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Introducción o Loa

Que se recitó para la apertura del Teatro en Sevilla, con una carta que sirve de prólogo, escrita por un literato no sevillano, a un amigo suyo de Cádiz

Juan Pablo Forner

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Carta

     Muy Señor mío, y amigo. Lejos de tener reparo en franquear a Vm. Ni a nadie la loa, o por mejor decir, la Introducción que sirvió para la apertura del Teatro de esta ciudad, sé que el autor de ella experimenta particularísima complacencia en facilitarla a todo el que la quisiere leer; porque atendida la vaga incertidumbre con que se ha hablado de ella, y los innumerables falsos testimonios que la han levantado, no halla otra respuesta más calificada a las imposturas que el dar con el texto en los ojos y ponerla, siempre que se ofrezca, el examen de los mismos autores de las patrañas. Remito, pues, adjunta una copia exactísima de la tal Loa, copiada sin quitar ni añadir letra del borrador original, que es la fuente de donde se sacó la que sirvió para empezar la Representación; y Vm. leyéndola desapasionadamente, esto es, con ánimo libre de todo interés, parcialidad, impresión anticipada, odio, amor, o adhesión a determinada opinión o sentencia, me dirá después si ha habido causa justa para tanto ruido, y si la caridad cristiana puede autorizar a algunos de los que se llaman sus maestros para excitar el odio del pueblo contra un hombre que en tono de loa ha escrito un sermón y ha reprehendido los vicios con la severidad que se nota en este juguete.

     No podré yo ponderar a Vm. bastantemente la muchedumbre de cuentecillos absurdos que han corrido y corren en la ciudad sobre las intenciones de la loa, antes y después de su representación. Vm. apunta algunos por las noticias que le han comunicado otros corresponsales; pero ésas son frioleras muy tolerables en comparación de lo que aquí ha corrido en la fácil credulidad del vulgo. La rabia y el furor han vomitado toda la ponzoña de su malignidad por cuantos conductos son dables al odio y la maledicencia. Antes de representarse se esparcieron ya ciertas circunstancias desatinadas, que desde luego llamaron la atención del pueblo para recibirla con indignación. Después de representada, dado el desengaño públicamente, echó manos la malignidad de interpretaciones siniestras; y quiso hacer causa de religión la entereza grande con que en la loa se habla de los vicios: esto es, quiso que la reprehensión de los vicios se tuviese por materia delatable y repugnante al Evangelio. ¡Raro modo de entender la religión! Sin embargo, crea Vm. firmemente que no toda Sevilla ha sido cómplice en este escándalo que sin necesidad se ha dado a los pequeñuelos. El pobre vulgo se ha dejado arrastrar, como acostumbra, de sus oráculos; y éstos, prevenidos impertinentemente por la tenacidad con que quieren convertir en dogmas sus opiniones, dando a la loa interpretaciones forzadas, sembraron en el vulgo lo que bastó para que éste degollase impíamente el crédito de un hombre que ha empleado lo mejor de su vida en defender la religión que recibió de sus padres.

     Sí, amigo mío; Vm. sabe muy bien que de los pocos defensores públicos que hoy tiene la religión en España es el autor de la loa acaso el que con más fervor, más intensión y más peligros ha peleado contra los impíos del tiempo, no hallándose tal vez obra suya grande ni pequeña, en que directa o indirectamente no haya declarado la abominación justísima que le merecen las funestas doctrinas que han desbaratado al fin la Monarquía más floreciente de Europa. Aún hay más: en este mismo momento, en esta mismísima ocasión en que los señores sevillanos le han hecho la merced de juzgarle digno del quemadero, se está imprimiendo en una de sus imprentas una Oda suya consagrada determinadamente a combatir el Ateísmo, cuyos estragos son más temibles de lo que pueden pensar ciertos teólogos de pura escuela, que abstraídos en las especulaciones de sus sectas se ocupan interminablemente en pelear con fantasmas, cuando en la mayor parte de la Europa nadie se acuerda ya de si ha habido en el mundo tales especulaciones. El autor de la loa (amigo mío) ha luchado a brazo partido con los filósofos contaminadores que han tirado a derribar por los cimientos el sacrosanto edificio de la religión. Si algo de bueno hay en sus escritos, es este fondo de piedad, que ha sido siempre el blanco principal de sus tareas. ¡Cuántas persecuciones, calumnias, vilipendios y oprobios no han llovido sobre él por esta constancia incontrastable en sostener la causa de la piedad! Los sectarios ocultos del filosofismo; aquéllos que a sombra de tejado y por rodeos y callejuelas ocultas derramaban cautelosamente la ponzoña para inspirarla poco a poco y con disfraz en los ánimos desprevenidos, conocieron en él un antagonista intrépido y terrible que quitaba la máscara a sus dolosos procedimientos y los ponía desnudos y en su verdadera intención al conocimiento de las gentes para que precaviesen el contagio. Y el odio que concibieron contra él llegó a tal punto que le calumniaron públicamente en una obra impresa con las licencias necesarias de haberse hecho defensor de la religión, no por convencimiento propio sino sólo para granjearse el afecto de los clérigos y frailes. Coteje Vm. estos sucesos que son públicos en España y fuera de ella, con lo que ha pasado en Sevilla a causa de la Loa, y hallará que se le ha tratado aquí ni más ni menos que a Temistocles los atenienses, cuyo grande o imperdonable delito fue haber defendido su patria, y opuéstose con entereza inflexible a la corrupción universal que la debilitaba.

