Obras dramáticas
Manuel José Quintana
Preliminares.
Las dos siguientes composiciones dramáticas, hijas de la inexperiencia, y tal vez de la temeridad del autor, no se publicarían de nuevo a no haber sido impresas y representadas a veces sin las enmiendas y correcciones que en otro tiempo se hicieron en ellas. Mas una vez que se dan en el teatro y corren en el público, llevando al frente el nombre de quien las escribió, vale más que se den como él ha querido que estuviesen, y no como la incuria y la ignorancia las hacen correr ahora.
Al cabo de tantos años y en medio de los grandes objetos que ocupan a los españoles, el recuerdo de los debates a que estas piezas dieron lugar sería ciertamente inoportuno y pueril. Por otra parte, decir cómo se censuró, cómo se satirizó, cómo también se calumnió al autor con este motivo, sería repetir lo que sucede siempre que sale a luz alguna obra que por un aspecto o por otro llama la atención del público. Él opuso a las calumnias el desprecio, el silencio a las sátiras, y a la buena crítica la docilidad y la enmienda. Y cuando algún tiempo después se trató de volverlas a representar creyó que debía dar una prueba de gratitud y de respeto al público, revisándolas y corrigiéndolas para hacerlas menos indignas de su atención. Estos nuevos esfuerzos fueron acogidos favorablemente, y las dos piezas han sido oídas desde entonces con bastante benevolencia siempre que los actores se han querido tomar el trabajo de representarlas con algún esmero.
Está el autor, sin embargo, muy ajeno de creer que con esta revisión prolija hiciese desaparecer los principales defectos de que adolecían. La corrección y la lima pueden sin duda añadir perfección a las obras que ya tienen bastante mérito en sí mismas, pero no alcanzan jamás a allanar los inconvenientes que nacen de la mala elección del asunto, de la falta de experiencia, y mucho menos de la de talento.
No era posible, con efecto, dar al Duque de Viseo la verosimilitud, el interés histórico y la dignidad de que su argumento carece. Sedujeron al autor unos cuantos pasajes llenos de novedad y de energía que hay en el drama inglés de donde tomó el asunto de su poema; y le pareció que ajustándolos a un cuadro menos apartado de nuestra escena podrían producir efecto en los espectadores españoles. Mas no vio entonces, como ve ahora, que sacar estas bellezas de allí era quitarles mucha parte de su nativo valor. La licencia de un drama, el prestigio de la música, y el sistema más abierto en que trabajan los autores ingleses y alemanes, autorizan las libertades, cubren las inverosimilitudes y agrandan las proporciones; de modo que la exageración y la violencia se hacen notar menos, y las bellezas que el asunto proporciona se desplegan con mayor vigor. Reducir estas composiciones al rigor exacto de las reglas establecidas por los legisladores poéticos del mediodía, es mutilarlas miserablemente, violentar su carácter y anonadar su efecto. Si a esto se añade la inexperiencia del poeta, que en muchas partes no ha hecho más que indicar las situaciones, en vez de desenvolverlas, y ha puesto la hipérbole y la dureza donde debieran reinar la delicadeza y la verdad, se verá que aun cuando haya algunos aciertos en esta composición, de que a mí no me toca hablar, están más que bastante compensados con los inconvenientes expuestos.
Advirtióse en el Pelayo algún adelantamiento: mejor ordenada la fábula, más bien desempeñadas las escenas, mejor preparadas las situaciones, más propiedad y verdad en el estilo. Es cierto que el escritor aún no había sabido crear un interés dramático suficiente para llenar cumplidamente los cinco actos; que faltaba el equilibrio debido entre los personajes, puesto que el de Munuza no es más que un bosquejo, y muy ligero; que el estilo aún no tenía la firmeza y la igualdad correspondiente, y que el diálogo no estaba tampoco acabado de formar. Pero todo lo cubrió al parecer el interés patriótico del asunto: los sentimientos libres e independientes que animan la pieza desde el principio hasta el fin, y su aplicación directa a la opresión y degradación que entonces humillaban nuestra patria, ganaron el ánimo de los espectadores, que vieron allí reflejada la indignación comprimida en su pecho, y simpatizaron en sus aplausos con la intención política del poeta.
