Escena
I
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TESIFÓN,
SIRO.
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TESIFÓN.- ¿Dices tú que mi
padre ha ido al campo?
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SIRO.- Rato ha.
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TESIFÓN.- ¿De veras?
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SIRO.- Dígote que está en la
granja. Yo entiendo que él ahora debe de estar muy ocupado
en alguna labor.
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TESIFÓN.- ¡Ojalá!
¡Sí! Porque como ello fuese sin peligro de su vida, yo
querría que de tal modo se cansase, que en estos tres
días no pudiera en ninguna manera levantarse de la cama.
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SIRO.- ¡Así sea, y aun mejor que
eso, si cabe!
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TESIFÓN.- Siquiera porque realmente deseo
en extremo pasar todo este día en alegría, como ya he
comenzado. Y aquella granja, no por otra razón la aborrezco
tanto, como porque está tan cerca. Porque si estuviera
lejos, antes le tomara allá la noche, que pudiese volver
acá otra vez. Pero ahora, en cuanto no me vea allí,
yo sé bien que él acudirá acá al punto.
Me preguntará que dónde he estado, que no le he visto
hoy en todo el día. ¿Qué le diré?
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SIRO.- ¿No se te ocurre nada?
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TESIFÓN.- Nada, nada.
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SIRO.- Tanto peor. ¿Algún cliente,
amigo o huésped no tenéis?
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TESIFÓN.- Sí; ¿y
qué...?
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SIRO.- Di que has tenido que despachar algunos
negocios por ellos.
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TESIFÓN.- ¿No habiéndolo
hecho? No es posible.
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SIRO.- Lo es.
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TESIFÓN.- Eso será excusa para el
día; pero si me quedo aquí esta noche, Siro,
¿cuál le daré?
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SIRO.- ¡Oh, cómo quisiera que
estuviese en uso también el negociar de noche por los
amigos! Tú sosiega tu corazón, que yo le entiendo muy
bien el genio; cuando más quemado está, te le torno
tan manso como una oveja.
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TESIFÓN.- ¿De qué
manera?
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SIRO.- Gusta mucho de oír decir de ti
alabanzas; yo te hago delante de él un dios; cuéntole
las virtudes...
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TESIFÓN.- ¿Mías?
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SIRO.- Tuyas. Y en el mismo punto al hombre se
le saltan de placer las lágrimas, como a una criatura.
(En voz baja.) Pero, ¡hola!
¡Cata...!
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TESIFÓN.- ¿Qué es ello?
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SIRO.- El lobo en la conseja.
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TESIFÓN.- ¿Mi padre es?
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SIRO.- El mismo.
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TESIFÓN.- ¿Qué hacemos,
Siro?
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SIRO.- Retírate tú ahora
allá dentro; que yo lo remediaré.
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TESIFÓN.- Si te preguntare por mí,
di que no me has visto; ¿hasme oído?
(Entra en casa de MICIÓN.)
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SIRO.- ¿Quieres dejarme hacer a
mí?
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Escena
II
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DEMEA,
TESIFÓN,
SIRO.
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DEMEA.- (Sin ver a TESIFÓN ni a SIRO.) ¡Realmente
que soy hombre desdichado! Cuanto a lo primero, no hallo a mi
hermano en parte ninguna; además de esto, yendo a buscarle,
veo un peón que venía de mi granja, el cual me dice
que no estaba allí mi hijo. No sé qué me
haga.
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TESIFÓN.- (Oculto en casa
de MICIÓN.)
¡Siro!
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SIRO.- ¿Qué dices?
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TESIFÓN.- ¿A mí me
busca?
|
SIRO.- Sí.
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TESIFÓN.- ¡Perdido soy!
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SIRO.- Ten buen corazón.
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DEMEA.- (Sin
verlos.) ¡Qué desgracia mía es
ésta! ¿Pesar de la fortuna? No lo puedo entender,
sino que creo que nací aposta para esto: para padecer
trabajos. Yo soy el primero que siento nuestros males; yo el
primero que lo sé todo; yo el primero que traigo las malas
nuevas; yo solo soy el que, si algún mal sucede, lo
padezco.
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SIRO.- (Aparte.)
Risa me da el viejo. Él dice que es el primero que lo sabe,
y él solo es el que todo lo ignora.
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DEMEA.- Ahora vengo a ver si acaso ha vuelto mi
hermano.
|
TESIFÓN.-
(Bajo.) Siro, por tu vida, que mires
no se nos entre acá de rondón.
|
SIRO.- ¿No callarás? Yo le
detendré.
|
TESIFÓN.- A fe que no lo confíe yo
hoy de ti, sino que yo me encierre con
ella. (Alusión a CALIDIA.) en
algún aposento luego: esto es lo más seguro.
|
SIRO.- En buen hora; pero con todo yo le
apartaré de aquí.
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DEMEA.- Pero he allá el bellaco de
Siro.
|
SIRO.- (Gritando, y como si no
hubiera visto a DEMEA.) Realmente que
no habrá quien pueda durar en esta casa, si esto se ha de
sufrir. Yo quiero saber cuántos amos tengo.
¿Qué desventura es ésta?
|
DEMEA.- (Aparte.)
