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Piezas para construir «Tirant»

Anton M. Espadaler


Universitat de Barcelona



En una novela hay pocos elementos inocentes. Tampoco hay mucho espacio para los elementos neutros. Y si una cosa no puede ser ni neutra ni inocente, so pena de correr el riesgo de convertirse en un peligro cierto, ésta es el nombre de los personajes. Me parece que todo el mundo estará de acuerdo en aceptar que un personaje con un nombre inadecuado es peligroso, si es que no es ya un error. Por otro lado, es evidente la fuerza sugestiva de los nombres, la cantidad de información que ellos solos nos proporcionan, la expectativa que obran respecto de las acciones a que parecen empujados. No tiene nada de extraño, pues, que haya escritores que de la investigación del nombre hagan una auténtica liturgia, como Camilo José Cela, por ejemplo, que ha declarado más de una vez que se informa en las esquelas de los diarios provinciales __de las cuales, las mejores, según él, son las de Palencia. O que se tengan ciertas manías, como la curiosa predilección de Narcís Oller por los apellidos acabados en erga. O que en la Benzina de Quim Monzó los personajes masculinos y femeninos lleven nombre que comience por h, hecho que si bien lleva al rescate de un noble Hugo conlleva también tropezar con una improbable Herundina. No es necesario, sin embargo, que los nombres sean extravagantes e inesperados para producir un cierto efecto. Colometa es un nombre muy acertado para una chica trabajadora de un barrio de Barcelona con vida de pueblo, como era Gràcia, mientras que K, tan escaso, tan anónimo, acoge sin duda todo lo que de inquietante hay dentro y fuera del castillo, a la vez que insinúa, y no es poco, una dimensión autobiográfica.

De una historia protagonizada por caballeros quizá sería esperable que sus principales personajes llevasen nombres impactantes, incluso anómalos, capaces de desvelar la imaginación de grandes proezas, y disponer a los lectores al recuento de grandes gestas. O nombres solemnes en su aparente sencillez, conectados con un trasfondo de heroísmo caballeresco, y susceptibles de ser repetidos, quiero decir de ser llevados por personas de carne y hueso, como Lancelot, Galván, Perceval. El caso es, sin embargo, que en nuestras novelas caballerescas no hay caballeros con nombres espectaculares y pomposos __por el contrario, una gran cantidad de personajes secundarios llevan nombres de caballeros reales, indicando muy nítidamente qué tierra pisan__, ni nadie se ha llamado nunca entre nosotros, ni en ninguna parte, ni hay que esperar que se llame, Tirant, Curial, Güelfa o Plaerdemavida. En este sentido es bastante aleccionadora la anécdota que recoge Josep Pla en sus Notes disperses: «__Oh senyoreta __que jo li dic allargant-li la má__, Plaerdemavida! Tan content de veure-la...! Però observo que davant el que acabo de dir es posa rígida, s'enfosqueix de cara i que el meu braç queda penjat al mig del carrer. __Però escolti... __em diu amb una cara de ràbia sobtadíssima__, què s'ha pensat? Què m'acaba de dir? __Res. Li he citat el nom d'un personatge femení del «Tirant».__ Del tirant, diu? De quin Tirant? Vostè és un desvergonyit...»1

Pero no sólo se alarman las señoritas __reales o imaginarias, lo mismo da__, con que tropieza Josep Pla. En el fondo es fácil de entender que el rey de Francia exclame al conocer a Curial y a la doncella Festa: «A, Santa Maria! E quins noms!». Nombres que sorprenden tanto como Tirant. El mismo Josep Pla, en un artículo publicado en «La Veu de Catalunya», en la martorelliana fecha del dos de enero del año 1929, recordaba que un erudito eslavo llamado Bilbassof, «no arribà mai a comprendre què dimoni era aquest llibre» (el Tirant, admirado por Catalina de Rusia, a quien Bilbassof biografiaba). Así, «quan arriba a haver d'explicar què és el "Tirant lo Blanc" diu que sospita que el títol d'aquest llibre té molta relació amb un ocell que es troba a Amèrica i que es anomenat pels naturalistes "tirannus albus"2».