     Si le dicen a Vm. que el escolar de la Loa se inventó con objeto determinado, y que en su hipocresía y su venalidad se pretendió ridiculizar cierta clase de gentes, de estados y de personas, desmienta Vm. firmemente la calumnia, y al maligno impostor que la divulgue o dé por segura esta inteligencia dígale con resolución que allí a nadie se nombra, a nadie se indica, ningunas señas se dan que puedan recibir aplicación específica. Se figura un hipócrita charlatán que habla y obra como tal hipócrita; y aunque se le supone bachiller y estudiante, ni se expresa su profesión, ni se declara la clase de su ciencia y estudios: es finalmente una persona fantástica (cuales son todas las del teatro), en cuya cabeza se intentó ridiculizar uno de los vicios más destructivos y más abominables que infestan la sociedad humana; a saber, la facilidad con que el interés hace mudar el concepto de las cosas, buscando las gentes frecuentemente defensivos a la opinión que se adopta para abandonar la que aquél excluye. Lea Vm. las historias, observe el mundo y hallará a cada línea y cada paso lecciones harto escandalosas de esta contrariedad que, por desgracia, no deja de hallar apoyo sino en la honradez, a lo menos en la incertidumbre de la humana flaqueza. Observe Vm. el mundo, vuelvo a decir, y dígame si hay en él un solo establecimiento en cuyas variaciones y alteraciones no haya tenido influjo el interés. Yo pudiera alegar aquí ejemplos bien concluyentes de esta espantosa verdad, y hacer una larga reseña de abusos intolerables que se sostienen pertinazmente porque median en ellos el dinero y la autoridad, los cuales decaerían de suyo facilísimamente, y se mirarían con horror o con desdén en el instante que no sirviesen para las conveniencias personales, pero me contentaré con referir a Vm. un suceso, que habiendo acaecido en esta ciudad. Puede servir grandemente para apoyar las austeras máximas del autor de la Loa.

