La red que con ingenio y sutil arte |
a la madre de Amor y la belleza |
prendió, y en nudo estrecho ligó a Marte, |
en sujeción poniendo su fiereza, |
el ruego de los dioses que desparte |
del ígneo dios la saña y aspereza, |
la red suelta, el insulto perdonado, |
será de mi terrestre voz cantado. |
|
Deste deseo que me enciende y mueve, |
deste ardor que me lleva tras su efeto |
forzado, a que mi débil fuerza pruebe |
una empresa tan grave cual prometo, |
inspirado del coro de las nueve, |
y del retor a quien está sujeto, |
la voz levanto, el plectro humilde templo, |
dando del caso memorable ejemplo. |
|
Recebid pues, señor, el don indino |
que os ofresce mi musa temerosa |
y admitildo con ánimo benino |
cual es a mi deseo debida cosa. |
Que siempre al grato ánimo es más dino |
que el don la voluntad, y más preciosa; |
que si vos lo acetáis espero el premio |
que me asegura del mortal apremio. |
|
Será posible a la rudeza mía |
si le dais vuestro aliento soberano |
que eceda al que cantó en dulce armonía |
la vitoria greciana y fin troyano. |
Que adonde aspiro y mi deseo me guía |
llegue, que será más que vuelo humano, |
que no demanda menos el sujeto |
que con vuestro favor cantar prometo. |
|
Venció el amor y hermosura inmensa |
de la diosa en Idalio venerada |
al invencible Marte, que en ofensa |
de Vulcano, ocupaba su posada. |
A su ardiente querer no hubo defensa, |
ni su voluntad fue menospreciada; |
antes aceta de la bella diosa, |
que era madre de Amor, y ella amorosa. |
|
Gozábanse los dos sin que les diese |
el ausente marido sobresalto, |
ni con solicitud los requiriese |
en sus contentos con celoso asalto. |
Lemnos era ocasión que se impidiese |
en sus ardientes oficinas, falto |
del cuidado amoroso, que encendía |
a su amada mujer que le ofendía. |
|
Con sus desnudos cíclopes, al fuego |
estaba, el duro yunque golpeando, |
armas haciendo al fiero bando griego |
o el presto rayo a Júpiter forjando. |
Sin dar descanso ni tomar sosiego |
fragua, yunque, y martillo trabajando, |
por un compás temblar haciendo el puesto |
donde se vio primero el uso de esto. |
|
Deste trabajo a que asistía Vulcano |
su mujer Venus poco cuidadosa, |
acudía a su gusto libre y vano, |
a su torpe placer, y no a otra cosa; |
el deleite tenía en ella mano, |
la gala y compostura artificiosa |
remedio que enseñó Naturaleza |
para suplir las faltas de belleza. |
|
Aunque usar Venus desta compostura |
era superfluo, por estar enella |
de las Gracias la eterna hermosora, |
y de las diosas la beldad más bella, |
no olvidaba el ornato, que asegura |
lo natural, y así que podían vella |
el rostro aderezaba soberano, |
las hebras de oro y la hermosa mano. |
|
Esto con la belleza soberana |
un efeto causaba poderoso, |
que ni suerte divina, o fuerza humana |
dejaba libre el rostro milagroso; |
del tracio dios la saña horrible allana, |
el brazo liga siempre vitorioso, |
y así cativo della, ante ella puesto |
dice, rendido al soberano opuesto: |
|
«Oh luz del tercer cielo, y diosa eterna, |
hija de Jove, y madre de Cupido, |
cuyo ecelso poder rige y gobierna |
lo terrestre, y el trono más subido; |
si a mi ardiente querer voluntad tierna |
muestras, si no me ofendes con tu olvido, |
eternamente te seré sujeto, |
y humilde estar a tu querer prometo. |
|
Bien ves, que mi gallarda bizarría |
cualquier buen tratamiento se le debe, |
cualquier favor, cualquiera cortesía, |
por la fe sola que a mi alma mueve, |
y por ella, oh Citerea, diosa mía |
te juro, que el temor que me conmueve |
es entender que no meresco verte, |
ni sé cuál debo, y es razón quererte. |
|
Supla tu celsitud, diosa querida, |
lo que en esto faltare, aunque el deseo |
en mí no faltará, u antes la vida |
si de un dios puede Muerte hacer trofeo; |
y si hará primero que movida |
sea mi fe, del puesto en que la veo, |
y el jayán que está en Etna sepultado |
tendrá sosiego, y Jove al suelo echado. |
|
Y no entiendas que es tanto lo que digo, |
cuanto lo que reservo, y decir puedo; |
desto puedes tú sola ser testigo, |
que a mí el decirlo no me deja el miedo; |
y más, cuando recelo a mi enemigo |
Vulcano, por quien yo mil veces quedo |
privado de la luz de tu presencia, |
huyendo dél, haciendo de ti ausencia. |
|
Aquí, rompe el honor del sufrimiento |
las cuerdas, y el furor ardiendo en ira |
me incita a que en tu bello acatamiento |
haga lo que el furor y amor me aspira; |
que no puedo llevallo sin tormento |
ver, que tu celestial belleza mira |
un cojo, un feo, de tisne y humo lleno, |
que en nada es nada, y para nada bueno. |
|
Desto me indino contra mí, que adoro |
esa belleza, sin poder ser parte |
que no goce tal mostro tal tesoro, |
que sólo es dino que lo goce Marte; |
Marte te adora, y contra el alto coro |
moverá guerra, si entendiere darte |
gusto, y al mesmo Jove en nombre tuyo |
desposeerá del alto reino suyo.» |
|
Diciendo Marte estas razones, queda |
transpuesto en Venus, la cerviz rosada |
(del brazo que al furor el poder veda) |
en torno estrechamente rodeada. |
Venus las oye, sin que en ellas pueda |
el afición, ni los desgarros nada; |
que los desgarros del amante fiero, |
son de menos efeto que el dinero. |
|
Oyendo a Marte estaba las razones |
la diosa que premió el pastor en Ida |
y queriendo atajar tantos blasones |
los labios mueve donde Amor se anida, |
diciendo: «bien sé, Marte, tus pasiones, |
bien conosco que soy de ti querida: |
que por mi causa arruinaras un mundo |
y saquearas el cielo y el profundo. |
|