Por lo que respecta a Tirant lo primero que observamos es que ha sido objeto, y desde muy pronto, de unas cuantas bromas que de tan constantes parecen en estos momentos casi inevitables. La primera, si Joan Fuster tiene razón __y no seré yo quien se la quite__ se remonta a 1531 y se encuentra en los versos que verosímilmente Onofre Almudéver compuso para encabezar l'«Spill» de Jaume Roig3:


Són molts qui dels altres tractats traduexen,
hi·l nom tiranisen ab sols hun capítol,
y ab ell de les obres les flors destroixen,
y sembren baladres, arrullen y fleixen,
per sols usurpar-se lo nom y títol.



En este juego de palabras, y en la vehemente prosa de Joan Coromines, hay una «coent acusació, disfressada, de l'escandalosa suplantació literària perpetrada per l'espaviladíssim animal que fou Martí Joan de Galba»4.

En 1554 Jerónimo Sampedro publica la «Caballería celestial del pie de la rosa fragante», y en el prefacio advierte que allí no se encontrará a ningún Tirante el Blanco, sino «muchos Tirantes al blanco de la gloria». Henry Thomas, en su libro sobre las novelas de caballerías españolas y portuguesas, afirma que la mención a Tirant se debe sólo a «las exigencias del retruecano»5.

Ciertamente se hace difícil apreciar la huella de Martorell en esta novela de caballerías de título pomposo y orientada «a lo divino». Sin embargo, el profesor Charles J. Merrill, en un artículo donde sobresale el retruecano __Errant el blanc: el fi de Tirant__ propone hacer valer sus exigencias, y en el sentido, además, que parece insinuar el juego de Jerónimo Sampedro. Para Merrill, Tirant lo Blanc quiere decir «llançant un projectil devers un fitó». O sea un nombre metafórico, indicativo de que el «llibre és el relat d'un cavaller que tracta d'encertar un fitó, d'arribar a un fi determinat», que consistiría en llevar una vida «ordenada a l'eternitat». De donde es fácil comprender la equivocación del caballero, y la finalidad auténtica de la novela: moralizar señalando cuál es el verdadero blanco que nos tiene que hacer «posseir e fruir lo sobiran bé de la glòria del paradís», como recuerda el profesor Merrill citando las palabras del fraile de Lleida Joan Ferrer en el capítulo 429.

Confieso que me resulta muy difícil suponer que Martorell escribió el Tirant para demostrar que la felicidad «no pot ésser res menys que la unió contemplativa amb Déu»6.

Esta vía artillera, no obstante, no se para aquí. Eugeni Xammar explica en sus Seixanta anys d'anar pel món que un grupo de jóvenes inquietos solían reunirse en la farmacia Arimany de la Garriga para conspirar moderadamente y comentar los clásicos catalanes. La lectura del Tirant despertó las sospechas de la policía, que interrumpió aquellas sesiones diciendo: «De manera que tirando al blanco, eh, tirando al blanco... Esto habrá que investigarlo más de cerca»7.

El mismo Pla, en Caps-i-puntes, recuerda que Miquel Roger i Crosas, que fue diputado con Pla por la Lliga por el distrito de La Bisbal, padeció bajo la dictadura de Primo de Rivera un registro de su biblioteca por parte de la Guardia Civil, que buscaba material clandestino. Se llevaron, con una fatalidad que parece cantada, el Tirant por si podía constituir «un manual clandestino para aprender a perfeccionar los movimientos de las armas»8.

El humor, sin embargo, no conoce fronteras, y con más civil inteligencia, Jean Jacques Rousseau y Denis Diderot aprovecharon el Tiran le Blanc debido al conde de Caylus para burlarse del mal carácter y de la coquetería desmesurada de Frederic Grimm, que, por lo que parece; necesitaba cada día más de dos horas para hacerse la manicura y disimular con polvos blancos las arrugas de la cara. En sus Confessions Rousseau Mama a Grimm Tyran-le-Blanc. Diderot, más ácido, en una carta dirigida a Mme. d'Epinay __amante de Rousseau, y autora, por cierto, de una Épître à Tiran le Blanc publicada en el Nouvelliste suisse en 1762 y que comienza diciendo: «Moi, de cinq ours la sou veraine»__ le mantiene la tiranía, pero le cambia el color: «le noir tyran»9.