     Hace pocos años que se encendió aquí una disputa eclesiástica entre personas de opuestos partidos: fruto de ella fue un grueso librote intitulado Carta Refractaria, que se imprimió y divulgó expresamente para impugnar a un catedrático de teología, al presente canónigo de esta Santa Iglesia. Hay en la tal carta un fray Juníspero que es el botarga más lenguaraz y chocarrero que jamás puede aparecer en el teatro de la literatura. Pues este fray Juníspero, hombre religioso, profesor rígido de la caridad cristiana, varón que en su hábito y votos respira humildad e indulgencia, trata al catedrático de teología con tal vilipendio, le degüella y denigra tan inhumanamente como pudiera el satírico más rabioso; ¿y sobre qué materia?. Sobre si es lícito o no hacer demandas en los templos; sobre si se debe o no sacar dinero a los fieles con instancias importunas. El autor de la tal Carta Refractaria mira este abuso (palabras formales suyas) como capaz de llenar de horror a los impíos y de escándalo a los piadosos, con lo cual muy bonitamente da a entender, y aun lo dice paladinamente que el señor catedrático, cura entonces de una parroquia, estaba escandalizando a los piadosos y horrorizando a los impíos con las demandas que permitía en su iglesia. Mas no es esto lo principal; lo mejor y más oportuno es que fray Juníspero, reflexionando sobre esta conducta del catedrático, cura de la parroquia, en unas palabras que dice, y en un cuento que relata a la página 426 pinta al señor catedrático como un hombre que habla y obra en las cosas sagradas al son del interés y no del celo y de la verdad. Es tan denigrativo, tan horriblemente injurioso lo que allí vomita el tal Legote contra la persona de un eclesiástico, autorizado y viviente, que sólo leerlo excita indignación contra el furor faccioso que fue capaz de dictar semejantes improperios. Léalo Vm. y verá que en dicha página y en las siguientes se hace una cruel sátira contra un sacerdote, cura y catedrático de teología, queriéndole pintar como al más avaro fariseo; y en cabeza de este hombre eclesiástico se desata una tempestad horrenda contra los demandantes, contra las rifas, contra los rosarios y festividades en que hay música y estrépito contra ciertos cultos y contra ciertas creencias que suelen producir no poco esquilmo a los ministros del altar. Ahora bien, si el espíritu de la fornidísima Carta Refractaria se cifra casi todo en dar a entender que el interés ha introducido y sostiene muchos y muy grandes abusos en las cosas sagradas; y si esto se ha impreso y se ha leído y se ha cacareado con harto estrépito y turbulencia, ¿qué razón ha de haber para que el autor de la Loa se le haga cargo de haber pintado un hipócrita mundano que muda de tono al compás del interés que se le presenta? La Carta Refractaria impugna personas y abusos eclesiásticos: la Loa presenta el vicio sólo en general sin adaptarlo a señalada clase de personas. La Carta Refractaria satiriza precisamente a un cura, teólogo y maestro de la Ley, notándole de venal: la Loa presenta un personaje fingido que en sí nada representa sino la generalidad del vicio que se intenta ridiculizar. La Carta Refractaria habla de abusos admitidos en el templo por el interés. La Loa habla del interés sin aplicarlo al templo, sino universalmente a toda clase de hipócritas, o por mejor decir al vicio abstracto de la hipocresía. La Carta Refractaria ha corrido sin tropiezo en Sevilla y se ha impreso con celebridad muy ruidosa entre los del partido; y la Loa, que sobre no aludir de modo alguno a las cosas sagradas, es infinitamente más modesta, más sólida, más piadosa, más circunspecta y más caritativa que la tal Carta. Ha sido mordida, calumniada y despedazada, acaso por los mismos refractarios que tan sangrientamente deshonraron a un eclesiástico respetable, imputándole nada menos que la friolera de hacer granjería con la religión. Pues ahora, amigo mío, dirá Vm. aquí y dirá bien: si esto se ha tolerado, leído y solemnizado en Sevilla, ¿por qué tanto furor contra la Loa? Yo se lo diré a Vm. francamente, y echará de ver cuanta razón tuvo aquella vieja de que habla Quevedo para hacer pedazos el espejo en que se miraba. No tuvo el espejo la culpa de que la vieja se mirase en él, porque el oficio del espejo no es sólo representar viejas, pero reconocíase retratada en él la estantigua y destrozó el espejo. Espejo de la vida llamó Cicerón a la comedia; y lo es realmente: allí se proponen los vicios en general sin aplicaciones determinadas, pero si en estas representaciones genéricas se reconocen a sí mismos este o el otro vicioso, este o aquel malvado; la culpa no está en la comedia que a nadie pinta en individuo, sino en los mismos viciosos y malvados que se ven copiados por necesidad en el espejo. Claro: ¿quiere Vm. saber por qué la Loa ha excitado tanta algazara en Sevilla? Porque en Sevilla hay teólogos que afirman dogmáticamente ser pecado mortal el mero acto de asistir al teatro; y al mismo tiempo se consienten pacíficamente y se cierran los ojos y el labio a innumerables abusos que destruyen por la raíz la prosperidad de las sociedades políticas. Esto es lo que se probó en la Loa de un modo incontrastable, y esto es lo que escoció al amor propio de los enemigos de las musas. Cuando el teatro fuera un mal, será ciertamente un mal pequeñísimo e imperceptible en comparación de otros males enormes, gravísimos, profundamente arraigados en la masa de la comunidad política, y bastantes por sí para granjearla y llevarla a la destrucción total: males que ni nacen del teatro, ni éste puede inspirarlos ni fomentarlos por cualquiera parte que se considere. Yo lo demostraría más aquí, si fuese mi instituto hacer un largo comentario a la Loa. Léala Vm. con reflexión, medítela, desentrañe bien el alma de la solidísima filosofía que allí se propone en tono popular, y verá que los que aborrecen las musas dramáticas son acaso como aquel médico celebérrimo que habiéndole llamado para que diese pronto remedio a un apoplético vio que éste tenía una verruga en la frente, hizo una larga disertación sobre las verrugas, recetó un parche para la del moribundo y se fue muy grave sin hacer caso de la apoplejía. No nos engañemos, ni queramos comprar la ajena irrisión a costa de nuestra necia simplicidad. Tengan los sevillanos enhorabuena en toda la estimación que quieran su clima, su pueblo, sus genios, sus caracteres, sus entendimientos, sus gracias, sus bizarrías, sus chistes y su viveza; pero no quieran persuadirse ni persuadirnos de que en Sevilla no hay vicios, que esta ciudad es la Tebaida moderna, que en ella sólo se observa exactamente la Ley de Dios, y se practican las máximas del Evangelio; que no hay usuras, logros, estafas, disolución, hipocresía, avaricia, ambición, envidia, calumnia, fraudes, traiciones y aún crueldad e inhumanidad. Donde quiera que hay hombres brotan por desgracia estos males a que nos tiene condenados la fragilidad de nuestro ser; y brotan con más fuerza y abundancia donde los hombres son muchos, y componen sociedad demasiadamente complicada. ¿Será pues Sevilla la única excepción de esta regla?, ¿viven por dicha evangélicamente todos los sevillanos? Los que han murmurado de la Loa lo deben de creer así, y así lo creen, felices ellos, que aun cuando habiten en el infierno podrán persuadirse allá en su imaginación que están gozando las delicias de la bienaventuranza.

     Hay vicios en Sevilla, sí Señor, como los hay en todas las partes donde hay hombres, y el haberse dicho esta comunísima verdad en la Loa no fue para infamar a los sevillanos, ni para cargarlos de oprobio (como han querido persuadir los infames libelistas que han desatado rabiosamente su malvada hipocresía en papelones llenos de calumnias y estolidez bárbara); sino para reducir una ilación poderosísima a favor del teatro, cual es: Que este establecimiento tiene poco o ningún influjo en el acrecentamiento de los vicios; o de otro modo: Que la corrupción de los pueblos no nace del teatro, sino de otras causas muy profundas, que están empapadas en la constitución de cada pueblo. Para los que no conocen el mundo sino en los libros de los casuistas, y para los que no saben más que pronunciar bachillerías superficiales sobre lo que no entienden ni han profundizado esta proposición será absolutamente incomprensible, porque ¿qué saben ellos del influjo que ejerce la política en las costumbres públicas?, ¿ni de qué modo se les ha de hacer entender que los vicios más destructores, aquéllos que ocasionan directamente el trastorno general de la sociedad civil no nacen ni pueden nacer del teatro? Para comprender esto sería menester haber estudiado y meditado más sobre el influjo que en las costumbres tienen las pasiones mal o bien reguladas por el estado público de las cosas. Responder a un caso de conciencia es muy fácil, gobernar los hombres y mantener justos y prósperos los estados es cosa que no se aprende en Lárrega.

