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ArribaAbajoCapítulo XXXII

Uso de la preposición a en el acusativo


889 (350). La preposición a se antepone a menudo al acusativo cuando no es formado por un caso complementario; y significa entonces personalidad y determinación.

890 (a). Nada más personal ni determinado que los nombres propios de personas, esto es, de seres racionales; todos ellos llevan la preposición en el acusativo: «He leído a Virgilio», «al Tasso»; «Admiro a César, a Napoleón, a Bolívar». Los nombres propios de animales irracionales, y por consiguiente los apelativos que se usan como propios de personas o seres vivientes, se sujetan a la misma regla: «Don Quijote cabalgaba a Rocinante, y Sancho Panza al Rucio».

891 (b). Pero basta la determinación sola para que sea necesaria la preposición a en todo nombre propio que carece de artículo: «Deseo conocer a Sevilla»; «He visto a Londres». En los de cosas, que llevan artículo, éste basta como signo de determinación: «Las tropas atravesaron el Danubio», «Pizarro conquistó el Perú».

892 (c). Por el contrario, basta la personalidad sola para que lleven a los acusativos de alguien, nadie, quien.

893 (d). Los nombres apelativos de personas, que llevan artículo definido, requieren la preposición: «Conozco al gobernador de Gibraltar»; «Debe el pueblo por su propio interés recompensar a los que le sirven».

Y para que sea propio el uso de la preposición es suficiente que la determinación de la persona exista con respecto al sujeto; pero si ni aun así fuere determinado el apelativo, no deberá llevarla. Se dirá, pues, aguardar a un criado, cuando el que le aguarda piensa determinadamente en uno; y por la razón contraria, aguardar un criado, cuando para el que le aguarda es indiferente el individuo. «El niño requiere un maestro severo»; «Fueron a buscar un médico experimentado, que conociera bien las enfermedades del país»; «Fueron a buscar a un médico extranjero que gozaba de una grande reputación».

894 (e). Es una consecuencia de la regla anterior el omitirse la preposición con los apelativos de persona que no son precedidos de artículo alguno: «Busco criados»; «Es preciso que el ejército tenga oficiales inteligentes».

895 (f). Los apelativos de personas que sólo se usan para designar empleos, grados, títulos, dignidades, no llevan la preposición: «El presidente eligió los intendentes y gobernadores»; «El Papa ha creado cuatro cardenales».

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896 (g). Los acusativos del impersonal haber no llevan nunca la preposición a: «Hay hombres que para nada sirven»; «Hay mujeres peligrosas»; «No hay ya los grandes poetas de otros tiempos». Ni aun alguien, nadie y quien se eximen de esta regla: «Alguien hay que nos escucha»; «No hay nadie que no le deteste»; «¿Quién hay que le conozca?». Quién en este último ejemplo es qué persona; en «¿Hay quien le conozca?», quien es persona que, el antecedente envuelto persona es el verdadero acusativo de haber, y el elemento relativo es sujeto de la preposición subordinada. En «No hay a quien recurrir» se calla el acusativo persona, y la preposición es régimen de recurrir.

897 (h). Los apelativos de cosa no suelen llevar la preposición, por determinados que sean: «Cultiva sus haciendas»; «Tiene la más bella biblioteca». Los verbos que significan orden, como preceder, seguir, parecen apartarse de esta regla: «La primavera precede al estío»; «El invierno sigue al otoño»; pero lo que rigen esos verbos es realmente un dativo. Si se dice que la «gramática debe preceder a la filosofía», se dice también que debe precederle o precederla, representando a filosofía con le o la, terminaciones que sólo son equivalentes en el dativo femenino; lo que no se opone a que en construcción pasiva se diga que «la filosofía debe ser precedida de la gramática». Éste es uno de los caprichos de la lengua, como también lo es el que esos mismos verbos no sean susceptibles de la construcción regular cuasi-refleja de sentido pasivo, pues nadie seguramente diría: «La filosofía debe precederse de la gramática»251.

(i) Las reglas anteriores sufren a veces excepciones: 1.º por personalidad ficticia; 2.º por despersonalización; 3.º para evitar ambigüedad.

898. 1.ª Las cosas que se personifican toman la preposición a en el acusativo, cuando son determinadas, lo que puede extenderse aun a los casos en que la idea de persona se columbra oscuramente, como cuando aplicamos a las cosas los verbos que tienen más a menudo por acusativo un ser racional o por lo menos animado. De aquí «Llamar a la muerte», «Saludar las aves a la aurora», «Calumniar a la virtud», «Recompensar al mérito», «Hemos de matar en los gigantes a la soberbia, a la envidia en la generosidad y buen pecho, a la ira en el reposado continente y quietud del ánimo, a la gula y al sueño en el poco comer que comemos y en el mucho velar que velamos» (Cervantes); «Temía a los extraños, a los propios, a su misma sombra; condición de tirano» (Martínez de la Rosa). Otro escritor moderno ha dicho: «La literatura sabia despreciaba la poesía popular»; y hubiera podido personificar la poesía, anteponiéndole la preposición.

899. 2.ª Por el contrario, los verbos cuyo acusativo es a menudo de cosa, pueden no regir la preposición, cuando les damos por acusativo   —255→   un nombre apelativo de persona: «La escuela de la guerra es la que forma los grandes capitanes». Esta excepción no se extiende jamás a los nombres propios; y es de rigor con el acusativo de que, cuando, sacándolo de su ordinario empleo, lo hacemos representativo de persona; tan malo sería pues «el hombre a que vi», con la preposición, como «el hombre quien vi», sin ella.

Pierde sus hijos el que deja de tenerlos; pierde a sus hijos el que con su nimia indulgencia y sus malos ejemplos los corrompe; perder en esta última oración tiene un significado moral que sólo puede recaer sobre verdaderas personas.

Como en esto de fingir persona o vida donde no existe, o mera materialidad donde hay vida o persona, no es dado poner coto a la imaginación del que habla o escribe, no puede menos de ser extremadamente incierta y variable la práctica de los mejores hablistas en estas dos excepciones.

900. 3.ª Cuando es necesario distinguir el acusativo de otro complemento formado por la preposición a, podemos y aun debemos omitirla en el acusativo, que en otras circunstancias la exigiría: «Prefiero el discreto al valiente»; «Antepongo el Ariosto al Tasso». Esto sucede principalmente cuando concurren acusativo y dativo; y nunca se extiende a los nombres propios de persona que carecen de artículo; por lo que no sería permitido, «Presentaron Zenobia al vencedor», aunque sería tolerable. «Presentaron la cautiva Zenobia al vencedor», y «Prefiero Cádiz a Sevilla». Cuando es inevitable la repetición del a, suele preceder el acusativo: «El traidor Judas vendió a Jesús a los sacerdotes y fariseos». Pero si ambos términos fuesen nombres propios de persona, sin artículo, sería preciso adoptar otro giro; porque ni «Recomendaron Pedro a Juan», ni «Recomendaron a Pedro a Juan», pudieron tolerarse116.




ArribaAbajoCapítulo XXXIII

Acusativo y dativo en los pronombres declinables


El uso del acusativo y el dativo en los pronombres declinables por casos, que son yo, tú, él y ello, es una de las materias de más dificultad y complicación que ofrece la lengua. Principiaremos por algunas observaciones generales, que facilitarán la inteligencia de lo que vamos a decir.

901 (351). En los pronombres declinables el acusativo y el dativo tienen casi siempre dos formas; a saber:

En la primera persona
SingularPlural
Acusativo, me, a mí.nos, a nosotros.
Dativo, me, a mí.nos, a nosotros.
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En la segunda persona
SingularPlural
Acusativo, te, a ti.os, a vosotros.
Dativo, te, a ti.os, a vosotros.
En la tercera persona, género masculino
SingularPlural
Acusativo, le o lo, a él.los (a veces les), a ellos.
Dativo, le, a él.les, a ellos.
En la tercera persona, género femenino
SingularPlural
Acusativo, la, a ella.las, a ellas.
Dativo, le o la, a ella.les o las, a ellas.
En la tercera persona, género neutro
Singular
Acusativo, lo.
Dativo, le, a ello.

902 (352). En la primera y segunda persona son unos mismos los casos oblicuos y los reflejos o recíprocos. La tercera persona tiene formas peculiares para el sentido reflejo o recíproco, a saber:

En todo género y número
Acusativo, se, a sí.
Dativo, se, a sí.

903 (a). Hay, pues, para cada acusativo o dativo dos formas, una simple, como me, y otra compuesta que lleva la preposición a, como a mí. Y a veces es varia la forma simple, como le o lo en el acusativo masculino de singular de la tercera persona. El neutro ello es el único que carece de forma compuesta en el acusativo oblicuo, pues aunque podemos decir en el género masculino, «Yo le conozco a él», en el género neutro nunca se dice, «Yo lo entiendo a ello». Pero en el dativo oblicuo puede recibir ambas formas: «Como no pareciese suficiente lo declarado por los testigos, se creyó necesario agregarle» o «agregar a ello el reconocimiento de los peritos». Lo mismo en el acusativo y dativo reflejos: «Esto se entiende fácilmente y se explica a sí mismo»; «No sé qué tiene lo maravilloso, que fascina el entendimiento y lo atrae a sí» o «se lo atrae». Pero la forma compuesta es la que mejor suena y la que generalmente se prefiere en el dativo neutro.

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904 (b). El dativo se admite algunas veces el sentido oblicuo. «El libro que mi amigo me pide, no se lo puedo enviar en este momento»: se significa a él. Cuando el dativo se es oblicuo, la forma compuesta que le corresponde es a él, a ella, a ellos, a ellas, según los varios números y géneros. «El libro que se me pide no se lo puedo enviar a él, a ella, a ellos, a ellas».

905 (c). Ya se ha dicho (§ 141) que los casos complementarios no pueden estar sino con un verbo o con un derivado verbal; que si se le anteponen, se llaman afijos, y que pospuestos se pronuncian y escriben como si formasen una sola palabra con el verbo o derivado verbal, llamándose entonces enclíticos117.

906 (d). En el indicativo pueden preceder o seguir: «Mandole que viniese»; «Le mandó que viniese». Pero la primera colocación es mucho menos usada (sobre todo en prosa) cuando el verbo no es la primera palabra de la oración. «Hacíase mención de los bienes dotales», dice Solís, y hubiera podido decir también se hacía; pero «En el instrumento dotal hacíase mención de los bienes», habría parecido algo duro, y «El instrumento en que extendiose el contrato», o «Refieren los historiadores que rindiose la ciudad», serían construcciones insoportables. Después de las conjunciones y, o, mas, pero, que ligan oraciones independientes, no ofende la precedencia del verbo; «Llevose el cadáver al templo, y recibiéronle los religiosos»; «Enterrábanse los cadáveres, o consumíalos el fuego»; «No era dudosa la buena voluntad del pueblo; pero desconfiábase de la tropa». Esto parece perfectamente analógico, porque como la verdadera conjunción, que liga dos oraciones, está realmente en medio de ellas y a ninguna de las dos pertenece, puede la segunda principiar por un indicativo con enclítico, puesto que el verbo es entonces la primera palabra de la oración. Al contrario, después de no o de un adverbio, no podría tolerarse un enclítico: «No celebrose la boda con la solemnidad que se esperaba», y «Si represéntase la Mojigata de Moratín esta noche, iré a verla», serían trasposiciones horribles que ni aun a los poetas se permitirían, no obstante la libertad de que gozan en el uso de los enclíticos; verbigracia:


«Salió la luna y en las claras ondas
Reflejose su luz».




«Ya la ciudad es mísero despojo;
Las llamas devoráronla».



En lo cual los poetas de nuestros días son algo más atrevidos que sus predecesores.

907. La excepción más notable a la regla que se ha dado sobre el uso de los enclíticos en el indicativo, es que si se principia por una cláusula de gerundio o de participio adjetivo, pueden seguirse a ella verbos modificados por enclíticos: «Teniéndose noticia del peligro», o «Conocido el peligro, se tomaron» o «tomáronse las providencias del   —258→   caso»; «Dotados de ardiente fantasía, dedicáronse a composiciones en que podían dejarla campear libremente» (Martínez de la Rosa).

908. Lo mismo tiene cabida siempre que preceden al verbo proposiciones subordinadas: «Cuando se aguarda la nueva de su muerte, sábese que el pueblo la ha librado de tan grave peligro» (Martínez de la Rosa). «Aunque todavía quedasen muchos restos preciosos del reinado anterior, notose muy en breve la decadencia de la dramática» (el mismo).

909. No parecen igualmente aceptables los enclíticos en los ejemplos siguientes: «Almanzor, caudillo del ejército cordobés, preséntase encubierto con el nombre de Zaide»; «En la Crónica general de España hácese más de una vez mención de esa especie tosca de cantores o representantes»; «En otra composición de Moreto échase de ver que quiso luchar cuerpo a cuerpo con el mejor dramático de su era». Ésta se va haciendo una especie de moda que probablemente se arraigará a la sombra de autoridades tan respetables como la del escritor a quien pertenecen estos pasajes; no creo que perderá nada en ello la lengua.

910 (e). En el subjuntivo se usan invariablemente los afijos: «Es menester que te dediques seriamente al estudio».

911 (f). El imperativo no admite regularmente afijos; hoy día no se puede decir en prosa: «le haz venir», «le llamad», sino «hazle venir», «llamadle». El plural del imperativo, seguido del enclítico os, se apocopa, perdiendo la d final, menos en el verbo ir: «Preparaos, vestíos, idos»118.

912 (g). En las formas indicativo-imperativas se siguen las mismas reglas que en el uso ordinario del indicativo: «Le dirás», o «dirasle».

913. Las formas subjuntivo-optativas principian naturalmente la oración cuando ésta es afirmativa, y no admiten afijos, sino enclíticos: «Favorézcate la fortuna». Pero si la oración principia por otra palabra que el verbo, como puede muy bien, es al contrario, a lo menos en prosa: «Propicia se te muestre la fortuna»; «Blanda le sea la tierra». De que se sigue que si la oración es negativa, no puede el verbo llevar enclíticos: «Nadie se crea superior a la ley»; «Ni te engrías en la próspera fortuna, ni te dejes abatir en la adversa».

914 (h). La eufonía pide que se eviten construcciones como éstas: Visteisos por os visteis, vestisos por os vestís, cantásese por se cantase; en que os sigue a terminaciones en s, y se a la se del pretérito de subjuntivo. No sería soportable vístete, pretérito del verbo ver; pero no podríamos decir de otro modo en el imperativo de vestir. Igualmente necesarios serían abátete, imperativo de abatir, pásese, subjuntivo-optativo de pasar, etc.252-119

915 (i). Con los infinitivos y gerundios no se usan hoy afijos, sino   —259→   enclíticos: «Es necesario conocer las leyes; pero no lo es menos saber aplicarlas oportunamente»; «En viéndome sólo, me asalta la melancolía». Lo es el único afijo que se aparta a veces de esta regla, colocándose entre no y el gerundio: «Si hubiere texto expreso, se juzgará por él, y no lo habiendo, seguirá el juez los principios generales de equidad»; «Es una sandez conocida, que se dé a entender que es caballero no lo siendo» (Cervantes); «No lo haciendo, se les dejará libre el recurso a la justicia» (Jovellanos); «Estando resuelto en esto, y no lo estando en lo que debía hacer de su vida, quiso su suerte», etc. (Cervantes). Pero esta práctica es rara y aun creo que se limita a ciertos verbos, como ser, estar, haber, hacer, y no sé si algún otro.

916 (j). Los casos complementarios del infinitivo van regularmente con él: «Me pareció mejor ocultarle el suceso». «Me propuse hablarles», «Se trataba de acusarlos». Pero hay muchos verbos que pueden llevar como afijos o enclíticos (según las reglas precedentes) los casos complementarios del infinitivo que les sirve de complemento, o que sirve de término a una preposición regida por ellos: «Se lo quiero, debo, puedo confiar»; «Quiéroselo, déboselo, puédoselo confiar», en lugar de «Quiero, debo, puedo confiárselo»; como también se dice: «Se lo iba ya a referir», «Íbaselo ya a referir», «Iba ya a referírselo»; «Le salieron a recibir», «Saliéronle a recibir», «Salieron a recibirle»; «Lo sabe hacer», «Sábelo hacer», «Sabe hacerlo»; «No lo alcanzo a comprender», «No alcanzo a comprenderlo». Lo mismo se practica con el gerundio: «Me estoy vistiendo», «Estoime vistiendo», «Estoy vistiéndome».

Esta atracción de los verbos sobre el régimen de los infinitivos y gerundios pasa a sus derivados verbales. Dirase, pues: «Yo no creo debérselo confiar», o «deber confiárselo»; «Determinó irlas a ver», o «ir a verlas»; «Estando divirtiéndome», o «Estándome divirtiendo»; «Habiéndoselo de contar», o «Habiendo de contárselo»120.

917 (k). En las formas compuestas de participio sustantivado, los afijos o enclíticos van regularmente con el verbo auxiliar: «Largo tiempo le habíamos aguardado», «Habíamosle aguardado largo tiempo»; sería duro «Habíamos aguardádole». De la misma manera «Los habían de haber aprendido», o «Habíamos de haber aprendido», o «Habían de haberlos aprendido»; pero no «Habían de haber aprendídolos». La única excepción legítima es cuando se calla el auxiliar por haberse poco antes expresado: «Habíamos aguardado a nuestros amigos y preparádoles lo necesario», y en general, cuando entre el auxiliar y el participio se interpone alguna frase: «Volvieron a embarcarse, habiendo primero en la marina hincándose de rodillas» (Cervantes)71.

918 (l). Esta excepción no se extiende al participio adjetivo; sería malísimo castellano: «Están ya elegidas las personas que deben concurrir a la ceremonia, y señaládosles los asientos»; «El ministro tiene ya acordada la resolución, y comunicádala a las partes».

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919 (m). Úsanse a veces las dos formas, simple y compuesta: «Me reveló el secreto a mí»; «Te ocultó la noticia a ti»; «Los socorrieron a ellos»; pleonasmo muy del genio de la lengua castellana, y a veces necesario, sea para la claridad de la sentencia, sea para dar viveza a un contraste, o para llamar la atención a una particularidad significativa: «Concediéronle a él la pensión, y se la negaron a sujetos que la merecían mucho más»; «Venía Pedro con su esposa; yo le hablé a él, y no hice más que saludarla a ella». La forma compuesta supone regularmente la simple: en prosa no sonaría bien «Habló a mí», o «A mí habló», en lugar de «Me habló a mí», o «A mí me habló». Absolutamente repugna a la lengua que se diga «A mí parece», en lugar de me o a mí me. Pero otras veces no es tan escrupulosa: se puede decir «Conviene a vosotros», «A ellos importa», sin necesidad del os o el les. En esta parte no conozco otra regla que el uso.

920. Lo dicho se extiende a los dativos y acusativos de los nombres indeclinables: «Le dieron a la señora el primer asiento», «A usted le han enviado un mensaje», «Al reo le han indultado», «Los tesoros no los empleaba en sus gustos» (Mariana); «La iglesia de Santiago, que era de tapiería, la edificó desde los cimientos de sillares, con columnas de mármol» (el mismo).

Pero en esta materia hay algunas particularidades que merecen notarse.

921. 1.ª El acusativo o dativo se expresa primero por el del nombre indeclinable, y se repite por el caso complementario: «A los desertores los han indultado de la pena de muerte»; «A su hermano de usted le han concedido el empleo». Esta especie de pleonasmo, a veces verdadera redundancia que se aviene mal con el estilo serio y elevado, es otras natural y expresiva: «Al tiempo que querían dar los remos al agua (porque velas no las tenían), llegó a la orilla del mar un bárbaro gallardo» (Cervantes).

922. 2.ª Si precede un complementario dativo, es aceptable la repetición por el dativo del nombre indeclinable: «Le dieron a la señora el primer asiento».

923. 3.ª Pero si precede el acusativo complementario, la duplicación por medio del nombre indeclinable produciría muy mal efecto: «Los empleaba los tesoros en sus gustos»; «La edificó de sillares desde los cimientos la iglesia de Santiago»253.

