Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice




ArribaAbajoActo IV


Escena I

 

TESIFÓN, SIRO.

 

TESIFÓN.-  ¿Dices tú que mi padre ha ido al campo?

SIRO.-  Rato ha.

TESIFÓN.-  ¿De veras?

SIRO.-  Dígote que está en la granja. Yo entiendo que él ahora debe de estar muy ocupado en alguna labor.

TESIFÓN.-  ¡Ojalá! ¡Sí! Porque como ello fuese sin peligro de su vida, yo querría que de tal modo se cansase, que en estos tres días no pudiera en ninguna manera levantarse de la cama.

SIRO.-  ¡Así sea, y aun mejor que eso, si cabe!

TESIFÓN.-  Siquiera porque realmente deseo en extremo pasar todo este día en alegría, como ya he comenzado. Y aquella granja, no por otra razón la aborrezco tanto, como porque está tan cerca. Porque si estuviera lejos, antes le tomara allá la noche, que pudiese volver acá otra vez. Pero ahora, en cuanto no me vea allí, yo sé bien que él acudirá acá al punto. Me preguntará que dónde he estado, que no le he visto hoy en todo el día. ¿Qué le diré?

SIRO.-  ¿No se te ocurre nada?

TESIFÓN.-  Nada, nada.

SIRO.-  Tanto peor. ¿Algún cliente, amigo o huésped no tenéis?

TESIFÓN.-  Sí; ¿y qué...?

SIRO.-  Di que has tenido que despachar algunos negocios por ellos.

TESIFÓN.-  ¿No habiéndolo hecho? No es posible.

SIRO.-  Lo es.

TESIFÓN.-  Eso será excusa para el día; pero si me quedo aquí esta noche, Siro, ¿cuál le daré?

SIRO.-  ¡Oh, cómo quisiera que estuviese en uso también el negociar de noche por los amigos! Tú sosiega tu corazón, que yo le entiendo muy bien el genio; cuando más quemado está, te le torno tan manso como una oveja.

TESIFÓN.-  ¿De qué manera?

SIRO.-  Gusta mucho de oír decir de ti alabanzas; yo te hago delante de él un dios; cuéntole las virtudes...

TESIFÓN.-  ¿Mías?

SIRO.-  Tuyas. Y en el mismo punto al hombre se le saltan de placer las lágrimas, como a una criatura.  (En voz baja.)  Pero, ¡hola! ¡Cata...!

TESIFÓN.-  ¿Qué es ello?

SIRO.-  El lobo en la conseja.

TESIFÓN.-  ¿Mi padre es?

SIRO.-  El mismo.

TESIFÓN.-  ¿Qué hacemos, Siro?

SIRO.-  Retírate tú ahora allá dentro; que yo lo remediaré.

TESIFÓN.-  Si te preguntare por mí, di que no me has visto; ¿hasme oído?  (Entra en casa de MICIÓN.) 

SIRO.-  ¿Quieres dejarme hacer a mí?



Escena II

 

DEMEA, TESIFÓN, SIRO.

 

DEMEA.-   (Sin ver a TESIFÓN ni a SIRO.)  ¡Realmente que soy hombre desdichado! Cuanto a lo primero, no hallo a mi hermano en parte ninguna; además de esto, yendo a buscarle, veo un peón que venía de mi granja, el cual me dice que no estaba allí mi hijo. No sé qué me haga.

TESIFÓN.-   (Oculto en casa de MICIÓN.)  ¡Siro!

SIRO.-  ¿Qué dices?

TESIFÓN.-  ¿A mí me busca?

SIRO.-  Sí.

TESIFÓN.-  ¡Perdido soy!

SIRO.-  Ten buen corazón.

DEMEA.-   (Sin verlos.)  ¡Qué desgracia mía es ésta! ¿Pesar de la fortuna? No lo puedo entender, sino que creo que nací aposta para esto: para padecer trabajos. Yo soy el primero que siento nuestros males; yo el primero que lo sé todo; yo el primero que traigo las malas nuevas; yo solo soy el que, si algún mal sucede, lo padezco.

SIRO.-   (Aparte.)  Risa me da el viejo. Él dice que es el primero que lo sabe, y él solo es el que todo lo ignora.

DEMEA.-  Ahora vengo a ver si acaso ha vuelto mi hermano.

TESIFÓN.-   (Bajo.)  Siro, por tu vida, que mires no se nos entre acá de rondón.

SIRO.-  ¿No callarás? Yo le detendré.

TESIFÓN.-  A fe que no lo confíe yo hoy de ti, sino que yo me encierre con ella. (Alusión a CALIDIA.)  en algún aposento luego: esto es lo más seguro.

SIRO.-  En buen hora; pero con todo yo le apartaré de aquí.

DEMEA.-  Pero he allá el bellaco de Siro.

SIRO.-   (Gritando, y como si no hubiera visto a DEMEA.)  Realmente que no habrá quien pueda durar en esta casa, si esto se ha de sufrir. Yo quiero saber cuántos amos tengo. ¿Qué desventura es ésta?

DEMEA.-    (Aparte.)  ¿De qué se queja aquél?, ¿qué quiere?  (Alto a SIRO.)  ¿Qué dices, buen hombre?, ¿está mi hermano en casa?

SIRO.-  ¡Mala peste...! ¿Por qué me llamas buen hombre? ¿No ves como soy perdido?

DEMEA.-  ¿Qué tienes?

SIRO.-  ¿Eso me preguntas? Tesifón, a mí y a esa tañedora, a puñadas nos ha casi dejado por muertos.

DEMEA.-  ¿Eh? ¿Qué me cuentas?

SIRO.-  Mira cómo me ha rasgado la boca.

DEMEA.-  ¿Por qué?

SIRO.-  Dice que por mi persuasión se ha comprado esta moza.

DEMEA.-  ¿No me dijiste tú antes que le habías acompañado desde aquí hasta la granja?

SIRO.-  Y es verdad, pero después volvió hecho una fiera: no perdonó cosa. ¿No tuvo empacho de poner las manos en un viejo como yo, habiéndole yo traído no ha muchos años en mis brazos, siendo él pequeñito?