     En Sevilla, amigo mío, hay ciertamente mucho saber; y tratándose de profesiones lucrativas se halla en abundancia cuanto se puede necesitar para el templo, para el foro y para las necesidades y ocurrencias de la vida, pero sin agravio de la grandísima proporción que reconozco y confieso en estas gentes para sobresalir en todo género de cosas diré con mi acostumbrada que en lo perteneciente al teatro, generalmente hablando, se toca mucha ignorancia, ora se considere con respeto al arte de gobernar, ora con relación al buen gusto y leyes de la arte dramática. El mundo está lleno de tropiezos por cuantos caminos y lados Vm. quiera andarle; pero en Sevilla para ciertas gentes no parece que hay otro tropiezo que el del teatro. En toda Europa no hace novedad esta diversión porque la política la tiene ya como consignada entre los medios más aptos para llenar sus fines: y así nadie habla de esto, ni da lugar al más mínimo disturbio. Pero aquí se habla del teatro como de una perturbación pública; los ánimos se acaloran y encienden en disputas fogosas sobre su licitud o ilicitud; hierven los partidos en una agitación vehementísima, como si se tratara de la suerte del Estado; se oyen imprecaciones horrendas contra los aficionados a la escena; se pinta al gobierno como prevaricador de la religión y promotor de vicios y escándalos. Estas máximas cunden en la plebe, y las resultas son enflaquecer con esto la subordinación y respeto debido a los magistrados, cosa que no sé yo si será muy conforme a la sana moral y a la utilidad de los mismos que ocasionan este descrédito, porque en fin la felicidad civil pende toda de las autoridades legítimas; y no sé yo que en cosas opinables y que cada cual tiene facultad para calificarlas a su modo deba estar sujeto el gobierno a la reprehensión pública de los que opinen lo contrario de lo que aquel opina. Si a estos hombres se les dijera que el papa León X fue el restaurador de las fiestas teatrales en Europa; que empleó dos cardenales en escribir comedias y tragedias; que gastó del tesoro de san Pedro cuantiosas sumas en su representación; ¿se creerían con derecho para denigrar la memoria de aquel sabio Pontífice, sólo porque ellos opinan contra el teatro? Pues no es menor imprudencia hablar con poca veneración de un Pontífice que hablar con poca atención de las determinaciones de los magistrados. Éstos tienen y deben tener siempre en su favor la presunción de que aspiran a lo más conveniente en sus operaciones gubernativas. Tal establecimiento hay que puede parecer malísimo a un teólogo y que a los ojos de la política presente ciertas conveniencias trascendentales al bien común que le hacen admisible. Y en este caso lo que le toca al teólogo es representar los tropiezos que individualmente puede ocasionar el establecimiento, porque tal es su obligación, no sólo en cuanto al teatro, pero en todos los institutos de la vida, puesto que en todos caben abusos, vicios y corrupción. Pero también debe abstenerse de chocar abiertamente con el gobierno, tirando a desconceptuarle en la opinión pública y general, porque como el gobierno tiene por objeto la masa común de la sociedad y no sus partecillas individuales, sus combinaciones y cálculos giran por otro rumbo y atienden no a lo que los hombres deben ser, sino a lo que son comúnmente, y de las mismas flaquezas humanas sabe sacar a veces grandes ventajas para la totalidad de las costumbres y beneficio universal de los pueblos.

     Por lo que toca a los conocimientos en el arte dramático, Vm. podrá formar juicio de lo que se sabe aquí, sólo con reflexionar que al autor de la Loa se le ha tratado de impío sólo porque pintó un hipócrita. Figúrese Vm. qué idea podrán tener de la buena comedia unas gentes que se enfadan por ver ridiculizados los vicios en la escena. He oído decir muchas veces que el teatro no puede subsistir en Sevilla, y hallo por mi cuenta que debe suceder así en un pueblo donde si se representan desengaños útiles son maldecidos por los mismos que van al teatro, y si se representan monstruosidades son abominadas de los que le aborrecen. Algunos critiquillos de retalería están altamente indignados de ver que se han puesto aquí sobre la escena los despropósitos más garrafales de nuestra poesía dramática, y cuando han visto el Diablo Predicador arquearon el entrecejo y con ponderaciones ceñudas desataron su asco y su horror contra los que permitieron tamaña fechoría teatral. Pero entre tanto el pueblo que oyó con desdén el sermón de la Loa acudió en gran tropel al desaforado comedión y oyó con grandísimo placer el abominable sermón de fray Antolín. Desengañémonos, amigo mío, para crear un buen teatro en Sevilla (¿qué digo yo en Sevilla?, en todos los pueblos de España); para hacer que la escena sea una verdadera escuela de las costumbres civiles y del buen gusto; para lograr que las representaciones dramáticas llenen debidamente su fin que es hacer amable la virtud y odioso el vicio por medio de fábulas que copien con naturalidad, propiedad y belleza los hombres y sus costumbres es menester ante todas cosas educar al pueblo; y después borrar la ignominia en que se halla abatido este establecimiento; y después conquistar un poco la indulgencia de sus impugnadores; y después pagar bien a los buenos poetas; y después fundir de nuevo el gremio de los actores; y después acumular grandes fondos en cada pueblo para sostener la empresa de la reforma que no podría entablarse sin experimentar pérdidas al principio. Yo me he reído siempre de reformadores platónicos que hacen la cuenta sin la huéspeda; quiero decir de una cierta casta de sabidillos que en todo quieren lo mejor; y cuando alguna vez se acercan a entablarlo se quedan con tanta boca abierta de ver que no hay un alma que acuda a admirar sus grandes empresas. Entre nosotros, atendido el estado de las cosas, toda reforma teatral debe de ser por necesidad lentísima; porque el teatro no tiene otro apoyo que lo que paga el pueblo; y un pueblo sin ideas no pagará sino lo que se ajuste a su paladar. Y en no pagando el pueblo, a Dios, volaron sus los proyectos, llevóse el Diablo la reforma. Acaso sería más fácil hacerla en Sevilla si se cumpliesen los designios del autor de la Loa, que en esta parte, sin hacerle mucha merced, sabe cuanto el que más, y no le faltan recursos para ir sobrellevándola con una prudente interpolación de lo bueno y de lo malo, lo feo y lo bello. Pero después del suceso de la Loa, ¿sería prudencia poner la mano en cosa de que no le deba redundar sino sinsabores?