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924. Hay con todo circunstancias en que esta colocación pudiera parecer oportuna: «Los disipaba en frivolidades, aquellos tesoros comprados con el sudor y la miseria del pueblo»254. Es usual el acusativo a usted después del caso complementario: «Le han sorprendido a usted»; «Los aguardábamos a ustedes».

925. 4.ª Precediendo un relativo en acusativo debe evitarse el pleonasmo, a no ser que el relativo se halle algo distante del caso complementario que lo reproduce: «Esta tierra es Noruega; pero ¿quién eres tú que lo preguntas, y en lengua que por estas partes hay muy pocos que la entiendan?» (Cervantes); «Visitome en el calabozo una mujer que la alcaidesa había hecho soltar de la cárcel y llevádola a su aposento» (el mismo). Sin esta circunstancia sería generalmente desagradable la duplicación: «Con éstas me ha enseñado otras cosas, que no las digo porque bastan las dichas para que entendáis que soy católico cristiano»; a menos que condujese a la claridad de la sentencia: «Sabían mis padres nuestros amores y no les pesaba de ello, porque bien veían que cuando pasasen adelante, no podían tener otro fin que el de casarnos; cosa que casi la concertaba la igualdad de nuestros linajes y riquezas» (el mismo). Mediante este la se presenta desde luego como acusativo el que, y no es necesario llegar al fin de la proposición subordinada para reconocerlo como tal. Si se dijese «que la concertaban nuestros linajes y riquezas», me parecería enteramente ocioso el la.

926. 5.ª El pasaje anterior de Cervantes «Al tiempo que querían dar los remos al agua», etc., sugiere otra excepción necesaria: velas es una expresión elíptica, equivalente a en cuanto a velas; y es modismo bastante usual en castellano: «En aquellos tiempos se copiaba todo a mano, porque imprenta no la había»; «Se sustentaban de vegetales; pues otra especie de alimentos el país no la producía». Lo cual se extiende a otros casos que el acusativo: «pues pan y carne, no había que pensar en ellos» (o en ello según § 151, c). Pero no se vaya a legitimar con esta elipsis construcciones irregulares en que el sentido no la pida, como hay algunas en Cervantes.

927. En general esta duplicación del acusativo o dativo debe estar justificada por algunos de los motivos antedichos: claridad, énfasis, contraste, elipsis; a los que podemos añadir urbanidad en usted; porque sin ellos su frecuente uso llevaría cierto aire de negligencia o desaliño, apropiado exclusivamente al estilo más familiar.

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928 (n). En la tercera persona masculina de singular el complementario acusativo es le o lo. Hay escritores que reprueban el le, otros que no sufren el lo; y la verdad es que aun los que se han pronunciado por uno de estos dos extremos, de cuando en cuando contravienen inadvertidamente a su propia doctrina en sus obras. La que a mí me parece aproximarse algo al mejor uso es la de don Vicente Salvá: le representa más bien las personas o los entes personificados; lo las cosas. Se dice de un campo, que lo cultivan; de un edificio que lo destruyó la avenida; de un ladrón que le prendieron; del mar embravecido por la tempestad, que los marineros le temen. Las corporaciones, como el pueblo, el ejército, el cabildo, siguen a menudo la regla de las personas, y lo mismo hacen los seres animados irracionales, cuya inteligencia se acerca más a la del hombre. Al contrario, los seres racionales como que pierden este carácter cuando la acción que recae sobre ellos es de las que se ejercen frecuentemente sobre lo inanimado. Así no disonará el decirse que a un hombre lo partieron por medio, o que lo hicieron añicos. Si con el verbo perder se significa dejar de tener, podrá decirse de un hijo difunto que lo perdieron sus padres; si se significa depravar, inducir al vicio, se dirá bien de un joven que los malos ejemplos le perdieron. Y como es imposible reducir a reglas los antojos de la imaginación, la variedad que se observa en las formas de este acusativo complementario es menos extraña de lo que a primera vista parece.

929 (o). En la tercera persona masculina de plural, la forma regular del acusativo es los; pero la les ocurre con tanta frecuencia en escritores célebres de todas épocas, que sería demasiada severidad condenarla.

Cervantes ofrece multitud de ejemplos: «Era la noche fría de tal modo, que les obligó a buscar reparos para el hielo»; «Antonio dijo al italiano que para no sentir tanto la pesadumbre de la mala noche, fuese servido de entretenerles, contándoles», etc.; «El mar les esperaba sosegado y blando»; «Abrazándoles a todos primero, dijo que quería volverse a Talavera»; «Los tengo de llevar a mi casa, y ayudarles para su camino»; «Avisoles de los puertos adonde habían de andar»; «Trabándoles de las manos, los presentó ante Monipodio»; «Nuestros padres aún gozan de la vida, y si en ella les alcanzamos, daremos noticia», etc.; «Quedé suspenso cuando vi que los pastores eran los lobos, y que despedazaban el ganado; volvió a reñirles el señor», etc.; «Llegado el tiempo de la partida, proveyéronles de dinero»; «Les forzaba a partir la poca seguridad de la playa», etc.

Los modernos han sido algo más mirados en el uso de este les; pero no dejan de admitirlo de cuando en cuando: «Testigos de extraordinarios acontecimientos que les convidaban al canto heroico» (Martínez de la Rosa); «Este personaje excita el interés de los espectadores, les obliga a tomar parte en su suerte», etc. (el mismo); «Para haber de cautivarles se necesita ofrecerles dramas más nutridos, planes más artificiosos, caracteres más varios» (el mismo); «Esperanzas superiores a   —263→   aquellas a que su destino diario les condenaba» (Gil y Zárate); «Una guía que les conduzca por el inmenso campo de nuestra literatura» (el mismo); «El gran Conde de Aranda favorecía con su trato a los escritores más distinguidos, y les exhortaba a componer piezas dramáticas» (Moratín); «Quiso también Moratín demostrar de una manera victoriosa las equivocaciones en que han incurrido no pocos extranjeros que han escrito acerca de nuestro teatro sin querer preguntar jamás lo que ignoran a los únicos que les pudieran instruir», etc. (el mismo).

Atendiendo al uso de esta terminación les en el acusativo, se echa de ver que suele referirse a persona. Leemos a la verdad en Jovellanos: «Muchos terrenos perdidos para el fruto a que les llama la naturaleza, y destinados a dañosas e inútiles producciones»; pero llamar envuelve aquí una especie de personificación, pues no se llama sino a lo animado y lo inteligente. Y aun creo que sin violencia se explicaría por la personificación aquel pasaje de Cervantes: «Plegue a Dios que mis ojos le vean, antes que les cubra la sombra de la eterna noche»255.

930 (p). La tercera persona femenina hace le o la en el dativo de singular, y les o las en el plural. Aunque no pueda reprobarse este uso de la y las, particularmente hablando de personas, es mejor limitarlo a los casos que convenga para la claridad de la sentencia. No sería menester decir: «Me acerqué a la señora del Intendente y la dí un ramo de flores», porque el le sería aquí tan claro como el la. Pero en «La señora determinó concurrir con su marido al festín que la habían preparado», es oportuno el la, para que el dativo no se refiera al marido; pues aunque el le reproduciría naturalmente el sujeto la señora, no está de más alejar hasta los motivos de duda que no sean del todo fundados256.

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931 (q). Expongamos ahora las reglas a que se sujetan las combinaciones de los afijos o enclíticos entre sí o con las formas compuestas.

Todas las combinaciones, o son binarias, «Te los trajeron» (los libros), o ternarias, como «Castíguesemele» (al niño).

Las binarias o constan de dativo y acusativo, o de dos dativos.

En las que constan de dativo y acusativo, o estos dos casos significan objetos distintos (solicité su aprobación, pero no tuvo a bien concedérmela), o significan objetos idénticos, esto es, un mismo objeto bajo diferentes relaciones (no debemos entregarnos a nosotros mismos, sin más guía que el ciego impulso de nuestros apetitos y pasiones).

De aquí resultan seis clases de combinaciones, a saber:

1.ª Combinaciones binarias de dativo y acusativo distintos: la primera persona concurre con la segunda.

2.ª Combinaciones binarias de dativo y acusativo distintos: la primera o segunda concurre con la tercera persona.

3.ª Combinaciones binarias de dativo y acusativo distintos: ambos de tercera persona.

4.ª Combinaciones binarias de dativo y acusativo idénticos.

5.ª Combinaciones binarias de dos dativos.

6.ª Combinaciones ternarias.

La colocación de los afijos y enclíticos está sujeta en todas las combinaciones a la regla siguiente:

932 (353). Cuando concurren varios afijos o enclíticos, la segunda persona va siempre antes de la primera, y cualquiera de las dos antes de la tercera; pero la forma se (oblicua o refleja) precede a todas. Las combinaciones me se y te se deben evitarse como groseros vulgarismos.

933. Los afijos no alternan con los enclíticos; y se dice: «Me la concedió» (su aprobación), o «Concediómela», pero nunca «Me concediola», o «La concediome».

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Primera clase

934 (354). En las combinaciones binarias de dativo y acusativo distintos, concurriendo la primera persona con la segunda, el acusativo toma la forma simple y el dativo la compuesta.

Acusativo reflejo
Me acerco a ti, a vosotros.
Acércate a mí, a nosotros.
Nos humillamos a ti, a vosotros.
Os humilláis a mí, a nosotros.

Dativo reflejo
Me atraes a ti, me atraéis a vosotros.
Te atraigo a mí, te atraemos a nosotros.
Nos llamáis a ti, nos llamáis a vosotros.
Os llamo a mí, os llamamos a nosotros.

Ambos casos oblicuos
Me recomendaron a ti, a vosotros.
Te recomendaron a mí, a nosotros.
Nos condujeron a ti, a vosotros.
Os condujeron a mí, a nosotros257.

935. Por regla general se evitan combinaciones binarias de casos complementarios en esta clase. Son, sin embargo, de bastante uso te me y te nos, en que se toma por acusativo el caso reflejo; cuando ninguno de los dos lo es, sólo por el contexto se determina cuál es el acusativo: y así en ríndetenos, te es acusativo reflejo y nos dativo, pero en te me recomendaron, cualquiera de los dos pudiera ser acusativo o dativo, según el contexto: «Te me vendes por discreto», leemos en la Tragicomedia de Celestina (te acusativo reflejo, me dativo); y con igual propiedad hubiera podido decirse: «Te me vendo por discreto» (me acusativo reflejo, te dativo). «Te me dio mi madre, cuando morabas en la cuesta del río», dice Pármeno a Celestina (me acusativo, te dativo, ambos oblicuos); «Hijo, bien sabes cómo tu madre te me dio», dice en otra parte Celestina a Pármeno (te acusativo, me dativo); «Lo hago por amor de Dios, y por verte en tierra ajena, y más por aquellos huesos de quien te me encomendó» (la misma al mismo: te acusativo, me dativo).

  —266→  

936. Además de estas combinaciones te me y te nos, se usó mucho hasta el siglo XVII os me, en que el caso reflejo era siempre acusativo: «Os me sometí» (me sometí a vosotros); «Os me sometisteis» (os sometisteis a mí). Pero siendo ambos oblicuos, cualquiera de los dos pudiera ser acusativo, según las circunstancias: «Os me sometieron vuestros padres para que os enseñase y dirigiese»; «Os me recomendaron como idóneo para vuestro servicio»258.




Segunda clase

(355). En las combinaciones binarias de acusativo y dativo distintos, en que concurre la primera o la segunda persona con la tercera, hay que notar dos diferencias importantes:

  —267→  

937. 1.ª Si la primera o segunda persona es dativo, se forman todas las combinaciones binarias posibles me le, me la, me los, me las; te le, te la, te los, te las; nos le, nos la, nos los, nos las; os le, os la, os los, os las; me lo, te lo, nos lo, os lo. El lo de las cuatro últimas combinaciones se supone neutro; pero el le masculino puede tomar la forma lo, según lo dicho arriba, en el acusativo de la tercera persona de singular.

Ambos casos oblicuos
Me le o me lotrajeron (el libro).
Te le o te lo
Nos le o nos lo
Os le u os lo

Me lallevaron (la capa).
Te la
Nos la
Os la

Me losconfió (los negocios).
Te los
Nos los
Os los

Me lasvendió (las alhajas).
Te las
Nos las
Os las

Me locontaron (lo sucedido).
Te lo
Nos lo
Os lo

Dativo reflejo de primera o segunda persona
Me le o me lo puse(el sombrero).
Te le o te lo pusiste
Nos le o nos lo pusimos
Os le u os lo pusisteis

Me la quité(la gorra).
Te la quitaste
Nos la quitamos
Os la quitasteis

  —268→  

Me los gané(los dineros).
Te los ganaste
Nos los ganamos
Os los ganasteis

Me las concilié(las voluntades).
Te las conciliaste
Nos las conciliamos
Os las conciliasteis

Me lo reservé(lo que estaba resuelto).
Te lo reservaste
Nos lo reservamos
Os lo reservasteis

Acusativo reflejo de tercera persona
Se mereveló (el secreto, la determinación).
Se te
Se nos
Se os

Se mepresentaron (los testigos, las pruebas).
Se te
Se nos
Se os

Se meavisa (que va a llegar la expedición).
Se te
Se nos
Se os

938. 2.ª Si la primera o segunda persona es acusativo, toma este caso la forma simple y el dativo la compuesta:

Ambos casos oblicuos
Mesujetaron a él, a ella, a ellos, a ellas, a ello.
Te
Nos
Os

Acusativo reflejo de primera o segunda persona
Me sometía él, a ella, a ellos, a ellas, a ello.
Te sometiste
Nos sometimos
Os sometisteis

  —269→  

Dativo reflejo de tercera persona
Meatrajo (él, ella) a sí.
Te
Nos
Os

Meaproximaron (ellos, ellas) a sí.
Te
Nos
Os

Meaficiona (lo bello) a sí.
Te
Nos
Os

939 (356). Sin embargo, son de uso corriente las combinaciones binarias Me le y Me les, Te le y Te les, en que me y te son acusativos reflejos: Me le o les humillé, por me humillé a él, a ella, a ellos, a ellas; Te le o les humillaste, por te humillaste a él, a ella, a ellos, a ellas.

940 (a). Le y les son masculinos o femeninos. Mas aquí se ofrece una dificultad. Supuesto que el dativo femenino puede ser la o las, y en sentir de algunos debe serlo siempre, ¿no podrán o no deberán las cuatro combinaciones excepcionales me le, te le, me les, te les, convertirse en me la, te la, me las, te las (siendo me y te acusativos, la y las dativos), de manera que se diga yo me la humillé, en el sentido de yo me humillé a ella, y tú te las acercaste por tú te acercaste a ellas? Por mi parte creo que apenas habrá uno entre diez que no entienda estas frases aisladas en el sentido de yo la humillé a mí, tú las acercaste a ti; y opino, por tanto, que sólo es permitido aventurar en iguales circunstancias el dativo la o las, cuando por el contexto no haya peligro de ambigüedad.

941 (b). Otra observación puede hacerse en las combinaciones excepcionales me le, te le, me les, te les (siendo la primera o segunda persona acusativo y la tercera dativo); y es que el le o les no suele aplicarse sino a verdaderas personas, o por lo menos, a seres animados o personificados. Se dice, «Deseando conocer aquellos hombres me les acerqué», o «me acerqué a ellos»; pero no creo que pueda decirse con igual propiedad: «Quise gozar de la sombra de aquellos árboles y me les acerqué». Sonaría mucho mejor, a mi parecer: «Me acerqué a ellos».

942. De esta adaptación del le a verdaderas personas en las combinaciones de que ahora se trata, proviene que rara vez pueda, a mi juicio,   —270→   referirse a un nombre neutro; me parecería inadmisible el le en oraciones semejantes a ésta: «Siendo tan injusto lo que se te exigía, no debiste sometértele», en lugar de someterte a ello.




Tercera clase

943 (357). En las combinaciones binarias de acusativo y dativo distintos, ambos de tercera persona, admiten uno y otra la forma simple: si el acusativo es reflejo se puede combinar con todos los casos complementarios dativos; si el dativo es reflejo, con todos los casos complementarios acusativos; y si ambos casos son oblicuos, el dativo, tomando la forma refleja (§ 351, b), puede asimismo combinarse con todos los casos complementarios acusativos.

Acusativo reflejo

Se le agregó una traducción (al texto).

Se le o se la agregó un apéndice (a la obra).

Se les pusieron epígrafes (a los capítulos).

Se les o se las comunicó la noticia (a las señoras).

Se le dio una errada interpretación (a lo que el juez había dicho).

944 (a). Este la o las no me parece sancionado por el uso corriente; pero en construcción irregular cuasi-refleja es necesario (§ 345, d).

945 (b). Nótese también que, cuando no se significa persona, suena mejor en el dativo la forma compuesta que la simple: «Se les entregó» (el delincuente a los alguaciles); «Se entregaron a ella» (a la pasión del juego), no se le ni se la.

Dativo reflejo
Se le o se lopuso (él o ella)(el sombrero)
Se la(la capa)
Se los(los zapatos)
Se las(las medias)

Se le o se loecharon al hombro (ellos o ellas)(el fardo)
Se la(la carga)
Se los(los fardos)
Se las(las cargas)

Se lo tiene (él o ella)reservado(lo que sabe)
Se lo tienen (ellos o ellas)(lo que saben)

Lo en los dos ejemplos últimos es neutro.

  —271→  

Ambos casos oblicuos

Él o ella pidió, ellos o ellas pidieron, el té, la leche, los platos, las copas; y el criado se le o se lo, se la, se los, se las trajo. «Como lo escrito necesitaba explicaciones, yo se las puse».

946. De manera que el se (dativo oblicuo) es de todo género y número, bien que en el género neutro no me parece que lo admita de grado la lengua259.




Cuarta clase

947 (a). Pasando a las combinaciones binarias de acusativo y dativo idénticos, advertiremos, en primer lugar, que no se habla aquí de las construcciones en que un mismo caso se presenta bajo dos formas, una simple y otra compuesta, como en «conócete a ti mismo», donde te y a ti mismo son dos acusativos, o por mejor decir, uno solo repetido; o en «les dirigimos a ellos la palabra», en que les, a ellos son expresiones varias de un mismo dativo. En frases semejantes no sólo es idéntico el objeto representado, sino idéntica la relación en que se considera.

948 (b). Con esta oración, «No debemos abandonarnos a nosotros mismos», podemos expresar dos conceptos diversos: si la frase es pleonástica, esto es, si la forma compuesta no hace más que repetir la simple, como en los ejemplos anteriores, lo que se dice es que debemos tener cuidado de nosotros, de nuestra propia suerte. Pero otra cosa es cuando la forma simple es acusativo y la compuesta dativo. Entonces lo que se quiere decir es que no debemos dejarnos llevar ciegamente de nuestras inclinaciones, que debemos someterlas a la ciencia o la razón.

  —272→  

949 (358). Concurriendo acusativo y dativo idénticos, la regla es que el acusativo tome la forma complementaria, y el dativo la compuesta; pero debe cuidarse de que el contexto determine suficientemente el sentido, para que no se confunda la combinación de los dos complementos con la repetición de uno solo.

950 (a). A veces los dos casos son idénticos entre sí y con el sujeto: «Cuando respiro el aire del campo, me parece que me restituyo a mí mismo»; la persona que restituye, la persona restituida, y la persona a quien se hace la restitución, son una sola. En este sentido de triple identidad es necesaria la forma refleja del dativo de tercera persona: «¿Cuándo será que pueda uno restituirse a sí mismo?». Pero si el sujeto es distinto, la forma del dativo puede ser oblicua o refleja: «¡Felices los pueblos cuando la libertad los restituye a sí mismos» o «a ellos mismos!». La libertad restituye, los pueblos son restituidos, y la restitución se hace a los pueblos. La forma refleja es necesaria cuando el sujeto es idéntico; es menos propia y clara cuando el sujeto es distinto.




Quinta clase

951 (359). En las combinaciones binarias de dos dativos, el segundo de ellos pertenece al régimen propio del verbo y el primero, llamado superfluo, sirve sólo para indicar el interés que uno tiene en la acción significada por el verbo, o para dar un tono familiar y festivo a la oración. «Pónganmele un colchón bien mullido» (al enfermo); «Me le dieron una buena felpa» (al ladrón).