Estremos son de quien cual tú publica |
que quiere tan perdida y ciegamente |
y a la pasión de amor sólo se aplica |
y en ella sufre y siempre está obediente. |
Mas lo que en estas causas testifica |
que es amor más seguro y ecelente, |
es hacer más, y los que hablan menos |
para amantes y amados son los buenos. |
|
Que a las mujeres el regalo tierno |
agrada más que el desgarrar horrible, |
el bien las pone en cativerio eterno, |
con él es la más áspera apacible; |
que no adquieren con armas el gobierno |
de la mujer, que es animal terrible, |
indómita por tal, que no domella |
por rigor, ni virtud sacarán della. |
|
Trata el amor que es blando con blanduras, |
deja la espada para las batallas; |
así con las mujeres aseguras |
el crédito, si aspiras a tratallas. |
Convierte las fierezas en dulzuras, |
en libertad el uso de apremiallas, |
en dones los asombros y temores, |
en sufrimiento oprobrios y rancores.» |
|
Quedó Venus llegando a decir esto |
con desdeñoso y áspero semblante |
porque tuvo osadía en aquel puesto |
a afrentar a Vulcano el libre amante; |
yerro del que tal hace manifiesto |
menospreciar competidor delante |
de la dama, que suele al que desprecian |
quedar en posesión por el que precian. |
|
Del proceder de Venus quedó Marte |
pavoroso, entendiendo su desgusto |
y que su libre proceder fue parte |
de desgustarla en ocasión de gusto; |
quiere enmendar el yerro que desparte |
el amistad, que llama eceso injusto; |
recoge el brazo, el rostro allega della |
al suyo y los purpúreos labios sella. |
|
Así el enojo reconcilia y mueve |
la voluntad airada en mansedumbre; |
al ministerio fiera no se atreve |
la ira, prevertiendo su costumbre. |
El amante el nectáreo aliento bebe |
del bello cerco a la febea lumbre |
sin recato, entendiendo que su insulto |
era por ser en casa al cielo oculto. |
|
Oh dulzuras de amor que en tantos daños |
a parar vienen vuestros torpes gustos, |
las amistades rotas, los engaños |
y los placeres vueltos en desgustos; |
los contrarios efetos, los estraños |
fines, que a veces siguen los más justos, |
y del camino verdadero tuercen, |
sin que razón ni otros respetos fuercen. |
En este torpe amor los dos andaban |
revueltos, ya el enojo despedido, |
y de tal modo entrambos lo olvidaban |
como si entre ellos nunca hubiera sido; |
las encendidas almas regalaban |
aunque no estaba en ellos el sentido |
para sentir, porque el dulzor suave |
los turbaba y rendía el sueño grave. |
|
Viendo el Sol, (a quien nada hay encubierto |
y dondequiera entra libremente) |
el adulterio oculto, descubierto, |
porque a sus rayos todo está presente; |
ardiendo en ira, viéndolo tan cierto |
y de invidia haciéndose impaciente, |
quisiera (a no ser dioses como estaban) |
vengar dándoles muerte al que afrentaban. |
|
Míralos en infame nudo asidos, |
revuelve el rostro y huye de mirallos; |
quiere volver los rayos esparcidos |
y oscurecer el día por tapallos; |
gime el horrible insulto, suspendidos |
de su veloz carrera los caballos, |
para volverse atrás, cual hizo huyendo |
por no mirar de Atreo el hecho horrendo. |
|
Prueba en dudoso imaginar dar vuelta |
al rojo oriente y que fenesca el día, |
y así la rienda al rubio Piroo suelta |
para que vuelva a do empezó su vía; |
muda de acuerdo y vuelve la revuelta |
rienda, sin que la presta fantasía |
repose, ni en el caso halle acuerdo |
que cual conviene le paresca cuerdo. |
|
Lleno de horror y confusión estaba, |
eligiendo ora un medio ora otro medio |
y el que más para el caso le cuadraba |
le parecía al punto mal remedio; |
cual roca al mar en quien su furia brava |
hiere, a sus duros golpes puesta en medio, |
que por un cabo y otro con frecuencia |
le aqueja el mar y el viento con violencia. |
|
Tal está Apolo, en mil cuidados puesto, |
gravemente de todos aquejado, |
por un cabo la invidia con molesto |
estímulo, en furor lo enciende airado; |
por otra parte, ver en aquel puesto |
a Marte, y dél, Vulcano injuriado, |
lo indina, turba, y tiene de tal modo |
que sin determinarse duda en todo. |
|
No sabe en tanta suspensión qué haga, |
ni si se vuelva o su camino siga: |
como si a él solo aquella infame llaga |
tocara, que así della se fatiga; |
de su encendido pensamiento apaga |
la ardiente llama y su furor mitiga |
con un acuerdo resoluto y fiero |
que es del caso hacerse mensajero. |
|
Determina ir a Lemnos a dar cuenta |
del oculto adulterio al dios Vulcano |
testificando su injuriosa afrenta, |
que venga y que se vengue de su mano. |
Sin detenerse punto, con violenta |
priesa, instigado de furor insano, |
que lo arrebata en ciego desatino |
a Lemnos hace desde allí camino. |
|
No considera si tan triste nueva |
sería con gusto o con desgusto oída, |
pues ni razón ni autoridad aprueba |
una cosa tan libre y atrevida; |
demás, de que al que tales nuevas lleva |
con odio es su embajada recebida, |
y en odio queda y en perpetua nota |
porque infidelidad libre denota. |
|
A su determinado pensamiento |
ninguna razón justa lo refrena |
para volvello de tan mal intento, |
pues era ofensa y era culpa ajena; |
que si de su poético convento |
ninguno destos era, ¿qué condena |
su furia? y si lo fuera por ventura |
sufriera cual lo hace con blandura. |
|
Que quien ve profanar el sacro coro |
de mil gentes indinas de mirallo, |
y al que le agrada el virginal tesoro |
de sus Musas, acude a saqueallo; |
bien se ve cuán bien guarda este decoro |
cuando las trujo Baco (sin honrallo) |
en su ejército, y ellas le cantaban |
