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Pelayo

Tragedia en cinco actos

Manuel José Quintana

                     PERSONAJES ACTORES
                   PELAYO SR. ISIDORO MAÍQUEZ.
HORMESINDA: su hermana. SRA. ANTONIA PRADO.
VEREMUNDO: deudo de los dos. SR. RAFAEL PÉREZ.
LEANDRO: hijo de Veremundo. SR. RAFAEL VALLES.
ALFONSO: duque de Cantabria. SR. VICENTE GARCÍA.
ALVIDA: confidenta de Hormesinda. SRA. FRANCISCA BRIONES.
MUNUZA: gobernador moro de Gijón. SR. JOSEF INFANTES.
AUDALLA SR. FRANCISCO RONDA.
ISMAEL SR. EUGENIO PÉREZ.
Nobles asturianos.
Guerreros moros.


La escena es en Gijón.



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Acto primero

La escena representará un salón de la casa de VEREMUNDO, adornado de varios trofeos de armas.



                                                         

Escena I

VEREMUNDO y ALFONSO.

 
ALFONSO Sí, respetable Veremundo; hoy mismo
de las murallas de Gijón me ausento,
donde tanta flaqueza y tanto oprobio
mis indignados ojos están viendo.
El moro triunfa, los cristianos doblan 5
a la dura cadena el dócil cuello,
sin que uno solo a murmurar se atreva
de opresión tan odiosa. No: aunque en medio
de esta vil muchedumbre apareciese
del gran Pelayo el animoso aliento; 10
en vano a libertad los llamaría,
ya nadie le entendiera.
VEREMUNDO                                      Él en el seno
de la etérea mansión goza sin duda
la palma que a los mártires da el Cielo
en premio a su virtud. Fiero, incansable, 15
los llanos de la Bética le vieron
casi arrancar él solo la victoria,
que vendió la perfidia al agareno.
Él atajó el raudal a la fortuna
del soberbio Tarif, cuando en Toledo 20
del victorioso ejército sostuvo
la terrible pujanza un año entero.
De igual valor fue Mérida testigo;
hasta que puesta su cabeza a precio
por el infame Muza; y escondido 25
desde entonces su nombre en el silencio,
ni de él ni de Leandro el hijo mío
la fama volvió a hablar.
ALFONSO                                        ¡Dichosos ellos,
que así acabaron de sufrir! Sus ojos
ya sepultados en eterno sueño 30
no verán el escándalo, la afrenta
de su sangre, el sacrílego himeneo
que hoy se va a celebrar. ¡Oh, Veremundo!
Perdona esta vehemencia a mi despecho;
ser Hormesinda esposa de Munuza, 35
triste es oírlo, y afrentoso el verlo.
VEREMUNDO Mal pudieran las débiles mujeres
resistir al halago lisonjero
del moro vencedor, cuando sus armas
domaron ya los varoniles pechos. 40
Mira a la hermosa viuda de Rodrigo
ganar desde su triste cautiverio
el corazón del joven Abdalasis,
y ser su esposa, y ocupar su lecho.
Mira a Eudon de Aquitania dar su hija 45
a un árabe también; y hacerla precio
de una paz...
ALFONSO                      ¿Y la hermana de Pelayo
debió seguir tan execrable ejemplo?
¿Excederle debió?
VEREMUNDO                                Yo deudo suyo,
que la eduqué, la amé cual padre tierno, 50
disculpo su flaqueza, aunque la lloro.
ALFONSO ¿Cabe disculpa en semejante yerro?
VEREMUNDO Sí, Alfonso, cabe: ¿por ventura ignoras
el bárbaro y terrible juramento
que hizo Munuza? ¿Ignoras que asolada 55
Gijón hubiera sido en escarmiento
de su noble defensa, si Hormesinda
no la hubiera salvado con sus ruegos?
Si nuestra servidumbre es más suave,
si aún ves de pie nuestros sagrados templos; 60
los cristianos, Alfonso, a su hermosura,
a ese amor que te indigna lo debemos.
ALFONSO ¡Abominable amor!, ¡unión impía!,
que Dios va a castigar; y ya estoy viendo
a esa desventurada, a quien seducen 65
los engaños del moro, ser muy presto
objeto miserable de sus iras.
¿Ignoras tú su condición? Violento,
implacable y feroz, si es generoso
en la prosperidad, lo es por desprecio, 70
por arrogancia. Las inquieras ondas
que baten las murallas de este pueblo,
no son más de temer en su inconstancia
que su alma impetuosa.
VEREMUNDO                                        Hasta este tiempo,
Gijón sólo conoce su clemencia. 75
ALFONSO Ella se acabará, que no está lejos,
¡y plegue al Cielo que me engañe!, el día
en que soltado a su insolencia el freno,
del tirano engañoso que ahora alabas
la rabia al fin confesarás gimiendo. 80
Yo tiemblo su frenética arrogancia;
y esta llegada repentina tiemblo
del fiero Audalla, Audalla conocido
por su celo fanático y sangriento.
Adiós; a darme asilo las montañas 85
bastarán de Cantabria, cuyos senos
ofrecen a la sed del africano,
en vez de oro y placer, virtud y hierro.
Ellas me esconderán... Mas Hormesinda...
 