DEMEA.-  ¡Bien, Tesifón; a tu padre sales! ¡Adelante; veo que eres un hombre!

SIRO.-  ¿Qué te parece bien...? Pues a fe que si él es cuerdo, he aquí adelante se tenga sus manos comedidas.

DEMEA.-   (Ponderando a TESIFÓN.)  ¡Eso es valor!

SIRO.-   (Con ironía.)  ¡Mucho! ¡Porque venció a una triste mujer y a mí, pobre esclavo que no me le osaba volver! ¡Mucho valor, sí!

DEMEA.-  No lo pudo hacer mejor; de mi mismo parecer fue; que tú eres el autor de todo esto. Pero, ¿está mi hermano en casa?

SIRO.-  No.

DEMEA.-  Pensando estoy dónde le iría yo a buscar.

SIRO.-  Yo sé dónde; pero no te lo diré hoy en todo el día.

DEMEA.-   (Indignado.)  ¿Eh? ¿Qué dices?

SIRO.-  Lo que oyes.

DEMEA.-  Menudillo he de hacerte la cabeza.

SIRO.-  Pero es que no sé el nombre de aquel hombre..., aunque sé el lugar donde está.

DEMEA.-  Di, pues, el lugar.

SIRO.-  ¿Sabes esta lonja..., aquí junto a la carnicería..., a la parte de abajo?

DEMEA.-  ¿Pues no he de saber?

SIRO.-  Pasa por allí la plaza arriba derecho; cuando llegares al cabo, hay una cuesta, que tira hacia abajo; derríbate por ella; después hay a esta mano un oratorio, y junto de él un callejón estrecho.

DEMEA.-  ¿Hacia qué parte?

SIRO.-  Allí donde hay también una gran higuera silvestre.

DEMEA.-  ¡Ya...!

SIRO.-  Pues camina por allí.

DEMEA.-  Pero ese callejón no tiene salida.

SIRO.-  Realmente que dices la verdad. ¡Bah!, ¿piensas que estaba en mi juicio? Equivoqueme. Torna otra vez a la lonja: por aquí, en verdad, irás mucho más pronto y hay menos donde errar. ¿Sabes la casa de Cratino, éste que es tan rico?

DEMEA.-  Sí.

SIRO.-  -Pues en pasándola, toma, a la mano izquierda la plaza adelante por aquí. Cuando llegares al templo de Diana, tira a la derecha, y antes de llegar a la puerta de la ciudad, junto al mismo abrevadero, hay un molino y enfrente una carpintería: allí está.

DEMEA.-  ¿Y qué hace allí?

SIRO.-  Ha dado a hacer unos lechos de campo7, con los pies de roble.

DEMEA.-  Sí, para vuestras comilonas. Bien, por cierto. Pero, ¿qué hago, que no voy a buscarle?  (Vase.) 

SIRO.-  ¡Anda, anda; que yo haré que te canses hoy como tú lo mereces, viejo caduco! Esquino se detiene mucho, la comida se pierde, y Tesifón está enredado en sus amores. Pues yo también miraré por mí, porque me iré ya a la cocina, y echaré mano de lo mejor, y sorbiendo a traguillos, pasaré este día poquito a poquito.



Escena III

 

MICIÓN, HEGIÓN.

 

MICIÓN.-  Yo, Hegión, no hallo razón ninguna en este caso por qué hayas de alabarme tanto. Yo hago lo que debo, enmiendo el yerro que los míos han cometido. Si acaso no me tienes por alguno de aquellos a quienes les parece que se les hace muy grande agracio con pedirles cuenta del que ellos voluntariamente han hecho, y se quejan muy de veras de ello. ¿Y porque yo no he hecho lo mismo me das las gracias?

HEGIÓN.-  ¡Oh, no, en verdad! Nunca en mi pensamiento te tuve en otra reputación de lo que eres. Pero yo te suplico, Mición, que te vengas conmigo a casa de la madre de la doncella, y le digas lo mismo que a mí me has dicho a la mujer: cómo esta sospecha contra Esquino es por causa de su hermano, y que esa tañedora no es suya.

MICIÓN.-  Si eso te parece justo, o si así cumple que se haga, vamos.

HEGIÓN.-  Bien haces, porque le aliviarás la pena a la cuitada, que está deshaciéndose de dolor y desventura, y tú te portarás como quien eres. Aunque si otra cosa te parece, yo mismo le contaré a la mujer lo que ti me has dicho.

MICIÓN.-  No, sino que yo mismo iré.

HEGIÓN.-  Muy bien haces. Porque todos los que son de corta fortuna, yo no sé por qué son más suspicaces. Todo lo toman por afrenta, y como pueden poco, piensan que todo el mundo los desprecia. Y por esto, mejor será que tú mismo cara a cara les des esa satisfacción.

MICIÓN.-  Dices muy bien y muy gran verdad.

HEGIÓN.-  Sígueme, pues, allá  (Indicando la casa de SOSTRATA.)  por aquí.

MICIÓN.-  Con mucho gusto.



Escena IV

 

ESQUINO, solo.

 