¿De qué se queja aquél?, ¿qué
quiere? (Alto a SIRO.)
¿Qué dices, buen hombre?, ¿está mi
hermano en casa?
|
SIRO.- ¡Mala peste...! ¿Por
qué me llamas buen hombre? ¿No ves como soy
perdido?
|
DEMEA.- ¿Qué tienes?
|
SIRO.- ¿Eso me preguntas? Tesifón,
a mí y a esa tañedora, a puñadas nos ha casi
dejado por muertos.
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DEMEA.- ¿Eh? ¿Qué me
cuentas?
|
SIRO.- Mira cómo me ha rasgado la
boca.
|
DEMEA.- ¿Por qué?
|
SIRO.- Dice que por mi persuasión se ha
comprado esta moza.
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DEMEA.- ¿No me dijiste tú antes
que le habías acompañado desde aquí hasta la
granja?
|
SIRO.- Y es verdad, pero después
volvió hecho una fiera: no perdonó cosa. ¿No
tuvo empacho de poner las manos en un viejo como yo,
habiéndole yo traído no ha muchos años en mis
brazos, siendo él pequeñito?
|
DEMEA.- ¡Bien, Tesifón; a tu padre
sales! ¡Adelante; veo que eres un hombre!
|
SIRO.- ¿Qué te parece bien...?
Pues a fe que si él es cuerdo, he aquí adelante se
tenga sus manos comedidas.
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DEMEA.- (Ponderando a TESIFÓN.)
¡Eso es valor!
|
SIRO.- (Con
ironía.) ¡Mucho! ¡Porque
venció a una triste mujer y a mí, pobre esclavo que
no me le osaba volver! ¡Mucho valor, sí!
|
DEMEA.- No lo pudo hacer mejor; de mi mismo
parecer fue; que tú eres el autor de todo esto. Pero,
¿está mi hermano en casa?
|
SIRO.- No.
|
DEMEA.- Pensando estoy dónde le
iría yo a buscar.
|
SIRO.- Yo sé dónde; pero no te lo
diré hoy en todo el día.
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DEMEA.-
(Indignado.) ¿Eh?
¿Qué dices?
|
SIRO.- Lo que oyes.
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DEMEA.- Menudillo he de hacerte la cabeza.
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SIRO.- Pero es que no sé el nombre de
aquel hombre..., aunque sé el lugar donde está.
|
DEMEA.- Di, pues, el lugar.
|
SIRO.- ¿Sabes esta lonja..., aquí
junto a la carnicería..., a la parte de abajo?
|
DEMEA.- ¿Pues no he de saber?
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SIRO.- Pasa por allí la plaza arriba
derecho; cuando llegares al cabo, hay una cuesta, que tira hacia
abajo; derríbate por ella; después hay a esta mano un
oratorio, y junto de él un callejón estrecho.
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DEMEA.- ¿Hacia qué parte?
|
SIRO.- Allí donde hay también una
gran higuera silvestre.
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DEMEA.- ¡Ya...!
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SIRO.- Pues camina por allí.
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DEMEA.- Pero ese callejón no tiene
salida.
|
SIRO.- Realmente que dices la verdad.
¡Bah!, ¿piensas que estaba en mi juicio? Equivoqueme.
Torna otra vez a la lonja: por aquí, en verdad, irás
mucho más pronto y hay menos donde errar. ¿Sabes la
casa de Cratino, éste que es tan rico?
|
DEMEA.- Sí.
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SIRO.- -Pues en pasándola, toma, a la
mano izquierda la plaza adelante por aquí. Cuando llegares
al templo de Diana, tira a la derecha, y antes de llegar a la
puerta de la ciudad, junto al mismo abrevadero, hay un molino y
enfrente una carpintería: allí está.
|
DEMEA.- ¿Y qué hace
allí?
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SIRO.- Ha dado a hacer unos lechos de
campo7,
con los pies de roble.
|
DEMEA.- Sí, para vuestras comilonas.
Bien, por cierto. Pero, ¿qué hago, que no voy a
buscarle? (Vase.)
|
SIRO.- ¡Anda, anda; que yo haré que
te canses hoy como tú lo mereces, viejo caduco! Esquino se
detiene mucho, la comida se pierde, y Tesifón está
enredado en sus amores. Pues yo también miraré por
mí, porque me iré ya a la cocina, y echaré
mano de lo mejor, y sorbiendo a traguillos, pasaré este
día poquito a poquito.
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Escena
III
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MICIÓN,
HEGIÓN.
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MICIÓN.- Yo, Hegión, no hallo
razón ninguna en este caso por qué hayas de alabarme
tanto. Yo hago lo que debo, enmiendo el yerro que los míos
han cometido. Si acaso no me tienes por alguno de aquellos a
quienes les parece que se les hace muy grande agracio con pedirles
cuenta del que ellos voluntariamente han hecho, y se quejan muy de
veras de ello. ¿Y porque yo no he hecho lo mismo me das las
gracias?
|
HEGIÓN.- ¡Oh, no, en verdad! Nunca
en mi pensamiento te tuve en otra reputación de lo que eres.
