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Lord Holland

Manuel José Quintana





Señor redactor de la Gaceta de Madrid: Aunque en algunos de nuestros diarios se ha anunciado el fallecimiento de este ilustre extranjero, no ha sido, a lo menos en los que yo he visto, con la atención debida a un hombre público tan célebre y que tanto se interesó siempre por nosotros. En esperanzas, en deseos y en anhelo por el bien de este país, lord Holland no cedía a nadie ventaja, ni aun a los mismos que eran naturales de él. Por lo mismo parecía que la noticia de su muerte debía afectar a los que en España se ocupan de las novedades públicas de un modo que les hiciese extenderse algún tanto más en ella. Esperando a que alguna mano más hábil se encargase de llenar este vacío, me he detenido hasta ahora en llamar la atención de usted hacia un objeto tan importante. Al fin envío a usted estos apuntes, no como un artículo biográfico, para el cual me faltan los datos necesarios, sino como un bosquejo en que se dé de la persona, y sobre todo del carácter de este señor, alguna más idea que la que resulta del vago y sucinto anuncio publicado en nuestros papeles.

Enrique Ricardo, barón de Holland, nació en 1773. Fue hijo único del segundo lord Holland, hermano mayor del célebre político Carlos Jaime Fox, quien tuvo una parte muy principal en la educación de su sobrino, y en la formación de aquel carácter moral y sistema de política que el joven Holland profesó constantemente toda su vida. Ya desde su primer discurso, pronunciado en Enero de 1798 en la Cámara de los Pares1, cuando el debate sobre Assesed taxes2, los admiradores de Fox se complacían en ver la grande semejanza que había, así en doctrina como en estilo, entre lord Holland y su ilustre pariente. Esta semejanza se hizo cada vez más notable en toda su carrera parlamentaria, en que apenas se trató una cuestión importante en que no tomase parte. Sus servicios, especialmente en la causa de la emancipación católica y en la reforma parlamentaria de 1832, no se borrarán jamás en la memoria de sus compatriotas.

La época en que lord Holland se señaló en la Cámara alta del Parlamento inglés era la misma en que florecían el conde de Grey, lord Grenville, lord Loderdale, lord Ershine, lord Liverpool, el marqués de Wellesley y otros grandes oradores. Si él como tal parecía inferior a algunos de ellos, compensaba ampliamente esta desigualdad con el calor de sus sentimientos, con la plenitud y abundancia de sus ideas, con el candor de sus intenciones y con la benevolencia de sus miras. Todo lleno de su asunto, jamás de su persona, con una habilidad suma para escoger los oportunos argumentos y apropiar el discurso a la cuestión, las palabras que salían de sus labios eran un espejo cristalino donde su corazón se manifestaba todo entero. Así es, que en último resultado, tratándose de persuasión y de efecto, no tenía que conocer ventaja ninguna en sus compañeros.

Cierto es que entraba pocas veces en asuntos de política especulativa, y que desconfiaba mucho de las teorías abstractas cuando se trataba de aplicarlas a las reformas orgánicas e importantes. Pero siempre fue un diestro e incansable campeón de la libertad civil y de la libertad religiosa; pero detestaba todo cuanto tuviese la menor apariencia de opresión e intolerancia; pero era siempre el primero a denunciar toda infracción de derecho, todo cuanto pudiese invadir el santuario de la conciencia.

Lord Holland estuvo diferentes veces en España, y en cada una de ellas se aumentaba su afición a un país que consideraba digno de mejor suerte. Las conexiones que formó en él fueron muchas y variadas; una gran parte de ellas han durado toda su vida. Su triple carácter como señor, como político y como hombre de letras, le hacía sumamente apreciable en donde quiera que concurriese, sobresaliendo entre sus demás cualidades su delicada urbanidad y su afectuosa e incansable benevolencia.

Frecuentaban su casa y su trato los hombres más distinguidos de la corte por su sabiduría y sus talentos; y allí se veían diariamente, no haciendo mención más que de los ya muertos, Bauzá, Clemencín, Capmany, Moratín, Arriaza y otros muchos que él acogía con las atenciones francas y afectuosas de un amigo y de un compañero. Quien más lugar merecía en su estimación fue el ilustre Jovellanos, a quien consideraba como la columna principal de la ilustración española en aquella época. Venerábale como con una especie de culto, y su busto en mármol, que hizo esculpir a uno de nuestros señalados artistas, colocado entre los de otros hombres eminentes, manifestaba hasta qué punto llegaban su respeto y entusiasmo por nuestro célebre compatriota.