ESQUINO.-  Atormentado traigo el corazón. ¡Y que sea posible que así de súbito me haya sucedido tanto mal, que ni sepa qué haré de mí, ni qué dispondré! Todos mis miembros me están temblando de miedo; el alma se me ha pasmado de temor; en mi cabeza ningún consejo puede hacer asiento. ¡Oh!, ¿cómo me desligaría yo de un enredo tan grande? No lo sé. ¡Ahora se ha tenido de mí tanta sospecha! ¡Y no realmente sin ocasión! Sostrata piensa que yo he comprado para mí esta tañedora: esto me lo ha dicho la vieja. Porque casualmente yendo ella desde aquí a llamar a la partera, yo la vi y al punto allégomele, y pregúntole qué hacía Pánfila; si se le había presentado ya el parto; si iba por eso a llamar a la partera. Ella comienza a decirme a grandes voces: «¡Quita, quítatenos ya de aquí, Esquino! Harto tiempo nos has traído vendidas y engañadas. Basta ya la burla que tus buenas promesas nos han hecho». Yo, entonces, dígole: «¡Cómo es eso! ¿Qué dices, por tu vida? -Ve en buen hora; tente aquélla que tanto te agrada». Luego entendí la sospecha que tenían; pero detúveme, por no decirle a aquella habladora nada de mi hermano por donde se viniese a descubrir. Y ahora, ¿qué haré? ¿Les diré que esta tañedora es amiga de mi hermano? Esto en ninguna manera conviene, que en parte ninguna se diga. Pero de esto no hago cuenta. Posible es que no se descubra. La misma verdad del caso temo que no la creerán. ¡Tantas razones hay para lo contrario! Yo mismo fui el que la quité, yo el que pagué el dinero, a mi misma casa vino. Todo esto bien confieso yo que ha sido por mi culpa, y por no haberle descubierto yo a mi padre la manera como había este negocio sucedido; que él me hubiera dado licencia para casarme con Pánfila. Mucho me he dormido hasta ahora. ¡Ea, Esquino, despiértate! Porque éste es el primer encuentro, quiero ir a hablarles y darles mi disculpa. Llegareme a su puerta. ¡Oh, pobre de mí! Las carnes me tiemblan siempre que llamo aquí: ¡Hola!, ¡hola! Esquino soy. Ábrame alguien esta puerta de presto. No sé quién sale. Apartereme hacia acá.



Escena V

 

MICIÓN, ESQUINO.

 

MICIÓN.-   (Saliendo de casa de SOSTRATA.)  Hacedlo de la manera que os he dicho Sostrata; yo me veré con Esquino, para que sepa cómo se ha tratado este negocio. -Pero, ¿quién es el que ha llamado a esta puerta?

ESQUINO.-   (Aparte.)  Mi padre es realmente. ¡Perdido soy!

MICIÓN.-  Esquino.

ESQUINO.-   (Aparte.)  ¿Qué negocio tiene éste en esta casa?

MICIÓN.-  ¿Has llamado tú a esta puerta?  (Aparte.)  Calla. Bien será burlarme de él un poco, pues jamás ha querido fiar de mí estos amores.  (Alto.)  ¿No me respondes nada?

ESQUINO.-  Yo no he llamado a esa puerta, que yo sepa.

MICIÓN.-   (Con ironía.)  ¿No...? Ya me maravillaba yo que tú tuvieses que hacer aquí.  (Aparte.)  Colorado se ha puesto; buena señal es.

ESQUINO.-  Y tú, padre, por tu vida, ¿qué tienes que hacer aquí, dime?

MICIÓN.-  Yo nada en verdad. Un amigo me Ha traído acá ahora desde la plaza, para que le fuese valedor.

ESQUINO.-  ¿En qué?

ESQUINO.-  Yo te lo diré. Moran aquí unas mujeres pobres... Creo no debes tener noticia de ellas, y aun lo sé de cierto, porque ha poco que se han pasado a vivir a este barrio.

ESQUINO.-  ¿Qué más?

MICIÓN.-  Son una doncella y su madre.

ESQUINO.-  Sigue.

MICIÓN.-  Esta doncella es huérfana de padre. Este amigo mío es el pariente más cercano que ella tiene; las leyes le obligan a que se case con ella.

ESQUINO.-   (Aparte.)  ¡Perdido soy!

MICIÓN.-  ¿Qué es eso?

ESQUINO.-  No..., nada... Bien está; pasa adelante.

MICIÓN.-  Él ha venido a llevársela consigo, porque mora en Mileto.

ESQUINO.-  ¡Cómo! ¿A llevarse consigo la doncella?

MICIÓN.-  Sí.

ESQUINO.-  ¿Hasta Mileto, por tu vida?

MICIÓN.-  Sí.

ESQUINO.-   (Aparte.)  A mí me va a dar algo.  (Alto.)  Y ellas ¿qué dicen?

MICIÓN.-  ¿Qué piensas que han de decir? Haz cuenta que nada. La madre ha fingido que la doncella ha tenido un muchacho, no sé de quién, porque ella no le nombra, y que el padre del chico es primero, y que no conviene casarla con éste de Mileto.

ESQUINO.-  ¡Y pues! Después de todo, ¿no te parece que ello es muy justo?

MICIÓN.-  No.

ESQUINO.-  ¿Que no, por tu vida? ¿Acaso se la llevará de aquí, padre?

MICIÓN.-  ¿Pues por qué no la ha de llevar?

ESQUINO.-  Creo, padre, que lo habéis hecho dura y cruelmente, y aun si se ha de decir la verdad, villanamente.

MICIÓN.-  ¿Por qué?

ESQUINO.-  ¿Por qué, me preguntas? ¿Qué corazón le quedará a aquel infeliz que primero ha tenido trato y amistad con ella (¡y qué sé yo si el desdichado aún la quiere locamente!) cuando vea que de su presencia se la quitan y se la llevan de delante de sus ojos? ¡Muy mal hecho, padre!

MICIÓN.-  ¿Cómo es eso?, ¿quién se la prometió?, ¿quién se la dio?, ¿cuándo casó con él?, ¿quién fue el que lo trató?, ¿por qué tomó él mujer que no era suya?

ESQUINO.-  ¿Pues era razón que una moza de sus años se estuviese queda en su casa, aguardando que un pariente viniese desde Mileto acá por ella? Esto era justo, padre mío, que tú dijeras, y que defendieras.

MICIÓN.-  ¡Qué gracia...! ¿Contra el que me había traído por su valedor había yo de argüir? Pero, ¿qué nos va en eso a nosotros, Esquino?, ¿o qué tenemos que ver con ellos? Vámonos. ¿Qué es esto?, ¿por qué lloras?

ESQUINO.-  ¡Padre, por mi amor que me oigas!

MICIÓN.-  Esquino, todo lo he entendido ya, y lo sé porque te amo, y por esto cuido más de todo cuanto haces.

ESQUINO.-  ¡Así plega a los dioses que tú, por merecerlo yo, me ames, padre mío, mientras vivas, como a mí me pesa en el alma de haber cometido este yerro y como me avergüenzo!