y entre la soldadesca se alojaban |
|
Esto fuera más justo que sintiera |
y cual era razón lo remediara |
y a la chusma poética pusiera |
freno, y tantos abusos reformara; |
que si Venus está de esa manera |
oficio es suyo y fama suya clara |
y quizá su marido lo sufría |
por su honor o miedo lo encubría. |
|
Y siendo por ventura desta suerte |
poco le iba a Febo en publicallo, |
que no es justo al que duele un dolor fuerte |
dalle con él, ni al mísero aquejallo. |
Bien conocía Vulcano que era muerte |
a Venus su mujer, vello y tratallo, |
por ser después de sucio, feo, y cojo, |
para galán desgalibado y flojo. |
|
Deste conocimiento (por ventura) |
resultaba el estar ausente della, |
y aunque con tanto riesgo era cordura |
pues no lo quería bien, no querer vella; |
no como el loco amante que procura |
más a la que más huye, y da en querella |
por la misma razón que ella lo olvida, |
consume en llanto, y en dolor su vida. |
|
Oh miserables amadores vanos, |
oh vanos amadores miserables, |
que así seguís los males inhumanos |
y a los que os dan tormentos espantables; |
y como si se usara haber vulcanos |
que no siendo amorosas y tratables |
no las siguieran, ni se dieran nada |
por la más bella, libre, y confiada. |
|
Yo sé que no estimaran en tan poco |
al que merece más, ni se adorara |
el que merece menos, ni por loco |
tuvieran al que muestra su ansia clara; |
en sentimento desto me provoco |
a saña, y como libre disparara; |
mas refréname ver que me desvío |
del propósito y fin adonde guío. |
|
Vulcano estaba en su oficina ardiente |
entre el humo, el carbón, la tizne y fuego, |
con hervor, y con priesa diligente |
privando a sus ministros de sosiego; |
y viendo que venía el Sol luciente |
a hablalle, dejó la fragua luego, |
y al delantar, la tizne sacudiendo, |
se limpia el rostro y sale así diciendo: |
|
«Bella forma, que das la luz divina, |
cercando con eterno curso el cielo, |
por donde sino tú nadie camina |
ni ve las cosas que produce el suelo. |
¿Qué buena suerte o dicha mía encamina |
que vea en mi casa al sacro dios de Delo, |
cuya venida estimo yo en más precio |
que la divinidad de que me precio? |
|
Mira qué es lo que vienes a mandarme |
que aquí me tienes presto a tu servicio, |
sin poder de tu gusto desviarme, |
pues es lo que yo estimo y más codicio. |
Y si venir a Lemnos a buscarme |
te trae alguna cosa de mi oficio, |
aquí tienes saetas, rayos, mazas, |
fuertes escudos, yelmos y corazas. |
|
Si no te satisface nada desto, |
carros, cetros, diademas puedo darte |
sin otras cien mil cosas que muy presto |
en tu presencia puedo presentarte.» |
Diciendo esta razón, señaló presto |
donde tenía cada cosa aparte; |
mas el délfico hijo de Latona |
al siciliano herrero así razona: |
|
«No es la ocasión de mi venida a verte |
(oh poderoso rey y dios del fuego) |
a demandarte armas, ni a ponerte |
por lo que toca a mí, en desasosiego; |
tuya es no más la prenestina suerte, |
a ti demanda que le acudas luego |
con priesa, y así un punto te reporta, |
y escucha atento, oirás lo que te importa. |
|
Bien quisiera, oh Vulcano, hermano mío |
(que de darte este nombre no rehuyo, |
pues el rey del sidéreo señorío |
me engendró a mí, y él mesmo es padre tuyo) |
no venir a contarte un desvarío |
tan grave, que el horrible efeto suyo |
temo, y de no acudir a descubrillo |
mayor inconveniente hay que en decillo. |
|
Lo uno miro y en lo otro advierto, |
el riesgo y el trabajo considero, |
la grande ofensa de que esté encubierto, |
la justa mengua si encubrillo quiero; |
lleno de dudas, pavoroso, incierto, |
me tiene el caso atroz, horrible, y fiero, |
de suerte, que al hablarte me lo impide |
la venganza, y que hable el caso pide. |
|
Este, que así me trae pavoroso, |
la lengua me desata y pone aliento |
para decirte el trance vergonzoso |
en que te pone un libre atrevimiento, |
tu mujer Venus, cuyo amor fogoso |
te trae fuera de ti, tras su contento, |
la voluntad siguiendo y gusto della, |
desvelándote en cómo has de querella. |
|
Esta, que amas tan perdidamente, |
y por quien tantos males te han venido, |
por quien te ves en odio de la gente, |
y de los dioses siempre escarnecido, |
por quien estás a la hornaza ardiente, |
entre tiznados cíclopes metido, |
mientras ella rendida al vil deleite |
se ocupa en sólo el atavío y afeite. |
|
Esta pues que tú honras y amas tanto |
te ofende, menosprecia y te deshonra, |
sin cuidar de tu afán ni tu quebranto, |
compra el contento suyo con tu honra; |
Marte el desgarrador, que pone espanto |
oír su nombre, adulterando te honra |
con Venus, sin mirar honor ni puntos |
los dejo a entrambos en tu casa juntos. |
|
Acude presto a remediar tu ofensa, |
pague ya éste insolente y ésta aleve, |
la maldad disoluta y culpa inmensa |
injusta en ti, pues tanto amor te debe; |
no te suspendas más, la suerte piensa |
de castigallos, pues el tiempo es breve |
y quedan de la suerte que te digo, |
dentro en tu casa, de que soy testigo.» |
|
Oyendo a Febo estaba el dios Vulcano, |
y de aquejado, sin valor ni brío, |
se le cayó el martillo de la mano |
y todo se cubrió de un sudor frío; |
quiso hablar, y aunque probó fue en vano, |
que el dolor poseía el señorío |
del corazón, y el corazón ligaba |
la lengua, y casi muerto y mudo estaba. |
|
Estando así suspenso desta suerte |
el dios que en Lemnos tiene la oficina, |
sin dejarle hablar el dolor fuerte |
que le causó la nueva repentina, |
de agua abundante por el rostro vierte |
un Tanais, que por medio dél camina, |