Escena II

HORMESINDA (aparece en el fondo del teatro en ademán abatido y temeroso, y se detiene allí) y DICHOS.

 
HORMESINDA ¿Qué le diré, infeliz? A andar no acierto, 90
y mis rodillas trémulas se niegan
a sostenerme.
VEREMUNDO                        Acércate.
HORMESINDA                                           No puedo
señor; que el corazón a vuestros ojos
siente aumentar su tímido recelo.
VEREMUNDO ¿Dudas ya de mi amor, bella Hormesinda? 95
HORMESINDA ¡Dudar yo! No señor, en ningún tiempo. (Adelantándose hacia él.)
A vos mi infancia encomendó mi hermano
cuando acudiendo de la patria al riesgo,
voló precipitado al mediodía
a probar en los árabes su acero. 100
Huérfana y sola, planta abandonada
en temporal tan recio y tan deshecho,
sola la protección de vuestro asilo
pudo abrigarme del rigor del viento.
En vos hallé mi padre, en vos mi hermano: 105
¡que no pueda mi amor satisfaceros
tanta solicitud, tantos afanes!
Pero impotente el corazón a hacerlo,
su inmensa deuda agradecido aclama,
y para el pago la remite al Cielo. 110
Él, dignamente os recompense: en tanto...,
perdonad el rubor, el triste miedo
que me acobarda..., en tanto vuestros brazos
dad a una desdichada, que al momento
va a dejar este asilo de inocencia 115
donde sus años débiles crecieron;
y sobre ella implorad una ventura
que su dudoso y angustiado pecho
no se atreve a esperar.
VEREMUNDO                                      ¡Ah! Si bastasen
mis ruegos a alcanzarla, ni otro premio, 120
ni otra fortuna al Cielo pediría
este infeliz y lastimado viejo.
¡Pero, hija mía!... (Asiéndola afectuosamente de la mano.)
HORMESINDA                             ¡Ay!, no: que las palabras
salgan de vuestra boca en son tremendo:
llamadme ingrata, pérfida; llamadme 125
infiel a la virtud, sorda al consejo,
¿qué me podréis decir que yo a mí misma
con dureza mayor no esté diciendo?
Sabed, que aqueste cáliz de dulzura
tras el que anhela el corazón sediento, 130
a fuerza de amarguras y martirios,
está ya en mi interior vuelto en veneno.
Sabed...
ALFONSO               Si eso es así ¿por qué un instante
no levantáis, señora, el pensamiento
a ser quien sois? La religión sagrada, 135
la sangre que os anima el gran sendero
de la virtud os mostrarán seguras,
y para andarle os prestarán esfuerzo.
Mostraos hermana de Pelayo: y antes
de ver que sois escándalo a los vuestros, 140
ludibrio de los bárbaros infieles,
esposa de un tirano...
HORMESINDA                                     Deteneos;
que si temí las quejas del cariño,
a la voz del insulto me rebelo.
¿Por qué, si soy escándalo a los míos, 145
si tan injustos me condenan ellos;
por qué a la seducción, a los halagos
del moro vencedor no me escondieron?
Cuando el furor y la venganza ardían,
cuando ya el hambre y el violento fuego 150
prestos a devorarnos amagaban;
era justo, era honroso en aquel tiempo
que yo a los pies del árabe irritado,
fuese a ablandar su corazón de acero.
Y voy, y mis plegarias el camino 155
hallan de la piedad, y alza contento
este pueblo su frente, y sacudida
de él la muerte espantosa huye rugiendo.
Todos, señor, entonces me aclamaban;
todos: y en tanto que al enorme peso 160
de sus cadenas agobiada España
mira asolados sin piedad sus templos,
hollados con furor sus moradores,
violadas sus mujeres, en el seno
de la paz más feliz Gijón descansa. 165
¡Tirano le llamáis s y él en sosiego
nos deja respirar, cuando podría
con sola una mirada estremecernos!
¡Es un tirano, y amoroso aspira
a llamarse mi esposo!... ¡Ah!, no lo niego, 170
inexorables godos, a su halago,
a su tierna afición, a su respeto
mi corazón rendí; vuestra es la culpa,
y el fruto ¡hombres ingratos!, también vuestro.
 