     La Loa es quizá la apología más robusta y concluyente que puede hacerse a favor del teatro. Atendida la fuerte oposición que había de parte de ciertas gentes a la erección de este establecimiento, creyó el autor que el primer paso que debía darse en la apertura de la escena debía ser una demostración palpable de que este espectáculo no tiene tanto influjo en la corrupción de costumbres como creen sus impugnadores. Hízolo pues así, persuadiéndose de que en esto iba a hacer un verdadero servicio a los aficionados a la escena, poniéndoles en la mano las armas con que podían seguramente luchar contra sus antagonistas. ¿Qué sucedió? Aquellos en cuyo obsequio se escribió la Loa fueron los primeros que se apresuraron a maldecirla, porque el pueblo en común no sólo la oyó con gusto, pero con aplauso, especialmente en toda la escena del Escolar, que es la del escándalo. Ahora ¿qué hombre sensato osará poner la mano en la reforma del teatro en Sevilla, si hasta las defensas se reciben como injurias y oprobios por los mismos que se interesan en la subsistencia de la escena?

     Al fin queriendo escribir una carta he vertido una disertación. Pero como esta patarata ha hecho tanto ruido en este pueblo, de donde acaso ha trascendido a toda la Península he querido justificar por extenso las intenciones de un hombre que sobre ser amigo mío muy singular no ha merecido por cualquier parte que se le considere tratamiento tan cruel, mayormente de los sevillanos, en cuya ciudad está dando el fruto, tal cual sea, de sus letras y estudios, y que positivamente no habrá una sola persona en Sevilla que pueda tacharle de haber faltado al cumplimiento de sus deberes públicos y privados. Esto servirá para que Vm. pueda hablar con conocimiento.

     Deseo que Vm. se mantenga bueno y que Dios le guarde muchos años. Sevilla, 6 de diciembre de 1795.

B.L.M. de Vm.

Su afectísimo amigo y servidor.

S.D.



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Introducción o Loa a la apertura del Teatro

     Las personas que hablan en ella son todos los actores de la Compañía que se especifican por el número o clase de sus partes, excepto el Segundo Gracioso que figuró un escolar estrafalario; y el Primer Barba que representó al Genio de la Poesía Dramática.

     La escena se figura en el vestuario.

     Aparecen los demás actores en acción de estarse ensayando, divididos en corrillos y con la informalidad que acostumbran.