Las combinaciones se reducen a éstas:

Es menester queMe lesirvan una comida sana(a él)
Me le o me la(a ella)
Me les(a ellos)
Me les o me las(a ellas)

952 (a). No he visto ejemplo en que el dativo superfluo no sea de primera persona de singular, sino es el os me cato de Cervantes (nota al § 936); pero creo que esa construcción no se aplica sino al verbo catar, y de todos modos es hoy anticuada.



  —273→  
Sexta clase

953 (360). Las combinaciones ternarias constan de un acusativo reflejo, un dativo superfluo y un dativo propio, colocados en este mismo orden: «Hágasemele, hágasemeles, una acogida cariñosa» (a él, a ellos), construcción regular; «Castíguesemele, castíguesemeles» (a él, a ellos), construcción irregular. En la primera se puede, en la segunda es de uso corriente sustituir la y las a le y les femeninos.

No se usan más combinaciones que las indicadas en los ejemplos precedentes.

954 (a). Notaremos de paso que el dativo superfluo no pertenece exclusivamente a las combinaciones de que se acaba de hablar. «Dígame, señor don Quijote -dijo a esta sazón el barbero-, ¿no ha habido algún poeta que haya hecho alguna sátira a esa señora Angélica, entre tantos como la han alabado? -Bien creo yo -respondió don Quijote- que si Sacripante o Roldán fuesen poetas, que ya me hubieran jabonado a la doncella, porque es propio y natural de los poetas desdeñados vengarse con sátiras y libelos» (Cervantes).

955. Nace el dativo superfluo de la propiedad que tiene el dativo castellano de significar posesión: «Se le llenaron los ojos de lágrimas», en lugar de sus ojos se llenaron260; «Con este nombre me contento, sin que me le pongan un don encima» (Cervantes); aquí me y le son ambos dativos; le pertenece al régimen propio del verbo; me significa que se trata de una cosa mía.






ArribaAbajoCapítulo XXXIV

Casos terminales mí, ti, sí


956 (a). Entre los casos terminales mí, ti, sí, y la preposición que forma complemento con ellos, no se pone ordinariamente palabra alguna; por lo que sería mal dicho: «A mí y ti nos buscan»; «Debió querellarse de la ofensa hecha a su hermano y sí mismo»; «De nadie, sino mí y ti, debemos quejarnos».

957 (b). Es preciso, pues, en ocasiones semejantes, o repetir la preposición (a mí y a ti, a su hermano y a sí mismo, de nadie sino de   —274→   mí y de ti), o alterar el orden de los términos de manera que nada medie entre la preposición y el caso terminal (a sí mismo y su hermano). Pero lo primero es inaplicable a ciertos complementos en que la relación es recíproca; no podría decirse, por ejemplo, «Entre ti y entre mí»; concurriendo dos casos terminales en i se tolera entonces que el segundo no sea precedido inmediatamente de la preposición (entre mí y ti); o si uno de los dos términos tiene la forma del nominativo y debe preceder al otro, se da también al segundo la forma del nominativo (entre mi padre y yo). Bien que no tengo por ilegítima, aunque menos usada, la construcción entre usted y mí, entre fulano y mí: «La mucha amistad que hay entre el padre Salazar y mí» (Santa Teresa)123.




ArribaAbajoCapítulo XXXV

Ambigüedad que debe evitarse en el uso de varios pronombres


958 (a). Es preciso mucho cuidado para evitar toda ambigüedad (aun momentánea, si es posible), en la referencia de los pronombres demostrativos, relativos o posesivos a la persona o cosa que corresponde.

«A Juan se le cayó un pañuelo, y un hombre que iba tras él, le tomó y se lo llevó». ¿Se lo llevó a Juan o se lo llevó consigo? Es imposible saberlo, si lo que precede o sigue no lo determina. «El pueblo estaba irritado contra el monarca por las perniciosas influencias que le dominaban». ¿A quién dominaban? ¿Al monarca o al pueblo?

959 (b). Los demostrativos tácitos que frecuentemente sirven de sujetos pueden ocasionar ambigüedad, porque no nos prestan el auxilio de las terminaciones para determinarlos: «Si la nación no ama al rey, es porque se deja llevar de perniciosas influencias». ¿Quién se deja llevar? ¿La nación o el rey? Diciendo él o ella se deja llevar no habría lugar a duda; y bien que a falta de esta determinación sería natural referir este verbo al sujeto de la proposición precedente, la nación, no es éste un indicio bastante seguro, por la genial propensión del castellano a suprimir indistintamente los pronombres que sirven de sujetos.

960 (c). A veces no aparece con claridad cuál es el antecedente de un relativo: «La madre de la señorita Rosa, a quien yo buscaba». No se sabe si la persona buscada es la madre o la hija.

961 (d). Cuando se muda súbitamente el sujeto, es preciso expresar el nuevo: «Vuestra merced temple su cólera, que ya el diablo ha dejado al Rucio, y vuelve a la querencia» (Cervantes): lo que dice naturalmente el pasaje es que el diablo vuelve a la querencia, no el Rucio; contra la mente del que habla. Clemencín quería que para corregirlo se dijese éste vuelve. Pero ese desnudo demostrativo que se refiere intelectualmente al Rucio, por ser éste el más cercano de los dos sustantivos   —275→   en el orden de las palabras, no es adaptable a un diálogo familiar; mucho mejor sería determinar el nuevo sujeto por medio de una breve perífrasis sugerida por las circunstancias: el pobre animal, el pobrecillo.

962 (e). El relativo que presenta asimismo el inconveniente de no poderse conocer a veces si es acusativo o nominativo: «El poder que le había granjeado la victoria...». La frase no determina por sí sola si el poder fue granjeado por la victoria, o la victoria por el poder.

En la mayor parte de los casos bastará el contexto para remover toda duda; pero conviene que esto se efectúe sin producir embarazo o perplejidad que obligue a suspender la lectura. Además, en circunstancias parecidas a las del último ejemplo, podrá determinarse perfectamente el sentido colocando el verbo en seguida del sujeto, cuando el que es acusativo: «El poder que la victoria le había granjeado».

963 (f). Suyo se refiere ordinariamente al sujeto de la frase: «Concediole aquel permiso bajo condición y palabra de que había de llevar consigo algunos de sus escuderos» (Martínez de la Rosa). ¿Escuderos de quién? ¿Del que concede el permiso o del que lo recibe? Naturalmente del segundo, por ser éste el sujeto del verbo llevar261.

Sin embargo, cuando hay en la oración o en una serie de oraciones una figura, por decirlo así, principal, un objeto que domina a los otros, el posesivo suyo se refiere a él sin violencia, y aún más naturalmente que al sujeto de la frase:


«... Lara afanoso
La faz alzó, tal vez los resplandores
Para buscar del astro refulgente,
Esperando, ¡infeliz!, la larga noche
Moderar de sus ojos, y a lo menos
Ver tibia claridad. Desengañole
Empero la experiencia: aunque a torrentes
Su lumbre, no ya un sol, sino mil soles,
Derramaran sobre él, siempre su vista
Fuera más insensible que los bronces».


(El duque de Rivas)                


Vemos aquí la influencia de las dos reglas precedentes: su lumbre se refiere al sujeto soles de la frase, y sus ojos, su vista a la figura dominante de la sentencia, al anciano Lara.

Hay además en su lumbre, para la facilidad de la referencia, un motivo particular, que es el contexto; quiero decir, la conexión tan obvia de lumbre y soles.



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  —276→  

ArribaAbajoCapítulo XXXVI

Frases notables en las cuales entran artículos y relativos


964 (a). Es digna de notar la elipsis de la preposición antes del relativo, cuando la misma u otra de un valor análogo precede al antecedente: «En el lugar que fue fundada Roma, no se veían más que colinas desiertas, y dispersas cabañas de pastores», en el lugar en que; «Al tiempo que salía la escuadra, el aspecto del cielo anunciaba una tempestad horrorosa», al tiempo en que; «Espadas largas que se esgrimían a dos manos, al modo que se manejan nuestros montantes» (Solís), al modo en que; «A medida que nos alejamos de un objeto, se disminuye su magnitud a la vista», a la medida en que. Esta elipsis, con todo, no tiene cabida sino cuando el término del complemento es de significado muy general, y el complemento mismo es de uso frecuente, como en el lugar, al tiempo, al modo, a la manera, a condición, a medida, a proporción, en el grado. En virtud de esta elipsis, el complemento y el relativo forman frases adverbiales relativas que acarrean proposiciones subordinadas.

965 (b). Y sucede también que se calla la preposición no sólo antes del relativo, sino antes del antecedente: «Todas las veces que yo fui a verle, me dijeron que no estaba en casa»: todas las veces que por en todas las veces en que, es expresión que se adverbializa por la doble elipsis de la preposición, equivaliendo a siempre que.

966 (c). Ya hemos notado (§ 166) aquellas construcciones en que el artículo definido se combina con el relativo que, perteneciendo los dos a distintas proposiciones; el artículo a la subordinante y el relativo a la subordinada. Lo que vamos a decir no debe aplicarse a los casos en que el artículo y el relativo pertenecen a una misma proposición, no siendo el primero más que una forma del relativo, por medio de la cual designamos sus varios números y géneros.

967. En las construcciones de que ahora se trata, es notable la concordancia del artículo sustantivado con un predicado a que por el sentido no se refiere verdaderamente, porque lo que éste pide es el artículo sustantivo. Así, en lugar de decir, «Lo que de lejos nos parecía un gran castillo de piedra, era una montaña escarpada», podemos decir, por un idiotismo de nuestra lengua (no desconocido en las antiguas): «El que de lejos...», concertando el artículo con el predicado castillo, que modifica a parecía, sin embargo de que al artículo no se subentiende ni podría subentenderse castillo; pues el castillo que de lejos nos parecía castillo, era una montaña, es un absurdo evidente. Este idiotismo es en sustancia el mismo de que se ha tratado en otro lugar (capítulo XXIX, apéndice II, c), pero bajo una forma especial.

  —277→  

«Lo que él pensaba que era sangre no era sino sudor que sudaba con la congoja de la pasada tormenta» (Cervantes). Este lo es la palabra propia; pero pudo también decirse por el idiotismo de que se trata: la que él pensaba, etc.

968. Si se trata de personas, es claro que no podría decirse lo; la concordancia del artículo con el predicado sería entonces necesaria: «Sólo quedó en pie Bradamiro, arrimado al arco, clavados los ojos en la que pensaba ser mujer» (Cervantes)262; «Con esto conocieron que el que parecía labrador, era mujer y delicada» (el mismo). Lo que parecía mujer no podría decirse sino cuando esta apariencia la formase una cosa inanimada: «lo que parecía mujer era un bulto de paja».

969 (361). Para comprender el uso de la expresión lo que, compuesta de dos sustantivos neutros, anticiparemos algunas consideraciones sobre el neutro ello, de que el lo no es más que la forma sincopada.

Ya se ha visto (§ 151, d) que ello, a semejanza de los otros demostrativos neutros, reproduce conceptos precedentes: «Se habla de una gran derrota sufrida por las armas de los aliados; pero no se da crédito a ello». Si, bajo la forma íntegra, ello depone el oficio reproductivo (lo que sucede raras veces), conserva su significado natural, la cosa, el hecho. De aquí el sentido de aquella frase tan usada ello es que.


«Ello es que hay animales muy científicos
En curarse con varios específicos»;


(Iriarte)                


que es como si se dijera, el hecho, la verdad del caso, lo que después de meditada la materia me parece, es que.

970. De ahí también la fuerza de aquella otra frase, aquí es ello, allá fue ello, esto es, la cosa notable, la dificultad, lo extraordinario, lo apurado. «Díjome finalmente que doña Estefanía se había llevado cuanto en el baúl tenía, sin dejarme en él sino un solo vestido de camino; aquí fue ello, aquí me tuvo Dios de su mano», etc. (Cervantes).

  —278→  

971 (a). También hemos visto (§ 139) que cuando la demostración recae sobre algo que sigue y que la especifica, se sincopa ello en lo:


«... No he salido
Jamás de estos campos bellos,
Por eso te deben ellos
Lo galán y lo florido».


(Don Antonio de Mendoza)                



«No curemos de saber
Lo de aquel siglo pasado;
Vengamos a lo de ayer,
Que también es olvidado».


(Jorge Manrique)                


«En teniendo el pueblo lo que deseó, vuelve a desear lo que tuvo, constante sólo en no admitir constancia y en pagar con ingratitud a sus bienhechores».


(Coloma)                


972 (b). Se ha visto asimismo (§ 189, b), que los sustantivos neutros algo, nada, poco, mucho, tanto, cuanto, etc., se emplean a menudo como adverbios. Ello es de los que experimentan algunas veces esta trasformación, pasando por consiguiente a significar en verdad, en efecto, realmente: «Ello, no tiene duda que por ese tiempo se representaban unos dramas tan toscos, que merecían el nombre de farsas con que se apellidaban» (Martínez de la Rosa). En El pintor de su deshonra, de Calderón, un lacayo que tiene el prurito de contar cuentos a todo propósito, comienza varias veces uno, que los otros personajes, fastidiados de tanto cuento, no quieren oír; y con este motivo exclama:


«Ello, hay cuentos desgraciados».


No es raro en las comedias este uso adverbial de ello, que pertenece al estilo de la conversación: «Ello, así parece»; «Ello, tú al cabo lo has de saber»;


«Ello es necesario
Indagar qué vida lleva»;


(Moratín)                


«Ello, ¿no ha de haber forma de que haga usted lo que su padre le manda?».


(Martínez de la Rosa)                


973 (c). Las frases lo primero, lo segundo, etc., se adverbializan también equivaliendo a en primer lugar, en segundo lugar. Varias otras frases sustantivas formadas con lo toman asimismo el oficio de adverbios: «En la Araucana no hay un solo español que se distinga siquiera lo bastante para que nos quede su nombre en la memoria» (Martínez la Rosa);


«Como del mar en resonante playa
Las olas se suceden y amontonan,
Lo mismo entonces las falanges griegas
Una en pos de otra sin cesar marchaban».


(Hermosilla)                


974 (362). Lo más digno de observar es la construcción del lo con epítetos o predicados:


«Muchos hay que en lo insolentes
Fundan sólo el ser valientes».


(Don Antonio de Mendoza)                


  —279→  

Pudo haberse dicho, si lo permitiese la rima, lo insolente, concertando al adjetivo insolente con el lo. Pero en castellano, al mismo tiempo que un adjetivo especifica al lo, y es el objeto sobre que recae la demostración de este neutro, hay la particularidad de poder referirlo a un sustantivo distante (como insolentes a muchos hombres en el ejemplo anterior), concertándolo con ese sustantivo, y haciéndolo considerar como un epíteto o predicado suyo: «El Heraclio (de Corneille) presenta situaciones que sorprenden por lo nuevas e interesantes» (Martínez de la Rosa). Extiéndese el mismo uso a sustantivos de todo género y número, demostrados por el lo, y referidos epitéticamente a sustantivos: un historiador dice del rey San Fernando, que «Todo fue grande en aquel príncipe, lo rey, lo capitán, lo santo»; «Si el poeta se ciñe a la verdad, ¿de qué le sirve lo poeta?» (Maury);


«Zagala, no bien fingida,
Basta, basta lo zagala»;


(Don Antonio de Mendoza)                


hablando de muchos o con muchas hubiera podido decirse, ¿de qué les sirve lo poetas? Basta, basta lo zagalas.

He aquí otra muestra, copiada de la Gramática de Salvá:


«Con decir que es granadina
Os doy suficiente luz
De esta insoportable cruz;
Porque más no puede ser
Si a lo terco y lo mujer
Se le añade lo andaluz».


Pudo haberse dicho, según el idiotismo español, lo terca, lo andaluza, como se dijo lo mujer.

975. No por eso condenaríamos como ajeno del castellano: «En Isabel la Católica no era menos grande la mujer que la reina». Lo sería sin duda la expresión propia, porque nos haría ver en mujer y reina dos cualidades, como lo son realmente. Pero la, figurando las cualidades como personas distintas, es una metáfora que hermosea y engrandece el concepto.

976 (363). En la frase lo que suele adverbializarse el relativo, llevando envuelta o tácita la preposición de que debiera ser término; lo que significa entonces el grado en que. «Hernán Cortés dijo a Teutile que el principal motivo de su rey en ofrecer su amistad a Motezuma era lo que deseaba   —280→   instruirle para ayudarle a salir de la esclavitud del demonio»: el grado en que, el ardor con que.

977 (364). Otras veces se adverbializa la frase entera lo que, equivaliendo a en el grado en que o al adverbio cuanto. «Bien cuadra un don Tomás de Avendaño, hijo de don Juan de Avendaño, caballero lo que es bueno, rico lo que basta, mozo lo que alegra, con enamorado y perdido por una fregona» (Cervantes); esto es, en el grado en que o cuanto es bueno serlo, en el grado en que o cuanto basta serlo, etc.

978 (365). Entre el lo y el que puede intervenir un predicado de cualquier género y número, cuando el verbo de la proposición subordinada es de los que suelen modificarse por predicados: «Lo ambicioso que fue de glorias y conquistas el emperador Napoleón» (ambicioso no concierta con lo, sino con emperador); «Lo melancólica que está la ciudad»; «Lo divertida que pasaron la noche»; «Lo distraídos que andan»; «Lo enfermas que se sienten»; «Lo apresurada que corre la vida»; «Lo desprovista que se halla de municiones la fortaleza»; nada más frecuente en castellano. Y obsérvese que en estas construcciones es necesaria la concordancia del predicado con el sustantivo de que se predica: no se puede decir lo desprovisto que se halla la fortaleza138.

979 (366). Encierran ellas no pocas veces un sentido enfático: «Suele (Tirso de Molina) olvidar en sus desahogos lo fáciles que son de lastimar el pudor y el recato» (Martínez de la Rosa): cuán fáciles son138.

980. Estas construcciones encierran una trasposición tan genial de la lengua, que extrañaríamos como desusado el orden natural: lo que (el grado en que) la fortaleza se halla desprovista. En el Amadís leemos: «Cuando Patín la vio» (a Oriana) «fue espantado, y entre sí decía, que todos los que la loaban no decían la mitad de lo que ella era hermosa»; por de lo hermosa que ella era. En Lope de Vega se encuentra, «Lo que es hermosa», por lo hermosa que es. Y en el Guzmán de Alfarache de Mateo Luján: «No me conoció por lo que yo venía disfrazado»; por lo disfrazado que yo venía. En Tirso de Molina ocurren   —281→   varios ejemplos de lo mismo. Pero el uso general está a favor de la trasposición.

981 (367). Pueden también mediar adverbios y complementos entre el lo y el que, en virtud de la misma trasposición: «Lo bien que habla»; «Lo aprisa que corre»; «Lo diestramente que se condujo»; «Lo a la ligera que escribo»; esto es, el grado en que habla bien, en que corre aprisa, etc.138

Y no se mire esta trasposición como ociosa: ella sirve para dirigir la atención sobre la idea precisa y sobre aquella parte de la idea en que es conveniente fijarla, como cualquiera echará de ver comparando el orden que gramaticalmente llamamos natural con el orden traspuesto.

982 (a). El neutro que, anunciativo de proposición subordinada, suele callarse entre dos verbos contiguos, subordinante y subordinado: «Deseábamos amaneciese»; lo cual, como observa Salvá, suena mejor cuando el verbo subordinado está en subjuntivo. Entre el que tácito y el verbo subordinado pueden mediar afijos y el adverbio no: «Esperábamos se sentenciase favorablemente la causa»; «Temíase no llegase a tiempo el socorro». Pero entre el verbo subordinante y el que tácito no suena bien la interposición de palabra alguna a no ser un enclítico: «Creíase iba a retirarse el enemigo».