Esta indulgente acogida le obligaba a redoblar sus esfuerzos para hacerse más acreedor a la estimación pública, y justificar con nuevas producciones la consideración que se le dispensaba. Con esta mira, y arrastrado también de su afición a este género de poesía, tenía ya bastante adelantadas tres tragedias, Roger de Flor, El Príncipe de Viana, y Blanca de Borbón; asuntos en que a catástrofes interesantes y patéticas se reunía la ventaja de poder retratar en grande costumbres y caracteres de pueblos, de tiempos y de personajes muy señalados. La agresión francesa vino, y la revolución estalló. Desde entonces la obligación de atender exclusivamente a trabajos harto diferentes, la necesidad de trasladarse de una parte a otra, y el torbellino bien notorio de infortunios, persecuciones y encierros que el autor ha sufrido, dieron al traste con sus papeles, con los mejores años de su vida, y con todos sus proyectos literarios, que las circunstancias en que hoy día se ve la patria no le consienten renovar. Otros escritores gozarán tiempos más serenos, y serán sin duda más felices.
Madrid, 1.º de marzo de 1821.
El duque de Viseo
Tragedia en tres actos, representada la primera vez por los actores del Coliseo del Príncipe en 19 de mayo de 1801.
PERSONAS.
ENRIQUE, usurpador de Viseo. |
EDUARDO, hermano suyo y duque legítimo. |
VIOLANTE, hija de Eduardo, con el nombre de MATILDE. |
EL CONDE DE OREN. |
ATAIDE, alcaide. |
ASÁN, esclavo negro. |
ALÍ, esclavo negro. |
GUARDIAS DE ENRIQUE. |
SOLDADOS DE OREN. |
La escena pasa en Portugal, en una fortaleza del duque de Viseo.
Acto primero.
MATILDE estará sentada en ademán afligido; ATAIDE en pie algo separado de ella, observándola. | |
ATAIDE. | ¿Siempre llorando? La mortal tristeza, |
El amargo cuidado que en vos miro | |
Desde que a esta mansión os condujeron, | |
¿No darán al consuelo algún camino? | |
¿Ni este respeto universal que os sigue, | |
Ni el obsequio del Duque y los cariños, | |
Ni las galas, la pompa y las riquezas | |
Que halagan vuestros ojos de contino, | |
Os pueden distraer? | |
MATILDE. | ¿Pensáis, Ataide, |
Que puede acaso al sentimiento mío | |
Esconderse esta triste servidumbre | |
Entre un vano oropel que yo no admiro? | |
Ocho veces el sol ha iluminado | |
Las formidables torres del castillo, | |
Desde que en él, sin el amor de un padre | |
Y sin mi libertad, llorando vivo. | |
¿Qué intenta el Duque? ¡Oh Dios! | |
ATAIDE. | Más bien señora |
Que súbdita aquí os veis: sus beneficios... | |
MATILDE. | El bien que hace la fuerza es una injuria: |
Cargáronme de joyas y atavíos, | |
Y me privaron de la paz dichosa | |
Que yo gozaba en mi inocente asilo. | |
¿Qué sirvió resistir? El Duque airado | |
Dijo: «Yo así lo mando;» y fue preciso | |
Humillarse y ceder. Yo conducida | |
Por esos negros fui, dignos ministros | |
De tal violencia, en tanto que a mi padre | |
Hablaba el Duque... Ataide, si el gemido | |
De una mísera víctima os conduele, | |
¿Qué es, decid, de su suerte? ¿En este sitio | |
Quién la entrada le niega? ¿Quién estorba | |
Que yo vierta en su seno mis suspiros? | |
ATAIDE. | En salvo está, aunque ausente: consolaos, |
Y por él no temáis. | |
MATILDE. | No siempre han sido |
Tan injustos los dueños de Viseo; | |
Y si el noble Eduardo fuera vivo, | |
