Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice Siguiente


Abajo

Los hermanos


Publio Terencio Africano


Simón Abril, (trad.)


Víctor Fernández Llera



PERSONAS
 

 
MICIÓN,   viejo, hermano de Demea, padre adoptivo de Equino.
DEMEA,   viejo, hermano de Mición, padre de Esquino y de Tesifón
SANNIÓN,   mercader de esclavos.
ESQUINO,   joven, hijo de Demea, adoptado por su tío Mición.
SIRO,   esclavo de Esquino.
TESIFÓN,   joven, hijo de Demea, hermano de Esquino.
SOSTRATA,   madre de Pánfila.
CANTARA,   nodriza de Pánfila.
GETA,   esclavo de Sostrata.
HEGIÓN,   viejo, pariente de Pánfila.
DROMÓN,   esclavo de Mición.
PARMENÓN,   esclavo de Esquino.
PÁNFILA,   hija de Sostrata.
PERSONAS QUE NO HABLAN
 

 
CALIDIA,   esclava robada por Esquino.
ESTORAX,   esclavo de Mición.



ArribaAbajoPrólogo

Toda vez que el poeta ha visto que gentes malévolas andan royendo sus escritos, y que sus enemigos procuran desacreditar la comedia que vamos a representar, él se denunciará a sí mismo. Vosotros juzgaréis si lo que ha hecho es digno de aplauso o de censura.

Hay una comedia de Difilo, llamada Synapashnescontes1. Tradújola Plauto y llamola Commorientes. En la griega se introduce un mancebo que a un rufián le quita por fuerza una ramera. Plauto dejó sin traducir este lugar, que nuestro poeta tomó para Los Hermanos, y tradujo palabra por palabra.

Esta comedia nueva es la que vamos a representar. Vedla y juzgad si aquí hay hurto, o si el poeta ha utilizado una escena que se omitió por descuido.

Cuanto a lo que esos maliciosos dicen, que ilustres personajes le ayudan y a la continua son sus colaboradores2, eso que a ellos les parece una gran injuria, el poeta lo tiene a mucha honra, pues agrada a aquellos que a todos vosotros y al pueblo romano supieron agradar, y que, sin arrogancia, prestaron sus servicios a quienquiera que los hubo menester en la guerra, en la administración y en los negocios. Por lo demás, no aguardéis el argumento de la comedia. Parte de él declaran los viejos que van a aparecer en la primera escena: la acción mostrará lo demás. Procurad que vuestra benevolencia dé ánimos al autor para componer otras comedias.






ArribaAbajoActo I


Escena I

 

MICIÓN.

 

MICIÓN.-   (A la puerta da su casa, hablando a un siervo, que está dentro.)  ¡Estorax!... ¿No volvió Esquino anoche de la cena? ¿Ni criado ninguno de los que fueron por él? Realmente que es verdad lo que dicen comúnmente: que cuando uno está de alguna parte ausente, o se detiene allá, le vale más que le acaezca lo que de él dice su mujer, o lo que de él imagina en su pensamiento muy colérica, que no lo que los padres amorosos. Tu mujer, si te detienes, o piensa que andas en amores, o en banquetes, y dándote buena vida; y que para ti sólo son los goces y ella pasa los trabajos. Pero yo, por no haber vuelto mi hijo, ¡qué de cavilaciones! ¡Qué de cosas ahora me dan congoja! Que se me haya resfriado; que haya caído en alguna sima; que se haya lisiado en su persona. ¡Bah!, ¿qué hombre habrá en el mundo que tenga en su corazón cosa más amada que cada uno es de sí mismo? Además, éste no es hijo mío, sino de mi hermano; el cual, desde su mocedad, es de condición muy diferente a la mía. Yo seguí esta vida ociosa y tranquila de la ciudad, y jamás he sido casado; cosa que por ahí se tiene a dicha. Él, por el contrario, quiso más vivir en el campo, y darse una vida de escasez y de trabajos. Casose; naciéronle dos hijos, de los cuales tomé yo por adoptivo éste mayor. Hele criado desde niño; hele tenido y querido como si fuera mío; él es todas mis delicias; sólo él es mi amor. Procuro con diligencia que él también me quiera; doyle cuanto necesita, pásole muchas cosas, pues no tengo para qué tratarle en todo con rigor. Finalmente, las cosas que otros hacen a espaldas de sus padres, que son aquellas que la mocedad trae consigo, hele vezado a mi hijo a que no me las encubra. Porque el que se acostumbrare a mentir, o se atreviere a engañar a su padre, tanto más se atreverá a todos los demás. Yo creo que es mejor que los hijos cumplan su deber enfrenados por la vergüenza y benignidad, que con rigor. Esto no le cuadra a mi hermano, ni le parece bien. Cien veces me ha venido dando voces: «¿Qué haces, Mición?, ¿por qué nos echas a perder este mozo?, ¿por qué anda en amores?, ¿por qué en banquetes?, ¿por qué le das tú para todo esto qué gastar? Llévasle muy pintado de vestidos: Eres demasiadamente simple». Y él también es demasiadamente riguroso: más de lo que pide la razón. Y a mi parecer va muy engañado el que piensa que es más firme y más seguro el señorío que se administra con rigor, que el que con amor se atrae. Mi parecer es éste, y yo así lo entiendo: que el que hace su deber, forzado por castigos, mientras teme que se sabrán sus culpas, guárdase; pero, si confía que se podrán encubrir, a su condición se vuelve. Pero el que atraéis por amor, hácelo de voluntad, procura pagaros en lo mismo; en presencia y en ausencia será el mismo. Éste es el oficio del padre: antes vezar al hijo a que haga su deber de buena voluntad, que por temor de nadie. Tal es la diferencia entre el padre y el señor; y el que no la pueda observar, confiese que no sabe criar hijos.  (Viendo a DEMEA.)  ¿Pero es por dicha éste el mismo de quien trataba? Realmente que es él. No sé de qué está triste, creo vendrá ya a reñir conmigo, como suele. -Huélgome, Demea, de verte en salud.



Escena II

 

DEMEA, MICIÓN.

