Acto cuarto.
Escena I. | |
HORMESINDA, ALVIDA. | |
ALVIDA. | Vuelve en tu acuerdo al fin, mísera amiga: |
¿De qué te sirve la agitada planta | |
Aquí y allí mover, y en hondos ayes | |
Los ámbitos llenar de aqueste alcázar? | |
A tu anhelante afán nadie responde; | |
Y el ceño con que escuchan tus palabras, | |
Doblándote la duda y la zozobra, | |
Doblan también de tu dolor las ansias. | |
Ven a tu estancia, y el querer del cielo | |
Aguardemos allí. | |
HORMESINDA. | Sólo desgracias |
Ordenará: tú ves cómo en mi daño | |
Cuanto pensé ¡infeliz! todo se cambia. | |
El amor de mi patria y de los míos | |
Prendió en mi pecho la funesta llama | |
Que me va a consumir; este himeneo | |
Juzgaba yo que a la afligida España | |
Anuncio fuese de quietud, y al moro | |
De templanza y quietud prenda sagrada. | |
¡Qué engaño tan cruel! Formado apenas, | |
Mi hermano se presenta, me amenaza, | |
Me aterra... ¡Ah! ¿por qué el suelo en aquel punto | |
No se abrió y me tragó? | |
ALVIDA. | Tú misma agravas |
El peso de tu afán: aunque a Pelayo | |
Ardiendo ves en repentina saña | |
Por este enlace, al fin de la prudencia | |
Escuchará la voz, cuando cerradas | |
Las sendas todas a vengarse encuentre. | |
HORMESINDA. | ¡Prudencia, Alvida, en él! ¿Cuándo escucharla |
Se le vio si a su vista se presentan | |
Gloria, virtud y pundonor y patria? | |
Vino a perderme y a perderse; él fía | |
En gentes abatidas y humilladas, | |
Donde hallar encendida espera en vano | |
De su mismo valor la noble llama. | |
¿Quién sabe si a estas horas?... ¿Tú lo viste | |
Cuando llegó la misteriosa carta | |
Que a Munuza de Mérida se envía, | |
Todo agitarse aquí, doblar las guardias, | |
Y salir Ismael... Tiemblo al pensarlo. | |
¿Si fue un aviso? Incierta y agitada, | |
No sé qué hacer. Escucha, no a mi esposo | |
Vida le dio una tigre en sus entrañas, | |
Ni las sierpes de Libia sustentaron | |
Con ponzoña y rencor su tierna infancia. | |
De hombres nació, y es hombre; y pues que ha sido | |
Ya sensible al amor, también entrada | |
Dará en su pecho a la piedad. Alvida, | |
Puede ser que arrojándome a sus plantas, | |
Diciéndole yo misma... | |
ALVIDA. | ¡Oh! no te fíes, |
No al eco atiendas de esperanzas vanas. | |
¿Munuza usar clemencia con Pelayo? | |
Error ¡funesto error! Quizá ignorada | |
Su suerte aún es del moro; ¿y tú serías | |
La que le señalase a su venganza? | |
HORMESINDA. | Con que ¿el perdón a tantos concedido |
Sólo a mi sangre ese cruel negara? | |
¿Y nada, al fin, conseguirá mi llanto, | |
Mis tiernos ruegos, mi cariño?... | |
ALVIDA. | Nada. |
¿Qué vale todo al tiempo que le gritan | |
La voz terrible del sangriento Audalla, | |
La ambición de mandar que te devora, | |
Su ley feroz, que a la crueldad le arrastra? | |
HORMESINDA. | ¡Así huirán pues mis esperanzas todas, |
Todas las ilusiones de bonanza | |
Que mi amor se fingió!... Sí; de los cielos | |
La saña incontrastable desplomada | |
Siento que viene sobre mí: la tumba | |
Me espera, y allá voy; pero manchada | |
Con sangre fratricida, odiosa a un tiempo | |
A mi hermano, a mi amante... | |
ALVIDA. | ¡Ay triste! calla: |
Él se acerca; en ti vuelve, hunde en tu pecho, | |
Por no irritarle, tus amargas ansias. | |
Escena II. | |
MUNUZA, después AUDALLA. - DICHOS. | |
HORMESINDA. | Señor... ya que el rigor fiero y terrible |
De que está vuestra frente acompañada | |
Otro nombre más dulce usar me veda... | |
Decid, señor, ¿qué súbita mudanza | |
Es la que encuentro en vos? ¿Cuáles cuidados | |