la tizne, el humo, el polvo humedeciendo |
que con el agua dél, venía cayendo. |
|
Cual suele la boreal furia trabando |
con las húmidas nubes cruda guerra, |
que de repente abriéndose y lanzando |
el agua que en su cóncavo se encierra |
de las enhiestas cumbres abajando |
cuanto delante halla, hoja o tierra |
lleva, cual de Vulcano el llanto hacía |
en hollín, humo, y tizne que tenía. |
|
Trabado de su angustia y su fatiga, |
la humidad enjugando de los ojos, |
respondió: «no sé, Apolo, qué te diga, |
rendido a mi deshonra y mis enojos; |
porque esperar de aquélla mi enemiga |
otro bien, ni alcanzar otros despojos |
es yerro, cual el tuyo ha sido en darme |
nueva tan triste para así afrentarme. |
|
Bien pudieras dejar de darme cuenta |
si a mi mujer esa flaqueza viste, |
que no se ha de llevar nueva de afrenta |
al que se afrenta, ni de pena al triste; |
mas ya que tu embajada me presenta |
la ofensa que tú solo ver pudiste, |
por la inviolable Estigie ante ti juro |
que yo la vengue bien o sea perjuro.» |
|
Diciendo esta razón dio vuelta, y luego |
su diurna carrera Apolo sigue, |
ajeno del mortal desasosiego |
de que fue causa que a Vulcano instigue, |
ardiendo en saña y en celoso fuego |
que a mil cosas le incitan que se obligue, |
sin saber elegir cuál fuese buena, |
que la razón se turba con la pena. |
|
Gime profundamente, y del celoso |
pecho, suspiros sin parar derrama, |
la larga barba arranca desdeñoso |
y en su favor los altos dioses llama; |
triste, despavorido, cuidadoso, |
pensando cómo restaurar la fama, |
el pie puso en el yunque y en la mano |
dejó el rostro inclinar de húmido cano. |
|
Un largo espacio estuvo así parado |
lleno de confusión y pensamientos |
sin ser señor de sí, todo ocupado |
en la causa cruel de sus tormentos; |
mas de la suspensión siendo apartado |
un poco, y prosiguiendo en sus intentos |
que eran vengar de Marte la osadía |
y de Venus la infame alevosía. |
|
Como pudo tener discurso alguno |
contempló la maldad y el torpe hecho |
sin que entre mil consuelos halle uno |
que la saña mitigue de su pecho. |
Después de aquel pensar tan importuno |
sale lleno de ira y cruel despecho |
cual río represado en angostura |
que no deja al salir cosa segura. |
|
No halla cosa que su ira apoque |
aquejado, confuso, sin sosiego, |
sin dejar instrumento que no toque, |
da voces, pide hierro, carbón, fuego; |
temiendo que la saña le provoque |
a nueva ira, presurosos luego |
acuden sus herreros sicilianos |
con los pesados machos en las manos. |
|
Como los viese a su querer dispuestos |
los fuertes miembros para el fin desnudos |
mirando a todos los turbados gestos |
les dice, viendo como estaban mudos: |
«ahora cumple, amigos míos, ser prestos |
no en hacer petos ni en forjar escudos, |
mas en hacer con diligencia presta |
una obra, en que tengo la honra puesta. |
|
No es hacer rayos al retor superno, |
que del sublime alcázar vitorioso |
lanzó con ellos al sulfúreo infierno |
el escuadrón terrestre numeroso |
y castigando con tormento eterno |
el sacrilegio horrible y espantoso, |
a Ormedón, a Encélado y Tifeo |
puso cual veis, y al triste de Alcioneo. |
|
Tampoco quiero, a Palas soberana |
otro egis hacelle, ni a Neptuno |
nuevo tridente, con que la inhumana |
furia, aplaque del mar fiero importuno, |
ni de lucientes formas a Ariadna |
otra corona, ni collar ninguno |
cual a la otra adúltera, ni quiero |
a Eneas dar armas, ni a Diomedes fiero. |
|
Estas obras dejad ahora, amigos, |
y acudamos a otra que inquieta |
mi espíritu, y a dos mis enemigos |
contrastemos con obra más perfeta; |
quiero aclararme y que seáis testigos |
de mi pasión y voluntad secreta. |
Brontes y Paracmón, estadme atentos, |
tú, Estéropes, escucha mis intentos. |
|
Suspende tú, oh Aemónides, el duro |
y pesado martillo, arrima el pecho |
al grueso cabo, que te doy seguro |
que ha de afligiros mi afrentoso estrecho; |
en el cual, por la Estigie oscura os juro |
que he de quedar vengado y satisfecho |
de la ofensa que el tracio dios me hace |
y del contento que a mi esposa aplace. |
|
Sabréis, oh fuertes cíclopes, que ahora |
cual vistes, el gran dios que nos da el día, |
me dijo, (ay triste dicho, ay triste hora) |
una infame, una horrible alevosía: |
que aquella ingrata, a quien mi alma adora, |
aquella desleal y mujer mía, |
aquella por quien yo me veo abatido, |
menospreciado, odioso, escarnecido. |
|
Y no contenta de este infame daño, |
desta injuria tan grande y afrentosa, |
por nueva vía, por camino estraño, |
acrecienta mi pena trabajosa. |
Esta no es presunción ni es falso engaño, |
procedido del alma mía celosa, |
mas es verdad que en este mesmo punto |
vio a Marte, Apolo, estar con Venus junto. |
|
De aquí nace mi ardiente desconsuelo, |
de aquí mi llanto y confusión terrible; |
de aquí el deseo (aunque se indine el Cielo) |
de vengarme y vengar mi oprobrio horrible; |
que no me pone límite mi duelo, |
ni para el fin que intento habrá imposible |
si la celeste máquina cayere |
sobre mí, y Jove al centro me hundiere. |
|
Sólo quiero que vuestra diligencia |
no me falte, pues della fue contino |
ayudado, y siguiendo mi presencia |
saldré con lo que en esto determino; |
aquí el engaño ha de mostrar y ciencia, |
y la parte que tengo de divino, |
una red fabricando con tal arte |
que sin ser vista, a Venus prenda y Marte. |
|
Cuando juntos los tenga, haré luego |
lo que reservo a mí para aquel punto, |
vosotros dadme acero, encended fuego, |
