo impugnador, ahora en defensa de su personalidad de mujer intelectual controvertida por las costumbres de la época. Veamos las notas «feministas»183 que se encuentran en l os villancicos dedicados a santa Catarina de Alejandría. Son la expresión más exaltada y rotunda de su defensa sobre la igualdad de los sexos y del derecho, mencionado antes, de la mujer a la intelectualidad184. Notemos, además, que estos villancicos se   —198→   publicaron en 1691, después del asunto de las cartas; son prueba de que aun cuando Sor Juana tomó la decisión de retirarse del mundo de las letras, no por ello renunció a sus convicciones. En esos villancicos hace, desde el comienzo, una defensa que va en aumento a lo largo de las composiciones, de la personalidad femenina sabia e inteligente de la santa para extenderla a toda mujer en general e identificándose ella misma con la egipcia en particular. Incluso justifica el suicidio de Cleopatra, otra «gitana» con quien hace un contrapunteo, basada en la prevención de la pérdida de la libertad, la honra o la fama, ya «que muerte más prolija / es ser esclava» o «porque más que la vida / el honor ama» (villancico III de Primero Nocturno). Santa Catarina la que «dizque supo mucho / aunque era mujer», es la figura que le sirve para reafirmar su fe en la mujer, es la voz que utiliza, briosa y jubilosamente, para proclamar en el ámbito de la catedral de Oaxaca (y de todo el mundo), y después de todo el escándalo promovido por su ataque a Vieira, lo que ya había dicho en la Respuesta. Entre los varios ejemplos, veamos los provocativos versos siguientes:



De una mujer se convencen
   todos los sabios de Egipto,
   para prueba de que el sexo
    no es esencia en lo entendido.
   ¡Víctor, víctor!

Prodigio fue, y aun milagro,
    pero no estuvo el prodigio
   en vencerlos, sino en que
    ellos se den por vencidos.
   ¡Víctor, víctor!
[...]

   Nunca de varón ilustre
    triunfo igual habemos visto,
   y es que quiso Dios en ella
    honrar al sexo femíneo.
    ¡Víctor, víctor!


(MP, II, 171-72)                


En las loas de El cetro de José y del Divino Narciso también hallamos muestras de esas imágenes contrastadoras entre el   —199→   Viejo y el Nuevo Mundo que venimos señalando. Se presentan en una forma transigente que acusa el intento de establecer ciertas pautas de avenencia dentro de las diferencias resolviéndose en lo que se ha llamado sincretismo religioso o cultural (Lafaye, 54-76). Dice Severo Sarduy (183): «así el barroco europeo y el primer barroco colonial latinoamericano se dan como imágenes de un universo móvil y descentrado... pero aún armónico; se constituyen como portadores de una consonancia: la que tienen con la homogeneidad y el ritmo del logos exterior que los organiza y precede, aun si ese logos se caracteriza por su infinitud, por lo inagotable de su despliegue». Sor Juana, aun manteniendo el status de la autoridad del rey y de la Iglesia, nos ofrece la variedad dinámica, interactiva y socavadora de otras visiones singularizadoras. ¿Puede hallarse en estas loas algún rasgo paródico? Nos dice Bajtin (194): «Parodistic discourse can be extremely diverse... one can also parody the very deepest principles governing another's discourse... But in all possible varieties of parodistic discourse the relationship between the author's and the other person's aspirations remains the same: these aspirations pull in different directions, in contrast to the unidirectional aspirations of stylization, narrated history, and analogous forms».

En estas loas, que se escribieron para representarse en los palacios virreinales ante la corte constituida por españoles en su mayoría, y seguramente con la idea de que se presentaran en teatros de la Península185, Sor Juana pone a un público europeo ante los dilemas suscitados, en materias teológicas, por el descubrimiento de América y de religiones desconocidas186. La   —200→   poeta exige que, por su mediación, se conozca el mundo americano precolombino; obliga a su público a apreciar otros valores que le son desconocidos forzando un diálogo que pone frente a frente a una cultura antigua y valiosa agredida por la fuerza y la violencia de otra. Dice la Idolatría, vestida de india, en la loa de El cetro de José:


No mientras viva mi rabia,
Fe, conseguirás tu intento,
que aunque (a pesar de mis ansias)
privándome la corona,
que por edades tan largas
pacífica poseía,
introdujiste tirana
tu dominio en mis imperios,
predicando la cristiana
ley, a cuyo fin te abrieron
violenta senda las armas
[...]


(MP, III, 192)187                


En la loa del Divino Narciso desde el mismo comienzo, hace la apología del mundo antiguo:


Nobles mejicanos,
cuya estirpe antigua,
de las claras luces
del sol se origina:
[...]