 

DEMEA.-  ¡Oh, a buen tiempo! En tu misma busca vengo.

MICIÓN.-  ¿De qué estás triste?

DEMEA.-  ¿Donde Esquino está de por medio, me preguntas de qué estoy triste?

MICIÓN.-   (Aparte.) ¿No lo decía yo?...  (Alto.)  ¿Qué ha hecho Esquino?

DEMEA.-  ¿Qué ha hecho? Que ni tiene vergüenza de nada, ni temor a nadie, ni hace cuenta que ha de estar sujeto a ley ninguna. Porque, sin hablar de sus pasadas picardías, ¿qué piensas que ha hecho ahora?

MICIÓN.-  ¿Qué es ello?

DEMEA.-  Ha quebrado puertas, y ha entrado por fuerza en casa ajena, y al dueño de ella, y a toda su familia los ha maltratado, hasta dejarlos por muertos; ha quitado por fuerza una mujer de quien él está enamorado. Todos a voces dicen haber sido muy mal hecho. ¿Cuántos piensas, Mición, que me lo han dicho viniendo? No se habla de otro en toda la ciudad. Y si compararse puede, ¿no ve a su hermano cuán solícito está en su hacienda, y cómo se está en su granja reglado y moderado, y cómo no hace nada de esto? Lo que a él le digo, Mición, a ti te lo digo: que tú le dejas perderse.

MICIÓN.-  La cosa más injusta del mundo es un hombre necio, porque nada tiene por bueno, salvo lo que él hace.

DEMEA.-  ¿A qué viene eso?

MICIÓN.-  A que tú, Demea, no eres en esto buen juez. Créeme que no es maldad que un mancebillo ande entre mujeres, ni menos en banquetes, ni que quiebre las puertas. Y si tú y yo no hicimos travesuras semejantes, fue porque la pobreza no nos dio lugar de hacerlas. ¿Y tú ahora alábaste de lo que dejaste de hacer por necesidad? Esto es injusto; porque si tuviéramos con qué, también lo hiciéramos. Y tú, si fueses cuerdo, a tu hijo le dejarías ahora hacer todo esto, que a su edad es lícito, y no le darías ocasión de esperar a que estés bajo de tierra, para hacerlo entonces, cuando ya no le esté bien.

DEMEA.-  ¡Oh, soberano Júpiter! ¡Tú, hombre, vas a volverme loco! ¿Qué, no es maldad que un mozuelo haga estas cosas?

MICIÓN.-  ¡Ah!, óyete. No me rompas más sobre esto la cabeza. Tú ya me diste tu hijo por hijo adoptivo, ya él quedó por mío. Si él en algo yerra, Demea, a mi daño lo yerra, y de ello a mí me tocará la mayor parte. ¿Gasta?, ¿bebe?, ¿lleva perfumes? De mi hacienda lo hace. ¿Tiene amiga? Yo le daré para ello dinero, mientras pueda, y mando no, ya le echarán ellas de casa3. ¿Ha quebrado puertas? Se harán otras. ¿Ha rasgado ropa? La zurciremos. Gracias a los dioses, hay de qué, y hasta ahora no me da mucha pena. Finalmente, o déjame hacer, o busca cualquier árbitro, que yo te probaré que en esto mucho más lo yerras tú que yo.

DEMEA.-  ¡Ay de mí! Aprende a ser padre, de aquéllos que lo saben ser de veras.

MICIÓN.-  Por naturaleza, su verdadero padre lo eres tú; por los consejos, yo.

DEMEA.-  ¿Tú le aconsejas en nada?

MICIÓN.-  ¡Ah, si perseveras... me iré!

DEMEA.-  ¿Eso harás?

MICIÓN.-  ¡Pues qué!, ¿tengo de oír tantas veces una misma cosa?

DEMEA.-  Es que me da cuidado.

MICIÓN.-  Y a mí también me lo da; pero, Demea tengamos cada uno cuenta con su justa parte, tú con el uno y yo con el otro. Porque cuidar tú de ambos, casi casi es tornarme a pedir el hijo que me diste.

DEMEA.-  ¡Ah, Mición!

MICIÓN.-  A mí así me parece.

DEMEA.-  ¿Qué es eso? Si así lo quieres, derrame, destruya, piérdase él; que no me toca nada. ¡Si de hoy más, palabra ninguna...!

MICIÓN.-  ¿Colérico otra vez, Demea?

DEMEA.-  ¿Y aún no lo crees? ¿Pídote por ventura el que te di? Siéntolo, no soy ningún extraño; pero si estorbo, desde luego me aparto. Quieres que tenga cuenta con el uno, ya la tengo; y doy gracias a los dioses, pues él es tal, cual yo le quiero. Ése tuyo, él lo sentirá a la postre. Y no digo más.



Escena III

 

MICIÓN, solo.

 

MICIÓN.-  Aunque no hay para tanto, con todo eso no deja de ser algo lo que dice, ni deja de darme a mí alguna pesadumbre; pero no he querido mostrarme pesaroso, porque es un hombre que, con aplacarle y resistirle de veras, y espantarle con todo eso, apenas lo toma con paciencia. Pues si yo le atizase su cólera y se la acrecentase, perdería realmente el seso juntamente con él. Aunque no deja Esquino de hacernos en esto algún agravio. ¿Qué ramera hay con quien él no haya tenido sus amores o a quien no le haya dado algo? Finalmente (creo que de aburrido ya de todas) me dijo poco ha que se quería casar. Confiaba yo que ya se le había pasado el hervor de la mocedad, holgábame, ¡y heos aquí ahora de nuevo...! Pero yo quiero saber de cierto lo que pasa, y verme con él, si está en la plaza.





ArribaAbajoActo II


Escena I

 

SANNIÓN, ESQUINO, PARMENÓN, CALIDIA. (Los dos últimos personajes no hablan)

 

SANNIÓN.-   (Corriendo tras ESQUINO y PARMENÓN, que se llevan a CALIDIA.)  ¡Suplícoos, vecinos, que favorezcáis a este infeliz, que no hace mal a nadie! ¡ Socorred a este pobre!

