«Julia / Comedia en dos
actos / del / célebre Scribe / arreglada a nuestra escena / 1833 / Acto
1º. / J. L.»
Escena I
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DOÑA EUGENIA, leyendo un
diario.
ISABEL y
AMELIA, ocupadas en concluir unos vestidos de baile.
JULIA, bordando en el lado opuesto.
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AMELIA.-
Julia, te prevengo que si no empiezas a tomar tus disposiciones
para el baile, nos vas a hacer esperar.
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JULIA.-
No importa, no iré.
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DOÑA EUGENIA.-
¿Cómo? ¿No irás?
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ISABEL.-
¿No irás a un baile donde estará lo mejor
de Madrid?
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AMELIA.-
¿Y por qué razón no has de ir?
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DOÑA EUGENIA.-
¿Por qué capricho, has de decir?
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JULIA.-
No estoy buena, me quedaré en casa.
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DOÑA EUGENIA.-
Como usted quiera, señorita. Mejor. Harto tengo yo que
hacer con llevar a mi hija y mi sobrina, sin haber de estar también a la
mira de mi pupila... Todavía me acuerdo del último
raout o
grante a que asistimos... éramos
cuatro mujeres de una casa.
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AMELIA.-
Parecía usted la rectora de un colegio de
niñas.
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DOÑA EUGENIA.-
Amelia, no te pregunto a ti lo que parecía... Pero lo
cierto es que si ha de estar una sentada donde la vean, no es tan fácil
encontrar siempre en el mejor sitio cuatro sillas.
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AMELIA.-
Sobre todo, cuando una sola de las cuatro ocupa dos
asientos.
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DOÑA EUGENIA.-
¿Qué dices?
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AMELIA.-
Nada, tía mía; digo que he acabado mi
guarnición... Soy de su opinión de usted... Tanto en el baile
como en cualquier función es preciso estar siempre a la vista de
todos.
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ISABEL.-
Ése es el modo de que nunca le falte a una pareja.
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AMELIA.-
Y acaso marido.
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ISABEL.-
¿Quién se acuerda de eso?
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AMELIA.-
Eso quiere decir que no piensa en otra cosa.
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ISABEL.-
No tanto como tú, señora prima.
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AMELIA.-
¡Yo! Sí, por cierto. A mí me es del todo
indiferente, sobre todo mientras no vuelva de sus viajes mi hermano Eduardo,
bajo cuya tutela estoy... Entonces, sí, podrá ser que me decida,
pero de aquí allá no tenga prisa.
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ISABEL.-
Con eso nos quieres dar a entender que eres rica y que yo no lo
soy. ¿Eh? Pues no le hace; hemos de ver quién de las dos se casa
antes...
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DOÑA EUGENIA.-
¡Isabel!
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ISABEL.-
Sí, mamá; mi prima tiene un orgullo... Le aseguro
a usted que no hay quien la sufra... Con su dote y sus tierras. Cierto que las
tiene...; cierto que no hay cosa como ser rica heredera; cuando se tienen
bienes está una dispensada de tener talento ni amabilidad.
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AMELIA.-
En ese caso yo te aconsejo que busques bienes, porque lo que
es...
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DOÑA EUGENIA.-
¡Niñas!
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ISABEL.-
No somos tan ricas como tú; verdad es, pero tampoco
necesitamos depender de nadie...
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DOÑA EUGENIA.-
Cierto que no.
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ISABEL.-
Y porque tengamos treinta mil reales de renta no por eso dejamos
de apreciar a Julia que no tiene más que doce mil.
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JULIA.-
Ustedes son demasiado amables.
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DOÑA EUGENIA.-
Tienes razón, hija mía; al fin ella no tiene la
culpa si es huérfana y si no es rica, y si su hermano Carlos sobre todo
es un calavera y un necio por añadidura.
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JULIA.-
Pero, señora, tiene usted un modo de disculparnos...
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AMELIA.-
Muy injusto ciertamente; yo me pongo de parte de Carlos; aunque
sea un poco alocado, es muy amable y tiene muy buen gusto para todo.
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ISABEL.-
Sí, porque te hace la corte.
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AMELIA.-
Y porque no te la hace a ti.
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ISABEL.-
Porque yo no he querido.
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AMELIA.-
Lo mismo sería que quisieras.
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ISABEL.-
¿Sí, Amelia? Pues ya lo veremos.
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DOÑA EUGENIA.-
¡Silencio, niñas, silencio! ¿Qué
significa esa disputa?
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ISABEL.-
Cree, porque es rica, que tiene derecho para decir gracias.
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AMELIA.-
Porque cree tener talento se le figura que tiene carta blanca
para decir tonterías.
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ISABEL.-
Amelia, eso es ya demasiado.
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DOÑA EUGENIA.-
¡Otra vez! Ya os he dicho que calléis... viene
gente.
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Escena II
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Dichos,
CARLOS y después
DON SILVESTRE.
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CARLOS.-
¿Hay voces? ¿Hay disputas?
(Un criado saca
luces.) ¡Perfectamente! Eso es lo que a mí me gusta...
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DOÑA EUGENIA.-
¡Es Carlos!
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CARLOS.-
¿Se habla de ópera? ¿De la Grisi y de la
Landa? Si la cuestión no está bastante embrollada, aquí
estoy yo. Buenas noches, hermana mía. Entre usted, señor don
Silvestre...
(A
DON SILVESTRE que entra muy despacio.) Mi
señora doña Eugenia, permítame usted que le presente a uno
de mis amigos... de la Universidad de Valladolid. Al caballero don Silvestre
Verdugo, sujeto de la más distinguida nobleza, conde del Espinal en
tierra de Campos, que acaba de heredar cuantiosos bienes en las inmediaciones
de la corte, con la expresa condición que, al morir, le ha impuesto el
testador, un tío suyo, hombre de ideas extraordinarias, de que se ha de
casar en el término de un año; circunstancia que le coloca en una
posición ventajosísima para con las madres y las tías.
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DOÑA EUGENIA.-
Este caballero no necesita tantas recomendaciones, y...
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DON SILVESTRE.-
Señora, usted es muy amable...
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CARLOS.-
Además, a pesar de hallarse en la flor de su edad, es
extremadamente tímido... ¡Ya se ve! Viene de provincia... Yo me he
encargado de introducirle en el mundo y aun he tomado sobre mí el
casarle... Tengo sus más amplios poderes...
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DON SILVESTRE.-
¡Carlos!
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CARLOS.-
Yo en su nombre prometo ser un marido fiel, si los hay; prometo
llevar a mi mujer a los bailes de máscaras, y no mirar jamás la
cuenta de la modista... Prometo, en fin, no ser celoso.
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AMELIA.-
Felizmente no es usted quien ha de cumplir lo que promete.
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CARLOS.-
¡Amelia! Dejo la respuesta para otra ocasión.
Condecito, aquí estamos como en nuestra casa; podemos hablar con
franqueza. Presento a usted en primer lugar a mi hermana Julia, dotada con
todas las prendas que el cielo me ha negado a mí; esto vale tanto como
decir que es un ángel... pero no me toca a mí hacer su
panegírico; soy parte interesada. Es mi hermana; por consiguiente, la
excluyo del concurso. Isabel,
(Presentando.) la hija de la
casa, el alma de los bailes; no he visto bailar sin ella una mazurca; no hay
una joven que cambie de pareja en la galopa con más gracia y soltura que
ella; ni hay pareja a quien no haya flechado inmediatamente. Le aconsejo a
usted, por lo tanto, que no fije en ella sus miras, si no quiere ponerla en la
dura precisión de elegir ni desbaratar combinaciones anteriores.
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DOÑA EUGENIA.-
¿Adónde va usted a parar con ese
período?
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CARLOS.-
A las relaciones antiguas que median entre ella y mi amigo
Eduardo, que viaja en el día por esos mundos... En cambio presento a
usted
(Señalando a
AMELIA.) a la hermana de éste,
Amelia, la más interesante y maliciosa joven de Madrid. Pero no le
aconsejo que se inscriba en el número de los pretendientes a su rica
dote, en atención a que sería preciso para eso romperse antes la
cabeza conmigo.
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DOÑA EUGENIA.-
Pero Carlos, ¿está usted loco?
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CARLOS.-
De todas estas bellezas, pues, no queda más que una a
quien pueda usted tributar sus homenajes, sin peligrosa rivalidad... mi
señora doña Eugenia.
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DOÑA EUGENIA.-
¡Carlos!
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CARLOS.-
¿Y por qué no? Su tío no le prohibió
las viudas, y...
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JULIA.-
Hermano mío... una chanza de esa especie...
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ISABEL.-
Es inoportuna, como todas las suyas.
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CARLOS.-
¡Bravo! Ya estáis todas contra mí.
Queréis que un militar de mi edad gaste chanzas almibaradas como un
lechuguino recién entrado en el mundo. Pero tranquilizaos; poseo un
medio para reconciliarme con todas... Traigo una noticia.
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TODAS.-
¿Cuál?
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CARLOS.-
La llegada de Eduardo.
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JULIA.-
¡Eduardo!
(Con calor.)
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AMELIA.-
¡Mi hermano!
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ISABEL.-
¡Mi primo!
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DOÑA EUGENIA.-
¡Mi sobrino! ¿Está usted seguro?
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CARLOS.-
Es noticia oficial. Pueden ustedes creerla con toda confianza,
porque no viene en la Gaceta, sino aquí en mi bolsillo... He tenido
carta suya.
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DOÑA EUGENIA e ISABEL.-
Léala usted; léala usted.
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CARLOS.-
¿Qué tal? Cuando yo decía que había
relaciones...
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CARLOS.-
Un poco de paciencia. Ya voy. ¿Usted me permite
condecito...?:
(A
DON SILVESTRE que se aleja un poco.)
«Querido Carlos: A pesar de que no te acuerdas mucho de mí, desde
que viajo por Europa...». -Cierto, nunca tengo tiempo para escribir-.
«No he olvidado, ni olvidaré jamás que somos casi hermanos
y que nos hemos criado juntamente con tu hermana Julia bajo la tutela de
vuestro padre don Pedro de Quiñones; a su entereza debo y a su talento
cuanto en el día poseo, incluso mis bienes, que me disputaba, como
sabes, una familia ambiciosa y pudiente...». -Ya lo creo; mi padre era
hombre de mérito; uno de los mejores abogados de Madrid, nunca tuvo
más que un defecto; era demasiado hombre de bien.