(MP, III, 3)                


  —201→  

Y pasa a explicar una antigua creencia religiosa de los aztecas como premonición del sacramento de la Eucaristía, como señal de que esas tribus tenían un misterioso conocimiento de las verdades de la fe cristianas. Contesta Occidente («indio galán» e identificado con el hemisferio americano) a la pregunta de Religión «¿Qué Dios es ése que adoras?»:


Es un Dios que fertiliza
los campos que dan los frutos,
a quien los cielos se inclinan,
a quien la lluvia obedece
y, en fin, es el que nos limpia
los pecados, y después
se hace manjar, que nos brinda.


Vemos, pues, que Sor Juana incluso dentro de un género alejado de controversias políticas como es el auto sacramental, se aprovecha de su condición de religiosa que escribe una pieza teatral que trata cuestiones de fe para hacer valer la visión americana de gentes de los mares de «non plus ultra» sacudiendo, en boca de sus indios, la legalidad de la autoridad divina y estatal.

Si esto hace en las loas que preceden a los autos sacramentales, con más razón vamos a encontrarlo en el género teatral profano. En la única comedia completa que escribió la monja: Los empeños de una casa, la cual se desarrolla en la ciudad de Toledo, mundo entrevisto solamente en la imaginación de Sor Juana, se sigue la estructura de la comedia de Lope introduciéndole algunas novedades que ponen en entredicho los cánones relacionados con el mundo masculino de este tipo de comedias de capa y espada. Las mujeres de esta comedia, Ana e incluso la criada Celia, además de Leonor, desarrollan actitudes y toman iniciativas que nos las presentan como mujeres de carácter fuerte que hacen valer su voluntad. Veamos unos versos del largo relato autobiográfico que pone Sor Juana en boca de Leonor para narrar, como lo hace en forma personal en la Respuesta, la historia de su estudioso afán:


Pero es preciso el informe
que de mis sucesos hago
[...]
—202→
para que entiendas la historia,
presuponer asentado
que mi discreción la causa
fue principal de mi daño.
Inclinéme a los estudios
desde mis primeros años
con tan ardientes desvelos,
con tan ansiosos cuidados,
que induje a tiempo breve
fatigas de mucho espacio.
Conmuté el tiempo, industriosa,
a lo intenso del trabajo,
de modo que en breve
tiempo era el admirable blanco
de todas las atenciones,
de tal modo, que llegaron
a venerar como infuso
lo que fue adquirido lauro.
Era de mi patria toda
el objeto venerado...


Desde el principio, la monja pone a su público (y al lector), frente a un personaje femenino de quien, como de ella misma: «su belleza e ingenio celebraban»; una mujer «discreta», letrada, que aunque poco frecuente, quizá no fuera tan excepcional en el mundo de su época188. El valor de Leonor no se basa en su hermosura y obediencia ni en el dinero; se basa en su talento y discreción. Por medio de este personaje la autora confronta y rechaza el concepto de la época que se burla de la «pobrecita / de Leonor, cuyo caudal / son cuatro bachillerías» (Noguer, 47). El hombre de quien está enamorada, don Carlos, y por el que rompe reglas establecidas, no retrata el tipo de caballero tradicional de la comedia; es ejemplo de cómo deben ser. No sólo tiene rostro en el que se unen el valor y la hermosura: se pone de relieve su elevado y sutil entendimiento, su carácter respetuoso y humilde. Es el hombre «atento» que, antes de actuar, analiza las situaciones; es:

  —203→  

En los desdenes sufrido,
en los favores callado,
en los peligros resuelto
y prudente en los acasos.


Hay mucho de paródico en esta comedia; de hecho Los empeños es, como tal, una parodia de las comedias de enredo en las cuales todo sale a la medida del caballero ya que aquí son las mujeres quienes dirigen la acción.

La escena donde aparece el personaje de Castaño es pura carnavalización. En ella se nos presenta al gracioso de la comedia que es, a su vez, mulato del Nuevo Mundo que sirve en España de criado a don Carlos, en el acto de vestirse de mujer para no ser reconocido cuando, por necesidades de la trama, salga a la calle. Así como los dramaturgos masculinos vestían a la mujer de hombre para salir a vengar su honor, a Castaño lo viste Sor Juana de mujer para salvar su pellejo burlándose de este modo del sistema de honor peninsular. Con lenguaje y gestos atrevidos y afeminados (Rivers, 1971, 633-37) hace una mofa feroz contra la costumbre que admite que los «lindos», los hombres vanos de la época, se amartelen «a bulto» solamente guiados por las apariencias, y que galanteen «a salga lo que saliere». Se opone así a la práctica consuetudinaria de que la mujer sea un objeto subordinado a la caracterización de esos «hombres necios», expuesta a sus caprichos y prejuicios. Se hace también la crítica de los motivos que calificaban a la «dama»: «menudo el paso, derecha / la estatura, airoso el brío / inclinada la cabeza / un si es no es, al un lado...»189. Hay metateatro cuando Castaño se dirige al público y específicamente al virrey en el proceso de cambiarse de ropa, y cuando invoca a Calderón para que le sugiera una treta que lo saque de apuros.