ESQUINO.-   (A CALIDIA.)  Párate ahí; que ahí bien segura estás. ¿Qué miras? Nada temas; que éste en mi presencia no te tocará.

SANNIÓN.-  ¡Yo a esa moza... a pesar de cuantos son...!

ESQUINO.-  Aunque es bellaco, no dará hoy ocasión para que le hayan de sentar la mano otra vez.

SANNIÓN.-  Esquino, óyeme; porque no digas después que tú no sabías mis costumbres. Hágote saber que yo soy mercader de esclavos.

ESQUINO.-  Ya lo sé.

SANNIÓN.-  Pero de tan buena fe, como otro haya habido donde quiera. No estimaré ni en esto  (Tócase con el pulgar la uña del índice.)  que tú después te me vengas con disculpas, diciendo que te pesa de que se me haya agraviado. Créemelo: Yo pediré mi justicia, y nunca tú me satisfarás con palabras el daño que me has hecho por la obra. Que yo ya conozco todas vuestras excusas: «No quisiera que tal hubiera sucedido; yo juraré que tú no merecías este agravio», después de haberme hecho tan malos tratamientos.

ESQUINO.-   (A PARMENÓN.)  Ve delante, presto, y abre aquellas puertas.  (Indicando la casa de su padre, MICIÓN.) 

SANNIÓN.-  Como si callaras4.

ESQUINO.-   (A CALIDIA.)  Acaba ya de entrar.

SANNIÓN.-  Digo que no lo consentiré.

ESQUINO.-  Llégate allá, Parmenón; mucho te has alejado; ponte aquí junto de éste. ¡Así, así! Mira que no quites tus ojos de los míos, para que sin tardanza, en cuanto yo te hiciere señas, le sientes el puro en la quijada.

SANNIÓN.-  Eso quisiera yo ver.  (PARMENÓN le da una puñada.) 

ESQUINO.-  ¡Ea!, guarda; suelta la moza.

SANNIÓN.-  ¡Oh, maldad!

ESQUINO.-  Cata que no secunde.  (PARMENÓN le sacude otra puñada.) 

SANNIÓN.-  ¡Ay, cuitado de mí!

ESQUINO.-   (A PARMENÓN.)  No te había hecho señas; pero, en fin, más vale que lo yerres por allí. Éntrate ya.  (PARMENÓN entra en casa con la esclava.) 

SANNIÓN.-  ¿Qué es esto? ¿Eres tú por dicha, Esquino, el rey de esta ciudad?

ESQUINO.-  Si lo fuera, llevaras el premio que merecen tus virtudes.

SANNIÓN.-  ¿Qué tienes tú conmigo?

ESQUINO.-  Nada.

SANNIÓN.-  Dime, ¿sabes quién soy yo?

ESQUINO.-  ¡Ni falta...!

SANNIÓN.-  ¿Hete tocado yo en lo tuyo?

ESQUINO.-  ¡Pobre de ti, si tal hicieras!

SANNIÓN.-  ¿Con qué derecho me quitas tú una moza, que a mí me costó mi dinero? Responde.

ESQUINO.-  Mira, Sannión, que no te me vengas con escándalos delante de la puerta; porque si perseveras en ser pesado, haré que te arrebaten allá dentro y que te den una de azotes hasta reventarte.

SANNIÓN.-  ¿Azotes a un hombre libre?

ESQUINO.-  Como lo oyes.

SANNIÓN.-  ¡Oh desalmado! ¿Y aquí es donde dicen que la libertad es igual para todos?

ESQUINO.-  Si estás ya harto de hacer del borracho, rufián, óyete ya si quieres.

SANNIÓN.-  ¿Yo he hecho del borracho, o tú más de veras contra mí?

ESQUINO.-  Déjate de eso, y vamos al caso.

SANNIÓN.-  ¿Al caso?, ¿a qué caso tengo de volver?

ESQUINO.-  ¿Quieres ya que te diga una cosa que te cumple?

SANNIÓN.-  Sí, con tal que ella sea justa.

ESQUINO.-  ¡Bah!... ¡El rufián no quiere que yo le hable fuera de razón!

SANNIÓN.-  Rufián soy, no lo niego; perdición de todos los mancebos, cifra del perjurio, peste de la ciudad; pero, con todo esto, a ti hasta ahora ningún agravio te he hecho.

ESQUINO.-  ¡Pues no faltaba más!

SANNIÓN.-  Torna, por favor, Esquino, a lo que comenzabas a decir.

ESQUINO.-  A ti te costó la moza veinte minas; ¡que mal provecho te haga! Eso mismo se te dará por ella.

SANNIÓN.-  ¿Y si yo no la quiero vender?, ¿me obligarás...?

ESQUINO.-  No, por cierto.

SANNIÓN.-   (Con ironía.)  Temí que sí.

ESQUINO.-  Ni me parece que es bien que se venda la que es libre, porque yo, como a mujer libre, la defenderé en el litigio5. Ahora mira cuál quieres más: si recibir en paz tu dinero o pleitear. Resuélvelo mientras vuelvo, rufián.



Escena II

 

SANNIÓN, solo.

 

SANNIÓN.-  ¡Oh, soberano Júpiter! No me maravillo de los que pierden el seso por agravios que les hacen. Hame sacado de mi casa, hame sacudido, a mi pesar se me ha llevado mi moza, y en pago de todas estas malas obras, me pide que se la dé por lo que me costó. ¡Cuitado de mí, que me ha dado más de quinientos bofetones! Pero, en fin, pues lo ha sudado bien, hágase lo que él quiere, su derecho pide. Ya yo deseo dársela, si me vuelve mi dinero. Pero yo adivino lo que será. Así que le diga que se la doy en tanto, él enseguida hará sus testigos de cómo se la he vendido. Y lo del dinero... un sueño. Luego dirá: «Vuelve mañana». Y aun esto lo podría sufrir, con tal que me lo diese. ¡Aunque es injusto...! Pero yo pienso lo que es, que pues uno ha tomado este comercio, ha de aguantar y callar el agravio que le hacen los mancebos. Pero nadie me dará nada; por demás estoy yo echando entre mí estas cuentas.