Escena III

ALVIDA y DICHOS.

 
ALVIDA (A HORMESINDA) Llegó el momento: el séquito está pronto 175
que debe acompañarte al himeneo:
Munuza espera a su adorada amante,
anunciando su gozo y sus deseos
con su esplendor hermoso las antorchas,
la música festiva en sus acentos. 180
HORMESINDA Esto es hecho, ¡gran Dios!
ALFONSO                                            Seguid, señora,
por donde os lleva tan culpable fuego,
¿qué tenéis que temer? Las luminarias
que han de solemnizar vuestro contento,
solemnicen también y hagan patentes 185
de vuestro hermano y patria el fin funesto.
Mi lengua, Veremundo, poco usada
de la lisonja a los infames ecos,
deja este parabién a los amantes.                 Vase.
HORMESINDA ¡Qué horrible parabién!... Mas ya no hay medio 190
de volver el pie atrás: que mi destino
más fiero y más cruel cada momento
tras sí me arrastra; y sin poder valerme
a su imperiosa voluntad me entrego.
Adiós, señor: ¡adiós! (le besa afectuosamente la mano, y se retira con precipitación: ALVIDA la sigue)
 

Escena IV

 
VEREMUNDO                                   ¡Mísero anciano! 195
Ya ¿qué te resta? El lúgubre silencio,
la amarga soledad que te rodean,
fieles te anuncian tu postrer momento...
¡Y cuán acerbo!... ¡Oh suerte!, ¿a qué guardarme
para tal desamparo?
 

Escena V

PELAYO, LEANDRO (entran por donde salió ALFONSO. LEANDRO se presenta y empieza a habla antes de verse PELAYO) y DICHO.

