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ArribaAbajoEn el álbum de la señora doña Enriqueta Pinto de Bulnes103


    A plantar mis versos van
en este bello jardín
una flor; no es tulipán,
no es diamela, es un jazmín:
el jazmín del Tucumán;  5

    el que su tapiz ameno
tendió a Enriqueta en su cuna,
y vino de aromas lleno,
imagen de su fortuna,
al suelo feliz chileno.  10

    Me encanta, flor peregrina,
esa tu actitud modesta;
el que te ve se imagina
ver una joven honesta,
que el rostro a la tierra inclina.  15

    Bella flor, y ¿a qué pincel
debiste tu nieve hermosa?
A tu lado, en el vergel,
vulgar parece la rosa,
y presumido el clavel.  20

    Esa nítida blancura
con que la vista recreas,
—206→
sin duda te dio natura
para que símbolo seas
de una alma inocente y pura;  25

    De una alma en cuyo recinto
no ardió peligrosa llama,
y que, por nativo instinto,
sólo nobles hechos ama,
cual la de Enriqueta Pinto...  30

    Mas, Enriqueta, tú quieres
la verdad en un ropaje
más natural, y prefieres
sus acentos al lenguaje
de que gustan las mujeres.  35

    Te enfadan alegorías;
desprecias vanas ficciones;
niña aún, te divertías
en instructivas lecciones,
no en frívolas poesías.  40

    Dejemos los oropeles
a labios engañadores
de almibarados donceles;
otras niñas buscan flores;
a ti te agradan laureles.  45

    Oye, pues, querida mía,
la voz ingenua y sincera,
que en fe de su amor te envía
una alma que considera
suya propia tu alegría.  50

    ¡Con qué júbilo afectuoso
contemplo esa unión felice,
nudo santo y amoroso,
que tantos bienes predice
a la esposa y al esposo!  55

    ¡Quiera fecundarla el cielo
con renuevos que den gloria
y grandeza al patrio suelo,
—207→
y le acuerden la memoria
o del padre o del abuelo!  60

    Y cual corre fuente pura
entre lirios y azahares,
así corra la ventura
siempre exenta de pesares
de tu existencia futura.  65

    O si la dicha terrena
tasa el Autor soberano
de la vida; si El ordena
que des al destino humano
tu contribución de pena,  70

    Hija, esposa y madre, amor
en ti consuelos derrame,
y te vuelva la interior
serenidad, y embalsame
las heridas del dolor.  75

    Y perdona, niña, a un viejo,
que, como triste graznido
de búho, en nupcial festejo,
te hace oír el desabrido
duro acento del consejo.  80

    Vanidad y afectación
jamás tu candor empañen;
y en toda voz, toda acción,
como suelen, te acompañen
cordura y moderación;  85

    Que en la fortuna más alta
es el mérito modesto
oro que a la seda esmalta;
y en un envidiado puesto
con más esplendor resalta.  90

  —208→     —205→  

21. En Juicio Crítico, 1861, este verso se lee:


Esa tímida blancura








ArribaAbajoLas fantasmas


Imitación de las orientales de Víctor Hugo104



I

    ¡Ah, qué de marchitas rosas
en su primera mañana!
¡Ah, qué de niñas donosas
muertas en edad temprana!
Mezclados lleva el carro de la muerte  5
al viejo, al niño, al delicado, al fuerte.

    Forzoso es que el prado en flor
rinda su alegre esperanza
a la hoz del segador;
es forzoso que la danza  10
en el gozo fugaz de los festines
huelle los azahares y jazmines;

    Que, huyendo de valle en valle,
sus ondas la fuente apure;
y que el relámpago estalle,  15
y un solo momento dure;
y el vendaval que perdonó a la zarza
la fresca pompa del almendro esparza.

    El giro fatal no cesa:
la aurora anuncia el ocaso.  20
—209→
En torno a espléndida mesa,
jovial turba empina el vaso;
unos apenas gustan, y ya salen;
pocos hay que en el postre se regalen.


II

   ¡Murieron, murieron mil!  25
la rosada y la morena;
la de la forma gentil;
la de la voz de sirena;
la que ufana brilló; la que otro ornato
no usó jamás que el virginal recato.  30

    Una, apoyada la frente
en la macilenta palma,
mira al suelo tristemente;
y al fin rompe al cuerpo el alma;
como el jilguero, cuando oyó el reclamo,  35
quiebra, al tomar el vuelo, un débil ramo.

    Otra, en un nombre querido,
con loca fiebre delira;
otra acaba, cual gemido
lánguido de eolia lira,  40
que el viento pulsa; o plácida fallece,
cual sonriendo un niño se adormece.

    ¡Todas nacidas apenas,
y ya cadáveres fríos!...
palomas, de mimos llenas,  45
y de hechiceros desvíos;
primavera del mundo, apetecida
gala de amor, encanto de la vida.

    ¿Y nada dejó la huesa?
¿ni una voz? ¿ni una mirada?  50
¿tanta llama, hecha pavesa?
¿y tanta flor, deshojada?
¡Adiós! huyamos a la amiga sombra
de anciano bosque; pisaré la alfombra
—210→

    De secas hojas, que crujan  55
bajo mi pie vagoroso
Fantasmas se me dibujan
entre el ramaje frondoso;
a incierta luz siguiendo voy su huella,
y de sus ojos la vivaz centella.  60

    ¿He sido ya polvo yerto,
y mi sombra despertó?
¿Cómo ellas estoy yo muerto?
¿O ellas vivas, como yo?
Yo la mano les doy entre las ralas  65
calles del bosque; ellas a mí sus alas;

    y a su forma vaga, etérea,
mi pensamiento se amolda...
A do, meciendo funérea
colgadura, el sauce entolda  70
un blanco mármol, de tropel se lanzan;
y en baja voz me dicen: ¡ven!... y danzan.