983 (b). Conviene observar que con los verbos que significan temor, expresado el que anunciativo, es negativo o no la proposición subordinada según lo sea lo que se teme: «Temíase que fuesen socorridos los enemigos»; «Recelábase que nuestra caballería no llegase a tiempo». Al paso que callado el que, el objeto positivo puede llevar la negación de la misma manera que el negativo: «Temíase no fuesen socorridos los enemigos» significa, pues, lo mismo que temíase fuesen... Lo dicho se extiende a todos los verbos y frases subordinantes que llevan implícita la idea de temer: «Serán tantos los caballos que tendremos después que salgamos vencedores, que aun corre peligro Rocinante no le trueque por otro» (Cervantes). Este no, al parecer superfluo, hace más elegante la frase, y aun a veces (como en el último ejemplo) haría falta.

984 (c). Con el verbo preguntar es enteramente arbitrario poner u omitir el que: «Bueno fuera preguntar a Carrizales que adónde263 estaban sus advertidos recatos», dice Cervantes; donde omitido el que no haría falta.

985 (d). Otras veces redunda este que: «Suplico a vuestra merced que, porque no encarguemos nuestra conciencia, confesando una cosa por nosotros jamás vista ni oída, que vuestra merced sea servido de mostrarnos algún retrato de esa señora» (Cervantes). Nada más común que este pleonasmo en nuestros clásicos; pero según el uso moderno es una incorrección que debe evitarse.

  —282→  

986 (e). El anunciativo que, según se ha dicho antes (§ 162), se emplea a menudo como término: «Resignado a que le diesen la muerte»; «Avergonzado de que se hubieran descubierto sus intrigas»; «Se contentó el demandante con que se le restituyese la hacienda sin los frutos»; «Huyó porque le acometieron muchos a un tiempo»; «Según que nos elevamos sobre la superficie de la tierra, se adelgaza más y más el aire»; «Es preciso dar unidad a las diversas partes de una obra, para que el todo salga perfecto»; etc. A la misma especie de frases, como se ha dicho en otra parte (§§ 197 y 198), pertenecen pues que y mientras que; en las cuales pues y mientras son verdaderas preposiciones que callándose el relativo lo envuelven, y se hacen adverbios relativos: «Suframos, pues así lo quiere la fortuna»; «Mientras dura el buen tiempo, aprovechémosle». Con según es frecuentísima y casi constante la elipsis: «Según refieren los autores»; según que parece usarse mejor en el significado de a medida que.

987 (368). El que anunciativo se adverbializa a menudo con varios adverbios y complementos, formando con ellos frases adverbiales relativas que también anuncian una proposición subordinada: antes que, luego que, así que, aunque, bien que, aun bien que, ya que, ahora que, siempre que, a condición que, con tal que, etc.

988 (a). Conforme es adjetivo en «La sentencia es conforme a la ley»; «Los pareceres de los jueces fueron en un todo conformes». Pero es adverbio en «No tienen por qué temer el rigor de la ley los que viven conforme a ella». No creo que jamás se haya dicho conforme que, y sin embargo ha tomado esta palabra el carácter de adverbio relativo, como si envolviese el anunciativo que: «Un río cuyas dos orillas abarca nuestra vista es un objeto bello; pero conforme se aleja de su origen, y sus márgenes se van apartando, carecemos de términos de comparación, la idea se engrandece, y se convierte por fin en sublime» (Gil y Zárate): conforme es aquí a medida que, según que.

989 (b). Suelen también contraponerse elegantemente palabras y frases negativas al que de proposición subordinada en subjuntivo: «Nadie fue a verle, que no le encontrase ocupado»; «A ninguna parte se volvían los ojos, que no se presentasen objetos de horror»; «Nunca dio semejantes palabras, que no las cumpliese, aunque fuese en un monte y sin testigo alguno».

990 (c). El complemento porque, escrito como una sola palabra, es un verdadero adverbio relativo. Se separan sus dos elementos cuando el segundo no anuncia, sino reproduce: «El partido por que me intereso». Es preferible entonces el cual, o si se quiere, el que: el partido por el cual, o el que124.

  —283→  

991 (d). Porque, como adverbio relativo, presenta en la proposición subordinada la causa, y en la frase subordinante el efecto. Así en «Huyó porque le acometieron muchos a un tiempo», la huida es el efecto de la acometida. Pero pasa a conjunción, ligando proposiciones independientes, cuando la segunda de ellas significa la causa lógica, el fundamento que hemos tenido para enunciar la primera: «No digas que no sientes estas consolaciones y alegrías, aunque pienses en Dios; porque si cuando el paladar está corrompido no juzga bien de los sabores, ¿qué maravilla es que teniendo tú el ánima corrompida, tengas hastío del maná del cielo y del pan de los ángeles?» (Granada): en este ejemplo lo que sigue a porque es la razón que se tuvo para desear que no dijeses que no sentías, etc.264 Más adelante hablaré de varios otros adverbios relativos que experimentan igual trasformación.

992 (e). Mediante la elipsis de por nace de la conjunción porque otra conjunción causal que liga también oraciones independientes, y anuncia una razón o fundamento lógico: «Calla y ten paciencia, que día vendrá en que verás por vista de ojos cuán honrosa cosa es andar en este ejercicio» (Cervantes); «Extrañas y dolorosas escenas interrumpían con frecuencia esta triste faena, que a veces en aquellos cuerpos horriblemente mutilados reconocían hombres y mujeres las prendas de su amor o de su amistad» (Baralt y Díaz). Esta conjunción es de grande uso en poesía:


«Pobre barquilla mía,
Entre peñascos rota,
No mires los ejemplos
De las que van y tornan,
Que a muchas ha perdido
La dicha de las otras».


(Lope)                



«No me precio de entendido;
De desdichado me precio;
Que los que no son dichosos,
¿Cómo pueden ser discretos?»265.


(Lope)                


993 (f). A veces este que toma la fuerza de conjunción correctiva convirtiendo lo condicional y contingente en positivo: «¡Dichoso hallazgo! -dijo a esta sazón Sancho Panza-, y más si mi amo es tan venturoso   —284→   que desfaga ese agravio y enderece ese tuerto, matando a ese gigante que vuestra merced dice, que si matará» (Cervantes).

994 (g). El adverbio relativo porque puede también anunciar la proposición subordinada como un objeto o fin: «El ayo se partió a Burgos a dar las nuevas a sus amos, porque pusieran remedio, y dieran traza de alcanzar a sus hijos» (Cervantes): con el objeto o fin de que, para que. Y subentendido el por, se hace el que un adverbio relativo en el mismo sentido: «Lo hacía mi madre por ocupar sus hijos, que no anduviesen en otras cosas perdidos» (Santa Teresa). No debe confundirse este que adverbial con el adjetivo equivalente a el cual, o el que, como en estos versos de Carvajal:


«... Me cantan
Cantares que me den afrenta y pena».


995 (h). Al anunciativo que suelen acompañar otras varias elipsis que hacen muy expresiva la frase: «En fin, señora, ¿que tú eres la hermosa Dorotea, la hija única del rico Clenardo?» (Cervantes): con que tú eres. «¿Que te faltan las alforjas, Sancho?» (Cervantes): con que te faltan. «¡Que viva un hombre aquí tan poderoso!» (Lope): es posible que viva. «¡Que tenga de ser tan corta de ventura!» (Cervantes): es posible que tenga. «Que dé al diablo vuestra merced tales juramentos, que son muy en daño de la salud y muy en perjuicio de la conciencia» (Cervantes): ojalá que dé. «Pagó el porte una sobrina mía, que nunca ella le pagara»: ojalá que nunca, etc.

996 (i). Son frecuentísimas las frases que entre, que venga, que se vaya enhorabuena, que digan lo que quieran, susceptibles de todos los sentidos del modo optativo y de algunos otros, mediante varias elipsis, como quiero, deseo, te ruego, poco me importa, análogos a las circunstancias. Pero en el estilo elevado se emplean mejor las formas del optativo sin que:


«Despiértenme las aves
Con su cantar sabroso no aprendido».


(Luis de León)                


997 (j). A la manera que las formas aseverativas equivalen a yo afirmo, yo juro, las fórmulas suplicatorias equivalen a yo ruego, yo suplico, y rigen como aquéllas el anunciativo que: «Por amor de Dios, señor Alférez, que no cuente estos disparates a persona alguna, si ya no fuere a quien sea tan su amigo como yo» (Cervantes).

998 (k). Cuando se propone lo que deseamos como una recompensa de lo que pedimos, suelen contraponerse dos optativos, el uno precedido del adverbio así, y el otro del que:


«Así, Bartolomé, cuando camines,
Te Mercurio prósperos viajes,
Y su sombrero, báculo y botines;
Que me des relación», etc.


(Villegas)                


  —285→  

«Así no marchite el tiempo
El Abril de tu esperanza,
Que me digas, Tarfe amigo,
Dónde podré ver a Zaida».


Pero si se principia por el ruego, es necesario el imperativo o alguna otra forma que lo supla, y por consiguiente no hay lugar para el que:


«Dime, Tarfe, por tu vida,
Dónde podré ver a Zaida;
Así no marchite el tiempo
El Abril de su esperanza».

En lugar de así puede también emplearse el que mediante una elipsis: «¿Podréisme decir, buen amigo, que buena ventura os dé Dios, dónde son por aquí los palacios de la sin par Dulcinea?» (Cervantes): así sea que buena ventura, etc.;


«Dime, valeroso joven,
Que Dios prospere tus ansias,
Si te criaste en la Libia»:


(Cervantes)                


así sea que Dios, etc.

999 (l). «No puede nadie excusar este trago, que sea rey, que sea papa» (Granada); «Que quisieron, que no quisieron, toman a cada uno de ellos en medio» (Rivadeneira): ya se suponga que. Y puede suprimirse elegantemente el primer que: «Queramos, que no, todos caminamos para esta fuente» (Santa Teresa). En virtud de esta elipsis se hace el que una conjunción alternativa o enumerativa, como ya, ora.

1000 (369). Por último el relativo que se vuelve conjunción comparativa, colocado después de los adjetivos mismo, igual, diferente, distinto, diverso, o de adverbios y complementos formados con ellos:

  1. «Diversamente impera en los ánimos la costumbre que la ley».
  2. «Lo mismo» o «de la misma manera habla que escribe»: (lo mismo, frase adverbial, § 361, c).
  3. «En el mismo grado era animoso que elocuente».
  4. «El mismo soy ahora que antes».
  5. «Igual talento requiere la comedia que la tragedia».
  6. «Diversas costumbres tiene que solía».
  7. «No mostraba diferente semblante a la adversa que a la próspera fortuna».

Sirve este que para comparar dos conceptos, y lo hace como verdadera conjunción, ligando elementos análogos (§ 49), según se ve en los precedentes ejemplos: dos sujetos en el primero y quinto, dos atributos   —286→   en el segundo, dos predicados en el tercero, dos adverbios en el cuarto, dos acusativos en el sexto125, dos complementos formados con la preposición a en el séptimo.

1001 (a). Fácil es ver en la mayor parte de estos ejemplos la conversión del carácter relativo en el conjuntivo por medio de una o más elipsis:

  1. «Lo mismo» o «de la misma manera en que escribe habla».
  2. «Era animoso en el mismo grado en que era elocuente».
  3. «El mismo soy ahora que antes era».
  4. «La comedia requiere talento igual a aquel que la tragedia requiere».
  5. «Tiene costumbres diversas de aquellas que solía tener».
  6. «No mostraba a la fortuna adversa semblante diferente de aquel que había mostrado a la próspera fortuna».

1002 (b). Pero casos hay en que no sería posible reducir el oficio conjuntivo al relativo por medio de elipsis alguna, a lo menos natural y obvia:

«Otra cosa que el caso ha producido el orden admirable del universo».

«No en otra cosa que en la justicia está cimentada la seguridad de las sociedades humanas».

«No obedece a otro que a ti».

1003 (c). Precediendo negación expresa, el que se reviste de la fuerza de la conjunción sino: «No en otra cosa sino en la justicia», etc. Y tal es en efecto la forma que se da muchas veces a las oraciones de esta especie.

1004 (d). Con ser, cuando denota identidad, se construye a veces un que pleonástico, que no carece de cierta energía: «Hablara yo más bien criado si fuera que vos» (Cervantes); el mismo que vos. Pero este pleonasmo apenas tiene cabida sino en oraciones condicionales de negación implícita, en que se contrapone un nombre de persona determinada a un pronombre personal o a un artículo sustantivado: «Si ella fuera que tú»; «Si yo fuera que el gobernador».

1005 (e). ¿Deberá decirse «No tengo otro amigo que tú», o «no tengo otro amigo a ti»? En favor de esta segunda construcción pudiera alegarse que tener pide acusativo; que el acusativo de la segunda persona de singular es te o a ti; y que no pudiendo usarse te sino pegado a un verbo o derivado verbal (§ 141), es preciso emplear en esta frase la forma compuesta a ti. Pero el uso ha querido otra cosa: es preciso emplear aquí la forma nominativa . La práctica de la lengua pudiera formularse de este modo: si otro está en acusativo o nominativo, se construye con nominativo; si es término de preposición expresa, se construye o con un nominativo (que no es lo mejor) o con un complemento que lleve la misma preposición: «No me acompañaba otro que tú»; «No tengo otro amigo que tú»; «No me fío de otro que tú», o «que de ti».

  —287→  

1006 (f). En lugar del que comparativo se pone a menudo un complemento: «Diversas costumbres tiene de las que solía»; «Muy otra fue de la que se esperaba la terminación del negocio»; y aun a veces el segundo giro es el único admisible: «Iguales fueron los resultados a las esperanzas».

En los capítulos siguientes examinaremos otros usos de que, sea como conjunción comparativa, sea ejerciendo otros oficios. No hay palabra castellana que sufra tan variadas y a veces inexplicables trasformaciones.




ArribaAbajoCapítulo XXXVII

Grados de comparación


1007 (370). Llámanse con especial propiedad comparativos las palabras más y menos, y todas las palabras y frases que se resuelven en éstas o que las contienen, y que, como ellas, llevan o pueden llevar en pos de sí la conjunción comparativa que, por medio de la cual se comparan dos ideas bajo la relación de cantidad, intensidad o grado: «En los hechos que celebra la fama suele haber más de interés y de amor propio, que de verdadera virtud»; aquí más es sustantivo y acusativo del impersonal haber, y el que conjuntivo compara bajo la relación indicada los sustantivos interés y amor propio con el sustantivo verdadera virtud, términos todos ellos de la preposición de: «Más es perdonar una injuria que vengarla»: el que conjuntivo compara dos sujetos de ser, modificado por el sustantivo más, que se adjetiva sirviendo de predicado (§ 38); el orden natural sería perdonar una injuria es más que vengarla. «¿Qué cosa más fiera que el león?»: compáranse qué cosa y león, y más es adverbio. Podemos comparar de la misma manera adjetivos: «Más noble que venturoso»; verbos: «Más juega que trabaja»; adverbios: «Menos magnífica que elegantemente adornado» (donde en magnífica se suprime la terminación mente por seguirse otro adverbio que la lleva); complementos: «Más por fuerza que de grado».

  —288→  

1008 (a). A veces la primera de las ideas comparadas va envuelta en el más: «No apetezco más que el reposo de la vida privada»: el más es aquí sustantivo y acusativo de apetezco. A veces se subentiende la segunda de dichas ideas y con ellas el que: «Suspiro por el reposo de la vida privada: no apetezco más». Más se hace adverbio, modificando al verbo, en «Nada apetezco más» (más de veras, más vivamente)266 y adjetivo en «Nada más apetezco», modificando al neutro nada, y contribuyendo con él a formar el acusativo.

1009 (b). Otro tanto podemos aplicar a menos: «No aspira a menos que a la suprema autoridad»; «En nada piensa menos que en dedicarse a las letras»; «En nada menos piensa que en ocupar un ministerio de Estado». Estos dos últimos ejemplos significan cosas contrarias: piensa ocupar un ministerio, no piensa dedicarse a las letras.

1010 (c). Preséntase aquí una cuestión parecida a la que propusimos poco ha (§ 369, e). ¿Deberá decirse «No tengo más amigo que tú», o «no tengo más amigo que a ti»? La solución es algo diversa. Si la primera de las ideas comparadas está en nominativo o acusativo, se le contrapone el nominativo: «Nadie es más a propósito», a «No conozco a nadie más a propósito que ella para la colocación que solicito». Si dicha idea es término de preposición expresa, se le debe contraponer un complemento formado con la misma preposición: «En nadie tengo más confianza que en ti»; «Tengo con él más intimidad que contigo».

1011 (371). Mayor, menor, mejor, peor, son verdaderos comparativos que se resuelven en más grande, menos grande, más bueno, más malo, y se construyen con la conjunción comparativa que: «No siempre es mayor virtud la generosidad que la justicia»; «Menor es París que Londres»; «El estilo de Terencio es mejor que el de Plauto»; «Peor me siento hoy que ayer»; Mejor y peor se adverbializan a menudo: «Se retienen mejor los versos que la prosa»; «Cada día se portan peor».

1012 (a). No deben considerarse como comparativos, superior, inferior, exterior, interior, ulterior, citerior; porque si bien se resuelven en más (pues superior es lo de más arriba; inferior, lo de más abajo; exterior, lo de más afuera; interior, lo de más adentro; ulterior, lo de más allá; y citerior, lo de más acá), no se construyen con el conjuntivo que: no se dice superior o inferior que, sino superior o inferior a.

  —289→  

1013. Aún habría menos razón para considerar como comparativos a anterior (lo de antes) y posterior (lo de después), puesto que no son resolubles en más.

1014 (372). Por medio del adverbio más se forman frases comparativas que dan este carácter a los adjetivos, adverbios y complementos, verbigracia, más útil, más rico, más lejos, más aprisa, más de propósito, más a la ligera. En lugar de más bueno y más malo se dice casi siempre mejor, peor. Más grande y más pequeño se usan tanto como mayor y menor.

1015 (373). Debemos también mirar como frases comparativas las que se forman anteponiendo el adverbio menos: menos útil, menos aprisa, menos a propósito.

1016 (374). Los comparativos rigen a menudo la preposición de, dejando entonces de hacerse la comparación por medio del que conjuntivo: «Fue más sangrienta la batalla de lo que por el número de los combatientes pudo imaginarse»; «Volvió el Presidente a la ciudad menos temprano de lo que se esperaba»; «Se encontraron al ejecutar la obra mayores inconvenientes de los que se habían previsto». Que lo que o que los que no hubiera sido impropio o extraño; pero se prefiere la preposición como más agradable al oído. Pudiera también decirse elípticamente: «Fue más sangrienta que por el número», etc.; «Menos temprano que se esperaba». Pero después de mayor o menor (como en el último ejemplo) sería dura la elipsis, que en muchos casos pudiera también hacer oscura o anfibológica la frase.

1017 (a). Después de más, si viene luego un numeral cardinal, colectivo, partitivo o múltiplo, se debe usar de en las oraciones afirmativas; pero en las negativas podemos emplear que o de: «Se perdieron más de trescientos hombres en aquella jornada»; «Subió a más de un millón de pesos el costo del muelle»; «Se fue a pique más de la mitad de la flota»; «Ganose en aquella especulación más del duplo de los dineros invertidos en ella». Sustitúyase en estos ejemplos no se perdieron, no se gastó, no se fue a pique, no se ganó, y podrá decirse más de o más que. De la misma manera se usa menos, como podemos verlo poniendo menos en lugar de más en los ejemplos anteriores. Creo con todo que aun en oraciones negativas suena mejor la preposición que el conjuntivo126.

  —290→  

1018 (b). Obsérvese que en el primero de estos ejemplos es necesario el plural perdieron, que no concierta con el sustantivo sujeto más, sino con trescientos hombres, término de la preposición de, que sigue; práctica que puede extenderse a los numerales colectivos y partitivos que hacen las veces de cardinales, y vienen seguidos de la preposición de con un término en plural: «No se gastaron menos que un millón de pesos»; «Se fueron a pique más de la mitad de los buques». Pero no sería entonces inadmisible el singular127.

1019 (c). El plural del verbo es preferible en las oraciones negativas, cuando más que equivale a la conjunción sino: «No se oían más que lamentos».

1020 (d). Con los verbos ser, parecer y otros análogos, al que conjuntivo seguido de un predicado, no puede sustituirse de: «Al rey Don Pedro de Castilla han querido algunos dar el epíteto de justiciero: fue más que injusto; fue atroz y pérfido»; «Él fue para los huérfanos más que tutor, pues los alimentaba de lo suyo propio»; «No parecían más que unos bandidos».