Pero yo te suplico, Mición, que te vengas conmigo a casa de
la madre de la doncella, y le digas lo mismo que a mí me has
dicho a la mujer: cómo esta sospecha contra Esquino es por
causa de su hermano, y que esa tañedora no es suya.
|
MICIÓN.- Si eso te parece justo, o si
así cumple que se haga, vamos.
|
HEGIÓN.- Bien haces, porque le
aliviarás la pena a la cuitada, que está
deshaciéndose de dolor y desventura, y tú te
portarás como quien eres. Aunque si otra cosa te parece, yo
mismo le contaré a la mujer lo que ti me has dicho.
|
MICIÓN.- No, sino que yo mismo
iré.
|
HEGIÓN.- Muy bien haces. Porque todos los
que son de corta fortuna, yo no sé por qué son
más suspicaces. Todo lo toman por afrenta, y como pueden
poco, piensan que todo el mundo los desprecia. Y por esto, mejor
será que tú mismo cara a cara les des esa
satisfacción.
|
MICIÓN.- Dices muy bien y muy gran
verdad.
|
HEGIÓN.- Sígueme, pues,
allá (Indicando la casa de SOSTRATA.) por
aquí.
|
MICIÓN.- Con mucho gusto.
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Escena
V
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MICIÓN,
ESQUINO.
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MICIÓN.- (Saliendo de casa
de SOSTRATA.) Hacedlo de
la manera que os he dicho Sostrata; yo me veré con Esquino,
para que sepa cómo se ha tratado este negocio. -Pero,
¿quién es el que ha llamado a esta puerta?
|
ESQUINO.- (Aparte.)
Mi padre es realmente. ¡Perdido soy!
|
MICIÓN.- Esquino.
|
ESQUINO.- (Aparte.)
¿Qué negocio tiene éste en esta casa?
|
MICIÓN.- ¿Has llamado tú a
esta puerta? (Aparte.) Calla. Bien
será burlarme de él un poco, pues jamás ha
querido fiar de mí estos amores.
(Alto.) ¿No me respondes
nada?
|
ESQUINO.- Yo no he llamado a esa puerta, que yo
sepa.
|
MICIÓN.- (Con
ironía.) ¿No...? Ya me maravillaba yo
que tú tuvieses que hacer aquí.
(Aparte.) Colorado se ha puesto; buena
señal es.
|
ESQUINO.- Y tú, padre, por tu vida,
¿qué tienes que hacer aquí, dime?
|
MICIÓN.- Yo nada en verdad. Un amigo me
Ha traído acá ahora desde la plaza, para que le fuese
valedor.
|
ESQUINO.- ¿En qué?
|
ESQUINO.- Yo te lo diré. Moran
aquí unas mujeres pobres... Creo no debes tener noticia de
ellas, y aun lo sé de cierto, porque ha poco que se han
pasado a vivir a este barrio.
|
ESQUINO.- ¿Qué más?
|
MICIÓN.- Son una doncella y su madre.
|
ESQUINO.- Sigue.
|
MICIÓN.- Esta doncella es huérfana
de padre. Este amigo mío es el pariente más cercano
que ella tiene; las leyes le obligan a que se case con ella.
|
ESQUINO.- (Aparte.)
¡Perdido soy!
|
MICIÓN.- ¿Qué es eso?
|
ESQUINO.- No..., nada... Bien está; pasa
adelante.
|
MICIÓN.- Él ha venido a
llevársela consigo, porque mora en Mileto.
|
ESQUINO.- ¡Cómo! ¿A llevarse
consigo la doncella?
|
MICIÓN.- Sí.
|
ESQUINO.- ¿Hasta Mileto, por tu vida?
|
MICIÓN.- Sí.
|
ESQUINO.- (Aparte.)
A mí me va a dar algo. (Alto.)
Y ellas ¿qué dicen?
|
MICIÓN.- ¿Qué piensas que
han de decir? Haz cuenta que nada. La madre ha fingido que la
doncella ha tenido un muchacho, no sé de quién,
porque ella no le nombra, y que el padre del chico es primero, y
que no conviene casarla con éste de Mileto.
|
ESQUINO.- ¡Y pues! Después de todo,
¿no te parece que ello es muy justo?
|
MICIÓN.- No.
|
ESQUINO.- ¿Que no, por tu vida?
¿Acaso se la llevará de aquí, padre?
|
MICIÓN.- ¿Pues por qué no
la ha de llevar?
|
ESQUINO.- Creo, padre, que lo habéis
hecho dura y cruelmente, y aun si se ha de decir la verdad,
villanamente.
|
MICIÓN.- ¿Por qué?
|
ESQUINO.- ¿Por qué, me preguntas?
¿Qué corazón le quedará a aquel infeliz
que primero ha tenido trato y amistad con ella (¡y qué
sé yo si el desdichado aún la quiere locamente!)
cuando vea que de su presencia se la quitan y se la llevan de
delante de sus ojos? ¡Muy mal hecho, padre!
|
MICIÓN.- ¿Cómo es eso?,
¿quién se la prometió?, ¿quién
se la dio?, ¿cuándo casó con él?,
¿quién fue el que lo trató?, ¿por
qué tomó él mujer que no era suya?
|
ESQUINO.- ¿Pues era razón que una
moza de sus años se estuviese queda en su casa, aguardando
que un pariente viniese desde Mileto acá por ella? Esto era
justo, padre mío, que tú dijeras, y que
defendieras.
|
MICIÓN.- ¡Qué gracia...!