    Vanse luego paso a paso
por la selva, y de repente
desparecen... Yo repaso  75
la visión acá en mi mente,
y lo que entre los hombres ver solía,
reproduce otra vez la fantasía.


III

    ¡Una entre todas!... tan clara
la bella efigie, el semblante  80
me recuerdo, que jurara
estarla viendo delante:
crespas madejas de oro su cabello;
rosada faz; alabastrino cuello;

    albo seno, que palpita  85
con inocentes suspiros;
ojos, que el júbilo agita,
azules como zafiros;
y la celeste diáfana aureola
que en sus quince a las niñas arrebola.  90
—211→

    Nunca en su pecho el ardor
de un liviano afecto, cupo;
no supo jamás de amor,
aunque inspirarlo sí supo.
Y si cuantos la ven, la llaman bella,  95
nadie al oído se lo dice a ella.

    El baile fue su pasión,
y costole caro asaz:
deslumbradora ilusión,
que pasatiempo y solaz  100
a todo pecho juvenil ofrece;
pero el de Lola embriaga y enloquece.

    Todavía, cuando pasa
sobre su sepulcro alguna
nube de cándida gasa,  105
que hace fiestas a la luna,
o el mirto que lo cubre el viento mece,
rebulle su ceniza y se estremece.

    La circular se le envía,
que para el baile la empeña;  110
y si piensa en él de día,
en él a la noche sueña;
vuélanle en derredor regocijadas
visiones de danzantes, silfos y hadas;

    y la cercan plumas, blondas,  115
canastillas y bandejas,
mué de caprichosas ondas,
crespón, de que las abejas
pudieran hacerse alas; cintas, flores,
tocas de formas mil, de mil colores.  120


IV

    Ya llega... los elegantes
le hacen rueda; luce el rico
bordado; en los albos guantes
se abre y cierra el abanico.
Ya da principio la anhelada fiesta:  125
y sus cien voces desplegó la orquesta.
—212→

    ¡Qué ágil salta o se desliza!
¡Qué movimiento agraciado!
Sus ojos, bajo la riza
crencha del pelo dorado,  130
brillan, como dos astros en la ceja
de luz que el sol en el ocaso deja.

    Todo en ella es travesura,
juego, donaire, alegría,
inocencia... En una oscura,  135
solitaria galería,
yo, que los grupos móviles miraba,
a Lola pensativo contemplaba...

    Pensativo... caviloso...
y triste no sé si diga;  140
en el baile bullicioso,
el loco placer hostiga;
enturbia el tedio la delicia, y rueda
impuro polvo en túnicas de seda.

    Lola, en la festiva tropa,  145
va, viene, revuelve, gira:
¡valse! ¡cuadrilla! ¡galopa!
no descansa, no respira;
seguir no es dado el fugitivo vuelo
del lindo pie, que apenas toca el suelo.  150

    Flautas, violines, violones,
alegre canto, reflejos
de arañas y de blandones,
de lámparas y de espejos;
flores, perfumes, joyas, tules, rasos,  155
grato rumor de voces y de pasos,

    toda la exalta; la sala
multiplica los sentidos.
No sabe el pie si resbala
sobre cristales pulidos,  160
o sobre nube rápida se empine,
o en agitadas olas remoline.
—213→


V

    ¡De día ya!... ¿Cuánto tarda
la hora que al placer da fin?
Lola en el umbral aguarda  165
por la capa de satín;
y bajo la delgada mantellina,
cuela alevosa el aura matutina.

    ¡Ah! ¡que triste tornaboda!
Risas, placeres, ¡adiós!  170
¡Adiós, arreos de moda!
Al canto sigue la tos;
al baile, ardor febril que la desvela,
dolor que punza, y respirar que anhela;

    y a la fresca tez rosada  175
la cárdena sigue luego;
y la pupila empañada
a la pupila de fuego.
Murió... ¡la alegre! ¡la gentil! ¡la pura!
¡la amada!... el baile abrió su sepultura.  180

    Murió... la muerte la arranca
del abrazo maternal-
último abrazo- y la blanca
vestidura funeral
le pone, en vez del traje de la fiesta,  185
y es en un ataúd donde la acuesta.

    Un vaso de flores lleno
guarda la escogida flor,
que prendida llevó al seno;
y aún conserva su color:  190
cogiola en el jardín su mano hermosa,
y se marchitará sobre su losa.

    ¡Pobre madre! ¡Qué distante
de adivinar su fortuna,
cuando la arrullaba infante,  195
cuando la meció en la cuna,
y con solicitud, con ansia tanta,
miró crecer aquella tierna planta!
—214→

    ¿Para qué?... Su amor, su Lola,
cebo del gusano inmundo,  200
amarilla, muda, sola,
en un retrete profundo
duerme; y si en clara noche del hibierno,
interrumpe la luna el sueño eterno,

    Y a solemnizar la queda  205
los difuntos se levantan,
y en la apartada arboleda
fúnebres endechas cantan;
en vez de madre, un descarnado y triste
espectro al tocador de Lola asiste.  210

    «Hora es, dice, date prisa»;
y abriendo los pavorosos
labios con yerta sonrisa,
pasa los dedos nudosos
de la descomunal mano de hielo  215
sobre las ondas del dorado pelo;

    y luego la besa ufano;
y de mustia adormidera
la enguirnalda; y de la mano,
la conduce a do la espera,  220
saltando entre las tumbas, coro aerio,
a la pálida luz del cementerio,

    y tras un alto laurel
la luna su faz recata,
sirviéndole de dosel  225
nubes con franjas de plata,
que el iris de la noche en torno ciñe,
y de colores opalinos tiñe.