1021. Dícese mayor o menor de veinticinco años, suprimiendo que antes del complemento.

1022 (e). Los adjetivos más o menos que figuran en una frase sustantiva, como más agua, más vino, más frutas, más calores, más dificultades, más paciencia53, 2.ª), no son regularmente modificados por adverbios de cantidad, como parecería natural, según lo dicho en el capítulo XXII, sino por los adjetivos alguno, mucho, poco, tanto, harto y otros análogos; y así decimos: «Alguna más agua traen ahora los ríos»; «Pocas más frutas hubieran bastado»; «Muchas más lluvias y tempestades hubo aquel año»; «¡Cuántas más dificultades se presentaron entonces, que las previstas antes de principiar la obra!»; «Harta más paciencia se necesita para corregir una obra, que para hacerla de nuevo». Pero no sucede así en la contraposición, expresa o tácita, de tanto y cuanto: «Cuanto más se ahondaban las labores, menos esperanzas ofrecía la mina».

1023 (f). Si más, menos, se emplean como adverbios, rechazan antes de sí las formas apocopadas muy, tan, cuan: «Mucho más agradable» (no muy), «Tanto menos rico» (no tan), «Cuanto más bello» (no cuan). En nuestros clásicos se ve a menudo lo contrario: «En cosa muy menos importante yo no trataría mentira» (Santa Teresa); «¡Cuán más agradable compañía harán estos riscos y malezas!» (Cervantes); «Habiendo considerado cuán más a propósito son de los caballeros las armas que las letras». (el mismo). En casos como éste se preferiría hoy la forma íntegra contra la regla dada en 189, 190 y 195, sobre todo en prosa, y la forma sincopada llevaría cierta afectación de arcaísmo.

1024 (g). Dícese consiguientemente mucho mayor, cuanto peor, porque estos comparativos envuelven el adverbio más. Con todo, hablando de la salud se emplea corrientemente con el adjetivo mejor la   —291→   forma abreviada: «La enferma está muy mejor»; «Se siente tan mejor que ha querido dejar la cama». Pero si mejor o peor hace el oficio de adverbio, es de toda necesidad la forma íntegra: «Los enfermos han pasado mucho mejor las primeras horas de la noche».

1025 (375). Hay otra especie de comparación que se hace por medio de palabras o frases a que se da el título de superlativas. En otra parte (§ 106) hemos dado a conocer dos especies de superlativos: los unos llamados absolutos, que en cuanto superlativos carecen de régimen267; los otros denominados partitivos, que rigen expresa o tácitamente un complemento formado de ordinario con la preposición de, y significan no sólo, como aquéllos, un alto grado de la cualidad respectiva, sino el más alto de todos, dentro de aquella clase o colección de cosas en que consideramos el objeto: «Demóstenes fue el más elocuente de los griegos»; «El Egipto fue de todas las naciones de que hay memoria, la que más temprano se civilizó». Los superlativos partitivos o de régimen son casi siempre frases que principian por el artículo definido, el cual, combinándose con los comparativos, los vuelve superlativos: «La más constante mujer»; «El más perverso de los hombres»; «Lo más temprano posible»; «El mayor de los edificios de la ciudad»; «El peor de los gobiernos». Hay pocos superlativos de régimen que lo sean por sí, esto es, que no se formen por la combinación antedicha; tales son mínimo, ínfimo, primero, último y postrero.

1026 (a). Mínimo, ínfimo, que se usan como superlativos absolutos en una cosa mínima, un precio ínfimo, son superlativos de régimen en «el mínimo de los seres», «la ínfima de las clases».

1027 (b). Primero, usado como adverbio comparativo en «Primero es la obligación que la devoción», es adjetivo superlativo de régimen en «El primero de los reyes de España», «Lo primero de todo».

1028 (c). Último y postrero se usan como superlativos de régimen: «Tule era la última o la postrera de las tierras de Occidente».

  —292→  

1029. A veces se subentiende el régimen, porque la construcción lo suple: «La más constante mujer» equivale a «La más constante de las mujeres».

1030. Los comparativos y los superlativos de régimen se llaman grados de comparación. El adjetivo o adverbio de que nacen forma el grado positivo. Tenemos pues en los adjetivos o adverbios que son susceptibles de las comparaciones dichas, tres grados: el positivo, el comparativo y el superlativo: docto, más docto, el más docto; doctamente, más doctamente, lo más doctamente. El superlativo absoluto debe más bien considerarse como un mero aumentativo.

(a). Concluiremos con algunas observaciones que no carecen de importancia.

1031. 1.ª En el régimen de los superlativos se sustituye a veces al complemento con de algún otro de valor análogo: «El más profundo entre los historiadores antiguos fue Tácito».

1032. 2.ª Además de estos medios de expresar los diferentes grados de las cualidades, recurre la lengua a varios otros que encierran el mismo sentido, pero que construyéndose de diverso modo no constituyen comparativos ni superlativos: No tan instruido como equivale a menos instruido que; y magnífico sobre todos dice lo mismo que el más magnífico de todos. Y podemos también por medio de la construcción comparativa indicar el grado supremo: más adelantado que otro alguno de la clase vale tanto como el más adelantado de la clase.

1033. 3.ª Los superlativos de régimen piden el indicativo: «El hombre más elocuente que he conocido», «La más antigua poesía que se compuso en castellano»; a menos que la proposición subordinada lleve un sentido de hipótesis o se refiera a tiempo futuro: «Es preciso atenerse a lo más benigno que las leyes hayan ordenado sobre esta materia»; «El primero que resuelve el problema se llevará el premio».

1034. Pero en el día el uso no es constantemente fiel a esta regla. Se ha hecho frecuente el uso del subjuntivo en todos casos, imitado, sin duda, de la lengua francesa: «Forzoso es confesar que debemos a España la primera tragedia patética y la primera comedia de carácter que hayan dado a Francia celebridad» (Martínez de la Rosa, traduciendo a Voltaire); «El primer autor castellano que haya hablado de reglas dramáticas, fue Bartolomé de Torres Naharro» (el mismo).

1035. 4.ª Los superlativos primero, postrero, último, rigen también el infinitivo con la preposición en: «El primero, postrero, último, en presentarse», en vez de la frase corriente y castiza que se presentó. Es galicismo, que no creo haya tenido muchos imitadores, el que se escapó   —293→   a Jovellanos en su elegantísima Ley agraria: «La necesidad de vencer esta especie de estorbos fue la primera a despertar en los hombres la idea de un interés común». Acaso se quiso evitar la ingrata repetición del en: «fue la primera en despertar en los hombres»128.

1036 (b). Se llaman en general partitivos aquellos nombres de que nos servimos para designar determinadamente uno o más individuos en la clase a que se refieren, como lo hace el superlativo de régimen en «la más populosa de las ciudades europeas».

1037. Se usan como partitivos alguno, ninguno, poco, mucho, cuál, quién, cualquiera, etc.

1038. Una regla esencial para el recto uso de las frases partitivas que se componen de un adjetivo seguido de un complemento con de, es que el adjetivo debe concertar en género con el término; por lo que sería mal dicho, «El jazmín es el más oloroso de las flores», concertando a oloroso con jazmín, en vez de la más olorosa de las flores, concertándole con flor. Pero aún es más necesario advertir, por el mayor peligro de que no se tenga presente, que se evite sustituir en estas frases el sustantivo al adjetivo cognado. No debe, por ejemplo, decirse «Nadie de los hombres», «Alguien de los soldados», sino ninguno y alguno.




ArribaAbajoCapítulo XXXVIII

Construcciones del relativo quien


1039 (a). El relativo quien equivale algunas veces a el cual, y tiene un antecedente expreso de persona o de cosa personificada: recuérdese lo dicho en 168, 169 y 170.

1040 (b). Pero a veces se calla el antecedente: «No teníamos a quien volver los ojos»: persona a quien.

En una copla de Arriaza se lee:


«... Yace aquí
Quien fue su divisa
Triunfar o morir».


Construcción viciosísima, que Don Vicente Salvá corrige de este modo:


«... Yace aquí
De quien fue divisa
Triunfar o morir»;

subentendiendo aquel; mas aún es algo dura. Granada dice: «Muy rico es el pobre que tiene a Dios, y muy pobre a quien falta Dios, aunque sea señor del mundo». Se entiende aquel antes de a quien. Pero en esta   —294→   construcción hay circunstancias especiales que la hacen suave y elegante; lo mismo que en este ejemplo de Lope de Vega:


«Vete luego de mis ojos,
Que tú fuiste por quien vino
La nueva de mis infamias
A mis honrados oídos»:


(aquel por quien). No diré otro tanto de aquel pasaje de fray Luis de León:


«Un no rompido sueño,
Un día puro, alegre, libre quiero;
No quiero ver el ceño
Vanamente severo
De a quien la sangre ensalza o el dinero»:


(de aquel a quien). Es desagradable esta concurrencia de preposiciones, y vale más decir como Mariana: «¡Servidumbre miserable, estar sujetos a las leyes de aquellos a quien antes las daban!».

1041. Con todo, siendo ambas preposiciones una misma, y uno mismo (aunque con inflexiones diferentes) el elemento de que vengan regidas, puede la construcción suavizarse por una doble elipsis:


«... Estoy casada
Con quien sabes; no he de hacer
Cosa que pueda ofender»;


(Lope)                


casada (con la persona) con quien sabes (que estoy casada). «Decíanme mis padres que me casase con quien yo más gustase» (Cervantes): casase (con aquel) con quien yo más gustase (casarme). «Las plumas con más libertad que las lenguas dan a entender a quien quieren lo que en el alma está encerrado» (Cervantes): dan a entender (a la persona) a quien quieren (darlo a entender). Pero a veces no hay más que una elipsis: «Suplico que por tener cargada la conciencia en diez o doce mil escudos, se dé orden cómo se restituyan a quien yo los tomé» (Mariana): a las personas a quien. «Por confesarse de mala gana deudores de quien lo fue toda la cristianidad» (Coloma): de aquel de quien.

1042 (c). Otras veces no se calla el antecedente, porque va envuelto en quien168), cuyo significado se resuelve entonces en dos elementos, una idea de persona o cosa personificada, y el relativo que. Esto sucede:

1043. 1.º Cuando el antecedente envuelto es sujeto de la proposición subordinante, y el elemento relativo es sujeto de la proposición subordinada: «Quien te adula te agravia»: Quien es la persona que, aquel que.

  —295→  

1044. 2.º Cuando el antecedente es predicado, y el relativo sujeto:


«Ésta fue quien halló los apartados
Indios de las antárticas regiones».


(Ercilla)                


Aquella que: aquella predicado de fue, y que sujeto de halló.

1045. 3.º Cuando el antecedente y el relativo son predicados:


«Dícesme, Nuño, que en la corte quieres
Introducir tus hijos, persuadido
A que así te lo manda el ser quien eres»:


(Bartolomé de Argensola)                


el ser tú la persona que tú eres.

1046. 4.º Cuando el antecedente es término, y el relativo sujeto: «Yo no puedo ni debo sacar la espada contra quien no fuere armado caballero» (Cervantes): contra aquel que no fuere.

1047. 5.º Cuando el antecedente es término, y el relativo predicado: «Yo te juro por quien yo soy, de darte tantos hijos», etc. (Granada): por el ser que yo soy.




ArribaAbajoCapítulo XXXIX

Construcciones del relativo cuyo


1048 (a). El pronombre cuyo reúne, según hemos dicho (§ 173), los oficios de relativo y de posesivo: cuyo equivale a las frases de que, del cual, de quien, de lo cual:


«Santo Jehová, cuya divina esencia
Adoro, mas no entiendo».


(Meléndez)                


cuya esencia es la esencia del cual. «Sólo se trataba de enriquecer, rompiendo con la conciencia y con la reputación, dos frenos sin cuyas riendas queda el hombre a solas, con su naturaleza» (Solís): cuyas riendas es las riendas de los cuales.

1049 (b). Aunque la idea de posesión y de todo lo que a ella se parece, se suele expresar por la preposición de, es preciso advertir que con ésta declaramos otras relaciones diversas a que por lo mismo no conviene el posesivo cuyo. Así, aunque digamos «el viaje de Chile a Europa», no por eso diremos Chile, cuyo viaje a Europa.

1050. Muchos, olvidando la genuina significación de cuyo, lo emplean a menudo en el significado de que o el cual, y esto aun cuando las proposiciones estarían suficientemente enlazadas por estos y otros pronombres demostrativos; lo que da al lenguaje un cierto olor de notaría, que es característico de los escritores desaliñados. Dícese por ejemplo:   —296→   «Se dictaron inmediatamente las providencias que circunstancias tan graves y tan imprevistas exigían; cuyas providencias, sin embargo, por no haberse efectuado con la celeridad y la prudencia convenientes, no surtieron efecto». Hubiera sido mejor las cuales providencias o estas providencias o providencias que. Yo miro semejante empleo de cuyo como una corrupción, porque confunde ideas diversas sin la menor necesidad ni conveniencia, y porque, si no me engaño, es rarísimo en escritores elegantes y cuidadosos del lenguaje, como Jovellanos y Moratín. No digo lo mismo de Solís, en cuya pulida historia me admiro de encontrar a cada paso esta acepción notarial de cuyo.

«El Deán de Lovaina había venido desde Flandes con título y apariencias de embajador, y luego que sucedió la muerte del rey don Fernando, mostró los poderes que tenía del príncipe don Carlos; de que resultó una controversia muy reñida sobre si este poder había de ser de mejor calidad que el del Cardenal; en cuyo punto discurrían los políticos de aquel tiempo con poco recato». Habría sido mejor punto en que.

«Se opuso que no convenía para la quietud de aquel reino que residiese la potestad absoluta en persona de tan altos pensamientos; de cuyo principio resultaron», etc. El sentido es y de este principio, o principio del cual, como creo que hubiera sido más propio.

«Retrocedieron las naves al arbitrio del agua, no sin peligro de zozobrar o embestir con la tierra; cuyo accidente dio ocasión», etc.: y este accidente o accidente que.

1051. Las expresiones tan socorridas para cuyo fin, a cuyo efecto, con cuyo objeto, de que se hace frecuente uso, o por mejor decir, abuso, ligando oraciones que no necesitan de tan estrecho enlace, me parecen menos tolerables que el fastidioso el cual, lo cual, con que escritores de otra edad enhebraban cláusula sobre cláusula en interminables períodos; porque así a lo menos no se desnaturalizaba la propiedad de ninguna palabra, como sucede a cuyo cuando se le hace significar el cual, despojándolo de la idea de posesión. Si el uso tolera dos medios de expresar una cosa, se debe preferir el más propio129.

1052 (c). No es genial del castellano el giro que al uso de cuyo sustituye a menudo un escritor merecidamente estimado: «Cuando el tierno y honrado padre (de Horacio) hubo inspirado a su hijo los sentimientos generosos y las máximas elevadas de que éste consignó muchas veces en sus obras el grato recuerdo», en vez de cuyo grato recuerdo consignó; «Roma, sujeta a una tiranía de que nadie podía prever el término», en vez de cuyo término nadie, etc.268

  —297→  

1053 (d). Cuyo puede separarse del sustantivo que modifica, cuando es predicado: «El caballero, cuya era la espada»; y entonces podemos reemplazarlo con de quien (si se habla de un ser personal o personificado). Puede también subentendérsele su antecedente de persona: «El intento de los calvinistas fue impedir el alojamiento de la infantería española, temiendo que entregaría la ciudad a cuya era» (Coloma): a aquel cuya era. Pero este uso me parece limitado a construcciones parecidas en todo a la del último ejemplo. Si el antecedente tácito fuese sujeto, o si el relativo no fuese predicado de ser, como en se apoderaría de la ciudad aquel cuya era, o entregaría la ciudad a aquel cuya autoridad desconocían, no podría suprimirse aquel. La construcción misma de Coloma va cayendo en desuso.




ArribaAbajoCapítulo XL

Construcción de los demostrativos tal y tanto, y de los relativos cual y cuanto


1054 (a). Cual es de grande uso en las comparaciones, sobre todo en poesía, y entonces se adverbializa a menudo:


«Déjalas ir a los bailes,
Deja que canten y rían,
Cual tú, enojosa, lo hicieras,
Si no vivieses cautiva»:


(Meléndez)                


como tú lo hicieras.

1055 (b). Antiguamente se usaba cual en lugar de el... que, posponiendo el sustantivo que ahora acostumbramos poner entre el artículo y el relativo:


«Mandándoslos269 ferir de cual part vos semejare»;


esto es, mandádnoslos acometer por la parte que os pareciere.

1056 (c). También es notable la construcción de el cual por aquel... que, de la que todavía se ven ejemplos en Mariana, Bernardo de Valbuena y otros autores:

«Los cuales lugares y encomiendas se daban antes a los soldados viejos para que sustentasen honestamente la vida, al presente sirven a los deleites, estado y regalo de los cortesanos» (Mariana): aquellos lugares y encomiendas que se daban.

1057. Esta construcción es muy diferente de aquella en que se repite el antecedente de el cual, cuando la claridad lo aconseja:

  —298→  

«Llegaron a una ciudad situada en un extenso llano, cubierto de una lozana y florida vegetación, en la cual ciudad»; etc. Y sucede también a veces que no se repite sino se pospone el antecedente; así, en lugar de «Perdiose la Goleta, perdiose el fuerte; plazas sobre las cuales hubo de soldados turcos pagados setenta y cinco mil», dice Miguel de Cervantes: «Perdiose la Goleta, perdiose el fuerte, sobre las cuales plazas», etc.

1058 (d). Traspónese elegantemente el relativo cuanto:


«Pobre de aquel que corre y se dilata
Por cuantos son los climas y los mares,
Perseguidor del oro y de la plata»;


(Rioja)                


esto es, por los climas y los mares, cuantos ellos son. Pero es mayor todavía la inversión, bien que reservada a la poesía, en este pasaje de Bartolomé de Argensola:


«¿Cuánta se engendra en el distrito humano
Hermosura odorífera o luciente,
Das al antojo de un adorno vano?».


El orden natural sería tanta hermosura odorífera y luciente, cuanta se engendra; como en este pasaje de Miguel de Cervantes: «Las cosas dificultosas que se intentan por Dios y por el mundo son aquéllas de los verdaderos soldados, que apenas ven en el contrario muro abierto tanto espacio, cuanto es el que puede hacer una redonda bala de artillería, cuando se arrojan intrépidamente», etc.

1059 (e). Aquí conciertan con un mismo sustantivo (espacio) los contrapuestos tanto, cuanto, que algunas veces lo hacen con dos sustantivos diversos: «Juro darte por ese hijo tantos hijos, cuantas estrellas hay en el cielo y arenas en el mar» (Granada). Esto, sin embargo, apenas ocurre sino cuando el verbo de la proposición subordinada es de los que significan la mera existencia, ya directamente como ser, ya de un modo indirecto, como el impersonal haber, raro encontrar en prosa construcciones como:


«Cuantas el campo adornan flores bellas,
Tantas el cielo fúlgidas estrellas».