¿Contra el que me había traído por su valedor
había yo de argüir? Pero, ¿qué nos va en
eso a nosotros, Esquino?, ¿o qué tenemos que ver con
ellos? Vámonos. ¿Qué es esto?, ¿por
qué lloras?
|
ESQUINO.- ¡Padre, por mi amor que me
oigas!
|
MICIÓN.- Esquino, todo lo he entendido
ya, y lo sé porque te amo, y por esto cuido más de
todo cuanto haces.
|
ESQUINO.- ¡Así plega a los dioses
que tú, por merecerlo yo, me ames, padre mío,
mientras vivas, como a mí me pesa en el alma de haber
cometido este yerro y como me avergüenzo!
|
MICIÓN.- En verdad que lo creo, porque
conozco tu ahidalgada condición; pero recelo que eres harto
descuidado en ordenar tu vida. Porque, ¿en qué ciudad
haces cuenta tú que vives? Desfloraste una doncella, la cual
no fuera razón que la tocaras. Cuanto a lo primero, el
delito fue grave, muy grave, pero, en fin, es de hombres. Otros tan
buenos como tú lo han hecho muchas veces. Pero
después de sucedido el caso, dime, ¿has, por ventura,
echado de ver, o has mirado por ti qué es lo que
habías de hacer, o por qué vía se había
de hacer? Si tenías empacho de decírmelo tú
mismo, ¿cómo lo iba a saber yo? Mientras has estado
perplejo en esto, se te han pasado diez meses, te has comprometido
a ti mismo, y a esa cuitada, y a tu hijo cuanto ha sido de tu
parte. ¡Qué! ¿Pensabas que mientras tú
dormías te habían de arreglar los dioses tus
negocios, y que sin procurarlo tú se te había ella de
venir a tu aposento? No quisiera que mostrases tal indiferencia en
lo demás. Anímate; que te casarás con
ella.
|
ESQUINO.- (Muy
alegre.) ¡Cómo!
|
MICIÓN.- Digo que tengas buen
ánimo.
|
ESQUINO.- No, padre, dime, por tu vida,
¿búrlaste de mí ahora?
|
MICIÓN.- ¿Yo... de ti? ¿Por
qué?
|
ESQUINO.- No lo sé; sino que como deseo
tanto que eso sea verdad, por eso temo más...
|
MICIÓN.- Vete a casa y haz oración
a los dioses, para que, mandes traer a tu mujer. ¡Camina!
|
ESQUINO.- ¿Cómo? ¿Ya
mujer?
|
MICIÓN.- Sí, ya.
|
ESQUINO.- ¿Ya?
|
MICIÓN.- Ya; ve lo más presto que
puedas.
|
ESQUINO.- Todos los dioses me castiguen, padre
mío, si yo no te quiero más ahora, que a mis
ojos.
|
MICIÓN.- ¿Y más que a
ella?
|
ESQUINO.- Tanto.
|
MICIÓN.- Muy bien.
|
ESQUINO.- Y el de Mileto, ¿qué se
ha hecho?
|
MICIÓN.- Fuese, desapareció,
embarcose. Pero, ¿por qué no vas...?
|
ESQUINO.- Mejor es, padre mío, que
tú vayas y hagas oración a los dioses; porque yo
tengo por cierto que cuanto tú eres mejor que yo, tanto
ellos con mayor voluntad oirán tus ruegos.
|
MICIÓN.- Yo me voy allá dentro a
hacer que se apareje todo lo que es menester; tú, si cuerdo
eres, haz como te he dicho.
|
ESQUINO.- (Solo.)
¿Qué negocio es éste? ¿Esto es ser
padre? ¿Esto es ser hijo? Si mi hermano o mi
compañero fuera, ¿qué más me pudiera
complacer? ¿A un padre así no le he yo de amar y
traerle metido en mis entrañas? Ah, de tal manera me ha
puesto, con su benignidad, en perpetua obligación de no
hacer a necias cosas que no le dé gusto; que a sabiendas yo
me guardaré! Pero voyme allá dentro, por no ser yo
mismo estorbo de mis bodas.
|
Escena
VII
|
|
MICIÓN,
DEMEA.
|
MICIÓN.- (A su
hijo.) Voy a decirles cómo por nosotros no
hay demora.
|
DEMEA.- Pero hele aquí.
(Alto.) Rato ha que te busco,
Mición.
|
MICIÓN.- ¿Qué me
quieres?
|
DEMEA.- Te traigo noticia de otras grandes
maldades de aquel honrado mozo. (Alude a ESQUINO.)
|
MICIÓN.- ¡Ya pareció el
hombre!
|
DEMEA.- Inauditas, criminales.
|
MICIÓN.- Acaba ya.
|
DEMEA.- ¡Ah, tú no sabes qué
sujeto es!
|
MICIÓN.- Lo sé.
|
DEMEA.- ¡Ah, tonto! Tú debes de
imaginar que yo hablo de la tañedora: Este delito es contra
una doncella ciudadana.
|
MICIÓN.- Ya lo sé.
|
DEMEA.- (Iracundo.)