Esta broma, en la línea iniciada por Almudéver, y que, de otro lado, habla muy elocuentemente de la difusión de la novela en los círculos ilustrados parisinos, ya la había previsto Martorell: «Dix un turc... han-nos dit al port, com som arribats, que un diable de francès és vengut capità dels grecs, que totes les batalles los venç, lo qual dien que ha nom Tirant, per ma fe, ell poria haver bons fets així com dien, mas lo seu nom és lleig e vil, per ço com Tirant vol dir usurpador de béns o, més propi parlar, lladre. E creu, segons lo nom, per força ha de seguir les obres...» (c. 163).

Este juego de palabras __que se pierde en la traducción castellana10__ se hace más evidente si tenemos en cuenta que no es raro, pero tampoco es frecuente, señalar al tirano como tirante. Por ejemplo, en Ausias March. «El pobre hom fa juhí del tirant» (LXXXV, 53). Las palabras del turco, sin embargo, indican claramente que Martorell, al elegir este nombre para su personaje, de ninguna manera pretendía una identificación semejante. Y aunque el turco __o justamente por eso mismo__ pueda percibir la actuación de Tirant como adecuada al sentido que otorga al nombre del héroe bretón __una definición que tiene en cuenta el diccionario y la etimología__, más bien actúan como un exorcismo contra esta posibilidad. En ningún lugar de la novela, de otra parte, se sugiere algún tipo de relación entre el nombre y una cualidad __como ocurre, en cambio, en el Curial__ emparentada con la tiranía.

El otro juego que se hace en la novela sobre los nombres, viene referido en la segunda parte, y son las palabras de la doncella que representa Kirieleison de Muntalbà en el capítulo 75, que clama contra «un fals e reprobat cavaller, qui es fa nomenar Tirant lo Blanc e los seus actes són ben negres».

Como se sabe, la novela comienza con la historia del conde Guillem de Varoic, lo que nos obliga a esperar hasta el capítulo 29 para conocer al verdadero protagonista, el cual se presenta con estas palabras: «A mi dien Tirant lo Blanc, per ço com mon pare fon senyor de la marca de Tirània, la qual per la mar confronta ab Anglaterra, e ma mare fon filla del duc de Bretanya e ha nom Blanca; e per ço volgueren que jo fos nomenat Tirant lo Blanc».

Mi admirado maestro Martí de Riquer y mis queridos amigos Costanzo di Girolamo y Donatella Siviero ven en este Tirant un eco de Tristán. Natural y espontáneo el primero, para quien «moltes vegades, quan anem a escriure Tirant, escrivim sense adonar-nos-en Tristany»11. Como un paragrama irónico los segundos, los cuales, además, ven un juego de equivalencias entre la tierra nativa de Tristán, también situada ante Inglaterra, y el nombre de las madres respectivas: Blanca y Blancaflor12.

Cierto es que en un escritor juguetón como Martorell, en principio, nada es descartable, y una posibilidad como la que aquí se insinúa subraya la vertiente paródica del Tirant, lo que me parece aceptable siempre y cuando se tenga presente que a pesar de ser muy importante este aspecto de la novela no es el único, y que la intención de Martorell no es la de imitar la antigua historia artúrica.

En cualquier caso, no todo el mundo lo ha visto así. Erich von Richthofen13 sostiene que el párrafo en el cual se presenta el protagonista remite a un fondo histórico angevino. Por este camino, la marca de Tirania tendría que explicarse por la región de la Touraine __de donde Turània o Torània__, mientras que Tirant respondería de un «más propiamente dicho Turant». El personaje por otro lado, debería alguna parte de ser a Folc V, conde de Touraine y d'Anjou, que fue rey de Jerusalem entre 1131 y 1143, y a Luis XI el Santo, también de la dinastía angevina, hijo además de una dama que se llamaba como la madre de Tirant: Blanca de Castilla».

Ya Entwistle, en sus Observacions sobre la dedicatòria i primera part del Tirant lo Blanc, había señalado a San Luis como hipotético modelo de Tirant14. Esta, sin embargo, es una idea que no ha sido seguida, a pesar de que parece incuestionable que anécdota tan destacada como es colocar un ducado de oro sobre las rebanadas de pan cortadas por la tontería de Felipe tenga que relacionarse con un detalle equivalente de la vida de San Luis15.