1060 (f). Lo dicho de los adjetivos tanto y cuanto se aplica, por supuesto, al uso sustantivo y al adverbial, sin más diferencias que las que dependen de los varios oficios gramaticales de estas palabras. Los ejemplos siguientes lo manifiestan, y exhiben al mismo tiempo una muestra de la variedad de sus construcciones y significados. «No sólo por cualquier interés que se les ofrezca, sino muchas veces de balde y sin propósito, por sólo maldad y desvergüenza, ponen debajo de los pies todo cuanto nos manda Dios» (Granada): todo y cuanto sustantivos neutros. «Las mujeres trabajaban en el reposo de sus hogares cuanto   —299→   era necesario para el surtimiento y vestido de la familia» (Jovellanos); esto es, todo cuanto. «Las colonias en tanto son útiles, en cuanto ofrecen un seguro consumo al sobrante de la industria de la metrópoli» (Jovellanos): tanto y cuanto sustantivos neutros, términos de la preposición en. «Creían que esta especie de obras no podían producir utilidad sino en cuanto las recomendaba el ingenio y gracia con que se escribían» (el mismo); esto es, en tanto en cuanto. «Llegaba su firmeza a cuanto se podía extender la naturaleza de tal piedra» (Cervantes); esto es, a tanto a cuanto; el antecedente envuelto y el relativo son términos de una misma preposición a, como en el ejemplo anterior, de en. «Vé y dí a Jeroboam: esto dice el Señor Dios de Israel: por cuanto no fuiste como mi siervo David, que guardó mis mandamientos, por tanto yo acarrearé muchos males sobre la casa de Jeroboam» (Scio); como si se dijera, porque no fuiste... por eso; de la relación de igualdad se pasa a la de identidad. «Tenemos por enemigo declarado al sol, por cuanto nos descubre los remiendos, puntadas, y trapos» (Quevedo); cállase el correlativo por tanto. «No tenían conocido de los países vecinos más de a cuanto se extendieron sus correrías» (Mariana): de tanto a cuanto; el antecedente envuelto y el relativo son términos de preposiciones distintas. «De vos al asno, compadre, no hay diferencia en cuanto toca al rebuznar» (Cervantes): en tanto cuanto, esto es, en lo que; la preposición pertenece al antecedente envuelto, y el relativo es sujeto de la proposición subordinada; callando este verbo toca, como se hace frecuentemente, se diría en cuanto a, como callando el verbo ser se dice en cuanto Dios; en cuanto hombre, en cuanto magistrados, en cuanto poetas.


«Tiene al poniente el bravo mar vecino
Que bate el pie de un gran derrumbadero,
Y en lo más elevado de la cuesta
Se allana cuanto un tiro de ballesta»;


(Ercilla)                


esto es, se allana tanto cuanto es, cuanto se extiende; se envuelve el antecedente, y se calla el verbo de la proposición subordinada. «El niño nace tan desnudo de todos estos bienes espirituales, cuan desnudas trae las carnes» (Granada); ya se sabe que tan y cuan son tanto y cuanto apocopados. «Temporales ásperos y revueltos, guerras, discordias y muertes, hasta la misma paz arrebolada con sangre, afligían no sólo a España, sino a las demás naciones cuan anchamente se extendía el nombre y señorío de los cristianos» (Mariana): tan anchamente, cuan anchamente; tan y cuan modifican a un mismo adverbio, primero tácito (como el mismo tan), y después expreso.

1061 (g). Es sabido que en lugar de contraponerse los relativos cual y cuanto a los demostrativos análogos tal y tanto, se contrapone a cualquiera de estos dos el adverbio relativo como: Nunca se habían visto en Roma atrocidades tales como las que produjo el encarnizamiento de las guerras civiles; tantos hijos como estrellas hay en el cielo; tanto   —300→   espacio como el que puede hacer una bala; tan anchamente como se extiende el señorío.

1062 (h). Tal y tanto, ora sean sustantivos, adjetivos o adverbios, se contraponen también al anunciativo que usado adverbialmente; pero en diferente sentido: tal como significa semejante; tal que determina la calidad encareciéndola; y lo hace por medio de una circunstancia que no tiene semejanza con ella: «Les afeó su mala intención con tales palabras que les movió a que le respondiesen con los puños» (Cervantes). De la misma manera, tanto como denota igualdad; tanto que determina la cantidad o número con cierto encarecimiento: «Fueron tantas las voces, que salió el ventero despavorido» (el mismo). Se pondera lo recio y repetido de las voces.

1063 (i). Es usada y elegante la elipsis de tal antes de este que: «En lugar de una reverencia hizo una cabriola, que se levantó dos varas de medir en el aire» (Cervantes): una cabriola tal, que. «Se comenzaron a descoger y despartir unos cabellos que pudieran los del sol tenerles envidia» (el mismo): tales que. «Encerráronse los dos en su aposento, donde tuvieron un coloquio, que no le hace ventaja el pasado» (el mismo)270.

1064 (j). Hay una contraposición notable de tanto más y cuanto más; tanto más y cuanto; tanto más y que; tanto más y cuanto que; y de las frases análogas formadas con menos en lugar de más. «Gravoso deberá considerarse este cúmulo de prolijas e impertinentes formalidades, tanto más duras para el comerciante, cuanto más distan de su profesión y conocimientos» (Jovellanos); compáranse aquí dos cantidades, la de la dureza y la de la distancia. «Las particularidades y pormenores llaman tanto más la atención, cuanto en ellas se encuentra a los héroes más desnudos del aparato teatral con que se presentan en la escena del mundo» (Quintana). Compárase el grado de fuerza con que se llama la atención, y el grado de la desnudez.

Lo mismo sucedería sustituyendo menos a más: tanto menos tolerables cuanto menos análogas a su profesión. Y puede también contraponerse menos a más: tanto más duras, cuanto menos análogas; tanto menos tolerables, cuanto más distan.

1065 (k). El caso que ahora vamos a considerar es diferente, por cuanto en él no se comparan dos cantidades o grados, sino se denota el grado o la cantidad de un atributo por la mera existencia del otro.

Contrapónese entonces tanto más o tanto menos, a cuanto, no a cuanto más o cuanto menos. «Este estanco del trabajo se estrecha tanto más, cuanto para pasar al magisterio es menester haber corrido por las   —301→   clases del aprendiz y oficial» (Jovellanos). Equivale a decir que el estanco del trabajo se estrecha más porque es menester, etc.; pero dando a entender con énfasis el poderoso influjo de la circunstancia declarada por la proposición siguiente.

Esta especie de contraposición es de frecuente uso en los escritores modernos. Sin salir de Jovellanos, pudieran citarse no pocos ejemplos de ella: «Culpa tanto más grave, cuanto los demás de su instituto habían favorecido noblemente la causa de la nación y la justicia» (giro que pudiéramos reducir al ordinario, diciendo cuanto más noblemente habían favorecido los demás de su instituto, etc.). «Esta repugnancia era tanto mayor, cuanto siendo incapaces los caballeros por su profesión para estos empleos, habían sido habilitados para obtenerlos»; (recuérdese que mayor, menor, mejor, peor, llevan envuelto el más o menos y se construyen como si lo llevaran expreso).

1066 (l). En lugar de tanto más o menos cuanto, se decía y se dice en el mismo sentido tanto más o menos que; uso muy propio, porque el cuanto de estas construcciones no tiene en realidad otra significación que la del anunciativo que, empleado adverbialmente. «Los intentos del rey (de Castilla, don Alfonso VIII) no poco alteró la muerte del infante don Fernando; fue tanto mayor el sentimiento de su padre, y lloro de toda la provincia, que daba ya asaz claras muestras de un grande y valeroso príncipe» (Mariana); el autor se contenta aquí con mencionar las muestras, como circunstancia que había tenido mucha parte en el sentimiento; si hubiera querido comparar dos cantidades, como aquí le era dado, habría dicho: fue tanto mayor el sentimiento y lloro, cuantas más claras muestras, etc. «Quería satisfacerse de los de Navarra, que en todas las ocasiones mostraban la mala voluntad que le tenían; tanto más, que no quisieron venir en lo que el rey después de su vuelta les rogaba» (el mismo)271.

1067. Los modernos usan en el mismo sentido tanto más o menos, cuanto que, acumulación de relativos, en que no encuentro propiedad ni elegancia272-139.



  —302→  

ArribaAbajoCapítulo XLI

Compuestos del relativo con la terminación quiera o quier


1068 (376). De varios relativos se forman compuestos acabados en quiera o quier, terminación que se ha tomado sin duda el verbo querer273. Tales son, quienquiera, sustantivo, cuyo plural quienesquiera es poco usado; cualquiera, adjetivo; dondequiera, cuandoquiera, comoquiera, siquiera, adverbios130.

1069. Aunque compuestos de relativo, no lo son, y para recobrar la fuerza de tales, necesitan juntarse con que, formando las frases relativas quienquiera que, cualquiera que, dondequiera que, etc.274

1070 (a). La apócope quienquier es anticuada. Cualquier no puede decirse sino precediendo a sustantivo expreso y formando frase con él; por lo que una cosa cualquier, o cualquier que lo diga, serían expresiones incorrectas; pero si precede al sustantivo y forma frase con él, se apocopa o no, indistintamente: cualquier o cualquiera hombre, cualesquier o cualesquiera cosas. Doquiera es una forma anticuada, admitida hoy sin escrúpulo por los poetas, que dicen indiferentemente doquiera y doquier. En dondequiera, cuandoquiera, comoquiera, siquiera, la apócope es arcaica.

1071 (b). En el día el valor propio de como quiera que es de cualquier modo que; mas en lo antiguo significaba sin embargo de que, aunque, y en este sentido lo emplea alguna vez Martínez de la Rosa, juntando el arcaísmo del significado al de la forma: comoquier que131.

  —303→  

1072 (c). Siquiera tiene variedad de acepciones: 1.ª A lo menos, la más vulgarizada de todas: «Si el galardón ha de durar mientras Dios reinare en el cielo, ¿por qué no quieres tú que el servicio dure siquiera mientras tú vivieres en la tierra?» (Granada). 2.ª Aun, después de ni; aunque con cierta diferencia, porque si se puede decir arbitrariamente, «Ni aun» o «ni siquiera asiento se le ofreció», sólo creo que con propiedad pueda decirse «Ni aun sus lágrimas le desenojaron»275. 3.ª Aunque: «Respondió el cuadrillero que a él no le tocaba sino hacer lo que» (respecto de don Quijote) «le era mandado, y que una vez preso, siquiera le soltasen trescientas» (Cervantes). Adviértase, con todo, que sin embargo de esta equivalencia de sentido entre aunque y siquiera, son diversos sus oficios, pues siquiera es un simple adverbio, y aunque un adverbio relativo que liga dos proposiciones, una de ellas tácita. Pudiéramos expresarla diciendo aunque le soltasen, no se le daría nada; pero precediendo siquiera, no podríamos hacer lo mismo, porque siquiera representa la frase primitiva si querían, si se les antojaba276. «Vívame la suma caridad del Ilustrísimo de Toledo; y siquiera no haya imprentas en el mundo; y siquiera se impriman contra mí más libros que tienen letras las coplas de Mingo Revulgo» (Cervantes); esto es, aunque no haya imprentas en el mundo, y aunque lluevan libros sobre mí; donde es de notar que se indican dos suposiciones contrarias, para dar a entender que tanto importa una como otra. Lo mismo en este ejemplo de Rivadeneira: «Siquiera se hayan de quedar en un mismo lugar por mucho tiempo, siquiera se hayan de apartar a lejas tierras, siempre se ven estar con ánimo alegre»277.



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ArribaAbajoCapítulo XLII

Uso de los relativos sinónimos


1073 (a). Las proposiciones ligadas a otras por medio de relativos, unas veces especifican y otras explican; a las primeras hemos llamado subordinadas, a las segundas incidentes (§ 155 y 156). El relativo que acarrea la proposición incidente hace en cierto modo el oficio de la conjunción y; y la proposición, no obstante el vínculo material que la enlaza con otra, pertenece a la clase de las independientes; así es que en ella las formas del verbo (a lo menos del verbo principal, si hay más de uno) son las que convienen a las proposiciones independientes.

«El primer historiador que conoció la Grecia fue Heródoto. Antes de él los hechos notables se habían ido trasmitiendo verbalmente en himnos y poemas cortos, que se conservaban en la memoria. Su obra, donde reunió cuantos hechos verdaderos y fabulosos pudo recoger en sus viajes, presenta todo el interés de un poema, y los griegos congregados en los juegos olímpicos, oían sus descripciones con el mismo placer que sentían al escuchar los cantos de Homero» (Gil y Zárate).

Que conoció la Grecia, que sentían al escuchar los cantos de Homero, son proposiciones subordinadas. Que se conservaban en la memoria y donde reunió cuantos hechos verdaderos y fabulosos pudo recoger en sus viajes, son proposiciones incidentes. La segunda contiene una proposición subordinada, que es la que principia por cuantos.

«Cuando haya en España buenos estudios, cuando el teatro merezca la atención del Gobierno, cuando se propague el amor a las letras en razón del premio y del honor que logren; cuando cese de ser delito el saber, entonces (y sólo entonces) llevarán otros adelante la importante reforma que Moratín empezó» (Moratín). Son cuatro proposiciones subordinadas las que principian por cuando. El antecedente especificado está en la frase en el tiempo, envuelta en el mismo adverbio relativo; a no ser que se prefiera considerar como antecedente pospuesto el adverbio entonces con que principia la proposición principal. Que logren y que Moratín empezó son también proposiciones subordinadas que especifican a los antecedentes premio y honor y reforma.

«La religión cristiana despierta todos los presentimientos que dormitan en el fondo del alma, confirmando aquella voz secreta que nos dice que aspiramos a una felicidad inasequible en este mundo; donde ningún objeto perecedero puede llenar el vacío de nuestro corazón, y donde todo goce no es más que una ilusión fugitiva» (Gil y Zárate). Que dormitan en el fondo del alma, proposición especificativa de presentimientos; que nos dice que aspiramos a una felicidad inasequible en este mundo, proposición   —305→   especificativa de voz secreta; en ella se introduce otra proposición de la misma especie, aspiramos a una felicidad inasequible en este mundo, por medio de la cual se determina el sentido vago del enunciativo que (esto); por último, las proposiciones que principian por donde son explicativas del sustantivo este mundo.

1074 (b). Entre las proposiciones enlazadas por el relativo, cuando una de ellas no hace más que explicar su antecedente, se hace siempre una pausa más perceptible que la que separa la proposición especificativa de la subordinante; pausa que puede marcarse a veces hasta con un punto redondo: «Este mal tan grande no tiene una sola raíz sino muchas y diversas. Entre las cuales no es la menor un general engaño en que los hombres viven, creyendo que todo lo que promete Dios a la virtud, lo guarda para la otra vida» (Granada).

1075 (c). Ya hemos notado (§ 182, b) que en otro tiempo se usaba con demasiada frecuencia la frase relativa el cual, lo cual, para ligar oraciones independientes. Recientemente se ha pasado tal vez al otro extremo, empleándola con excesiva economía, ya porque se prefiera la otra frase relativa el que, lo que, o porque se sustituya al relativo un mero demostrativo, aun cuando por lo breve de la proposición subsiguiente, y por su conexión con la que precede, hubiera sido oportuno el relativo simple que: «Este carácter conservaron casi todos los historiadores de la antigüedad; los cuales, con descripciones pomposas, con arengas estudiadas, procuraban dar a la historia un tono poético de que en estos últimos tiempos se ha despojado» (Gil y Zárate). Otros hubieran dicho los que, a mi parecer menos bien; los que, sustituido a los cuales, ofrecería, aunque no fuese más que momentáneamente, un sentido algo ambiguo, por la doble significación de aquella frase en que, como hemos visto (§§ 165, 166 y 167), el artículo puede ser o una mera forma del relativo o su antecedente278; al paso que ellos hubiera desligado dos oraciones que no dejan de tener entre sí una conexión algo estrecha, sin embargo de ser puramente explicativa la segunda. El simple relativo que no hubiera tenido la claridad y énfasis de los cuales, y por eso los cuales se adapta mejor a las proposiciones incidentes algo largas.

(d). Sobre la elección entre que, el cual y el que serán tal vez de alguna utilidad las observaciones siguientes:

  —306→  

1076. 1.ª Que es el que generalmente se usa como sujeto, y como acusativo de cosa, en las proposiciones especificativas: «Las noticias que corren», «El espectáculo que vimos anoche». Para preferir el cual es preciso que alguna circunstancia lo motive; como la distancia del antecedente o la conveniencia de determinarlo por medio del género y número: «La definición oratoria necesita ser una pintura animada de los objetos, la cual, presentándolos a la imaginación con colores vivos, entusiasme y arrebate» (Gil y Zárate). Algunos dirían la que, y así lo hace el mismo escritor en casos análogos.

1077. 2.ª En las proposiciones explicativas se sustituye a menudo el cual a que, sobre todo si son algo largas y las separa de las principales una pausa notable, que se hace en cierto modo necesaria para tomar aliento: «En mala hora se le ocurrió después a Cienfuegos componer su Condesa de Castilla, la cual apenas ofrece materia alguna de alabanza, y sí vasto campo a la censura» (Martínez de la Rosa). Pudo haberse dicho que; pero no es inoportuno la cual, por cuanto a la proposición explicativa que termina el período precede siempre una pausa más larga que a la que se intercala en él. «La viuda, que amaba tiernamente a su marido, le olvidó tan en breve», etc. (Martínez de la Rosa); aquí, la cual, sin embargo de acarrear una proposición explicativa, hubiera sido intempestivo; al contrario de el cual en el ejemplo siguiente: «El conde, vencido siempre y encerrado en Burgos, rechaza con baladronadas las propuestas de Almanzor; el cual le brinda en vano con restituirle todas las tierras conquistadas, y le hace varias reflexiones sobradamente filosóficas en favor de la paz, diciéndole que la vida de un solo hombre vale más que una provincia, que un reino, que el universo» (Martínez de la Rosa). «Aparece con toda claridad establecido desde entonces el gusto a esa clase de diversiones» (dramáticas); «el cual continuó luego sin interrupción y con creces, como se echa de ver a cada paso, registrando las obras subsiguientes de aquellos rudos tiempos» (Martínez de la Rosa). El cual es la forma relativa que mejor se adapta a las circunstancias, porque señalándose con ella número singular y género masculino, no vacila el entendimiento entre los sustantivos gusto, clase y diversiones, y reconoce por antecedente el primero, aunque es el más distante de los tres. La perspicuidad requiere que cada palabra sugiera, si es posible, en el momento mismo en que la proferimos, su sentido preciso, y no dé lugar a juicios anticipados, que después sea menester corregir279.

En los dos últimos ejemplos hubiera podido ponerse el que por el cual conforme a la práctica modernísima, que, según hemos dicho, no carece de inconveniente.

1078. 3.ª Después de las preposiciones a, de, en, en proposiciones especificativas, es mejor que: «El objeto a que aspiraban»; «La materia de que tratamos»; «La embarcación en que navegamos». Pero en las   —307→   proposiciones explicativas se emplea también frecuentemente el cual, sobre todo si son algo largas, o si cierran el período: «Esta escena en que Almanzor se muestra a la princesa como un doncel apenado, se termina del modo menos verosímil» (Martínez de la Rosa); «Es muy curiosa una súplica en verso del trovador provenzal Giraud Riquier a su favorecedor el rey de Castilla, en nombre de los juglares; en la cual pide se reforme el abuso de llamar indistintamente con ese nombre a todos los trovadores, cualquiera que sea su mérito y calidad» (Martínez de la Rosa); todo concurre aquí a la preferencia de la cual o (menos bien) la que. «Preséntase encubierto con el nombre de Zaide, y elige cabalmente un salón del alcázar para confiar a su amigo el motivo de su disfraz, y sus antiguos amores con la condesa viuda; de la que pretende valerse para alcanzar la paz» (Martínez de la Rosa). Este la que sugiere desde luego el sentido de la cual, en que el autor lo emplea; pero no era necesario: quien hubiera dicho lo mismo.

1079. 4.ª Después de con se emplea a menudo que, pero tiene bastante uso el cual (y no tan bien, a mi juicio, el que), sobre todo en las proposiciones explicativas, y particularmente si son algo largas o cierran el período: «La Isabela y la Alejandra no tuvieron más de tragedias que el nombre y las muertes fríamente atroces con que se terminan» (Quintana). «La firmeza y serenidad con que tenían aquellos españoles empuñadas las armas», etc. (Capmany). «Hallé en el paño más de cincuenta escudos en toda suerte de moneda de plata y oro; con los cuales se dobló nuestro contento y se confirmó la esperanza de vernos libres» (Cervantes).

1080. 5.ª Después de por, sin, tras, es más usado el cual (o si se quiere, el que): «Las razones por las cuales se decidió el ministro»; «Un requisito sin el cual no era posible acceder a la solicitud»; «El biombo tras el cual nos ocultábamos». Diríase correctamente, pero menos bien, las razones por que, separando entonces la preposición del relativo para distinguir este uso reproductivo del adverbial o conjuntivo de porque, escrito como una sola palabra. Requisito sin que y biombo tras que, aunque estrictamente gramaticales, satisfarían menos.