 
LEANDRO                                  Amigo, entremos: 200
nadie nos sigue; la fortuna misma
nos ha guiado hasta el solar paterno.
VEREMUNDO ¿Qué voz es la que escucho? ¿Mis sentidos
me engañan? Mas no hay duda: ellos son, ellos. (Corriendo a abrazarlos.)
¡Oh Providencia eterna!, yo te adoro. 205
¡Hijo!
LEANDRO            ¡Padre!
PELAYO                         ¡Señor!
                                      ¿Es cierto?;
¿es cierto que vivís? ¡Ah!, ¡que aún se niega
a tal ventura incrédulo mi afecto,
y abrazándoos estoy! ¿Cómo os salvasteis,
decid, cómo vencisteis tantos riesgos, 210
que la desgracia y el rencor del moro
amontonaron ya para perderos?
El silencio, el olvido en que os hundisteis
eran señal de vuestro fin sangriento
para toda la España que afligida 215
cifró en vosotros su postrer consuelo.
PELAYO ¡Ah!, si bastantes a salvarla fuesen
la constancia, el ardor, el noble celo;
firme aún se viera, Veremundo, y dando
envidia con su gloria al universo. 220
Nuestras fatigas, el valor ilustre
de los que el nombre godo sostuvieron
pudiera ya colmar el precipicio
en donde derrocada está gimiendo.
Mas vano ha sido nuestro afán, y en vano 225
por el nombre de Dios lidiado habemos,
Él retiró su omnipotente escudo,
y coronar no quiso nuestro aliento.
Vednos pues en los términos de España
prófugos, solos, deplorable resto 230
de los pocos valientes que mostraron
a toda prueba el generoso pecho.
La guerra en su furor devoró a todos.
Yo los vi perecer... ¡Oh compañeros!,
que en el seno de Dios ya descansando 235
de vuestro alto valor gozáis el premio;
mis votos recibid y mi esperanza;
vengue yo vuestra muerte, y muera luego.
VEREMUNDO ¡Admirable constancia! Mas, Pelayo,
¿de qué nos sirve contrastar al Cielo? 240
Cuando a nuestros intentos la fortuna
les niega su laurel en el suceso;
ceder es fuerza, inútil es el brío,
pernicioso el tesón. Si estando entero
contra el fiero rigor de esta avenida 245
no pudo sostenerse nuestro imperio;
¿te sostendrás tú solo? ¿A quién consagras
tan heroico valor, tanto denuedo?
No hay ya España, no hay patria.
PELAYO                                                       ¡No hay ya patria!
¡Y vos me lo decís!... Sin duda el hielo 250
de la vejez que tímida os agobia
inspira esos humildes sentimientos,
y os hace hablar cual hablan los cobardes.
¡No hay patria! Para aquellos que el sosiego
compran con servidumbre y con oprobios; 255
para los que en su infame abatimiento
más vilmente a los árabes la venden,
que los que en Guadalere se rindieron.
¡No hay patria, Veremundo! ¿No la lleva
todo buen español dentro en su pecho? 260
Ella en el mío sin cesar respira:
la augusta religión de mis abuelos,
sus costumbres, su hablar, sus santas leyes
tienen aquí un altar que en ningún tiempo
profanado será.
VEREMUNDO                            Tu celo ardiente 265
te fascina, Pelayo: ¿en quién tu esfuerzo
puede ya confiar? Quien pierde a España
no es el valor del moro, es el exceso
de la degradación: los fuertes yacen,
un profundo temor hiela a los buenos, 270
los traidores, los débiles se venden,
y alzan sólo su frente los perversos.
PELAYO ¿Y porque estén envilecidos todos,
viles todos serán? Yo no lo creo:
mil hay, sí, Veremundo, mil que esperan 275
a que dé alguno el generoso ejemplo,
y el estandarte patrio levantado
despierte a todos de tan torpe sueño.
Yo vengo a levantarle: aquestos montes
serán mis baluartes, a su centro 280
volarán los valientes, y el estado
quizá recobre su vigor primero.
Entremos pues: que mi Hormesinda abrace
a su hermano, señor; y que tendiendo
la noche el manto lóbrego, a seguirme 285
se prepare.
VEREMUNDO                     ¡Buen Dios! Llegó el momento
Desgraciado y terrible.
PELAYO                                        ¡Desgraciado!
¡El instante feliz que ansió mi anhelo
de abrazar a mi hermana!
VEREMUNDO                                           ¡Ay triste! Calla,
ese nombre en tu boca es un veneno. 290
PELAYO ¿Por qué?, decid: ¿por qué?, ¿vive?
VEREMUNDO Sí, vive:
                pero su muerte te afligiera menos.
PELAYO ¡Qué misterio!, acabad: ¿infiel?
VEREMUNDO                                                     Tu hermana
atajó los estragos de este pueblo.
PELAYO Seguid.
VEREMUNDO               Tu hermana a los feroces ojos 295
del bárbaro halló gracia... Ella es consuelo
de todos los cristianos que la imploran...
Ella hace nuestros grillos más ligeros...
Nada resiste al vencedor... Munuza
rendido, enamorado, al himeneo 300
de Hormesinda aspiró, y ella vencida...
PELAYO Por piedad no acabéis... ¿Estos los premios
son que a tanto afanar, tantos servicios
el Cielo reservaba? El vilipendio,
la mengua, las afrentas, ¡oh Leandro! 305
¿Por qué al rigor del musulmán acero
a par de tantos héroes no caímos
allá en los campos de Jerez sangrientos?
LEANDRO Repórtate, Pelayo: a este infortunio
opón tu alta constancia, opón tu esfuerzo; 310
en ti la patria su esperanza fía;
no desmayes, aleja el pensamiento
de esa flaca mujer: para ti es muerta.
PELAYO ¡Muerta!, ¡pluguiese a Dios! ¿Por qué sabiendo (A VEREMUNDO.)
tal abominación, al mismo instante 315
un agudo puñal no abrió su pecho?
Ella con su inocencia moriría,
yo no viviera con borrón tan feo.
VEREMUNDO A apoyar su virtud ya vacilante
siempre acudió mi paternal consejo; 320
La violencia jamás.
PELAYO                                  ¡Costumbre impía!
¡Tiránica opinión! ¡Injusto fuero!
¡Las mujeres sucumben, y en nosotros
carga el torpe baldón de sus excesos!
¡La ingrata!... ¡Oh cuánto amor!, ¡cuánta ternura 325
la conservaba yo! Siempre el objeto
de mis cuidados era..., y cuando ansioso
de arrebatarla al yugo sarraceno
vengo a Gijón; y que se diga esclava
del déspota oriental sufrir no quiero; 330
¡ella esposa de un moro! Mas decidme,
¿desde cuándo un enlace tan funesto
se ha estrechado?
VEREMUNDO                               Ahora mismo: en este instante
se celebra quizá.
PELAYO                             Pues aún es tiempo;
volemos a la pérfida: mi vista 335
la llenará de horror; este himeneo
no se hará, no: si por desgracia es tarde,
la ahogará a mi presencia el sentimiento. (Sale precipitadamente.)
VEREMUNDO Él en su ardiente frenesí se ciega:
Sigámosle, Leandro; y a lo menos 340
si regir su furor no conseguimos
con él cuando perezca moriremos.



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Acto segundo

El teatro representa un salón del palacio de MUNUZA.

                                      

Escena I

HORMESINDA, MUNUZA, ALVIDA y AUDALLA.

 

HORMESINDA en su sofá sostenida por ALVIDA en la actitud de ir saliendo de un deliquio: MUNUZA en pie junto a ellas: AUDALLA algo separado hacia un lado del teatro, y mirándolos desdeñosamente.