No aquí se viera la infeliz Matilde | |
Su afán al cielo denunciando a gritos. | |
Aquel sí que era grande y virtuoso. | |
¡Cuántas veces mi padre su benigno | |
Carácter me pintaba y sus virtudes, | |
Dignas de mejor suerte! Yo en oírlo | |
Lloraba de placer. ¡Cuántas decía | |
Que en su fiel corazón cual tiernos hijos | |
Amaba a sus vasallos! Él es muerto, | |
El fiero Enrique manda; ¡y yo he nacido | |
En tiempo tan fatal! | |
ATAIDE. | Bella Matilde, |
Esos nobles afectos son bien dignos | |
De la augusta memoria de Eduardo. | |
Cuando sepáis... Enrique al conduciros | |
A este palacio os rinde el homenaje | |
Que mandan la virtud y el atractivo, | |
Siempre afable con vos, siempre halagüeño... | |
MATILDE. | ¿Puedo yo comprender lo que es conmigo? |
Tímido a veces, vergonzoso y triste, | |
Clavando en mí sus ojos doloridos, | |
Tiembla y suspira, y por hablar anhela, | |
Y la palabra entre sus labios fríos | |
Helada espira; a veces obsequioso, | |
Con rostro alegre y ademán festivo | |
Elogios prodigándome y halagos, | |
Quiere que mi dolor dé yo al olvido. | |
Otras, en fin, cuando a saber mi suerte | |
Me presento a su vista de improviso, | |
Se estremece aterrado, y me despide, | |
De un horror tan funesto poseído, | |
Que se extiende hasta mí, y huyo al instante | |
Sin poderme valer. | |
ATAIDE. | Yo no me admiro |
Que aún no entendáis la desigual porfía | |
Que esconde en su interior. Mas si de un vivo, | |
Si de un vehemente amor... | |
MATILDE.. | Esto faltaba |
Que a herir mi corazón y mis oídos | |
Viniesen esas voces de ignominia, | |
Y viniesen de vos. ¡Ah! yo os he visto | |
Tal vez a mi desgracia y a mis penas | |
Mostrar semblante tierno y compasivo; | |
Pero erré, ya lo advierto; y la inclemencia | |
De mi cruel estrella me ha traído | |
A morar entre fieras, donde nunca | |
La piedad y el honor hallan abrigo. (Vase.) | |
Escena II. | |
ATAIDE. | ¡Fiereza hermosa! ¡Oh cuál se muestra en ella |
Su generosa cuna! En vano ha sido | |
Temer yo que el poder y la opulencia | |
Hallasen a sus ojos atractivo. | |
Ya en fin es tiempo de acabar mi obra, | |
Y el velo que cubrió tantos delitos | |
Se rompa de una vez. | |
Escena III. | |
ENRIQUE, ATAIDE. | |
ENRIQUE. | Detente, Ataide, |
Y escucha a tu señor: es ya preciso | |
De una vez explicarse y que se acabe | |
La afanosa inquietud en que ahora vivo. | |
¿Cuál, dime, es la mudanza que en ti veo? | |
Tú, de mis penas confidente antiguo, | |
Tú, que fuiste mi cómplice, me olvidas, | |
Y me niegas tu amparo en el abismo | |
Donde hundido me ves. No te recuerdo | |
La vida y libertad que me has debido, | |
Los bienes y el favor que largamente | |
Mi incansable amistad partió contigo; | |
Mas ¿por qué, dime, mi presencia evitas? | |
¿Por qué con ceño y ademán esquivo | |
Te he de hallar siempre? Si de ti pendiera | |
Derramar el balsámico rocío | |
De la tranquilidad sobre las penas | |
Que en este triste corazón abrigo, | |
¿No fueras tú el primero a consolarme? | |
No hallara en ti mi agitación su alivio? | |
ATAIDE. | No lo dudéis, señor; por mí conozco |
El peso que tras sí deja el delito. | |
Sabed que ya no basto a sostenerle, | |
Y ¡oh cuántas veces la fortuna envidio | |
De aquellos que al furor de vuestro brazo | |
Lanzaron tristes el postrer suspiro! | |