Como en el caso de los villancicos, Sor Juana se aprovecha de la condición de marginalidad de esta refrescante figura de criado disfrazado de mujer para innovar parodiando, social y literariamente, en muchos planos: un mulato americano trasladado a Toledo, corazón de España, les corrige la plana a los señores peninsulares proponiendo un nuevo estado de cosas superior, y esto lo hace utilizando diferentes caretas detrás de las   —204→   cuales se oye la voz de una mujer del llamado Nuevo Mundo. Son muy varios los aspectos del distendido y disfrazado diálogo establecido entre Sor Juana, mujer intelectual, y la sociedad que la rodeaba que no quería reconocerle ese derecho; pero esta plática burlona llega más lejos, nos lleva al enfrentamiento entre dos mundos: el centro de poder peninsular y la periferia pujante de la Colonia. El mundo barroco paródico continúa viviendo en la obra de Sor Juana «for the life of a genre consists in its constant rebirths and renewal in original works» ( Bajtin, 141; la cursiva pertenece al texto). Si del Barroco Peninsular conocía perfectamente sus conceptos, formas y organización, la originalísima contribución de la Décima Musa al Barroco de Indias estriba en la ruptura de esquemas que en su obra produjo la introducción del mundo americano y de la mujer.



  —205→  
Obras citadas

Arenal, Electa, «Sor Juana Inés de la Cruz: Speaking the Mother Tongue», University of Dayton Review (UDR, en adelante esta obra aparecerá bajo estas iniciales), Spring 1983, vol. 16, N.º 2, 93-102.

Bakhtin, Mikhail, Problems of Dostoevsky's Poetics, University of Minneapolis, Minnesota Press, 1984.

Bénassy-Berling, Marie Cécile, Humanisme et Religion chez Sor Juana Inés de la Cruz. La femme et la culture au XVII siècle, Paris, Editions Hispaniques, 1982.

Chang-Rodríguez, Raquel, «Mayorías y minorías en la formación de la cultura virreinal», UDR, Spring 1983, vol. 16, N.º 2, 23-34.

Ferré, Rosario, «El misterio de los retratos de Sor Juana», Escritura, X, 19-20, Caracas, enero-diciembre, 1985, 13-32.

Lafaye, Jacques, Quetzalcoalt and Guadalupe. The Formation of Mexican Consciousness 1531-1813, Chicago and London, The University of Chicago Press, 1974.

Luciani, Frederick, «The Burlesque Sonnets of Sor Juana Inés de la Cruz», Hispanic Journal, Fall 1986, vol. 8, N.º 1, 85-95.

Maravall, José Antonio, La cultura del Barroco, Barcelona, Editorial Ariel, 1975.

——, «Un esquema conceptual de la cultura barroca», Cuadernos Hispanoamericanos, Marzo 1973, N.º 273, 1-39.

Méndez Plancarte, Alfonso, editor, Obras completas de Sor Juana Inés de la Cruz, I, II, III, IV, México-Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1951 a 1957. El Tomo IV se debe a Alberto G. Salceda.

Monguió, Luis, «Compañía para Sor Juana: Mujeres cultas en el virreinato del Perú», UDR, Spring 1983, vol. 16, N.º 2, 45-52.





  —[206]→     —207→  

ArribaAbajo- 9 -

Sor Juana: la tradición clásica del retrato poético190


Todos recordarán haber leído alguna vez, ese barroquísimo y hermoso romance decasílabo con esdrújulos iniciales, de la culta e inteligente monja mexicana Sor Juana Inés de la Cruz, que comienza así:


Lámina sirva el cielo al retrato,
Lísida, de tu angélica forma;
cálamos forme el sol de sus luces,
sílabas las estrellas compongan191.


De él dijo Gerardo Diego192 que sus versos «luminosos y decorativos» son un «supremo, escandaloso artificio» de la técnica culta del Barroco.

Dentro del grupo que Méndez Plancarte llama «lírica personal» son dieciséis las composiciones de Sor Juana   —208→   relacionadas con retratos, y todos son femeninos. Cubren modos varios de versificación, así tenemos: décimas (5), redondillas (2), sonetos (2), romances (2), ovillejos (1) y el romance decasílabo cuya primera estrofa acabo de transcribir. Pero antes de seguir adelante intentaré una clasificación.