fuelles, martillos y agua tené a punto.» |
Los cíclopes sin punto de sosiego |
lo uno y otro le pusieron junto, |
y en torno dél, cuál forja, cuál enciende, |
cuál templa y cuál la larga hebra estiende. |
|
Juntan varios metales, que al ardiente |
calor, se regalaban y corrían, |
con artificio y priesa diligente |
delgadas hebras para el fin hacían; |
igualaba la obra al ecelente |
ingenio, y tan sutiles las tendían |
que ecedían a Aragne en sutileza |
y engañaban la vista en delgadeza. |
|
Vulcano las revuelve, y entreteje |
unas con otras, con destreza y arte, |
y una nudosa red enlaza y teje |
que cogía y largaba a cualquier parte; |
diole un color que aunque la tienda y deje |
donde en ella coger pensaba a Marte |
no pudiese ser vista ni entendida |
sin ver primero su intención cumplida. |
|
Fue tal la priesa que en la obra puso |
y tal la diligencia en no dejalle |
sus cíclopes, que así en lo que propuso |
ellos así acudieron a ayudalle. |
Acabada la obra se dispuso |
de hacer la esperiencia y en la calle |
puesto, la red envuelve, y al momento |
de Lemnos parte a efetuar su intento. |
|
A esta sazón estaban los rendidos |
amantes, entregados al sabroso |
dulzor de Venus, ciegos los sentidos |
cual los pone aquel fuego deleitoso, |
descuidados, que estando así ascondidos |
era oculto su yerro vergonzoso, |
de Vulcano haciendo poca cuenta |
que estaba ausente, y no sabía su afrenta. |
|
Había la Noche con tiniebla oscura |
cercado el mundo, el claro Sol quitando |
el regimiento, y dándole soltura |
de la cimeria gruta al sueño blando, |
cuando Vulcano en su congoja dura |
a su casa llegó, y considerando |
estuvo un grande espacio, de qué suerte |
haría su negocio, cómo acierte. |
|
Lleno de ira y de coraje fiero |
la puerta mira, y sin moverse estuvo |
suspenso, el orden que tendría primero |
pensando bien y en esto se detuvo; |
bien quisiera coger al dios guerrero |
junto con Venus, cual noticia tuvo |
que los vio el Sol, mas teme si acomete |
y no los prende, el yerro que comete. |
|
Variando en acuerdos diferentes |
varias cosas le ofresce la memoria |
y por la mayor parte impertinentes |
que le dificultaban la vitoria; |
movido de celosos acidentes |
ante sus ojos viendo su notoria |
infamia, se resuelve en reportarse, |
y entrar sin que lo entiendan, ni aclararse. |
|
Toca la puerta quedo con la mano, |
habla cuan recio puede por que sea |
conocido y el torpe amador vano |
se asconda, y se aperciba Citerea. |
Marte conoció luego ser Vulcano |
y un fiero ardor lo enciende y señorea; |
toma la espada, embraza el fuerte escudo |
del sobresalto y del coraje mudo. |
|
Venus recuerda pavorosa viendo |
tomar las armas furioso a Marte, |
inorando la causa del horrendo |
denuedo, y la ocasión que así lo aparte; |
los bellos labios mueve, que vertiendo |
están néctar y amor en toda parte, |
y a Marte dice: «¿qué te enciende en ira? |
¿A qué te armas? ¿Quién así te aíra?» |
|
«¿No ves -responde Marte-, que a la puerta |
tu marido Vulcano está llamando? |
Y venir a tal hora es cosa cierta |
que te viene y me viene procurando; |
nuestra oculta maldad es descubierta, |
tu deshonra te viene amenazando; |
¿qué quieres que hagamos? Mira presto |
lo que te agrada que se haga en esto.» |
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Del regalado lecho pavorosa |
Venus saltó, confusa y alterada, |
el color bello de purpúrea rosa |
perdido, y la voz flaca y desmayada; |
ni a decir ni a hacer acierta cosa |
que para el caso le aproveche nada; |
gime llena de espanto, sin que acierte |
a elegir medio en tan dudosa suerte. |
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Tal vez la lengua que el temor le anuda |
prueba a mover, y en medio del camino |
le falta el movimiento y queda muda, |
y ella con desmayado desatino; |
perpleja en medio desta mortal duda |
oyendo que a la puerta con contino |
y presuroso golpear llamaba |
Vulcano, y que los golpes arreciaba. |
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En esta duda, viendo que Vulcano |
los constreñía que la puerta abriese, |
sin hablar, asió a Marte de la mano |
y por señas le dijo que huyese; |
él, que tenía ya el camino llano, |
lo hizo así, sin que sentido fuese |
del celoso Vulcano; ella a la puerta |
acudió, y al momento le fue abierta. |
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Con alegre semblante y con fingido |
regalo, al tosco esposo ligó el cuello |
con los hermosos brazos que han podido |
rendir a Jove y a su amor traello; |
la bella diosa a quien adora Gnido |
con tal arte procura entretenello |
por divertillo, y él la sigue y calla |
dejándose llevar por descuidalla. |
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Desque la alteración y sobresalto |
a la anudada lengua dio licencia, |
y el ánimo quedó del miedo falto |
que le dio del marido la presencia, |
el bello rostro levantando en alto |
usando de su libre preminencia |
le pregunta qué causa lo traía |
a tal hora y por qué no fue de día. |
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Él, que no menos cauteloso que ella |
andaba, le responde que el deseo |
era tan grande que tenía de vella |
que lo traía a haber aquel trofeo; |
mas que sería el apartarse della |
antes que el bello resplandor cirreo |
en el rosado oriente se mostrase |
y las húmidas sombras desterrase. |
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Esto diciendo, se entra al aposento |
donde tenía su amorosa cama |
Venus, y la red tiende con gran tiento |