MICIÓN.-  En verdad que lo creo, porque conozco tu ahidalgada condición; pero recelo que eres harto descuidado en ordenar tu vida. Porque, ¿en qué ciudad haces cuenta tú que vives? Desfloraste una doncella, la cual no fuera razón que la tocaras. Cuanto a lo primero, el delito fue grave, muy grave, pero, en fin, es de hombres. Otros tan buenos como tú lo han hecho muchas veces. Pero después de sucedido el caso, dime, ¿has, por ventura, echado de ver, o has mirado por ti qué es lo que habías de hacer, o por qué vía se había de hacer? Si tenías empacho de decírmelo tú mismo, ¿cómo lo iba a saber yo? Mientras has estado perplejo en esto, se te han pasado diez meses, te has comprometido a ti mismo, y a esa cuitada, y a tu hijo cuanto ha sido de tu parte. ¡Qué! ¿Pensabas que mientras tú dormías te habían de arreglar los dioses tus negocios, y que sin procurarlo tú se te había ella de venir a tu aposento? No quisiera que mostrases tal indiferencia en lo demás. Anímate; que te casarás con ella.

ESQUINO.-   (Muy alegre.)  ¡Cómo!

MICIÓN.-  Digo que tengas buen ánimo.

ESQUINO.-  No, padre, dime, por tu vida, ¿búrlaste de mí ahora?

MICIÓN.-  ¿Yo... de ti? ¿Por qué?

ESQUINO.-  No lo sé; sino que como deseo tanto que eso sea verdad, por eso temo más...

MICIÓN.-  Vete a casa y haz oración a los dioses, para que, mandes traer a tu mujer. ¡Camina!

ESQUINO.-  ¿Cómo? ¿Ya mujer?

MICIÓN.-  Sí, ya.

ESQUINO.-  ¿Ya?

MICIÓN.-  Ya; ve lo más presto que puedas.

ESQUINO.-  Todos los dioses me castiguen, padre mío, si yo no te quiero más ahora, que a mis ojos.

MICIÓN.-  ¿Y más que a ella?

ESQUINO.-  Tanto.

MICIÓN.-  Muy bien.

ESQUINO.-  Y el de Mileto, ¿qué se ha hecho?

MICIÓN.-  Fuese, desapareció, embarcose. Pero, ¿por qué no vas...?

ESQUINO.-  Mejor es, padre mío, que tú vayas y hagas oración a los dioses; porque yo tengo por cierto que cuanto tú eres mejor que yo, tanto ellos con mayor voluntad oirán tus ruegos.

MICIÓN.-  Yo me voy allá dentro a hacer que se apareje todo lo que es menester; tú, si cuerdo eres, haz como te he dicho.

ESQUINO.-   (Solo.)  ¿Qué negocio es éste? ¿Esto es ser padre? ¿Esto es ser hijo? Si mi hermano o mi compañero fuera, ¿qué más me pudiera complacer? ¿A un padre así no le he yo de amar y traerle metido en mis entrañas? Ah, de tal manera me ha puesto, con su benignidad, en perpetua obligación de no hacer a necias cosas que no le dé gusto; que a sabiendas yo me guardaré! Pero voyme allá dentro, por no ser yo mismo estorbo de mis bodas.



Escena VI

 

DEMEA, solo.

 

DEMEA.-  Molido vengo de andar. ¿Que el gran Júpiter os destruya, Siro, a ti y a tus indicaciones! He andado rastreando por toda la ciudad, hasta la puerta, hasta el abrevadero, ¿hasta dónde no...? Y ni allí había casa de carpintero, ni hombre que dijese que había visto a mi hermano. Ahora vengo con determinación de esperarle en casa hasta que vuelva.



Escena VII

 

MICIÓN, DEMEA.

 

MICIÓN.-   (A su hijo.)  Voy a decirles cómo por nosotros no hay demora.

DEMEA.-  Pero hele aquí.  (Alto.)  Rato ha que te busco, Mición.

MICIÓN.-  ¿Qué me quieres?

DEMEA.-  Te traigo noticia de otras grandes maldades de aquel honrado mozo.  (Alude a ESQUINO.) 

MICIÓN.-  ¡Ya pareció el hombre!

DEMEA.-  Inauditas, criminales.

MICIÓN.-  Acaba ya.

DEMEA.-  ¡Ah, tú no sabes qué sujeto es!

MICIÓN.-  Lo sé.

DEMEA.-  ¡Ah, tonto! Tú debes de imaginar que yo hablo de la tañedora: Este delito es contra una doncella ciudadana.

MICIÓN.-  Ya lo sé.

DEMEA.-   (Iracundo.)  ¡Oh!, ¿lo sabes y lo sufres?

MICIÓN.-  ¿Por qué no lo he de sufrir?

DEMEA.-  Dime, ¿no clamas...?, ¿no pierdes el juicio?

MICIÓN.-  No; yo más quisiera ciertamente...

DEMEA.-  Ha nacido ya un muchacho.

MICIÓN.-  Los dioses le hagan dichoso.

DEMEA.-  La moza no tiene nada.

MICIÓN.-  Así me lo han dicho.

DEMEA.-  ¿Y sin dote se ha de casar con ella?

MICIÓN.-  Llana cosa.

DEMEA.-  Y ahora, ¿qué haremos?

MICIÓN.-  Lo que el mismo caso pide, Haremos que pase a nuestra casa la doncella.

DEMEA.-  ¡Oh, Júpiter! ¿Y eso es lo que cumple...?

MICIÓN.-  ¿Pues qué otra cosa quieres que yo haga?

DEMEA.-  ¿Qué...? Ya que en realidad de verdad esto no te apena, a lo menos es propio de hombre aparentarlo.

MICIÓN.-  Pero es que ya tengo prometida la doncella; el negocio está concertado, y se hace hoy el casamiento, y ya les he quitado todo el temor. Esto sí que es más propio de un hombre.

DEMEA.-  ¿Y, pues, parécete a ti bien el caso, Mición?

MICIÓN.-  No, si yo lo pudiera estorbar; pero, pues no puedo, tómolo con paciencia. La vida de los hombres es como juego de tablas: Que si en el lance no sale lo que era menester, lo que por azar salió se ha de enmendar con la prudencia.

DEMEA.-  ¡Gentil maestro de enmiendas! Con esa tu prudencia se han perdido las veinte minas que se dieron por la tañedora, la cual, en la hora se ha de despedir o vendida o de balde.

