PERSONAS
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MICIÓN, viejo, hermano de
Demea, padre adoptivo de Equino. |
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DEMEA, viejo, hermano de
Mición, padre de Esquino y de Tesifón |
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SANNIÓN, mercader de
esclavos. |
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ESQUINO, joven, hijo de Demea,
adoptado por su tío Mición. |
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SIRO, esclavo de
Esquino. |
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TESIFÓN, joven, hijo de
Demea, hermano de Esquino. |
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SOSTRATA, madre de
Pánfila. |
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CANTARA, nodriza de
Pánfila. |
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GETA, esclavo de
Sostrata. |
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HEGIÓN, viejo, pariente de
Pánfila. |
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DROMÓN, esclavo de
Mición. |
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PARMENÓN, esclavo de
Esquino. |
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PÁNFILA, hija de
Sostrata. |
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Toda vez que el
poeta ha visto que gentes malévolas andan royendo sus
escritos, y que sus enemigos procuran desacreditar la comedia que
vamos a representar, él se denunciará a sí
mismo. Vosotros juzgaréis si lo que ha hecho es digno de
aplauso o de censura.
Esta comedia nueva
es la que vamos a representar. Vedla y juzgad si aquí hay
hurto, o si el poeta ha utilizado una escena que se omitió
por descuido.
Cuanto a lo que
esos maliciosos dicen, que ilustres personajes le ayudan y a la
continua son sus colaboradores2,
eso que a ellos les parece una gran injuria, el poeta lo tiene a
mucha honra, pues agrada a aquellos que a todos vosotros y al
pueblo romano supieron agradar, y que, sin arrogancia, prestaron
sus servicios a quienquiera que los hubo menester en la guerra, en
la administración y en los negocios. Por lo demás, no
aguardéis el argumento de la comedia. Parte de él
declaran los viejos que van a aparecer en la primera escena: la
acción mostrará lo demás. Procurad que vuestra
benevolencia dé ánimos al autor para componer otras
comedias.
Escena
I
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MICIÓN.
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MICIÓN.- (A la puerta da su
casa, hablando a un siervo, que está dentro.)
¡Estorax!... ¿No volvió Esquino anoche de la
cena? ¿Ni criado ninguno de los que fueron por él?
Realmente que es verdad lo que dicen comúnmente: que cuando
uno está de alguna parte ausente, o se detiene allá,
le vale más que le acaezca lo que de él dice su
mujer, o lo que de él imagina en su pensamiento muy
colérica, que no lo que los padres amorosos. Tu mujer, si te
detienes, o piensa que andas en amores, o en banquetes, y
dándote buena vida; y que para ti sólo son los goces
y ella pasa los trabajos. Pero yo, por no haber vuelto mi hijo,
¡qué de cavilaciones! ¡Qué de cosas ahora
me dan congoja! Que se me haya resfriado; que haya caído en
alguna sima; que se haya lisiado en su persona. ¡Bah!,
¿qué hombre habrá en el mundo que tenga en su
corazón cosa más amada que cada uno es de sí
mismo? Además, éste no es hijo mío, sino de mi
hermano; el cual, desde su mocedad, es de condición muy
diferente a la mía. Yo seguí esta vida ociosa y
tranquila de la ciudad, y jamás he sido casado; cosa que por
ahí se tiene a dicha. Él, por el contrario, quiso
más vivir en el campo, y darse una vida de escasez y de
trabajos. Casose; naciéronle dos hijos, de los cuales
tomé yo por adoptivo éste mayor. Hele criado desde
niño; hele tenido y querido como si fuera mío;
él es todas mis delicias; sólo él es mi amor.
Procuro con diligencia que él también me quiera;
doyle cuanto necesita, pásole muchas cosas, pues no tengo
para qué tratarle en todo con rigor. Finalmente, las cosas
que otros hacen a espaldas de sus padres, que son aquellas que la
mocedad trae consigo, hele vezado a mi hijo a que no me las
encubra. Porque el que se acostumbrare a mentir, o se atreviere a
engañar a su padre, tanto más se atreverá a
todos los demás. Yo creo que es mejor que los hijos cumplan
su deber enfrenados por la vergüenza y benignidad, que con
rigor. Esto no le cuadra a mi hermano, ni le parece bien. Cien
veces me ha venido dando voces: «¿Qué haces,
Mición?, ¿por qué nos echas a perder este
mozo?, ¿por qué anda en amores?, ¿por
qué en banquetes?, ¿por qué le das tú
para todo esto qué gastar? Llévasle muy pintado de
vestidos: Eres demasiadamente simple». Y él
también es demasiadamente riguroso: más de lo que
pide la razón. Y a mi parecer va muy engañado el que
piensa que es más firme y más seguro el
señorío que se administra con rigor, que el que con
amor se atrae. Mi parecer es éste, y yo así lo
entiendo: que el que hace su deber, forzado por castigos, mientras
teme que se sabrán sus culpas, guárdase; pero, si
confía que se podrán encubrir, a su condición
se vuelve. Pero el que atraéis por amor, hácelo de
voluntad, procura pagaros en lo mismo; en presencia y en ausencia
será el mismo. Éste es el oficio del padre: antes
vezar al hijo a que haga su deber de buena voluntad, que por temor
de nadie. Tal es la diferencia entre el padre y el señor; y
el que no la pueda observar, confiese que no sabe criar hijos.
(Viendo a DEMEA.) ¿Pero es
por dicha éste el mismo de quien trataba? Realmente que es
él. No sé de qué está triste, creo
vendrá ya a reñir conmigo, como suele.
