Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

Hijo en exclusivo (sobre «Cola de lagartija») (2007)

Luisa Valenzuela





Cuando en 1981 escribí la novela Cola de lagartija, lejos estaba de imaginar que el tema de la clonación se volvería candente algo más de una década después. En dicha novela el protagonista, apodado el Brujo por yasabemosquien, hace lo imposible para tener un hijo de sí mismo. Es cierto que mi Brujo goza o adolece de un tercer testículo que él dice ser un quiste embrionario: su hermana Estrella que no logró desarrollarse en el vientre materno. Por lo cual él pretenderá impregnar de propia semilla a este huevo extranumerario -y no pido disculpas por decir huevo ya que huevo en este acaso es la palabra exacta- y tendrá un hijo exclusivamente suyo al que llamará Yo y gracias al cual dominará al mundo. Cola de lagartija es una larga disquisición sobre la locura del poder, tan hermana de la locura mesiánica, y me pareció en aquel entonces y me sigue pareciendo ahora que no hay fantasía de poder más absoluta que la de desdoblarse a sí mismo in eterno.

Pero ya entonces se me planteó el dilema: ¿querrá en definitiva el poderoso, en su narcisismo extremo, en su megalomanía, acceder a la inmortalidad por interpósita persona, reproduciéndose en otro? En otro, pensémoslo bien, que es sólo su imagen especular sin necesariamente sus atributos anímicos. Porque entre otras dudas cabe la duda teológica: un clon, ¿tendrá alma? ¿Cómo podrá tener alma un clon, un ser tan genéticamente manufacturado, un ser hecho con una cachito de mí -un copito de caspa, pongamos por caso, una cutícula- y con un óvulo desactivado de su carga de ADN, es decir un huevo maltratado de señora donante y anónima, sea el clonado macho o hembra?

Sin meterse en profundidades teologales, la palabra alma puede muy bien ser traducida por conciencia, subconsciencia, escala de valores, esos detalles importantes por cierto que hacen humano al ser humano.

Cabe también pensar que el problema siguiente serían los celos. Celos mortales, más que filicidas, fraticidas, igualicidas, autocidas, monocidas, ante aquél que, habiendo salido de mí, siendo idéntico a mí, es sin embargo más joven, más atractivo, y hasta quizá menos neurótico. Este clon es mío, puedo romperlo si quiero, es mi juguete. Claro que este clon está tan vivo como yo y hasta es de suponer que tenga los mismos derechos legales, y no sólo eso: cabe temer que también nos tenga celos, que le molestemos en nuestro afán de supremacía y entonces... sin pensar en la confusión de allí proveniente, a saber, ¿quién murió, el verdadero o el falso? Y en tanto que persona jurídica ¿es un clon más falso que el clonado?

Por otra parte nada impide que haya una solidaridad clónica. Los delitos se volverán rampantes en la era de los clones. No sólo uno o varios le puede establecer las coartadas más inapelables al delincuente, sino que irán purgando la culpa de a ratitos, entre todos, cada uno reemplazando al otro, por obra de habilidad o coima, durante el largo período de reclusión. Pero claro, esta fantasía no viene al caso en nuestra disquisición de hoy, porque ¿a quién se le ocurre pensar en solidaridad tratándose de adictos al poder?

Yo soy otro, dijo alguna vez Rimbaud. Y el otro como clon es mi yo desplazado, utópico en el sentido de que no está en lugar alguno. Porque tampoco va estar en aquél que es mi clon, mi imagen especular es decir invertida y equidistante como bien señala el tan mencionado Jacques Lacan.

Sucesión de Pierres Menard escribiendo una vez más el Quijote, eternamente, porque esta sucesión de seres iguales van a querer, naturalmente, no sólo leer siempre el mismo libro sino para colmo escribirlo.

Hablando de lo cual ¿quién escribirá la Biblia del tercer milenio? Mi otro. Él será el pasivo y yo el activo, el será esa parte de mí de la que yo reniego pero que me es útil, imprescindible casi. A menos que mi yo se vuelva mi superyo y empiece con exigencias. Ese igual mío nacido más recientemente, esa sombra viva y devoradora.

Lo curioso de todo sueño es la facilidad con que suele convertirse en pesadilla. Y mucho de la pesadilla clónica ya está siendo reconocido. Lo más aterrador no es el hombre que pretende ser dios y hacerse un otro a su imagen y semejanza al mejor estilo Xerox. De ése como ya dijimos se encargaría el propio sistema clónico. La rivalidad ante el otro idéntico muy fácilmente superará al amor narcisista, porque el otro ya no será una imagen en un estanque sino un ser con todas las de la ley. Pero de qué ley, podemos volver a preguntarnos, no la ley divina ni la ley ética ni la ley del más fuerte. Caín y Abel pasarán a ser un poroto frente a esta nueva leyenda que empieza a gestarse. Lo que más me aterra, repito, es el misterioso hombre de delantal blanco, tan igual a sus colegas experimentadores, frente a sus tubos de ensayo y sus probetas. Son éstos los nuevos alquimistas que hoy por hoy desdeñan la antigua transmutación del plomo en oro, mutación que como bien sabemos por estas latitudes hasta el más simple Piana logra sin excesivo esfuerzo.

Los nuevos científicos, en cambio, lograrán algo infinitamente más vertiginoso. El hecho de generar vida de la nada -una vez más sin padre- los convertirá en dioses, en verdaderos Padres.

Omnipotentes.

Como los gansos de Konrad Lorenz, como el pobre pollito incubado por la pata que sintiéndola su madre la sigue hasta encontrar la muerte en el estanque, el ejército de clones no responderá a sus mandos naturales, es decir a sus respectivos clonados, sino a quienes incubaron las probetas. No quiero ni pensarlo.

Notará la lectora avispada que no hablo en masculino por simple convención semántica sino por convencimiento. Las mujeres no necesitamos ser clonadas, la naturaleza nos ayuda: bastante clonaditas que nos sentimos ya en nuestras hijas. Y además, además, llegado el increíble impensable momento de tener a la especie al borde del abismo, estoy convencida de que las células reproductoras femeninas se clonarían de suyo. Partenogénesis se llama entre los seres monocelulares: recordemos a la vieja ameba de nuestro viejo y querido Manual del Alumno. Partenogénesis entre los vertebrados también. Las lagartijas sin ir más lejos, las mismas que indujeron esta reflexión. Porque hasta la fecha se han descubierto ya 27 especies de lagartijas partenogenéticas, todas ellas hembras que solitas ponen huevos que producen hembras idénticas a la madre inicial, la Eva de las lagartijas. Y se han detectado casos en los cuales, impelidos por la sequía extrema, todos los lagartijos machos de la especie mueren, quedando sólo las hembras que pasarán a reproducirse por clonación.

Una evolución natural. Aburrida sin duda, pero quizá menos ansiógena.

Madre hay una sola, podrá decirse entonces más que nunca. Una sola, una sola, una sola, una sola, una sola, una sola.





Indice