VI

    ¡Niñas! no el placer os tiente,
que víctima tanta inmola;  230
mas tened, tened presente
a la malograda Lola;
—215→
la compañera hermosa, amable, honesta,
arrebatada al mundo en una fiesta.

    Cercada estaba de amores,  235
gracia, beldad, lozanía,
y de todas estas flores
una guirnalda tejía;
y cuando en matizarla se divierte,
a esta dulce labor da fin la muerte.  240



  —216→  


ArribaAbajoA Olimpio


Imitación de Víctor Hugo105



I

    ¿Recuerdas, Olimpio106, aquella
única amistad constante,
que no copió en su semblante
las mudanzas de tu estrella?

    ¿Aquel amigo, consuelo  5
que en la miseria ha dejado
a tu corazón llagado
por último bien el cielo?

    Testigo de los azares
de la encarnizada lidia  10
en que te postró la envidia,
que hoy te abruma de pesares;

    así te dijo; -y en tanto,
una luz serena y clara
desarrugaba tu cara,  15
mojando la suya el llanto:
—217→


II

    «¿Eres tú aquel cuya gloria
ensalzaron nobles plumas,
y miraban de reojo
mil envidias taciturnas?  20

    «Acatábante en silencio
las gentes: la infancia ruda
a escucharte se paraba,
como la vejez caduca.

    «Eras meteoro ardiente  25
que en una noche profunda
se lleva tras sí los ojos,
cuando por el cielo cruza.

    «Y ahora, arrancada palma,
doblas tu cabeza mustia:  30
no te da apoyo la tierra,
no das al aire verdura.

    «¡Cuántas frentes a la sombra
acostumbraba la tuya!
Y ahora, ¡qué de sonrisas  35
irónicas te saludan!

    «Ajado está el bello lustre
de tu blanca vestidura;
los que galán te adoraron,
andrajoso, te hacen burla.  40

    «La detracción en tu vida
clavó sus garras impuras;
es texto a malignas glosas
tu reputación difunta;

    «y como helado cadáver,  45
desfigurada, insepulta,
sabandijas asquerosas
por todas partes la surcan.
—218→

    «Revelada por la llama
que a tu memoria circunda,  50
tu existencia es un terrero
que cuantos pasan insultan;

    «y cien silbadoras flechas
vienen a herirla una a una,
que en tu corazón inerme  55
hondas encarnan la punta.

    «Y con festivos aplausos
cuenta el vulgo las agudas
heridas, y los dolores,
y las ansias moribundas;  60

    «como suelen bandoleros,
al ver la presa segura,
contar monedas y joyas
que reciente sangre enturbia.

    «El alma, que de lo recto  65
era un tiempo norma augusta,
es ya como la taberna
que por la noche relumbra;

    «a cuya reja se apiñan
curiosos, por si se escucha  70
el canto de locas orgias,
o de las riñas la bulla.

    «Cortaron tus esperanzas,
flor de que nadie se cura,
manos crüeles, y al suelo  75
las dan en trizas menudas.

    «Nadie te llora; tu suerte
ningún corazón enluta;
tu nombre es un epitafio
de desmoronada tumba;  80

    «y el que con dolor fingido
alguna vez lo pronuncia,
es como el que muestra escombros
de arruinada arquitectura,
—219→

    «que un tiempo adornaron jaspes,  85
y sustentaron columnas,
y ya malezas la cubren,
y vientos y aguas la injurian.


III

    «Mas ¿qué digo? En la miseria
más elevado y sublime  90
te muestras a quien la altura
de tus pensamientos mide.

    «Tu existencia, combatiendo
a los contrapuestos diques,
suena como el océano  95
que asalta los arrecifes.

    «Los que observaron de cerca
la lucha, vuelven y dicen
que, inclinándose a la margen,
vieron tremenda Caribdis;  100

    «mas puede ser que la vista,
calando ese abismo horrible,
la perla de la inocencia
en lo más hondo divise.

«Turba los ojos la niebla  105
de que pareces vestirte;
mas sobre ella un claro cielo
serenas lumbres despide.

    «¿Qué importa al cabo que el mundo
contra tu entereza lidie,  110
alzando nubes de polvo,
que cualquier soplo dirige?

    «Para juzgar, ¿qué derecho,
qué título nos asiste?
—220→
¿Qué objeto no es un enigma  115
para los ojos más linces?

    «¿La certidumbre?... ¡Insensatos,
que imagináis tierra firme,
la que celajes vistosos
en vuestro discurso fingen!  120

    «Así puede asirla el juicio
del hombre, como es posible
a la mano asir el agua
sin que presta se deslice.

    «Moja apenas, y al instante  125
huye; y al pecho que gime,
y al ardiente labio, nada
deja que la sed mitigue.

    «¿Es día? ¿Es noche? Los ojos
nada absoluto distinguen:  130
toda raíz lleva frutos;
y todo fruto raíces.

    «Apariencias nos fascinan,
ya sombras densas contristen
la vista, o ya luminosos  135
colores la regocijen.

    «Un objeto mismo a visos
diferentes llora y ríe:
por un lado, terso lustre;
por el otro, oscuro tizne.  140

    «La nube en que el marinero
ve rota nave irse a pique,
para el colono es un campo
que doradas mieses rinde.

    «¿Quién habrá que los misterios  145
del pecho humano escudriñe?
¿Quién, que las trasformaciones
varias de un alma adivine?

    «Larva informe surca el lodo;
y tal vez mañana, libre  150
mariposa, alas de seda
despliegue, y aromas libe.
—221→


IV

    «Pero tú penas; y ¿cómo
pudo ser que no penaras,
oh víctima sin ventura  155
de persecución villana?