-Huélgome, Demea, de verte en salud.
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Escena
II
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DEMEA,
MICIÓN.
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DEMEA.- ¡Oh, a buen tiempo! En tu misma
busca vengo.
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MICIÓN.- ¿De qué
estás triste?
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DEMEA.- ¿Donde Esquino está de por
medio, me preguntas de qué estoy triste?
|
MICIÓN.-
(Aparte.) ¿No lo decía
yo?... (Alto.) ¿Qué ha
hecho Esquino?
|
DEMEA.- ¿Qué ha hecho? Que ni
tiene vergüenza de nada, ni temor a nadie, ni hace cuenta que
ha de estar sujeto a ley ninguna. Porque, sin hablar de sus pasadas
picardías, ¿qué piensas que ha hecho
ahora?
|
MICIÓN.- ¿Qué es ello?
|
DEMEA.- Ha quebrado puertas, y ha entrado por
fuerza en casa ajena, y al dueño de ella, y a toda su
familia los ha maltratado, hasta dejarlos por muertos; ha quitado
por fuerza una mujer de quien él está enamorado.
Todos a voces dicen haber sido muy mal hecho.
¿Cuántos piensas, Mición, que me lo han dicho
viniendo? No se habla de otro en toda la ciudad. Y si compararse
puede, ¿no ve a su hermano cuán solícito
está en su hacienda, y cómo se está en su
granja reglado y moderado, y cómo no hace nada de esto? Lo
que a él le digo, Mición, a ti te lo digo: que
tú le dejas perderse.
|
MICIÓN.- La cosa más injusta del
mundo es un hombre necio, porque nada tiene por bueno, salvo lo que
él hace.
|
DEMEA.- ¿A qué viene eso?
|
MICIÓN.- A que tú, Demea, no eres
en esto buen juez. Créeme que no es maldad que un mancebillo
ande entre mujeres, ni menos en banquetes, ni que quiebre las
puertas. Y si tú y yo no hicimos travesuras semejantes, fue
porque la pobreza no nos dio lugar de hacerlas. ¿Y tú
ahora alábaste de lo que dejaste de hacer por necesidad?
Esto es injusto; porque si tuviéramos con qué,
también lo hiciéramos. Y tú, si fueses cuerdo,
a tu hijo le dejarías ahora hacer todo esto, que a su edad
es lícito, y no le darías ocasión de esperar a
que estés bajo de tierra, para hacerlo entonces, cuando ya
no le esté bien.
|
DEMEA.- ¡Oh, soberano Júpiter!
¡Tú, hombre, vas a volverme loco! ¿Qué,
no es maldad que un mozuelo haga estas cosas?
|
MICIÓN.- ¡Ah!, óyete. No me
rompas más sobre esto la cabeza. Tú ya me diste tu
hijo por hijo adoptivo, ya él quedó por mío.
Si él en algo yerra, Demea, a mi daño lo yerra, y de
ello a mí me tocará la mayor parte. ¿Gasta?,
¿bebe?, ¿lleva perfumes? De mi hacienda lo hace.
¿Tiene amiga? Yo le daré para ello dinero, mientras
pueda, y mando no, ya le echarán ellas de casa3.
¿Ha quebrado puertas? Se harán otras. ¿Ha
rasgado ropa? La zurciremos. Gracias a los dioses, hay de
qué, y hasta ahora no me da mucha pena. Finalmente, o
déjame hacer, o busca cualquier árbitro, que yo te
probaré que en esto mucho más lo yerras tú que
yo.
|
DEMEA.- ¡Ay de mí! Aprende a ser
padre, de aquéllos que lo saben ser de veras.
|
MICIÓN.- Por naturaleza, su verdadero
padre lo eres tú; por los consejos, yo.
|
DEMEA.- ¿Tú le aconsejas en
nada?
|
MICIÓN.- ¡Ah, si perseveras... me
iré!
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DEMEA.- ¿Eso harás?
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MICIÓN.- ¡Pues qué!,
¿tengo de oír tantas veces una misma cosa?
|
DEMEA.- Es que me da cuidado.
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MICIÓN.- Y a mí también me
lo da; pero, Demea tengamos cada uno cuenta con su justa parte,
tú con el uno y yo con el otro. Porque cuidar tú de
ambos, casi casi es tornarme a pedir el hijo que me diste.
|
DEMEA.- ¡Ah, Mición!
|
MICIÓN.- A mí así me
parece.
|
DEMEA.- ¿Qué es eso? Si así
lo quieres, derrame, destruya, piérdase él; que no me
toca nada. ¡Si de hoy más, palabra ninguna...!
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MICIÓN.- ¿Colérico otra
vez, Demea?
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DEMEA.- ¿Y aún no lo crees?
¿Pídote por ventura el que te di? Siéntolo, no
soy ningún extraño; pero si estorbo, desde luego me
aparto. Quieres que tenga cuenta con el uno, ya la tengo; y doy
gracias a los dioses, pues él es tal, cual yo le quiero.
Ése tuyo, él lo sentirá a la postre. Y no digo
más.
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Escena
I
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SANNIÓN,
ESQUINO, PARMENÓN, CALIDIA. (Los dos últimos
personajes no hablan)
|
SANNIÓN.- (Corriendo tras
ESQUINO y PARMENÓN, que se llevan a
CALIDIA.)
¡Suplícoos, vecinos, que favorezcáis a este
infeliz, que no hace mal a nadie! ¡ Socorred a este
pobre!
|
ESQUINO.- (A CALIDIA.) Párate
ahí; que ahí bien segura estás.