Escena III

 

SIRO, SANNIÓN.

 

SIRO.-   (Saliendo de casa y hablando desde la puerta a ESQUINO.)  Calla, que yo me veré ahora con él  (Alude a SANNIÓN.)  y haré que lo tome de buena gana, y aunque diga que los dioses le han hecho merced. -¿Qué es esto, amigo Sannión, que me dicen que has tenido no sé qué brega con mi amo?

SANNIÓN.-  En mi vida la vi más desigual que la que hoy ha habido entre nosotros. Yo a recibir y él a sacudir, hasta que los dos nos cansamos.

SIRO.-  Por tu culpa.

SANNIÓN.-  ¿Qué había de hacer yo?

SIRO.-  Debiste complacer al mancebo.

SANNIÓN.-  ¿Qué más pude, pues hasta la cara le entregué?

SIRO.-  ¡Ea!, ¿sabes lo que te digo? Que el no hacer caso del dinero en su tiempo y lugar, es algunas veces más ganancia.

SANNIÓN.-   (Con ironía.)  ¡Ya!

SIRO.-  ¿Temiste tú, necio de toda necedad, que si cedías ahora un poquillo de tu derecho, y complacías al mancebo, no te cobraras con usura?

SANNIÓN.-  Yo no compro esperanza a trueque de dinero.

SIRO.-  En tu vida ganarás hacienda. ¡Taday, Sannión, que no sabes cebar la gente!

SANNIÓN.-  Bien creo yo que debe de ser eso lo mejor; pero yo nunca fui en mi vida tan sagaz, que no quisiese más un «toma», que dos «te daré».

SIRO.-  ¡Ea! Que ya yo sé tu condición ahidalgada, y que no harás caso de veinte minas, por darle gusto a éste. Además, dicen que estás de partida para Chipre.

SANNIÓN.-   (Sobresaltado.)  ¿Eh?

SIRO.-  Y que tienes muchas cosas compradas para llevar de aquí a allá. Y nave fletada: todo esto sé. Y ahora estás como colgado del pensamiento. Pero yo confío que, cuando vuelvas, arreglarás este negocio.

SANNIÓN.-  ¡Yo a ninguna parte voy!  (Aparte.)  ¡Pobre de mí! ¡Con esta esperanza lo han ellos emprendido!

SIRO.-   (Aparte.)  Temor tiene; pena le he dado al hombre.

SANNIÓN.-  ¡Ah, pícaros! ¡Mira cómo me han cogido por las mismas coyunturas! Tengo preparado un cargamento de mujeres y otras muchas mercancías que llevo de aquí a Chipre. Si no voy allá a la feria, recibo muy gran daño. Y si ahora dejo esto, cosa perdida. Cuando de allá vuelva, todo será viento; ya el negocio se habrá enfriado. «¿Ahora te acuerdas? ¿Por qué lo has dilatado? ¿Dónde has estado?». De manera que me vale más perderlo que o detenerme ahora tanto tiempo, o pedirlo entonces.

SIRO.-  ¿Has echado bien la cuenta de lo que entiendes que ha de volver a tu poder?

SANNIÓN.-  ¿Es ésta acción de un hombre como Esquino? ¿Esto ha de hacer él?, ¿quitarme la moza por fuerza?

SIRO.-   (Aparte.)  Ya cae.  (Alto.)  Sólo tengo que decirte una cosa, Sannión. Mira si te conviene. Antes de ponerte en peligro de cobrarlo o perderlo todo, pártelo por la mitad. Diez minas él las abarrerá de acá o de allá.

SANNIÓN.-  ¡Oh, cuitado de mí! ¿Y aun mi dinero propio corre riesgo? No tiene vergüenza, ¿después de haberme crujido todos mis dientes, y además de haberme hecho toda la cabeza a golpes una levadura, y que sobro esto me defraude? No voy a ninguna parte.

SIRO.-  Como gustes. ¿Mandas algo, antes que me vaya?

SANNIÓN.-  Antes, Siro, lo que te suplico es que, como quiera que el caso haya sucedido, por no ponerme a pleitear, se me vuelva mi dinero. ¡Siquiera lo que me costó, Siro! Bien veo yo que hasta ahora tú no te has servido de mi amistad; pero tú dirás que soy hombre de memoria y agradecimiento.

SIRO.-  Yo lo haré con diligencia. -Pero a Tesifón veo, alegre viene por la amiga.

SANNIÓN.-  ¿Y lo que te suplico?

SIRO.-  Aguarda un poco.



Escena IV

 

TESIFÓN, SIRO.

 

TESIFÓN.-   (Sin ver a SIRO.)  De quienquiera se huelga el hombre de recibir un beneficio, cuando lo ha menester; pero lo más gustoso realmente es, cuando lo hace el que es justo que lo haga. ¡Oh, hermano, hermano mío! ¿Cómo alabarte yo ahora? Porque de cierto sé que nunca yo diré cosa tan ilustre que no le haga mucha ventaja tu virtud. Y así entiendo que en esto aventajo a todos los demás, en que no hay quien tenga un hermano tan principal en todas las más excelentes virtudes, como el mío.

SIRO.-   (Llamándole.)  ¡Tesifón!

TESIFÓN.-  ¡Ah, Siro! ¿Dónde está Esquino?

SIRO.-  Ahí le tienes, esperándote en casa.

TESIFÓN.-   (Muy alegre.)  ¡Oh!

SIRO.-  ¿Qué es eso?

TESIFÓN.-  ¡Qué ha de ser! ¡Que le debo la vida, Siro! ¡Bendito mancebo! Todo lo ha pospuesto en mi provecho: las injurias, la fama, mis amores y mi yerro, todo lo ha cargado sobre sí. No podía hacer más. -Pero, ¿qué es esto? La puerta ha sonado.

SIRO.-  Espera, espera: él es quien sale.



Escena V

 

ESQUIVO, SANNIÓN, TESIFÓN, SIRO.

 

ESQUINO.-  ¿Dó está aquel roba-iglesias?