AUTOR ¿No acabaremos Señores?
Ustedes se están burlando,
y el caso es un poco serio.
Galán, poca prosa: vamos
con formalidad. Vicenta,
por Dios, ya que al vestuario
tan temprano hemos venido,
los momentos no perdamos,
y mientras llega la hora
de empezar, en ensayarnos
más y más nos ocupemos:
vamos.
GRACIOSO I ¡Qué hombre tan cansado!
Ya sabemos la comedia,
y es inútil el ensayo.
GALÁN I Dice bien: ya esto es molernos.
Autor, yo estoy fastidiado
de ensayos tan repetidos:
todos corrientes estamos
en la función; la sabemos
aún mejor que papagayos:
¿a qué, pues, tanta fatiga?
AUTOR ¡Bellamente! Por San Pablo
que se me eriza el cabello
cuando considero el paso.
¿Sabéis que estáis en Sevilla
y que hoy mismo en su Teatro
habéis por la vez primera
de salir a presentaros?
Esta noche... el corazón
se me descompone a saltos
cada vez que en ello pienso.
¿Esta noche? ¡Ay Dios que trago!
Esta noche, señoritas,
esta noche, barbonazos,
salen ustedes a vistas,
y yo con ustedes salgo
ante un pueblo que en España
es famoso, es celebrado
por su cultura, su chiste,
sus talentos sazonados,
su gusto y su perspicacia.
¿Podemos pues descuidarnos,
y con necia confianza
esperar, no digo aplausos,
mas tolerancia benigna
de un pueblo tan delicado,
si no ponemos nosotros
de nuestra parte un trabajo
que asegure los aciertos?
GRACIOSO I Autor, usted es muy raro:
si ya más de ochenta veces
habremos ejecutado
esta comedia, y con gloria,
¿a qué efecto molestarnos
en lo que ya todos saben?
Y en cuanto al pueblo, no alcanzo
la causa de estos temores.
Hijo, son los sevillanos
muy tiernos, muy derretidos,
muy finos, muy... vamos, vamos,
yo me entiendo, usted verá
que no padecemos chasco:
toma... si son tan benignos...
tan halagüeños... me engaño,
muchachas, ¿qué, qué os parece?
DAMA II ¿Quién hasta ahora ha dudado
de esa verdad? Las historias
nos los retratan muy altos
en las obras y palabras;
y siempre fueron bizarros
los pechos que se remontan
sobre los demás humanos.
AUTOR ¡Qué historias, ni berenjenas!,
bachilleras de los Diablos,
en todas partes apesta
lo despreciable, lo malo.
GRACIOSA I Y qué, ¿lo somos nosotras?
DAMA II Usted nos honra, le estamos
muy agradecidas
DAMA IV Cierto.
AUTOR No digo...
DAMA II El diantre del hombre
siempre nos está tirando
a degüello.
AUTOR No quería...
GRACIOSO I La suela de mi zapato
vale más que cien autores.
AUTOR Si digo que...
DAMA IV Maltratarnos
así, por vida de ...
AUTOR En fin
no he de poder...
DAMA II Este pago
bien me lo esperaba yo.
AUTOR ¿Con cuatro mil de a caballo,
quieren ustedes oírme?
DAMA I Autor, esto está acabado,
bórreme usted de la lista,
que yo a las tablas no salgo.
TODAS Ni yo, ni yo.
AUTOR ¿Cómo es eso?
Saldrán ustedes rabiando
y se darán por contentas.
BARBA II ¿No veis qué gresca a aquel lado?
GALÁN I Ortega, ve a apaciguarlas.
BARBA II No tengo gana de araños.
TODAS Vámonos de aquí, y dejarle.
(Sale) GRACIOSO II Por siempre sea Dios loado.
Buenas tardes, señoritas.
Caballeros, bien hallados.
¿Lo pasan ustedes bien?
Me alegro: yo así me hallo,
tal cual, no falta salud,
aunque sea todo quebrantos
esta vida: ¿están ustedes
para oírme un breve rato
cuatro palabras?
AUTOR ¿Quién es
ese hombre, digo?
GALÁN I Otro tanto
te iba a preguntar.
GRACIOSO II Señoras
suplícolas, que a mi lado
se sienten. Desde esa reja
que da a la calle, he escuchado
la heroica empresa, el intento
verdaderamente sabio,
la resolución prudente
de abandonar el Teatro,
y no salir a las tablas.
Hijas, con verdad las hablo,
no hay cosa más pestilente
que la comedia. Yo aplaudo
su retirada. ¡Comedia!
En este solo vocablo
se encierran todos lo vicios;
y horror me causa y espanto,
que se consienta tal peste
en un pueblo tan sensato
como Sevilla. ¡Oh costumbres!
¡Oh tiempos desventurados!
AUTOR Este hombre está loco. Amigo,
y quién licencia le ha dado
para hablar mal del gobierno.
GRACIOSO II Yo, amigo, estoy graduado
de bachiller.
GRACIOSO I Se conoce.
GRACIOSO II Aquí mi título traigo:
soy un sabio, y sé que yerran
los que piensan lo contrario
de lo que yo pienso y juzgo.
AUTOR ¿Según eso estará claro
para usted que obra muy mal
el gobierno en tolerarnos,
y en permitir las comedias?
GRACIOSO II El gobierno, ¡oh!...
AUTOR Ya, ya caigo.
Si usted gobernara, fueran
todos los hombres muy santos
con sólo no consentir
las comedias.
GRACIOSO II No hay dudarlo;
y si no observad los pueblos
que carecen de teatro.
Todos son anacoretas,
en ellos: no hay no borrachos,
adúlteros, usureros,
calumniadores, malvados,
envidiosos, jugadores,
ociosos, tramposos, vagos,
logreros, estafadores,
embusteros; no hay casados
pacientes, no hay cortesanos,
no hay disolución, no fausto,
no lujo, no se murmura
ni se infama; todo sano
existe, todo sin mancha.
AUTOR En efecto, yo he observado
que esta ciudad está limpia
de esos vicios, si miramos
al lujo, nadie aquí gasta
lustre ni adornos profanos.
GRACIOSO II Algún exceso hay en eso;
hay fluecos, blondas, cintajos,
que cuestan lo que importaba
antiguamente el salario
de un general o un ministro:
pero por fin no hay Teatro.
AUTOR Borracheras no se ven
tampoco en Sevilla.
GRACIOSO II Hermano,
algún traguillo se bebe,
y aun en los días sagrados
se nota algún excesillo:
pero por fin no hay Teatro.
AUTOR También estará en Sevilla
el tálamo ajeno salvo