¿Qué miras? Nada temas; que éste en mi
presencia no te tocará.
|
SANNIÓN.- ¡Yo a esa moza... a pesar
de cuantos son...!
|
ESQUINO.- Aunque es bellaco, no dará hoy
ocasión para que le hayan de sentar la mano otra vez.
|
SANNIÓN.- Esquino, óyeme; porque
no digas después que tú no sabías mis
costumbres. Hágote saber que yo soy mercader de
esclavos.
|
ESQUINO.- Ya lo sé.
|
SANNIÓN.- Pero de tan buena fe, como otro
haya habido donde quiera. No estimaré ni en esto
(Tócase con el pulgar la uña del
índice.) que tú después te me
vengas con disculpas, diciendo que te pesa de que se me haya
agraviado. Créemelo: Yo pediré mi justicia, y nunca
tú me satisfarás con palabras el daño que me
has hecho por la obra. Que yo ya conozco todas vuestras excusas:
«No quisiera que tal hubiera sucedido; yo juraré que
tú no merecías este agravio», después de
haberme hecho tan malos tratamientos.
|
ESQUINO.- (A PARMENÓN.) Ve
delante, presto, y abre aquellas puertas. (Indicando
la casa de su padre, MICIÓN.)
|
SANNIÓN.- Como si callaras4.
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ESQUINO.- (A CALIDIA.) Acaba ya de
entrar.
|
SANNIÓN.- Digo que no lo
consentiré.
|
ESQUINO.- Llégate allá,
Parmenón; mucho te has alejado; ponte aquí junto de
éste. ¡Así, así! Mira que no quites tus
ojos de los míos, para que sin tardanza, en cuanto yo te
hiciere señas, le sientes el puro en la quijada.
|
SANNIÓN.- Eso quisiera yo ver.
(PARMENÓN le da una
puñada.)
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ESQUINO.- ¡Ea!, guarda; suelta la
moza.
|
SANNIÓN.- ¡Oh, maldad!
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ESQUINO.- Cata que no secunde.
(PARMENÓN le sacude otra
puñada.)
|
SANNIÓN.- ¡Ay, cuitado de
mí!
|
ESQUINO.- (A PARMENÓN.) No te
había hecho señas; pero, en fin, más vale que
lo yerres por allí. Éntrate ya.
(PARMENÓN entra en casa con la
esclava.)
|
SANNIÓN.- ¿Qué es esto?
¿Eres tú por dicha, Esquino, el rey de esta
ciudad?
|
ESQUINO.- Si lo fuera, llevaras el premio que
merecen tus virtudes.
|
SANNIÓN.- ¿Qué tienes
tú conmigo?
|
ESQUINO.- Nada.
|
SANNIÓN.- Dime, ¿sabes
quién soy yo?
|
ESQUINO.- ¡Ni falta...!
|
SANNIÓN.- ¿Hete tocado yo en lo
tuyo?
|
ESQUINO.- ¡Pobre de ti, si tal
hicieras!
|
SANNIÓN.- ¿Con qué derecho
me quitas tú una moza, que a mí me costó mi
dinero? Responde.
|
ESQUINO.- Mira, Sannión, que no te me
vengas con escándalos delante de la puerta; porque si
perseveras en ser pesado, haré que te arrebaten allá
dentro y que te den una de azotes hasta reventarte.
|
SANNIÓN.- ¿Azotes a un hombre
libre?
|
ESQUINO.- Como lo oyes.
|
SANNIÓN.- ¡Oh desalmado! ¿Y
aquí es donde dicen que la libertad es igual para todos?
|
ESQUINO.- Si estás ya harto de hacer del
borracho, rufián, óyete ya si quieres.
|
SANNIÓN.- ¿Yo he hecho del
borracho, o tú más de veras contra mí?
|
ESQUINO.- Déjate de eso, y vamos al
caso.
|
SANNIÓN.- ¿Al caso?, ¿a
qué caso tengo de volver?
|
ESQUINO.- ¿Quieres ya que te diga una
cosa que te cumple?
|
SANNIÓN.- Sí, con tal que ella sea
justa.
|
ESQUINO.- ¡Bah!... ¡El rufián
no quiere que yo le hable fuera de razón!
|
SANNIÓN.- Rufián soy, no lo niego;
perdición de todos los mancebos, cifra del perjurio, peste
de la ciudad; pero, con todo esto, a ti hasta ahora ningún
agravio te he hecho.
|
ESQUINO.- ¡Pues no faltaba más!
|
SANNIÓN.- Torna, por favor, Esquino, a lo
que comenzabas a decir.
|
ESQUINO.- A ti te costó la moza veinte
minas; ¡que mal provecho te haga! Eso mismo se te
dará por ella.
|
SANNIÓN.- ¿Y si yo no la quiero
vender?, ¿me obligarás...?
|
ESQUINO.- No, por cierto.
|
SANNIÓN.- (Con
ironía.) Temí que sí.
|
ESQUINO.- Ni me parece que es bien que se venda
la que es libre, porque yo, como a mujer libre, la defenderé
en el litigio5.
Ahora mira cuál quieres más: si recibir en paz tu
dinero o pleitear. Resuélvelo mientras vuelvo,
rufián.
|
Escena
III
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|
SIRO, SANNIÓN.
|
SIRO.- (Saliendo de casa y
hablando desde la puerta a ESQUINO.) Calla, que yo
me veré ahora con él (Alude a
SANNIÓN.) y
haré que lo tome de buena gana, y aunque diga que los dioses
le han hecho merced. -¿Qué es esto, amigo
Sannión, que me dicen que has tenido no sé qué
brega con mi amo?
|
SANNIÓN.- En mi vida la vi más
desigual que la que hoy ha habido entre nosotros. Yo a recibir y
él a sacudir, hasta que los dos nos cansamos.
|
SIRO.- Por tu culpa.
|
SANNIÓN.- ¿Qué había
de hacer yo?
|
SIRO.- Debiste complacer al mancebo.
|
SANNIÓN.- ¿Qué más
pude, pues hasta la cara le entregué?
|
SIRO.- ¡Ea!, ¿sabes lo que te digo?