SANNIÓN.-   (Aparte.)  Por mí pregunta. ¿Traerá algo? ¡Perdido soy!... ¡ Nada veo!...

ESQUINO.-   (A TESIFÓN.)  ¡Hola!... A propósito, te buscaba. ¿Qué es eso, Tesifón? Todo está ya en salvo; echa ya de ti esa tristeza.

TESIFÓN.-  Sí; realmente la echo, de veras, pues tengo un hermano como tú. ¡Oh, Esquino mío! ¡Oh, hermano mío! ¡Ah! Empacho tengo de alabarte más en tu presencia, porque no pienses que lo hago más por manera de lisonja que de agradecimiento.

ESQUINO.-  ¡Quítate allá, simple! ¡Como si ahora por primera vez nos conociésemos, Tesifón! Lo que me duele es haberlo yo sabido tan tarde, y casi haber venido a punto que, aunque todo el mundo quisiera, no te pudiera remediar.

TESIFÓN.-  Dábame vergüenza.

ESQUINO.-  ¡Ah! No es ésa vergüenza, sino necedad. ¡Por una cosa de tan poco momento, casi ausentarse de la patria! Vergüenza es decirlo. Yo suplico a los dioses que nunca tal permitan.

TESIFÓN.-  Errelo.

ESQUINO.-   (A SIRO.)  ¿Y, pues, qué dice el amigo Sannión?

SIRO.-  Ya está más manso.

ESQUINO.-  Yo me iré a la plaza, a darle a éste  (Señalando a SANNIÓN su dinero. Tú, Tesifón, recógete allá dentro con ella.

SANNIÓN.-  Siro, dale prisa.  (A ESQUINO, en tono irónico.)  Vamos, porque éste está de partida para Chipre.

SANNIÓN.-  No tanta tampoco; que aquí estoy despacio cuanto quieras.

SIRO.-  Se te pagará, no temas.

SANNIÓN.-  Pero que me lo pague todo.

SIRO.-  Todo te lo pagará; calla ahora, y sígueme por aquí.

SANNIÓN.-  Ya te sigo.  (ESQUINO, SANNIÓN y SIRO echan a andar en dirección a la plaza.) 

TESIFÓN.-  ¡Hola, hola, Siro!

SIRO.-  ¿Eh?, ¿qué quieres?

TESIFÓN.-  Por tu vida, que despachéis cuanto antes a ese pícaro, porque si más se alborota, vendrá esto por alguna vía a oídos de mi padre, y yo quedaré entonces perdido para siempre.

SIRO.-  No sucederá tal. Ten buen ánimo. Tú, entre tanto, huélgate allá dentro con ella, y manda que se nos aparejen las mesas y que esté a punto todo lo demás. Yo, en concluyendo el negocio, me volveré a casa con la vianda.

TESIFÓN.-  Sí, te lo ruego, y pues todo nos ha salido bien, pasemos este día en contento y regocijo.





ArribaAbajoActo III


Escena I

 

SOSTRATA, CANTARA.

 

SOSTRATA.-  Dime por tu vida, ama mía, ¿en qué parará esto?

CANTARA.-  ¿En qué parará? A fe, que confío que tendremos buen suceso.

SOSTRATA.-  ¡Ay, amiga mía, que ahora la comienzan a tomar los primeros dolores!

CANTARA.-  Ya estás con miedo, como si nunca te hubieses hallado en partos o nunca tú hubieses parido.

SOSTRATA.-  ¡Desdichada de mí, que no tengo a nadie! Estamos solas. Geta no está aquí, ni tengo a quien enviar por la partera, ni quien me vaya a llamar a Esquino.

CANTARA.-  En buena fe que él estará luego aquí, porque jamás se pasa día ninguno sin que venga.

SOSTRATA.-  Él solo es el remedio de mis trabajos.

CANTARA.-  La cosa no pudo, señora, suceder mejor de lo que sucedió. Ya que hubo deshonra, que tocase precisamente a un hombre como aquél, tan principal, de tan buena casta y condición, señor de una casa tan rica.

SOSTRATA.-  Ello es en verdad como tú lo dices. A los dioses suplico que nos le tengan de su mano.



Escena II

 

GETA, SOSTRATA, CANTARA.

 

GETA.-   (Sin ver a las mujeres.)  Éste es ahora un caso que, aunque todo el mundo se ponga a buscar remedio al mal, no podrá hallarle. El cual mal es para mí y para mi ama y para la hija de mi ama. ¡Oh, cuitado de mí! ¡Qué de cosas nos tienen a la vez cercados, sin que podamos escapar: la fuerza, la necesidad, la injusticia, el desamparo, la afrenta! ¿Ésta es vida? ¡Oh, maldades! ¡Oh, malas castas! ¡Oh, hombre desleal...!

SOSTRATA.-  ¡Cuitada de mí! ¿Qué es esto, que veo venir a Geta tan alterado y tan deprisa?

GETA.-   (Continuando.)  Al cual ni la fe, ni el juramento, ni la piedad detuvo ni dobló; ni aun el ver cuán cerca estaba el parto de la infeliz a quien él tan sin razón había deshonrado.

SOSTRATA.-   (A CANTARA.)  No oigo bien lo que dice.

CANTARA.-  Por tu vida, Sostrata, que nos lleguemos más cerca.

GETA.-  ¡Ah, pobre de mí, que casi estoy fuera de juicio, según la cólera me abrasa! No quisiera yo más, sino toparme con toda aquella casa, para descargar sobre ellos toda esta rabia, ahora que está fresca. Que por bien satisfecho me tendría, si solamente me viese yo vengado de ellos. Primeramente, le sacaría el alma al viejo, porque engendró un tan gran bellaco. Después, a Siro el promovedor. ¡Oh, de cuán diferentes maneras le despedazaría! Yo le arrebataría por medio patas arriba y daría con su cabeza contra el suelo, para que fuese sembrando los sesos por la calle. Al mozo le sacaría los ojos, y después daría con él en mi despeñadero. A todos los demás los derribaría, perseguiría, arrebataría, sacudiría, dejaría hechos una parva. Pero, ¿por qué no voy de presto a dar parte a mi ama de esta mala nueva?