¿Qué no dierais, decid, porque a la vida | |
Volver pudiese del sepulcro frío | |
El mísero Eduardo? | |
ENRIQUE. | Escucha, Ataide, |
¿Por qué mentar su nombre a mis oídos? | |
Mi pecho por mi mal aún no es de bronce; | |
Y a pesar del horror donde impelido | |
Fui por mi frenesí, sabe que a veces | |
Aun de ternura y de dolor suspiro. | |
Él me amaba en un tiempo, y yo le amaba, | |
Y era inocente... ¡Oh sin igual delito! | |
¡Oh Eduardo! ¡Oh Teodora!... Más la ingrata | |
¿No le prefirió a mí? ¿No dio al olvido, | |
Por el suyo, mi amor?... ¿Ves la agonía, | |
Ves el remordimiento y el martirio | |
Que desde el punto de su infausta suerte | |
Sin poderlos calmar traigo conmigo? | |
Pues no son tan funestos a mi pecho | |
Como la gloria, la fortuna, el brillo | |
Que siempre coronaban a Eduardo | |
Para eterno baldón y oprobio mío. | |
Yazca por siempre en la espantosa tumba | |
Donde por mi precipitado ha sido, | |
Y no perturbe su memoria amarga | |
El dulce instante en que a mi bien camino. | |
Sí, Ataide; aquel amor irresistible | |
Que pudo conducirme al parricidio, | |
Ahora me tiende su amigable mano, | |
Y me va a libertar del precipicio. | |
ATAIDE. | ¡El amor! Perdonad: yo imaginaba |
Que eternamente en vuestro pecho escrito | |
El nombre de Teodora viviría, | |
A pesar de los tiempos y el olvido. | |
Su amor por Eduardo, su himeneo, | |
A vuestro negro afán dieron principio | |
Y a los atroces celos que afilaron | |
Para su muerte el vengador cuchillo. | |
Murieron; desde entonces vuestros días | |
De amargura y dolor fueron vestidos, | |
Y pronunciar el nombre de Teodora | |
Se os oye siempre en lastimoso grito. | |
ENRIQUE. | ¡Ah! yo adoro a Teodora más que nunca: |
¡Olvidarla! jamás; pero el destino | |
Vida la vuelve a dar, y ella renace | |
A atormentar de nuevo mis sentidos. | |
¿Respirar no la miras en Matilde? | |
La misma gentileza, el mismo brío; | |
Suyas son sus bellísimas facciones, | |
Suyo en los ojos el ardor divino. | |
ATAIDE. | Mas ¿qué vana ilusión os arrebata? |
Volved en vos, señor; ese prestigio | |
Dilatará vuestra profunda herida, | |
En vez de darla, cual pensáis, alivio. | |
Otras sendas buscad, que distraeros | |
Podrán; volved al bélico ejercicio, | |
Que en el ardor de vuestra edad primera | |
Toda su gloria y sus delicias hizo. | |
La guerra con Castilla se prepara; | |
El Rey gustoso os llevará consigo, | |
Y Marte ahuyentará vuestros pesares | |
Mejor que un amoroso desvarío. | |
¿El nombre del amor no os amedrenta? | |
¿No llega a estremeceros el peligro | |
De dar los labios a la copa en donde | |
Sólo hiel y dolor habéis bebido? | |
Sacudid la ilusión que va a perderos. | |
ENRIQUE. | No es ilusión, Ataide: por mí mismo |
Muerte me viste dar a la que amaba; | |
Y agitado sin fin y consumido | |
En imposible abrasador deseo, | |
¿Qué tormento jamás se igualó al mío? | |
Desde el momento aquel beldad ninguna | |
Mis ojos aduló con su atractivo, | |
Ni voz ninguna en agradables ecos | |
Resonó dulcemente en mis oídos. | |
La rabia sola de mi inútil crimen | |
Halló en mi pecho su funesto abrigo | |
Hasta que vi a Matilde. ¡Oh! ¡cómo al verla | |
Mi corazón pasmado, estremecido, | |
Sintió delante a la infeliz Teodora | |
Y embravecerse su tormento antiguo! | |