Esta se basa en la relación que el poema tiene con el «retrato» que se hace de la persona. El grupo I es el más nutrido: lo forman ocho poemas donde se hace una descripción, en forma vertical, de la hermosa en cuestión yendo de los rasgos más altos de la figura, la cabeza, hasta el más bajo, el pie. El grupo II lo constituye un conjunto de poemas nacidos como coyuntura de un verdadero retrato, es decir, de una pintura. Son disquisiciones de tipo amoroso, moral y filosófico que surgen de la contemplación de la persona retratada. Los grupos III y IV consisten de un poema cada uno. En el primer caso se habla de un retrato y en el segundo es el retrato mismo el que habla. Hay que señalar, además, una composición escrita en redondillas que está a caballo entre los grupos II y III. Es decir, en la primera mitad se hacen consideraciones de tipo amoroso cortés y en el resto se habla directamente al retrato193.

En este trabajo nos ocuparemos del romance decasílabo mencionado como el ejemplo más destacado de los retratos descriptivos, grupo I, y de un soneto perteneciente al grupo II.

¿Qué tradiciones utilizó Sor Juana en su composición? La técnica del retrato no era, por supuesto, ajena a la poesía anterior a Sor Juana: Garcilaso, Lope, Quevedo, Góngora, los Argensola, Calderón... la utilizaron. Es, sin embargo, el período de la Contrarreforma, como se verá después, el que dio impulso al arte poético de la pintura del retrato descriptivo. Este se desarrolló después de Herrera y se intensifica a medida que el tiempo transcurre, como dan fe gongoristas de segundo nivel: Polo de Medina, Trillo y Figueroa, Carrillo de Sotomayor, Salazar y Torres... No es por casualidad Sor Juana la gran figura que, a finales del siglo XVII, con más entusiasmo, variedad y asiduidad se dedicara a desarrollarlo. Recordemos la enorme   —209→   afición de la monja a la lectura (los famosos cuatro mil volúmenes que se dice tenía en su biblioteca)194, su sólido conocimiento del latín que ponía a su alcance el mundo clásico y el medieval195.

Para Platón196, la música y el ritmo eran los pilares de la paidea. Rechazaba en la poesía y en la pintura el realismo pictórico que buscaba el ilusionismo plástico. Un arte así, pensaba, estaría tres veces alejado de la realidad supersensorial, del mundo del ser. Según él, las copias de este arte sólo serían copias de formas ideales; por lo tanto, ni el poeta ni el pintor eran capaces de transmitir el conocimiento máximo del ser. Era imposible esperar de un sistema de idealismo metafísico ninguna analogía entre la poesía y, sobre todo, la pintura que es un arte considerado muy cercano a la realidad del mundo físico.

Pero quizás este sistema de idealismo metafísico, arrastró junto con las formas supersensoriales (eidos e idea) algo de su sentido de formas visibles. Además, su propuesta analogía entre luz y belleza ennobleció el sentido visual, «el ojo de la mente» lo cual, seguramente, contribuyó a la importancia de lo pictórico en el mundo antiguo pasando a la Edad Media hasta el Renacimiento y el Barroco.

Aristóteles rechazó el sentido peyorativo que Platón le había dado a la mímesis quitando así la razón básica de censura a las artes de la poesía y la pintura y estableciendo analogías entre ellas, y limitaciones. Estas artes, creía, difieren en los medios empleados, pero en los objetos representados se acercan. El concepto formulado por Aristóteles, tomando como ejemplo la   —210→   pintura, sobre el hecho de mantener el parecido pero mejorando a la persona, tuvo gran repercusión en los siglos posteriores y, en definitiva, está en la base de la competencia entre Naturaleza y Arte tan en boga durante el Renacimiento y el Barroco y que utilizó la misma Sor Juana en algunos de sus retratos.

Para Aristóteles la imitación consistía en lograr en otro nivel lo que la naturaleza hace en el suyo. Es Horacio quien en su Ars Poetica utilizó la conocida frase de «ut pintura poesis» (como una pintura, así también un poema) la cual luego se interpretó como: «que un poema sea como una pintura». Es muy sabido que la imitación propuesta por Horacio se basaba en la copia de otros autores o de los objetos que existen en la naturaleza, la imitación fiel del mundo exterior, lo cual, intensificado por Plutarco en relación con la pintura y la poesía, tuvo enorme influencia posterior.