SOSTRATA.-   (A CANTARA.)  Llamémosle.  (Alto.)  ¡Geta!

GETA.-   (Sin ver a SOSTRATA.)  ¡Bah!... Quienquiera que seas, déjame.

SOSTRATA.-  Soy yo: Sostrata.

GETA.-   (Mirando alrededor.)  ¿Qué es de ella? A ti misma te busco, a ti quiero; ¡oh, cuán a buen tiempo te has encontrado conmigo, señora mía!

SOSTRATA.-  ¿Qué es esto?, ¿de qué tiemblas?

GETA.-  ¡Ay de mí!

SOSTRATA.-  ¿De qué te alteras, amigo Geta? Toma aliento.

GETA.-  ¡Del todo...!

SOSTRATA.-  ¿Cómo del todo?, ¿qué es ello?

GETA.-  ¡Perdidos somos! ¡Acabose!

SOSTRATA.-  ¡Habla; dime, por tu vida, lo que es!

GETA.-  ¡Ya...!

SOSTRATA.-  ¿Qué ya, Geta?

GETA.-  Esquino...

SOSTRATA.-  ¿Qué dices de Esquino?

GETA.-  ... ¡ha perdido el amor a nuestra casa!

SOSTRATA.-  ¡Ay, desventurada de mí! ¿Por qué?

GETA.-  Ha comenzado a enamorarse de otra.

SOSTRATA.-  ¡Ay, desdichada de mí!

GETA.-  Y no lo hace muy de secreto; que él mismo se la ha quitado a un rufián, por fuerza, públicamente.

SOSTRATA.-  ¿Estás seguro?

GETA.-  Seguro. Yo mismo, Sostrata, lo vi por estos ojos.

SOSTRATA.-  ¡Ah, desventurada de mí! ¿Qué hay ya que creer?, ¿de quién fiarás? ¿Es posible que nuestro Esquino, el que era la vida de todas nosotras, de quien colgaban toda nuestra esperanza y salvación; el que hacía juramento que sin ella no podría vivir ni un solo día; el que decía que había de poner el niño en el regazo de su padre y pedirle de merced que le diese licencia para casar con ella...?

GETA.-  Señora, deja aparte ahora lágrimas, y mira lo que conviene hacer para en lo de adelante: si es bien que lo disimulemos, o que demos a alguno parte de ello.

CANTARA.-  ¡Ay, amigo!, ¿y estás en tu seso? ¿Una cosa como ésta te parece a ti que se debe descubrir a nadie?

GETA.-  A mí, cierto que no me lo parece, porque, cuanto a lo primero, por la obra se ve que él ya no nos tiene buena voluntad. Pues si ahora descubrimos esto, yo sé bien que él negará. Tu honra y la vida de tu hija andará en lenguas. Además de esto, aunque él lo confiese, pues está aficionado a otra, no es cosa que conviene darle ésta por mujer, y, por tanto, en todas maneras es menester que se calle.

SOSTRATA.-  ¡Ah!, ¡nunca!, ¡no haré tal!

GETA.-  ¿Qué intentas, pues?

SOSTRATA.-  Divulgarlo.

GETA.-  ¡Oh, señora mía, mira muy bien lo que haces!

SOSTRATA.-  Ya no puede ser más negro el cuervo que las alas. Cuanto a lo primero, ella no tiene dote. Además de esto, lo que había de ser su segunda dote, ya lo ha perdido: ya no puede cavarse por doncella. Éste es el postrer remedio que nos queda, que si negare, aquí tengo conmigo por testigo la sortija que nos dejó. Finalmente, pues mi conciencia está segura de que en esto no tengo culpa ninguna, y que no hubo de por medio dinero ni otra dádiva que a mí ni a ella nos sea afrentosa, Geta, helo de probar.

GETA.-  Corriente. Hágase lo que tú dices, puesto que ello sea lo mejor6.

SOSTRATA.-  Tú, con toda la diligencia posible, ve, y a Hegión, el tío de mi hija, dale cuenta de todo lo que pasa, porque éste fue muy grande amigo de nuestro Simulo, y siempre nos ha querido mucho.

GETA.-  Y en verdad que no hay otro que mire por nosotros.

SOSTRATA.-  Ve tú, Cantara mía, ve corriendo a llamar a la partera, para que, cuando sea necesaria, no nos haga esperar.



Escena III

 

DEMEA; después, SIRO.

 

DEMEA.-  ¡Perdido soy; que he entendido que mi hijo Tesifón se ha hallado con Esquino en el rapto de la moza! ¡Cuitado de mí! ¡No me faltaría ya más desventura sino que a éste que tiene algunas virtudes, pudiese el otro inducírmele a maldades! ¿Dónde le iría yo a buscar? Yo creo que me le habrá llevarlo a casa de alguna mala mujer. No hay duda que le habrá persuadido aquel pícaro. Pero allá veo ir a Siro. Éste me dirá dónde está. Pero éste es del rebaño; si comprende que ando en busca de mi hijo, no me lo dirá el verdugo. No le daré a entender que quiero esto.

SIRO.-   (Sin ver a DEMEA.)  Todo el caso de habernos contado ahora al viejo  (Alude a MICIÓN.) , cómo había pasado. No vi en mi vida cosa más regocijada.

DEMEA.-   (Aparte.)  ¡Oh, Júpiter, qué necedad de hombre!

SIRO.-  Alabó a su hijo, y a mí, porque le había aconsejado, me dio las gracias.

DEMEA.-   (Aparte.)  Reviento de enojo.

SIRO.-  Luego nos dio el dinero necesario y además media mina para gastar. Y a fe que ya la he empleado a mi gusto.

SIRO.-   (A los espectadores.)  Vedle. A tal como éste debéis encomendarle lo que quisiereis que se negocie bien.

SIRO.-  ¡Oh, Demea, no te había visto! ¿Qué se hace?

DEMEA.-  ¿Qué se hace, me preguntas? No sé qué me diga de vuestra manera de vivir.