Que el no hacer caso del dinero en su tiempo y lugar, es algunas
veces más ganancia.
|
SANNIÓN.- (Con
ironía.) ¡Ya!
|
SIRO.- ¿Temiste tú, necio de toda
necedad, que si cedías ahora un poquillo de tu derecho, y
complacías al mancebo, no te cobraras con usura?
|
SANNIÓN.- Yo no compro esperanza a
trueque de dinero.
|
SIRO.- En tu vida ganarás hacienda.
¡Taday, Sannión, que no sabes cebar la gente!
|
SANNIÓN.- Bien creo yo que debe de ser
eso lo mejor; pero yo nunca fui en mi vida tan sagaz, que no
quisiese más un «toma», que dos «te
daré».
|
SIRO.- ¡Ea! Que ya yo sé tu
condición ahidalgada, y que no harás caso de veinte
minas, por darle gusto a éste. Además, dicen
que estás de partida para Chipre.
|
SANNIÓN.-
(Sobresaltado.) ¿Eh?
|
SIRO.- Y que tienes muchas cosas compradas para
llevar de aquí a allá. Y nave fletada: todo esto
sé. Y ahora estás como colgado del pensamiento. Pero
yo confío que, cuando vuelvas, arreglarás este
negocio.
|
SANNIÓN.- ¡Yo a ninguna parte voy!
(Aparte.) ¡Pobre de mí!
¡Con esta esperanza lo han ellos emprendido!
|
SIRO.- (Aparte.)
Temor tiene; pena le he dado al hombre.
|
SANNIÓN.- ¡Ah, pícaros!
¡Mira cómo me han cogido por las mismas coyunturas!
Tengo preparado un cargamento de mujeres y otras muchas
mercancías que llevo de aquí a Chipre. Si no voy
allá a la feria, recibo muy gran daño. Y si ahora
dejo esto, cosa perdida. Cuando de allá vuelva, todo
será viento; ya el negocio se habrá enfriado.
«¿Ahora te acuerdas? ¿Por qué lo has
dilatado? ¿Dónde has estado?». De manera que me
vale más perderlo que o detenerme ahora tanto tiempo, o
pedirlo entonces.
|
SIRO.- ¿Has echado bien la cuenta de lo
que entiendes que ha de volver a tu poder?
|
SANNIÓN.- ¿Es ésta
acción de un hombre como Esquino? ¿Esto ha de hacer
él?, ¿quitarme la moza por fuerza?
|
SIRO.- (Aparte.) Ya
cae. (Alto.) Sólo tengo que
decirte una cosa, Sannión. Mira si te conviene. Antes de
ponerte en peligro de cobrarlo o perderlo todo, pártelo por
la mitad. Diez minas él las abarrerá de
acá o de allá.
|
SANNIÓN.- ¡Oh, cuitado de
mí! ¿Y aun mi dinero propio corre riesgo? No tiene
vergüenza, ¿después de haberme crujido todos mis
dientes, y además de haberme hecho toda la cabeza a golpes
una levadura, y que sobro esto me defraude? No voy a ninguna
parte.
|
SIRO.- Como gustes. ¿Mandas algo, antes
que me vaya?
|
SANNIÓN.- Antes, Siro, lo que te suplico
es que, como quiera que el caso haya sucedido, por no ponerme a
pleitear, se me vuelva mi dinero. ¡Siquiera lo que me
costó, Siro! Bien veo yo que hasta ahora tú no te has
servido de mi amistad; pero tú dirás que soy hombre
de memoria y agradecimiento.
|
SIRO.- Yo lo haré con diligencia. -Pero a
Tesifón veo, alegre viene por la amiga.
|
SANNIÓN.- ¿Y lo que te
suplico?
|
SIRO.- Aguarda un poco.
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Escena
V
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ESQUIVO,
SANNIÓN,
TESIFÓN,
SIRO.
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ESQUINO.- ¿Dó está aquel
roba-iglesias?
|
SANNIÓN.-
(Aparte.) Por mí pregunta.
¿Traerá algo? ¡Perdido soy!... ¡ Nada
veo!...
|
ESQUINO.- (A TESIFÓN.)
¡Hola!... A propósito, te buscaba. ¿Qué
es eso, Tesifón? Todo está ya en salvo; echa ya de ti
esa tristeza.
|
TESIFÓN.- Sí; realmente la echo,
de veras, pues tengo un hermano como tú. ¡Oh, Esquino
mío! ¡Oh, hermano mío! ¡Ah! Empacho tengo
de alabarte más en tu presencia, porque no pienses que lo
hago más por manera de lisonja que de agradecimiento.
|
ESQUINO.- ¡Quítate allá,
simple! ¡Como si ahora por primera vez nos
conociésemos, Tesifón! Lo que me duele es haberlo yo
sabido tan tarde, y casi haber venido a punto que, aunque todo el
mundo quisiera, no te pudiera remediar.
|
TESIFÓN.- Dábame
vergüenza.
|
ESQUINO.- ¡Ah! No es ésa
vergüenza, sino necedad. ¡Por una cosa de tan poco
momento, casi ausentarse de la patria! Vergüenza es decirlo.