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AMELIA.-
Acabe usted.
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CARLOS.-
Sí... Salvemos la primera página... Son elogios de
mi padre y de mí... Esto nos entretendría demasiado...
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DOÑA EUGENIA.-
¿De usted? ¿Se chancea Eduardo?
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CARLOS.-
Eduardo, señora, es muy formal; serio naturalmente y
amigo de la razón... por eso nos queremos tanto.
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AMELIA.-
La amistad se alimenta de contrastes.
(Riendo.)
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CARLOS.-
Y el amor de simpatías...
(Mirándole tiernamente.)
Felizmente para mí.
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AMELIA.-
No comprendo...
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CARLOS.-
Yo se lo explicaré a usted...
(Recorriendo la carta.)
«Llegaré a Madrid el lunes próximo, 10 de mayo, y a casa de
doña Eugenia San Felices.»
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TODAS.-
¡Hoy!
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CARLOS.-
Espere usted... Todavía faltaba:
(A
AMELIA leyendo con intención.)
«Por lo que respecta al objeto de tu última carta, hablaremos.
Sólo añadiré dos condiciones a mi consentimiento; en
primer lugar el de mi hermana; en segundo, la seguridad de que la has de hacer
feliz, porque como hermano y como tutor de Amelia, soy responsable de su
porvenir y de su felicidad, etc., etc.». Me parece que está claro
y terminante.
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AMELIA.-
No tanto... Al fin hay dos condiciones...
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CARLOS.-
Respóndame usted de la primera y yo le respondo de la
segunda.
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AMELIA.-
Veremos. No me he decidido todavía. Si me decidiese
algún día, sería por mi prima Isabel que pretende estar
casada antes que yo.
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CARLOS.-
Querida Isabel... Cuántas gracias tengo que darle a
usted... La deberé toda mi felicidad.
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ISABEL.-
Todavía no, caballerito, todavía no.
(Picada.)
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AMELIA.-
Entre tanto le permito a usted que sea hoy todavía en el
baile mi obsequiante.
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CARLOS.-
¿Con que tenemos baile?
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DOÑA EUGENIA.-
Todas vamos.
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DON SILVESTRE.-
¿Me permitiría usted, señorita, que fuese
yo su galán?
(A
JULIA.)
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CARLOS.-
¡Bravo!
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JULIA.-
Muchas gracias, caballero, pero no pienso ir.
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CARLOS.-
¿Por qué? ¡Qué disparate!
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JULIA.-
Es posible... pero no voy.
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DON SILVESTRE.-
Señorita, perdóneme usted mi
indiscreción... si yo no me atreviese, señorita...
(A
ISABEL.)
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ISABEL.-
No puedo, caballero... estoy comprometida.
(Con sequedad.)
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DOÑA EUGENIA.-
¿Qué haces? Se acepta de todos modos.
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ISABEL.-
¿Pero tengo yo la culpa, mamá, si tengo siempre
veinte compromisos?... No soy como otras, que no tienen nunca sino el del
momento...
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AMELIA.-
¡Hay tal orgullo! La piden más porque baila
más...
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ISABEL.-
Y porque me ven; todos los que gustan de bailar me piden siempre
la primera.
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AMELIA.-
Y los que gustan de hablar no la piden nunca para la
segunda.
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ISABEL.-
¡Otra vez! Eso es demasiado.
(Sale un criado.)
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CRIADO.-
Señora, está servido el refresco.
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DOÑA EUGENIA.-
Vamos; nos queda muy poco tiempo para vestirnos; quiero ir y
volver temprano. Caballero, ¿pasará usted a la otra pieza a
refrescar con nosotras?
(A
DON SILVESTRE.)
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DON SILVESTRE.-
Usted me hace demasiado favor.
(Ofreciéndole la
mano.)
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CARLOS.-
-Bien decía yo;
(Aparte a
AMELIA.) no le ha quedado más que
la mano de la viuda. Amigo, doy a usted la enhorabuena; va usted a hacer mil
envidiosos en el baile.
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DOÑA EUGENIA.-
Vamos, Isabel, Amelia.
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DON SILVESTRE.-
(Al marchar, a
CARLOS.) ¡Oh, cuento esta noche con
otra conquista!
(Vanse por la derecha.)
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Escena III
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JULIA,
CARLOS.
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CARLOS.-
Ahora que estamos solos, Julia, dime, ¿por qué no
vas al baile?
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JULIA.-
Mucho lo siento, Carlos, pero no te lo puedo decir.
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CARLOS.-
¡Ah! ¿tienes secretos para tu hermano?
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JULIA.-
Más adelante lo sabrás.
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CARLOS.-
Pero lo dices con un tono tan triste...
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JULIA.-
Como que lo estoy efectivamente... cuando me acuerdo de tus
extravagancias y de tus calaveradas...
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CARLOS.-
¿Vas a echarme un sermón? Me voy.
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JULIA.-
Mira, Carlos: quédate, cállate; a lo menos te
veré... No sé cómo tienes valor para estar tanto tiempo
sin verme... ¿No me quieres ya, Carlos?
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CARLOS.-
¿Que no te quiero? Yo que no tengo sino a ti en el mundo
que me interese; mi única amiga, mi compañera; tú que
siempre lo has sacrificado todo por mí, la mejor de las hermanas;
¡tan generosa!... Julia, te quiero como siempre te he querido...
sólo que por desgracia, aunque más joven que yo, tienes tanto
juicio que muchas veces me incomodas con...
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JULIA.-
¿Es posible?
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CARLOS.-
Has tomado sobre mí un ascendiente tal que... te lo
confirmo... en haciendo algún disparate, no me atrevo a presentarme
delante de ti.
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JULIA.-
¡Dios mío! Y hace quince días que no te he
visto.
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CARLOS.-
Cierto.
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JULIA.-
Es decir que ha ocurrido alguna desgracia...
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CARLOS.-
¿Pero tengo yo la culpa de que nuestro padre fuese un
hombre de talento que no haya sabido dejarnos todos los bienes que
necesitábamos? Si vieras qué cosa es ésa tan terrible y
tan humillante... sobre todo cuando está uno entre sus amigos de
colegio, o entre los que ha hecho después en el gran mundo; no quiere
uno parecer un pobretón... Al contrario, es preciso hacer lo que hacen
todos...
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JULIA.-
¿Y por qué no habías de confesar
francamente que tu corta renta no te permite?...
|
CARLOS.-
¡Oh! Nunca me he atrevido a decir que no tenía
más que doce mil reales al año por mi casa; todos han
creído siempre que tengo dos mil duros de alimentos; así que
nunca hubiera confesado la verdad... pero a Dios gracias ya no tengo que
confesarla... porque ya ni eso tengo...
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JULIA.-
¿Qué dices?
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CARLOS.-
Todo lo he empeñado, por mejor decir, lo he vendido a don
Cosme... Ya le conoces... Aquel prestamista... usurero... De este modo vine a
reunir un capital de cinco mil duros con los cuales he hecho papel tres
meses... como un marqués, como un grande. ¡Qué hermosura!
¡Qué placer! Yo había nacido para eso... Pero todo tiene un
término en este mundo; en el día yo no tengo nada; mi paga y nada
más; no hay que empezar... Estoy arruinado.
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JULIA.-
¡Dios mío! ¿Y qué dirá?
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CARLOS.-
¿Qué se ha de decir? Al contrario; esto me da
cierta elegancia en el mundo... en la alta sociedad... entre la grandeza, cuyas
casas frecuento... Allí dice uno: «estoy tronado,
marquesa, no tengo un real»; y esto es de buen tono. «En ocho días he perdido cien onzas de oro al ecarté,
condesita»; esto le da a uno cierto aire de persona principal y de
atolondrado y disipador... La prueba de que esto es verdad es que he hecho una
conquista, pero una conquista millonaria desde entonces acá: una duquesa
viuda, un poco vieja, eso sí, pero me adora. Quiere casarse conmigo. No
digas a Amelia una palabra de esto... empezaría a burlarse de
mí... y...
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JULIA.-
Y ¿quién es esa señora?
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CARLOS.-
La misma que vive en esta calle.
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JULIA.-
¿Una mujer de sesenta años que ha enviudado ya de
dos maridos?
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CARLOS.-
Yo seré el tercero... ya ves que te proporciono una
cuñadita...
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JULIA.-
Y tienes valor para gastar chanzas en semejantes
circunstancias.
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CARLOS.-
Verdad es... de mala gana las gasto... y lo peor es que no he
acabado todavía... no lo he dicho todo; si me parase yo a reflexionar el
compromiso en que me hallo hoy, hoy mismo... ni quiero pensar en ello.
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JULIA.-
¿Qué compromiso?
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CARLOS.-
Nada; el otro día, el hijo del Conde de
Díez-Torres, uno de los muchos cuya amistad frecuento, un amigo
íntimo mío, gastador como yo, necesitaba doscientos duros, por
tres días nada más... me los pide sin más rodeos, de amigo
a amigo, delante de algunas personas de categoría...,
¿cómo había de negárselos... sobre todo, yo que me
jacto de buen tono?... Le respondí, pues, en el acto con aire
desembarazado, que hizo, por cierto, muy buen efecto en la sociedad: «Esta noche los tendrá usted». Pero es el caso
que la noche llegó y yo no los tenía... mas lo había
prometido y no quería pasar la plaza de fanfarrón... Casualmente
me hallo en el día encargado de la caja del regimiento, interinamente,
hasta la vuelta del capitán cajero que está en una
comisión importante, y dispuse en su favor...
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JULIA.-
¿De doscientos duros?
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CARLOS.-
Sí, por tres días no más... tres
días... es lo peor que ese tercer día es hoy, yo no he vuelto a
saber de él y de un momento a otro puede llegar el capitán
cajero, en cuyo caso deberé entregar los fondos... ¡Bah! De
aquí a la noche decididamente hay tiempo todavía... Mi amigo es
rico y hombre de pundonor; así que estoy tranquilo... es decir,
tranquilo, no del todo... pero pienso distraerme... Esta noche tenemos una
comida donde habrá buen Burdeos y exquisito champagne... yo me muero por
el champagne... Iré y...