de corrupción.
GRACIOSO II Hay casadas
alegres, un tanto cuanto,
y un tanto cuanto pacientes
se hallan también marizados:
sí, su excesillo hay en eso:
pero por fin no hay Teatro.
AUTOR A lo menos en Sevilla
no habrá usuras, ni esos tratos
inicuos, que la sustancia
de los más pobres chupando,
sacian su horrenda codicia
a costa del común llanto.
GRACIOSO II De usureros y logreros
que forman de todo estanco,
para que el pobre perezca
y ellos vayan engordando,
dicen que hay algunos; pero
dan cada día un ochavo
a un mendigo, rezan mucho,
y son muy buenos cristianos:
se advierte algún excesillo:
pero por fin no hay Teatro.
AUTOR De estafas sí que carece
esta ciudad.
GRACIOSO II Hay sus manos
algo puercas; sus trampillas
se fraguan de cuando en cuando;
y acaso será en algunos
la injusticia un mayorazgo:
no lo sé, lo pobres chillan:
pero por fin no hay Teatro.
AUTOR Nadie en Sevilla murmura
ni calumnia.
GRACIOSO II Sus trabajos
hay en eso; en las visitas
suelen darse fieros tajos
al próximo, y también suele
tal cual testimonio falso
por caridad levantarse
contra aquellos que no amamos
para entablar su ruina.
Pero éstos no son pecados
de monta, son bagatelas:
pecado grande el Teatro.
AUTOR Supongo que aquí no habrá
hipócritas desalmados
que a Dios tengan en la boca
y en el corazón al diablo,
gente, que del santo culto
haga comercio ostentado
un exterior muy devoto
para saciar a su salvo
la sed de sus apetitos.
GRACIOSO II Y eso ¿qué tiene de extraño?
No es malo que en la apariencia
siquiera buenos seamos:
haya hipócritas, no importa,
con tal de que no haya Teatro.
GRACIOSO I Y diga usted, amiguito,
la honestidad, el recato,
la modestia, la decencia,
el recogimiento casto,
la fe, y el honor sin duda
serán aquí el ordinario
carácter de las mujeres:
¿No es verdad? Ya ha veinte años
que faltaron las comedias,
y ya habrán de hacer milagros
las gentes: la liviandad
del sexo ya habrá faltado
del todo; la voz cortejo
no estará en el diccionario
del mundo: la Venus vaga,
el desahogo y los tratos
infames y adulterinos
ya habrán del todo cesado:
esto es preciso.
GRACIOSO II De modo
que como somos de barro
los hombres y las mujeres,
tan frágiles... tan...
GRACIOSO I Ya estamos.
¿Hay hoy lo mismo que hubo,
y aún poquito más acaso,
no es esto?
GRACIOSO II Es tan quebradizo
este loco y el alago
del vicio es tan delicioso,
tan dulce, tan...
BARBA II ¡Ah bellaco!
Y cómo se reconcomía.
GRACIOSO II Hermanitas, este vaso
de que está vestida el alma
está sujeto a quebrantos
muy grandes. La carne es débil,
se revela a cada paso,
y mientras existan sexo
padecerá mil estragos
la pudicia. Quien vea
unos ojos vivarachos
v. g. así...
GRACIOSO I Un poquito
apártese usted, hermano,
que para hablar no es preciso
hacer tantos arrumacos
GRACIOSO II ¡Ay hija, es frágil la carne,
y no siempre está en la mano
del hombre ser contenido;
pero por fin no tengamos
comedias, y Dios mediante
todo irá bien.
AUTOR Sí, lo alcanzo:
que haya vicios, nada importa,
con tal de que en el practicarlos
se guarden las apariencias
de un virtuoso aparato,
de una austeridad traidora,
que las maldades dorando
en sordo estrago arruine
los derechos sacrosantos
de la virtud.
GRACIOSO II Yo no he dicho...
AUTOR Lo que habéis dicho está claro.
Si hay en el Teatro vicios,
¿a qué enfurecerse tanto
contra un público recreo
donde consigan descanso
los afanes de la vida,
y ofrece, bien manejado,
oportunidad muy útil
para enseñar deleitando?
BARBA II Sepa el Sr. Bachiller
que el usurero, el malvado
logrero, el vil delator,
el que devora el trabajo
de los pobres impíamente,
el hablador temerario
que infama el crédito ajeno,
el horrendo y sanguinario
calumniador, el que vende
la fe, el honor, los sagrados
depósitos de las leyes
o del culto en inhumano
y sacrílego comercio;
los que viven abismados
en codicia, en ambición,
en vanidad, en infaustos
deseos de dominar,
ser temidos, incensados
de un vulgo, pobre por ellos.
Sepa, digo, que este vario
enjambre de horrendos vicios
que Dios desde el trono alto
de su grandeza maldice,
con ser los más frecuentados
y los que más desconciertan
los decretos soberanos
de la caridad, jamás
los inspiró, ni inspirarlos
puede el teatro a los hombres.
DAMA I Podrá haber algo de malo
en la escena; lo hay en todo,
mas yo afirmo que el estrago
de las costumbres resulta
de orígenes muy lejanos
de este agradable recreo,
y si no a cuentas vengamos.
¿Hay más virtud en Sevilla
desde que faltó el halago
de la escena? ¿Hay nuevos vicios?
¿Los hombres son más honrados,
más justos, más verdaderos,
fieles, desinteresados,
buenos padres y maridos,
hijos obedientes, amos
benéficos, finalmente
llenan los deberes varios
que a Dios y al mundo los ligan?
¿Y en las mujeres notamos
más cordura, más modestia,
menos lujo, menos fausto,
menos desahogo? En fin,
¿con la labor en las manos
las vemos dar en sus casas
provecho y ejemplos claros
de honor, de juicio y decencia?
AUTOR Basta de prosa: muchachos
alto a ensayar.
GRACIOSO II Todos estos
son sin duda endemoniados,
y es inútil predicarles.
Amigos, mas no me canso;
pero escuchadme aquí aparte:
Soy un hombre de bien, y paso
terribles necesidades;
mis estudios y mi grado
sólo hambre me reditúan;
ni un tristísimo bocado
ha visitado hoy mi panza:
si me prestarais...
AUTOR Ni un cuarto