Mientras más la contemplo, más la adoro; | |
No ya tras una sombra, un bien perdido, | |
Se exhalarán mis áridos deseos: | |
Cese ya aqueste afán, este delirio; | |
Amor va a coronarme, y venturoso | |
A Teodora en Matilde al fin consigo. | |
ATAIDE. | ¿No veis que os engañáis? Nadie el sosiego |
En la violencia halló ni en el delito; | |
Ella no os puede amar | |
ENRIQUE. | ¿No puede amarme? |
¿Y por qué? | |
Escena IV. | |
MATILDE. - Dichos. | |
MATILDE. | Perdonad si a interrumpiros |
Me atrevo ahora: ¿a las palabras mías | |
Concederéis, señor, atento oído | |
Un momento siquiera? | |
ENRIQUE. | ¡Ah! ¿cuál momento |
De mi vida no es tuyo? De este sitio, | |
Ataide, te retira. | |
(Vase ATAIDE.) | |
Escena V. | |
ENRIQUE, MATILDE. | |
ENRIQUE. | Habla, no tiembles |
¿Por ventura en poder de un enemigo, | |
De un señor irritado, estás ahora? | |
MATILDE. | ¿Qué sé yo? Contemplad en mis gemidos, |
Y contemplad mi suerte: aprisionada, | |
Arrancada al halago de los míos, | |
Aquí suspiro en vano, y aún ignoro | |
De tal suceso el infeliz motivo. | |
Si es castigo tal vez, sepa yo al menos | |
Cuál vuestra ofensa y mi delito ha sido; | |
Y si es favor, vuestras bondades busquen | |
Otro objeto, señor. | |
ENRIQUE. | No le hay mas digno |
En la tierra. Pues qué, ¿tú sola ignoras | |
Que en la humildad de tu anterior destino | |
El valor y beldad que te dio el cielo | |
Se hallan indignamente oscurecidos? | |
Eleva tu ambición: el más excelso | |
Señor de Portugal, que aún al Rey mismo | |
Quizá se iguala, tu hermosura adora, | |
Y rinde a tus encantos su albedrío. | |
Tus labios hablarán, y mil esclavos | |
Adorarán tu gusto y tus caprichos. | |
Tu estancia harán los mármoles y el oro, | |
La pompa del oriente tu atavío. | |
MATILDE. | No, señor, no; los mármoles que adornan |
El oro con que brilla este recinto | |
Se niegan al contento y al sosiego, | |
Que de aquí para siempre ausentes miro. | |
¡Ay! ¡cuánto valen más las frescas flores, | |
Sencillo adorno del albergue mío, | |
Flores que mi Leonardo me llevaba | |
En tiempos más alegres y tranquilos! | |
ENRIQUE. | Calla, cruel. (Ap. ¡Con que a sufrir de nuevo |
De los amargos celos el cuchillo | |
Condenado he de verme!) Ese Leonardo | |
¿Quién es? | |
MATILDE. | ¿En qué, señor, os ha ofendido, |
Para que sólo de escuchar su nombre | |
Tan de repente os irritéis conmigo? | |
ENRIQUE. | ¿Quién es? |
MATILDE. | Nacido como yo de un padre |
Al campo consagrado y su cultivo, | |
Leonardo es un soldado valeroso | |
Que del conde de Oren siempre fue amigo; | |
Él le llevó a la guerra, y con él vive | |
En el fuerte cercano a este castillo. | |
ENRIQUE. | ¿Y le amas? |
MATILDE. | ¿Si le amo? Preguntadlo |
A aqueste corazón, en donde al vivo | |
Está en rasgos de fuego retratado; | |
Preguntadlo a los montes convecinos, | |
Que de nuestros dulcísimos amores | |
Ya tantas veces cómplices han sido. | |
ENRIQUE. | ¿Y así te atreves a decirlo? |
MATILDE. | ¿Acaso |
Es, señor, el amar algún delito, | |
Para ocultarlo? | |
ENRIQUE. (Ap.) | ¡Con que yo soy sólo, |
Yo sólo el que, abrasado, consumido | |
En fuego criminal, nunca a mis labios | |
Puedo pasar los sentimientos míos! | |
Mas pues padezco yo, padezcan todos | |
Olvidar a Leonardo es ya preciso; | |