Sea como sea, me parece oportuno tener en cuenta el significado sustantivo de la palabra tirant en el catalán de Martorell y, en mucho menor grado, en el de nuestros días. Así sin ser tan exclusivo como Joan Corominas, que no considera la posibilidad de que en el nombre confluyan varios sentidos y que sea, por tanto, el resultado de un juego relativamente complejo, creo que hay que tener en cuenta el sentido popular de la palabra tirant, tal como Corominas la define: «home de forces extraordinàries i que no dubta a servir-se'n, no solament en els camps de batalla, sinó procurant que s'estenguin a tota mena de "camps"»16.

Este sentido podría complementarse con el más frecuente de elemento de edificación o viga que sostiene principalmente un edificio u otras vigas17, y que se vive en el mundo de la construcción18, y en hablantes como el benasqués19.

En cualquiera de los casos no tendría que pasarse por alto el ejemplo que nos proporciona el Planh per la caiguda de Constantinoble20. En la estrofa XIV donde se relatan las crueldades que los turcos infligían a los cautivos cristianos, se dice:


altres forçant a lur secta malvada,
tirant jovent no volents renegar
ab gras destrals los feyen troçajar
perquè·ls infants fos gran por demostrada.



El sentido parece muy próximo a firmeza, orgullo, fuerza de ánimo, de audacia, de voluntad decidida, y se encontraría también en el provenzal trovadoresco21. Esta aparición, por otra parte, hace pensar que al adecuarse especialmente a la idea de juventud la implica.

Si esto fuese aceptable, en el nombre del Tirant confluirían estos sentidos, de manera que se transmitiría la idea del caballero de gran fuerza y firmeza, capaz de sostener toda clase de empresas, y de vivir unos amores excesivos como los de Tristán, y tanto por el lado de la fuerza __la milicia__ como por el de los ecos artúricos __los amores__ sería posible detectar en ello un toque de ironía.

Nos queda la segunda parte: el Blanc. El estudioso rumano Constantin Marinesco siempre mantuvo que un modelo humano fundamental para la creación del personaje del Tirant, del cual tomaría Martorell este apelativo, era János Húnyadi, el guerrero que como voivoda de Hungría derrotó a los turcos en el Danubio en 1448, y les volvió a vencer en Belgrado en 1456, batalla que de una manera bastante fiel se recoge, a mi entender, en el Curial e Güelfa22. La fama de este personaje no debió escapar a Martorell, según Marinesco, que aprovechó los ecos de vencedor de turcos que podía condensar el apelativo de Blanc, considerando que Húnyadi era conocido como el «caballero blanco», tal como la etimología popular había convertido su origen valac en blanc23.

Lo cierto es, sin embargo, que la propuesta de Marinesco ha sido recibida con muchas reticencias por lo que respecta a la figura de Húnyadi como modelo humano visible en Tirant24. En cuanto al nombre, y dando por sentado que no hay ningún paralelismo entre Húnyadi y Tirant, una reciente aportación de Kalman Faluba indicando que no es Valàquia lo que hay detrás del Blanc, sino el diminuto de János __Jankó__, ha ayudado, creo, a debilitar el enlace señalado con tanto entusiasmo por Marinesco25.

De hecho, como ya hemos visto en el caso de Merrill, se ha tendido últimamente a buscar la comprensión de la segunda parte del nombre por otros caminos. Así, Curt Wittlin, en su escrito sobre la sexualidad en la novela, contrapone, en un momento dado, las dos partes del nombre, y a propósito de su comportamiento erótico con Carmesina, escribe: «El nostre heroi... no es torna un "tirant", sinó que resta bla i par, "blanc" i "innocent"»26. Tanta blancura y tanta inocencia no son para Wittlin una muestra de respeto por las normas corteses más elementales, sino una prueba de que detrás de la blancura de Tirant __y, cómo no, de Martorell__ lo que hay de verdad es un auténtico e irremediable disgusto por las mujeres.

Sin olvidar en ningún caso que Blanca es un bello nombre de mujer que bien merece perdurar en su hijo, y dejando de lado la posibilidad de que Martorell pretendiese contentarse con una solución equiparable a la del Cavaller verd, por ejemplo, me parece oportuno tener en cuenta la única mención que hay en la novela. Es el capítulo 301, justo después del naufragio de Tirant, el Caudillo sobre los caudillos pregunta a Tirant su nombre. Y este responde: «E puix tant desiges saber lo meu nom, ab tota veritat, senyor, te dic que lo meu dret nom és Blanc». Ante esta revelación, «ab molta pietat respòs lo Cabdillo: Beneita sia la tua mare, qui de tan bell nom te dotà, car lo teu nom se concorda ab la tua singular perfeccio».