1081. 6.ª Después de preposiciones de más de una sílaba tiene poco uso que: «La ciudad hacia la cual marchaba el ejército»; «La Corte ante la cual comparecimos»; «La cantidad hasta la cual podía subir el costo de la obra»; «El techo bajo el cual dormíamos»; «Las fortalezas contra las cuales jugaba la artillería»; «El día desde el cual comenzaba a correr el plazo»; «Estaban ya escasas de todo las provincias entre las cuales se repartió la contribución»; «Era aquella una novedad para la cual no estaban preparados los ánimos»; «Tales eran las leyes según las cuales había de sentenciarse la causa»; «Materia es ésta sobre la cual hay mucha variedad de opiniones». Difícilmente se tolerarían la ciudad hacia que, la Corte ante que, la cantidad hasta que, las fortalezas contra que, las provincias entre que, las leyes según que; y si después de estas preposiciones quisiese variarse el cual, se preferiría más bien el que. Pero   —308→   después de bajo, desde, para y sobre se extrañaría quizás menos el relativo simple.

1082. 7.ª Si a la preposición precede algún adverbio o complemento, la forma que generalmente se prefiere es el cual. Se dirá, pues, acerca del cual, enfrente de la cual, por medio del cual, alrededor de la cual. Puigblanch ha sido, a mi juicio, justamente criticado en «La etimología del nombre Hispania, acerca de la que, aunque facilísima, han errado notablemente así gramáticos, como geógrafos»; y en «Una usurpación de esta especie, en la cuenta de la que ha de caer todo el que haya leído o lea en adelante dicho opúsculo». Así es que para aclarar un tanto estas frases, haciendo que el relativo mire, por decirlo así, hacia atrás, se hace preciso dar al que en la pronunciación un acento de que naturalmente carece, cuando no es interrogativo: acerca de la qué, aunque facilísima; en la cuenta de la qué ha de caer.

1083. 8.ª En el género neutro, lo que alterna frecuentemente con lo cual, y ambos son hoy preferidos al simple que; nada más común que las expresiones a lo que, de lo que, por lo que, en lugar de a lo cual, de lo cual, por lo cual. En nuestros clásicos se encuentra a menudo lo cual, a veces en el mismo sentido lo que167, b, nota), y a menudo que159). Pero después de las preposiciones de más de una sílaba, o de preposiciones precedidas de adverbios o complementos, lo cual debe preferirse a lo que: para lo cual, según lo cual, mediante lo cual, acerca de lo cual, etc.

1084. 9.ª Debe evitarse que el relativo sea precedido de una larga frase, perteneciente a la proposición incidente o subordinada: «El magistrado, en conformidad a las órdenes del cual»; «Aquiles, al resplandor de las armas del cual», no se toleraría. Cuyo, simplificando esta frase, pudiera hacerla aceptable: «Aquiles, al resplandor de cuyas armas»; pero aun con este posesivo no se toleraría «Aquiles, espantados con el resplandor de cuyas armas huían precipitadamente los troyanos».

1085. En lugar de que o el cual, cuando se trata de personas, se dice frecuentemente quien; sobre cuyo empleo nos hemos extendido lo bastante en otros capítulos.




ArribaAbajoCapítulo XLIII

Observaciones sobre algunos verbos de uso frecuente


1086 (a). No hay verbos de más frecuente uso que los dos por cuyo medio se significa la existencia directamente: ser y estar. Y de aquí es que son también los que más a menudo se subentienden.

1087 (b). Ya hemos visto que ser se junta con los participios adjetivos formando construcciones pasivas; estar, en combinación con los mismos, significa, no tanto pasión, esto es, la impresión real o figurada   —309→   que el agente hace en el objeto, cuanto el estado que es la consecuencia de ella; de donde proviene que si en «La casa era edificada» la época de la acción es la misma del verbo auxiliar, en «La casa estaba edificada» la época de la acción es anterior a la época del auxiliar280.

1088 (c). Es notable en el verbo ser la significación de la existencia absoluta, que propiamente pertenece al Ser Supremo: «Yo soy el que soy»; pero que se extiende a los otros seres, para significar el solo hecho de la existencia:


«Los pocos sabios que en el mundo han sido».


(Fray Luis de León)                


Este uso de ser es enteramente desconocido en prosa, y apenas se encuentra en verso; pero tienen analogía con él ciertas locuciones frecuentísimas en que sirve de sujeto el anunciativo que: «Es que no quiero»; «Es que no se trata de eso»; «Si no fuera que teme ser descubierto»; «Sea que se le castigue o que no».

1089 (d). Además de ser y estar, ya en construcción intransitiva, ya refleja (y sin contar al impersonal haber, de que hablaremos luego), tenemos para significar la existencia varios verbos, a que en otras lenguas suele corresponder uno mismo; y de aquí es que, traduciendo de un idioma extranjero al castellano, se hace necesario expresarla ya de un modo, ya de otro, según los diferentes casos. Tales son hallarse, encontrarse, quedar, quedarse, verse, sentirse, ir, andar, andarse; «Se halla enfermo»; «Se encontró desprovisto de todo»; «Quedó sorprendido al oír la noticia»; «Se quedó callado»; «Se ve cercado de dificultades»; «Se siente embarazado, confuso, perplejo»; «Anda distraído»; «Ándase solazando» (el se pertenece el gerundio); «Ándase a mendigar» (el se pertenece al verbo); «Íbasele acabando la vida» (el se pertenece al gerundio, y el verbo no significa otro movimiento que el mero progreso de acabarse).

1090 (e). Es menester no es construcción impersonal, puesto que lleva en todas ocasiones un sujeto expreso o tácito: «Era menester haberlo visto»; «Es menester mucha paciencia»; «Eran menester muchas contemplaciones para no romper con él»; «Le reprendí, porque así era menester». En el primer ejemplo el sujeto es un infinitivo; en el último se entiende obviamente hacerlo. Menester es de suyo un sustantivo que significa cosa debida o necesaria, y que en estas construcciones se adjetiva, sirviendo de predicado a ser.

1091 (f). Haber significó en su origen tener, poseer, y todavía suelen resucitar los poetas este su primitivo significado:


«Héroes hubieron Inglaterra y Francia».


(Maury)                


  —310→  

Pero aun en prosa restan no pocas frases en que haber no es un puro auxiliar, como:

1.º Haber por asegurar, arrestar: «No pudo ser habido el reo».

2.º Haber hijos, cuando el verbo es modificado por un complemento de determinada persona o matrimonio: «Los hijos que de Isabel la Católica hubo el rey don Fernando»; «Los hijos habidos en» o «de aquel matrimonio».

3.º Haber menester por necesitar: «Ha menester seiscientos marcos»; frase de todas las edades de la lengua, que extraño no encontrar en ningún diccionario.

4.º Haber a uno por confeso, por excusado, etc. (tenerle, reputarle, juzgarle).

5.º Haberse (portarse): «Conviene que te hayas como hombre que no sabe y oye, callando y preguntando a los que saben» (Granada).

6.º Varias frases idiomáticas que pueden verse en el Diccionario de la Academia.

7.º Bien haya, Mal haya, Que Dios haya, Que de Dios haya, frases optativas. «Bien haya la madre que tales hijos dio al mundo»; «Mal haya el que de tales hombres se fía»; «Fulano, que Dios haya» (a quien Dios tenga en gloria); «Fulano, que de Dios haya» (que tenga la gloria de Dios).

8.º «Ha muchos días», «Cuatro años ha» «Poco tiempo había», frases que se aplican al trascurso del tiempo (§ 343, a).

9.º «No ha lugar a lo que se pide», frase forense, en que lugar es acusativo.

10.º «Hay abundancia de granos, hubo recios temporales» (§ 343).

11.º «Hay que despachar un correo», «Había que dar cuenta de lo ocurrido», frase que se explicará en el siguiente capítulo.

12.º «Le hago saber a vuestra merced que con la Santa Hermandad no hay usar de caballerías» (Cervantes): donde no hay significa no vale.

No se dice hay por ha sino en las locuciones impersonales de los números 10, 11 y 12.

1092 (g). Tener, como vimos en otra parte (§ 317 y 318), sirve de auxiliar con el participio adjetivo y con el infinitivo. En el capítulo siguiente hablaremos de las construcciones tengo, tuve, tendré que, seguidas de infinitivo y parecidas por su composición y significado a las antes mencionadas hay, hubo, habrá que, diferenciándose unas de otras en que las del verbo tener se conjugan por todas las personas de ambos números, y las de haber carecen de sujeto, y sólo se usan en terceras personas de singular.

1093 (h). Cumple mencionar aquí el uso frecuente de hacer, que con el neutro lo en acusativo, reproduce otros verbos tomando su régimen: «No es extraño que de todos se burle el que de sí mismo lo hace»: el que de sí mismo se burla. Suele también ejercer este oficio reproductivo con el adverbio como, o con el complemento adverbial a   —311→   la manera que, u otro semejante: «En viniéndole este pensamiento, le sobresaltaba tan gran miedo, que así se lo desbarataba, como hace a la niebla el viento» (Cervantes): desbarata a la niebla; pónese a en el acusativo, no tanto para distinguirlo del sujeto, como para que no se tome el verbo hacer en otro significado que el reproductivo.




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Usos notables de los derivados verbales


1094 (a). Hemos visto (§ 203, b) que el infinitivo, como sustantivo que es, hace siempre de sujeto, predicado, complemento o término.

1095 (b). El infinitivo precedido de al significa coincidencia de tiempo: «Al cerrar la noche»; «Al ceñirle la espada». Omitiendo el artículo, le damos el sentido de condición: «A saber yo», por si yo supiera o si yo hubiera sabido. Lo regular es que lleve entonces el sentido de negación implícita; pero no siempre es así: «A proseguir con sus gastos, en poco tiempo habrá consumido su caudal» (§ 315, a).

1096 (c). Otras veces le acompaña una elipsis del verbo: «Yo a pecar, y vos a esperarme; yo a huir de vos; y vos a buscarme» (Granada); esto es, yo me doy, me pongo, me entrego, y vos os dais, os ponéis, etc.

1097 (d). Notable es también la construcción elíptica del infinitivo en el pasaje siguiente de Ercilla:


«¿Del bien perdido al cabo qué nos queda
Sino pena, dolor y pesadumbre?
Pensar que en él fortuna ha de estar queda,
Antes dejará el sol de darnos lumbre».


Para comprender en qué consiste la fuerza de esta construcción, que es singularmente expresiva, basta compararla con los ejemplos que siguen: «Pensar que otra alguna ha de ocupar el lugar que ella tiene, es pensar en lo imposible» (Cervantes); «Pensar que en Alemania se hallen tantos de estos maestros, es cosa excusada» (Rivadeneira); «Pues pensar yo que don Quijote mintiese, siendo el más verdadero hidalgo y el más noble caballero de su tiempo, no es posible; que no dijera él una mentira si le asaetearan» (Cervantes). Interpónganse en el pasaje de Ercilla, después del tercer verso, las palabras no es posible, es pensar en lo imposible, o es cosa excusada, o algo semejante, y tendremos la locución de Cervantes y Rivadeneira.

1098 (e). Ponemos aquí algunas construcciones notables del infinitivo con ciertos verbos, más bien para que sirvan de muestras, que con la pretensión de agotar la materia.

  —312→  

1099. Parecer, semejar, aunque verbos neutros de suyo, suelen tomar por acusativo un infinitivo: «Parece alejarse la tempestad»; «Semejaban estar desplomados los edificios». De aquí es que este infinitivo es reproducido por el acusativo lo: «Parecieron por un momento amansarse las olas; mas ahora no lo parecen; antes con la mudanza del tiempo semejan embravecerse de nuevo»132.

1100. Verbos que significan actos mentales perceptivos rigen a menudo un infinitivo con el cual forman frases verbales que por lo tocante a la construcción pueden considerarse como simples verbos: «Oigo sonar las campanas»; «Vimos arder el bosque». Las campanas, el bosque son acusativos de oigo sonar, vimos arder; reproduciéndolos diríamos «Las oigo sonar», «Lo vimos arder»; y en construcción pasiva cuasi-refleja, «Se oyen sonar», «Se vio arder» (§ 335). «Le oímos cantar dos arias»: dos arias acusativo de oímos cantar, le dativo. Reproduciendo arias diríamos «Se las oímos cantar»: se, dativo oblicuo del mismo significado que le357). Y en construcción pasiva cuasi-refleja, «Se le oyeron cantar dos arias»: se acusativo reflejo, le dativo133.

1101. Las construcciones de que hablamos no suelen volverse en pasivas por medio del verbo ser y el participio adjetivo. Rara vez se diría «Las flores fueron vistas marchitarse», «El reloj fue oído dar las doce». Pero en verso esta pasiva, imitada del latín, es elegante:


«Tirsi, pastor del más famoso río
Que da tributo al Tajo, en la ribera
Del glorioso Sebeto, a Dafne amaba
Con ardor tal, que fue mil veces visto
Tendido en tierra en doloroso llanto
Pasar la noche, y al nacer el día,
Como suelen tornar otros del sueño
Al ejercicio usado, así del llanto
Tornar al llanto...».


(Figueroa)                


1102. Mandar se construye de un modo semejante: «El general mandó evacuar las plazas»; las plazas acusativo de mandó evacuar; las mandó evacuar, se mandaron evacuar. Ni disonaría fueron mandadas evacuar.

«Josué mandó al sol pararse». Para explicar esta construcción no es preciso salirse de las reglas comunes: pararse es acusativo de mandó; al sol, dativo. Las reproducciones y pasivas lo prueban: le mandó pararse; se lo mandó; se le mandó pararse; le fue mandado pararse; se lo es combinación de dativo oblicuo bajo forma refleja y acusativo neutro que reproduce el infinitivo (§ 357); y pararse, acusativo, pasa a sujeto de las construcciones pasivas.

1103 (f). Nótese el doble sentido de que es susceptible en ciertos casos una construcción de infinitivo; en «Le mandaron azotar a los malhechores», a los malhechores es acusativo y le dativo; en «Le mandaron   —313→   azotar por mano del verdugo», le es acusativo. Dícese de un lobo que le dejaron devorar al cordero (le dativo), y de un cordero que le o lo dejaron devorar por el lobo (le o lo acusativo).

1104 (g). Nótese también que cuando el infinitivo lleva un acusativo reflejo que se identifica con el acusativo del verbo, se suele suprimir el acusativo reflejo: «Al entrar en el hoyo todos nos ajustamos y encogemos, o nos hacen ajustar y encoger, mal que nos pese» (Cervantes); esto es, nos hacen ajustarnos y encogernos; nos es acusativo de hacen y acusativo reflejo de ajustar y encoger. Si a nos sustituyéramos la tercera persona de plural, no podría decirse «Les hacen ajustar y encoger», sino ajustarse y encogerse, porque para suprimir el acusativo reflejo es necesario otro acusativo con el cual se identifique; condición que se verificaría diciendo los hacen ajustar y encoger.

1105 (h). Notable es asimismo el sentido pasivo que con ciertos adjetivos suele tomar el infinitivo, precedido de la preposición de. Así una cosa es buena de comer, digna de notar, fácil de concebir; sin que por eso deje de usarse la pasiva buena de comerse, digna de notarse, etc.; pero lo primero es lo más usual. El verbo ser puede tener por sí solo el mismo régimen, cuando el infinitivo significa un acto del entendimiento o una afección moral: es de creer, es de saber, no es de olvidar, es de sentir.

1106 (377). Acompaña frecuentemente al infinitivo la elipsis de un verbo (poder, deber, u otro semejante), a que sirve de acusativo, precediendo entonces al infinitivo un relativo con antecedente expreso o tácito: «No tengo vestido que ponerme»; «No conocíamos persona alguna de quien valernos»; «Hay mucho que hacer»; esto es, que pueda ponerme, de quien pudiésemos valernos, que debemos hacer. Es arbitrario callar o expresar el antecedente cuando éste significa una idea general de persona, cosa, lugar, tiempo, modo, causa. «No tengo (nada) que ponerme»; «No veíamos (persona) de quien fiarnos»; «Buscábamos (lugar) donde guarecernos de la lluvia»; «Al fin hallaron (camino) por donde escapar»; «Trazaba (modo) como salir del apuro»; «No hay (razón, causa, motivo) por qué diferir la partida»134.

1107 (378). Pero no deben confundirse con estas frases elípticas aquellas en que después del verbo haber o tener viene un infinitivo precedido de que, perdiendo este neutro su oficio de relativo y haciéndose como un mero   —314→   artículo del infinitivo: «No hay que avergonzarte» (esto es, no debes, deja de avergonzarte); «Tengo que escribir varias cartas», (esto es, debo, tengo precisión de escribir). Así haber o tener que, seguido de infinitivo, es a veces una frase elíptica, y a veces no: hay que escribir, significará, pues, según los varios casos, hay algo que escribir, o es preciso escribir, y tengo que contar, equivale ya a tengo cosas que contar, ya a tengo precisión de contar; duplicidad de sentidos que no cabe sino cuando el que puede ser acusativo del infinitivo134.

1108 (a). Úsase también el que como artículo del infinitivo después de los verbos ocurrir y faltar, y no sé si algún otro: «Vistámonos por si ocurriere que salir»; «Sostienen algunos que la absoluta libertad del comercio es en todas circunstancias conveniente; pero falta que probarlo». Con estos dos verbos puede suprimirse el que: si ocurriere salir; falta probarlo134.

1109 (b). Tampoco debe confundirse con la frase elíptica de que hablamos aquella en que no haber o no tener es seguido de más que, haciendo el que el oficio de conjunción comparativa: «No hay más que rendirse», «No tenemos más que rendirnos», a la cual equivalen las interrogativas de negación implícita: «¿Tenemos más que rendirnos?», «¿Hay más que rendirse?»: Más y rendir son dos acusativos ligados por el que conjuntivo.

1110 (c). En la referida frase elíptica, el relativo se hace interrogativo indirecto después de verbos que signifiquen actos del entendimiento; «No sabe qué creer», «con quién aconsejarse», «a qué atenerse», «por dónde salir», «cómo defenderse de sus enemigos», «cuándo ponerse en camino». Conócese la interrogación indirecta en que se pospone el antecedente; «No tiene (cosa) que decir»; «No sabe qué (cosa) decir»; «No hay (modo) como salir del apuro»; «No se sabe cómo (esto es, de qué modo) salir del apuro». A veces será arbitrario dar o no a la frase la enunciación interrogativa: «Buscaba como, o cómo salir del apuro», puesto que podemos resolver esta frase en buscaba modo como y buscaba de qué modo134.

1111. El interrogativo si se presta a la misma elipsis, y entonces no tanto significa duda del entendimiento como vacilación de la voluntad: «No sabe si retirarse o no»134.

1112 (d). Otra particularidad del infinitivo es el poder mediar entre él y la preposición a que sirve de término las palabras o frases que lo modifican y a veces su mismo sujeto, sin embargo de que en general precede a éste: «Tenía (Enrique de Borbón) una tropa de caballería de respeto para, en caso que perdiese la jornada, poderse salvar»   —315→   (Antonio de Herrera); «Para, sin consideración ninguna a los altos destinos que ha ocupado, ni a su autorizada figura, sentarle bien la mano» (Puigblanch); «Trataba secretamente con el papa, para, pasando a Italia, tomar el cargo de General de la Iglesia» (Quintana); (este pasaje ha sido censurado como opuesto a las reglas de la perspicuidad por don Vicente Salvá; pero con demasiado rigor, a mi juicio); «El cura no vino en quemar los libros sin primero leer los títulos» (Cervantes); «Exigían los aliados que Luis XIV se obligase a, por sí solo y con las armas, echar de España a su nieto» (Maury);


«Juro este acero al brazo de la muerte
Sólo rendir: sus filos y mi brío
Usar en, vivo y muerto, defenderte».


(El mismo)                



«Hasta llenos quedar súbitamente
Cuarto y cuartel de luces y de gente».


(El mismo)                



«Sin yo poder, oh cólera, el castigo
Tomar de nuestro pérfido enemigo».