Yo suplico a los dioses que nunca tal permitan.
|
TESIFÓN.- Errelo.
|
ESQUINO.- (A SIRO.) ¿Y, pues,
qué dice el amigo Sannión?
|
SIRO.- Ya está más manso.
|
ESQUINO.- Yo me iré a la plaza, a darle a
éste (Señalando a SANNIÓN) su
dinero. Tú, Tesifón, recógete allá
dentro con ella.
|
SANNIÓN.- Siro, dale prisa.
(A ESQUINO,
en tono irónico.) Vamos, porque éste
está de partida para Chipre.
|
SANNIÓN.- No tanta tampoco; que
aquí estoy despacio cuanto quieras.
|
SIRO.- Se te pagará, no temas.
|
SANNIÓN.- Pero que me lo pague todo.
|
SIRO.- Todo te lo pagará; calla ahora, y
sígueme por aquí.
|
SANNIÓN.- Ya te sigo.
(ESQUINO,
SANNIÓN y
SIRO echan a andar en
dirección a la plaza.)
|
TESIFÓN.- ¡Hola, hola, Siro!
|
SIRO.- ¿Eh?, ¿qué
quieres?
|
TESIFÓN.- Por tu vida, que
despachéis cuanto antes a ese pícaro, porque si
más se alborota, vendrá esto por alguna vía a
oídos de mi padre, y yo quedaré entonces perdido para
siempre.
|
SIRO.- No sucederá tal. Ten buen
ánimo. Tú, entre tanto, huélgate allá
dentro con ella, y manda que se nos aparejen las mesas y que
esté a punto todo lo demás. Yo, en concluyendo el
negocio, me volveré a casa con la vianda.
|
TESIFÓN.- Sí, te lo ruego, y pues
todo nos ha salido bien, pasemos este día en contento y
regocijo.
|
Escena
II
|
|
GETA, SOSTRATA, CANTARA.
|
GETA.- (Sin ver a las
mujeres.) Éste es ahora un caso que, aunque
todo el mundo se ponga a buscar remedio al mal, no podrá
hallarle. El cual mal es para mí y para mi ama y para la
hija de mi ama. ¡Oh, cuitado de mí! ¡Qué
de cosas nos tienen a la vez cercados, sin que podamos escapar: la
fuerza, la necesidad, la injusticia, el desamparo, la afrenta!
¿Ésta es vida? ¡Oh, maldades! ¡Oh, malas
castas! ¡Oh, hombre desleal...!
|
SOSTRATA.- ¡Cuitada de mí!
¿Qué es esto, que veo venir a Geta tan alterado y tan
deprisa?
|
GETA.-
(Continuando.) Al cual ni la fe, ni el
juramento, ni la piedad detuvo ni dobló; ni aun el ver
cuán cerca estaba el parto de la infeliz a quien él
tan sin razón había deshonrado.
|
SOSTRATA.- (A CANTARA.) No oigo bien
lo que dice.
|
CANTARA.- Por tu vida, Sostrata, que nos
lleguemos más cerca.
|
GETA.- ¡Ah, pobre de mí, que casi
estoy fuera de juicio, según la cólera me abrasa! No
quisiera yo más, sino toparme con toda aquella casa, para
descargar sobre ellos toda esta rabia, ahora que está
fresca. Que por bien satisfecho me tendría, si solamente me
viese yo vengado de ellos. Primeramente, le sacaría el alma
al viejo, porque engendró un tan gran bellaco.
Después, a Siro el promovedor. ¡Oh, de cuán
diferentes maneras le despedazaría! Yo le arrebataría
por medio patas arriba y daría con su cabeza contra el
suelo, para que fuese sembrando los sesos por la calle. Al mozo le
sacaría los ojos, y después daría con
él en mi despeñadero. A todos los demás los
derribaría, perseguiría, arrebataría,
sacudiría, dejaría hechos una parva. Pero,
¿por qué no voy de presto a dar parte a mi ama de
esta mala nueva?
|
SOSTRATA.- (A CANTARA.)
Llamémosle. (Alto.)
¡Geta!
|
GETA.- (Sin ver a SOSTRATA.)
¡Bah!... Quienquiera que seas, déjame.
|
SOSTRATA.- Soy yo: Sostrata.
|
GETA.- (Mirando
alrededor.) ¿Qué es de ella? A ti
misma te busco, a ti quiero; ¡oh, cuán a buen tiempo
te has encontrado conmigo, señora mía!
|
SOSTRATA.- ¿Qué es esto?,
¿de qué tiemblas?
|
GETA.- ¡Ay de mí!
|
SOSTRATA.- ¿De qué te alteras,
amigo Geta? Toma aliento.
|
GETA.- ¡Del todo...!
|
SOSTRATA.- ¿Cómo del
todo?, ¿qué es ello?
|
GETA.- ¡Perdidos somos!
¡Acabose!
|
SOSTRATA.- ¡Habla; dime, por tu vida, lo
que es!
|
GETA.- ¡Ya...!
|
SOSTRATA.- ¿Qué ya, Geta?
|
GETA.- Esquino...
|
SOSTRATA.- ¿Qué dices de
Esquino?
|
GETA.- ... ¡ha perdido el amor a nuestra
casa!
|
SOSTRATA.- ¡Ay, desventurada de mí!