 
MUNUZA ¡Oh ingratitud!, ¡oh femenil flaqueza!
Conque cuando debiera la alegría
su corazón henchir, y este momento
ser el más delicioso de su vida;
¡dudar!, ¡temblar!, ¡desfallecer!..., y apenas 5
dan sus labios el sí, cuando oprimida
de congoja mortal, ¡yerta la miro
a mis plantas caer!
ALVIDA                                Señor, mitiga
tu enojo; ya en sí vuelve.
HORMESINDA (Volviendo poco a poco.) ¿En dónde, ¡oh cielos!,
en dónde estoy?
ALVIDA                            Recóbrate, Hormesinda, 10
mis brazos te sostienen, a tu lado
a tu esposo contempla.
MUNUZA                                        Ella le irrita
con esa turbación.
HORMESINDA                                Querido amante,
piedad de esta infeliz: ¿por qué afligirla
también los ecos de tu labio airado, 15
y esas miradas de furor conspiran?
MUNUZA ¿Cuál es pues, dime, la funesta causa
de aquesta agitación tan repentina,
de ese pavor horrible que en tu frente
y en tus ojos atónitos se pinta? 20
HORMESINDA El Cielo ve la pena, los temores
que mi interior ahora martirizan,
y ve también a mi amorosa llama
explayarse por él siempre más viva.
Sed contento, señor, vos ya vencisteis, 25
el triunfo es vuestro, la vergüenza es mía.
¡Ah!, ¿qué dirán ahora los cristianos (a ALVIDA)
de esta mujer desventurada?
MUNUZA                                                 Olvida
sus inútiles quejas; ellos deben
                                                   a ti humillarse.
HORMESINDA ¡Oh cuál me atemoriza 30
el parabién aquel!... ¿En dónde queda
el venerable anciano que solía
con su amor y consejos ampararme?
Todo me abandonó: tú sola, Alvida,
tú sola no desdeñas mi fortuna. 35
ALVIDA Eterno mi cariño, dulce amiga,
siempre te seguirá.
HORMESINDA                                 De estas ideas
tiranizada ya mi fantasía,
trémula y vacilante a vuestro alcázar
a juraros mi fe fui conducida. 40
Jurada está, señor, no me arrepiento:
soy vuestra, y lo seré..., cuando salían
las fatales palabras de mi boca,
y el acto solemnísimo cumplían,
me pareció que alzándose Pelayo 45
en medio de los dos, y ardiendo en ira,
«¿qué te hicieron, oh pérfida, los tuyos
para así abandonarlos?», me decía.
Tiembla entonces el suelo, ante mis ojos
la luz de las antorchas se amortigua; 50
baña el sudor mi frente, el pie me falta,
y opresa del afán caigo sin vida.
¡Oh deliquio cruel!
MUNUZA                                  ¡Oh ilusión vana
que todo mi placer vuelve en acíbar!
¿Ha de romper Pelayo a perseguirte 55
la noche eterna de la tumba fría
que ya le esconde?
HORMESINDA                                  Y si viviese acaso;
¡ah, ¡cuál entonces su dolor sería
desdichada de mí!
MUNUZA                                    Lanza esas sombras
que tu tímido espíritu atosigan: 60
serénate ya en fin. ¿Es tan penoso
coronar el amor, labrar la dicha
de un amante querido?
HORMESINDA                                      ¡Ay!, no..., Pelayo,
ya en el Cielo ante Dios dichoso asistas
gozando el premio a tu valor debido, 65
ya proscrito en la tierra, y triste aún gimas;
oye la voz de tu angustiada hermana,
perdónala. Tu esfuerzo y osadía
a defender la patria no bastaron;
sufre que yo la alivie en su desdicha, 70
que yo la madre y protectora sea
de los vencidos que en su amor confían.
Él lo quiere... ¿No es cierto? ¡Ah!, yo me entrego (Mirando tiernamente a MUNUZA.)
Al afecto imperioso que me guía,
querido amante: mas consiente ahora, 75
que sola un breve tiempo y recogida
tu esposa pueda contemplar su suerte,
acallar los temores que la agitan,
y llenar sólo su tranquilo pecho
del tierno y dulce amor que tú la inspiras. (Se apoya en ALVIDA, y se retiran las dos.) 80
 

Escena II

MUNUZA, y AUDALLA.