Ora os perturban? Movimiento y armas, | |
Agitación, sospechas, ¡qué aparato | |
Tan diverso de aquel que yo esperaba | |
En estas horas ver, en estas horas | |
Destinadas a amor y a confianza! | |
MUNUZA. | ¿Qué mucho, al fin, que las sospechas velen |
onde su acero la traición prepara?... | |
Vos misma... quizá cómplice... | |
AUDALLA. | Munuza, |
Ya está tu orden cumplida. | |
MUNUZA. | A vuestra estancia, |
Señora, os retirad. | |
HORMESINDA | Ya os obedezco; |
Pero entre los consejos de la saña | |
Memoria haced de mí, de las promesas | |
Que un tiempo vuestro labio pronunciaba | |
En favor de este pueblo: nuestro enlace | |
Iris debe de ser... | |
(Munuza mueve la cabeza irritado en señal de que se vayan; Hormesinda se estremece, y se van las dos.) | |
Escena III. | |
MUNUZA, AUDALLA. | |
MUNUZA. | ¡Oh cómo tardan! |
AUDALLA. | Mas yo la causa a concebir no alcanzo |
De la inquietud, de la impaciencia extraña | |
Que desde el punto mismo te atormenta | |
En que a tus manos se entregó la carta. | |
Guárdarte de Pelayo ella te avisa; | |
La fama de su muerte ha sido falsa, | |
Y hacia Asturias camina, donde acaso | |
Alguna nueva rebelión se trama. | |
¿Qué más alto favor de la fortuna | |
Pudieras esperar? Ella le arrastra | |
A tu poder, y el golpe que le acabe | |
Hace espirar la agonizante España. | |
MUNUZA. | Llegó el instante, sí, que yo me acuerde |
De donde tuve el ser, que yo renazca | |
Al noble ardor, a las costumbres fieras | |
Que el amor de mi pecho desterraba. | |
Nunca hasta en este punto la sospecha | |
Su atroz ponzoña derramó en mi alma: | |
Supe lidiar, vencer, y despreciarlos, | |
Y dejarlos vivir. ¿Qué me importaba | |
Que impacientes mordiesen sus cadenas, | |
Si ya a romperlas su valor no basta? | |
¿Quieres saber mi agitación? Pues vuelve, | |
Vuelve la vista a la mujer ingrata, | |
Por cuyo amor y artificioso halago | |
El ímpetu detuve a mis venganzas, | |
Y mírala también, cual yo la miro, | |
Cómplice ser de tan inicuas tramas. | |
AUDALLA. | Tú sabes bien si mi rencor perdona: |
Cristianos todos son, y esto me basta | |
Para odiarlos sin fin; mas por ventura | |
También, como nosotros engañada, | |
La muerte de Pelayo ella creía, | |
Y es inocente en su traición. | |
MUNUZA. | No, Audalla, |
No es inocente: el joven que aquí mismo | |
Hablarla consiguió, vino a avisarla | |
De esta traición acaso. ¿Por qué ahora | |
De la tristeza en vez que antes mostraba, | |
De incertidumbre congojosa y viva | |
La miró palpitar? Pues tiembla y calla: | |
La perjura me vende; y... sangre, sangre | |
Pide a voces mi amor, vuelto ya en rabia. | |
AUDALLA. | Ahora sí que en ti encuentro aquel Munuza |
Educado en los campos de la Arabia; | |
Ahora sí que en ti mira el gran Profeta | |
El firme musulmán que antes no hallaba. | |
No haya lugar a la piedad. | |
Escena IV. | |
PELAYO, LEANDRO, ISMAEL, GUARDIAS. - DICHOS. | |
LEANDRO. | ¿Qué intentas? |
¿Por qué así a tu presencia nos arrastran? | |
¿Por qué se ha hollado el respetable asilo | |
De la hospitalidad, sin que las canas | |
De un desarmado anciano librar puedan | |
Su inocente mansión de vuestras armas? | |
MUNUZA. | En todos tiempos, en cualquiera sitio, |
Al que os venció en el campo, y ahora os manda, | |
Debéis razón de vuestros pasos todos. | |
¿Quiénes sois? ¿Dónde vais? | |
LEANDRO. | Es nuestra patria |
Gijón; mi padre el lastimado viejo | |
Que hoy sin respeto tu violencia ultraja, | |