(El mismo)                


La preposición para es la que se presta mejor a esa intercalación, que con las otras tiene algo de violento; con las a y en ni aun en verso es soportable.

1113 (e). Aunque el infinitivo participa de las dos naturalezas de sustantivo y verbo, no son raros los casos en que se despoja de la segunda y se convierte en un sustantivo ordinario. Sucede esto principalmente cuando lo que debiera servirle de sujeto se convierte en complemento.


«El cantar los pastores
Inocentes amores
En el sencillo idilio nos agrada»;


aquí el infinitivo se construye con sujeto, y es por tanto un verdadero derivado verbal. No es así en aquellos versos de Garcilaso:


«El dulce lamentar de dos pastores
He de cantar, sus quejas imitando»;


lamentar depone su carácter genuino, porque su natural sujeto los pastores toma la forma de complemento. Una cosa semejante se verifica en el trabajar suyo por el trabajar ellos, porque el posesivo equivale a un complemento con de.

1114. Pasemos a los participios, principiando por el participio adjetivo281.

  —316→  

1115. Lo regular es que no lo tengan sino los verbos transitivos, porque este participio, mientras conserva el carácter de tal, se refiere a sustantivos que pueden ser acusativos del verbo en las construcciones activas, o sujetos en las pasivas.

1116 (379). Hemos visto (§ 317) que el participio adjetivo, combinado con el verbo tener, forma una especie de tiempos compuestos: «Tengo leído el libro»; «Tuve terminada la obra»; «Tenía recorridos los campos vecinos»; «Tendrá bien conocidas las dificultades de la empresa». Pero es de advertir que estas formas se prestan poco a la construcción refleja, y que si bien se dice corrientemente «Los tiene instruidos», no así «Él se tiene instruido», sino sólo «Él se ha instruido». No creo que sea permitida esta construcción refleja, sino en ciertas frases peculiares determinadas por el uso, y regularmente imperativas, como «Teneos apercibidos»282.

1117 (380). Hemos visto asimismo (§ 208) que ciertos participios adjetivos no admiten, por ser intransitivos los verbos de que se derivan, la inversión de significado, que es propio de las construcciones pasivas, y que aun los que tienen significación pasiva, la pierden a veces, y expresan la misma idea que el verbo de que se derivan sin inversión alguna. En este caso se hallan: agradecido, el que agradece; bebido, el que ha bebido con exceso; callado, el que calla o acostumbra callar; cansado, lo que da fatiga, fastidio; bien cenado, bien comido, el que ha cenado o comido bien; disimulado, el que habitualmente disimula; entendido,   —317→   el que entiende mucho; fingido, el que suele fingir; leído, el que ha leído muchos libros; ocasionado, el que ocasiona (disgustos, pendencias); osado, el que tiene osadía; porfiado, el que tiene hábito de porfiar; presumido, el que presume (esto es, el que tiene de sí mismo más alto concepto que debiera); sabido, el que sabe muchas cosas; sufrido, el que por carácter es sufridor y tolerante, etc. La Academia los considera entonces como meros adjetivos, y realmente no son otra cosa.

1118 (a). De algunos verbos que se usan siempre con pronombre reflejo salen derivados que por la forma y la variedad de terminaciones parecen participios adjetivos, pero que tienen el significado del verbo sin inversión alguna, y deben mirarse también como simples adjetivos; verbigracia atrevido, atrevida, el o la que tiene atrevimiento. Hay verbos que en algún sentido particular se conjugan con pronombres reflejos, y de ellos salen a veces derivados de forma participial, que son asimismo puros adjetivos; verbigracia mirado, el que se mira mucho (el que compone y modera sus acciones); sentido, el que con facilidad se siente (se ofende).

1119 (b). Los adjetivos de forma participial, que nacen de verbos intransitivos, como nacido, nacida; muerto, muerta; ido, ida; venido, venida; vuelto, vuelta; llegado, llegada; rara vez se juntan con ser si no es en frases anticuadas, que sólo se permiten a los poetas, como «Son idos», por han o se han ido; «Es vuelto a casa», por ha vuelto; bien que restan algunas no sólo permitidas en prosa, sino elegantes: «Llegada es la hora, la ocasión»; «El tiempo es llegado»; «Sus padres eran entonces muertos»; «Cuando esas cosas sucedieron, vosotros no erais todavía nacidos». En todas estas frases el adjetivo, o llámese participio, hace referencia a una época anterior a la del auxiliar, a diferencia de lo que sucede en las construcciones pasivas formadas con ser, donde el significado de la frase, esto es, la acción del verbo de que se deriva el participio, se refiere a una época que coincide con la del auxiliar; así eran idos es un ante-co-pretérito283; mientras que eran amados, eran temidos, no son más que co-pretéritos284. Con muchos de estos participios anómalos se forman adjetivos sustantivados de uso corriente, los nacidos, los muertos, los recién llegados; y cláusulas absolutas (capítulo XLVIII), como en «Idos ellos, terminó la función»; «Llegada la noticia, se esparció una alarma general»; «Nacido el Salvador del mundo, fueron a adorarle los pastores»; «Muerto Carlomagno, se disolvió el grande imperio que bajo su mano vigorosa había parecido resucitar la potencia romana».

  —318→  

1120 (c). Hay otra cosa en que es menester consultar el uso; y es que los participios adjetivos de algunos verbos activos como llenar, limpiar, hartar, no se prestan de buen grado a todas las construcciones usuales de los participios adjetivos: 1.º porque en lugar de las construcciones pasivas que se forman con ser, admiten más bien las cuasi-reflejas; dícese, por ejemplo: «Se llenó la plaza», «Se limpiaron las armas», «Se les hartó de fruta», mucho mejor que fue llenada, fueron limpiadas, fueron hartados285; y 2.º porque en las construcciones de estar y en las cláusulas absolutas, les preferimos los adjetivos correspondientes, como lleno, limpio, harto: «La plaza estaba llena», «Limpias las armas», «Harta el alma de frívolos pasatiempos, la devora el fastidio». Y esto sin embargo de que los adjetivos correspondientes no supongan de suyo una acción anterior, como sucede en lleno y limpio; pues una cosa puede estar llena o limpia, sin que la hayan llenado o limpiado.

1121 (d). Las frases adverbiales antes de, después de, y menos frecuentemente luego de, llevan a veces por término de la preposición un participio adjetivo, a que puede agregarse un sustantivo que le sirve de sujeto: «Antes de dada la orden», «Después de cerradas las puertas», «Luego de acabada la misa», «Después de yo muerta», dice Santa Teresa; donde es de notar que se dice yo y no , porque yo no es término de la preposición, sino sujeto del participio.

1122 (e). En las cláusulas absolutas usan algunos el participio sustantivo con acusativos y dativos, pero a mi parecer incorrectamente: «Oído a los reos, y recibídoles la confesión, mandó el juez llevarlos a la cárcel», en vez de «Oídos los reos y recibida su confesión», que es mucho más sencillo y claro286. Cuando se dice «sabido que los regidores estaban reunidos, me dirigí a la sala municipal», sabido es adjetivo y concierta con el que. De la misma manera, en «Mandó que se instruyera la causa, y hecho se trajesen los autos», hecho es adjetivo y concierta con el tácito esto.

1123 (f). La construcción «leído que hubo la carta», «compuesto que hubo los versos», es el solo caso que yo sepa de cláusula absoluta formada por el participio sustantivado. «Oído que hubo tan funesta noticia, se abandonó al dolor», es lo mismo que «Oída tan funesta noticia», etc.; pero la primera expresión puede ser a veces oportuna para manifestar mejor la identidad o la distinción de los agentes: la identidad, como en el ejemplo anterior, en que son uno mismo el que oyó y el que se abandonó; la distinción como en «Leído que hubo la carta, se   —319→   retiraron los circunstantes», en que es uno el que leyó, y otros los que se retiraron.

1124 (g). De la misma manera empleamos el participio adjetivo con el verbo tener: «Concluida que tuvieron la obra», «Examinados que tuviese los autos».

1125 (h). Otro tanto sucede con los verbos ser y estar: «Aprehendidos que fueron», «Encarcelados que estén».

1126 (i). Lo de más importancia en el empleo de los infinitivos y gerundios es que si, como participantes de la naturaleza del verbo hacen relación a un sustantivo de que son atributos, no haya la menor vacilación en el entendimiento del que oye o lee para referirlos a ese sustantivo y no a otro; y aun es tan delicada la lengua en este punto, que sin embargo de no haber duda acerca del sustantivo de que son atributos, es necesario que la relación parezca natural y obvia. «Dijo en la junta de reyes y caballeros que todo lo que hacía por Amadís lo hacía de agradecida por haber éste rescatado a un caballero que estaba preso en el castillo de la Calzada» (Clemencín). Exprésase el sujeto de haber, aunque el sentido de la oración habría bastado para que nos fijásemos en Amadís; y con todo eso, lejos de redundar el demostrativo éste, es oportuno y contribuye a la claridad, por cuanto el giro de la frase nos hubiera hecho a primera vista referir el infinitivo al sujeto de hacía.


«Este lance imprevisto de repente
La atención llama de la inmensa turba,
Juzgando que ha deshecho a Ruy Velásquez
Del cielo vengador llama trisulca».


(El duque de Rivas)                


Es suficientemente claro el sentido, y parece que no puede pedirse más a un poeta; pero el gerundio, por el giro de la frase, se referiría más bien a este lance, que a la turba. Hay además en este pasaje una ligera impropiedad: supuesto que el gerundio significa coexistencia o próxima anterioridad a la época del verbo, y por tanto nos presenta aquí el juicio de la turba como próximamente anterior al lance que llama la atención de la misma, o como coexistente, cuando menos, con él (§ 212, d), debiendo más bien por la naturaleza de las cosas preceder al juicio el llamamiento que lo produce.

1127 (381). Los gerundios, como adverbios que son, no modifican al sustantivo, sino por medio de otras modificaciones: «No menos correcto hablando que escribiendo»; «Conmovía poderosamente los ánimos, ya manejando la pluma, ya usando de la palabra en la tribuna». Si el gerundio modifica al infinitivo directamente, es porque el infinitivo, como derivado verbal, admite todas las construcciones   —320→   del verbo: «Era preciso desenvolver el principio, manifestando sus consecuencias y aplicaciones». Y si le construimos con sustantivos de otra especie, es cuando le sirven de sujeto; porque, como derivado verbal, participa de la naturaleza del verbo: «Deje vuesa merced caminar a su hijo por donde su estrella le llama, que siendo él tan buen estudiante como debe de ser, y habiendo ya subido felizmente el primer escalón de las ciencias, que es el de las lenguas, con ellas por sí mismo subirá a la cumbre de las letras humanas» (Cervantes).

1128 (a). A veces parece el gerundio construirse con el sujeto de la proposición modificándolo; y pudiera dudarse si conserva o no el carácter de adverbio: «El ama, imaginando que de aquella consulta había de salir la resolución de la tercera salida, toda llena de congoja y pesadumbre se fue a buscar al bachiller Sansón Carrasco» (Cervantes). Yo creo, con todo, que la cláusula de gerundio es aun en casos como éste una frase adverbial, que modifica al atributo; como lo haría un complemento de causa «El ama, por imaginar», o una proposición introducida por un adverbio relativo: «El ama, como imaginaba». Si el gerundio pudiera emplearse como adjetivo, no habría motivo de censurar aquella frase de mostrador, tan justamente reprobada por Salvá: «Envió cuatro fardos, conteniendo veinte piezas de paño»; este modo de hablar es uno de los más repugnantes galicismos que se cometen hoy día.

1129 (b). Hemos mencionado antes (§ 283) las formas compuestas de gerundio con el verbo estar; y a eso añadiremos ahora que todas las veces que hay movimiento en la acción, aunque el movimiento no sea verdadero sino figurado, como el que nos representamos, por ejemplo, en las operaciones intelectuales, es preferible ir a estar: «No estaban ociosas la sobrina y el ama de don Quijote, que por mil señales iban coligiendo que su tío y señor quería desgarrarse la vez tercera, y volver al ejercicio de su, para ellas, mal andante caballería» (Cervantes).

1130 (c). Cuando el infinitivo o el gerundio lleva sujeto, generalmente le preceden: «Avisábasele haber principiado las hostilidades»; «Por estar ellos ausentes»; «Estando la señora en el campo».

1131 (d). La colocación del gerundio es mucho más determinada que la del infinitivo, porque en general debe principiar por él su cláusula. Podemos fijar fácilmente el lugar que en la oración ha de dársele, resolviéndolo en una proposición subordinada; el lugar que en ésta ocupe el relativo, o frase relativa, es en el que ha de ponerse el gerundio. Por consiguiente no sería natural en prosa el orden de las palabras en estos versos de Calderón:


«... Alejandro,
De Ursino príncipe y dueño,
—321→
Siendo hermano de mi padre
Y habiendo sin hijos muerto
Me tocaba por herencia
De aquel estado el gobierno».


No puede decirse, «Alejandro siendo hermano de mi padre, me tocaba su herencia», sino «Siendo Alejandro», etc.; a la manera que resolviendo el gerundio no diríamos, «Alejandro, por cuanto era hermano de mi padre, me tocaba su herencia», sino «Por cuanto Alejandro era», etc. Ésta es una regla importante, que los traductores olvidan a veces, y cuya trasgresión apenas puede disimularse a los poetas.




ArribaAbajoCapítulo XLV

De las oraciones negativas


1132 (382). En las oraciones negativas en que la negación se expresa por no, la regla general es que este adverbio preceda inmediatamente al verbo; pudiendo sólo intervenir entre uno y otro los pronombres afijos: «Hay estilos que parecen variados y no lo son, y otros que lo son y no lo parecen» (Capmany). A veces el no pertenece al derivado verbal y no al verbo de la sentencia, y debe entonces preceder al primero; de aquí la diferencia de sentido entre «La gramática no puede aprenderse bien en la primera edad», en que se niega la posibilidad de aprenderse, y «La gramática puede en la primera edad no aprenderse bien»; en que se afirma como cosa posible el no aprenderse.

1133 (383). Son frecuentísimas las excepciones; pero pueden todas reducirse a una, que consiste en colocar el no antes de la palabra o frase sobre que recae determinadamente la negativa: «No porque se aprobase aquel arbitrio, lo adoptó la junta, sino porque era el único que se presentaba»; «No de los grandes y poderosos se valió el Salvador del mundo para predicar la divina palabra, sino de los pequeños y humildes»; «No sólo por extremada brevedad se hacen oscuros los conceptos, mas también por los difusos rodeos de términos monótonos y uniformes» (Capmany); «No a todos es dado expresarse con facilidad y elegancia».

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1134 (384). Una particularidad del castellano es el subentenderse el no, cuando precede al verbo alguna de las palabras o frases de que nos servimos para corroborar la negación: «No la he visto en mi vida»; «En mi vida la he visto»; «No se le pudo encontrar en parte alguna»; «En parte alguna se le pudo encontrar»; «No se ha visto una criatura más perversa en el mundo»; «En el mundo se ha visto una criatura más perversa»; «El que más se admiró fue Sancho por parecerle (como era así verdad) que en todos los días de su vida había visto tan hermosa criatura»; «Amadís fue a ver el encantamiento de Urganda, y por cosa del mundo dejara él de probar tal aventura, sino que había prometido que hasta dar fin a aquel fecho» (el combate con Lisuarte) «no se pornía287 en acometer otra cosa» (Amadís de Grecia). De lo cual ha resultado que ciertas palabras originalmente positivas, como nada (nacida, subentendiendo cosa), nadie (nacido, subentendiendo hombre), jamás (ya más), a fuerza de emplearse para hacer más expresiva la negación, llevan envuelto el no cuando preceden al verbo, y no admiten, por tanto, que entonces se les junte este adverbio: «No tengo nada», «Nada tengo»; «No ha venido nadie», «Nadie ha venido»; «No le veré jamás», «Jamás le veré». Y como las hemos revestido de la significación negativa que al principio no tuvieron, se ha extendido por analogía la misma práctica aun a las palabras que han sido siempre negativas, como ninguno, nunca; y se ha hecho una regla general de nuestra sintaxis, que dos negaciones no afirman, colocada la una antes del verbo, y la otra después: «De las personas que estaban convidadas no ha venido ninguna», o «ninguna ha venido»; «No he dicho nunca tal», «Nunca he dicho tal». Y aun puede suceder que tres o cuatro negaciones equivalen a una sola: «No le ofendí jamás en nada»; «No pide nunca nada a nadie».

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1135 (a). Sobre lo cual notaremos dos cosas: 1.ª que si una de las negaciones es no, ninguna otra la acompaña antes del verbo; pero no habiendo no, se pueden distribuir las negaciones como se quiera, con tal que una de ellas, a lo menos, preceda al verbo: «Nunca a nadie pide nada»; «Nada a nadie pide nunca»; 2.ª que las negaciones acumuladas deben ser palabras de diversos valores, como nada, negativo de cosa, nadie, negativo de persona, nunca, negativo de tiempo, no, simplemente negativo. La frase nunca jamás es la sola excepción a esta regla; pero jamás es, de todos los negativos originalmente positivos, el que mejor conserva su antiguo carácter, y así es que lo asociamos a siempre de la misma manera que a nunca, por siempre jamás.

1136 (385). A la regla que dos negaciones no afirman, hacen excepción:

1137 1.º Las frases conjuntivas ni menos, ni tampoco, que refuerzan el simple ni136.

1138 2.º La preposición sin precedida de no; estos dos elementos combinados equivalen a con.

«No fue oído el suplicante, ni menos» o «ni tampoco se hizo caso alguno de los que intercedieron por él»; «Se vio insultada la magistratura, no sin general escándalo».

1139 (a). A veces hay dos negaciones, una con el verbo y otra con otro elemento de la misma proposición, conservando cada una su significado relativamente a la palabra sobre que recae: «No le fue permitido no asistir», equivale a no le fue permitido dejar de asistir; «No puedo no admitirle» vale tanto como no puedo dejar o no puedo menos de admitirle; que es como generalmente se dice.

1140 (386). Suele redundar el no después de la conjunción comparativa que: «Más quiero exponerme a que me caiga el aguacero, que no estarme encerrado en casa».

Este pleonasmo es necesario para evitar la concurrencia de dos que: «Siendo la marina el único o casi el único consumidor de esta especie de maderas, es más natural que dé la ley, que no que la reciba» (Jovellanos).

1141 (387). Por el contrario, después de seguro está se acostumbra subentender el no:


«... Seguro está
Que la piquen pulgas ni otro insecto vil»;


(Iriarte)                


seguro está que vale tanto como es seguro que no.

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1142. Los negativos de origen positivo se emplean a veces en su significado antiguo, como lo hemos observado de jamás: «¿Cree usted que nadie sea capaz de persuadirle?»; esto es, alguien. «Yo no espero que se logre nada por ese medio»; esto es, algo. «¿Quién jamás se puso en armas contra Dios y le resistió, que tuviese paz?» (Granada); esto es, en algún tiempo. «Mi amo es el hombre más celoso del mundo, y si él supiese que yo estoy ahora aquí hablando con nadie, no sería más mi vida» (Cervantes); con alguien. Y aun sucede que por analogía se extiende el mismo uso a los que son negativos de suyo y lo han sido siempre: «Las más altas empresas que hombre ninguno haya acabado en el mundo»; esto es, hombre alguno, nadie. «¿Viste nunca tú tal coche o tal litera como son las manos de los ángeles?» (Granada); esto es, alguna vez, jamás. Lo cual, con todo, se limita a proposiciones interrogativas o a subordinadas que dependen de subordinantes interrogativas o negativas, o de una frase superlativa, como en los ejemplos anteriores.

1143 (388). Aquí me parece oportuno observar el uso de alguno, alguna, que se pospone al sustantivo en las frases negativas, le precede en las positivas, y puede precederle o seguirle en las interrogativas: «Creo haberle visto en alguna parte»; «No me acuerdo de haberle visto en parte alguna»; «¿Le ha visto usted en parte alguna» o «en alguna parte?». Bien que estas dos últimas frases no son de todo punto sinónimas: la primera envuelve un sentido implícitamente negativo, que suele no llevar la segunda.