¡Oh!, ¿lo sabes y lo sufres?
|
MICIÓN.- ¿Por qué no lo he
de sufrir?
|
DEMEA.- Dime, ¿no clamas...?, ¿no
pierdes el juicio?
|
MICIÓN.- No; yo más quisiera
ciertamente...
|
DEMEA.- Ha nacido ya un muchacho.
|
MICIÓN.- Los dioses le hagan dichoso.
|
DEMEA.- La moza no tiene nada.
|
MICIÓN.- Así me lo han dicho.
|
DEMEA.- ¿Y sin dote se ha de casar con
ella?
|
MICIÓN.- Llana cosa.
|
DEMEA.- Y ahora, ¿qué haremos?
|
MICIÓN.- Lo que el mismo caso pide,
Haremos que pase a nuestra casa la doncella.
|
DEMEA.- ¡Oh, Júpiter! ¿Y eso
es lo que cumple...?
|
MICIÓN.- ¿Pues qué otra
cosa quieres que yo haga?
|
DEMEA.- ¿Qué...? Ya que en
realidad de verdad esto no te apena, a lo menos es propio de hombre
aparentarlo.
|
MICIÓN.- Pero es que ya tengo prometida
la doncella; el negocio está concertado, y se hace hoy el
casamiento, y ya les he quitado todo el temor. Esto sí que
es más propio de un hombre.
|
DEMEA.- ¿Y, pues, parécete a ti
bien el caso, Mición?
|
MICIÓN.- No, si yo lo pudiera estorbar;
pero, pues no puedo, tómolo con paciencia. La vida de los
hombres es como juego de tablas: Que si en el lance no sale lo que
era menester, lo que por azar salió se ha de enmendar con la
prudencia.
|
DEMEA.- ¡Gentil maestro de enmiendas! Con
esa tu prudencia se han perdido las veinte minas que se
dieron por la tañedora, la cual, en la hora se ha de
despedir o vendida o de balde.
|
MICIÓN.- Ni la despediré, ni tengo
gana de venderla.
|
DEMEA.- ¿Pues qué harás de
ella?
|
MICIÓN.- En casa quedará.
|
DEMEA.- ¡Oh, fe de dioses! ¿La
ramera y la mujer en una misma casa?
|
MICIÓN.- ¿Por qué no?
|
DEMEA.- ¿Tú entiendes que
estás en tu seso?
|
MICIÓN.- Yo entiendo que sí.
|
DEMEA.- Así los dioses me amen, como
creo, según veo tu poco juicio, que lo harás por
tener con quien cantar.
|
MICIÓN.- ¿Qué hay que dudar
en eso?
|
DEMEA.- ¿Y la recién casada ha de
aprender también esa habilidad?
|
MICIÓN.- Es llano.
|
DEMEA.- ¿Y tú entre ellas, asido
de la cuerda, bailarás?
|
MICIÓN.- Sí.
|
DEMEA.- ¿Sí?
|
MICIÓN.- Y tú también,
Demea, juntamente con nosotros, si fuere menester.
|
DEMEA.- ¡Ay de mí! ¿No te
avergüenzas de decir cosas semejantes?
|
MICIÓN.- ¡Ea! Deja ya estar tu
cólera, Demea, y muéstrate, como es razón,
alegre y voluntario en las bodas de tu hijo. Yo voy a hablar con
ellos un momento; luego soy aquí.
(Vase.)
|
DEMEA.- ¡Oh Júpiter!, ¿y
ésta es vida?, ¿y éstas son costumbres?,
¿esto es seso de gente? La mujer vendrá sin dote, la
tañedora dentro, la gente de casa gastadora, el mozo
regalón, el viejo loco desvariado. Aunque la misma
salvación quiera salvar y conservar esta casa, no
podrá de ninguna manera.
|
Escena
III
|
|
MICIÓN,
DEMEA.
|
MICIÓN.- (Saliendo de casa
de SOSTRATA.) De nuestra
parte, Sostrata, todo está ya a punto; como he dicho,
podéis venir cuando quisiereis. -¿Quién ha
dado tan gran golpe en mi puerta?
|
DEMEA.- (Desde casa de
MICIÓN.)
¡Ay de mí! ¿Qué haré?,
¿qué diré?, ¿qué gritos
daré o a quién me quejaré? ¡Oh, cielo!
¡Oh, tierra! ¡Oh, mares de Neptuno!
|
MICIÓN.- (A un
espectador.) Ya ha entendido todo el caso, y de eso
da gritos, no hay duda; riñas tenemos; acudir allá
conviene.
|
DEMEA.- Hele aquí do viene la
perdición de mis dos hijos.
|
MICIÓN.- ¡Ea!, refrena ya tu
cólera y vuelve en ti.
|
DEMEA.- Ya la he refrenado, ya he vuelto; dejo
aparte pesadumbres. Tratemos sólo del caso. ¿No fue
concierto entre nosotros, y aun por ti mismo propuesto, que ni
tú tuvieses cuenta con mi hijo ni yo tampoco con el tuyo?