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JULIA.-
De veras, ¿irás?
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CARLOS.-
¿Qué he de hacer? Y beberé también,
aunque no de tan buen humor como suelo, eso no...
|
JULIA.-
Carlos, yo no puedo comprender cómo te expones con esa
indiferencia a una ruina completa y a perder tu opinión sobre todo...
porque, al cabo, si el condecito no te paga...
|
CARLOS.-
Eso no es posible.
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JULIA.-
Pero, ¿y si llegase a suceder?
|
CARLOS.-
Si llegase a suceder... No hablemos... de eso; si llegase a
suceder... Entonces... ya hallaríamos algún medio... Verdad es
que ahora no me ocurre ninguno... ¡Ah, sí! Uno queda, Eduardo;
nuestro amigo Eduardo llega hoy, es muy rico, y nunca malgasta nada... es un
modelo en esa parte; ya sabes cómo nos quiere, sobre todo a ti; como que
nos hemos criado juntos y en una misma casa... Cuéntale mi aventura y
pídele en mi nombre...
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JULIA.-
¿Has perdido el juicio? ¿Yo le he de confesar tus
yerros? ¿Y un yerro de esa especie...? ¿Yo le he de decir que,
apenas entrado en mayoría, te has comido ya toda tu hijuela?
¿Qué concepto va a formar de ti? ¿Querrás que
después de eso te confíe la felicidad y los bienes de su
hermana?
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CARLOS.-
No, no; tienes razón; no me acordaba.
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JULIA.-
Conozco a Eduardo perfectamente..., es el hombre más
honrado y el amigo más generoso...; con media palabra que yo le diga
quedan tus deudas pagadas, y más si fuese necesario; pero también
será preciso que renuncies entonces a Amelia... Nadie podría
sacarle su consentimiento para esa boda...
|
CARLOS.-
Tienes razón, no le digas nada... Procura, por el
contrario, que no pueda sospechar siquiera, ni ahora ni jamás... de
ninguna manera. Yo no puedo vivir sin Amelia. Si he de renunciar a su mano,
víctima de la desesperación, quizá llegaría al
extremo de intentar levantarme la tapa de los sesos.
|
JULIA.-
¡Carlos!
|
CARLOS.-
No te asustes; felizmente no tengo muchos que perder. Te juro
que lo haría; podría ser que luego me pesase; pero el primer
ímpetu... Por el contrario, si se consigue ocultar este secreto a
Eduardo, tengo esperanzas de enmendar...
|
JULIA.-
¡Oh! Si quisieras..., todavía es tiempo; para eso
no hagas sino lo que te dicte tu corazón; tu corazón es bueno y
generoso.
|
CARLOS.-
Sí, Julia.
|
JULIA.-
Renuncia a esa loca vanidad y a ese deseo ruinoso de
figurar.
|
CARLOS.-
Sí, hermana mía, sí.
(Impaciente.)
|
JULIA.-
Sepárate para siempre de esas compañías que
te pierden...
|
CARLOS.-
Bien, Julia, bien...
|
JULIA.-
Mis sermones empiezan a incomodarle ya... no importa. Dame
palabra de renunciar a la amistad de esos jóvenes del gran mundo... y
esta misma noche...
|
CARLOS.-
Pierde cuidado... no jugaré tan tirado; te prometo no
perder más que dos o tres duros.
|
JULIA.-
¡Enhorabuena!
|
CARLOS.-
Sí, pero, para eso es preciso que me los prestes...
|
JULIA.-
¿Cómo que te los preste?
(Admirada.)
|
CARLOS.-
Cuando yo te digo que no tengo un cuarto... Yo no engaño
nunca a nadie... no tengo un cuarto; tú tienes siempre tus ahorros.
|
CARLOS.-
¿Cómo es eso, Julia?
|
JULIA.-
¡Dios mío! Pero, Carlos, tú nunca quieres
hacerte cargo de la razón, ni calcular... Acuérdate de que yo
tampoco tengo más que cincuenta duros al mes, y de que no hace tantos
días que di treinta por ti al usurero de don Cosme...
|
CARLOS.-
Es verdad, es verdad; ya no me acordaba.
|
JULIA.-
Acuérdate de que después has recurrido a mí
en una o dos ocasiones.
|
CARLOS.-
Cierto, cierto; yo conozco que hago mal...
|
JULIA.-
No, eso no; no lo digo por eso; soy tan feliz cuando puedo
sacarte de un apuro; pero !Ya se ve! Esto sólo puedo hacerlo
cercenándolo de mis gastos, y ya es preciso confesártelo... Sabe
que si no voy esta noche a ese baile, donde acaso me hubiera divertido, es
porque no tengo un vestido de baile... No he querido mandármelo
hacer...
|
CARLOS.-
¿De veras? ¿Pues no te hubiera fiado tu
modista?
|
JULIA.-
Sí, pero yo no quiero. No me gusta deber nada a nadie.
Sin embargo voy a infringir mis principios por primera vez; tenía
aquí guardados mis últimos tres duros para pagar esta
mañana a esa misma modista un pico atrasado; no importa, le diré
que aguarde... Toma, llevátelos.
|
CARLOS.-
¡Oh!, no; jamás. Mejor quisiera morirme que dejarte
sin nada...
|
JULIA.-
Yo lo exijo, Carlos; no me enfadaré... Si los
rehúsas, es señal de que ya no me quieres; además, yo
dentro de unos días debo tomar un tercio; de aquí allá,
nada me hace falta, al paso que tú no puedes estar sin dinero... eres
hombre y..., pero acuérdate que no tienes obligación de
jugar.
|
CARLOS.-
Tienes razón... Y ¿quién sabe? Bien puedo
ganar... Adiós, Julia,
(Cogiendo el bolsillo.)
adiós... Oigo un coche que ha parado en casa; alguna visita... Cuenta
con mi agradecimiento; espero volver pronto con buenas noticias; si mis
esperanzas no me engañan, me consagraré enteramente a
indemnizarte de tus sacrificios.
(Sale corriendo por la
derecha.)
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Escena IV
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|
JULIA y después
EDUARDO.
|
JULIA.-
¡Qué cabeza! Por otra parte tiene tan buen
corazón... Con tal que él sea feliz... ¿Quién
viene?
|
EDUARDO.-
Avisa sólo a mi tía, pero no incomodes a las
señoritas.
|
JULIA.-
¡Dios mío! ¡Eduardo!
|
EDUARDO.-
Julia, querida Julia; por fin te veo; me habían dicho que
estabais todas en el tocador... doy gracias al cielo... Pero,
¿qué tienes?
|
JULIA.-
Yo... nada.
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EDUARDO.-
No; estás mala...
|
JULIA.-
No, no lo creas.
|
EDUARDO.-
Yo tengo la culpa; te he sorprendido con mi llegada...
|
JULIA.-
No; te esperábamos; mi hermano nos había anunciado
ya tu vuelta.
|
EDUARDO.-
¿Y puedo gloriarme, Julia, de que hayas deseado alguna
vez esta vuelta?
|
JULIA.-
¡Ah! Si fueras capaz de dudarlo, no merecerías que
fuese... Con que tú no has pensado nunca en los amigos que habías
dejado en España...
|
EDUARDO.-
Ni un momento solo me ha abandonado su memoria; era todo mi
consuelo en tan larga ausencia... Ya sabes que no fui yo, tu padre fue, mi
tutor, quien ideó y exigió este viaje... le consideraba como la
última parte de mi educación...
|
JULIA.-
Cierto que dos años casi pasados en el extranjero deben
haberte instruido mucho y haberte enseñado muchas cosas...
|
EDUARDO.-
No lo creas; algunas veces me he preguntado a mí mismo
qué fruto he sacado de mi viaje... Impresiones fugitivas borradas cada
día por otras nuevas, de todas las cuales no han quedado en mi memoria
sino algunos nombres de ciudades y aldeas... Por lo que hace a las costumbres y
a la sociedad, ¿crees tú que pueden llegar a conocerse corriendo
la posta? Si vieras qué soledad, qué aislamiento, qué
horrible vacío nos rodea en medio de esas ciudades populosas, donde no
encontramos sino caras desconocidas e indiferentes... ¡Ah! Entonces
vuelve uno el pensamiento a la patria, a los parientes, a los amigos, en fin,
que acaso ya le tienen a uno olvidado.
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JULIA.-
¡Eduardo!
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EDUARDO.-
¡Con qué ansia desea uno volver a verlos...!
Cuánto dinero daría uno por volver a ver la casa paterna y la
sonrisa de una hermana. Ya lo ves, cumplido el término de mi
peregrinación, sólo he pensado en correr hacia mi patria;
cómo me palpitó el corazón cuando vi a lo lejos el
país natal, y cuánto más después, cuando vi la
hermosa posesión donde nos hemos criado y donde habitaba tu padre...
|
JULIA.-
¿Cómo? ¿Has estado en Tolosa?
|
EDUARDO.-
Allí me rodeaba un sinnúmero de recuerdos...
Allí empezaron los juegos de nuestra infancia, nuestros estudios,
nuestros placeres, allí bajo la tutela de tu padre...; ¡ah!,
estaba decretado por el cielo que no le hubiese de volver a ver para darle las
gracias por los beneficios que me ha dispensado..., sólo he podido
hacerlo sobre su sepulcro; al menos allí le he jurado pagar a sus hijos
cuanto a él le debo; y tú Julia, ¿te dignarás
aceptar en su nombre mis juramentos?
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JULIA.-
¡Ah!, siempre..., siempre
(Enternecida.) ya lo sabes.
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EDUARDO.-
Julia, querida hermana... bien puedo darte este nombre...,
¿y Carlos? ¿Dónde está?
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JULIA.-
Bueno; algo inquieto acerca de tu determinación...
|
EDUARDO.-
No debe tenerle inquieto. Si su conducta, como yo lo espero, no
le hace indigno de mi hermana, no veo obstáculo que pueda oponerse a su
boda...
|
JULIA.-
Acaso sus cortos bienes...
(Con timidez.)
|
EDUARDO.-
Al contrario; ésa es la consideración que
más me obliga...
|
JULIA.-
¿De veras? Eduardo, en eso conozco que eres el mismo.
|
EDUARDO.-
¿Por qué ha de causarte esto admiración?