 
MUNUZA ¿Es temor, es desdén?, ¿qué es esto, Audalla?
¿Pude esperar en semejante día
tal confusión?
AUDALLA                         El sucesor augusto
del sublime profeta acá me envía,
no a arreglar tus querellas con tu esclava, 85
sino a que España nuestros ritos siga
de grado o fuerza. Nunca los caprichos
del amor entendí, ni las caricias
del sexo engañador rendir pudieron
un momento jamás el alma mía. 90
Cercado siempre de armas y soldados,
entregado a las bélicas fatigas
sé pelear y no amar: sé hacer esclavos,
nunca servir. Que nuestra ley divina
por siempre triunfe, y que ante el gran Profeta 95
el universo incline su rodilla;
tales son mi ambición y mis deseos.
¿Qué valen con la gloria las delicias?
Por esto es siempre vencedor mi brazo,
y tú tiembla, Munuza, que esa indigna 100
pasión al fin te pierda; y que los Cielos
castiguen el amor que te domina,
arrancando a tus armas la victoria.
MUNUZA Debieron ver tus ojos a Hormesinda
cuando anegada en llanto y desolada 105
por la primera vez ante mi vista
se presentó: su tímida hermosura,
su ademán, sus palabras compasivas
llenas de angustia y de dolor, no sólo
las entrañas de un hombre ablandarían; 110
mas rindieran también a las serpientes,
que aborta en sus desiertos nuestra Libia.
Yo la escuché, y venció: Gijón es libre
del furor de la guerra y la conquista.
AUDALLA ¿Y no temes que al fin tanta flaqueza 115
llegue a causar tu irremediable ruina?
¡Ay del que es opresor si abre el oído
a la piedad, y si imprudente olvida
que ante él deben marchar la servidumbre,
la amenaza, el terror! Si así no humillas 120
esta fiera nación que a nuestras plantas
yace más espantada que vencida,
teme tu perdición. Goza en buen hora
del amoroso halago y las caricias
de esa cristiana; los demás perezcan, 125
o en vergonzosa esclavitud nos sirvan,
mientras no abracen nuestra ley: Munuza,
así lo manda nuestro gran Califa.
¿Osarás resistir?, ¿olvidar puedes
que al partir de Damasco, esa cuchilla 130
para extender la ley puso en tus manos?
MUNUZA ¿Y contra quién, Audalla, he de esgrimirla?
¿Contra unos miserables que rendidos
ante mis ojos con pavor se inclinan?
Mi arrogancia desdeña a los humildes. 135
AUDALLA Ellos tal vez castigarán un día
bondad tan temeraria.
MUNUZA                                     Aún soy Munuza (después de una pausa):
pendiente de mis hombros todavía
se ve la formidable cimitarra,
que huérfanas dejó tantas familias. 140
Tiemblan de mí despiertos; se estremecen,
si su atemorizada fantasía
mi aterradora faz les pinta en sueños.
 

Escena III

 

ISMAEL y DICHOS.

 
ISMAEL Dos cristianos, señor, vuestra vista,
pretenden parecer; es uno de ellos 145
aquel anciano, el deudo de Hormesinda,
el otro un joven que dolor y enojo
en su semblante intrépido respira.
MUNUZA Entren al punto. (Se va ISMAEL.)
AUDALLA                             Acuérdate, Munuza,
que la ley soberana del Califa 150
se habrá de promulgar, que los Emires
te aguardan a este fin.
MUNUZA                                      Basta. (Sale AUDALLA.)
 

Escena IV

PELAYO, VEREMUNDO y MUNUZA.

 
MUNUZA                                                   ¿Qué os guía,
decid, a mi presencia?
VEREMUNDO                                        Una ventura
para la gente mora, una desdicha
para el pueblo español: murió Pelayo: 155
testigo de su suerte la confirma
este guerrero, y a Hormesinda trae
la fúnebre y amarga despedida
de su hermano infeliz.
MUNUZA                                      Quizá esta nueva (aparte),
los temores ahuyente que la hostigan. 160
¿Conque murió Pelayo? ¿Veis, cristianos,
en la fortuna nuestra ley escrita?
El Cielo la consagra con victorias,
y os abandona: ¿en qué os paráis? Seguidla.
PELAYO Yo me engañe, cuando al saber tu fama, 165
generoso, oh Munuza, te creía:
la muerte de un contrario valeroso
solamente el que es vil la solemniza.
MUNUZA ¿Y quién eres tú, di, que tan osado?...
PELAYO Sabe, moro, que alienta todavía 170
Pelayo en mí...
VEREMUNDO (Interrumpiéndole.) Señor, disculpa sea
de tal temeridad su aflicción misma.
En Pelayo su gloria y su esperanza
los españoles míseros ponían.
Ya pereció: las lágrimas que damos 175
al esquivo rigor de su desdicha
no te ofendan, Munuza.
MUNUZA                                        Yo a Pelayo
ni amé, ni aborrecí: mas su porfía,
su temeraria obstinación pudiera
sernos fatal: así cuando nos libra 180
Alá de su furor, gracias le rindo
de que a este imperio tan benigno asista.
¡Cristianos, sois perdidos!
PELAYO                                             No te fíes
en tu prosperidad: Dios pudo un día
separar su favor de aqueste pueblo, 185
y abandonarle a su terrible ira.
De los grados contempla el poderío.
La suerte en un momento le derriba:
la suerte puede hacer que en un momento
caiga también vuestra soberbia altiva. 190
¿Quién sabe, si aplacado con nosotros
ya el Cielo un brazo vengador anima
que ataje vuestra próspera bonanza?
MUNUZA ¿Será el tuyo tal vez?... Mas Hormesinda
va a parecer delante de vosotros. 195
Tú, imprudente, refrena esa osadía,
usa un lenguaje y ademán conformes
a tu fortuna humilde y abatida;
y no al león irrites que te escucha,
y por desprecio tu arrogancia olvida. 200
 