SIRO.-  Realmente que es tonta, lo digo de veras, y ajena de razón.  (Vuelto de espaldas a DEMEA y dirigiéndose a los criados de la casa.)  Dromón, limpia bien todos los demás pescados, y a ese congrio mayor déjale nadar un poco en el agua. Cuando yo vuelva se abrirá, antes no.

DEMEA.-  Unas maldades como éstas se han de hacer!

SIRO.-  A mí, realmente, no me gustan, y mil veces grita contra ellas. -¡Hola, Estefanión! Haz que se remojen bien esos peces salados.

DEMEA.-  ¡Válgame la fe de los dioses! ¿Y tiénelo por ventura, por deporte, o piensa que le será, gran honra echar a perder a su hijo? ¡Oh, triste de mí! Ya me parece que estoy viendo el día en que, de pura necesidad, se ha de ir a alguna parte a servir al rey.

SIRO.-  ¡Oh, Demea! Eso es, a la fe, ser los hombres cuerdos; no solamente echar de ver lo que está delante de los pies, sino también las cosas por venir.

DEMEA.-  ¡Y qué!, ¿está ya en vuestra casa esa tañedora?

SIRO.-  Allá está.

DEMEA.-  Dime, ¿y hala de tener en casa?

SIRO.-  Creo que sí, según es su locura.

DEMEA.-  ¿Y eso hará?

SIRO.-  ¡Qué tonta mansedumbre de padre, y qué benignidad tan mala!

DEMEA.-  Cierto que me da vergüenza y pena de mi hermano.

SIRO.-  Nunca diferencia hay, Demea, de ti a él (y no lo digo porque estás delante); pero muy mucha. Tú de pies a cabeza no eres nada sino la misma sabiduría; él un zote. ¿Dejarías tú al tuyo  (Alude a TESIFÓN.)  hacer cosas como éstas?

DEMEA.-  ¡Si le dejaría...! ¿Seis meses antes que él intentase alguna picardía, no lo olería yo?

SIRIO.-  ¿A mí me cuentas tú lo que es tu diligencia?

DEMEA.-  Yo suplico a los dioses me le conserven cual él ahora es.

SIRO.-  Según que cada uno quiere que sea su hijo, así lo es.

DEMEA.-  ¿Y qué...?, ¿hasle visto hoy?

SIRO.-  ¿A tu hijo?  (Aparte.)  Echarele a éste a la granja.  (Alto.)  Rato ha, creo yo, que él debe entender en algo en la granja.

DEMEA.-  ¿Sabes de cierto que está allá?

SIRO.-  ¡Oh, como que yo mismo le acompañé!

DEMEA.-  Muy bien. Recelo tuve no se me arrimase por aquí.

SIRO.-  Y aun muy airado.

DEMEA.-  ¿Por qué?

SIRO.-  Húbolas malamente con su hermano en la plaza por esta tañedora.

DEMEA.-  ¿Díceslo de veras?

SIRO.-  ¡Oh!, no se mordió la lengua. Porque casualmente estando contando el dinero, he aquí donde viene tu hombre de improviso, y comienza a gritar: «¡Oh, Esquino! ¿Y tú has de cometer unas infamias como éstas? ¿Tú has de hacer cosas tan ajenas de nuestro linaje?».

DEMEA.-  ¡Ah, de puro placer lloro!

SIRO.-  «No destruyes tú este dinero, sino tu propia vida».

DEMEA.-  Los dioses me le guarden. Yo confío que se ha de parecer a sus mayores.

SIRO.-   (En tono ponderativo.)  ¡Oh!...

DEMEA.-  ¡Siro, de tales consejos está él embutido!

SIRO.-  ¡Bah! ¡Tal maestro se tiene él en casa de quien aprender!

DEMEA.-  Yo lo procuro sin descanso. No le paso cosa ninguna, amonéstole, y, finalmente, yo le mando que se mire en las vidas de todos como en un espejo, y que de ellos tome ejemplo para sí. «Harás esto, le digo».

SIRO.-  Muy bien.

DEMEA.-  «Te guardarás de aquello».

SIRO.-  Astutamente:

DEMEA.-  «Eso se tiene por honra».

SIRO.-  Ésa es la cosa.

DEMEA.-  «Estotro por afrenta».

SIRO.-  Bien, bien.

DEMEA.-  Además...

SIRO.-  De veras que no tengo ahora lugar para escucharte. Porque he comprado unos peces a pedir de boca y he de mirar no se me pudran. Porque esto, Demea, tan gran falta es en nosotros, como en vosotros el no hacer lo que ahora decías. Y en cuanto puedo, de la misma manera les doy lecciones a los mozos de cocina: «Esto está salado; estotro, quemado; lo otro, final lavado; aquello bien; acuérdate para otra vez». Enséñoles lo que puedo conforme a mi poquillo saber. Finalmente, Demea, yo les mando que se miren en los platos, como en un espejo, y les advierto lo que se ha de hacer. Bien entiendo yo que es necedad todo esto que aquí hacemos; pero, ¡qué remedio!... Según que cada uno es, así le habemos de llevar la condición. ¿Mandas otra cosa?

DEMEA.-  Que los dioses os den mejor seso.

SIRO.-  ¿Tú te vas desde aquí a la granja?

DEMEA.-  Derecho.

SIRO.-  Porque... tampoco... ¿qué has de hacer tú aquí donde, si das un buen consejo, nadie te obedece?

DEMEA.-  Cierto que de aquí me voy, pues aquel por quien yo había venido acá, fuese al campo. Con sólo aquél tengo cuenta: aquél me toca a mí. Pues mi hermano así lo quiere, de este otro él cuidará. ¿Pero quién es aquél que veo allá lejos? ¿Es, por dicha, Hegión, el de nuestra tribu? Si la vista no me engaña, realmente que es él. ¡Oh, qué hombre tan mi amigo desde que éramos niños! ¡Soberanos dioses, y cuán gran falta tenemos ya de ciudadanos tales como éste! Hombre de antigua virtud y crédito. Cierto que éste poco final procure a la ciudad. ¡Cómo me huelgo de ver que aún hay reliquias de aquella buena raza! ¡Oh! Aún da gusto vivir. Aguardarele, por saludarle y hablarle.