Este guerrero, en mis desgracias todas | |
Amigo fiel, me alivia y me acompaña. | |
Sin fuerza a quebrantar nuestra coyunda, | |
Sin paciencia bastante a tolerarla, | |
Venir y saludar nuestros hogares | |
Y huir por siempre de la triste España | |
Ha sido nuestro intento. | |
MUNUZA. | Alma cobarde, |
No encubras la verdad en tus palabras. | |
Di presto a qué vinisteis. | |
PELAYO. | Si lo sabes, |
¿Para qué lo preguntas? Si en tu alma | |
Ya las sospechas sin cesar te gritan | |
La suerte que mereces, ¿a qué aguardas? | |
Junta a la usurpación la tiranía, | |
Y ahuyente tu temor nuestra desgracia. | |
MUNUZA. | Mal el orgullo que tu lengua anima, |
Y esa arrogante ostentación de audacia | |
Con la bajeza infame y alevosa | |
De tus acciones pérfidas se hermana. | |
Rebelde vil y miserable espía | |
Viniste a sorprender mi confianza, | |
Mi esposa a acongojar, y de este pueblo | |
A alterar la obediencia a mí jurada. | |
Pelayo, que os envía, no os defiende | |
Del peligro mortal que os amenaza; | |
Y si aún negáis lo que saber deseo, | |
La muerte y los tormentos os lo arrancan. | |
¿Dónde está ese insensato? Respondedme: | |
¿Cuáles son sus intentos y esperanzas? | |
PELAYO. | Quizá si lo supieses temblarías; |
Mas tú, arrogante musulmán, te engañas | |
Cuando, en la fuerza y el poder fiando, | |
Piensas que todo a tu querer se allana. | |
No cuanto sabe ansiar logra un tirano | |
Talar los campos, demoler las casas, | |
Inundarlas en sangre, esto le es fácil; | |
Mas degradar por miedo nuestras almas, | |
Mas mover nuestro labio a tu albedrío, | |
Bárbaro, a tanto tu poder no alcanza. | |
AUDALLA. | No así oscurezcas tu esplendor supremo |
Dando ocasión a su arrogancia vana: | |
Jamás así se explica la inocencia, | |
Y ya culpables son, pues que te ultrajan. | |
Mueran, y sirvan de escarmiento a todos. | |
MUNUZA. | Caerán, pero no solos; también caigan |
Los nobles de Gijón, Téudis, Fruela, | |
Alfonso, Atanagildo... | |
PELAYO. | De mi audacia, |
De mi silencio cómplices no han sido: | |
Respétalos, tirano. | |
MUNUZA. | Sin tardanza |
Vuela, Ismael, y encadenados todos | |
Vengan a mi presencia en este alcázar. | |
(Sale ISMAEL.) | |
Pelayo allá donde, se esconde tiemble, | |
Viendo así fenecer sus esperanzas, | |
Y aguarde con terror la suerte que ellos. | |
Escena V. | |
HORMESINDA. - DICHOS. | |
HORMESINDA. | No tan gran sacrificio a la venganza |
(Corriendo a su hermano, y en ademán de defenderle.) | |
Permitido ha de ser. - Pelayo, el cielo | |
No ha concedido a tu infeliz hermana | |
Ser grande como tú; pero a lo menos | |
Te defiende en tu riesgo, te acompaña | |
En tu muerte. Munuza, esté el camino | |
(Puesta entre los dos y señalando su pecho.) | |
Es el que se ha de abrir tu injusta espada | |
Si va a buscar su corazón. | |
AUDALLA. | ¡Pelayo! |
MUNUZA. | ¡Su hermano! |
LEANDRO. | ¿Qué pronuncias, desdichada? |
¿Sabes lo que revelas? | |
PELAYO. | ¿Ya qué importa?- |
Pelayo soy: la suerte se declara (A Munuza.) | |
Entera a tu favor, no la desprecies: | |
Suelta la rienda a tu impaciente saña, | |
Envuelve a esa infeliz en mi destino, | |
Y en el morir iguálanos: ¿qué tardas? | |
Yo te aborrezco y te persigo, y ella | |
(No hay delito mayor), ella te ama. | |
HORMESINDA. | Cesa, cesa, cruel. ¡Divinos cielos! |
¿A quién irán primero mis plegarias? | |
A quién persuadirán que de su pecho | |
Despida esa altivez, esa arrogancia, | |
Que al uno lleva a perdición segura, | |
Y a abusar de su fuerza al otro arrastra? | |