Matilde, yo lo mando. | |
MATILDE. | Es imposible; |
Que el amor no se manda ni el olvido. | |
ENRIQUE. | La fortuna a su trono te convida, |
Y ese amor te envilece. | |
MATILDE. | ¡Ah! Que es tan rico |
De bello honor y de virtud Leonardo, | |
Que en vez de avergonzarme en su cariño | |
Mil veces más y mil le idolatrara | |
Si fuese dable acrecentar el mío. | |
¡Faltarle yo! Jamás: el alto cielo | |
De las tiernas palabras fue testigo | |
Con que juré ser suya; y sabe el cielo | |
Cómo mi corazón ansia cumplirlo. | |
ENRIQUE. | ¡Oh mujer temeraria! No prosigas. |
MATILDE. | Excusadme, señor; yo me retiro. |
Permitidme... | |
ENRIQUE. | Detente... Yo te amo; |
¿Lo sabes? | |
MATILDE. | ¿Vos, señor? |
ENRIQUE. | El pecho mío |
Es un volcán furioso que va a ahogarme | |
Si templarle en tus brazos no consigo: | |
No pretendas huir, es imposible. | |
Escúchame: mi mano, el poderío | |
Con que me ves lucir, todo es ya tuyo, | |
No lo desdeñes: si ultrajar me miro | |
Con tal desprecio, la violencia entonces... | |
MATILDE. | ¡La violencia! Ese oprobio es tan indigno |
De vos. | |
ENRIQUE. | Piénsalo bien; piensa, Matilde, |
Que estás en mi poder. | |
MATILDE. | Sí, y eso mismo |
Es lo que al cabo a defenderme basta. | |
Vos sois noble, señor; vos de mi asilo | |
A este opulento alcázar me trajisteis; | |
Y si en él un perverso, un foragido | |
Amagase mi honor, ¿quién me escudara, | |
Sino vos sólo, en tan fatal conflicto? | |
Dadme pues contra vos seguro amparo. | |
Yo arrodillada a vuestros pies le pido, | |
Y en mi llanto bañándolos, imploro | |
La piedad que se debe al desvalido. | |
Respetad mi inocencia, y no en un punto | |
A los ojos del mundo y a los míos, | |
Y a los vuestros también, objeto sea | |
De ignominia y baldón. | |
ENRIQUE. | (Ap. A su atractivo |
Mi furor se desarma.) Oye, Matilde | |
La ansiosa agitación en que te miro | |
Disculpe tu osadía; mas es fuerza | |
Sacudir de su pecho aquese indigno | |
Amor, que de ti misma y de tu amante | |
Va a ser la perdición si preferido | |
Es por más tiempo a las finezas mías. | |
Yo, que soy tu señor, a ti me rindo, | |
Y a tu belleza y gracias inocentes | |
Mi nobleza y mi gloria sacrifico. | |
Decídete en el término de un día, | |
Y sepa yo por fin si mi destino | |
Ha de ser siempre el de encontrar ingratos | |
Y usar de la violencia y del castigo. | |
Escena VI. | |
MATILDE. | ¡Mísera! ¿Dónde estoy? ¿Quién me ha arrojado |
Al doloroso trance en que me veo, | |
En las garras de un tigre abandonada, | |
Sin poderme valer? ¡Oh Dios eterno! | |
Si de la gloria de tu excelso trono | |
El llanto ves que de mis ojos vierto, | |
Sé compasivo a mi plegaria humilde, | |
Y escuda a esta infeliz en tanto riesgo. | |
¿Qué hay de común entre mi baja suerte | |
Y el señor soberano de Viseo? | |
¡El bárbaro! ¡Y afirma en sus furores | |
Que se abrasa de amor su injusto pecho! | |
Oprimir no es amar... Leonardo mío, | |
¿Dónde estás, que no escuchas mis lamentos? | |
¿Dónde estás? Ven, rescata a tu Matilde | |
De tan inesperado cautiverio. | |
Ven volando, mi bien... Mas ¡desdichada! | |
¿Qué pronuncio? ¡Ah! No vengas: tus esfuerzos | |
Se estrellarán contra poder tan grande, | |
Y sin fruto los dos nos perderemos. | |
Sola yo debo perecer. | |
Escena VII. | |