Sin tener presentes estas teorías, sería difícil comprender ese precioso soneto de Sor Juana, donde se refiere a un retrato de ella misma, perteneciente al grupo II en la clasificación de sus retratos que proponemos, y que dice así:



Este, que ves, engaño colorido,
que del arte ostentando los primores,
con falsos silogismos de colores
es cauteloso engaño del sentido;

éste, en quien la lisonja ha pretendido
excusar de los años los horrores,
y venciendo del tiempo los rigores
triunfar de la vejez y del olvido,

es un vano artificio del cuidado,
es una flor al viento delicada,
es un resguardo inútil para el hado:

es una necia diligencia errada,
es un afán caduco y, bien mirado,
es cadáver, es polvo, es sombra, es nada


(I, 145)                


El primer cuarteto parece hacer eco de las creencias platónicas que apuntan al triple engaño de la pintura. El retrato, «engaño colorido», es ese ilusionismo plástico alejado de la realidad supersensorial que el filósofo rechazaba; esos «falsos silogismos de colores» no son, ni siquiera, realidad sensorial puesto que representan, solamente, un «cauteloso engaño del   —211→   sentido», es decir, son una simple copia. En el cuarteto que sigue contrapone, ahora, la poetisa, a Aristóteles en cuanto a su idea de copiar lo más cercanamente posible la realidad física visible pero mejorando a la persona. El hacerlo así es un intento de detener, captándolo en su mejor forma, el mundo físico en su lucha contra el deterioro que traen los años. Eso es lo que «la lisonja» pretende hacer para evitar «de los años los horrores». En los tercetos la monja determina, decididamente, volver a Platón al hacer esa enumeración hermosa y desgarradora, que termina con un verso gongorista, de lo que realmente significa tratar de copiar la realidad física de nuestro cuerpo. Es decir, tratar de detener el tiempo de esa manera no sólo es vanidad y engaño, es diligencia inútil puesto que nos vamos a convertir, sucesiva e irremediablemente (y de ahí la gradación de la poetisa), en cadáver, en polvo, en sombra, en nada197.

En cuanto a los retratos enumerativos, verticales, que forman el grupo I de nuestra clasificación, Edmond Faral198 resalta la importancia que la Edad Media le prestaba a ese género de descripciones, y para ello se ocupa de los trabajos de retóricos medievales. Nos dice Faral que estos retratos obedecían a leyes estrictas. Se hacían elogios a Dios o a la naturaleza por la confección de tan hermosa criatura, luego se pasaba a la enumeración de las partes del cuerpo, de arriba a abajo, teniendo cada una su lugar previsto y dejando a la imaginación las partes escondidas o prestándose este pasaje a notas licenciosas. Este código predeterminado no se observaba entre los antiguos con tal exactitud excepto en cuanto a que el elogio se refería a lo físico y a lo moral. Se añadió, también durante la Edad Media, el concepto de que la Naturaleza, bajo la autoridad de Dios, comenzó la fabricación del hombre por la cabeza y la terminó por los pies199.

  —212→  

Felix Lecoy200 y María Rosa Lida201 reiteran y añaden notas al modelo propuesto por Faral. Para la última, el esquema del retrato vertical se formó en la decadencia de la literatura latina. Desde el primer retrato en lengua castellana, según la conocida crítica, el de la reina Calectrix del Alexandre, hasta Garcilaso, pasando por la dueña del Buen amor, las bellas del marqués de Santillana, Melibea y las diosas del Romancero, simplemente se continúa la tradición medieval. Apunts, como detalles de preferencia de este período, el cuello esbelto y erguido y los ojos claros oponiéndolos a los ojos oscuros cantados por los antiguos y dando ejemplo de rechazo de éstos, a propósito de Minerva, de los ojos garzos. Dámaso Alonso202, también a propósito de las declaraciones de Lecoy203 hechas sobre los retratos del Libro de buen amor, observa, entre otras cosas, que en la bella de Juan Ruiz aparecen detalles como los dientes «apartadillos», los labios delgados, las encías rojas y la estatura alta que son rasgos de raíz árabe204. Para John K. Walsh205, las   —213→   referencias reiteradas y explícitas de Helena de Troya con un tipo paradigmático de belleza femenina, apuntan desarrollo de una fórmula descriptiva en la literatura española temprana basados en los ejemplos medievales latinos de la leyenda de Troya o en la alabanza «per se» de la sin par belleza dorada de la famosa Helena206.