    «¿Tú, a quien la calumnia muerde
lo más sensible del alma?
¿Tú, en quien el sarcasmo agota
sus flechas enherboladas?  160

    «Herido león, huiste
a selva solitaria;
y allí memorias acerbas
te hacen más honda la llaga.

    «A ellas entregado vives;  165
y ¡cuántas veces, ay, te halla
la noche en la actitud misma
en que te halló la mañana!

    «¡Dichoso, cuando a la sombra
en que tu pecho descansa,  170
la sombra, de los que piensan
favorecida morada;

    «desde el alba hasta el ocaso,
desde el ocaso hasta el alba,
contemplando las facciones  175
del valle y de la montaña;

    «atento al tapiz musgoso
que las rocas engalana,
al sosiego de los campos,
o al tumulto de las aguas;  180

    «a la lozana verdura
de yerbas jamás holladas,
o a la nieve que los montes
empinados amortaja;

    «a la bostezante gruta  185
de tenebrosa garganta,
—222→
y de verde cabellera,
con florecida guirnalda;

    «O a la mar, do las antorchas
del mundo su curso acaban,  190
que como un pecho viviente
respirando sube y baja;

    «o siguiendo con los ojos
desde la arenosa playa,
al ligero esquife, alegre  195
depósito de esperanzas;

    «que las velas tiende y huye,
huye, y rompe la delgada
hebra que ata el duro pecho
del marinero a la patria;  200

    «sobre el risco, donde tantos
dispersos rumores vagan;
bajo la espesura umbrosa,
donde ni el silencio calla;

    «a los ecos das un eco;  205
a las confusas palabras
de místicas armonías
vibra tu mente inspirada;

    «y concurres al inmenso
coro que todo lo abraza,  210
lo que remontado vuela,
y lo que humilde se arrastra;

    «¡Coro de infinitas voces
que suspende y arrebata,
y en que la naturaleza  215
a todos los seres habla!


V

    «Consuélate, que algún día,
y no distante quizás,
el imperio de las almas
a la tuya volverá;  220
—223→

    «y ha de verse, ante los ojos
más obcecados, brillar
con nueva luz, de tu frente
la nativa majestad;

    «como joyel, a que el polvo  225
deslustró la tersa faz,
nuevamente acicalado
para fiesta nupcïal.

    «En vano tus enemigos,
de la sátira mordaz  230
contra tu pecho inocente
aguzaron el puñal;

    «y divulgaron secretos
fiados a la amistad,
como quien derrama el agua  235
sobre el camino real.

    «En vano, en vano su furia
humillada lanzarán
contra tu nombre, a manera
de enhambrecido chacal,  240

    «que, para saciar la rabia
de su apetito voraz,
desgarra la última carne
del hueso roído ya.

    «Esos hombres que te ponen  245
piedras en que tropezar,
y de asechanzas te cercan,
no, no prevalecerán.

    «Pasarán, como vislumbres
entre espeso matorral,  250
que a merced del viento corren,
y no dejan huella atrás.

    «Te detestarán, sin duda,
con el rencor infernal
que alimenta contra el cielo  255
el pecho de Satanás;
—224→

    «pero las voces de muerte,
que como ardiente raudal
salen de su boca impía,
leve soplo extinguirá.  260

    «Mira entre tanto con ojos
de generosa piedad
a los que de un bajo instinto
arrastra el poder fatal;

    «a los que, en densa ignorancia  265
sumidos, no ven rayar
celeste albor, que ilumine
su mísera ceguedad;

    «que llaman luz a la sombra,
y bonanza al huracán,  270
y andan a tientas, sin rumbo,
sin ley, sin fe, sin altar;

    «al soberbio que levanta
contra el débil el procaz
estrépito del torrente,  275
demolido el valladar;

    «a la mujer seductora,
desamorada beldad,
a quien la sonrisa, estudio,
a quien es arte el mirar;  280

    «y en cuyo ropaje, suelto
a los vientos, redes hay,
redes, que prenden las almas
en dura cautividad;

    «al ambicioso que trepa  285
sobre el ambicioso, a par
de la hiedra, que a sí misma
entretejiéndose va;

    «a la turba lisonjera
que rinde a cada deidad  290
efímera el torpe incienso
de su adoración venal;
—225→

    «y a declamadores vanos,
que hacen rüido y no más;
oráculos que atestiguan  295
la insensatez general.

    «¿Qué son contigo esos hombres
de un día, enjambre fugaz
de insectos que vio la aurora,
y la tarde no verá?  300

    «Ellos son viles, tú grande,
es el interés su imán,
la gloria el tuyo: la guerra
apetecen, tú la paz.

    «Nada hay común a la suya,  305
y a tu carrera inmortal;
ni se puede su alegría
a tu dolor igualar;

    «que es sublime y grandioso
espectáculo el que da  310
la mano dispensadora
que reparte el bien y el mal,

    «y alejando al genio el cebo
de lo vano y lo falaz,
lo labra con el arado  315
que se llama adversidad».


VI

    ¡Olimpio! un amigo fiel
entonces te hablaba así,
queriendo apartar de ti
la henchida copa de hiel.  320

    Solo entre la turba larga
que antes te halagó perjura,
quiso de la desventura
aligerarte la carga.

    Y tú, si en tono más grave,  325
no de metal diferente,
—226→
como el gran río a la fuente,
como al esquife la nave,

    Le hablaste; -y cruzó veloz
una sombra tu semblante;  330
y un tierno afecto un instante
hizo vacilar tu voz:


VII

    ¡No me consueles, ni te aflijas! Vivo
pacífico y sereno,
que sólo miro al mundo de las almas,  335
no a ese mundo terreno.

    «Ni es tan perverso el hombre: la fortuna,
liberal o mezquina,
tiñe en puro licor o en turbias heces
la copa cristalina.  340

    «Del estrecho teatro, que aprisiona
tu pensamiento, el mío
oye a lo lejos el rumor, y vuela
a su libre albedrío.