Escena V

PELAYO, y VEREMUNDO.

 
VEREMUNDO ¡Gracias al Cielo! Al cabo con su ausencia
mi temeroso corazón respira.
¡Cuál me has hecho temblar!, ni tus promesas,
ni el velo que a sus ojos te encubría,
a asegurar mi agitación bastaban. 205
Del tirano al aspecto enardecida
tu mente se arrojaba toda entera;
y en tus miradas fieras se veía
la mal cubierta indignación: en vano
la desolada España en ti confía, 210
si no atiendes la voz de la prudencia.
¿No sabrás moderarte?
PELAYO                                       ¿Y quién me obliga
a tan torpe disfraz? Nunca Pelayo
descendió a la flaqueza, a la ignominia
de engañar; el que engaña es un cobarde 215
que confiesa su mengua en su perfidia.
¡Y yo miento mi nombre!, ¡y yo le escondo
delante de ese moro! ¡Oh fementida
mujer!
VEREMUNDO             Ella se acerca.
 

Escena VI

HORMESINDA y DICHOS.

 
HORMESINDA (Se dirige primero a VEREMUNDO; después repara en PELAYO, y se para con el mayor abatimiento.)
                                          Padre mío,
¿conque aún no me olvidáis?... ¿Pero qué miran 220
mis ojos? ¡Ay!, él es... ¡Valedme Cielos!
VEREMUNDO ¿La ves a tu presencia confundida?
Calle la indignación; hable, hijo mío,
la sangre solamente.
HORMESINDA                                    Ya a tu vista
tienes esta infeliz, esta culpable 225
a quien Dios en su cólera dio vida;
a quien antes de verse en tal momento,
la negra muerte aniquilar debía.
No imploro tu piedad, no la merezco,
ni cabe en el honor que en ti respira. 230
Pero permite que tu hermana ahora
con lágrimas rescate de alegría
las lágrimas que un tiempo dio a tu muerte
en luto acerbo, y en dolor vertidas.
Sufre que al gozo me abandone... (Hace ademán de acercarse a él.) 235
PELAYO Aparta:
             ¿mi hermana tú? Jamás. Quien aquí habita,
quien se complace en la estación odiosa
de la superstición y tiranía
no puede ser mi sangre. En otro tiempo
tuve una hermana yo que era delicia 240
de Pelayo y de España: virtuosa,
inocente y leal, siempre fue digna
de todo mi cariño y mis cuidados,
que con mi patria la infeliz partía.
El Cielo encarnizado en perseguirme 245
me la robó: la que mis ojos miran
es una infame apóstata, que ahora
mi vista indignamente escandaliza.
Ella insulta a los males de la patria,
ella desprecia las desgracias mías, 250
ella en fin me aborrece.
HORMESINDA                                        ¡Y qué! ¿No basta
ya mi pasión para encender tus iras,
sin que también destierres de mi seno
a la naturaleza, que en él grita
con más fuerza que nunca?
PELAYO                                              ¿Y no gritaba, 255
cuando ese vil amor que te perdía
te atreviste a escuchar, y te entregaste
al árabe falaz que te esclaviza?
¿No pensabas en mí? ¿No contemplabas
que era clavar en las entrañas mías 260
un acero mortal, y atar la patria
al yugo atroz del musulmán tú misma?
HORMESINDA ¿Qué peso puede hacer en la balanza
que los reinos levanta o los inclina
de una flaca mujer la resistencia? 265
Pelayo; ¡oh cuánta compasión tendrías
de esta desventurada, en quien ahora
tu enojo todo sin piedad fulminas,
¡si vieras mi amargura y mis combates!
Yo pudiera decirte...
PELAYO                                   ¿Y qué dirías? 270
Que este amor a la patria que te enciende
es la sola ocasión de mi desdicha.
Yo inocente viví: nunca en mi pecho
la llama del amor se vio encendida;
en todas tus fatigas y peligros 275
mi llanto y mi memoria te seguían.
Cayó España, Pelayo: y ya aguardaba
a verme sepultada en sus cenizas,
a que me arrebatase en su violencia
el torrente veloz de la conquista; 280
cuando Gijón amenazada..., el Cielo...
Perdona..., el Cielo mismo mi caída
consiente. Opresa España, los cristianos