Antes de pasar a examinar los retratos medievales de la literatura española, creo sería de utilidad, a propósito de lo que decíamos de los Antiguos, copiar una traducción al castellano de un poema atribuido a Anacreonte207 donde nos ofrece un retrato, aunque aquí, si de pelo negro se mencionan ojos garzos. Dice así:


A un pintor
Ea, maestro amigo
docto en la rodia arte,
a mi ausente me pinta
cual yo te la pintare:
darásle lo primero
el vellón suelto en partes,
por lo negro atractivo,
—214→
por lo blando tratable.
Y si acaso la cera
milagros hacer sabe,
haz que ungido respire
olores muy fragantes,
de cuya negra cumbre
la frente blanca baje
cual nieve despeñada,
y en las mejillas pare.
Las dos cejas en arco,
negras como azabache,
guarda, no las encuentres
ni mucho las apartes,
sino dispón de ellas
un divorcio admirable,
así como le has visto
en su dulce semblante.
Sus ojos, cual de fuego208,
que apacibles retraten
lo garzo de Minerva,
de Venus lo agradable.
Su nariz, bien caída,
sus mejillas que gasten
el mixto de la rosa,
que arguya leche y sangre.
También entre sus labios,
y como que los abre,
pinta a la persuasiva,
que es deesa elegante.
Su barba con hoyuelo;
y en la nariz tornátil
felicemente unidas
las gracias revolantes.
Luego, una vestidura
de púrpura que arrastre
y que del dueño diga
la gentileza y aire.
La tez, tan delicada,
—215→
que cual vidrio declare
lo que debajo de ella
contiene el cuerpo esmaltes.
¿Qué más? Pero sin duda
que ya en lugar de imagen
me dais el mismo origen.
Cera pues, ea, habladme.


Reparemos ahora en las enumeraciones de los retratos más antiguos de la literatura española siguiendo un orden cronológico. Pertenecen tres al siglo XIII, uno a la primera mitad del XIV y el otro al siglo XV. Lo componen el que aparece en la encomia de Razón de Amor209, el de la reina Calectrix del Alexandre, el de María Egipciaca, los del Libro de buen amor y los de los cantares del Marqués de Santillana. Clasifiquemos los rasgos de la mujer ideal según la asiduidad con que aparecen estos retratos. Tenemos en las cinco obras: los ojos. Se puntualiza que son negros o se les aplican epítetos como «fieros», «pintados», «relucientes», que sugieren o bien ese color o la brillantez; la boca es siempre pequeña («mesurada» o «a razón»). Y la mujer realmente hermosa y digna de amarse es noble o de clase alta.

Aparecen en cuatro de esto retratos: la frente, siempre blanca y luciente; las cejas siempre negras y en arco; la nariz, siendo el calificativo de «afilada» el más frecuente. Si se utilizan otros sugieren lo mismo: «egual e dereyta», «arrazón levantada»; los   —216→   dientes, siempre blancos. Una palabra para expresar el rostro, blanco y rosa, como conjunto: «cara», «semblante» o «faz», se prefiere en ellos antes que «mejillas» de raigambre clásica y que se utilizará más tarde210. La vestimenta y el tocado es importante en nuestras hermosas; sus vestidos son ricos y a veces cubren sus cabezas con sombreros y redes. Sus prendas son de oro y piedras preciosas así como sus zapatos aunque la única que los calza, entre nuestras damas medievales, es María Egipciaca.

Sorprendentemente, se mencionan sólo en tres de los retratos: los cabellos, los cuales únicamente en el Libro de buen amor son cortos. Los labios son «bermejos» y «avenidos» o «mesurados» lo cual, en un caso, significa «non muy delgados» (RA)211 y en el otro «angostillos» (BA). El «cuello» (la «garganta» de las bellas del Marqués de Santillana apunta hacia el Renacimiento) y el pecho («pretina») son altos y el último ocasionalmente carnoso, blanco y rosa como lo pedían los caballeros medievales. El cuerpo debía ser esbelto pero no delgado, blanco «como todo lo ál», de cintura estrecha y de buena estatura: ni alta ni baja.

Se mencionan en dos de esos retratos, específicamente, los pechos; son «tetiellas... como maçana» (ME) o «dos pumas de paraiso / las sus tetas ygualadas» (BA). Las orejas de María Egipciaca son redondos y suponemos que, además, «pequeñas y delgadas» como en el Libro de buen amor. La facilidad de palabra eran cualidades de Calectrix quien conversa con el rey Alejandro, y de María Egipciaca212.

Los siguientes rasgos sólo se mencionan una vez: las pestañas, y las encías rojas que pide el Arcipreste; los brazos;   —217→   las manos y los dedos, blancos y pulidos, serán motivos de mayor preocupación y recurrencia posteriormente. Y para terminar con las características sólo mencionadas una vez, tenemos el «ancheta de caderas» que exige Juan Ruiz 213.