cual al engaño convenía que trama; |
fue en ponerla tan presto que un momento |
no se detuvo, y luego a Venus llama, |
que descuidada del sutil engaño |
se vino a donde le esperaba el daño. |
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Con ella estuvo entretenido un rato |
en razones, diciéndole mil cosas |
sin policia, sin ningún ornato |
de discreción, mas simples y enfadosas; |
así se aseguraba del recato |
que pudiera tener, de sus viciosas |
culpas, así la iba entreteniendo, |
el mortal vaso sin sentir bebiendo. |
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Desta suerte a la diosa divertía |
el dios de Lemnos, y en abrazo estrecho |
y en fingido contento la tenía, |
encubriéndole así el doblado pecho; |
y viendo que la noche oscura y fría |
declinaba, dejando el gnidio lecho, |
se puso en pie y en el camino al punto |
dejando a Venus libre de su asunto. |
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Quedó la bella diosa Citerea |
contenta, que le hubiese sucedido |
cual deseaba y siempre se desea |
de la que ofensa hace a su marido. |
Marte, a quien la belleza señorea |
de Venus, que escuchando y ascondido |
había estado, a Venus volvió luego |
ciego de amor, ardiéndose en su fuego, |
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dícele: «oh bella diosa, a quien adora |
la deleitosa Cipre, en cuya mano |
la bandera está siempre vencedora |
del mundo y del imperio soberano, |
¿a qué atribuyes ver así a deshora |
desde Lemnos venirte a ver Vulcano? |
Y con presteza tal verte y dejarte |
no carece de engaño ni es sin arte. |
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Mas de qué arte puede usar comigo |
que pueda serle de ningún efeto, |
por armas, no querrá el arte que sigo, |
y por cautelas, es poco discreto; |
de nuestro amor no hay rastro ni testigo |
que pueda deponer, todo es secreto, |
todo seguro y todo me asegura |
y todo me promete igual ventura. |
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Así, oh bella hija del potente |
retor de la celeste monarquía, |
no te congoje que se esté, o ausente |
que vuelva, o haga adonde dijo vía; |
que contra su cautela diligente |
opongo mi invencible valentía; |
contra cuanto pensare mi denuedo, |
y contra cuanto puede, lo que puedo.» |
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Enternecido en su amorosa llama, |
en su dulce pasión todo ocupado, |
la blanca mano besa a la que ama, |
al bello rostro el suyo muy pegado; |
desta suerte llegándose a la cama |
ella se acuesta y él le ocupa el lado; |
y apenas en las sábanas tocaron |
cuando en la fuerte red, presos quedaron. |
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Revuelve Marte, como el lazo estrecho |
sintió oprimille, y prueba a levantarse, |
firma en los brazos el valiente pecho, |
y con fuerza restriba por soltarse; |
era su diligencia sin provecho |
que cuanto tira más, más vía ligarse |
de la red y el sutil hilo asconderse |
dentro en las carnes sin poder romperse. |
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Gime profundamente y con horrible |
voz, se lastima del astuto engaño |
y que no sea su poder posible |
ni su deidad lo libre de aquel daño. |
«Oh cielo -dice- a mi pasión terrible |
endurecido, y a mi mal estraño. |
¿Por qué consientes que un herrero pobre |
sujete a Marte y en valor le sobre? |
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¿Es justo que se alabe que me tiene |
en su poder con tanta infamia preso? |
¿Es justo, que por arte tal se ordene |
que sea con todo mi poder opreso? |
¿No hay otro a quien en esto se condene? |
¿Yo sólo he cometido en esto eceso? |
¿Yo sólo debo estar desta manera? |
¿No hay otro a quien condene esta red fiera?» |
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Hablando así, revuelve ardiendo en ira, |
cual soberbio león que se ve asido |
al fuerte nudo, y con fiereza tira |
por quebrantallo, en cólora encendido; |
que cuanto más trabaja y más se aíra, |
más se revuelve y ve más oprimido |
de la ingeniosa trampa que lo aprieta, |
y nudo y lazo y red más lo sujeta. |
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Mas viendo que su furia se quebranta |
más de la ligadura que lo oprime |
y que ya el cuello libre no levanta |
con lozana altivez, se estiende y gime; |
así viéndose Marte puesto en tanta |
estrechez, y que el hilo se le imprime |
en las carnes, suspira su fortuna |
sin valerse de fuerza o de arte alguna. |
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La madre del Amor también estaba |
de la ingeniosa red toda cubierta |
y como con la fuerza le apretaba |
se queja y gime su deshonra cierta; |
las delicadas carnes lastimaba |
el acerado nudo, y casi muerta |
se dejaba rendir al grave peso |
que el delicado cuerpo tenía opreso. |
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Lloraba tiernamente el afrentoso |
paso, en que su fortuna la tenía |
sin valelle de Marte poderoso |
la industria ni la fuerte valentía |
desea en aquel punto ver su esposo, |
cosa que eternamente aborrecía, |
confiada, que si él así la viera |
de lástima y de amor se enterneciera. |
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Estando en su afrentosa red asidos |
la diosa Venus y el soberbio Marte, |
por el aire esparciendo mil gemidos, |
que muestran de su pena alguna parte, |
el Sol, que sus designos vio cumplidos |
a dar cuenta a Vulcano apriesa parte, |
lleno de gozo y ufanez de vellos |
cómo hacer pudiese escarnecellos. |