MICIÓN.-  Ni la despediré, ni tengo gana de venderla.

DEMEA.-  ¿Pues qué harás de ella?

MICIÓN.-  En casa quedará.

DEMEA.-  ¡Oh, fe de dioses! ¿La ramera y la mujer en una misma casa?

MICIÓN.-  ¿Por qué no?

DEMEA.-  ¿Tú entiendes que estás en tu seso?

MICIÓN.-  Yo entiendo que sí.

DEMEA.-  Así los dioses me amen, como creo, según veo tu poco juicio, que lo harás por tener con quien cantar.

MICIÓN.-  ¿Qué hay que dudar en eso?

DEMEA.-  ¿Y la recién casada ha de aprender también esa habilidad?

MICIÓN.-  Es llano.

DEMEA.-  ¿Y tú entre ellas, asido de la cuerda, bailarás?

MICIÓN.-  Sí.

DEMEA.-  ¿Sí?

MICIÓN.-  Y tú también, Demea, juntamente con nosotros, si fuere menester.

DEMEA.-  ¡Ay de mí! ¿No te avergüenzas de decir cosas semejantes?

MICIÓN.-  ¡Ea! Deja ya estar tu cólera, Demea, y muéstrate, como es razón, alegre y voluntario en las bodas de tu hijo. Yo voy a hablar con ellos un momento; luego soy aquí.  (Vase.) 

DEMEA.-  ¡Oh Júpiter!, ¿y ésta es vida?, ¿y éstas son costumbres?, ¿esto es seso de gente? La mujer vendrá sin dote, la tañedora dentro, la gente de casa gastadora, el mozo regalón, el viejo loco desvariado. Aunque la misma salvación quiera salvar y conservar esta casa, no podrá de ninguna manera.





ArribaActo V


Escena I

 

SIRO, DEMEA.

 

SIRO.-  A buena fe, Sirete, que te has dado buen verde, y has hecho tu deber muy cumplidamente: ¡Jala! Pero, pues he satisfecho bien allá dentro a mi deseo, hame parecido salirme por acá fuera ahora un poco a pasear.

DEMEA.-   (Aparte.)  ¡Mirad, si os parece, la muestra de buen gobierno de casa!

SIRO.-   (Aparte.)  Pero he aquí do viene nuestro viejo.  (Alto.) ¿En qué se entiende? ¿De qué estás triste?

DEMEA.-  ¡Ah, bellaco!

SIRO.-  ¿Ya vienes tú a derramar aquí palabras de sabiduría?

DEMEA.-  ¡Si fueras siervo mío...

SIRO.-  Fueras rico, Demea, y tuvieras bien segura tu hacienda.

DEMEA.-  ... yo haría que fueses escarmiento para todos!

SIRO.-  ¿Por qué?, ¿qué hice yo?

DEMEA.-  ¿Eso me preguntas? Entre la misma revuelta, y en un delito tan grave que apenas se ha podido reparar, ¿has comido y bebido, ladrón, como si hubiera sucedido algún gran bien?

SIRO.-   (Aparte.)  ¡Pardiez, que me pesa de haber salido acá!



Escena II

 

DROMÓN, SIRO, DEMEA.

 

DROMÓN.-   (Saliendo de casa de MICIÓN.)  ¡Hola, Siro...!, ¡que te ruega Tesifón que vuelvas!

SIRO.-  Vete de aquí.

DEMEA.-  ¿Qué dice ése de Tesifón?

SIRO.-  No, nada.

DEMEA.-   (Indignado.)  ¡Ah, verdugo! ¿Y allá dentro está Tesifón?

SIRO.-  No.

DEMEA.-  ¿Cómo, pues, le nombra ése?

SIRO.-  Es otro Tesifón, un truhancillo, chiquitín..., ¿no le conoces?

DEMEA.-  Yo sabré...

SIRO.-  ¿Qué haces?, ¿a dó vas?

DEMEA.-  Déjame.

SIRO.-  ¡No vayas, por tu vida!

DEMEA.-  ¿No apartarás la mano, azotado?, ¿o quieres que te haga pedazos la cabeza?

SIRO.-   (Solo.)  Fuese. ¡Un convidado, en buena fe no muy conveniente, en especial para Tesifón! ¿Qué tengo yo ahora de hacer, sino mientras estos enojos se apaciguan, irme entre tanto a un rincón, y allí dormir este vinillo? Harelo así.



Escena III

 

MICIÓN, DEMEA.

 

MICIÓN.-   (Saliendo de casa de SOSTRATA.)  De nuestra parte, Sostrata, todo está ya a punto; como he dicho, podéis venir cuando quisiereis. -¿Quién ha dado tan gran golpe en mi puerta?

DEMEA.-   (Desde casa de MICIÓN.)  ¡Ay de mí! ¿Qué haré?, ¿qué diré?, ¿qué gritos daré o a quién me quejaré? ¡Oh, cielo! ¡Oh, tierra! ¡Oh, mares de Neptuno!

MICIÓN.-   (A un espectador.)  Ya ha entendido todo el caso, y de eso da gritos, no hay duda; riñas tenemos; acudir allá conviene.

DEMEA.-  Hele aquí do viene la perdición de mis dos hijos.

MICIÓN.-  ¡Ea!, refrena ya tu cólera y vuelve en ti.

DEMEA.-  Ya la he refrenado, ya he vuelto; dejo aparte pesadumbres. Tratemos sólo del caso. ¿No fue concierto entre nosotros, y aun por ti mismo propuesto, que ni tú tuvieses cuenta con mi hijo ni yo tampoco con el tuyo? Responde.

MICIÓN.-  Verdad es, no lo niego.

DEMEA.-  Pues, ¿por qué ahora hace convites en tu casa?, ¿por qué le recibes?, ¿por qué me le compras amiga, Mición? ¿Qué razón hay para que yo no haya de tener el mismo derecho contra ti que tú tienes contra mí? Pues yo no cuido del tuyo, no cuides tú del mío.

MICIÓN.-  No tienes razón.

DEMEA.-  ¿Qué no?