Dime, puesta tú en el lugar de mi hermana o en el mío,
¿pensarías en aumentar tus riquezas?
|
JULIA.-
No; pero sin buscarlas, puede uno encontrárselas; y
mirándolo de esta manera, tus proyectos, Eduardo, me parecen muy bien
meditados.
|
EDUARDO.-
¿Cómo? ¿Qué quieres decir con
eso?
|
JULIA.-
No sé si he cometido alguna indiscreción... En
casa no es un misterio y doña Eugenia, tu tía, no nos ha ocultado
que dentro de poco, Isabel...
|
EDUARDO.-
Ya lo sé; ésas son sus ideas; hace mucho tiempo
que las he adivinado... Pero hasta ahora yo no he dado motivo para que pudiera
figurarse que coincidían las mías con las suyas.
|
JULIA.-
¿De veras?
|
EDUARDO.-
Y tú, Julia, que conoces el carácter de mi prima y
el mío, sobre todo, ¿crees que puede llegar a verificarse
semejante boda? ¿Crees que ésa sea la mujer que puede hacerme
feliz? En una palabra, ¿es ésa la compañera que tú
hubieras escogido para mí?
|
JULIA.-
¡Oh!, no..., pero quién sabe si hubiera escogido
otra peor...
|
EDUARDO.-
Pues yo al venir aquí, tenía otras miras...,
pensaba en una boda que ha sido la esperanza de mi vida entera, y acerca de la
cual quiero pedirte un consejo...
|
JULIA.-
¿A mí? ¿Qué consejo te tengo que dar
yo?
|
EDUARDO.-
Con todo eso, tú eres la única persona a quien
quiero consultar, y si en un asunto de tanta importancia para mí, te
niegas a escucharme, diré que no eres mi amiga...
|
JULIA.-
¡Oh!, no; habla, habla; te escucho.
|
EDUARDO.-
Me cuesta algún trabajo explicártelo...
|
JULIA.-
No importa; yo haré lo posible por comprenderte.
|
EDUARDO.-
Ya te puedes figurar que se trata de una persona a quien amo...
Pero todo el amor que la profeso no puede compararse con la confianza que tengo
en ella, y con el aprecio que hago de su buen juicio y de su prudencia...
|
JULIA.-
Quién sabe si te equivocarás...
|
EDUARDO.-
No, no; estoy muy seguro, y en fin, ya que es preciso
decírtelo... ¡Dios mío!, ¡mi tía!
|
Escena VI
|
|
DOÑA EUGENIA,
EDUARDO.
|
DOÑA EUGENIA.-
¿Cómo? Apenas llegas y tienes ya secretos para
mí.
|
EDUARDO.-
No, tía mía, nunca los tendré para usted.
Entre parientes debe reinar la mayor franqueza; precisamente si tengo alguna
buena cualidad es ésa. Por consiguiente voy a confesarle a usted mis
intenciones; amo a Julia y espero casarme con ella, si ella quiere.
|
DOÑA EUGENIA.-
¡Eduardo! ¿Y me haces a mí una
confesión de esa especie?
|
EDUARDO.-
Con usted debía franquearme antes que con nadie, supuesto
que es usted la cabeza de la familia.
|
DOÑA EUGENIA.-
¡Ah! Te han seducido su maña y su
coquetería; ¿la has hablado un solo instante y has tomado
inmediatamente una determinación de esa especie?
|
EDUARDO.-
¿En qué concepto me tiene usted, tía? Me he
criado con ella y siempre la he querido; apenas salí de tutela cuando ya
se la pedí a su padre que había sido mi tutor, quien me la
negó rotundamente.
|
DOÑA EUGENIA.-
¿Te la negó?
|
EDUARDO.-
Sí, me la negó. Me dijo que yo era demasiado rico
y que su hija no tenía nada; que podría creerse que había
abusado de su influencia con su pupilo para obligarla a esa boda;
añadió que esto podría perjudicar a su buen nombre y, mi
honor, concluyó, es mi patrimonio. Decía bien; no tenía
otro; pero por ese lado bien podía echarla de rico...
|
DOÑA EUGENIA.-
No digo que no.
|
EDUARDO.-
Puede usted hacerse cargo de mi desesperación.
Sólo conseguí que me dijera: «Enhorabuena;
sepárate de nosotros; vas a viajar un par de años por Europa,
para completar tu educación; si a la vuelta no has mudado de parecer, si
insistes en la idea de casarte con mi hija, por mi parte no me opondré;
y si ella te quiere entonces también».
|
DOÑA EUGENIA.-
Bien, ¿y qué?
|
EDUARDO.-
¿Y qué? Eso era precisamente lo que iba a
preguntarla cuando usted vino a interrumpirnos.
|
DOÑA EUGENIA.-
Eduardo, tú eres dueño único de tu mano y
de tus bienes; ningún consejo puedo darte, todo te parecería
sospechoso en mi boca, porque al fin no ignoras mis antiguos planes. Tienes
otras miras; por consiguiente no existe compromiso alguno entre nosotros;
sólo se trata ya de tu felicidad; y si he de hablarte con franqueza, no
sé si podrás hallarla en ese matrimonio.
|
EDUARDO.-
¿Qué quiere usted decir con eso?
|
DOÑA EUGENIA.-
Que desde la muerte de don Pedro Quiñones, su hija Julia
quedó bajo mi tutela, y me ha parecido ver en ella... y observar en su
carácter cierto orgullo, cierta sequedad...; además me parece que
su conducta no es arreglada; noto cierto desorden en sus gastos... y lo que es
peor que todo, una hipocresía que es enteramente opuesta a tu franqueza
natural.
|
EDUARDO.-
No es posible; usted puede haberse equivocado.
|
DOÑA EUGENIA.-
Enhorabuena... Obsérvala algún tiempo y entonces
me dirás quién de los dos la juzgaba con más
prevención. Pero aquí están...
|
Escena VIII
|
|
Dichos y
JORGE.
|
JORGE.-
La modista está ahí, quiere hablar a ustedes.
|
DOÑA EUGENIA.-
No se ha enviado a llamar; no creo que necesitamos nada.
|
AMELIA.-
¿A no ser que a mi hermano le haga falta comprarme un
sombrero?
|
EDUARDO.-
¿Yo?
(De mal humor y mirando a
JULIA.)
|
AMELIA.-
¿Te incomodas por eso?
|
JULIA.-
No, compra dos, tres, si quieres, mil.
|
AMELIA.-
Dile que pasaremos mañana por su casa. ¿Qué
papel es ése que tienes en la mano?
(EDUARDO se acerca a la mesa de
la izquierda.)
|
JORGE.-
La cuenta de la modista.
|
DOÑA EUGENIA.-
¿La cuenta? Me parece que he pagado yo recientemente la
mía y la de las niñas... Ya saben que no me gustan las deudas.
Los que son amigos de tener arreglo pagan en el acto... ¡Ah!, esto es
otra cosa... Es para Julia,
(Leyendo.) «resto de
cuenta... tres duros».
|
ISABEL.-
Ya la tenemos como las señoras del gran tono... ya debe a
la modista.
|
JULIA.-
Sí... es verdad. Dila que ya la veré,
(A
JORGE.) que hablaremos mañana.
|
DOÑA EUGENIA.-
¿Y por qué no ahora?
|
JULIA.-
No es el caso... aquí delante de ustedes arreglar
semejantes cuentas.
|
DOÑA EUGENIA.-
Por ventura deberías más de lo que se ve... En ese
caso, debieras decírmelo francamente..., ¿qué mal
habría en eso? Yo te adelantaría lo que necesitaras.
|
JULIA.-
Es usted demasiado amable, señora; no necesito nada; pero
pierden ustedes el tiempo con semejantes niñerías; si se
descuidan ustedes van a llegar tarde.
|
ISABEL, AMELIA.-
Dice bien. Ya es la hora de marcharnos.
(Se hablan bajo.)
|
JULIA.-
Despide a la modista y vete.
(A
JORGE, bajo.)
|
JORGE.-
Bien, señorita; pero tengo que entregar a usted sola una
carta importante de parte de don Carlos.
|
JULIA.-
Entonces aguarda.
|
DOÑA EUGENIA.-
¿Qué secretos tienes con Jorge?
|
JULIA.-
Nada... le estaba dando... un recado para mi hermano.
|
EDUARDO.-
No te entiendo Julia; pero estás turbada; ¿hay en
esto algún misterio? Explícate conmigo.
|
JULIA.-
Eduardo, son cosas que no tienen interés para ti.
|
EDUARDO.-
No importa; tienes que explicármelas... en el baile,
puesto que soy tu pareja...
|
ISABEL.-
¿En el baile? Si no va.
|
AMELIA.-
Al menos lo ha dicho esta tarde.
|
DOÑA EUGENIA.-
Y la prueba es que no está vestida.
|
EDUARDO.-
¿Es posible?
|
JULIA.-
Sí, es cierto... no puedo ir... no puedo...
|
EDUARDO.-
Me pareció, sin embargo, que antes, en presencia de mi
tía, habías aceptado mi ofrecimiento...
|
JULIA.-
Sí, pero no me acordaba entonces sino del placer que
hubiera tenido en bailar contigo.
|
EDUARDO.-
¡Ah! Con que ahora ya no es un placer...
|
JULIA.-
Sí... lo es... pero..., Eduardo, yo no sé
cómo decirte... ¡Ah!, Eduardo..., te ruego que no te enfades
conmigo..., pero me es imposible.
|
EDUARDO.-
Señorita, yo respeto los secretos de usted...
|
JULIA.-
¿De usted? ¿Secretos? ¿Puedes
sospechar...?
|
DOÑA EUGENIA.-
¡Oh, no! ¿Qué ha de sospechar? Un capricho,
nada más... Esto le sucede a menudo, que nosotras ya estamos
acostumbradas... Dentro de una hora ya no se acuerda.
|
EDUARDO.-
Mejor... Ése es mi deseo. Lo que siento es que olvide con
esa misma prontitud y facilidad las palabras que da a sus amigos...
¿Vamos Amelia? Vamos tía; Isabel, ¿quieres mi brazo?
|
ISABEL.-
Con mucho gusto. Adiós Julia.
(Con aire triunfante.)
|
AMELIA.-
Adiós Julia.
|
DOÑA EUGENIA.-
Adiós Julia.
|
Escena I
|
|
(Siguen luces.