Responde.
|
MICIÓN.- Verdad es, no lo niego.
|
DEMEA.- Pues, ¿por qué ahora hace
convites en tu casa?, ¿por qué le recibes?,
¿por qué me le compras amiga, Mición?
¿Qué razón hay para que yo no haya de tener el
mismo derecho contra ti que tú tienes contra mí? Pues
yo no cuido del tuyo, no cuides tú del mío.
|
MICIÓN.- No tienes razón.
|
DEMEA.- ¿Qué no?
|
MICIÓN.- Porque refrán antiguo es
que entre los amigos todo ha de ser común.
|
DEMEA.- ¡Guapamente! ¿Ahora salimos
con ésas?
|
MICIÓN.- Óyeme, Demea, dos
palabras, si no te es molesto. Cuanto a lo primero, si el gasto que
tus hijos hacen te da pena, por mi amor que lo consideres entre ti
de esta manera. Tú, al principio, a tus dos hijos los
criabas conforme a la posibilidad de tu hacienda, porque
creías que tus bienes para entrambos bastarían, y que
yo me casaría sin duda. Echa, pues, ahora aquella misma
cuenta antigua: conserva, adquiere, endura, y procura tú
dejarles mucha hacienda. Esa honra téntela tú para
ti. De mis bienes, que les han venido sin pensar, déjalos
gozarse; del patrimonio no se te perderá una blanca. Lo que
de mis bienes les quedare, haz cuenta que te lo hallas. Si todo
eso, Demea, quieres considerar de veras, a mí y a ti y a
ellos nos librarás de pesadumbre.
|
DEMEA.- Lo de la hacienda pase; más las
costumbres de los mozos...
|
MICIÓN.- Tente, ya lo entiendo, a eso
iba. Muchas señales, Demea, hay en el hombre por las cuales
puede juzgarse fácilmente. Cuando dos hacen una misma cosa,
puedes muchas veces decir: a éste se le puede sufrir el
hacer esto, y a estotro no se puede. No porque la cosa sea
diferente, sino porque lo son los que la hacen. Y así, yo
veo en ellos señales por donde confío que
serán cuales deseamos. Yo veo que tienen discreción y
juicio, y vergüenza donde conviene tenerla, y que se aman. Y
es de ver realmente su condición y voluntad ahidalgada. El
día que tú quisieres, los volverás al buen
camino. Pero acaso temas que sean muy descuidados en conservar sus
haciendas. ¡Oh, hermano Demea! Los viejos para todo lo
demás somos más sabios por la edad; sola ésta
falta trae consigo a los hombres la vejez; que todos somos
más codiciosos del dinero, de lo que conviene. Y así
el tiempo les aguzará el deseo de adquirir.
|
DEMEA.- ¡Plega a los dioses,
Mición, que esas tus buenas razones y esa tu benignidad no
dé con todo al traste!
|
MICIÓN.- Calla, que no sucederá.
Deja ya esos temores, huélgate hoy conmigo, alegra esa
cara.
|
DEMEA.- Pues el tiempo así lo requiere,
habrelo de hacer; pero mañana, en amaneciendo, me iré
de aquí con mi hijo a la alquería.
|
MICIÓN.- Y aun antes que amanezca;
solamente hoy te muestres de buen humor.
|
DEMEA.- ¿Y tengo de llevar allá
conmigo esa tañedora?
|
MICIÓN.- Procúralo, porque con
ella tendrás tu hijo allí como atado a una estaca.
Pero mira que me la guardes bien.
|
DEMEA.- Eso yo lo procuraré y haré
que ancle allí llena de hollín, de humo y de polvo de
harina, a poder de cocer y de moler, y tras todo eso, a un sol de
mediodía le haré espigar; más tostada te la
tornaré y más negra que el carbón.
|
MICIÓN.- Muy bien. Ahora me pareces
hombre cuerdo. Y aun si yo fuese que tú, le haría a
mi hijo que, aunque no quisiese, se acostase con ella.
|
DEMEA.- ¿Búrlaste de mí?
¡Dichoso tú, que esa alma, tienes! Yo siento...
|
MICIÓN.- ¡Ah!, ¿ya
vuelves...?
|
DEMEA.- Ya, ya me callo.
|
MICIÓN.- Pues éntrate allá.
Pasemos este día alegremente en lo que ya está
determinado.
|
Escena
VII
|
|
ESQUINO,
DEMEA, SIRO, GETA.
|
ESQUINO.- (Sin ver a los
demás.) Realmente que me ponen a morir, pues
quieren celebrar las bodas con tanto cumplimiento, que todo el
día se les va en aparejar.
|
DEMEA.- ¿Qué se hace, Esquino?
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ESQUINO.- ¡Oh, padre mío!,
¿y aquí estabas tú?
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DEMEA.- Sí, por cierto; tuyo de
corazón y por naturaleza, y que te quiere más que a
sus propios ojos. Pero, ¿por qué no haces traer a
casa a tu mujer?
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ESQUINO.- Ya querría, sino que me hacen
detener la que ha de tañer la flauta y los que han de cantar
el himeneo.
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DEMEA.- ¡Quítate allá!
¿Quieres tú creer a este viejo?