MICIÓN.-  Porque refrán antiguo es que entre los amigos todo ha de ser común.

DEMEA.-  ¡Guapamente! ¿Ahora salimos con ésas?

MICIÓN.-  Óyeme, Demea, dos palabras, si no te es molesto. Cuanto a lo primero, si el gasto que tus hijos hacen te da pena, por mi amor que lo consideres entre ti de esta manera. Tú, al principio, a tus dos hijos los criabas conforme a la posibilidad de tu hacienda, porque creías que tus bienes para entrambos bastarían, y que yo me casaría sin duda. Echa, pues, ahora aquella misma cuenta antigua: conserva, adquiere, endura, y procura tú dejarles mucha hacienda. Esa honra téntela tú para ti. De mis bienes, que les han venido sin pensar, déjalos gozarse; del patrimonio no se te perderá una blanca. Lo que de mis bienes les quedare, haz cuenta que te lo hallas. Si todo eso, Demea, quieres considerar de veras, a mí y a ti y a ellos nos librarás de pesadumbre.

DEMEA.-  Lo de la hacienda pase; más las costumbres de los mozos...

MICIÓN.-  Tente, ya lo entiendo, a eso iba. Muchas señales, Demea, hay en el hombre por las cuales puede juzgarse fácilmente. Cuando dos hacen una misma cosa, puedes muchas veces decir: a éste se le puede sufrir el hacer esto, y a estotro no se puede. No porque la cosa sea diferente, sino porque lo son los que la hacen. Y así, yo veo en ellos señales por donde confío que serán cuales deseamos. Yo veo que tienen discreción y juicio, y vergüenza donde conviene tenerla, y que se aman. Y es de ver realmente su condición y voluntad ahidalgada. El día que tú quisieres, los volverás al buen camino. Pero acaso temas que sean muy descuidados en conservar sus haciendas. ¡Oh, hermano Demea! Los viejos para todo lo demás somos más sabios por la edad; sola ésta falta trae consigo a los hombres la vejez; que todos somos más codiciosos del dinero, de lo que conviene. Y así el tiempo les aguzará el deseo de adquirir.

DEMEA.-  ¡Plega a los dioses, Mición, que esas tus buenas razones y esa tu benignidad no dé con todo al traste!

MICIÓN.-  Calla, que no sucederá. Deja ya esos temores, huélgate hoy conmigo, alegra esa cara.

DEMEA.-  Pues el tiempo así lo requiere, habrelo de hacer; pero mañana, en amaneciendo, me iré de aquí con mi hijo a la alquería.

MICIÓN.-  Y aun antes que amanezca; solamente hoy te muestres de buen humor.

DEMEA.-  ¿Y tengo de llevar allá conmigo esa tañedora?

MICIÓN.-  Procúralo, porque con ella tendrás tu hijo allí como atado a una estaca. Pero mira que me la guardes bien.

DEMEA.-  Eso yo lo procuraré y haré que ancle allí llena de hollín, de humo y de polvo de harina, a poder de cocer y de moler, y tras todo eso, a un sol de mediodía le haré espigar; más tostada te la tornaré y más negra que el carbón.

MICIÓN.-  Muy bien. Ahora me pareces hombre cuerdo. Y aun si yo fuese que tú, le haría a mi hijo que, aunque no quisiese, se acostase con ella.

DEMEA.-  ¿Búrlaste de mí? ¡Dichoso tú, que esa alma, tienes! Yo siento...

MICIÓN.-  ¡Ah!, ¿ya vuelves...?

DEMEA.-  Ya, ya me callo.

MICIÓN.-  Pues éntrate allá. Pasemos este día alegremente en lo que ya está determinado.



Escena IV

 

DEMEA, solo.

 

DEMEA.-  Jamás ninguno echó tan bien la cuenta de su vida, que los negocios, los años y la experiencia no le enseñasen algo nuevo, y le avisasen de algo, de manera que lo que él se pensaba saber no lo supiese, y lo que tenía por mejor lo reprobase. Lo cual ahora a mí me ha acaecido, porque aquella vida áspera que yo hasta aquí he seguido, ahora que ya casi estoy al fin de la jornada, la condeno. ¿Y por qué? Porque la experiencia me ha enseñado que al hombre no hay cosa que le esté mejor que la benignidad y la clemencia. Que esto es verdad, por mí y por mi hermano lo puede entender quienquiera fácilmente. Él siempre ha pasado su vida sin cuidados y en convites; benigno, manso, sin ofender a nadie, complaciendo a todos, ha vivido a su gusto, gastado a su gusto; todos le elogian, todos le aman. Yo soy el villano, el cruel, el triste, el escaso, el terrible, el duro. Caseme: ¡Qué desdichas en el matrimonio! Naciéronme hijos: ¡Nuevos cuidados! Pues además de esto, procurando dejarles mucha hacienda, toda mi vida y mis años he gastado en adquirir. Y ahora, al cabo de ellos, el galardón de mis trabajos es ser aborrecido. Mi hermano, sin trabajo ninguno, goza de todas las ventajas de un padre con mis hijos: a él le aman, de mí huyen; a él le dan parte de sus consejos; a él le tienen afición; ambos están con él, a mí me desamparan. A él le desean larga vida; tal vez codician mi muerte. De manera, que los que yo he criado con gran trabajo, él se los ha hecho suyos a poca costa. Yo llevo a cuestas todas las fatigas, y él se goza todos los contentos. ¡Ea, pues, probemos ahora al contrario, si podré yo decir alguna palabra amorosamente o hacer algo con benignidad, pues él me obliga a ello! Que también quiero yo ser amado, y estimado de los míos. Y si esto ha de ser dándoles y complaciéndoles, no seré yo de los postreros. ¿Y si falta? ¡A mí qué...! Para mí no faltará; que ya poca vida me queda.



Escena V

 

SIRO, DEMEA.

 

SIRO.-  ¡Hola, Demea... que te ruega tu hermano que no te vayas lejos!

DEMEA.-  ¿Quién es...? -¡Oh, amigo Siro, estés en buen hora! ¿Qué se hace?, ¿cómo va?

SIRO.-  Muy bien.