Vemos, pues, que de la amada ausente de Anacreonte, de cabellos negros y olorosos, con características casi olvidadas en los retratos medievales (mención del entrecejo, barbilla con hoyuelo y el pasaje velado de bellezas ocultas) pasando por la hermosa de pelo corto de la encomia de la Razón de Amor, la libre mención de los pechos, los labios «non muy delgados» (de vena clásica) y el «cuello» erguido, se va llegando a la «blonde poupée» no tanto medieval, al menos en España, a juzgar por los ejemplos estudiados, como renacentista. Después de la rubia esporádica del Arcipreste se consolidará impulsada por el petrarquismo, en Melibea214, la Elisa de Garcilaso y en Dulcinea: la hermosa de largos cabellos de oro, ojos claros, labios de coral y dientes de perlas, con bellezas ocultas no mencionadas o sólo sugeridas, que se mantendrá imperturbable e incólume hasta el Romanticismo.

Con la llegada del barroco, el arte de la Contrarreforma, nota Emilio Orozco Díaz215, hay «un cambio de estilo, en el hecho   —218→   de que se haga más frecuente y estrecha la relación entre la poesía y la pintura... se hace más frecuente el poeta pintor». Señala este crítico que el gusto por retratarse se extiende a todas las clases sociales216 disminuyendo, en la pintura, el clásico desnudo. Estudia un poema que Luis Carrillo y Sotomayor217 le dedicó a un pintor famoso en Granada animándole a pintar a una mujer a quien admiraba, en figura de arcángel Gabriel, el cual es un buen ejemplo de retrato vertical.

Pertenecientes a retratos de este tipo, los del grupo I, retratos de tipo vertical, enumerativo, tiene Sor Juana ocho, según mencionamos antes. Cuando la tradición barroca llega a   —219→   ella, hereda, junto al retrato serio, el jocoso, es decir, el contrarretrato. De éstos tiene Sor Juana tres entre esos ocho que apuntamos, de los cuáles el más notable es donde hace mofa de esa tradición al retratar a Lisarda nada menos que en ovillejos de 396 versos.

Resaltan en estos retratos descriptivos, como en toda la obra de la monja, lo conceptuoso y lo agudo, lo escritural, exponentes de la gran importancia que Sor Juana le daba siempre al intelecto. Así vemos una nariz «judiciosa» o «árbitro», mejillas que son «cátedras», boca que es «rúbrica» o «cláusula». Sus retratos, más aún que en el caso de los retóricos medievales, son virtuosismos de poeta y a veces constituyen verdaderos «tour de force»; no son simples retratos. En uno compara a la condesa de Galbe con héroes clásicos relacionando las cualidades que tradicionalmente se les atribuye con los rasgos físicos que se van enumerando: ojos que «César son y Pompeyo.../ porque hay guerras civiles / del uno al otro» (80); «Un Colón en su frente / por dilatada...» (80)218. En otro pinta «la armonía simétrica» de una hermosura «con otra de música», (87) haciendo vibrar ese microcosmo al ritmo del universo:


Cantar, Feliciana, intento
tu belleza celebrada,
y pues has de ser cantada
tú seras el instrumento.


La monja dirige estas composiciones, en su mayoría, a mujeres, nobles, continuando así la tradición que apuntamos en los retratos medievales. Todos estos retratos siguen un esquema fijo que se elabora de maneras muy diferentes pero que se basa en la misma secuencia que nos presenta en su décima:


   Tersa frente, oro el cabello,
cejas arcos, zafir ojos,
bruñida tez, labios rojos,
nariz recta, ebúrneo cuello;
talle airoso, cuerpo bello,
cándidas manos en que
—220→
el cetro de amor se ve,
tiene Fili; en oro engasta
pie tan breve, que no gasta
ni un pie.


(132)                


No podía pedirse concentración mayor en la forma y en la mezcla de motivos medievales y renacentistas.

Pero volvamos ahora a nuestro romance decasílabo (61) donde se pinta la hermosa figura de Lisi, la marquesa gran amiga de Sor Juana219. Son 68 versos con rima o-a que, como ya se señaló, comienzan todos con esdrújulos. Es de notar que Sor Juana, al retratar a sus protectoras o amigas, no sigue las convenciones de su época al pie de la letra. Quiero decir que, aparentemente, era fiel al color de los rasgos que se copiaban, seguramente haciendo honor a la «verdad» tan proclamada220. Si no podía pintar a una belleza rubia de ojos claros, no mencionaba el color y se dedicaba a resaltar otras virtudes, como la longitud, la suavidad de los cabellos. Pero no hubo necesidad de esto con la rubia marquesa. Veamos la segunda estrofa:


Cárceles tu madeja fabrica:
dédalo que sutilmente forma
vínculos de dorados ofires,
tíbares de prisiones gustosas.