Esta respuesta me parece que, en primer lugar, da pocas opciones a la posibilidad de un Blanco entendido principalmente como eco de «vencedor del Islam», porque de haber sido así es presumible que Tirant habría escogido camuflar su nombre de otra manera, y la reacción del moro, sin duda, no habría podido ser tan elogiosa, sino más bien lo contrario.

La alabanza del Caudillo, de otro lado, se entiende mejor, porque sin duda se relaciona con ello, si se tiene presente que en el capítulo 399 el cazador de la hueste del Caudillo que encuentra Tirant desnudo tirado en una cueva, describe la impresión que le causa con estas palabras: «jo no crec que natura pogués formar un cos mortal ab més perfecció, car pintor no poguera pintar un cos més bell del que jo he vist... No sé si és defalt de la mia vista, car, a mon semblant, me par ésser més mort que viu, per la color que té descolorida, ab més bella cara, e lo llustre dels ulls, que par que sien robins acunçats. En l'univers món no pens se trobàs un cos mortal ab tanta perfecció de membres».

El cazador informa al Caudillo en términos de estética. Y siguiendo a Santo Tomás propone entender la belleza de Tirant según un principio de armonía que se guía por el tamaño, la proporción de los miembros y la tonalidad clara desprendida del cuerpo (cos mortal ab més perfecció... perfecció de membres... color descolorida)27. Como es sabido, en este sistema, la parte más sutil, la que, además, permite efectuar una lectura que implica la parte moral del individuo, y que, por tanto, acaba de expresar del todo la perfección, radica en la idea de claridad, de luminosidad. El Caudillo, pues, al afirmar que el nombre concuerda con la perfección física __además de comportarse como un escolástico28__ lo que hace es reconocer el valor __vale decir un conjunto de virtudes superiores apreciables incluso en la desnudez__ de este desconocido que, además, le acaba de haber una relación fingida de su naufragio.

Ahora, por las características de la escena __Tirant se afirma no mintiendo, pero escondiendo al mismo tiempo su personalidad total__ es factible creer que en la mente de Martorell y de sus más inmediatos lectores, las sugerencias que podían incluirse en la segunda parte del nombre fuesen más que las derivadas del valor moral del individuo, y que, por lo tanto, también quisiese aglutinar aquí una cierta complejidad de ecos.

Tirant ante los moros es aquel que los guerrea también en tanto que Blanco. Teniendo en cuenta que Tirant es un militar que «nunca se despullava sinó per mudar camisa» (c. 133) cuando estaba en guerra, no creo que sea excesivo recordar que el arnés completo de guerra era conocido como «arnès blanc»29, y bien podría acompañar la idea del guerrero siempre dispuesto a la batalla a la del hombre de gran valor moral reconocido por todos __incluso los moros.

Con todo, no deja de ser curioso que el turco que interpreta su nombre como ladrón y usurpador finalice su discurso efectuando una proyección negativa del futuro de Tirant __que coincide mucho con la versión maliciosa de la Viuda Reposada__, y que refleje en negro la trayectoria vital del héroe que Martorell describe en la Dedicatòria: «E més avant conquistà tot l'imperi grec, cobrant-lo dels turcs qui aquell havien subjugat a llur domini dels cristians grecs».

Dice el prisionero turco: «Com haurà vençudes les batalles, emprenyarà la filla, aprés la muller, aprés matará l'Emperador, car així ho acostumen de fer los francesos: molt mala gent! E vós veureu que si molt lo deixen viure los turcs e los crestians, ell se fará emperador».