    «Si murmura la fuente, o solitaria  345
bulle una verde orilla,
o viene a mis oídos el arrullo
de amante tortolilla;

    «O el esquilón de las exequias llora
en la torre sublime,  350
o de los sauces la colgante rama
sobre las cruces gime;

    «Paréceme que huello excelsa cumbre,
a do conduce el viento,
de cuanto ser criado habita el orbe  355
una voz de lamento.

    «Allí la pequeñez a la grandeza,
el barro al oro igualo;
y exploro los arcanos del abismo,
y el firmamento escalo.  360
—227→

    «Cuando el humo lejano se levanta
de humilde choza, pienso
que en el ara se exhala, do se quema
a Dios devoto incienso;

    «Y de dispersas luces por la noche  365
sembrada la llanura,
el infinito espacio tachonado
de soles me figura.

    «Contemplo allí de lejos cuanto puebla
la tierra, el mar profundo,  370
y miro al hombre, misterioso mago,
atravesar el mundo.

    «Y como suele el pájaro a su pluma,
me entrego al pensamiento;
y entiendo qué es la vida, y lo que dice  375
aquel doliente acento.

    «¿Y quieres que murmure de mi suerte?
¿Cuál es el hombre, dime,
a quien, parcial el cielo, de la carga
universal exime?  380

    «Yo, que lóbrega noche vivo ahora,
en mi denso horizonte
conservo, cual rosada luz, que deja
la tarde en alto monte,

    «La llama del honor, divina lumbre,  385
que, en apacible calma,
todavía ilumina lo más alto,
lo más puro del alma.

    «Sin duda un tiempo -¿qué razón temprana
de este modo no yerra?  390
sueños dorados vi, cuales el hombre
suele ver en la tierra.

    «Vi alzarse mi existencia coronada
de visiones hermosas;
mas ¡qué! ¿debí juzgar que fuese eterna  395
la vida de las rosas?
—228→

    «Las ilusiones que tocar pensaban
mis infantiles manos,
disipó la razón, como disipa
la aurora espectros vanos.  400

    «Y digo ya a la dicha lo que dice
navegante que deja
el suelo patrio, a la querida orilla
que más y más se aleja.

    «Señala Dios a todo ser que nace  405
su herencia de dolores,
como, a la aurora, un amo a sus obreros
reparte las labores.

    «¡Ánimo, pues! ¿Qué importa a un alma grande,
destello peregrino  410
de antorcha celestial, eso que el hombre
suele llamar destino?

    «Ni elación en la frente generosa,
ni aparezca desmayo,
ora brille a los ojos la serena  415
luz del día, ora el rayo.

    «Brame allá abajo la preñada nube
que tempestades mueve,
y su tranquilidad conserve el alma,
cual la cumbre su nieve.  420

    «Forceja en vano el rebelado orgullo
contra la ley severa
(necesidad o expïación se llame)
que al universo impera;

    «Rueda fatal, que a todo lo criado  425
en movimiento eterno
girando abruma, y de una mano sola
reconoce el gobierno».

  —229→     —219→  

100. La i en sílaba final va muchas veces en asonancia con la e. Es frecuente esta rima en la época clásica.

109. Este verso ofrece variantes en diversos impresos:


¿Qué importa al fin, que el mundo


(Museo de Ambas Américas).                



¿Y qué importa al fin, que el mundo


(Rojas Hermanos, 1881).                


  —221→  

165. En el Museo de Ambas Américas, este verso se lee:


«Entregado a ellas vives;


Y así lo publica Rojas Hermanos, 1881.

  —228→  

401-428. Compárense estos versos con la traducción parcial de la Oda de Horacio, «A Grosfo, Otium divos rogat in patenti...» publicada: Pide la dulce paz del alma al cielo, pp. 164-166,de este tomo.






ArribaAbajoLos duendes


Imitación de Víctor Hugo107



I

    No bulle
la selva;
el campo
no alienta.
Las luces  5
postreras
despiden
apenas
destellos,
que tiemblan.  10
La choza
plebeya,
que horcones
sustentan;
la alcoba,  15
que arrean
cristales
y sedas;
al sueño
se entregan.  20
Ya es todo
tinieblas.
¡Oh noche
serena!
—230→

    ¡Oh vida  25
suspensa!
La muerte
remedas.


II

    ¿Qué rüido
sordo nace?  30
Los cipreses
colosales
cabecean
en el valle;
y en menuda  35
nieve caen
deshojados
azahares.
¿Es el soplo
de los Andes,  40
atizando
los volcanes?
¿Es la tierra,
que en sus bases
de granito  45
da balances?
No es la tierra;
no es el aire;
son los duendes
que ya salen.  50


III

    Por allá vienen;
¡qué batahola!
ora se apiñan
en densa tropa,
que hiende rápida  55
la parda atmósfera;
y ora se esparcen,
como las hojas
ante la ráfaga
devastadora.  60
—231→
Si chillan éstos,
aquéllos roznan.
Si trotan unos,
otros galopan.
De la cascada  65
sobre las ondas,
cuál se columpia,
cuál cabrïola.
Y un duende enano,
de copa en copa,  70
va dando brincos,
y no las dobla.