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Iba Vulcano poco desviado |
de su casa, de industria o por torpeza |
de la lisión, que lo traía agravado |
y le impedía andar con ligereza, |
revuelto en su congoja y su cuidado |
en la ocasión de su inmortal tristeza |
sin poder dejar libre la memoria |
de la pasión de su afrentosa historia. |
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Viéndolo Apolo, en alta voz lo llama |
diciéndole: «Vulcano, da la vuelta, |
vuelve y verás adulterar tu cama, |
y en lazo estrecho a tu mujer revuelta; |
asido está con ella el que te infama, |
blasfemando por ver que no se suelta |
de la intricada red, y desta suerte |
la bella Venus queda y Marte fuerte.» |
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Volvió Vulcano al dios que nació en Delo, |
retor de la una cumbre del Parnaso |
y dícele: «pues eres de mi duelo |
el testigo y del mal que injusto paso, |
quita del mundo el tenebroso velo |
y a tus caballos apresura el paso, |
dando a la tierra tu ascondida lumbre |
fuera de hora y contra su costumbre. |
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Pues de la oscura sombra es impedida |
la pura luz, que todo lo esclaresce, |
y esta maldad por ella está ascondida, |
porque siempre lo malo lo aborresce, |
no te detenga Jove la salida |
cual hizo amando Alcmena, ven, paresce; |
haz manifiesta esta maldad, y clara |
de la venganza mía la industria rara.» |
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El dios insigne en fuego al punto parte |
en diciéndole a Febo estas razones |
a ver el fin de su deseo y el arte |
que tuvo en dar remate a sus pasiones; |
contempla a Venus y desnudo a Marte, |
llorando a ella, a él echar blasones; |
y este cuidado lo movía de suerte |
que de cojo lo hace sano y fuerte. |
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No le impedía el suelto movimiento |
de la quebrada pierna la torpeza, |
que el deseo le da y la ira aliento, |
y lo llevan con suelta ligereza; |
no usaba de temor, y andar a tiento, |
sintiendo en desmandándose flaqueza, |
que a ver esto, aunque cojo y de pies malo, |
ecediera a Filón, Canisio, y Talo. |
|
El enojo que el alma le encendía |
lo llevaba, y tal priesa en su ida puso, |
que dando fin a su prolija vía, |
llegó a su casa de furor confuso; |
rompe con fiera saña y osadía |
la puerta, entra quebrando en todo el uso |
de la razón, y dice en voz subida |
que fue de Jove en su alto asiento oída: |
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«¿Qué haces, oh retor y padre eterno, |
Júpiter poderoso y soberano, |
a cuyo cargo está puesto el gobierno |
del imperio celeste y del humano? |
Si a mi dolor y si a mi llanto tierno |
no te mueves, si tu potente mano |
destos dos alevosos no me venga, |
causa darás que queja de ti tenga. |
|
Abre esas puertas celestiales, mira |
la infamia triste en que ofender me veo, |
en mi justa razón muestra tu ira, |
dame venganza deste insulto feo; |
un rayo ardiente desde el cielo tira |
que los eche al infierno con Briareo |
que testimonio dé de mi justicia |
y manifiesta haga su malicia.» |
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Diciendo esto Vulcano, el Sol lumbroso |
abrió las puertas al rosado oriente |
dando licencia al resplandor fogoso |
que de la tierra la tiniebla ausente; |
el hijo de Saturno poderoso |
encima de su alcázar eminente |
(la voz oyendo de Vulcano) al punto |
se paró y su consilio todo junto. |
|
Luego los dioses como a Marte vieron |
y a Venus, sin ornato ni atavío |
en la red presos, dellos se rieron |
con igual libertad que señorío; |
de vergüenza los rostros ascondieron |
las diosas, y afeando el desvarío |
de Vulcano, a su albergue se tornaron; |
Jove y los dioses a do está bajaron. |
|
De las diosas bajó la diosa Juno |
mujer del alto Júpiter y hermana, |
como quien no dejó en tiempo ninguno |
de querer mal a Venus soberana. |
Palas, que odio le tenía importuno |
después que le dio el teucro la manzana |
siguiendo a Juno baja a escarnecella, |
vengándose de en tal afrenta vella. |
|
Como la cipria diosa así se vía |
atada al nudo y toda así desnuda, |
gime, y Juno de vella se reía, |
Palas la sigue y a reír le ayuda, |
y dice: «si cuales la intención mía |
se conociera, sin ninguna duda |
a Venus cobijara con el manto |
que me dio Atenas por honrarme tanto.» |
|
El rostro escondió Venus suspirando |
de ver que así riendo estaban della |
las diosas a quien ella despojando |
del premio, fue juzgada por más bella. |
Juno dice a Vulcano: «ve aflojando |
esa tirante red, pues que con ella |
haces daño a las carnes delicadas |
que con regalo suelen ser tratadas.» |
|
Lleno de ira y de coraje el pecho |
el insine herrero le responde |
a la esposa de Jove: «satisfecho |
estoy del odio que tu pecho asconde; |
él ha de hacer bueno mi derecho, |
pues él a lo que intento corresponde |
que es conocer la justa causa mía, |
fundada en justa ley, no en tiranía. |
|
Tú gran retor del alto ayuntamiento, |
que acudiste a mi afán y voz llorosa, |
pues ves mi afrenta y triste acaecimiento |
y en adulterio a Marte con mi esposa, |
si del honor se tiene sentimiento, |
si se siente una ofensa tan penosa, |
padre Jove, justicia te demando |
de Venus alevosa y Marte infando. |
|
Nadie me culpará que la demande |
viendo el triste espetáculo presente; |
viendo una infamia y un dolor tan grande |
que me consume en llanto y celo ardiente; |
y así protesto, que jamás ablande |
el corazón ni el ánimo inclemente; |