Sin embargo, lo que aquí se señala no es el color sino la propiedad de enredar, en los bucles, las almas de los que la veían. En la frente, donde sigue el patrón medieval, lo que   —221→   resalta, junto al rasgo físico, es una cualidad espiritual: «Hécate, no triforme, mas llena, / pródiga de candores asoma»; o personal: la de atraer, abrasar en amores. Así en: «Lámparas, tus dos ojos, febeas, / súbitos resplandores arrojan; / pólvora que a las almas que llega, / tórridas abrasadas transforma». Las cejas son «arcos» como las dueñas del medioevo heredaron de la baja latinidad, pero con un detalle más nuevo, las flechas221: «Pérsica forman lid belicosa / áspides que por flechas disparas / víboras de halagüeña ponzoña». Con respecto a la nariz, la Décima Musa es muy original. No nos dice que sea «afilada» o «recta» o «no roma» sino que la convierte, usando términos del oficio legal, en «juez» en la división de las mejillas. Así en los siguientes versos: «Límite, de una y otra luz pura, / último, tu nariz judiciosa / árbitro es entre dos confinantes / máquina que divide una y otra». Las mejillas, como ella dice, no son sólo «clásicas» al repetir la consabida mezcla del rojo y blanco, sino que son renacentistas en cuanto que usan, precisamente, esa palabra y no la de «cara» o «tez» según vimos en los retratos de las bellas medievales. Sor Juana tiene predilección por usar «boca», reminiscencia medieval, en vez de «labios»; en estos versos unida a los muy renacentista barrocos vocablos de «coral» y «aljófar», «lágrima del aurora». Un rasgo acusa en la siguiente estrofa la influencia de los retóricos, el aliento per fumado: «búcaro de fragancias, tu boca». De todos los retratos de la monja es éste el único que recoge el hoyuelo que canta Anacreonte en su poema que vimos: «Cóncavo es, breve pira, en la barba / pórfido en que las almas reposan». La Décima Musa toca la cuestión de las bellezas ocultas cuando, al hablar del cuello, lo llama «tránsito a los jardines de Venus». Notemos que utiliza la palabra «gesta», de raigambre renacentista, y que no menciona de modo explícito que sea «erguido» aunque al hacerlo de «marfil» quizá sugiere lo enhiesto además del color. Le añade un detalle neo-platónico poco usado, sin embargo, al hacerlo el órgano por donde las palabras se convierten «en canora música». De nuevo, sólo es en este poema donde se mencionan los brazos, blancos y de «cristal» como los de María Egipciaca, utilizando hermosos   —222→   latinismos, mitología y plásticas imágenes: «Pámpanos de cristal y de nieve, / cándidos tus dos brazos provocan / tántalos los deseos ayunos, / míseros, sienten frutas y ondas». Los dedos finos como el alabastro que salen de esas manos no sólo se alaban por su hermosura y recuerdan «las blancas manos y los dedos pulidos» que sólo el Marqués de Santillana menciona en una de sus hermosas; sirven también para retratar lo moral del carácter de la marquesa: la honestidad y el calor humano:


Dátiles de alabastro tus dedos,
fértiles de tus dos palmas brotan,
frígidos si los ojos los miran,
cálidos si las almas los tocan.


El talle, émulo sólo de sí mismo, según nos dice la poetisa, recuerda la cintura de la hermosa Calectrix quien podía, dos veces, doblar por ella una correa de cuatro palmos. Utiliza en estos versos originales imágenes geográficas: «Bósforo de estrechez tu cintura / cíngulo ciñe breve por zona / músculos nos oculta ambiciosa». Los pies diminutos que se mencionan: «móviles pequeñeces», es detalle medieval pero no aparece en ninguno de los retratos que hemos considerado. Por último, como la de Calectrix, María Egipciaca y la amada del Arcipreste, la estatura de la marquesa es «bien astillada» (delgada y firme), es decir, en palabras de la poetisa, es plátano gentil, flámula que se mueve al viento elegante y graciosamente.

A la tradición clásica, medieval y renacentista añadió Sor Juana los recursos de Góngora y de algunos de sus continuadores: la utilización quintaesenciada de esos esdrújulos222 que como piedras fulgurantes de su genio, sugieren la «rara» hermosura de su amiga Lísida. A su conocimiento de las doctrinas neo-platónicas debe la sabia e inteligente monja la idea de escribir este retrato con plumas formadas de las luces del sol y con sílabas compuestas por las estrellas, en el inmaterial y, por tanto, único lienzo posible: el firmamento. Sólo él podía   —223→   darnos una visión ideal, metafísica, de la «angélica forma» de la ya así inmortalizada marquesa de la Laguna, condesa de Paredes.