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ESQUINO.- ¿En qué?
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DEMEA.- Deja estar todo eso: el himeneo, los
convidados, las antorchas y las músicas; haz que derriben
las tapias de esa huerta cuanto antes, y pasa a tu mujer por
ahí; haz de las dos casas una sola, y tráete
también acá la madre y toda la familia.
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ESQUINO.- Sí haré, padre
gracioso.
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DEMEA.- (Aparte.)
¡Ea... ya me llaman gracioso! La casa le abrirán a mi
hermano, traerá mucha gente, gastará largo: mucha
cosa es todo esto. Pero, ¿qué se me da a mí?
Yo, ya generoso, gano las voluntades. Ahora, Mición, manda
que le dé luego de contado Babilón las veinte
minas8.
(Alto.) Siro, ¿por qué
no vas tú y lo haces?
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SIRO.- ¿Qué pues?
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DEMEA.- Ve y derríbalas. (A
GETA.) Y
tú, tráela.
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GETA.- Los dioses te lo paguen, Demea, pues que
con tanta voluntad veo que quieres hacer bien a nuestra casa.
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DEMEA.- Entiendo que lo merecéis.
(A ESQUINO.) Y tú,
¿qué dices?
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ESQUINO.- Que me parece lo mismo.
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DEMEA.- Más vale así, que traerla
ahora acá por la calle, parida y enferma.
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ESQUINO.- No he visto mayor aviso, padre
mío.
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DEMEA.- Así los gasto yo. Pero
aquí sale Mición.
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Escena
VIII
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MICIÓN,
DEMEA, ESQUINO.
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MICIÓN.- (A SIRO y GETA, que están
dentro.) ¿Mi hermano lo manda?
¿Dónde está él? ¿Tú
mandas esto, Demea?
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DEMEA.- Sí. Yo mando eso y todo lo
demás con que litigamos toda una esta familia, y que la
honremos, favorezcamos y juntemos.
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ESQUINO.- Así te lo suplico, padre.
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MICIÓN.- Lo mismo me parece a
mí.
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DEMEA.- Y aún es nuestro deber. Cuanto a
lo primero, aquí está la madre de la mujer de
Esquino...
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MICIÓN.- ¿Y pues?
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DEMEA.- Mujer de bien y de buenas
costumbres...
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MICIÓN.- Así dicen.
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DEMEA.- Ya anciana...
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MICIÓN.- Ya lo sé.
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DEMEA.- A sus años ya no puede concebir.
No tiene quién mire por ella. Está sola.
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MICIÓN.-
(Aparte.) ¿Qué empresa
es la de éste?
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DEMEA.- Es razón que tú te cases
con ella. Y que tú (A ESQUINO.) procures que
se haga.
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MICIÓN.- ¿Yo casarme?
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DEMEA.- Sí, tú.
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MICIÓN.- ¿Yo?
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DEMEA.- Tú, digo.
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MICIÓN.- Deliras.
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DEMEA.- (A ESQUINO.) Si tú
eres hombre, él lo hará.
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ESQUINO.- ¡Padre mío!
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MICIÓN.- ¡Cómo! ¿Y a
éste escuchas tú, asno?
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DEMEA.- ¡Nada, nada; no hay escape!
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MICIÓN.- Desvarías.
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ESQUINO.- ¡Hazme esta merced, padre
mío!
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MICIÓN.- ¿Estás loco?
Quítate de aquí.
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DEMEA.- ¡Ea!, dale a tu hijo ese
contento.
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MICIÓN.- ¿Tú tienes bueno
el seso? ¡Al cabo de sesenta y cinco años he yo de ser
novio, y casarme con una vieja consumida! ¿Eso me
aconsejáis?
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ESQUINO.- Anda; ¡que yo se lo he
prometido!
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MICIÓN.- ¿Prometido? A la fe,
amigo, haz tú merced de tu persona.
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DEMEA.- ¿Pues qué dirías,
si él te rogase alguna cosa de más importancia?
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MICIÓN.- ¡Como si ésta no
fuese la mayor!
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DEMEA.- Accede.
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ESQUINO.- No seas pesado.
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DEMEA.- Acaba, prométeselo.
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MICIÓN.- ¿No me
dejarás?
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ESQUINO.- No, hasta recabar esto de ti.
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MICIÓN.- Fuerza es ésta
realmente.
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DEMEA.- Ea, Mición, hazlo
cumplidamente.
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MICIÓN.- Aunque ello me parece cosa torpe
y tonta, y disparate muy ajeno a mi manera de vivir, con todo eso,
pues vosotros tanto lo queréis, sea.
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ESQUINO.- Bien haces. Con razón te quiero
mucho.
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DEMEA.- (Aparte.)
¿Qué diría yo ahora? ¡Todo lo que quiero
se hace!
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MICIÓN.- ¿Hay más
todavía?
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DEMEA.- Hegión es pariente muy cercano de
éstas, deudo nuestro, pobre; justo será que le
hagamos algún bien.
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MICIÓN.- ¿Qué bien?
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DEMEA.- Aquí tienes junto a la ciudad un
campillo que arriendas a otro. Démoselo a éste, que
lo goce y disfrute.
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MICIÓN.- ¿Poquillo es eso?