ni de la red en que se ven revueltos |
por ruego ni clemencia se vean sueltos.» |
|
«No se debe albergar -responde Palas- |
en noble pecho intento tan severo, |
pues haciéndolo así, Vulcano, igualas |
a las tres Furias del sulfúreo impero; |
desata a Venus, vuélvele sus galas, |
que su afrenta te afrenta a ti primero |
y esas carnes divinas es injusto |
que las toque y apriete el lazo justo.» |
|
Comenzaron los dioses a reírse |
de ver a Palas cuán doblada andaba, |
y del sutil ingenio, que aún bullirse |
para tomar descanso no dejaba. |
Uno dijo (que pudo bien oírse): |
«nunca tiene buen fin ni en bien acaba |
la mala obra, y bien se ha visto en esto, |
pues así alcanza el cojo al sano y presto. « |
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Riose Apolo y preguntó al facundo |
nuncio celeste: «di, Mercurio amigo, |
¿quisieras en los lazos ser segundo |
por ver a Venus en la red contigo?» |
«Pluguiera a Jove, hacedor del mundo, |
que en cien mil lazos más viera comigo |
a Venus, y que estando de aquel modo |
me viera el celestial colegio todo.» |
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Causó a los dioses risa la respuesta |
de Mercurio, y a sólo el dios Neptuno |
desagradó y le fue dura y molesta, |
sintiendo en esto lo que allí ninguno; |
oír su trisca y su jocosa fiesta |
le cansaba y causaba un importuno |
pesar, y así a Mercurio y Febo mira |
con turbio ceño y dice ardiendo en ira: |
|
«Si al que allí veis en nudo estrecho atado |
viérades fuera de la cuerda dura |
ninguno de los dioses fuera osado |
a hacer burla dél con tal soltura; |
desto hago al gran Júpiter culpado, |
que estando aquí y en esta coyontura |
se atreva nadie a escarnecer de Marte |
ni a mofar dél por vello de tal arte. |
|
Más justo fuera condoler su afrenta |
y que su pena a todos diera pena, |
pues la mesma ocasión que a Marte afrenta, |
a todos a lo mismo nos condena; |
y faltando quien esto así lo sienta, |
sabio Vulcano, tu rigor refrena; |
suelta la cuerda, en libertad los deja, |
y con lo hecho satisfaz tu queja.» |
|
Vulcano, en labrar hierro ingenioso, |
responde así con demudado gesto: |
«tridentígero rey del reino undoso, |
¿tan fácil hallas la ocasión en esto? |
¿No te da a ti fatiga mi afrentoso |
dolor, ni te congoja mi molesto |
celo, ni te provoca ni lastima |
que tal carga con peso tal me oprima? |
|
Mas una cosa en lo que pides quiero |
(por lo que toca a mi sosiego y honra |
ante el potente Jove), hacer primero |
que es la que en esto me restaura y honra: |
que a Venus que traspasa el santo fuero |
de Himeneo, y cual ves, mi honor deshonra, |
repudialla, y ella ha de volverme |
el dote que le di para así verme. |
|
De otra suerte será tan imposible |
como nacer del ocidente el día; |
la oscuridad ser más que el día apacible, |
y dejar de ser Cintia húmida y fría; |
el tormento cruel del reino horrible |
dará descanso y le será alegría |
a los dañados, antes que yo darte |
sin que me paguen en soltura a Marte.» |
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Neptuno le replica: «si eso sólo |
te impide, yo la paga te aseguro, |
ante el gran Jove y el sagrado Apolo |
te doy la mano y de cumplillo juro; |
y el regidor del uno y otro polo |
me lance al espantable reino oscuro |
a eterno y miserable mal sujeto, |
si no cumpliere lo que aquí prometo. |
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Bien puedes, oh ecelente dios del fuego, |
si puede algo el amistad contigo |
el acerado hilo aflojar luego, |
pues a la paga por deudor me obligo; |
con ese cargo, aunque en mi enojo ciego, |
tu voluntad, oh gran Neptuno, sigo,» |
-Vulcano respondió- y la red largando, |
los ciegos nudos fueron aflojando. |
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Luego que Marte en libertad se vido |
y que mover los fuertes brazos pudo, |
el fuerte arnés habiéndose vestido, |
se caló el yelmo y embrazó el escudo; |
empuñado a la espada enfurecido, |
avergonzado y de coraje mudo, |
resuelto de vengar su desafuero, |
se fue desde allí a Tracia el tracio fiero |
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Las Gracias acudieron a este punto |
y cobijando a Venus la hermosa |
el bello cuerpo, natural trasunto |
de la beldad más rara y milagrosa; |
cubierta así, su carro puesto a punto, |
enderezó su vía presurosa |
a Cipre, adonde siendo acompañada |
de las divinas Gracias fue lavada. |
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Con esto, quedó libre de la injuria |
de la red rigurosa recebida |
y olvidada de todos la lujuria |
que fue ocasión de ser en ella asida; |
mas la implacable saña y mortal furia |
contra el Sol y su casta concebida |
fue perdurable en Venus, cuya historia |
consagra el tiempo a la imortal memoria. |
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Esta, si el generoso cielo aspira |
a la musa, que el ciego amor de Marte |
os ofrece, hará vivir mi lira |
vuestra gloria cantando en toda parte; |
y contra el ciego olvido y su cruel ira |
serán en numeroso estilo y arte |
en graves espondeos y en sagrados |
dóricos, vuestros hechos celebrados. |
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En tanto que se cumple este deseo |
(oh ecelso Don Enrique de la Cueva) |
y que el puesto ocupáis en que ya os veo, |
digno al valor de vuestra heroica prueba, |
el don humilde del furor cirreo |
acetad, que aunque humilde se comprueba |
la voluntad en él con que se ofresce, |
y ésta, por si que la acetéis meresce. |