IV

    ¿Fantasmas acaso
la vista figura?
Como hinchadas olas  75
que en roca desnuda
se estrellan sonantes,
y luego reculan
con ronco murmullo,
y otra vez insultan  80
al risco, lanzando
bramadora espuma;
así van y vienen,
y silban y zumban,
y gritan que aturden;  85
el cielo se nubla;
el aire se llena
de sombras que asustan;
el viento retiñe;
los montes retumban.  90


V

    A casa me recojo;
echemos el cerrojo.
¡Qué triste y amarilla
arde mi lamparilla!
¡Oh Virgen del Carmelo!  95
aleja, aleja el vuelo
—232→
de estos desoladores
ángeles enemigos;
que no talen mis flores,
ni atizonen mis trigos.  100
Ahuyenta, madre, ahuyenta
la chusma turbulenta;
y te pondré en la falda
olorosa guirnalda
de rosa, nardo y lirio;  105
y haré que tu sagrario
alumbre un blanco cirio
por todo un octavario.


VI

    ¡Cielos! ¡lo que cruje el techo!
¡y lo que silba la puerta!  110
Es un turbïón deshecho.
De lejos oigo estallar
los árboles de la huerta,
como el pino en el hogar.
Si dura más el tropel,  115
no amanecerá mañana
un cristal en la ventana,
ni una hoja en el vergel.


VII

    San Antón, no soy tu devoto,
si no le pones luego coto  120
a este diabólico alboroto.
¡Motín semeja, o terremoto,
o hinchado torrente que ha roto
los diques, y todo lo inunda!
¡Jesús! ¡Jesús! ¡qué barahúnda!...  125
¿Qué significa, raza inmunda,
esa aldabada furibunda?
El rayo del cielo os confunda,
y otra vez os pele y os tunda,
y en la caverna más profunda  130
del inflamado abismo os hunda.
—233→


VIII

    Ni por ésas. Parece que arroja
el infierno otro denso nublado,
o que el diablo al oírme se enoja;
y empujando el ejército alado,  135
el asalto acrecienta y aviva.
El tejado va a ser una criba;
cada envión que recibe mi choza,
yo no sé cómo no la destroza
a tamaña batalla no es mucho  140
que retiemble, y que toda se cimbre,
cual si fuese de lienzo o de mimbre...
¿Es el miedo? o ¿quién anda en la sala?
Vade retro, perverso avechucho...
¡Ay! matome la luz con el ala...  145


IX

    ¡Funesta sombra! ¡Tenebroso espanto!...
Amedrentado el corazón palpita...
y la legión de Lucifer en tanto,
reforzando la trápala y la bulla,
a un tiempo brama, gruñe, llora, grita,  150
bufa, relincha, ronca, ladra, aúlla;
y asorda estrepitosa los oídos,
mezclando carcajadas y alaridos,
voz de ira, voz de horror, y voz de duelo.
¡Qué fiero son de trompas y cornetas!  155
¡Qué arrastrar de cadenas por el suelo!
¡Qué destemplado chirrio de carretas!...
¡Ya escampa! Hasta la tierra se estremece,
y según es el huracán, parece
que a la casa y a mí nos lleva al vuelo...  160
¡Perdido soy!... ¡Misericordia, cielo!


X

    ¡Ah! Por fin en la iglesia vecina
a sonar comenzó la campana...
Al furor, a la loca jarana,
turbación sucedió repentina.  165
—234→
El tañido de aquella campana
a la hueste infernal amohina,
sobrecoge, atolondra, amilana.
Como en pecho abrumado de pena
una luz de esperanza divina;  170
como el sol en la densa neblina,
de los montes rizada melena;
el tañido de aquella campana,
que tan alto y sonoro domina,
y se pierde en la selva lejana,  175
el tumulto en el aire serena.


XI

    ¡Partieron! La sonante nota
a la hueste infernal derrota.
Uno a otro apresura, excita,
estrecha, empuja, precipita.  180
Huyó la fementida tropa;
no trota ya, sino galopa;
no galopa ya, sino vuela.
Por donde pasa la bandada,
una sombra más atezada  185
los montes y los valles vela,
y el luto de la noche enluta.
Como de leña mal enjuta,
que en el hogar chisporrotea,
de mil pupilas culebrea  190
rojiza luz intermitente,
que va señalando la ruta
de Satanás y de su gente.


XII

    Cesó, cesó la zozobra.
A escape va la pandilla;  195
y la tierra se recobra
de la grave pesadilla
de esta visita importuna;
y la perezosa luna
sale al fin, y el campo alegra.  200
—235→
Allá va la sombra negra;
distante suena la grita
de la canalla maldita;
como cuando ciñe un monte
de nubes el horizonte,  205
y desde su oscuro seno
rezonga lejano trueno;
como cuando primavera
tus nieves ha derretido,
gigantesca cordillera,  210
y a lo lejos se oye el ruido
de impetüosa corriente
que arrastra una selva entera,
cubre el llano y corta el puente.


XIII

    Mas a ti, ¿qué fortuna,  215
huerta mía, te cabe?
¿Respiras ya del grave
afán? ¿Injuria alguna
sufriste?... ¡Cuánta asoma,
entreabierta a la luna,  220
nueva flor! ¡Cuánto aroma
de rosas y alelíes
el ambiente embalsama!
No hay una mustia rama;
no hay un doblado arbusto.  225
Parece que te ríes
de tu pasado susto.


XIV

    Sobre aquellos boldos
que a un pelado risco
guarnecen la falda,  230
al amortecido
rayo de la luna,
van haciendo giros.
Enjambre parecen
de avispas, que el nido  235
—236→
materno abandona,
despojo de niños
traviesos, y vuela
errante y proscripto.


XV

    ¡Desventurados!  240
Del patrio albergue
también vosotros
gemís ausentes;
vagar proscriptos
os cupo en suerte...  245
¡Terrible fallo!
¡y eterno!... ¡Pesen
mis maldiciones,
blandas y leves,
sobre vosotros,  250
míseros duendes!