OREN, en traje de soldado - MATILDE | |
OREN. | ¡Matilde! |
MATILDE. | ¿Qué escucho? ¡Ay Dios! Él es. |
OREN. | Al fin te encuentro |
Tras de tanto afanar. | |
MATILDE. | ¡Oh vida mía! |
¿Dónde te arrastra tu amoroso empeño! | |
¿Cómo, di, penetraste en este alcázar, | |
Albergue de opresión y de tormento? | |
Tú vienes a morir. | |
OREN. | ¿Y qué es la muerte |
Si en tu defensa y a tu vista muero? | |
¿Puede acaso igualar en su amargura | |
A la triste aflicción, al desconsuelo | |
Que al encontrarme sin tu dulce vista | |
Sobre este ansioso corazón cayeron? | |
Llegó la hora: del amor guiado, | |
Volé en sus alas a tus ojos bellos, | |
Y el puesto solitario me recibe. | |
Perdóname: culpable aquel momento | |
Te contemplé, y lloré: corro a tu albergue | |
Sin detenerme, y viéndole desierto, | |
Pregunto a todos, y confirman todos | |
De mi desdicha el infernal recelo. | |
Perdóname otra vez: harto he sufrido | |
En escuchar mis ponzoñosos celos, | |
En sospechar que la ambición pudiera | |
Lanzar a amor de tu inocente pecho. | |
La entrada a este castillo me abre el oro, | |
Y yo por él frenético corriendo, | |
Te encuentro al fin, y a tu presencia olvido | |
Mi mortífera duda y mis tormentos. | |
MATILDE. | ¿Y añadiste, cruel, esa sospecha, |
Indigna tanto de los dos, al trueno | |
Que repentinamente en nuestro daño | |
Lanzó irritado el enemigo cielo? | |
Tú quizá en tu furor me maldecías, | |
Y yo, postrada ante el tirano fiero, | |
Despreciando su orgullo y su opulencia, | |
Juraba a voces tu cariño eterno. | |
Pero tú no lo dudas... ¡Ay Leonardo! | |
Sálvate por piedad; tu fin es cierto | |
Si te halla el Duque; a mi dolor no añadas | |
El dolor de mirarte en tanto riesgo, | |
Y aún tu muerte quizá. ¡Si tú supieras | |
A qué aspira el tirano en sus deseos! | |
Mas no receles; sin tu amor ¿qué valen | |
Su pompa toda y su insolente imperio? | |
OREN. | ¡Con que usurparme el bárbaro pretende |
Tu corazón! | |
MATILDE. | ¿Qué importa? Atiende: el tiempo |
Corre, y con él acaso la esperanza | |
De poderte librar. Huye. si el cielo | |
Alas con que seguirte a mí me diera, | |
¡Oh cuál tendiera fugitiva el vuelo | |
Lejos de esta prisión triste y horrenda! | |
Mas no es posible huir, ni hay otro medio | |
Que resistir, sufrir, y si la muerte | |
Llega, morir. | |
OREN. | No al congojoso miedo |
Te abandones así; pronto, no dudes, | |
Te verás salva de él. | |
MATILDE. | ¿Cómo a su inmenso |
Poder contrarestar? Tú ya te olvidas | |
De la distancia que fortuna ha puesto | |
Entre tu humilde condición, Leonardo, | |
Y el tirano que atroz manda en Viseo. | |
OREN. | No hay tanta. no. |
Escena VIII. | |
ENRIQUE, ATAIDE, ASÁN, ALÍ, GUARDIAS. - Dichos. | |
ATAIDE. | Aquél es; vos de su labio |
Os podéis cerciorar. | |
MATILDE. | ¡Oh Dios eterno! |
Él es, él es: ¡ay tristes de nosotros! | |
ENRIQUE. | ¡Insensato! Sin duda el justo cielo |
Por castigar tu atrevimiento loco | |
Aquí te trajo delirante y ciego. | |
¿Quién eres? Mas ¿qué dudo? El miserable | |
Que de Matilde sorprendió el afecto, | |
Y que en engaños pérfidos envuelve | |
Su tierna edad y su inocente pecho. | |
OREN. | Sí, yo soy; no quien debe a los engaños |
De su apacible amor el bien inmenso; | |
Mi fe llamó su fe sencilla y pura, | |
Su dulce llama se encendió en mi fuego. | |