En su segundo viaje, que por diferentes circunstancias se prolongó cerca de dos años, se dedicó al estudio de nuestra literatura. Entonces fue cuando escribió su Noticia de la vida y escritos de Lope de Vega, que dedicó a uno de nuestros hombres de letras, y publicó en Londres en1806. Sin duda alguna esta obra era la mejor que de su clase se había escrito hasta entonces por una pluma extraña, ya se considerasen la exactitud y oportunidad de las noticias, ya el exquisito gusto que en toda ella se pinta, ya, en fin, las miras nobles y grandiosas de crítica y civilización que contiene.

Nuestro gran poeta está apreciado en ella con una superioridad de luces y de juicio y con una imparcialidad que admira, ajena de toda pedantería de escuela, igualmente que de toda prevención nacional. Aun ahora en que atendidas mejor fuera de España nuestras letras y nuestras artes se han publicado en su razón obras muy apreciables, esta producción de lord Holland conserva un lugar eminente, y será, leída siempre con tanto fruto como placer.

En la inclinación decidida que nos tenía, no podía menos de manifestar con frecuencia su deseo de que nuestra situación política se mejorase, y saliendo del envilecimiento en que estábamos sumergidos, tomásemos una posición más correspondiente a nuestros medios y a nuestro carácter. Mas esto por de pronto más bien era anhelo que esperanza, pues ninguna podía entonces abrigarse respecto de reformas que no fuese a una inmensa lejanía. La ambición impaciente de Napoleón abrevió prodigiosamente este camino, y España se vio impelida a una revolución cuando menos podía pensar en ella y sin poder absolutamente evitarla. En el año de 9, al tiempo en que al parecer nuestra causa estaba más desesperada, lord Holland apareció en Sevilla, y nadie ignora cuánto interés se tomó en nuestras cosas, cuántos excelentes consejos nos dio, qué de buenos oficios nos hizo, y cuánto sirvieron sus nobles y eficaces exhortaciones a sostener el entusiasmo y la confianza de nuestros hombres públicos, con quienes mantuvo siempre las más íntimas y puras relaciones. A su impulso se debió en gran parte la resolución tomada por la Junta Central de restablecer la institución de nuestras antiguas Cortes. En el decreto de 22 de Mayo de 1809 se abrió el camino a la reforma política del Estado, que dos años antes habría parecido sueño criminal de una imaginacion lisiada, y ya entonces se presentaba, no sólo como útil y posible, sino también como necesaria. En las oscilaciones crueles que esta magnánima empresa ha tenido que sufrir, los votos y los esfuerzos de lord Polland han sido siempre fieles a sus antiguas inclinaciones y principios, y su voz en la primera tribuna parlamentaria del mundo se ha empleado constantemente en defensa de la libertad y de la independencia de sus queridos españoles.

Fue del Consejo privado del rey de Inglaterra, canciller del ducado de Lancaster, miembro del Gabinete, uno de los lores del comercio y plantaciones, y tuvo otros encargos igualmente honoríficos, además de ser individuo de varias sociedades científicas y literarias. Desde su juventud estuvo sujeto a los ataques de una gota hereditaria, que a veces ponían a prueba su paciencia, sin alterar la serenidad de su espíritu ni de su semblante. El mal inexorable se fue haciendo cada vez más fuerte con la edad, y en uno de sus accesos ha arrebatado a su víctima. Este hombre tan justo y tan ilustrado, y al mismo tiempo tan amable y bueno, ha cesado de existir en 21 del próximo Octubre, a los 67 años de su edad. Luego que la infausta noticia se esparció por los contornos de su residencia, se cerraron generalmente las tiendas: demostración de sentimiento sólo usada con las personas reales cuando fallecen. Los hombres de todas las opiniones y de todos los partidos se han apresurado a dar el tributo de lágrimas y dolor bien debido a pérdida tan grande.

Quién dice que era universalmente reconocido como uno de los hombres de más bondad y de pensamientos más generosos, y que es de temerse que no pueda suplirse tan pronto su falta en la metrópoli de Inglaterra. Quién confiesa que la estimacion y respeto que profesaba a los sabios y a las letras, la Ilustración y talentos que descubría en su conversación y en su trato, la animación y simpatía que (en medio de la genial frialdad que acompaña de ordinario a la aristocracia de su país), manifestaba a los que tenían la fortuna de frecuentar su sociedad, harán que su pérdida sea sentida por mucho tiempo. Quién, en fin, exclama: ¡el vacío que deja en el mundo no será llenado jamás, y con su muerte queda roto y perdido uno de los eslabones de oro que enlazaban la era presente con el genio de la edad pasada!

Privilegio singular de la virtud cuando lleva consigo la índole de bondad genial con que se realzaba en lord Holland.


Multis ille bonis flebilis occidit;
Nulli flebilior quam mihi...

(Gaceta de Madrid del sábado 23 de Enero de 1841.)





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