mi favor implorando, y cada día
de ese moro tan bárbaro a tus ojos 285
la generosidad siempre más viva;
los ejemplos, tu muerte... ¡Oh cuántas veces
dije, Pelayo, a defender camina
tu amada hermana en tan tremenda lucha!
Y Pelayo implorado no venía: 290
y la triste Hormesinda abandonada
del Cielo y de la tierra...
PELAYO                                        ¡Y qué! Por dicha
aunque tu hermano perecido hubiera,
la gloria de su nombre no vivía?
¿No reflejaba en ti?, ¿tú no debiste 295
defenderla, guardarla sin mancilla,
y antes morir, que recibir los dones
con que el moro doró nuestra ignominia?
Yo vi, yo vi la patria desplomarse
del Guadalete en la funesta orilla, 300
y sin perder aliento a sostenerla
el hombro puse y la constancia mía.
Tres años siempre combatiendo; España
de mi sangre y sudor toda teñida,
el rencor de los árabes, al mundo 305
mi celo y mi fervor publicarían.
Todo es ya por demás: ¿qué soy ahora?
Un vil aliado de la gente impía
que oprime mi país. ¡Desventurada!
Los ojos vuelve en derredor, y mira; 310
no hallarás sino mártires: los unos
pereciendo al rigor de las cuchillas
del feroz sarraceno en las batallas:
los otros en las cárceles agitan
su pesada cadena; otros desnudos, 315
opresos de hambre y de miseria expiran.
Todos te enseñan a sufrir: ¿qué importa
que otras mujeres débiles o indignas
se hayan rendido al musulmán halago?
En medio del contagio debería 320
mantenerse Hormesinda ilesa y pura,
como a su hermano el universo mira,
cuando el estado se desquicia y cae,
impertérrito y firme entre sus ruinas.
HORMESINDA Pues bien: tú ves mi error y le detestas; 325
yo también le detesto, y a mí misma.
He aquí mi seno, hiere, y en un punto
acaba con tu afrenta y con mi vida.
PELAYO (Después de una corta pausa.)
¿Tienes valor?, ¿eres mi sangre? Aún tiempo
es de enmendar tu ofensa: esas vecinas 330
montañas van a ser el fuerte asilo
de los cristianos que a vivir aspiran
libres de la opresión. Deja a ese moro
que con su infame seducción fascina
tu corazón; y atrévete a seguirme 335
a donde lejos del oprobio vivas.
¿No respondes?
HORMESINDA                            Pelayo, es doloroso,
sin duda, aqueste lazo que abominas;
mas ya la suerte le estrechó, y...
PELAYO                                                    Acaba.
HORMESINDA El deber no consiente que te siga. 340
PELAYO ¡El deber!, el amor.
HORMESINDA                                  Yo llamo al Cielo
en testimonio...
PELAYO                            Calla, y no su ira
despiertes contra ti.
HORMESINDA                                  Sí, yo le llamo,
él ve mi corazón y tu injusticia.
PELAYO Él ve triunfar tu abominable llama 345
de tu sangre y su ley. ¡Pues qué! ¿No miras
que no es tuyo su Dios?
HORMESINDA                                        Yo ofrecí al mío
vivir siempre con él.
PELAYO                                    ¡Promesa impía!
HORMESINDA Yo la dije, él la oyó; mi pecho nunca
la negará.
PELAYO                   ¡Qué horror!
VEREMUNDO                  (A PELAYO.) Tu ardor mitiga, 350
y acuérdate que la infeliz España
de ti su bien y su esperanza fía.
Huyamos de la vista del tirano.
PELAYO Adiós, mujer sacrílega: acaricia
al insolente moro a quien adoras: 355
conságrale tu abominable vida:
será por poco: escucha, los valientes
se van a armar y a alzar; la tiranía
contrastada va a ser; y si vencemos,
fuerza será que al ver a la justicia 360
alzar su brazo inexorable, tiemble
la prevaricación. Tú de ti misma
quéjate entonces, si el horrendo crimen
en el estrago universal expías. (Sale con VEREMUNDO.)
HORMESINDA ¡Bárbaro!, mi suplicio está aquí dentro: 365
no es posible mayor para Hormesinda.

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