ENRIQUE. | Pues sabe que esa llama es en tu daño |
Un espantoso inapagable incendio | |
Que te va a devorar: tiembla. ¿Conoces | |
En mí el rival de tu infeliz deseo? | |
OREN. | Sí, te conozco: en tu insensato orgullo |
Piensas que al verme en tu presencia tiemblo, | |
Y tu poder frenético me inspira | |
Sólo abominación y menosprecio. | |
¿Yo temblar? Pues, tirano, ¿soy acaso | |
Quien la ha arrancado del hogar paterno? | |
¿Soy el que aspira a conseguir cariños | |
De un corazón con la violencia opreso? | |
Tu bárbara injusticia tiemble sola, | |
No yo, que a ti tan superior me veo. | |
Aquí, en tu alcázar, a tus mismos ojos, | |
De tus viles satélites en medio, | |
Y de tu furia entera amenazado, | |
Triunfando estoy de ti. ¿No lo estás viendo? | |
Ella me ama. A nuestros dulces votos | |
Mirándote presente a tu despecho, | |
Allá dentro de ti mi suerte envidias, | |
Y yo la tuya sin cesar detesto. | |
MATILDE. | (Poniéndose en medio de los dos.) |
¡Ah! ¿Qué haces, infeliz? Ve que te pierdes. | |
Y vos, señor, en vuestro noble pecho | |
Recordad vuestro nombre, y no a mancharos... | |
ENRIQUE. | (Separándola.) Quítate.- ¿Tú quién eres? En el seno |
De tu fortuna humilde no se crían | |
Una arrogancia y ademán tan fieros. | |
Dilo; no aguardes a exhalar tu vida | |
Al rigor de los hórridos tormentos | |
Que te preparo. | |
OREN | A vista del peligro |
Jamás mi nombre se miró encubierto | |
Soy tu igual en poder, igual en sangre | |
Es el conde de Oren quien estás viendo. | |
MATILDE. | ¡Desdichado! ¿Qué escucho? ¡En cuál abismo |
Me quisisteis hundir, injustos cielos! | |
¡Uno me oprime! ¡Otro me engaña! ¡Ingrato! | |
OREN. | Perdona; te engañé, yo lo confieso: |
Quise deber tu amor a mi amor sólo, | |
No a la opulencia ni al poder ni al miedo. | |
ENRIQUE. | Pues bien, ni tu poder ni tu opulencia, |
Ni el amor que te trajo aquí encubierto, | |
Ni el amor que te tienen y es tu gloria, | |
Te librarán de mi rencor violento. | |
Ataide, que a una torre del castillo | |
Sea prontamente arrebatado; y preso | |
De Oren el conde, se acostumbre en ella | |
A respetar al duque de Viseo. | |
(ATAIDE y una parte de los guardias rodean a OREN.) | |
ORES. | ¡Infame! En insultarme, en oprimirme, |
Cuando me ves sin armas indefenso, | |
La ley de los cobardes has seguido, | |
No la prez ni el honor de caballero. | |
Si digno fueras de tu noble sangre, | |
Si digno de tu nombre, en campo abierto | |
La dama a tu rival disputarías, | |
Blandiendo airado el generoso acero. | |
¿Escuchas al valor? Más los crueles | |
Siempre cobardes y menguados fueron: | |
Responde; tu igual soy. | |
ENRIQUE. | Tu fin entonces, |
Sin ser por el combate menos cierto, | |
Más bello y más espléndido sería. | |
Tú has entrado en mi alcázar encubierto | |
Y a fuer de un miserable disfrazado | |
Yo no conozco así los caballeros. | |
Muere pues como un vil oscuramente.- | |
Llevadle. | |
(ATAIDE y los guardias salen con OREN.) | |
MATILDE. | A mí con él, ministros fieros, |
Sacrificad también; vedme aquí pronta. | |
ENRIQUE. | Separadlos. -Asán, llévala lejos |
De mí, donde la ingrata se decida | |
Entre su elevación o su escarmiento. | |
(ASÁN y ALÍ se llevan a MATILDE por un lado, y ENRIQUE y el resto de los guardias se van por el otro.) |