XVI

    Hacia el cerro
que distingue
lo sombrío
de su tizne  255
-padrón negro
de hechos tristes-
vagorosas
ondas finge,
parda nube,  260
con matices
colorados,
como el tinte
que a la luna
da el eclipse;  265
y en la espira
que describe,
rastros deja
carmesíes...
¿En qué abismos,  270
infelice
—237→
nubecilla,
vas a hundirte?...
Ya los ojos
no la siguen;  275
ya es un punto;
ya no existe.


XVII

    ¡Que calma
tranquila!
Tras leve  280
cortina
de gasa
pajiza,
la luna
dormita.  285
Al sueño
rendidas,
las flores
se inclinan.
El viento  290
no silba,
ni el aura
suspira.
Tú sola
vigilas;  295
tú siempre
caminas,
y al centro
gravitas,
¡oh fuente  300
querida!
ya turbia;
ya limpia;
ya en calles,
que lilas  305
y adelfas
tapizan;
ya en zarzas
y espinas.
¡Tal corre  310
la vida!



  —238→  


ArribaAbajoLa oración por todos


Imitación de Víctor Hugo108



I

    Ve a rezar, hija mía. Ya es la hora
de la conciencia y del pensar profundo:
cesó el trabajo afanador, y al mundo
la sombra va a colgar su pabellón.
Sacude el polvo el árbol del camino,  5
al soplo de la noche; y en el suelto
manto de la sutil neblina envuelto,
se ve temblar el viejo torreón.

    ¡Mira! su ruedo de cambiante nácar
el occidente más y más angosta;  10
y enciende sobre el cerro de la costa
el astro de la tarde su fanal.
Para la pobre cena aderezado,
brilla el albergue rústico; y la tarda
vuelta del labrador la esposa aguarda  15
con su tierna familia en el umbral.

    Brota del seno de la azul esfera
uno tras otro fúlgido diamante;
y ya apenas de un carro vacilante
se oye a distancia el desigual rumor.  20
Todo se hunde en la sombra: el monte, el valle,
y la iglesia, y la choza, y la alquería;
y a los destellos últimos del día
se orienta en el desierto el viajador.
—239→

    Naturaleza toda gime; el viento  25
en la arboleda, el pájaro en el nido,
y la oveja en su trémulo balido,
y el arroyuelo, en su correr fugaz.
El día es para el mal y los afanes:
¡He aquí la noche plácida y serena!  30
El hombre, tras la cuita y la faena,
quiere descanso y oración y paz.

    Sonó en la torre la señal: los niños
conversan con espíritus alados;
y los ojos al cielo levantados,  35
invocan de rodillas al Señor.
Las manos juntas, y los pies desnudos,
fe en el pecho, alegría en el semblante,
con una misma voz, a un mismo instante,
al Padre Universal piden amor.  40

    Y luego dormirán; y en leda tropa,
sobre su cuna volarán ensueños,
ensueños de oro, diáfanos, risueños,
visiones que imitar no osó el pincel.
Y ya sobre la tersa frente posan,  45
ya beben el aliento a las bermejas
bocas, como lo chupan las abejas
a la fresca azucena y al clavel.

    Como para dormirse, bajo el ala
esconde su cabeza la avecilla,  50
tal la niñez en su oración sencilla
adormece su mente virginal.
¡Oh dulce devoción, que reza y ríe!
¡de natural piedad primer aviso!
¡fragancia de la flor del paraíso!  55
¡preludio del concierto celestial!


II

    Ve a rezar, hija mía. Y ante todo,
ruega a Dios por tu madre; por aquella
que te dio el ser, y la mitad más bella
—240→
de su existencia ha vinculado en él;  60
que en su seno hospedó tu joven alma,
de una llama celeste desprendida;
y haciendo dos porciones de la vida,
tomó el acíbar y te dio la miel.

    Ruega después por mí. Más que tu madre  65
lo necesito yo... Sencilla, buena,
modesta como tú, sufre la pena,
y devora en silencio su dolor.
A muchos compasión, a nadie envidia,
la vi tener en mi fortuna escasa;  70
como sobre el cristal la sombra, pasa
sobre su alma el ejemplo corruptor.

    No le son conocidos... ¡ni lo sean
a ti jamás!... los frívolos azares
de la vana fortuna, los pesares  75
ceñudos que anticipan la vejez;
de oculto oprobio el torcedor, la espina
que punza a la conciencia delincuente,
la honda fiebre del alma, que la frente
tiñe con enfermiza palidez.  80

    Mas yo la vida por mi mal conozco,
conozco el mundo, y sé su alevosía;
y tal vez de mi boca oirás un día
lo que valen las dichas que nos da.
Y sabrás lo que guarda a los que rifan  85
riquezas y poder, la urna aleatoria,
y que tal vez la senda que a la gloria
guiar parece, a la miseria va.

    Viviendo, su pureza empaña el alma,
y cada instante alguna culpa nueva  90
arrastra en la corriente que la lleva
con rápido descenso al ataúd.
La tentación seduce; el juicio engaña;
en los zarzales del camino deja
alguna cosa cada cual: la oveja  95
su blanca lana, el hombre su virtud.

    Ve, hija mía, a rezar por mí, y al cielo
pocas palabras dirigir te baste:
—241→
«Piedad, Señor, al hombre que criaste;
eres Grandeza; eres Bondad; ¡perdón!»  100
Y Dios te oirá; que cual del ara santa
sube el humo a la cúpula eminente,
sube del pecho cándido, inocente,
al trono del Eterno la oración.

    Todo tiende a su fin: a la luz pura  105
del sol, la planta; el cervatillo atado,
a la libre montaña; el desterrado,
al caro suelo que le vio nacer;
y la abejilla en el frondoso valle,
de los nuevos tomillos al aroma;  110
y la oración en alas de paloma
a la morada del Supremo Ser.