CARLOS y después
JULIA.)
|
CARLOS.-
(Entra cantando y se dirige a la puerta
de la derecha.) ¡Julia! ¡Julia! No hay cosa como un par de
botellas de champagne, en el vino se ahogan todas las penas, y de entre la
misma espuma sale siempre algún arbitrio... Julia...
|
JULIA.-
¡Cielos!, mi hermano... Hasta saberlo de fijo, no quiero
decirle nada.
(CARLOS hace un paso de
baile sin notar que ha entrado
JULIA.) ¿Ha perdido la cabeza?
¿El sentimiento, acaso...?
|
CARLOS.-
¡Ah! Julia. ¿Estás aquí ya? Si
supieras lo que ha sucedido...
|
JULIA.-
¿Qué ha sucedido? Pero te veo alegre...
¿Alguna buena noticia? ¿Has jugado? ¿Has ganado?
|
CARLOS.-
Nada; es mejor que eso... En primer lugar, hemos tenido en la
comida un champagne... picante, espumoso...
|
JULIA.-
Carlos, por Dios, vamos a lo que importa...
|
CARLOS.-
Al contrario; hablemos de champagne, aunque no fuese sino por
agradecimiento; él es la causa de todo. ¿Te acuerdas de mi amigo
Silvestre, el conde del Espinal, esa especie de labriego que te he presentado
esta tarde... pues ése estaba a mi lado, sin hablar una palabra,
taciturno... Pero eso no prueba nada... es muy amable...; durante el primer
servicio no hubo quién le sacara una palabra del cuerpo; pero el Burdeos
empezó ya a despejarle, y a los postres, otro loco como yo.
¡Qué frivolidad! ¡Qué elocuencia! En una palabra, al
levantarse de la mesa se arroja en mis brazos, me declara que te adora y me
pide tu mano.
|
JULIA.-
¿Qué dices?
|
CARLOS.-
Ya ves tú si es un buen partido; tiene un palacio en La
Seca, o en Rueda, yo no sé dónde; pero ello es que no hay
título ni propietario más rico que él en Tierra de
Campos.
|
JULIA.-
Pero Carlos...
|
CARLOS.-
Tú serás la dueña de todo; yo y todos mis
amigos iremos a pasar los veranos a tu casa; ya sabes que no es de buen tono
pasar el verano en Madrid. Les diré... ésta es mi hermana, la
Condesa del Espinal...
|
JULIA.-
Bien; pero escúchame una palabra.
|
CARLOS.-
¡Yo soy quien la he casado! ¡Yo soy la causa de su
felicidad!
|
JULIA.-
¿Quieres escucharme?
(Asiéndole de un
brazo.)
|
CARLOS.-
¿Qué hay, condesa? ¿Qué se
ofrece?
|
JULIA.-
No se trata de mí, ni de condesas, ni de bodas. Eduardo
acaba de llegar y puede descubrirlo todo. Y entretanto tú estás
sin los doscientos duros, ni te acuerdas de ellos.
|
CARLOS.-
¡Bagatelas! Ya en el día eso no me da pena..., mi
cuñado Silvestre es hombre rico; ¿qué significan para
él doscientos duros más o menos?
|
JULIA.-
Espero que no le dirás una palabra.
|
CARLOS.-
Ya está dicho...
|
JULIA.-
¿Le has pedido?
|
CARLOS.-
Me lo ha ofrecido, he aceptado... entre cuñados...
|
JULIA.-
¡Dios mío! ¿Hay locura igual?
|
CARLOS.-
Sí, hermana mía; te doy más de diez mil
duros de renta... todo está arreglado ya; tanto que él
vendrá a verte dentro de poco; yo le he dicho que venía delante
para prevenirte...
|
JULIA.-
¿Y con qué derecho...?
|
CARLOS.-
¡Oh! Es preciso recibirle bien; en primer lugar, él
se ha empeñado; en segundo, es un hombre de muy buena cuna, generoso,
caballero... hombre, en fin, que dentro de unas cuantas horas va a adelantarme
doble dinero del que necesito.
|
JULIA.-
Pero yo no he prometido recibirle, ni darle oídos... No
le amo.
|
CARLOS.-
¡Gran dificultad para casarse! ¿Y por qué no
le amas?
|
JULIA.-
Porque... porque no amo a nadie.
|
CARLOS.-
Pues en ese caso, ¿qué más te da que sea
él u otro? No es decir esto que quiera yo forzar tu voluntad;
¡Dios me libre! No soy yo uno de esos hermanos exigentes que se
empeñan en hacer dichosas a sus hermanas a su pesar. Eres muy
dueña de negarle tu mano, pero no por hoy... espérate a
mañana.
|
JULIA.-
Mañana... le querré lo mismo que hoy.
|
CARLOS.-
¿Qué sabes tú? Y entretanto salgo yo del
paso; sólo una cosa exijo de ti de aquí a mañana, que no
le desesperes...
|
JULIA.-
Pero eso es muy mal hecho... eso es ser coqueta...
|
CARLOS.-
¿Es decir, que no te atreves a ser coqueta una noche, ni
siquiera por mí? Cuando veo que tantas que lo son toda su vida por mera
diversión...
|
JULIA.-
Di lo que quieras... Es una infamia... Tengo otro arbitrio mejor
que ése, y que me gusta más... Si se logra...
|
CARLOS.-
¿Y si no se logra?
|
JULIA.-
¡Dios mío! Óyeme, siquiera...
|
CARLOS.-
No; no oigo nada; no tengo tiempo; ya es muy tarde; me
estarán esperando en el baile, querían venirse temprano con
motivo de la llegada de Eduardo; le he pedido a Amelia una contradanza...
¡Qué! Si tu boda me ha hecho olvidar mis propios intereses...
Hermana mía, yo te lo suplico; decídete a ser dichosa, y a ser
condesa... o a lo menos piénsalo, medítalo bien, y no decidas
nada... Ya ves que esto no es difícil... ¡Adiós!,
¡adiós!..., me voy a bailar
(Sale por el foro cantando y
bailando.)
|
JULIA.-
Pero Carlos... se va, no me escucha. Va a perder la cabeza...
¿Quién viene? ¡Dios mío! ¡Don Silvestre!
|
Escena II
|
|
JULIA,
DON SILVESTRE, que entra por la derecha.
|
DON SILVESTRE.-
¡Ella es! ¡Ella es! Está sola...
|
JULIA.-
Ya está aquí...
(Aparte.)
|
DON SILVESTRE.-
¡Si me hablase ella la primera...!
|
JULIA.-
¡Calla! Enhorabuena; no seré yo la que hable.
|
DON SILVESTRE.-
Señorita...,
(Después de un momento de
silencio, con timidez.) acaba usted de ver a Carlos...
|
JULIA.-
Sí, señor.
|
DON SILVESTRE.-
Yo también le he visto... antes...
|
JULIA.-
¡Sí, señor!
|
DON SILVESTRE.-
He tenido la fortuna... y el favor... qué digo... el
honor... de que él haya tenido la bondad... sí, la bondad... de
permitirme que le ofrezca mis servicios..., y ése y cuantos necesite...
Ciertamente... no tiene más que hablar...
|
JULIA.-
Usted es muy amable; mi hermano está muy
agradecido...
|
DON SILVESTRE.-
Señorita...
(Con fuego y
deteniéndose.) y me atreveré a creer que usted
también...
|
JULIA.-
Sin duda... Puede usted estar seguro de que todo lo que se hace
en obsequio de mi hermano...
|
DON SILVESTRE.-
Sí, entiendo...
|
JULIA.-
No; no; pudiera usted equivocarse; quiero decir que sólo
que su franqueza de usted y su honradez...
|
DON SILVESTRE.-
¡Oh! comprendo, comprendo perfectamente
(Con entusiasmo.)
|
JULIA.-
No, seguramente, no me comprende usted.
|
DON SILVESTRE.-
No importa; siga usted... No pido frases, ni discursos... no soy
exigente.
|
JULIA.-
Tanto mejor... porque no puedo hacer otra cosa que manifestar a
usted mi aprecio y mi agradecimiento...
|
DON SILVESTRE.-
¡Ah! Julia, eso es todo lo que exijo de usted; yo no le
pido a usted más... Y yo no sé cómo dar gracias a usted
de... mi... de su...
(Se arrodilla.)
|
JULIA.-
Caballero, ¿qué hace usted?
|
DON SILVESTRE.-
Eso es todo lo que deseo, eso me basta... Soy el más
feliz de todos los hombres...
|
JULIA.-
Pero..., ¡por Dios!
(Viendo a
EDUARDO que aparece en la puerta del foro. Le echa
una mirada de indignación y se aleja.) ¡Ah!
|
DON SILVESTRE.-
¿Qué tiene usted?
|
JULIA.-
Le ha visto a usted aquí, y a mis pies.
|
DON SILVESTRE.-
¿Quién? Ese caballero que se aleja...
|
JULIA.-
Sí, señor. ¿Qué le parece a usted
que pensará de mí?
|
DON SILVESTRE.-
¡Ah! Eso es fácil de componer; yo corro a
explicarle...
(Corriendo hacia el foro.)
|
JULIA.-
No, ¿adónde va usted? Suplico a usted que me
deje... Váyase usted...
|
DON SILVESTRE.-
Pero..., ¿de qué proviene esa turbación y
ese espanto? ¿Qué puede nadie decir en sabiendo que yo la amo a
usted?...
|
JULIA.-
¡Por Dios! Le ruego a usted...
(Asustada y queriendo obligarle a
callar.)
|
DON SILVESTRE.-
Lo diré a voz y en grito... La amo a usted... y lo tengo
a gloria.
|
JULIA.-
Pues bien; caballero, si usted me ama... no exijo más que
una prueba... Váyase usted, váyase usted al momento.
|
DON SILVESTRE.-
¡Ah!, con mucho gusto... Yo creí que iba usted a
exigir alguna cosa más difícil,
(Hace ademán de irse y en el
momento de salir se detiene y dice a
JULIA.) sin embargo, lo que había
prometido a su hermano de usted...
|
JULIA.-
¡Otra vez! ¿Todavía está usted
aquí?
|
DON SILVESTRE.-
¡No, no! Me voy, me voy:
(Vuelve a irse y se detiene
diciendo.) Se lo dirigiré a usted, a usted se lo enviaré
inmediatamente.