me asiste: ¿veis esta gente?
Comiéndome está a pedazos;
y así, amigo, Dios le ampare.
GRACIOSO I Si yo, escuchadme, le alargo
medio durillo, ¿qué tal?
GRACIOSO II Seré siempre vuestro esclavo,
bien que sin el medio duro...
Conciencia vamos despacio.
GRACIOSO I Muchachas, id al momento
los bolsillos desatando,
y démosle cada una
una peseta: ¡Ea!, vamos,
que yo sé que este Señor
es tan lindo y tan honrado,
que si le damos dinero
ha de ser el partidario
más firme de las comedias.
GRACIOSO II ¿Cómo es eso? Voto hago
aquí ante esas pesetillas
de ser trompetero nato
del teatro, de las tablas,
de las lunetas y palcos,
de los telones y orquesta,
sillas, escalas y bancos,
y también prometo serlo
de la cazuela, que es harto
en nombre de mi conciencia.
Venga la mosca y escapo
a defenderos, a darme
de cachetes y porrazos,
de coches y remoquetes,
con todo infiel mamarracho
que ose hablar sin miramiento
de la escena y sus encantos.
TODAS ¡Viva el Señor bachiller!
GRACIOSO II Hijas mías, yo os declaro
que si dais en esta treta
de ir con plata conquistando,
los que ahora son vituperios
se volverán en aplausos.
Chiquillas, hace prodigios
el ungüento mejicano.
Dios bendito ya tenemos
con qué llenar hoy el pancho.
Voy a rezar por vosotras,
hijas, y haced otro tanto
por mí; encomendadme a Dios,
que soy un pobre gusano,
y vosotras unas santas.
¡Qué fuera yo tan menguado
que por malas las tuviera...! (Vase.)
BARBA II ¡Autor, qué tal!
AUTOR No es muy malo
este ejemplo. Así en el mundo
todo está sujeto al mando
del interés... Mas, ¿qué es esto?
¿Está alborotado el patio?
(Sale) BARBA III Autor, ya es hora, y el pueblo
está de esperar cansado.
AUTOR ¿Cómo es eso?: son las cinco (mira el reloj)
¡Por vida de...! ¡Es fuerte chasco!
El diantre del bachiller
nos tuvo empataratados,
y el ensayo se ha perdido.
A bien que ya nos hallamos
vestidos; pero ¿y la Loa?
¿López dónde está?
BARBA III Rumiando
sus versos en un rincón.
AUTOR Dile, que salga volando,
y levanten el telón.
Es un pensamiento extraño
la Loa, se representa
en un Genio el entusiasmo
de las dramáticas musas
que con sublime boato
dé versos a la ciudad,
y a su pueblo ilustre y sabio,
benéfico y generoso
tributa el puro holocausto
dé gracias bien merecidas,
por ver ya aquí restaurado
de las musas españolas
el honor ya amortiguado,
por no decir casi extinto.
Salga pues, y acreditando
nosotros con nuestro celo
lo mucho que respetamos
a un público tan ilustre,
esperemos confiados
que sabrá benignamente
las faltas disimularnos:
suba el telón, salga el Genio,
y oigámosle retirados... (Vanse.)
Sale el GENIO, a la griega
Hoy que ve renacer en sus orillas
el fértil Betis con decente pompa
la gloria de sus musas, y el influjo
de la agradable y elocuente escena;
huye turbada la ignorancia torpe,
y al rayo de las artes que aquí brilla
sus sombras y su horror se desvanecen.
¡Ah, cuánto estrago ocasionó su turbia,
su ciega oscuridad en la grandeza
del espléndido pueblo, lustre un día
de la opulencia y del saber de España!
¿Dónde está, gran Sevilla, el tiempo ilustre
de tu gloria y tu honor? ¿Dónde es esconden
los altos genios, las excelsas frentes
que inspiradas de Apolo y coronadas
dieron a Roma emulación durable,
y el espíritu a Grecia le bebieron
que inmortal en tus Píndaros respira?
Entonces sabias las amables artes,
con el común aplauso enardecidas
de ti, ciudad ilustre, nueva Atenas
consiguieron formar. Aquí de Cano,
de Roelas aquí, del gran Murillo,
del divino Velázquez se lograron
el mágico pincel, las doctas tintas
que atónita admiró naturaleza
vencida a veces del mortal desvelo;
y al bronce aquí y al mármol y a la bronca
rudeza de los troncos alma, vida
comunicó el cincel; o ya elevados
en graves y opulentos edificios,
de sacra Majestad embellecieron
el ancho cerco a la ciudad dichosa.
Pasó tu gloria y de tu pompa antigua
restos escasos con desdén conserva
la presente tibieza de tus hijos.
No ya se infama el Genio, ni al sonoro
acento de la lira, eternizada
se escucha tu memoria entre las gentes.
Lóbrega así la estólida ignorancia
degrada al hombre y en su mente ofusca
la luz inextinguible que le anima.
Debió su eternidad Grecia a sus artes,
y debióle Sevilla, cuando sabia,
madre feliz de entendimientos cultos,
supo criar más hombres a sus hombres.
¡Ah!, vuelva, vuelva a su esplendor la patria
de los altos ingenios por quien dura
respetado en Europa el grato nombre
de la ínclita Sevilla. Aquí, aquí tuvo
su nacimiento la española escena;
y el gran Lope de Rueda en este suelo
actor y autor, de Roscio y de Terencio
restauró la enseñanza deleitable.
Las musas ya y las artes, revocadas
del profundo letargo a los impulsos
de la mano feliz que hoy os gobierna,
logran ufanas venturoso asilo
en el culto teatro, amable escuela
donde en lazo recíproco hermanados
lira y pincel al zueco y al coturno
al antiguo esplendor subirán bellas.
Animadlas, oh ilustres sevillanos;
y pues debisteis al benigno Cielo
almas hermosas en hermoso clima,
y en fértil suelo espíritus fecundos
restauradle su asilo a la belleza,
su recinto a las artes deliciosas
que enseñan deleitando; y vuestro nombre
triunfando así del tiempo y del olvido,
inmortal pasará de gente en gente,
y hará adorable el nombre de Sevilla.

FIN

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