Me resulta interesante que a partir del nombre se extraiga su futuro. Tirant, en efecto, está llamado a ser emperador de Constantinopla. ¿No podría encontrarse allí, en el lugar que, al fin y al cabo, es su destino, algo que justamente por eso, por ser su destino, pudiese relacionarse con su nombre, y formar parte de él? Dicho de otra manera, me parece que es posible insinuar que en este nombre manifiestamente compuesto, puede haber algo más que las ideas de fuerza física, entereza moral, disposición generosa al combate, juventud, belleza y amores excedidos envueltos por un ligero, pero patente, velo de ironía. Sucede que uno de los símbolos más representativos de la ciudad de Constantinopla, tanto por ultracorrección como por etimología popular30 se conecta inevitablemente con el blanco: el palacio y la iglesia de Blanquerna-Blaquerna, en realidad.

Si eso fuese aceptable obtendríamos que al elegir el nombre para su personaje principal, Martorell habría procurado vincular al nombre no solamente ciertas características, sino también lo que constituye su aventura principal, de una manera cierta pero, al mismo tiempo, tenue con tal de evitar soluciones más fuertes y evidentes que habrían producido una desagradable sensación de determinismo.

Con eso obtendríamos que en el nombre del personaje confluyen diversos juegos, entre los cuales serían detectables los que indican que Tirant lo Blanc es aquel caballero de Bretaña que con su esfuerzo y firmeza sostiene Constantinopla. Lo que en sustancia es absolutamente cierto.

Martorell, sin embargo, es un escritor, un novelista, que no se limita sólo a jugar con las palabras. Y a pesar de que el universo de ficción que construye es muy poderoso, es cierto, y todo el mundo está de acuerdo en ello, que no es una invención que nace pura en la fantasía de Martorell, sino que trasluce una experiencia de la vida y saca de la vida, de la realidad, sus materiales más sólidos. No es nada sorprendente, por lo tanto, que se haya querido ver en Tirant reflejos de otras biografías, y no tanto literarias como reales. Se ha hablado de modelos. Yo no creo que Martorell tuviese interés en hacer comprender a sus lectores que Tirant en uno u otro momento repetía los hechos heroicos de Geoffroy de Thoisy o de Roger de Flor, por la sencilla razón de que Martorell rehúye siempre el gran peligro que sería no llegar a la novela por haberse quedado en la biografía. Martorell no propone, en cuanto al personaje, el mismo juego que se crea con las presencias de textos de otros autores. El personaje no cita, si se puede decir así, de otros personajes. Tirant es un personaje suficientemente firme, brillante e independiente, y demasiado cercano a Martorell, como para necesitar ser reconocido en la imitación. Las vidas de estos personajes reales, como Húnyadi y Pero Vázquez de Saavedra, y también otros, a mi entender, lo que hacen principalmente es confirmar que el mundo que propone la ficción está garantizado por la historia, por la realidad.

El hecho decisivo en la vida de Tirant es la defensa de Constantinopla. Este es un tema que tiene una larga historia literaria, que va del Cligés al Palmerín de Oliva, de la segunda mitad del XII al siglo XVI. En esta trayectoria el texto en el que se fijan los tópicos del tema es justamente una obra que Martorell conocía muy bien, el Gui de Warewick, cuya primera versión fue redactada entre 1232 y 1242. La profesora Stegagno Picchio los resume así: la extrema riqueza de Constantinopla; el lujo __que en el Tirant está presente por todas partes__, y aquí visible en telas, vestidos, pieles, damascos, obras de arte; el emperador es obligado a permanecer encerrado dentro de los muros de la ciudad; la acogida alegre y confiada en la figura del «liberador» occidental, y el ofrecimiento de una recompensa31.

Todos estos son rasgos que se dan en el Tirant. Pero me parece innegable que la defensa de Constantinopla que imagina Martorell no es sólo un tema literario. No lo es desde el momento que la historia de Roger de Flor aporta elementos de peso en su diseño, como observaba Lluís Nicolau d'Olwer32 deshaciendo las reticencias de Constantin Marinesco33. Ahora bien, Martorell, que comienza a escribir el 2 de enero de 1460, ¿tiene suficiente, y sus lectores tienen suficiente, con situar una historia que pasa en Constantinopla y que enseña que la ciudad fue salvada de los turcos, que se narra con materiales que pertenecen a los inicios del siglo XIV?