(JULIA le hace seña
que se marche y se va.)
|
Escena VI
|
|
EDUARDO,
JULIA.
|
EDUARDO.-
Es muy sensible que sus ocupaciones de usted o sus visitas sean
tan numerosas, que se vea precisado un amigo antiguo a pedirle una audiencia
que sólo consigue a duras penas.
|
JULIA.-
¡Ah!, Eduardo, nunca me has hablado en ese tono...
|
EDUARDO.-
¿Y puede esto asombrar a usted? ¿No tengo yo un
derecho para darme por ofendido, yo, cuya confianza hubiera debido hacerme
acreedor a la suya? Usted, por el contrario, ha pagado con disimulo y falsedad
mi ilimitada franqueza.
|
JULIA.-
Caballero.
|
EDUARDO.-
No acuso a nadie sin pruebas... los hechos hablan por sí
solos. ¿Por qué no me ha confesado usted que no quería ir
al baile por esperar aquí y recibir al Conde del Espinal? Yo le hubiera
dicho a usted mi modo de pensar acerca de este paso, pero de ninguna manera me
hubiera considerado ofendido. Usted es dueña de su mano y de su
corazón, y no me importa que dé usted a nadie la preferencia; su
elección me es indiferente..., pero su buena fama y su reputación
no lo son para mí... pertenecen también a sus amigos. Usted lo ha
olvidado hoy y ésta es mi queja.
|
JULIA.-
¡Ah!, Eduardo, tanta dulzura, tanta bondad en el momento
en que me crees culpable...
|
EDUARDO.-
¿En qué la creo a usted? ¿Pues qué,
no he visto yo al de Espinal a sus pies de usted, aquí mismo?
|
JULIA.-
¿Y si hubiera sido a mi pesar? ¿Sin mi
consentimiento? ¿Si no hubiera yo podido impedirlo...?
|
EDUARDO.-
¿De veras?
|
JULIA.-
¿Si te probase que no lo esperaba, que no sabía
siquiera que podría venir...? Te lo juro.
|
EDUARDO.-
Pues en ese caso..., ¿cómo?
|
JULIA.-
Óyeme, Eduardo; soy muy desgraciada; yo quisiera y no
puedo decirte lo que sufro; acaso seré culpable de ligereza, de
imprudencia, pero nunca de falsedad... Si esto no fuese cierto,
castígame con el más cruel castigo que se puede imaginar, con la
pérdida de tu amistad; consiento en ello; pero hasta que tengas mejores
datos, no me acuses; ten sólo compasión de mí que me veo
precisada a guardarte un secreto... a ti, a quien quisiera confiar todas mis
penas.
|
EDUARDO.-
No comprendo...
|
JULIA.-
Lo sé y eso es lo que me desespera...
|
EDUARDO.-
No importa; haré lo que me pides; esperaré
más tiempo para juzgarte... Oye sólo una palabra.
|
JULIA.-
¿Qué?
|
EDUARDO.-
¿Amas a alguien?
|
JULIA.-
¿Por qué me haces esa pregunta?
|
EDUARDO.-
Me has prometido ser franca.
|
JULIA.-
Enhorabuena, Eduardo; te juro que no amo al conde; que no le he
prometido nada, y que ahora ya... sí; ahora ya no tendré con
él más relaciones... ¿Me crees?
|
EDUARDO.-
Sí, te creo, te creo más que a mis mismos ojos; te
creo porque lo dices y no exijo más testimonios. No hay mayor desgracia
que desconfiar de la persona amada. Nada exijo ya de ti. ¿Estás
contenta, Julia?
|
JULIA.-
Más de lo que yo puedo expresar... ¡Si vieras mi
corazón!
|
EDUARDO.-
¡Querida Julia! De aquí en adelante éste
será el último secreto que habrá entre los dos.
|
JULIA.-
Te lo prometo... pero contigo ya no necesito emplear juramentos.
¿Me crees? ¿No es verdad?
|
Escena VII
|
|
Dichos,
DOÑA EUGENIA, por la izquierda.
|
DOÑA EUGENIA.-
¿Hay atrevimiento igual? ¿En mi casa...?
|
EDUARDO.-
¿Qué ocurre, señora?
|
DOÑA EUGENIA.-
Un extraño, un desconocido, de muy malas trazas por
cierto, a quien encuentro apoderado de mi sala, y que saludándome
apenas, a mí, el ama de la casa, se me viene a quejar impertinentemente
de que le hacen esperar.
|
JULIA.-
¡Dios mío! Era tan dichosa... que ya le
había olvidado.
|
EDUARDO.-
¿Y qué quiere? ¿Por quién
pregunta?
|
DOÑA EUGENIA.-
Por Julia.
|
EDUARDO.-
¿Por qué razón...?
|
DOÑA EUGENIA.-
¿Por qué razón? Ella, sin duda, nos lo
dirá, porque el tal hombre es un don Cosme, usurero...
|
EDUARDO.-
¿Un usurero?
|
DOÑA EUGENIA.-
Que está en relaciones con ella...
|
EDUARDO.-
¡No es posible!
|
DOÑA EUGENIA.-
Eso es lo mismo que yo he dicho... Pero, en relación a
que se trata de cantidades respetables... de prendas de gran valor
empeñadas... y a que hasta su casa...
|
EDUARDO.-
¿Su casa?
|
DOÑA EUGENIA.-
Y sin decir una palabra a nadie... una niña, menor
todavía de edad...; ya puedes presumir que he echado a ese bribón
con cajas destempladas como merece.
|
JULIA.-
¡Dios mío! ¿Qué dice usted?
|
DOÑA EUGENIA.-
Que le han echado mis criados y que ha marchado furioso...
|
JULIA.-
¿Se ha marchado? ¿Se ha marchado?...
¿Qué le ha hecho usted?
|
EDUARDO.-
Luego, ¿le conoces?
|
JULIA.-
¡Dios mío!
(Aparte.)
|
EDUARDO.-
¿Cuanto hemos oído es cierto? ¿Tú lo
confiesas?
|
JULIA.-
Sí, Eduardo.
|
EDUARDO.-
¡Apenas puedo creerlo! ¿Y qué especie de
relaciones pueden existir entre tú y un hombre de esa especie?
¿Con qué objeto le has llamado? ¿Por qué recurres a
él? Respóndeme, por Dios, respóndeme.
|
JULIA.-
¡Qué tormento! Eduardo, Eduardo, no te enojes
conmigo, pero me es imposible...
|
EDUARDO.-
¡Otra vez! Esto ya es demasiado.
|
Escena VIII
|
|
Dichos y
AMELIA, por la izquierda.
|
AMELIA.-
¡Julia! ¡Julia! Aquí te traigo una buena
noticia; un recado del condecito...
|
EDUARDO.-
¿Del Espinal?
|
AMELIA.-
Cierto; su criado acaba de traerle; preguntaba por la
señorita Julia con un aire tan misterioso, que hemos apostado que es una
declaración.
|
DOÑA EUGENIA.-
¿De veras?
|
AMELIA.-
Vamos a ver si he ganado... porque yo apostaba a que...
¿Quieres que la lea?
|
JULIA.-
¡Amelia!
(Asustada.)
|
EDUARDO.-
¿Qué haces?
(Deteniéndola.)
|
AMELIA.-
¿Por qué no? Eso nos divertiría...
|
EDUARDO.-
Esta carta pertenece a Julia...
(Con intención.) Y a pesar
de que ya en el día no tiene relación ninguna con el condecito...
a ella sola, sin embargo, viene dirigida. «A mi
señorita doña Julia»... Aquí está.
(Entregándosela.)
|
JULIA.-
Muchas gracias... pero... yo no sé... Ignoro lo que puede
contener... esta esquela.
|
AMELIA.-
Siempre hay un medio para saberlo..., leerla.
|
EDUARDO.-
Si estorbamos, nos retiraremos.
|
DOÑA EUGENIA.-
¡Oh! ¿Qué duda tiene? Lee, lee;
además, luego hay también que responder...
|
JULIA.-
«Usted me ha dicho que me aleje; he
obedecido y envío a usted lo consabido... una letra de trescientos duros
pagaderos a la vista... dichoso yo si al mismo tiempo que cumplo mi promesa,
logro recordar a usted las que me han hecho, en su nombre... que usted misma no
ha desaprobado...». ¡Oh! ¡Qué carta!
(Deja caer un papel que venía
dentro.)
|
AMELIA.-
¿Y esa otra esquela que se ha caído? Es decir, que
venían dos.
(Recogiéndola.)
|
JULIA.-
Contiene cosas de poquísima importancia.
(Recobrándola.)
|
AMELIA.-
¿De veras? ¿No viene declaración ninguna?
Veamos, veamos.
|
JULIA.-
¿Para qué?
|
AMELIA.-
Para ver si he perdido; no estoy obligada a referirme a tu
modestia... ¿No es verdad, Eduardo?
|
EDUARDO.-
¿Y por qué no? Harías muy mal en no creer
ciegamente en su franqueza... Por lo que hace a mí, no me queda ni la
menor duda en el particular y me guardaría muy bien de exigir... ninguna
prueba.
(Se sienta junto al velador.
AMELIA sale por el foro.)
|
JULIA.-
¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Y
Carlos? ¿Y Amelia? ¿Y su felicidad?... Desconfía de
mí; acaso me desprecia... todo menos eso... todo lo sabrá. Toma,
tómala, Eduardo.
(En voz baja a
Eduardo.)
|
EDUARDO.-
¿Es posible?... Esta carta...
|
JULIA.-
¡Dios mío! ¡Mi hermano!
(Viendo a
CARLOS que viene, recobra la carta.) No,
no me determino... Aunque sea a costa de mi felicidad, no le
descubriré.
|
EDUARDO.-
¿Qué haces? ¿Qué debo yo pensar
ahora? Julia, Julia, venga esa carta;
(a
JULIA que revuelve la carta en las manos.)
si no todo se ha concluido entre nosotros.
|
JULIA.-
Como usted quiera, caballero... ¡Ah!, salgamos; no puedo
resistir más.
(Sale por la derecha.)
|
Escena IX
|
|
EDUARDO,
DOÑA EUGENIA,
AMELIA,
CARLOS.