¿Por qué?
|
GETA.- Ha comenzado a enamorarse de otra.
|
SOSTRATA.- ¡Ay, desdichada de
mí!
|
GETA.- Y no lo hace muy de secreto; que
él mismo se la ha quitado a un rufián, por fuerza,
públicamente.
|
SOSTRATA.- ¿Estás seguro?
|
GETA.- Seguro. Yo mismo, Sostrata, lo vi por
estos ojos.
|
SOSTRATA.- ¡Ah, desventurada de mí!
¿Qué hay ya que creer?, ¿de quién
fiarás? ¿Es posible que nuestro Esquino, el que era
la vida de todas nosotras, de quien colgaban toda nuestra esperanza
y salvación; el que hacía juramento que sin ella no
podría vivir ni un solo día; el que decía que
había de poner el niño en el regazo de su padre y
pedirle de merced que le diese licencia para casar con ella...?
|
GETA.- Señora, deja aparte ahora
lágrimas, y mira lo que conviene hacer para en lo de
adelante: si es bien que lo disimulemos, o que demos a alguno parte
de ello.
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CANTARA.- ¡Ay, amigo!, ¿y
estás en tu seso? ¿Una cosa como ésta te
parece a ti que se debe descubrir a nadie?
|
GETA.- A mí, cierto que no me lo parece,
porque, cuanto a lo primero, por la obra se ve que él ya no
nos tiene buena voluntad. Pues si ahora descubrimos esto, yo
sé bien que él negará. Tu honra y la vida de
tu hija andará en lenguas. Además de esto, aunque
él lo confiese, pues está aficionado a otra, no es
cosa que conviene darle ésta por mujer, y, por tanto, en
todas maneras es menester que se calle.
|
SOSTRATA.- ¡Ah!, ¡nunca!, ¡no
haré tal!
|
GETA.- ¿Qué intentas, pues?
|
SOSTRATA.- Divulgarlo.
|
GETA.- ¡Oh, señora mía, mira
muy bien lo que haces!
|
SOSTRATA.- Ya no puede ser más negro el
cuervo que las alas. Cuanto a lo primero, ella no tiene dote.
Además de esto, lo que había de ser su segunda dote,
ya lo ha perdido: ya no puede cavarse por doncella. Éste es
el postrer remedio que nos queda, que si negare, aquí tengo
conmigo por testigo la sortija que nos dejó. Finalmente,
pues mi conciencia está segura de que en esto no tengo culpa
ninguna, y que no hubo de por medio dinero ni otra dádiva
que a mí ni a ella nos sea afrentosa, Geta, helo de
probar.
|
GETA.- Corriente. Hágase lo que tú
dices, puesto que ello sea lo mejor6.
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SOSTRATA.- Tú, con toda la diligencia
posible, ve, y a Hegión, el tío de mi hija, dale
cuenta de todo lo que pasa, porque éste fue muy grande amigo
de nuestro Simulo, y siempre nos ha querido mucho.
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GETA.- Y en verdad que no hay otro que mire por
nosotros.
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SOSTRATA.- Ve tú, Cantara mía, ve
corriendo a llamar a la partera, para que, cuando sea necesaria, no
nos haga esperar.
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Escena
III
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DEMEA;
después, SIRO.
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DEMEA.- ¡Perdido soy; que he entendido que
mi hijo Tesifón se ha hallado con Esquino en el rapto de la
moza! ¡Cuitado de mí! ¡No me faltaría ya
más desventura sino que a éste que tiene algunas
virtudes, pudiese el otro inducírmele a maldades!
¿Dónde le iría yo a buscar? Yo creo que me le
habrá llevarlo a casa de alguna mala mujer. No hay duda que
le habrá persuadido aquel pícaro. Pero allá
veo ir a Siro. Éste me dirá dónde está.
Pero éste es del rebaño; si comprende que ando en
busca de mi hijo, no me lo dirá el verdugo. No le
daré a entender que quiero esto.
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SIRO.- (Sin ver a DEMEA.) Todo el caso de
habernos contado ahora al viejo (Alude a MICIÓN.) ,
cómo había pasado. No vi en mi vida cosa más
regocijada.
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DEMEA.- (Aparte.)
¡Oh, Júpiter, qué necedad de hombre!
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SIRO.- Alabó a su hijo, y a mí,
porque le había aconsejado, me dio las gracias.
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DEMEA.- (Aparte.)
Reviento de enojo.
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SIRO.- Luego nos dio el dinero necesario y
además media mina para gastar. Y a fe que ya la he
empleado a mi gusto.
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SIRO.- (A los
espectadores.) Vedle. A tal como éste
debéis encomendarle lo que quisiereis que se negocie
bien.
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SIRO.- ¡Oh, Demea, no te había
visto! ¿Qué se hace?
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DEMEA.- ¿Qué se hace, me
preguntas? No sé qué me diga de vuestra manera de
vivir.
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SIRO.- Realmente que es tonta, lo digo de veras,
y ajena de razón. (Vuelto de espaldas a
DEMEA y
dirigiéndose a los criados de la casa.)
Dromón, limpia bien todos los demás pescados, y a ese
congrio mayor déjale nadar un poco en el agua. Cuando yo
vuelva se abrirá, antes no.
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DEMEA.- Unas maldades como éstas se han
de hacer!
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SIRO.- A mí, realmente, no me gustan, y
mil veces grita contra ellas. -¡Hola, Estefanión! Haz
que se remojen bien esos peces salados.
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DEMEA.- ¡Válgame la fe de los
dioses! ¿Y tiénelo por ventura, por deporte, o piensa
que le será, gran honra echar a perder a su hijo? ¡Oh,
triste de mí! Ya me parece que estoy viendo el día en
que, de pura necesidad, se ha de ir a alguna parte a servir al
rey.