A mi entender, el Tirant tiene que ser entendido como surgido de un clima de gran tensión y gran desánimo que se va gestando y no para de crecer en Europa especialmente en la década de los 40, cuando se producen una serie de derrotas enormes de las fuerzas occidentales ante los turcos, y que culmina con la caída de Constantinopla el 29 de mayo de 1453. Por todas partes era creciente __y cuanto más crecía más segura la conciencia de que no sólo caía una ciudad de gran valor simbólico para, la cristiandad, sino que se acababa una época y comenzaba otra, donde la hegemonía pertenecía a los turcos, como vio con nitidez Eneas Silvio Piccolomini: Fuerunt Itali rerum domini, nunc Turchorum inchoatur imperium34.

Durante años Europa contempló cómo se caminaba hacia la pérdida de los mercados orientales, de las colonias a las islas del Egeo, de la seguridad en la navegación, y veía aterrada cómo el poder de los turcos crecía hasta el punto de introducirse en los Balcanes, de amenazar desde allí las regiones de Italia, y quien sabe si, invictos, llegar hasta Roma; y más allá incluso35.

La literatura ni queda al margen de ello ni lo ignora. La literatura reacciona con vigor: no en vano tanto Jehan de Saintré como Curial obtienen victorias espectaculares contra los turcos. A su manera la literatura tranquiliza. Acepta tratar desasosiegos profundos, inquietantes y temores graves de sus contemporáneos.

La falta de respuesta europea creaba también serios malestares. Quizás no tan lacinantes entre los políticos, en las cancillerías, en los parlamentos de las repúblicas, entre los círculos de hombres cautos y temerosos que rodeaban a los reyes. Había demasiada debilidad entre los europeos como para crear una sólida y potente alianza. Prefirieron no intervenir en defensa de Constantinopla. Esperar. No irritar al turco. Pactar con él. Calmar su impulso. Y fingir siempre no darse cuenta de la dimensión del acontecimiento. Empequeñecerlo.

Todos, sin embargo, hicieron grandes promesas. Aunque en el más riguroso secreto exigiesen a cambio más de la cuenta, según explica Giorgios Phrantzés, logothetes de Constantino XII36. János Húnyadi __el gran caballero, cuyo nombre fue suficiente para dividir el ejército turco durante el sitio de la ciudad, por lo que cuenta Leonardo di Chio37__ exigió en compensación por la ayuda Mesembria y Selibia. El rey de Aragón pidió la isla de Lemnos. Escasa generosidad por parte occidental.

Esta nula disposición de ánimo tenía que molestar a la caballería europea de mediados del siglo XV. Me pregunto si cuando Martorell dice que el rey de Francia «proferí molt e féu poc» a propósito de la ayuda a los frailes hospitalarios, no está transfiriendo a Rodas lo que de hecho sucedió respecto de Constantinopla. Todo el mundo profirió mucho e hizo muy poco. El rey de Aragón al fin se excusó. János Húnyadi también. Como los venecianos. Como todo el mundo. Constantinopla fue abandonada por un cálculo mezquino de los europeos, que ningún historiador griego de aquellos días perdonó.

Martorell en este punto tiene que ser muy prudente. De otra manera, tendría que criticar el comportamiento del rey de Aragón, y Martorell, creo, quiere proponer una idea que no hiera. Por eso no narra la reconquista, sino cómo evitar la caída. Que es la única manera que se podía escuchar, sin sobresaltos en la conciencia, que Constantinopla podía ser recuperada. Y la única manera de borrar un sentimiento de culpa, extendido y compartido pero bastante tangible en toda Europa.

En esta perspectiva, lo importante, lo que acabaría de hacer el Tirant del todo creíble, del todo verosímil, de situar para siempre en su siglo, sería responder afirmativamente a la pregunta de si lo que hace Tirant, o sea sostener Constantinopla con sus únicas fuerzas, sin mayores auxilios, cuenta con algún precedente real.

«L'Emperador Constantí __escribe Nèstor Iskinder en su Narració sobre Constantinoble38, en los primeros años del siglo XVI__ envía per mar i per terra... per demanar ajuda... però no vingué cap ajuda d'enlloc. Només un príncep genovès, anomenat Giustiniani arribà en auxili de l'Emperador amb 600 valents. L'Emperador, en veure'l, se n'alegrà molt i li féu grans honors».