AMELIA ha salido a su encuentro y le ha hablado al
oído durante el fin de la escena anterior.
|
AMELIA.-
Le había encargado a usted que se granjeara la voluntad
de Eduardo; y apenas le ha hablado usted.
|
CARLOS.-
Adiós, Eduardo.
|
EDUARDO.-
¡Hola! ¿Eres tú, Carlos?
(Volviendo en sí.)
|
CARLOS.-
Sí; así como a tu hermana, me ha parecido tu viaje
demasiado largo.
|
EDUARDO.-
Sí, demasiado para tu felicidad, que se ha retardado con
mi ausencia... Hay sacrificios que la razón exige,
(Distraído.) y que
sabré hacer. Carlos, por mi parte, la mano de mi hermana es tuya.
|
CARLOS y AMELIA.-
¿Qué dices?
|
EDUARDO.-
Por lo que a nosotros respecta, querida tía, no
habrá usted olvidado nuestros antiguos proyectos.
|
CARLOS.-
¿Oyes? Se casa con Isabel.
(Bajo a
AMELIA.)
|
AMELIA.-
¡Ah! Es decir, que se casará al mismo tiempo que
yo.
|
DOÑA EUGENIA.-
¡Querido sobrino!
|
EDUARDO.-
Soy con usted; hablaremos; pero ahora quisiera quedarme solo...
A ti te digo también, Amelia; tengo que hablar con Carlos de asuntos de
importancia.
|
CARLOS.-
Me va a hablar de sus viajes.
(Bajo a
AMELIA.)
|
AMELIA.-
Si eso pudiera instruirle a usted, no vendría mal.
|
CARLOS.-
¡Amelia!
(Cogiéndole la mano.)
|
AMELIA.-
¿Qué quiere decir esa franqueza? Eduardo, mira que
me quiere abrazar.
(CARLOS quiere
abrazarla.)
|
EDUARDO.-
Bien, déjame, te repito, vete ya.
|
AMELIA.-
Vamos pronto; mi hermano le aguarda a usted.
(Echando a correr por la
derecha.)
|
Escena X
|
|
CARLOS,
EDUARDO.
|
CARLOS.-
Por fin; ya estoy casado... No ha dejado de costar trabajo...
Con que... ¿Decías?
|
EDUARDO.-
Ya estamos solos; de tu hermana es de quien tengo que
hablarte.
|
CARLOS.-
¿De Julia?
|
EDUARDO.-
Sí; gracias a la amistad que nos une desde la infancia,
puedo llamarme de la familia, y este paso que doy no debe admirarme. Si esta
misma mañana hubieras tú sabido acerca de mi hermana alguna cosa
que no te hubiera gustado, no hubieras dejado de avisarme...
|
CARLOS.-
Ciertamente que no.
|
EDUARDO.-
Pues bien; voy a usar de la misma franqueza... Te confieso que
en el día la conducta de Julia no es la que debiera ser.
|
CARLOS.-
¿Qué dices?
|
EDUARDO.-
Aquí, para entre los dos. En primer lugar, la he
encontrado en esta misma pieza sola con don Silvestre.
|
CARLOS.-
Sí, lo sé; el condecito está perdido de
amores por ella; pero ella me ha dicho a mí que no le ama.
|
EDUARDO.-
Y a mí también... Sin embargo, yo me le he
encontrado haciendo ademán de echarse a sus pies; luego mantienen una
correspondencia muy tirada. ¡Oh!, Sí, sí; he visto cartas
que él le ha escrito y que ella ha recibido.
|
CARLOS.-
¿Es posible? ¿Y por qué no me lo ha
confesado...?
|
EDUARDO.-
Más; sabe por fin lo que una casualidad me ha hecho
descubrir... Julia está arruinada...
|
CARLOS.-
¿Julia? ¿Mi hermana?
|
EDUARDO.-
Sí, los cortos bienes, la pequeña herencia que le
dejó vuestro padre... Todo lo ha disipado... o empeñado
secretamente, o vendido...
|
CARLOS.-
No es posible.
(En alta voz).
|
EDUARDO.-
¡Silencio!
|
CARLOS.-
Vea usted... La que siempre me estaba predicando... sobre mis
locuras...
|
EDUARDO.-
¿A ti?
|
CARLOS.-
No; quiero decir, sobre mi poca formalidad... Ahora salimos con
que ella... y sin decirme una palabra... Ahí está el mal, porque
yo ya le decía...
|
EDUARDO.-
¿Qué le decías?
|
CARLOS.-
No; nada, nada. Pero, dime; ¿estás seguro de
cuanto me dices? ¿Por quién lo sabes?
|
EDUARDO.-
Por ella misma, que me lo ha confesado... y por personas... con
quien se ha entendido..., un tal don Cosme, usurero...
|
CARLOS.-
¡Don Cosme! ¡Es mujer perdida! Es el judío
más judío; un hombre que presta al doscientos por ciento; que no
da plazos, ni espera... ni... En una palabra, yo he tenido una letra...
|
EDUARDO.-
¡Tú!
|
CARLOS.-
De un amigo mío... un amigo íntimo, que ha tenido
que pagar... ¡Oh! Ya sé lo que cuesta, ahora ya comprendo
cómo haya podido mi pobre hermana ver tan pronto el fin de su
patrimonio... ¡Ella también!
|
EDUARDO.-
(EDUARDO mira
alrededor.) Ya te haces cargo de que nadie en el mundo debe penetrar un
secreto de esta especie... Es preciso soldarlo todo sin que nadie entienda...
Esto es cosa nuestra solamente.
|
CARLOS.-
Verdad es; es cosa nuestra.
|
EDUARDO.-
Tú no; tus cortos recursos no deben resentirse de una
falta que tú no has cometido... Pero yo... criado con Julia, y su amigo
antiguo...
|
CARLOS.-
¿Qué dices?
|
EDUARDO.-
Yo no me hubiera atrevido a ofrecerle lo que ella acaso hubiera
rehusado y debía rehusar... Pero de ti, que eres su hermano no
podrá negarse a recibirlo. Toma, encárgate de arreglarlo todo,
liquida y paga todas sus deudas; lo único que exijo es que no llegue a
saber jamás... que yo he tomado parte en esto; pero acuérdate que
es indispensable que, deponiendo por un instante la indulgencia y el
cariño, de hermano, la hables severamente acerca de cuanto ha
pasado.
|
CARLOS.-
Pierde cuidado; no veo de cólera. ¡Habernos
engañado a entrambos de esta manera!
|
EDUARDO.-
Sí, pero tampoco vayas a...
|
CARLOS.-
¡Oh!, no; es preciso que me sufra mis reconvenciones;
alguna vez me había de tocar también a mí.
|
EDUARDO.-
Ella viene; adiós, adiós... Te dejo con ella;
trátala sin embargo con los miramientos que...
|
CARLOS.-
No te doy palabra de nada; veremos... Adiós Eduardo;
gentes como nosotros no necesitan gastar muchas palabras en estos asuntos para
entenderse.
(EDUARDO se va por el
foro.)
|
Escena XI
|
|
JULIA,
CARLOS.
|
CARLOS.-
¡Aquí está!
|
JULIA.-
¿Eres tú, Carlos? Te andaba buscando, tengo que
hablarte.
|
CARLOS.-
Y yo también tengo que hablarte a ti... Estoy muy
descontento; muy enfadado contigo...
|
JULIA.-
¿Y acerca de qué?
|
CARLOS.-
De lo que has hecho...
|
JULIA.-
¿Cómo? Sabes...
|
CARLOS.-
Todo lo sé; y no me parece bien, hermana mía... No
habiéndome dicho una palabra, esto pudiera haberme comprometido y
perjudicado a mi boda sobremanera.
|
JULIA.-
¿De qué manera?
|
CARLOS.-
Es inútil entrar ahora en pormenores; ya me entiendes;
sé lo que es eso y aunque he prometido reñirte, no tengo valor...
Voy al caso... No tengas miedo, no estoy enfadado ya contigo; te lo perdono
todo, más haré todavía...
(Le da la cartera.) Toma...
ahí tienes.
|
JULIA.-
¿Qué es eso?
|
CARLOS.-
Ahí tienes con qué pagar tus deudas.
|
JULIA.-
Yo te traía aquí para que pagues las tuyas.
(Enseñándole otra
cartera.)
|
CARLOS.-
¿Cómo? ¿De qué procede eso?
|
JULIA.-
¿Qué te importa a ti? Con tal que no proceda del
don Silvestre, que yo no tenga que agradecerle favor ninguno, y yo no vuelva a
verle... Porque ahora ya no es sólo indiferencia lo que siento... Es
odio, le aborrezco.
|
CARLOS.-
¡Otra vez! Julia, no te creo. Eduardo, que tiene de ello
pruebas positivas me ha asegurado que os adoráis...
|
JULIA.-
¿Quién? ¿Eduardo dice eso? Eduardo es un
ingrato... es el hombre más injusto y le aborrezco más que al
conde; ahora le detesto tanto como le amaba antes.
|
CARLOS.-
¿Le amabas?
|
JULIA.-
¡Dios mío! ¿Pues he pensado yo nunca en otro
más que en él? Desde mi niñez, desde que me conozco,
él solo..., todos mis proyectos, mis sueños, mi porvenir, mis
esperanzas, todo se fijaba en él. Hubiera querido ser más bien
desgraciada con él que feliz con otro. Ni sé lo que me digo...
(Deteniéndose.) Estoy
loca, loca... todo lo olvido hablando de él, ¿y aún me
preguntas si le amo?
|
CARLOS.-
¡Le amas! ¡Pobre hermana mía! ¡Julia!
¡Y él ama a otra!
|
JULIA.-
¿Qué dices?
|
CARLOS.-
Se casa con Isabel, nos lo ha declarado a mí, a su
tía, a toda la familia...
|
JULIA.-
Todo se acabó ya para mí... Me costará la
vida... Querido hermano, te ruego que olvides lo que te acabo de decir; no es
verdad; no; no le amo; le olvidaré, no volveré a pensar en
él...
(Echando a llorar.) ¡Ah!