DEMEA.-  Huelgo de ello.  (Aparte.)  Ya ahora he dicho tres palabras fuera de mi condición: Amigo, ¿qué se hace, cómo va?  (Alto.)  Ahidalgado siervo te muestras, y así haré por ti de buena gana.

SIRO.-  En merced te lo tengo.

DEMEA.-  Mira, Siro, que no es donaire esto, y antes de mucho lo verás por la obra.



Escena VI

 

GETA, DEMEA.

 

GETA.-   (Saliendo de casa de SOSTRATA.)  Señora, yo voy a dar aviso a éstos  (Alude a MICIÓN y a ESQUINO.)  para que vengan luego por la doncella. -Pero, ¡he aquí a Demea! ¡Estés en hora buena!

DEMEA.-  ¡Hola!, ¿cómo te llamas?

GETA.-  Geta.

DEMEA.-  Geta, yo te he tenido hoy en mi pensamiento en reputación de hombre de mucho valer; porque aquel siervo es para mí de muy buena prueba, que tiene cuenta con las cosas de su señor, según he entendido que tú lo has hecho, Geta. Y por ello, en lo que fuere menester, haré por ti de buena voluntad.  (Aparte.)  Busco medios para ser afable, y bien me sale.

GETA.-  Hombre honrado eres en pensar así.

DEMEA.-   (Aparte.)  Poco a poco voy ganando las voluntades de la gente baja primeramente.



Escena VII

 

ESQUINO, DEMEA, SIRO, GETA.

 

ESQUINO.-   (Sin ver a los demás.)  Realmente que me ponen a morir, pues quieren celebrar las bodas con tanto cumplimiento, que todo el día se les va en aparejar.

DEMEA.-  ¿Qué se hace, Esquino?

ESQUINO.-  ¡Oh, padre mío!, ¿y aquí estabas tú?

DEMEA.-  Sí, por cierto; tuyo de corazón y por naturaleza, y que te quiere más que a sus propios ojos. Pero, ¿por qué no haces traer a casa a tu mujer?

ESQUINO.-  Ya querría, sino que me hacen detener la que ha de tañer la flauta y los que han de cantar el himeneo.

DEMEA.-  ¡Quítate allá! ¿Quieres tú creer a este viejo?

ESQUINO.-  ¿En qué?

DEMEA.-  Deja estar todo eso: el himeneo, los convidados, las antorchas y las músicas; haz que derriben las tapias de esa huerta cuanto antes, y pasa a tu mujer por ahí; haz de las dos casas una sola, y tráete también acá la madre y toda la familia.

ESQUINO.-  Sí haré, padre gracioso.

DEMEA.-   (Aparte.)  ¡Ea... ya me llaman gracioso! La casa le abrirán a mi hermano, traerá mucha gente, gastará largo: mucha cosa es todo esto. Pero, ¿qué se me da a mí? Yo, ya generoso, gano las voluntades. Ahora, Mición, manda que le dé luego de contado Babilón las veinte minas8.  (Alto.)  Siro, ¿por qué no vas tú y lo haces?

SIRO.-  ¿Qué pues?

DEMEA.-  Ve y derríbalas.  (A GETA.)  Y tú, tráela.

GETA.-  Los dioses te lo paguen, Demea, pues que con tanta voluntad veo que quieres hacer bien a nuestra casa.

DEMEA.-  Entiendo que lo merecéis.  (A ESQUINO. Y tú, ¿qué dices?

ESQUINO.-  Que me parece lo mismo.

DEMEA.-  Más vale así, que traerla ahora acá por la calle, parida y enferma.

ESQUINO.-  No he visto mayor aviso, padre mío.

DEMEA.-  Así los gasto yo. Pero aquí sale Mición.



Escena VIII

 

MICIÓN, DEMEA, ESQUINO.

 

MICIÓN.-   (A SIRO y GETA, que están dentro.)  ¿Mi hermano lo manda? ¿Dónde está él? ¿Tú mandas esto, Demea?

DEMEA.-  Sí. Yo mando eso y todo lo demás con que litigamos toda una esta familia, y que la honremos, favorezcamos y juntemos.

ESQUINO.-  Así te lo suplico, padre.

MICIÓN.-  Lo mismo me parece a mí.

DEMEA.-  Y aún es nuestro deber. Cuanto a lo primero, aquí está la madre de la mujer de Esquino...

MICIÓN.-  ¿Y pues?

DEMEA.-  Mujer de bien y de buenas costumbres...

MICIÓN.-  Así dicen.

DEMEA.-  Ya anciana...

MICIÓN.-  Ya lo sé.

DEMEA.-  A sus años ya no puede concebir. No tiene quién mire por ella. Está sola.

MICIÓN.-   (Aparte.)  ¿Qué empresa es la de éste?

DEMEA.-  Es razón que tú te cases con ella. Y que tú  (A ESQUINO.)  procures que se haga.

MICIÓN.-  ¿Yo casarme?

DEMEA.-  Sí, tú.

MICIÓN.-  ¿Yo?

DEMEA.-  Tú, digo.

MICIÓN.-  Deliras.

DEMEA.-   (A ESQUINO.)  Si tú eres hombre, él lo hará.

ESQUINO.-  ¡Padre mío!

MICIÓN.-  ¡Cómo! ¿Y a éste escuchas tú, asno?

DEMEA.-  ¡Nada, nada; no hay escape!

MICIÓN.-  Desvarías.

ESQUINO.-  ¡Hazme esta merced, padre mío!

MICIÓN.-  ¿Estás loco? Quítate de aquí.

DEMEA.-  ¡Ea!, dale a tu hijo ese contento.

MICIÓN.-  ¿Tú tienes bueno el seso? ¡Al cabo de sesenta y cinco años he yo de ser novio, y casarme con una vieja consumida! ¿Eso me aconsejáis?

ESQUINO.-  Anda; ¡que yo se lo he prometido!

MICIÓN.-  ¿Prometido? A la fe, amigo, haz tú merced de tu persona.

DEMEA.-  ¿Pues qué dirías, si él te rogase alguna cosa de más importancia?

MICIÓN.-  ¡Como si ésta no fuese la mayor!

DEMEA.-  Accede.

ESQUINO.-  No seas pesado.