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SIRO.- ¡Oh, Demea! Eso es, a la fe, ser
los hombres cuerdos; no solamente echar de ver lo que está
delante de los pies, sino también las cosas por venir.
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DEMEA.- ¡Y qué!,
¿está ya en vuestra casa esa tañedora?
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SIRO.- Allá está.
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DEMEA.- Dime, ¿y hala de tener en
casa?
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SIRO.- Creo que sí, según es su
locura.
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DEMEA.- ¿Y eso hará?
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SIRO.- ¡Qué tonta mansedumbre de
padre, y qué benignidad tan mala!
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DEMEA.- Cierto que me da vergüenza y pena
de mi hermano.
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SIRO.- Nunca diferencia hay, Demea, de ti a
él (y no lo digo porque estás delante); pero muy
mucha. Tú de pies a cabeza no eres nada sino la misma
sabiduría; él un zote. ¿Dejarías
tú al tuyo (Alude a TESIFÓN.) hacer
cosas como éstas?
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DEMEA.- ¡Si le dejaría...!
¿Seis meses antes que él intentase alguna
picardía, no lo olería yo?
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SIRIO.- ¿A mí me cuentas tú
lo que es tu diligencia?
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DEMEA.- Yo suplico a los dioses me le conserven
cual él ahora es.
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SIRO.- Según que cada uno quiere que sea
su hijo, así lo es.
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DEMEA.- ¿Y qué...?, ¿hasle
visto hoy?
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SIRO.- ¿A tu hijo?
(Aparte.) Echarele a éste a la
granja. (Alto.) Rato ha, creo yo, que
él debe entender en algo en la granja.
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DEMEA.- ¿Sabes de cierto que está
allá?
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SIRO.- ¡Oh, como que yo mismo le
acompañé!
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DEMEA.- Muy bien. Recelo tuve no se me arrimase
por aquí.
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SIRO.- Y aun muy airado.
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DEMEA.- ¿Por qué?
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SIRO.- Húbolas malamente con su hermano
en la plaza por esta tañedora.
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DEMEA.- ¿Díceslo de veras?
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SIRO.- ¡Oh!, no se mordió la
lengua. Porque casualmente estando contando el dinero, he
aquí donde viene tu hombre de improviso, y comienza a
gritar: «¡Oh, Esquino! ¿Y tú has de
cometer unas infamias como éstas? ¿Tú has de
hacer cosas tan ajenas de nuestro linaje?».
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DEMEA.- ¡Ah, de puro placer lloro!
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SIRO.- «No destruyes tú este
dinero, sino tu propia vida».
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DEMEA.- Los dioses me le guarden. Yo
confío que se ha de parecer a sus mayores.
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SIRO.- (En tono
ponderativo.) ¡Oh!...
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DEMEA.- ¡Siro, de tales consejos
está él embutido!
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SIRO.- ¡Bah! ¡Tal maestro se tiene
él en casa de quien aprender!
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DEMEA.- Yo lo procuro sin descanso. No le paso
cosa ninguna, amonéstole, y, finalmente, yo le mando que se
mire en las vidas de todos como en un espejo, y que de ellos tome
ejemplo para sí. «Harás esto, le
digo».
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SIRO.- Muy bien.
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DEMEA.- «Te guardarás de
aquello».
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SIRO.- Astutamente:
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DEMEA.- «Eso se tiene por
honra».
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SIRO.- Ésa es la cosa.
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DEMEA.- «Estotro por afrenta».
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SIRO.- Bien, bien.
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DEMEA.- Además...
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SIRO.- De veras que no tengo ahora lugar para
escucharte. Porque he comprado unos peces a pedir de boca y he de
mirar no se me pudran. Porque esto, Demea, tan gran falta es en
nosotros, como en vosotros el no hacer lo que ahora decías.
Y en cuanto puedo, de la misma manera les doy lecciones a los mozos
de cocina: «Esto está salado; estotro, quemado; lo
otro, final lavado; aquello bien; acuérdate para otra
vez». Enséñoles lo que puedo conforme a mi
poquillo saber. Finalmente, Demea, yo les mando que se miren en los
platos, como en un espejo, y les advierto lo que se ha de hacer.
Bien entiendo yo que es necedad todo esto que aquí hacemos;
pero, ¡qué remedio!... Según que cada uno es,
así le habemos de llevar la condición. ¿Mandas
otra cosa?
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DEMEA.- Que los dioses os den mejor seso.
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SIRO.- ¿Tú te vas desde
aquí a la granja?
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DEMEA.- Derecho.
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SIRO.- Porque... tampoco... ¿qué
has de hacer tú aquí donde, si das un buen consejo,
nadie te obedece?
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DEMEA.- Cierto que de aquí me voy, pues
aquel por quien yo había venido acá, fuese al campo.
Con sólo aquél tengo cuenta: aquél me toca a
mí. Pues mi hermano así lo quiere, de este otro
él cuidará. ¿Pero quién es aquél
que veo allá lejos? ¿Es, por dicha, Hegión, el
de nuestra tribu? Si la vista no me engaña, realmente que es
él. ¡Oh, qué hombre tan mi amigo desde que
éramos niños! ¡Soberanos dioses, y cuán
gran falta tenemos ya de ciudadanos tales como éste! Hombre
de antigua virtud y crédito. Cierto que éste poco
final procure a la ciudad. ¡Cómo me huelgo de ver que
aún hay reliquias de aquella buena raza! ¡Oh!
Aún da gusto vivir. Aguardarele, por saludarle y
hablarle.
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Escena
IV
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HEGIÓN,
GETA, DEMEA, PÁNFILA.