    Cuando por mí se eleva a Dios tu ruego,
soy como el fatigado peregrino,
que su carga a la orilla del camino  115
deposita y se sienta a respirar;
porque de tu plegaria el dulce canto
alivia el peso a mi existencia amarga,
y quita de mis hombros esta carga,
que me agobia, de culpa y de pesar.  120

    Ruega por mí, y alcánzame que vea,
en esta noche de pavor, el vuelo
de un ángel compasivo, que del cielo
traiga a mis ojos la perdida luz.
Y pura finalmente, como el mármol 125  125
que se lava en el templo cada día,
arda en sagrado fuego el alma mía,
como arde el incensario ante la Cruz.


III

    Ruega, hija, por tus hermanos,
los que contigo crecieron,  130
y un mismo seno exprimieron,
y un mismo techo abrigó.
Ni por los que te amen sólo
el favor del cielo implores:
—242→
por justos y pecadores,  135
Cristo en la Cruz expiró.

    Ruega por el orgulloso
que ufano se pavonea,
y en su dorada librea
funda insensata altivez;  140
y por el mendigo humilde
que sufre el ceño mezquino
de los que beben el vino
porque le dejen la hez.

    Por el que de torpes vicios  145
sumido en profundo cieno,
hace aullar el canto obsceno
de nocturno bacanal;
y por la velada virgen
que en su solitario lecho  150
con la mano hiriendo el pecho,
reza el himno sepulcral.

    Por el hombre sin entrañas,
en cuyo pecho no vibra
una simpática fibra  155
al pesar y a la aflicción;
que no da sustento al hambre,
ni a la desnudez vestido,
ni da la mano al caído,
ni da a la injuria perdón.  160

    Por el que en mirar se goza
su puñal de sangre rojo,
buscando el rico despojo,
o la venganza crüel;
y por el que en vil libelo  165
destroza una fama pura,
y en la aleve mordedura
escupe asquerosa hiel.

    Por el que sulca animoso
la mar, de peligros llena;  170
—243→
por el que arrastra cadena,
y por su duro señor;
por la razón que leyendo
en el gran libro vigila;
por la razón que vacila;  175
por la que abraza el error.

    Acuérdate, en fin, de todos
los que penan y trabajan;
y de todos los que viajan
por esta vida mortal. 180  180
Acuérdate aun del malvado
que a Dios blasfemando irrita.
La oración es infinita:
nada agota su caudal.


IV

    ¡Hija!, reza también por los que cubre  185
la soporosa piedra de la tumba,
profunda sima adonde se derrumba
la turba de los hombres mil a mil:
abismo en que se mezcla polvo a polvo,
y pueblo a pueblo; cual se ve a la hoja  190
de que al añoso bosque abril despoja,
mezclar las suyas otro y otro abril.

    Arrodilla, arrodíllate en la tierra
donde segada en flor yace mi Lola,
coronada de angélica aureola;  195
do helado duerme cuanto fue mortal;
donde cautivas almas piden preces
que las restauren a su ser primero,
y purguen las reliquias del grosero
vaso, que las contuvo, terrenal.  200

    ¡Hija!, cuando tú duermes, te sonríes,
y cien apariciones peregrinas
sacuden retozando tus cortinas:
travieso enjambre, alegre, volador.
—244→
Y otra vez a la luz abres los ojos,  205
al mismo tiempo que la aurora hermosa
abre también sus párpados de rosa,
y da a la tierra el deseado albor.

    ¡Pero esas pobres almas!... ¡si supieras
qué sueño duermen!.. su almohada es fría;  210
duro su lecho; angélica armonía
no regocija nunca su prisión.
No es reposo el sopor que las abruma;
para su noche no hay albor temprano;
y la conciencia, velador gusano,  215
les roe inexorable el corazón.

   Una plegaria, un solo acento tuyo,
hará que gocen pasajero alivio,
y que de luz celeste un rayo tibio
logre a su oscura estancia penetrar;  220
que el atormentador remordimiento
una tregua a sus víctimas conceda,
y del aire, y el agua, y la arboleda,
oigan el apacible susurrar.

    Cuando en el campo con pavor secreto  225
la sombra ves, que de los cielos baja,
la nieve que las cumbres amortaja,
y del ocaso el tinte carmesí;
en las quejas del aura y de la fuente,
¿no te parece que una voz retiña,  230
una doliente voz que dice: «Niña,
cuando tú reces, ¿rezarás por mí?»
Es la voz de las almas. A los muertos
que oraciones alcanzan, no escarnece
el rebelado arcángel, y florece  235
sobre su tumba perennal tapiz.
Mas ¡ay! a los que yacen olvidados
cubre perpetuo horror; hierbas extrañas
ciegan su sepultura; a sus entrañas
árbol funesto enreda la raíz.  240

    Y yo también (no dista mucho el día)
huésped seré de la morada oscura,
—245→
y el ruego invocaré de un alma pura,
que a mi largo penar consuelo dé.
Y dulce entonces me será que vengas,  245
y para mí la eterna paz implores,
y en la desnuda losa esparzas flores,
simple tributo de amorosa fe.

    ¿Perdonarás a mi enemiga estrella,
si disipadas fueron una a una  250
las que mecieron tu mullida cuna
esperanzas de alegre porvenir?
Sí, le perdonarás; y mi memoria
te arrancará una lágrima, un suspiro
que llegue hasta mi lóbrego retiro,  255
y haga mi helado polvo rebullir.

  —239→  

42. En la edición de El Crepúsculo, este verso es:


sobre su cama volarán ensueños,



  —241→  

169. Bello escribió sulca, palabra que ha sido corregida por surca en las otras ediciones. La restablecemos porque es forma etimológica (del latín sulco, sulcare) y de uso corriente todavía en los autores clásicos.

  —245→  

192. Caro, en su edición de 1882, da así este verso:


mezclar las rayas uno y otro abril.