En efecto, el 26 de enero de 1453 llegó a Constantinopla con una nave con 400 hombres Giovanni Giustiniani Longo, hijo de una noble familia genovesa, para defender la ciudad contra el turco, bajo los auspicios de la República de Génova. Llevaba mercenarios, aventureros, pero también técnicos en el arte de la guerra, como un minador llamado John Grant, que tuvo una actuación relevante durante el asedio. El Emperador le hace capitán y le encomienda la defensa de la ciudad, poniéndola bajo sus órdenes. Leonardo di Chio dice que era «capitaneus generalis»39. En Constantinopla, sin embargo, topa con la facción antiunionista __contraria a la unión de las iglesias__ y proturca, encabezada por el megaduque Lucas Notaras, con quien, según fuentes occidentales y turcas tiene enfrentamientos graves40. El Emperador como recompensa le regala la isla de Lemnos.

Estos rasgos, unidos al éxito en la defensa de la ciudad, recuerdan a Roger de Flor y recuerdan a Tirant y también mucho a Guy de Warewick, aunque desde el punto de vista de Giustiniani más bien parece que la realidad no quiere desmentir la literatura. En cuanto al papel de Giustiniani baste decir que su recuerdo está aún vivo entre los búlgaros y que perdura en los cantos populares del Ponto, mientras que, según el profesor Dujcev41, es a causa de Giustiniani que los turcos creen popularmente que los auténticos defensores de Constantinopla son los genoveses y no los bizantinos.

Giustiniani defendió la ciudad con tanto coraje, energía y saber militar que, según Steven Runciman42, eso provocó el desánimo entre las numerosas tropas de Mehmet II, hasta el punto de sopesar seriamente la posibilidad de una retirada y el ofrecimiento de una larga tregua. Mientras Giustiniani estuvo en condiciones de luchar y dirigir los combates, Constantinopla vivió un tiempo de esperanza. Este papel decisivo en el mando está recogido incluso en textos que provienen de áreas tan poco predispuestas como Venecia:


«Tuti fidavano nella brigata
De quelo Longo de grande ardimento»43.



La madrugada del 29 de mayo, sin embargo, Giovanni Giustiniani Longo fue herido en mitad del pecho, y los suyos le sacaron del campo de batalla, de la puerta de San Román, donde él combatía y donde el ejército turco tenía concentrado el grueso más selecto de sus tropas, para llevarlo a un barco y curarlo. Los suyos lo condujeron hasta Chio donde moriría el once de junio, según se desprende de las notas de un notaría genovés que iba en la misma nave44.

Por razones que no se saben, pero que no parecen inocentes, algunos dudaron de la herida, y transformaron el abandono del combate en traición. La fama negativa de Giustiniani, promovida sobre todo por Venecia, y consignada también en Aragón45, es una fama interesada que tuvo que competir con otras informaciones contemporáneas que hablaban de ello de forma más ponderada e incluso elogiosa. Alfonso el Magnánimo, por ejemplo, conoció de Giustiniani también lo que decían gente como Filelfo, o Nicola Sagundino, un humanista que dedicó al rey una oración sobre la caída de Constantinopla, o Isidoro de Kiev, arzobispo de Kiev y de todas las Rusias, que son más ecuánimes46.

La fama posterior, sin embargo, no es el aspecto clave de lo que estoy tratando. Ya he dicho que Martorell no hace citas porque no hace biografía. Tirant, digámoslo de una vez, no quiere ser Roger de Flor, ni Húnyadi ni nadie. Pero me parece que podemos admitir que Tirant se nos hace más creíble si tenemos en cuenta que hubo un caballero que en solitario, mientras toda la cristiandad estaba paralizada por el miedo disimulado como cálculo político, acudió a Constantinopla y la defendió con heroísmo. A diferencia de Tirant su ejemplo no consiguió arrastrar a las potencial europeas en ayuda de la ciudad y el Imperio. Lo decisivo es que alguien en 1453 defiende el imperio contra la insolidaridad europea. El caso por fuerza tendría que ser muy conocido y, odios y propaganda aparte, tendría que suscitar una fuerte admiración entre la caballería occidental. En la aventura de Giustiniani Martorell propondría una corrección, para la que hacen falta las formas de la novela y no de la historia: el éxito. Sea como sea, es un hecho que a mediados del siglo XV solo dos caballeros corren en auxilio del Emperador: Giovanni Giustiniani Longo y Tirant lo Blanc, del linaje de Roca Salada.





 
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