Escena IV

 

HEGIÓN, GETA, DEMEA, PÁNFILA.

 

HEGIÓN.-   (Sin ver a DEMEA, hasta que lo indica el diálogo.) ¡Oh, soberanos dioses! ¡Qué infamia, Geta! ¿Qué me dices?

GETA.-  Pasa como te he dicho.

HEGIÓN.-  ¿De una casa tan principal haber nacido un hecho tan villano? ¡Oh, Esquino, cierto que en esto no te pareces a tu padre!

DEMEA.-   (Aparte.)  Debe haber oído algo de lo de la tañedora, y con ser extraño le duele, y a este otro,  (Alude a MICIÓN.)  con ser su padre, no le da ninguna pena. ¡Oh, triste de mí! ¡Y no estuviera él aquí cerca para que oyera esto!

HEGIÓN.-   (A GETA.)  Si no hacen lo que es de razón, no se saldrán así con ello.

GETA.-  Toda nuestra esperanza, Hegión, cuelga de ti, no tenemos otro amparo. Tú eres nuestro valedor, tú nuestro padre. Aquél nuestro viejo a ti nos dejó encomendarlos al tiempo de morir. Si tú nos abandonas, perdidos somos.

HEGIÓN.-  No digas tal, que ni lo haré, ni entiendo que podría hacerlo píamente.

DEMEA.-   (Aparte.)  Hablarle quiero. -Guárdente los dioses, Hegión.

HEGIÓN.-  ¡Oh, en tu misma busca venía! Seas bien hallado, Demea.

DEMEA.-  ¿Sobre qué...?

HEGIÓN.-  Tu hijo mayor, Esquino, el que a tu hermano diste por adoptivo, ha hecho una cosa que no es, en verdad, de hombre de bien ni de hidalgo.

DEMEA.-  ¿Qué es ello?

HEGIÓN.-  ¿Acuérdaste de Símulo, aquel amigo nuestro, de nuestra misma edad?

DEMEA.-  ¿Cómo no?

HEGIÓN.-  Esquino ha desflorado a una hija de éste.

DEMEA.-  ¡Oh!

HEGIÓN.-  Espera, Demea, que aún no has oído lo peor del caso.

DEMEA.-  ¿Y aún hay algo peor?

HEGIÓN.-  Sí, peor; porque esto, en cierto modo, se pudiera sufrir; indújole la noche, el amor, el vino, los pocos años... ¡cosas de hombres! Mas cuando vio lo que había hecho, él, de su propia voluntad, vino a la madre de la doncella llorando, rogando, suplicando, y dando su palabra y jurando que se casaría con ella. Perdonósele, callose, diósele crédito. La doncella de aquella fuerza quedó en cinta; ya ha entrado en los diez meses, y el muy hombre de bien (los dioses me perdonen), hásenos habido una tañedora, para pasar la vida con ella y dejar a esta otra burlada.

DEMEA.-  ¿Y eso que me dices es cierto?

HEGIÓN.-  Ahí está la madre de la doncella, y la doncella misma, y el caso mismo y, en fin, este Geta, que, para conforme el ser de los esclavos, es buen siervo y diligente. Él las mantiene, él solo sustenta toda la casa. Cógele y aprisiónale y haz información del caso.

GETA.-  Y ábreme en canal, Demea, si ello no fue así. Finalmente, él no lo negará; hazle venir a mi presencia.

DEMEA.-   (Aparte.)  Corrido estoy. Ni sé qué me haga, ni qué respuesta le dé a éste.  (Indicando a HEGIÓN.) 

  PÁNFILA.-  (Dentro.)  ¡Desdichada de mí! ¡Que me parten por medio estos dolores! ¡Juno Lucina, dame favor! ¡Sálvame, yo te lo ruego!

HEGIÓN.-  ¡Oh!... Dime, ¿está ya aquélla de parto?

GETA.-  Sí, en verdad, Hegión.

HEGIÓN.-  Mira, Demea. Aquélla ahora implora vuestra fidelidad; aquello a que la ley os obliga, otorgádselo de voluntad. Yo, pues, primeramente suplico a los dioses que esto se haga como a vosotros cumple. Pero si otra intención tenéis, yo, Demea, no puedo dejar de defender con todas mis fuerzas esta moza y la honra de aquel muerto. Él era mi deudo. Desde niños nos criamos juntos; en la guerra y en la paz siempre estuvimos juntos; juntamente padecimos gran pobreza. Por tanto, yo he de estribar, hacer y probar y, en fin, antes dejar la vida, que desampararlas. ¿Qué me respondes?

DEMEA.-  Hegión, yo me veré con mi hermano. El parecer que él en esto me diere, aquél seguiré.

HEGIÓN.-  Pues mira, Demea, que lo consideres de esta manera, que cuanto más fácilmente vosotros hacéis las cosas, y cuanto más poderosos, ricos, prósperos, ilustres sois, tanto más obligación tenéis de hacer de voluntad lo de razón, si queréis ser tenidos por buenos.

DEMEA.-  Vuélvete; que se hará todo lo que fuere de razón.

HEGIÓN.-  Esa obligación te queda. Geta, guíame allá dentro a casa de Sostrata.  (Vanse HEGIÓN y GETA.) 

DEMEA.-   (Solo.)  ¡No pasan estas cosas sin haberlas anunciado yo! ¡Plega a los dioses que en esto pare! Pero aquella manera de vivir tan a rienda suelta ha de venir, a dar realmente en algún grave mal. Voy a buscar a mi hermano, para descargar sobre él esta cólera.



Escena V

 

HEGIÓN.

 

HEGIÓN.-   (A la puerta de la casa de SOSTRATA.)  Procura, Sostrata, tener buen corazón y dar ánimo a esa moza cuanto puedas. Yo me veré con Mición, si acaso está en la plaza, y le contaré por extenso el negocio como pasa, para que si determina hacer en esto lo que debe, lo haga; y si otro parecer tiene, me lo diga, con que yo sepa luego lo que en ello he de hacer.




Indice Siguiente