DEMEA.-  Acaba, prométeselo.

MICIÓN.-  ¿No me dejarás?

ESQUINO.-  No, hasta recabar esto de ti.

MICIÓN.-  Fuerza es ésta realmente.

DEMEA.-  Ea, Mición, hazlo cumplidamente.

MICIÓN.-  Aunque ello me parece cosa torpe y tonta, y disparate muy ajeno a mi manera de vivir, con todo eso, pues vosotros tanto lo queréis, sea.

ESQUINO.-  Bien haces. Con razón te quiero mucho.

DEMEA.-   (Aparte.)  ¿Qué diría yo ahora? ¡Todo lo que quiero se hace!

MICIÓN.-  ¿Hay más todavía?

DEMEA.-  Hegión es pariente muy cercano de éstas, deudo nuestro, pobre; justo será que le hagamos algún bien.

MICIÓN.-  ¿Qué bien?

DEMEA.-  Aquí tienes junto a la ciudad un campillo que arriendas a otro. Démoselo a éste, que lo goce y disfrute.

MICIÓN.-  ¿Poquillo es eso?

DEMEA.-  Aunque sea mucho, con todo eso se ha de hacer. Esta mujer le tiene en lugar de padre, es hombre de bien, es nuestro deudo; bien dado está. Finalmente, Mición, yo ahora hago mía aquella sentencia que tú bien y sabiamente dijiste no ha mucho: Vicio común de todos los viejos es el ser muy codiciosos de la hacienda. Esta falta debemos enmendarla. Dijiste muy gran verdad, y hase de cumplir por la obra.

MICIÓN.-  ¿Qué duda hay en eso? Se le dará, pues Demea lo quiere.

ESQUINO.-  ¡Padre mío!

DEMEA.-  Ahora eres tú de veras mi hermano, así en el alma como en el cuerpo.

MICIÓN.-  Huélgome de eso.

DEMEA.-   (Aparte.)  Con su propia espada le degüello.



Escena IX

 

SIRO, DEMEA, MICIÓN, ESQUINO.

 

SIRO.-  Ya está hecho, Demea, lo que mandaste.

DEMEA.-  Eres una alhaja. Yo soy de parecer, en verdad, que es justo que Siro hoy reciba libertad.

MICIÓN.-  ¿Éste libertad?, ¿por qué merecimientos?

DEMEA.-  Por muchos.

SIRO.-  ¡Oh, señor Demea! En verdad que eres muy bueno. Yo os he criado estos dos hijos, desde que eran niños, con mucha diligencia, y les he enseñado, amonestado y aconsejado bien todo lo que he podido.

DEMEA.-  A la vista está. Especialmente esto: Gastar, robar rameras, preparar comilonas de día. Servicios como éstos no son propios de un cualquiera.

SIRO.-  ¡Oh, qué hombre tan gracioso!

DEMEA.-  Finalmente, hoy, en la compra de esa tañedora, éste ha sido el valedor, éste lo ha tratado; justo es hacerle algún bien. ¿Dónde hallarás siervos mejores? En fin, Esquino gusta de que se haga.

MICIÓN.-  ¿Tú gustas de que se haga esto?

ESQUINO.-  Deséolo.

MICIÓN.-  Pues que tú lo quieres, sea. Siro, allégate a mí: De hoy más, sé libre.

SIRO.-  Gran merced me haces. A todos lo agradezco, pero a ti, Demea, en particular.

DEMEA.-  Huelgo de ello.

ESQUINO.-  Y yo también.

SIRO.-  Lo creo; ojalá éste se me hiciese un gozo perpetuo, y que viese yo a mi mujer Frigia libre conmigo juntamente.

DEMEA.-  Muy buena mujer en verdad.

SIRO.-  Por cierto que a tu nieto, hijo de éste, ella le ha dado hoy la primera leche.

DEMEA.-  Pues en verdad que, hablando de veras, pues ella le ha dado la primera leche, sin duda es razón que quede libre.

MICIÓN.-  ¿Por solo eso?

DEMEA.-  Por eso. Finalmente, yo te pagaré de mi dinero lo que ella vale.

SIRO.-  Los dioses, Demea, te cumplan siempre todos tus deseos.

MICIÓN.-  Bien has librado hoy, Siro.

DEMEA.-  Especialmente, Mición, si tú haces lo que debes, y le aprontas algo con que viva; que él te lo volverá luego.

MICIÓN.-  No le daré valía de este pelo.

ESQUINO.-   (Rogando.)  ¡Ea, que es hombre de bien!

SIRO.-  Por mi vida que te lo volveré: Dámelo.

ESQUINO.-  ¡Ea, padre!

MICIÓN.-  Ya veremos.

DEMEA.-  Él lo hará.

SIRO.-  ¡Oh, qué hombre tan bueno!

ESQUINO.-  ¡Oh, padre afabilísimo!

MICIÓN.-   (A DEMEA.)  ¿Qué es esto?, ¿qué negocio ha hecho tan repentinamente mudanza en tus costumbres?, ¿qué prontitud es ésta, o qué largueza tan repentina?

DEMEA.-  Yo te lo diré. Para mostrar cómo el tenerte éstos en posesión de hombre benigno y apacible, no procede de verdadera vida ni de lo que es justo y bueno, sino de ser lisonjero; del regalar y del dar, Mición. Y si mi vida, Esquino, os es aborrecible, porque no os complazco en todo, así en lo justo como en lo injusto, yo alzo mano de ello: derramad, comprad, haced lo que se os antoje. Pero si gustáis de que lo que vosotros, por ser mozos, no echáis de ver, y lo deseáis a ciegas y lo consideráis poco, esto yo os lo reprenda y corrija, y también en su lugar os complazca, aquí estoy, que por amor de vosotros lo haré.

ESQUINO.-  En tu mano, padre, lo dejamos todo. Tú sabes mejor lo que nos cumple. Pero, ¿qué harás de mi hermano?

DEMEA.-  Yo le doy licencia; que la tenga. Y haga raya en ella.

ESQUINO.-  Eso está muy bien.  (A los espectadores.)  ¡Aplaudid!



 
 
FIN DE LA COMEDIA
 
 




Anterior Indice