Si mis suspiros débiles no os vencen, | |
Si este llanto que vierto no os ablanda | |
Saciad en mi los dos a un mismo tiempo | |
Esa sed de venganza que os abrasa. | |
Nadie es culpable aquí sino yo sola; | |
Yo he faltado a mi sangre y a mi patria, | |
Y a mi esposo también: ¿cuál es el brazo | |
Que de una vez mi desventura acaba? | |
¡Oh Munuza! Ese alfanje tan teñido, | |
Ya enseñado a verter sangre cristiana, | |
Será mas diestro a derramar la mía. | |
Siega al punto con él esta garganta; | |
Siégala, y presta a tu infeliz esposa | |
En tan fiero rigor su última gracia.. | |
MUNUZA. | No abuses más de la indulgencia mía, |
(A HORMESINDA.) | |
Que, aún a pesar de tus ofensas, habla | |
En favor tuyo; y con silencio y miedo | |
Mis soberanas órdenes aguarda. - | |
Tú el duro estrecho en que te ves contempla. | |
(A PELAYO.) | |
Ni arbitrio ya te queda ni esperanza | |
Sino en mi compasión. | |
PELAYO. | Yo no la imploro. |
MUNUZA. | Conozco tu valor, sé tu constancia, |
Y entiendo bien que a contrastar tu pecho | |
Vano es el riesgo, inútil la amenaza; | |
Pero esos infelices que arrastrados | |
Son en aqueste instante hacia el alcázar; | |
Pero toda Gijón. que al pronto incendio | |
De mi furor se mirará abrasada; | |
Todo te manda doblegar tu orgullo | |
¿Quieres salvarlos? Di, ¿quieres salvarla? | |
PELAYO. | ¿Qué pretendes de mí? |
MUNUZA. | Que a su presencia |
Humilles esa frente temeraria, | |
Y de obediencia dándoles ejemplo, | |
La autoridad augusta y soberana | |
Del Califa respetes. De perfidia | |
Sé que no eres capaz; tu fe me basta. | |
Júralo por tu honor y el Dios que adoras, | |
Y Gijón y tus cómplices se salvan. | |
PELAYO. | Dices bien, musulmán, en este pecho |
Jamás halló la falsedad entrada, | |
Y primero faltara el sol al día | |
Que a sus pactos Pelayo y sus palabras; | |
Mas oye: si en mi vida algún momento | |
Hubo en que esta lealtad idolatrada | |
Pude animarme a profanar, es éste | |
En que me incitas a jurar mi infamia. | |
Fe te jurara, sí, mas solamente | |
Por librar de la muerte que ahora amaga | |
Ese afligido pueblo y mis amigos; | |
Mas sólo por el tiempo que tardara | |
En hallar un puñal que en sangre tuya | |
Lavase al fin de mi baldón la mancha. | |
Pero nunca el oprobio salva a un pueblo; | |
Nunca aquél que cobarde se degrada | |
A la opresión doblando la rodilla, | |
Después su frente hacia el honor levanta. | |
Esto bien lo sabéis, viles tiranos. | |
MUNUZA. | Tú dictas, insensato, en tus palabras |
Tu sentencia. | |
PELAYO. | Ejecútala. |
MUNUZA. | Al instante. |
Escena VI. | |
ISMAEL. - DICHOS. | |
ISMAEL. | Pronto acudid. señor; Gijón alzada |
Se niega a obedecer; los nobles fieros | |
De la atroz sedición soplan la llama, | |
Y al nombre de Pelayo, que repiten, | |
El pueblo ciego con furor se exalta. | |
La sangre corre, vuestros guardias caen | |
Todo es ya confusión. | |
MUNUZA. | ¡Qué escucho! Audalla, |
Vamos a alzar el formidable azote | |
Sobre esa muchedumbre vil y esclava. | |
AUDALLA. | Mas ¿qué ordenas, en fin, de estos cristianos? |
MUNUZA. | Ellos a las mazmorras del alcázar, |
Ella a la torre. | |
PELAYO. | Su tremendo brazo |
Ya el Dios de los ejércitos levanta | |
Contra tu usurpación: tiembla; caíste, | |
Tu hora llegó. | |
MENUZA. | Di que la tuya: marcha; |
Sé mi esclavo hasta el fin: cualquier que sea | |
La suerte que me aguarda en la batalla, | |
Vencedor te condeno al escarmiento, | |
Vencido te consagro a la venganza. |