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HEGIÓN.- (Sin ver a
DEMEA, hasta que lo indica
el diálogo.) ¡Oh, soberanos dioses!
¡Qué infamia, Geta! ¿Qué me dices?
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GETA.- Pasa como te he dicho.
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HEGIÓN.- ¿De una casa tan
principal haber nacido un hecho tan villano? ¡Oh, Esquino,
cierto que en esto no te pareces a tu padre!
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DEMEA.- (Aparte.)
Debe haber oído algo de lo de la tañedora, y con ser
extraño le duele, y a este otro, (Alude a
MICIÓN.) con ser
su padre, no le da ninguna pena. ¡Oh, triste de mí!
¡Y no estuviera él aquí cerca para que oyera
esto!
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HEGIÓN.- (A GETA.) Si no hacen lo
que es de razón, no se saldrán así con
ello.
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GETA.- Toda nuestra esperanza, Hegión,
cuelga de ti, no tenemos otro amparo. Tú eres nuestro
valedor, tú nuestro padre. Aquél nuestro viejo a ti
nos dejó encomendarlos al tiempo de morir. Si tú nos
abandonas, perdidos somos.
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HEGIÓN.- No digas tal, que ni lo
haré, ni entiendo que podría hacerlo
píamente.
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DEMEA.- (Aparte.)
Hablarle quiero. -Guárdente los dioses, Hegión.
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HEGIÓN.- ¡Oh, en tu misma busca
venía! Seas bien hallado, Demea.
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DEMEA.- ¿Sobre qué...?
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HEGIÓN.- Tu hijo mayor, Esquino, el que a
tu hermano diste por adoptivo, ha hecho una cosa que no es, en
verdad, de hombre de bien ni de hidalgo.
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DEMEA.- ¿Qué es ello?
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HEGIÓN.- ¿Acuérdaste de
Símulo, aquel amigo nuestro, de nuestra misma edad?
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DEMEA.- ¿Cómo no?
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HEGIÓN.- Esquino ha desflorado a una hija
de éste.
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DEMEA.- ¡Oh!
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HEGIÓN.- Espera, Demea, que aún no
has oído lo peor del caso.
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DEMEA.- ¿Y aún hay algo peor?
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HEGIÓN.- Sí, peor; porque esto, en
cierto modo, se pudiera sufrir; indújole la noche, el amor,
el vino, los pocos años... ¡cosas de hombres! Mas
cuando vio lo que había hecho, él, de su propia
voluntad, vino a la madre de la doncella llorando, rogando,
suplicando, y dando su palabra y jurando que se casaría con
ella. Perdonósele, callose, diósele crédito.
La doncella de aquella fuerza quedó en cinta; ya ha entrado
en los diez meses, y el muy hombre de bien (los dioses me
perdonen), hásenos habido una tañedora, para pasar la
vida con ella y dejar a esta otra burlada.
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DEMEA.- ¿Y eso que me dices es
cierto?
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HEGIÓN.- Ahí está la madre
de la doncella, y la doncella misma, y el caso mismo y, en fin,
este Geta, que, para conforme el ser de los esclavos, es buen
siervo y diligente. Él las mantiene, él solo sustenta
toda la casa. Cógele y aprisiónale y haz
información del caso.
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GETA.- Y ábreme en canal, Demea, si ello
no fue así. Finalmente, él no lo negará; hazle
venir a mi presencia.
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DEMEA.- (Aparte.)
Corrido estoy. Ni sé qué me haga, ni qué
respuesta le dé a éste. (Indicando a
HEGIÓN.)
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PÁNFILA.-
(Dentro.) ¡Desdichada de
mí! ¡Que me parten por medio estos dolores!
¡Juno Lucina, dame favor! ¡Sálvame, yo te lo
ruego!
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HEGIÓN.- ¡Oh!... Dime,
¿está ya aquélla de parto?
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GETA.- Sí, en verdad, Hegión.
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HEGIÓN.- Mira, Demea. Aquélla
ahora implora vuestra fidelidad; aquello a que la ley os obliga,
otorgádselo de voluntad. Yo, pues, primeramente suplico a
los dioses que esto se haga como a vosotros cumple. Pero si otra
intención tenéis, yo, Demea, no puedo dejar de
defender con todas mis fuerzas esta moza y la honra de aquel
muerto. Él era mi deudo. Desde niños nos criamos
juntos; en la guerra y en la paz siempre estuvimos juntos;
juntamente padecimos gran pobreza. Por tanto, yo he de estribar,
hacer y probar y, en fin, antes dejar la vida, que desampararlas.
¿Qué me respondes?
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DEMEA.- Hegión, yo me veré con mi
hermano. El parecer que él en esto me diere, aquél
seguiré.
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HEGIÓN.- Pues mira, Demea, que lo
consideres de esta manera, que cuanto más fácilmente
vosotros hacéis las cosas, y cuanto más poderosos,
ricos, prósperos, ilustres sois, tanto más
obligación tenéis de hacer de voluntad lo de
razón, si queréis ser tenidos por buenos.
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DEMEA.- Vuélvete; que se hará todo
lo que fuere de razón.
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HEGIÓN.- Esa obligación te queda.
Geta, guíame allá dentro a casa de Sostrata.
(Vanse HEGIÓN y GETA.)
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DEMEA.- (Solo.)
¡No pasan estas cosas sin haberlas anunciado yo! ¡Plega
a los dioses que en esto pare! Pero aquella manera de vivir tan a
rienda suelta ha de venir, a dar realmente en algún grave
mal. Voy a buscar a mi hermano, para descargar sobre él esta
cólera.
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