Siempre... siempre... Esta memoria es más fuerte que yo... ¿Y por
qué ha hecho nacer en mí esta mañana misma ideas, de que
estaba tan distante? Por qué me hablaba no hace mucho todavía
como a su querida...
|
CARLOS.-
Sí, sí; no hay duda; ésas eran sus
intenciones... Te ama; a lo menos te amaba... No queda duda alguna cuando
recuerdo lo que hace poco... Pero es preciso que convengas en que tú
también tienes la culpa... En primer lugar, no me dices una palabra, a
mí que tengo tanta influencia sobre él, a mí que lo
hubiera arreglado todo... todo; al contrario, te comprometes delante de
él casi, y mantienes, sin darme el menor aviso, una correspondencia
seguida con el conde...
|
JULIA.-
¡Yo!... En mi vida he recibido más que una carta
segura, y era para ti.
|
CARLOS.-
¿Para mí?
|
JULIA.-
Ahí la tienes... Una letra...
|
CARLOS.-
Bien; esto te lo perdono; pero, ¿y tus locuras, tu
disipación?... Yo que te creía tan arreglada, tan
económica...
|
JULIA.-
¿Qué dices?
|
CARLOS.-
No, no te reñiré; pero habrás de confesar
que tus relaciones con dos Cosme y las cuantiosas sumas que le has
pedido...
|
JULIA.-
¿Quién te lo ha dicho? Puesto que lo sabes,
sí, es verdad. Le acaban de echar de esta casa; he salido, he podido
alcanzarle y a fuerza de ruegos y de súplicas y mediante un recibo de
cuatrocientos duros, que me ha hecho firmar, ha venido en prestarme
doscientos.
|
CARLOS.-
¿Qué dices?
|
JULIA.-
Sólo para ti... Ahí lo tienes... Te los
traía...
|
CARLOS.-
¡Ah! Julia; soy un desdichado, un miserable... ¿y
te acusaba yo de mis propias locuras? ¡Cuánto debes aborrecerme!
Tú te perdías por no descubrirme, sin proferir una queja... Ibas
a ser enteramente desgraciada sólo por mí... y yo nada
sabía...
|
JULIA.-
Nada debía yo decirte...
|
CARLOS.-
Yo soy quien debiera haberlo adivinado... Pero, aún es
tiempo...
|
JULIA.-
¿Qué vas a hacer?
|
CARLOS.-
Dame, dame... Yo sé cual es mi deber...
|
JULIA.-
Pero, Carlos...
|
CARLOS.-
No se dirá que te has sacrificado siempre por
mí... Y que yo... no, no. Adiós, hermana mía,
adiós.
(Sale corriendo.)
|
Escena XIV
|
|
Dichos,
DON SILVESTRE,
AMELIA.
|
AMELIA.-
Aquí tiene a mi tía... ya que quiere usted
hablarla...
|
DON SILVESTRE.-
Sí, ya se ve, sin duda...
(Cortado. Pasa por delante de
JULIA y
EDUARDO y se coloca al lado de
DOÑA EUGENIA.) Para una
pretensión que yo... por mí... no me hubiera atrevido a hacer...
Y si me aventuro... seguramente... No... sí... sí... Seguramente
que... es animado por mi amigo Carlos, y por el señor don Eduardo... y
por...
|
JULIA.-
¡Eduardo! Me parece que ahora le aborrezco ya del
todo.
|
DON SILVESTRE.-
Pues señor... usted sabe, señora que yo... me veo
en la dura precisión (digo dura; esto es según) de casarme en el
término de este año... Y si me atrevo a pedir la mano de otra que
no sea Isabelita, su hija de usted...
|
AMELIA.-
¡Qué trabajo le cuesta!
(Aparte.)
|
DON SILVESTRE.-
Espero que usted no se ofenderá, antes bien tendrá
la bondad de hacerme el favor, de interponer para con mi señorita
doña... doña... Julita, sí, doña Julita, bien
digo... sus buenos oficios... su pupila de usted que, mejorando lo presente,
tiene prendas..., ¿eh?
(a
EDUARDO.)
|
EDUARDO.-
Nada, siga usted...
|
DON SILVESTRE.-
¡Ah! Pues señor...
|
DOÑA EUGENIA.-
¿Para qué? ¡Oh! Ciertamente, caballero, mi
pupila se creerá muy honrada al oír...
|
JULIA.-
Honrada... sí, señora... Pero como me es imposible
corresponder al honor que el señor conde me dispensa, declaro que no
puedo...
|
TODOS.-
¡Julia!
|
DON SILVESTRE.-
¿Cómo señorita? Es decir que... Pues me
habían dicho... ¿Qué significa esto?
|
JULIA.-
Que sería una ingratitud a la amistad que usted dispensa
a mi hermano, a los sentimientos que por mí experimenta, el unir su
suerte a la de una mujer que no puede hacer su felicidad y que no le ama...
|
EDUARDO.-
¿Será cierto?
|
Escena XVI
|
|
Dichos y
CARLOS.
|
CARLOS.-
Deteneos. ¿A dónde vais?
|
AMELIA.-
A firmar los contratos, no se esperaba sino a ti.
|
CARLOS.-
Es imposible; esas bodas no pueden verificarse, yo no lo
permitiré.
|
TODOS.-
¿Cómo?
|
CARLOS.-
Porque Eduardo no ama a Isabel.
|
DOÑA EUGENIA.-
¿Qué se atreve usted a decir?
|
CARLOS.-
Ama a mi hermana y es correspondido.
|
EDUARDO.-
¡Carlos!
(Corriendo a él arrebatado de
alegría.)
|
JULIA.-
¡Hermano mío!
(Quiere taparle la boca.)
|
CARLOS.-
No; no; no tengo ya consideraciones que guardar; ahora se
sabrá todo. La verdad debe decirse siempre en la última hora de
la vida, y yo no creo que esté muy distante la mía... y si no me
es igual.
|
EDUARDO.-
¿Qué estás diciendo?
|
CARLOS.-
Que mi hermana ha recibido del Conde del Espinal, no un billete
amoroso sino una letra de cambio destinada a pagar ciertas deudas... Esta letra
era para mí... y esas deudas eran mías... Mi hermana acaba de
empeñar parte de sus bienes a un usurero... ¿Y para quién?
Para su hermano que se ha comido ya los suyos... Y esto no le parece bastante.
Déjame,
(a
JULIA que trata de interrumpirle.) todo se
sabrá, se deja sospechar, acusar, humillar, ¿y por quién?
Siempre por su hermano, cuya boda y cuya felicidad no quiere desbaratar...
Carlos podrá ser un calavera, convengo en ello, pero no es un ingrato...
Toma Eduardo; ahí tienes tu dinero; toma Julia, ahí tienes tu
letra... pagada y rota..., y por lo que respecta a mis deudas, ya están
todas pagadas.
|
TODOS.-
¿Pagadas?
|
CARLOS.-
¡Pudiera haberme levantado la tapa de los sesos;
éste era un arbitrio; fue el primero que me ocurrió, pero este
arbitrio no remediaba nada, y sobre todo no dejaba pagados a mis acreedores...
Entonces dije para mí; si de todos modos es forzoso renunciar a Amelia,
hagamos el sacrificio por entero; me sorprendió un acceso de delirio, de
desesperación; no me quedaba más capital que mi persona... Y lo
he empeñado.
|
TODOS.-
¿Cómo?
|
CARLOS.-
Sí, a una mujer rica, amable, generosa, que no tiene
más que un defecto, que es tener tantos años como miles de
duros.
|
TODOS.-
¿Quién?
|
CARLOS.-
La duquesa, nuestra vecina.
|
TODOS.-
¡Cielos!
|
EDUARDO.-
Una duquesa viuda...
|
CARLOS.-
No me la recuerdes, Eduardo; no hagas vacilar mi valor; he
considerado toda la extensión del sacrificio... Tiene sesenta
años... pero mejor..., ojalá tuviera setenta.
|
EDUARDO.-
¿Y te has de casar con ella?
|
CARLOS.-
Es preciso que yo sufra un castigo; lo tengo demasiado
merecido... Amelia... Amelia... yo no era digno de usted, ni de su hermano; no
hay esperanza ya para mí, no hay felicidad. Abandonaré el
mundo... Me retiraré a mis tierras; allá irás a verme;
cazaremos... Tendré perros y caballos... ¡Ah! ¡Querido
amigo, qué desgraciado soy! Y usted que debe estar picado...
(A
DON SILVESTRE.) Hombre, si quisiera usted
batirse conmigo y matarme... me haría usted un gran favor.
|
DON SILVESTRE.-
¡Oh!, no, no; bastantes favores le he hecho ya a usted de
esta especie...
|
CARLOS.-
Hombre, será el último.
|
AMELIA.-
¡Eso es una infamia! Postergarme a esa viuda.
|
EDUARDO.-
Vaya... tranquilizaos; ¿habéis perdido todos el
juicio? Yo me encargo de corregir a Carlos.
|
CARLOS.-
¿Y cómo? ¿Con qué derecho?
|
EDUARDO.-
Con un derecho que no merezco tampoco, pero que sin embargo
reclamo... como cuñado.
|
DOÑA EUGENIA.-
Eduardo...
|
EDUARDO.-
Sí, tía mía, dígnese usted
perdonarme; la amo demasiado para entregar a otra un corazón que le
pertenece entero... Y tú, Julia, ¿te negarás a perdonar a
un arrepentido?... ¿Vuelves la cabeza? ¿Tanto te cuesta
concederme tu perdón? Enhorabuena no lo hagas por mí... sino por
ese mismo hermano... Él quería sacrificarlo todo a su Julia
¿no hará Julia otro tanto por él?
|
JULIA.-
¡Ah! He hecho tantos sacrificios por Carlos... que bien
podré hacer este último... Y será...
|
EDUARDO.-
Julia...
|
JULIA.-
La recompensa de todos los demás.
(Con ternura.) Sí,
Eduardo... sí; te amo... Soy dichosa al decirlo... pero, ¿puedo
ser feliz sin que lo sea mi hermano?
|
EDUARDO.-
Eso es cuenta mía... Le devolveré a la duquesa el
capital que haya adelantado... En cuanto a los intereses, yo procuraré
persuadirla a que no debe cobrarlos tan caros... Y entonces, si lo consigo,
como lo espero, volveremos a cimentar la felicidad de Carlos, cuanto
esté enteramente corregido, y la de mi querida Amelia.
|
AMELIA.-
¡Isabel! Todavía no se ha decidido quién de
las dos ha de casarse la primera.
|