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DEMEA.- Aunque sea mucho, con todo eso se ha de
hacer. Esta mujer le tiene en lugar de padre, es hombre de bien, es
nuestro deudo; bien dado está. Finalmente, Mición, yo
ahora hago mía aquella sentencia que tú bien y
sabiamente dijiste no ha mucho: Vicio común de todos los
viejos es el ser muy codiciosos de la hacienda. Esta falta
debemos enmendarla. Dijiste muy gran verdad, y hase de cumplir por
la obra.
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MICIÓN.- ¿Qué duda hay en
eso? Se le dará, pues Demea lo quiere.
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ESQUINO.- ¡Padre mío!
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DEMEA.- Ahora eres tú de veras mi
hermano, así en el alma como en el cuerpo.
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MICIÓN.- Huélgome de eso.
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DEMEA.- (Aparte.)
Con su propia espada le degüello.
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Escena
IX
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SIRO, DEMEA, MICIÓN, ESQUINO.
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SIRO.- Ya está hecho, Demea, lo que
mandaste.
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DEMEA.- Eres una alhaja. Yo soy de parecer, en
verdad, que es justo que Siro hoy reciba libertad.
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MICIÓN.- ¿Éste libertad?,
¿por qué merecimientos?
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DEMEA.- Por muchos.
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SIRO.- ¡Oh, señor Demea! En verdad
que eres muy bueno. Yo os he criado estos dos hijos, desde que eran
niños, con mucha diligencia, y les he enseñado,
amonestado y aconsejado bien todo lo que he podido.
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DEMEA.- A la vista está. Especialmente
esto: Gastar, robar rameras, preparar comilonas de día.
Servicios como éstos no son propios de un cualquiera.
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SIRO.- ¡Oh, qué hombre tan
gracioso!
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DEMEA.- Finalmente, hoy, en la compra de esa
tañedora, éste ha sido el valedor, éste lo ha
tratado; justo es hacerle algún bien. ¿Dónde
hallarás siervos mejores? En fin, Esquino gusta de que se
haga.
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MICIÓN.- ¿Tú gustas de que
se haga esto?
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ESQUINO.- Deséolo.
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MICIÓN.- Pues que tú lo quieres,
sea. Siro, allégate a mí: De hoy más,
sé libre.
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SIRO.- Gran merced me haces. A todos lo
agradezco, pero a ti, Demea, en particular.
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DEMEA.- Huelgo de ello.
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ESQUINO.- Y yo también.
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SIRO.- Lo creo; ojalá éste se me
hiciese un gozo perpetuo, y que viese yo a mi mujer Frigia libre
conmigo juntamente.
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DEMEA.- Muy buena mujer en verdad.
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SIRO.- Por cierto que a tu nieto, hijo de
éste, ella le ha dado hoy la primera leche.
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DEMEA.- Pues en verdad que, hablando de veras,
pues ella le ha dado la primera leche, sin duda es razón que
quede libre.
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MICIÓN.- ¿Por solo eso?
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DEMEA.- Por eso. Finalmente, yo te pagaré
de mi dinero lo que ella vale.
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SIRO.- Los dioses, Demea, te cumplan siempre
todos tus deseos.
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MICIÓN.- Bien has librado hoy, Siro.
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DEMEA.- Especialmente, Mición, si
tú haces lo que debes, y le aprontas algo con que viva; que
él te lo volverá luego.
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MICIÓN.- No le daré valía
de este pelo.
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ESQUINO.-
(Rogando.) ¡Ea, que es hombre de
bien!
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SIRO.- Por mi vida que te lo volveré:
Dámelo.
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ESQUINO.- ¡Ea, padre!
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MICIÓN.- Ya veremos.
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DEMEA.- Él lo hará.
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SIRO.- ¡Oh, qué hombre tan
bueno!
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ESQUINO.- ¡Oh, padre
afabilísimo!
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MICIÓN.- (A DEMEA.)
¿Qué es esto?, ¿qué negocio ha hecho
tan repentinamente mudanza en tus costumbres?, ¿qué
prontitud es ésta, o qué largueza tan repentina?
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DEMEA.- Yo te lo diré. Para mostrar
cómo el tenerte éstos en posesión de hombre
benigno y apacible, no procede de verdadera vida ni de lo que es
justo y bueno, sino de ser lisonjero; del regalar y del dar,
Mición. Y si mi vida, Esquino, os es aborrecible, porque no
os complazco en todo, así en lo justo como en lo injusto, yo
alzo mano de ello: derramad, comprad, haced lo que se os antoje.
Pero si gustáis de que lo que vosotros, por ser mozos, no
echáis de ver, y lo deseáis a ciegas y lo
consideráis poco, esto yo os lo reprenda y corrija, y
también en su lugar os complazca, aquí estoy, que por
amor de vosotros lo haré.
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ESQUINO.- En tu mano, padre, lo dejamos todo.
Tú sabes mejor lo que nos cumple. Pero, ¿qué
harás de mi hermano?
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DEMEA.- Yo le doy licencia; que la tenga. Y haga
raya en ella.
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ESQUINO.- Eso está muy bien.
(A los espectadores.)
¡Aplaudid!
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